Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Tener contacto con el Senor, ser llenos en el espíritu y celebrar reuniones cristianas apropiadas, con miras a la realización del propósito eterno de Dios»
1 2 3 4
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO TRES

CÓMO SER LLENOS DEL ESPÍRITU Y LLEGAR A SER PERSONAS AUTÉNTICAMENTE ESPIRITUALES

  Lectura bíblica: Ef. 5:18

UN AUTÉNTICO CRISTIANO

No basta con ser personas buenas o religiosas

  Todo ser humano tiende a esforzarse por ser una persona buena. Incluso los impíos piensan con frecuencia que deberían procurar ser buenas personas. Además de procurar ser personas bondadosas, algunos sienten que deben ser personas religiosas. Ser una persona religiosa va más allá de simplemente procurar ser una buena persona, puesto que es posible esforzarse por manifestar un comportamiento ejemplar sin tener en cuenta a Dios. A lo largo de la historia ha habido mucha gente así. Si bien tales personas no tenían vínculo alguno con Dios, aparentemente eran personas muy buenas; que verdaderamente lo hayan sido o no es otro asunto, pero por lo menos la gente así los ha considerado. En cuanto a las personas religiosas, éstas tienen en cuenta a Dios. Tales personas temen a Dios, adoran a Dios y se esfuerzan por vivir y andar según la voluntad de Dios. Muchas de estas personas religiosas se convierten al cristianismo, pues tienen el concepto de que ser cristiano consiste en ser una persona temerosa de Dios, una persona que adora a Dios y que intenta vivir y conducirse en conformidad con la voluntad de Dios. ¿Es esto correcto? ¿Es esto lo que significa ser cristiano? Ciertamente, por ser cristianos tenemos que ser personas bondadosas; más aún, es indudable que los verdaderos cristianos temen a Dios, adoran a Dios y procuran vivir y conducirse conforme a la voluntad de Dios. No obstante, tenemos que comprender que ser un cristiano es mucho más que esto. Ser un cristiano es más que ser meramente una buena persona o una persona religiosa.

Un Cristo-hombre: una persona llena de Cristo

  Ser cristiano es ser una persona espiritual. Pero, ¿qué significa ser espiritual? Y, ¿cuál es la diferencia que existe entre ser espiritual y ser una persona buena o religiosa? Ser una persona espiritual es ser una persona que se ha mezclado con Cristo y está llena de Él. Por tanto, un verdadero cristiano se ha mezclado con Cristo y está lleno de Él. La palabra “cristiano” significa “seguidor de Cristo”. Un verdadero seguidor de Cristo es un hombre de Cristo, un Cristo-hombre, una persona llena de Cristo.

  Una taza de té es una buena ilustración de lo que significa ser un Cristo-hombre. Una taza de té no sólo está compuesta de té, sino que es té que se ha mezclado con agua. No es únicamente té, ni tampoco es solamente agua, sino que es té y agua, agua y té. Por tanto, podríamos llamarla “té-agua”. Los seres humanos son como una taza de agua, y Cristo es como el té. Una vez que Cristo, el té, entra en el agua —que somos nosotros—, Él se mezcla con nosotros, haciéndonos Cristo-hombres. Así pues, un verdadero cristiano es un Cristo-hombre: uno que se ha mezclado con Cristo y tiene a Cristo como su vida misma.

Una persona espiritual: una persona llena del Espíritu

  Ser una persona espiritual también es ser una persona que está llena del Espíritu, puesto que el Espíritu es la realidad de Cristo, y Cristo hoy es el Espíritu (1 Jn. 5:6; Jn. 16:12-15; 1 Co. 15:45). Si el Espíritu no mora en nosotros, entonces no tenemos a Cristo, pues Cristo es el Espíritu. En 2 Corintios 3:17 se afirma claramente que: “El Señor es el Espíritu”. Además, en Romanos 8:9 dice: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de El”. Este versículo revela que somos de Cristo debido a que poseemos el Espíritu de Cristo. Por tanto, si no poseemos el Espíritu de Cristo, no pertenecemos a Cristo. Es imposible dividir a Cristo del Espíritu, debido a que Cristo y el Espíritu son uno. Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu no son tres Dioses separados. Ellos son un solo Dios que es triuno. De la misma manera en que el Dios Triuno es uno solo, Cristo y el Espíritu son uno. Por tanto, si usted posee el Espíritu, tiene a Cristo. Esto hace de usted un Cristo-hombre, es decir, una persona que se ha mezclado con Cristo y está llena de Él. Además, un Cristo-hombre también es un Espíritu-hombre, es decir, una persona que se ha mezclado con el Espíritu de Cristo y está llena de Él. Esto es lo que significa ser un cristiano. Un cristiano no es una buena persona ni tampoco una persona religiosa; más bien, un cristiano es una persona espiritual, una persona que se ha mezclado con Cristo, el Espíritu, y que está llena de Él.

