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Mensajes del libro «Tener contacto con el Senor, ser llenos en el espíritu y celebrar reuniones cristianas apropiadas, con miras a la realización del propósito eterno de Dios»
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CAPÍTULO CUATRO

CÓMO CELEBRAR REUNIONES CRISTIANAS APROPIADAS

  Lectura bíblica: Dt. 16:13, 16-17; 1 Co. 14:26

LA VIDA CRISTIANA ES UNA VIDA CORPORATIVA

  A lo largo del Nuevo Testamento encontramos diversos pasajes en los que se compara a los cristianos con las ovejas (Mt. 10:16; 18:12; 26:31; Jn. 10:1-16, 26-28; 21:15-17; Ro. 8:36; He. 13:20; 1 P. 2:25). Ésta es una indicación de que los cristianos son un pueblo que necesita congregarse. Las ovejas difieren de los perros y de los gatos debido a que siempre andan en rebaños. Un perro y un gato pueden permanecer solos, pero una oveja siempre tiene que estar con su rebaño. Así pues, la vida de las ovejas es una vida en el rebaño. A fin de ser cristianos normales, tenemos que estar unidos a otros creyentes. Así como las ovejas no pueden independizarse del rebaño, nosotros tampoco podemos vivir de manera independiente ni individualista. Por tanto, es imprescindible que nosotros llevemos la vida del Cuerpo, la vida de iglesia.

EL EJEMPLO DE LA IGLESIA PRIMITIVA

  Puesto que somos cristianos, necesitamos reunirnos con otros cristianos, pero cuando así lo hacemos, tenemos que congregarnos ciñéndonos a la revelación y a la enseñanza que la iglesia primitiva nos presenta en el Nuevo Testamento. En el tiempo de los apóstoles, los primeros cristianos se reunían sin prestar atención a ninguna norma, a ningún ritual ni a formalismo alguno. Más bien, ellos se reunían con toda sencillez a fin de estar juntos y tener comunión los unos con los otros. En el libro de Hechos, no encontramos normas, formalismos ni rituales. Todo lo que vemos son personas que habían sido salvas, personas que habían sido llenas del Espíritu Santo, las cuales se reunían para tener mutua comunión y para compartir, exaltar y glorificar al Señor entre sí. En esto consistió su vida de iglesia.

LA CONDICIÓN DE DEGRADACIÓN EN QUE SE ENCUENTRA EL CRISTIANISMO ACTUALMENTE

  La iglesia primitiva se reunía de manera notablemente sencilla y viviente, pero tal condición de auténtica espiritualidad se fue deteriorando poco a poco hasta que, finalmente, la iglesia adquirió una condición que es producto del esfuerzo humano en la que se celebran “servicios religiosos”. Los servicios religiosos que tienen lugar en el cristianismo hoy, no son espirituales. En el cristianismo se ha alterado la naturaleza misma de las reuniones cristianas y éstas han caído en degradación. Si una persona que vive regida por el Señor, que anda conforme al espíritu, que tiene comunión con el Señor en su espíritu y que está llena del Espíritu Santo asistiera a cualquiera de los servicios religiosos que se celebran en el cristianismo actual, ciertamente sentirá que tal servicio religioso no halla correspondencia en su espíritu, pues lo que éste le ofrece es muy distinto de lo que su espíritu busca. Tales servicios religiosos no corresponden con el espíritu de tal persona, no satisfacen sus necesidades espirituales, no son apropiados para su condición espiritual ni tampoco satisfacen el anhelo que hay en su espíritu. Esto es prueba de que hay algo errado con estos así llamados servicios cristianos; éstos son formales y religiosos, y están llenos de normas, formalismos y rituales.

LA REUNIÓN CRISTIANA APROPIADA

  ¿En qué consiste, entonces, una reunión cristiana apropiada? Una reunión cristiana apropiada es una en que los creyentes se reúnen con el fin de ejercitar su espíritu, ajenos a toda norma, formalismo, ritual y a cualquier otra obligación o traba religiosa. En una reunión cristiana apropiada, ciertamente encontramos el debido orden espiritual y una atmósfera de divina decencia, pero en ella no existen las obligaciones, los obstáculos ni las trabas que impone la religión. En tal clase de reunión, los asistentes manifiestan aquello que está en sus espíritus y lo que ellos perciben en sus espíritus. Además, ellos también exhiben aquello que experimentaron de Cristo en el curso de su vida diaria. En tales reuniones, los hermanos y las hermanas que se reúnen son como leños ardientes. Cada uno de ellos es como un leño ardiendo que contagia su fuego a los otros leños que con él se reúnen, y juntos conforman una gran fogata. Después de cada reunión, todos los santos que en ella participaron han sido encendidos y están ardiendo. Cuando regresan a sus casas, inflaman a su familia con el mismo fuego; cuando van a su centro de labores, inflaman a sus compañeros de trabajo; e incluso cuando van a un restaurante, inflaman a todo aquel que entra en contacto con ellos. Ellos se mantienen ardientes y encienden el fuego en otros. Ésta es la característica de las reuniones cristianas apropiadas.

CÓMO CELEBRAR REUNIONES CRISTIANAS APROPIADAS

Abandonar toda norma, formalismo, ritual y todo cuanto sea ajeno a las Escrituras

  A fin de celebrar reuniones cristianas que sean apropiadas, al congregarnos tenemos que abandonar toda norma, todo formalismo, todo ritual y todo cuanto sea ajeno a las Escrituras. En 1932, después de haber orado al Señor por varios meses, el Señor dio inicio a un ministerio, una obra, en mi ciudad natal. En aquel tiempo, muchos de nosotros nos habíamos percatado de que había algo errado en el cristianismo y, por ende, tomamos la determinación de abandonar todo cuanto procedía de éste. Recibimos al Señor como nuestro Salvador y como nuestro Señor todo-inclusivo, recibimos plenamente el evangelio que nos había sido predicado y recibimos de manera absoluta todo cuanto estaba en la Biblia. Recibimos estas tres cosas incondicionalmente y sin reservas, y aparte de estas tres cosas, no recibimos nada de lo que el cristianismo nos trajo. Nos dimos cuenta de que el Señor es correcto, el evangelio es correcto y las Escrituras son correctas, pero también nos dimos cuenta de que el cristianismo no es lo correcto. Así pues, pudimos diferenciar claramente entre estas tres cosas y el cristianismo. De hecho, hicimos una lista en donde enumeramos todas las cosas que veíamos en el cristianismo y las examinamos una a una para ver si encontrábamos tales cosas en las Escrituras. Finalmente, tuvimos que descartar casi todo lo que había en dicha lista, porque no pudimos encontrarlo en las Escrituras. Por ejemplo, ¿dónde en las Escrituras se nos dice que es necesario que un pastor presida sobre las reuniones de los cristianos? No encontramos tal cosa. Además, ¿dónde dice la Biblia que cuando los creyentes se reúnen, todos deben sentarse en bancas a esperar que un pastor o un anciano les lea las Escrituras, ore, les predique un sermón y luego les dé su bendición? En ningún momento la Biblia afirma tal cosa. Así pues, nosotros comparamos aquello que veíamos en el cristianismo con lo que las Escrituras dicen, y tuvimos que descartar, una por una, casi todas las cosas que se hallaban en esa lista.

  Después de descartar todas estas cosas y renunciar completamente al cristianismo como sistema religioso, no sabíamos qué hacer, así que simplemente comenzamos a reunirnos. Dimos inicio a aquellas reuniones en una variedad de formas. En mi provincia de origen, un grupo de creyentes compuestos principalmente por estudiantes de medicina, comenzó a reunirse. Este grupo de estudiantes había sido salvo y había venido al conocimiento del Señor de una manera viviente. Como resultado de ello, ellos deseaban reunirse, así que comenzaron a hacerlo. Puesto que ellos no tenían un local propio en el cual reunirse, se reunían en el cementerio. La mayoría de los cementerios en China están ubicados en las afueras de la ciudad, a las faldas de una montaña o en la cima de una colina, así que estos jóvenes creyentes salieron a las afueras de la ciudad para reunirse con toda sencillez en un cementerio. En China, muchos cementerios tienen pequeñas pirámides al lado de cada sepulcro, y junto a tales pirámides una mesa de piedra que los parientes utilizan para ofrecer sacrificios a sus ancestros. Cuando estos nuevos creyentes se reunían en el cementerio, se sentaban en el suelo, colocaban el pan y el vino sobre una de estas mesas de piedra y celebraban su reunión. En aquel tiempo, ninguno de nosotros sabía qué hacer ni cómo poner en práctica la vida de iglesia. Lo único que sabíamos era que teníamos que abandonar todas las normas, los formalismos y los rituales, pues nada de ello constaba en las Escrituras.