LAS DIFERENCIAS QUE EXISTEN ENTRE UNA BUENA PERSONA, UNA PERSONA RELIGIOSA Y UNA PERSONA ESPIRITUAL

  Supongamos que hay un hombre que no cree en Dios. Dicha persona no ama a Dios, no teme a Dios, no adora a Dios y simplemente no tiene en cuenta a Dios. Sin embargo, como todo ser humano, él procura ser una persona buena. A él le parece que debe procurar amar a sus vecinos y ser bondadoso con los demás. Ésta es la clase de persona que calificaríamos de buena. Sin embargo, supongamos que cierto día este hombre tan bondadoso empieza a percatarse de la existencia de un Ser todopoderoso, o sea, de la existencia de Dios. Al darse cuenta de ello, comenzará a temer a Dios, a amarle y a adorarle. Finalmente, él se entera que Dios lo considera pecador y que, por ello, Dios envió a Su Hijo, el Señor Jesús, a morir en la cruz a fin de redimir al hombre. Como resultado de ello, este hombre cree en Jesús como su Salvador, se arrepiente ante Dios y es salvo. Él, entonces, comienza a asistir a las reuniones cristianas y a esforzarse por llevar una vida según la voluntad de Dios. Además, comienza a estudiar la Biblia y a leer muchos libros devocionales cristianos y otros escritos religiosos. De hecho, incluso comienza a recopilar sermones y practica cómo predicarlos. Más aún, él aprende a componer oraciones y cuando asiste a las reuniones, eleva a Dios aquellas plegarias que compuso y, con la ayuda de sus notas, predica a la congregación los sermones que elaboró. Ahora, debemos preguntarnos qué clase de persona él ha llegado a ser. Anteriormente, este hombre era considerado una buena persona, es decir, una persona que intentaba hacer el bien prescindiendo de Dios; pero ahora, ¿qué clase de persona es ésta? Ciertamente ha llegado a ser más que una buena persona, pero ¿podríamos afirmar que se trata de una persona espiritual? Tampoco podríamos afirmar esto. En realidad, este hombre se ha convertido en una persona religiosa. Ahora podemos entender que ciertamente es muy posible llegar a ser una persona religiosa, sin ser una persona verdaderamente espiritual.

  Supongamos que un día el Señor visita a este hermano e irradia Su luz sobre él. Como resultado de ello, este hermano comienza a orar de una manera diferente. En lugar de orar conforme a lo que le viene a la memoria u ocupa su mente, y en lugar de orar conforme a las circunstancias que atraviesa, él comienza a orar de acuerdo con lo que percibe en lo más profundo de su ser, y sus oraciones, con frecuencia, son frases inconclusas. Él ora, por ejemplo: “¡Oh, Señor! ¡Oh, Señor! Soy un pecador. ¡Oh Señor, cuán pecador soy! Señor, perdóname. Soy pecador”. Entonces, este hermano se entrega por completo al Señor y comienza a darle cabida al Espíritu y a permitir que éste lo posea, ocupe todo su ser y lo llene. Como resultado de ello, cuando este hermano asiste a las reuniones de la iglesia, está lleno del Espíritu y en él bulle cierta energía y fervor; es algo que él no puede reprimir ni apagar. Cuando se le presenta la oportunidad de elevar oraciones en las reuniones, él ora de forma viviente. Si bien sus oraciones han dejado de ser composiciones bien redactadas gramaticalmente, ahora él ora desde su espíritu y de su interior brota un manantial de aguas vivas. Ahora, cuando este hermano ora, todos los asistentes perciben la presencia del Señor y Su unción; y cuando él tiene la oportunidad de hablar brevemente en la reunión, sus palabras proceden de su espíritu. Anteriormente, él hablaba con base en las notas que había preparado; pero ahora sus palabras manan de aquello que bulle y arde en su interior, dándole energía y fortaleciéndolo para dar testimonio a la congregación de esta Persona viviente que mora en su interior. Ahora, ¿qué clase de persona es este hombre? Es obvio que se ha convertido en una persona espiritual: una persona llena del Cristo que es el Espíritu. Él no solamente es una buena persona ni una persona religiosa, sino que ahora es mucho más que eso. Ha llegado a ser una persona espiritual, una persona conforme al anhelo de Dios.

  Dios desea que seamos personas espirituales, es decir, personas llenas y saturadas de Cristo y centradas en Él. Únicamente cuando somos personas espirituales llegamos a ser personas llenas de la vida divina y que desempeñan su función correspondiente. Si no somos personas espirituales, aunque seamos personas buenas o religiosas, estaremos en una condición de muerte, carentes de la vida divina. Es posible, pues, ser un buen cristiano y un cristiano muy religioso y, al mismo tiempo, ser un cristiano carente de vida, un cristiano muerto. Un cristiano muerto no tendrá el impacto que procede de la vida divina, ni tendrá ningún don espiritual auténtico, y carecerá de todo poder y autoridad. Todo cuanto posee es conocimiento religioso y enseñanzas cristianas. Es por esto que tiene que ser lleno del Espíritu. Cuando somos llenos y saturados del Espíritu, llegamos a ser personas verdaderamente espirituales.

CÓMO SER LLENOS DEL ESPÍRITU Y LLEGAR A SER PERSONAS AUTÉNTICAMENTE ESPIRITUALES: TENER CONTACTO CON EL SEÑOR DE UNA MANERA DEFINIDA Y PREVALECIENTE

  Puesto que tenemos la necesidad de ser llenos y saturados del Espíritu, es necesario considerar qué debemos hacer a fin de experimentar el Espíritu. La Palabra del Señor nos revela que, en cuanto concierne a Dios, todo está listo para que esto suceda; Dios está listo y está esperando por nosotros. Somos nosotros, pues, los que tenemos que hacer algo al respecto, pero ¿qué tenemos que hacer? Lo primero que tenemos que hacer es acudir al Señor. Al hacer esto, debemos aprender cómo tener contacto con el Señor de una manera que sea definida y prevaleciente. Me temo que muchos creyentes hayan orado por muchos años y hayan dedicado mucho tiempo al estudio de la Palabra, sin haber tenido jamás contacto con el Señor de una manera definida y prevaleciente. Por tanto, debemos considerar en detalle cómo tener contacto con el Señor de esta manera.

  Yo nací en una familia en la que cerca del cincuenta por ciento de sus miembros eran cristianos, mientras que la otra mitad eran budistas. Desde muy joven comencé a estudiar en escuelas cristianas y fui criado en un ambiente cristiano. Aunque estaba familiarizado con el cristianismo, no había sido salvo todavía. Para serles sincero, no sentía simpatía alguna por el cristianismo. Cuando tenía diecinueve años de edad, me enteré que una evangelista muy joven, de veinticinco años de edad, iba a visitar mi ciudad para celebrar una campaña evangelizadora. Esto me llamó mucho la atención y decidí asistir a una de sus reuniones a fin de saber en qué consistía el evento. En la primera reunión, el Señor vino a mi encuentro. Yo no fui a dicha reunión a fin de encontrarme con el Señor, sino que fui a ver si algo fuera de lo común sucedería allí; pero, en lugar de ello, el Señor vino a mi encuentro y yo fui salvo. De hecho, fui salvo de una manera prevaleciente.

  Después de recibir al Señor, me pareció que lo más apropiado sería que empezase a comportarme como un cristiano. A mi parecer, esto significaba que debía tornarme en una persona buena y religiosa. Con tal pensamiento en mente, comencé a leer y a estudiar las Escrituras; además, busqué un lugar en el que pudiese adquirir los mejores conocimientos bíblicos. Después de encontrar tal lugar, me dediqué por siete años a estudiar la Biblia y a adquirir conocimientos bíblicos. Día tras día y semana tras semana, oraba y asistía a las reuniones, pero internamente me hallaba muerto.

  Cierto día, durante el mes de agosto de 1931, el Señor me habló en lo íntimo de mi ser. Me preguntó: “¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás vivo o muerto? ¿Qué clase de cristiano eres?”. Esto representó una verdadera crisis para mí. De inmediato, a la mañana siguiente, subí a un monte que quedaba cerca de mi casa para orar. Fui allí muy temprano y de rodillas clamé al Señor: “¡Señor, ten misericordia de mí! ¡¿Qué pasa conmigo?! Una semana tras otra participo de reuniones cristianas, estudio la Palabra y oro; pero sigo tan carente de vida y soy tan débil, y por muchos años, no he traído una sola alma a Ti”. Al clamar de esta manera, el Espíritu Santo me inundó como poderosa marea, y me percaté de cuan pecaminoso, vil y rebelde era yo. Es indescriptible lo que sentí en aquel momento. No pude sino postrarme en tierra y confesarle al Señor: “Señor, soy pecador. Soy la persona más pecadora que hay en este mundo”. Al confesar así mi verdadera condición delante del Señor, las lágrimas empezaron a correr por mi rostro. Después, al descender del monte, me sentía lleno de felicidad, gozo, paz y un sentimiento celestial indescriptible. En ese momento, ya no sabía dónde estaba; no sabía si estaba en los cielos o en la tierra.