Experimentar a Cristo, compartir a Cristo, exhibir a Cristo y presentar a Cristo como nuestra ofrenda

  Además de saber que debíamos abandonar todo cuanto fuese ajeno a las Escrituras, sabíamos también que teníamos que orar. Así que oramos mucho y, poco a poco, el Señor comenzó a mostrarnos cómo avanzar de una manera nueva. Comenzamos a ser iluminados por las Escrituras con respecto a la manera apropiada en que los hijos del Señor debían reunirse. Una de las cosas de las cuales nos empezamos a dar cuenta, fue que cuando los hijos del Señor se reúnen, ellos tienen que traer al Señor que han experimentado a fin de compartirlo en la reunión y presentarlo como ofrenda a Dios. También nos percatamos que para hacer esto, teníamos que experimentar al Señor día a día. Por ejemplo, supongamos que usted conoce a una persona a la cual le es imposible amar, pero que, debido a que usted experimenta al Señor como amor, usted recibe el poder necesario para amar a dicha persona por causa del Señor, por medio de Él, en Él y con Él. Supongamos que usted, además, experimenta al Señor como su paciencia. Si bien usted es incapaz de ser paciente con los miembros de su propia familia, aprende a experimentar a Cristo como paciencia y, entonces, es capaz de ser paciente con ellos en Cristo. Si día tras día usted experimenta a Cristo de diversas maneras, y todos los otros hermanos y hermanas hacen lo mismo, al reunirse ustedes tendrán ciertas experiencias del Señor que podrán compartir entre sí. Tal vez usted venga a la reunión y comparta con los santos el Señor que experimentó como su amor y paciencia, y quizás yo comparto el Señor que experimenté como mi paz y gozo, y probablemente otro hermano venga a la reunión y comparta el Cristo que experimentó como su reposo y satisfacción. Entonces, al reunirnos, podremos exhibir al Cristo que hemos experimentado y, juntos, podremos presentar a Cristo como nuestra ofrenda a Dios. Podemos hacer esto al ofrecer una oración o una alabanza durante la reunión. Tal vez usted diga: “Señor, te alabo. Eres tan maravilloso para mí. En estos días eres tan real para mí. Es por Ti que puedo amar a aquellos que yo jamás podría amar por mí mismo, y es también por Ti que puedo ser paciente con aquellos que jamás podría ser paciente”. Esta clase de oración exalta al Señor, le glorifica y le exhibe. Además, tal clase de oración pone en vergüenza a Satanás y ministra Cristo a los demás santos. Después que usted ora así, tal vez una hermana declare: “Oh Señor, te alabo. Eres muy real para mí. Doy testimonio delante de los principados y las potestades en el aire, que Tú eres real para mí. Tú haces que yo pueda hacer aquello que de otra manera me sería imposible”. Después que esta hermana ha orado así, un hermano tal vez nos pida cantar un himno. Quizás este himno sea un himno muy conocido, pero debido a que todos hemos experimentado a Cristo durante la semana, podemos cantarlo de una manera nueva y viviente, y al cantarlo, podemos alabar al Señor. Después de haber cantado un himno, tal vez otro hermano se ponga de pie para leernos un pasaje de las Escrituras y, luego, nos comparta un breve testimonio o algún mensaje. Si nos reunimos de esta manera, ciertamente Cristo será exhibido y expresado, y todos los santos serán fortalecidos, ungidos e iluminados. Cristo será ministrado a todos los asistentes, con lo cual todas sus necesidades serán satisfechas. Si un incrédulo asistiera a una reunión así, ciertamente sería salvo. Ésta es la clase de reunión que debemos celebrar.

  En tiempos del Antiguo Testamento, cuando los hijos de Israel se reunían, el Señor exigía de ellos que no viniesen con las manos vacías. Ellos tenían que venir con las manos llenas del producto de su labor. Durante el año transcurrido, ellos debían haber arado la tierra, sembrado las semillas y cuidado de sus cultivos, a fin de que al llegar el tiempo de la cosecha, ellos pudieran recoger en abundancia el rico producto de la tierra. Entonces, al reunirse, ellos traerían consigo el producto de su labor. Algunos traían trigo, otros maíz y algunos otros, vino. Cada uno de ellos traía las primicias de su cosecha y las ofrecía al Señor. Ellos también compartían entre sí aquello que habían traído y disfrutaban de ello juntos. Por tanto, en sus reuniones, tanto ellos como el Señor disfrutaban de lo que habían traído para compartir.

  Tal experiencia de los hijos de Israel es un cuadro representativo de cómo debe celebrarse una reunión cristiana apropiada. El rico producto de la tierra traído por los hijos de Israel y que era ofrecido al Señor, es un tipo del Cristo todo-inclusivo. Las riquezas de la buena tierra tipifican las muchas riquezas de Cristo. Cristo está lleno del “rico producto” que nosotros podemos disfrutar. Sin embargo, antes de poder disfrutar las riquezas de Cristo, tenemos que laborar en Cristo día tras día. Es decir, tenemos que arar la tierra, sembrar la semilla y recoger la cosecha. No debemos ser perezosos, sino laborar en Cristo todos los días. Nuestros corazones son la tierra, y Cristo es la semilla; cada mañana debemos levantarnos temprano a fin de “arar nuestro corazón” y permitirle a Cristo que se siembre en nuestro corazón. Si hacemos esto, habrá una cosecha espiritual de Cristo en nuestra vida diaria. Cristo será producido en nosotros, y viviremos en virtud de este Cristo que ha sido producido en nuestro ser. Además, también tendremos un excedente de Cristo que podremos compartir con los demás al reunirnos y que presentaremos al Señor en calidad de ofrenda. Desde el lunes hasta el sábado laboramos en Cristo, es decir, experimentamos a Cristo; después de lo cual, el día domingo, nos reunimos con todos los santos y compartimos con ellos el Cristo que hemos disfrutado. Yo traigo mi Cristo, y usted trae su Cristo; todos nosotros traemos nuestro Cristo y lo ofrecemos a Dios. Esto complace al Padre. Esto es también un gran disfrute para todos nosotros, pues todos disfrutamos del Cristo que cada uno ha experimentado. Esta clase de reuniones son maravillosas, espirituales, celestiales y están llenas de Cristo.

  En 1 Corintios 14:26 dice que siempre que nos reunimos “cada uno tiene...”. Aquí, la palabra “tiene” es muy significativa. Esta palabra nos indica que todos los que vienen a la reunión tienen algo que compartir. Uno tiene una enseñanza, otro tiene una revelación, éste tiene lengua y aquel tiene la correspondiente interpretación. Éste es el ejemplo que nos fue dejado en el Nuevo Testamento para las reuniones cristianas. Sin embargo, los servicios religiosos del cristianismo actual no corresponden a ese modelo. En lugar de ello, todos los miembros de tales congregaciones se limitan a “calentar las bancas”; ellos vienen a la reunión y permanecen sentados, mientras que uno o dos de sus pastores o ministros se encargan de hacerlo todo en la reunión. Esto no es lo correcto. Ésta no es la reunión cristiana apropiada. Una reunión cristiana apropiada es una en la que todos los asistentes participan trayendo al Señor que experimentaron, a fin de exhibirle, expresarle y compartirle entre ellos.

  Si bien no debiera haber normas ni formalismos en ninguna de nuestras prácticas, hemos aprendido en el pasado que hay ciertas pautas que pueden ayudarnos a celebrar una reunión cristiana apropiada. Una de ellas es sentarse de una manera que fomente el intercambio mutuo, es decir, sentarse de manera que nos podamos ver los unos a los otros; a esto le llamamos una reunión de “mesa redonda”. Si yo invitara a algunos hermanos a mi hogar para comer juntos, jamás los sentaría en filas, una detrás de la otra, y todos mirando en la misma dirección, tal como se acostumbra colocar las bancas para los servicios religiosos que se celebran en el cristianismo. Si nos sentáramos así para comer juntos, ¿qué clase de sentimiento habría de generar esto? Yo jamás le pediría a los hermanos que se sienten así. En lugar de ello, yo les pediría que se sienten alrededor de la mesa, a fin de que podamos vernos los unos a los otros y conversar entre nosotros. En nuestras reuniones, es bueno sentarse así también. Por supuesto, éste no es un formalismo, pues los formalismos jamás dan resultado; pero hemos aprendido que sentarse de este modo puede ser de gran ayuda para nuestras reuniones.