  A partir de entonces, durante más de siete meses, me levantaba de madrugada todas las mañanas y subía a aquel monte. Diariamente iba allí a orar al Señor de manera viviente. Durante aquel tiempo podía fácilmente encontrarme con el Señor. Leía la Palabra, oraba e invocaba el nombre del Señor de manera viviente. A veces, mientras invocaba el nombre del Señor, lo hacía hasta que mis lágrimas me lo impedían. Por siete meses, subí todos los días a esa montaña para orar de esa manera. En aquel entonces, yo era apenas un joven y nadie podía entenderme. Mi familia pensaba que algo extraño sucedía conmigo y hasta se preguntaba si yo había sufrido algún trastorno mental. Ellos percibieron que un gran cambio había ocurrido en mi vida. Después de orar así por siete meses, me percaté de cuál era la diferencia entre ser religioso y ser espiritual, entre leer las Escrituras ejercitando únicamente mi mente y leer la Palabra viviente de Dios ejercitando mi espíritu.

  Después de siete meses de subir a la montaña para orar al Señor, otra cosa maravillosa sucedió: el Señor empezó a utilizarme para Su ministerio. Unos cuantos años antes de que esto sucediera, el pastor de nuestra denominación me había pedido que diera un sermón un domingo por la mañana. En aquel entonces, yo apenas tenía unos veintitrés años de edad. Así pues, me dediqué toda la semana a preparar mi sermón. Puse por escrito todos los aspectos que mi sermón abarcaría y cuando llegó el momento de dar dicho mensaje, prediqué desde el púlpito según las notas que había redactado. A pesar de que lo tenía todo escrito, hubo muchas cosas que no conseguí abordar. Así pues, años después, cuando el Señor comenzó a usarme para Su ministerio y me dio la oportunidad de comenzar a predicar en Su nombre, mi primer pensamiento fue que debía poner por escrito todo cuanto mi mensaje abarcaría, tal como lo había hecho anteriormente. Al comienzo intenté hacer esto, pero, a la postre, descubrí que este método no funciona. Una vez que me percaté de esto, abandoné tales métodos y simplemente comencé a predicar desde mi espíritu. En aquel tiempo aprendí que hay dos maneras de predicar. La primera consiste en predicar aquello que hemos confiado a nuestra memoria, es decir, predicar desde nuestra mente; este método no funciona. La otra manera de predicar es hacerlo desde nuestro espíritu.

  Dios anhela que todos los Suyos sean personas auténticamente espirituales. Sin embargo, a fin de que lleguemos a ser personas espirituales, todos tenemos que acudir al Señor y tener un encuentro definido con Él por lo menos una vez en nuestras vidas. Tenemos que acudir al Señor de una manera definida, con un propósito determinado, es decir, no acudimos a Él para orar sobre una gran diversidad de asuntos, sino que nos volvemos a Él a fin de tener un encuentro con Él y para que Él venga a nuestro encuentro. Tenemos que decirle al Señor: “Señor, heme aquí. Escudríñame. Estoy listo para que vengas a mi encuentro, me quebrantes y me hables. Estoy listo. Señor, heme aquí”. Todos debemos acudir al Señor y tener esta clase de encuentro por lo menos una vez en nuestra vida.

  Hasta aquí, lo que hemos venido considerando es nuestra necesidad cada mañana de pasar un tiempo a solas con el Señor en el que practicamos tener contacto con Él de una manera viviente al leer Su Palabra y al orar de manera prevaleciente. Es imprescindible que todos nosotros hagamos esto y es absolutamente correcto hacer esto. Sin embargo, si queremos que nuestro tiempo con el Señor cada mañana sea eficaz, primero tenemos que hacer una cosa. Tenemos que acudir al Señor, a fin de tener un tiempo determinado en el que le permitimos que nos escudriñe, nos ilumine y venga a nuestro encuentro. Tenemos que acudir al Señor con la clara intención de tener tal clase de encuentro y acercarnos a Él de manera definida para ello. No tenemos otra opción y no podemos dar rodeos al tratar este asunto. Si deseamos ser cristianos normales, cristianos espirituales y llenos de vida, tenemos que acudir al Señor de esta manera. Si tenemos tal encuentro con el Señor y Él viene a nuestro encuentro de esta manera tan específica y definida, ¿cuál será el resultado? El resultado será que seremos llenos del Espíritu Santo y que un gran cambio se producirá en nuestras vidas. Entonces sabremos que ser un cristiano implica vivir en nuestro espíritu y que la vida cristiana es una vida vivida absolutamente en el espíritu.