  Para celebrar reuniones cristianas apropiadas, es imprescindible que de manera cotidiana y en privado tengamos contacto con el Señor constantemente, a fin de que seamos cristianos vivientes. Entonces, tenemos que asistir a las reuniones teniendo en cuenta y habiendo comprendido que asistimos para exhibir a Cristo y compartir a Cristo con los demás. Cuando algunos escuchen estas palabras quizás sientan que, debido a que sus vidas cristianas están llenas de fracasos, ellos no tienen nada que compartir con los demás en las reuniones. Tal vez a ellos les parezca que no pueden ejercer su función en tales reuniones debido a que su experiencia de Cristo es deficiente. Aun si ésta fuera la condición en la que usted se encuentra, debe comprender que, a pesar de ello, todavía puede ejercer su función en las reuniones. Usted simplemente puede venir a la reunión y orar diciendo: “Señor, soy tan pobre. Esta semana te he fallado muchas veces. Por favor, perdóname y ten misericordia de mí. He venido a esta reunión sin nada de Ti”. Si al asistir a la reunión usted ora así, muchos de los santos serán conmovidos profundamente, e incluso algunos quizás derramen lágrimas. Además, usted podría orar diciendo: “Señor, puesto que no tengo nada de Ti, acudo a Ti estando en Tu Cuerpo y por medio de Tu Cuerpo. Creo firmemente que Tú tienes algo para mí en esta reunión”. Usted puede orar de esta manera y también puede abrir su corazón a los santos allí reunidos y decir: “Hermanos y hermanas, por favor oren por mí. Yo he estado procurando vivir la vida cristiana, pero le he fallado al Señor una y otra vez. Por favor, oren por mí”. Si ustedes hacen mención de sus fracasos en las reuniones y abren así su ser al Señor y al Cuerpo, sus fracasos desaparecerán. Había un hermano que tenía muy mal genio. Él se esforzó mucho por sobreponerse a su mal temperamento, pero por sí mismo solamente conseguía fracasar una y otra vez. Cierto día, este hermano compartió respecto a esta debilidad particular en una reunión y abrió su ser al Cuerpo. Después de ello, algo maravilloso sucedió: tal flaqueza se desvaneció. Si hemos experimentado a Cristo durante la semana, podemos compartir mutuamente nuestro Cristo al reunirnos; y si hemos fracasado durante la semana, también podemos compartir nuestras flaquezas con los santos. Tenemos que aprender a permitir que los demás nos ayuden a sobrellevar nuestras flaquezas y debilidades. Si ponemos esto en práctica, nuestras reuniones serán reuniones llenas de vida, reuniones ricas y edificantes, reuniones que nos fortalecerán e iluminarán.

  Cuando nos reunimos, no es necesario el formalismo. Supongamos que acordamos iniciar la reunión a las 7:30 de la noche. Es bueno fijar una hora exacta para el inicio de las reuniones, pero no es necesario adoptar un formalismo extremo con respecto a la hora en que debe comenzar la reunión. Por ejemplo, si una hermana llega a las 7:15 y unos cuantos hermanos llegan a las 7:20, no es necesario que ellos permanezcan sentados en silencio hasta que uno de los hermanos responsables llegue a las 7:30 y dé inicio a la reunión al sugerir que se cante un himno. Esto es un formalismo. Si usted llega a las 7:15 y es el primero en llegar, puede comenzar a orar al Señor calladamente. Cuando otro santo llegue, ustedes dos pueden comenzar a orar juntos oraciones poderosas y llenas de vida. Podrían orar, por ejemplo: “Oh Señor, venimos a reunirnos; concédenos Tu presencia”. Si dos de ustedes ya están allí, simplemente pueden dar inicio a la reunión de esa manera. Cuando los demás lleguen a las 7:25 o 7:30, ellos percibirán la presencia, la unción y la operación del Espíritu. Todo cuanto hagamos, debemos hacerlo regidos por el Espíritu, actuando con sumo cuidado y orden, de una manera correspondiente con la naturaleza divina; pero no es necesario adoptar formalismo alguno. Tenemos que tener plena libertad y sentirnos libres obedeciendo al Espíritu.

  Por tanto, existen dos requisitos para celebrar una reunión cristiana apropiada. El primer requisito es que todos los que participan de tal reunión deben buscar más del Señor en el curso de su vida diaria y tener contacto con el Señor de manera cotidiana. Todos tenemos que aprender a tener contacto con el Señor de manera viviente y tenemos que laborar para experimentar a Cristo todos los días. El segundo requisito es que al reunirnos, tenemos que abandonar toda norma, todo formalismo, todo ritual, cualquier rutina o programa que se quiera imponer. Si nos ajustamos a un determinado programa para nuestras reuniones, apagaremos el Espíritu y aniquilaremos la vida espiritual que alienta en nuestro ser. Al reunirnos, debemos renunciar a todo cuanto pertenezca a la religión y hacer una sola cosa: exhibir a Cristo. Hacemos esto por medio de expresar a Cristo, compartir a Cristo, exaltar a Cristo, dar testimonio de Él y predicar a Cristo de una manera viviente los unos a los otros.

SESIÓN DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS

  Pregunta: Ya nos dijo cómo debemos dar inicio a las reuniones, pero ¿cómo debemos terminarlas?

  Respuesta: En principio, debemos terminar la reunión de la misma manera en que dimos inicio a la misma, es decir, conforme a la dirección del Espíritu. Debemos finalizar la reunión cuando los santos en general tengan el sentir de que es tiempo de finalizar la reunión.

  Pregunta: Tal parece que la única manera en que un grupo de creyentes puede reunirse de este modo es si ellos son uno. ¿Es esto correcto?

  Respuesta: Es absolutamente correcto; tenemos que experimentar la auténtica unidad. Esta unidad no es unidad en cuanto a la doctrina, sino unidad en lo que respecta a amar al Señor y experimentarle. Usted ama al Señor, y yo amo al Señor; usted experimenta al Señor, y yo experimento al Señor. Usted quizás crea que debemos bautizarnos por aspersión, y tal vez yo piense que debemos bautizarnos por inmersión; pero ello no debiera interponerse entre nosotros ni preocuparnos, pues nuestra unidad no es una unidad basada en la doctrina, sino una unidad basada en nuestro amor por el Señor y en nuestras experiencias de Él. Nuestros esfuerzos no debieran estar dirigidos a lograr una unidad en cuanto a las doctrinas. Esta clase de unidad no es la unidad auténtica. Si nuestros esfuerzos están dirigidos a alcanzar la unidad en lo que respecta a las doctrinas, sólo generaremos divisiones. Siempre y cuando una persona crea que el Señor Jesús es el Hijo de Dios que se encarnó al hacerse un hombre, murió en la cruz, fue resucitado al tercer día y ahora está en los cielos como nuestro Redentor, nuestro Salvador y nuestro Señor, ello será suficiente. Tal creyente es nuestro hermano, no importa si él cree en el bautismo por inmersión o por aspersión, ni tampoco importa lo que crea en lo que respecta a la práctica de cubrirse la cabeza o lavarse los pies unos a otros. Esta clase de asuntos doctrinales no debieran molestarnos y no debiéramos permitir que tales asuntos perjudiquen nuestra unidad.

  Si algunos vinieran a nosotros procurando promover una determinada práctica o doctrina, no deberíamos excluirlos. Por ejemplo, en el pasado, algunos procuraron fomentar entre nosotros las prácticas del movimiento pentecostal. No excluimos a tales personas; más bien, les dimos la bienvenida. Les dijimos: “Amados hermanos y hermanas, les damos la bienvenida y merecen todo nuestro respeto; pero les suplicamos que no fomenten entre nosotros las prácticas del movimiento pentecostal. Si ustedes hacen esto, harán que algunos hermanos y hermanas que se reúnen con nosotros se alejen. Éste no es un foro en el que ustedes puedan fomentar o promover esta clase de cosas. Éste es un lugar en el que todos los creyentes nos reunimos recibiéndonos unos a otros de manera amplia y general”. La mayoría de los creyentes con los que tuvimos comunión de este modo nos comprendieron y permanecieron con nosotros. Pero otros, que eran más subjetivos, dejaron de reunirse con nosotros debido a que no podían danzar ni tocar la pandereta como ellos querían. Cuando ellos tocaban la pandereta, les rogábamos que no lo hicieran, diciéndoles: “Amado hermano, por favor no toque la pandereta aquí. Usted puede tocarla en su casa, pero no aquí, pues ello haría que algunos hermanos se alejen. Le amamos y respetamos, pero no estamos en la iglesia pentecostal. Estamos aquí simplemente para reunirnos recibiéndonos unos a otros de manera amplia y general”. Alabamos al Señor porque hubo muchos que aceptaron esta clase de comunión; incluso, algunos de ellos accedieron a no hablar en lenguas durante las reuniones por el bien de los demás.

  No debemos adoptar ninguna postura en cuanto a particularidades, pues la posición que hemos asumido es la postura general que corresponde a la iglesia. Nosotros somos simplemente cristianos que han sido salvos y regenerados por el Señor, y que ahora nos reunimos a fin de poner en práctica la vida de iglesia recibiéndonos unos a otros de manera amplia y general. Todos los hijos del Señor son nuestros hermanos, y los recibimos a todos ellos; por eso, aquí no defendemos ciertas particularidades, sino que nuestra actitud es amplia y comprensiva. Ésta manera de proceder verdaderamente da resultado.

  Pregunta: ¿Cómo se debe llevar a cabo la “Escuela Dominical” para los niños?

  Respuesta: En principio, debe haber cierta medida de enseñanza y se debe ministrar tanto a los niños como a los jóvenes en las reuniones que celebramos los domingos. Estrictamente hablando, esta reunión no es una reunión de la iglesia como tal, sino una reunión de la obra. Esta clase de reunión es parte del ministerio que lleva a cabo la iglesia, es parte del servicio o la obra que la iglesia realiza. Cuando los hermanos y hermanas se reúnen para orar juntos y todos ellos participan en una atmósfera de reciprocidad, ello es una reunión de la iglesia como tal. Cuando los santos se reúnen para celebrar juntos la mesa del Señor en una atmósfera de reciprocidad, ello también constituye una reunión de la iglesia. Cuando nos reunimos para compartir unos con otros nuestros testimonios o para estudiar conjuntamente la Palabra, ello también debe considerarse como una reunión de la iglesia. Sin embargo, si ustedes celebran una reunión para los niños o para los jóvenes, se hace necesaria cierta medida de enseñanza, se requiere ministrar en cierta medida. Ésta no es una reunión de la iglesia como tal, sino que es una reunión que forma parte del servicio, la obra, que realiza la iglesia. Asimismo, cuando celebramos una reunión en la que un siervo del Señor da un mensaje, ello no es una reunión de la iglesia, sino una reunión para el ministerio, para la obra.

  Pregunta: Si fuéramos a celebrar una reunión para los jóvenes una tarde que no fuese del fin de semana, ¿tal reunión también podría considerarse una reunión de ministerio?

  Respuesta: Si en dicha reunión únicamente se halla congregado un grupo de jóvenes creyentes cuya finalidad es tener comunión uno con otros, esta reunión sería realizada bajo el principio que caracteriza a las reuniones de la iglesia. Las reuniones de la iglesia se caracterizan por ser reuniones de reciprocidad o mutualidad. Las reuniones que tienen como propósito enseñar o ministrar la Palabra pueden considerarse como reuniones de la obra; pero aquellas reuniones que son conducidas según el principio de reciprocidad, son reuniones de la iglesia. Quizás no sea posible reunirse siempre con el propósito de realizar la obra, pero jamás debemos dejar de celebrar aquellas reuniones en las que los santos se reúnen para orar los unos por los otros, estudiar la Biblia unos con otros, compartir testimonios entre sí y exhortarse mutuamente (He. 10:24-25). En esta clase de reuniones, no es necesario que determinadas personas sean las que asuman el liderazgo o la responsabilidad. Tenemos que comprender que en las reuniones de la iglesia es responsabilidad de todos compartir algo con los demás con toda espontaneidad.

  Pregunta: ¿Qué sucede cuando hay visitantes entre nosotros? ¿Acaso eso hace que cambie la naturaleza de nuestra reunión?

  Respuesta: Si la gracia del Señor está con nosotros, cuando un creyente se reúna por primera vez con nosotros, hasta él mismo podrá compartir algo y mezclarse con nosotros. En realidad, no hay “visitantes”. Todos somos miembros de la familia de Dios. Yo soy un hijo de Dios, y usted también lo es. Por tanto, cuando un creyente asiste por primera vez a una de nuestras reuniones, no debemos considerarle como un “visitante”, sino como un miembro de la familia que ha retornado al hogar. Ésta es la verdadera vida de iglesia.

  Si renunciamos a todo impedimento, a todo aquello que nos ata y a todo cuanto nos estorba, el Espíritu Santo tendrá plena libertad para operar en nosotros. Cuando el Espíritu Santo opere libremente en nosotros, comenzarán a suceder muchas cosas. Experimentaremos un crecimiento numérico; muchos nuevos creyentes serán añadidos a la iglesia. Otra cosa que sucederá es que los santos experimentarán un verdadero crecimiento en cuanto a su vida espiritual y sus dones espirituales comenzarán a manifestarse. Además, los santos comenzarán a amarse más. La experiencia que tengamos de la vida divina tendrá como resultado un incremento en cuanto al amor que manifestamos, pues el amor es el fruto que produce la vida divina (1 Jn. 3:14). Esto hará que la vida de iglesia esté llena de vida, sea prevaleciente y poderosa, y cumpla plenamente su función. Esto es lo que el pueblo de Dios anhela; dicho anhelo se halla en lo más profundo del espíritu de ellos. En realidad, el pueblo de Dios quizás no sepa expresar tal anhelo, ni lo pueda explicar, pero ciertamente tal anhelo está en todos los creyentes. Si los creyentes de una ciudad determinada ponen estas cosas en práctica y son fieles al respecto, atraerán a muchos otros creyentes.

  Pregunta: Me preocupa que cuando aquellos que jamás escucharon esta clase de comunión se reúnan con nosotros, ellos no vayan a entender lo que estamos haciendo. ¿No debiera preocuparnos esto?

  Respuesta: No hay necesidad de preocuparnos de que los demás no nos entiendan. Si somos fieles delante del Señor para poner en práctica las reuniones cristianas apropiadas en una manera que es verdaderamente espiritual y llena de la vida divina, cuando los demás vengan a reunirse con nosotros, ellos sentirán aprecio por lo que estamos haciendo y se darán cuenta que ello procede del Señor. Ciertamente, el Espíritu Santo operará en ellos a fin de vindicar nuestra manera de proceder, respaldarla y confirmarla.

  Todos los días tenemos tres comidas: desayuno, almuerzo y cena. Esto no es un formalismo, sino una necesidad humana. Si usted solamente come una vez al día, ello irá en detrimento de su salud. A fin de mantenernos sanos, tenemos que comer por lo menos tres veces al día. De manera similar, a fin de mantener nuestra salud espiritual y disfrutar de una vida de iglesia apropiada, tenemos que reunirnos varias veces durante la semana. No es saludable reunirse solamente una vez a la semana. Todas las semanas tenemos que reunirnos para orar, estudiar la Palabra, tener comunión los unos con los otros y exhortarnos mutuamente. Está bien mezclar el estudio de la Palabra con la oración o la comunión, pero, en principio, es necesario que cada semana nos reunamos para dedicarnos a la oración, al estudio de la Palabra y a la comunión. Además, conforme al modelo establecido en el Nuevo Testamento, también necesitamos reunirnos para celebrar la mesa del Señor. En 1 Corintios 11:25 dice: “Asimismo tomó también la copa, después de que hubieron cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto establecido en Mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí”. La palabra todas, en la expresión todas las veces que la bebáis, implica que debemos celebrar la mesa del Señor con tanta frecuencia como nos sea posible. En el libro de Hechos, los santos celebraban la mesa del Señor todos los días (2:46). Después, los creyentes celebraban la mesa el día del Señor, el día domingo, que es el primer día de la semana (20:7; Ap. 1:10). Además de estas cuatro clases de reunión —la reunión de oración, la reunión para el estudio de la Palabra, la reunión en la que tenemos comunión los unos con los otros y la reunión de la mesa del Señor—, el Señor tal vez pueda hacer que entre nosotros surja alguien que tenga el don de la enseñanza. En tal caso, podríamos reunirnos periódicamente y permitir que esta persona dotada nos ministre la Palabra. Esto deberá hacerse en un tiempo especial dedicado exclusivamente al ministerio de la Palabra. Si bien esto será de gran ayuda, se trata de algo especial. Por lo general, es necesario que los santos se reúnan de tres a cuatro veces por semana a fin de dedicarse a la oración, al estudio de la Palabra, a la comunión mutua y a la celebración de la mesa del Señor. Sin embargo, no debiéramos adoptar esto como un precepto, sino como un principio que rige la manera en que atendemos a nuestras necesidades espirituales.

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