  Todo creyente verdadero ha sido regenerado y, en todo aquel que verdaderamente sea cristiano, mora el Espíritu. Sin embargo, la mayoría de los creyentes jamás han sido verdaderamente llenos del Espíritu. Su ser no ha sido plenamente ocupado por el Espíritu, no han sido completamente poseídos por el Espíritu ni están saturados de Él. Ésta es nuestra gran necesidad. Los cristianos de hoy, en especial los cristianos en los Estados Unidos, no necesitan recibir más enseñanzas o doctrinas; éstas ya abundan entre ellos. La necesidad primordial de los cristianos es la de ser llenos y saturados del Espíritu de una manera viviente. La razón por la cual muchos creyentes no están satisfechos con su actual condición espiritual, con su vida de iglesia, su vida de oración y su predicación del evangelio, se debe a que no han sido llenos y saturados del Espíritu. En realidad, no son varios los motivos, sino que la razón de su insatisfacción es una sola. Hoy, no hay necesidad mayor que la de ser llenos del Espíritu y experimentar el derramamiento del Espíritu, y la única manera en que nosotros podemos experimentar esto, es acudir al Señor personalmente. Tenemos que acudir al Señor y darle la oportunidad de venir a nuestro encuentro de una manera definida y específica. Una vez que hemos tenido tal encuentro con el Señor de una manera definida, tengo la convicción de que el Señor se reunirá con nosotros una y otra vez, una mañana tras otra. Quiera el Señor que todos nosotros oremos de manera prevaleciente y acudamos al Señor de una manera definida, para que así podamos también ser partícipes de esta experiencia.

SESIÓN DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS

  Pregunta: Esta experiencia a la que usted se refiere, en la cual acudimos al Señor y oramos de una manera tan prevaleciente, ¿podría ser considerada como rendirse al Señor de manera absoluta?

  Respuesta: Esta experiencia ciertamente incluye rendirse al Señor de manera absoluta. Simplemente tenemos que acudir al Señor por lo menos una vez en nuestras vidas y decirle: “Señor, vengo a Ti no para pedirte que hagas algo, sino que simplemente me presento ante Ti. Señor, escudríñame, ilumíname, y concédeme estar en Tu presencia y bajo Tu luz”. Si usted ora de este modo, el Señor responderá a sus oraciones y usted será llevado a Su presencia y será iluminado por Su luz. Cuando Él haga esto, de inmediato usted se percatará de sus faltas y su pecado. Entonces, usted confesará sus pecados delante del Señor y Él lo limpiará, lo purificará y escudriñará. A medida que comience a abrirse al Señor de esta manera, surgirá en usted cierto sentir que le indicará cómo debe orar. Simplemente haga caso a este sentir interno y ore al Señor en conformidad con dicho sentir. Por medio de esta clase de oración, usted exhalará toda su inmundicia e inhalará las riquezas del Señor.

  Pregunta: ¿Alguna vez ha sentido miedo de lo que el Espíritu podría hacer si usted abre su ser a Él de esta manera?

  Respuesta: No debemos temer. En Mateo 7:11 dice: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”. Ésta fue la promesa que el Señor nos hizo. Si nosotros le pedimos, Él nos dará únicamente buenas cosas. Además, si acudimos al Señor con un corazón sincero, un espíritu recto y una motivación pura, ciertamente el Señor nos sostendrá, guardará y protegerá. Todos aquellos que anhelan ser partícipes de la verdadera vida cristiana y la verdadera vida de iglesia, que aspiran a predicar el evangelio de manera prevaleciente y desean hacer realidad el verdadero testimonio del Señor Jesús en sus respectivas ciudades, tienen que ser llenos del Espíritu. Ciertamente no es difícil ser llenos del Espíritu; por tanto, no hay necesidad de preocuparse. Lo único que tenemos que hacer es acudir al Señor con la clara intención de tener un encuentro con Él. Quiera el Señor hacernos partícipes de tal experiencia, de modo que dejemos de ser personas buenas y religiosas y lleguemos a ser personas auténticamente espirituales.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración