
Lectura bíblica: Dt. 12:5, 11, 13-14, 18a; 14:23; 15:20; 16:2, 6, 15-16
Algunos quizás se pregunten por qué le ponemos tanta atención al terreno de la iglesia. Pareciera que es un tema que no está relacionado con el evangelio, ni con la vida interior, ni con el crecimiento de la vida divina ni con la gloria del Señor. Sin embargo, al tratar con cualquier asunto necesitamos tener una percepción aguda para no analizarlo sólo exteriormente, sino llegar a la misma raíz. Ver cualquier cosa sólo de forma externa equivale a tomar una postura muy infantil y superficial. No queremos ser como niños. Por ejemplo, si un objeto de madera tiene una capa de pintura exteriormente, no sería correcto decir que ese objeto es “pintura”. El verdadero elemento es la madera y no la pintura, pues la pintura sólo está en la superficie. Este ejemplo nos muestra que debemos tener la debida percepción.
Satanás, el enemigo, es muy sutil. A lo largo de los años Satanás ha obstaculizado, cegado y distraído al pueblo de Dios, e incluso ha fabricado muchas falsificaciones. No obstante, entendemos claramente que la intención de Dios, Su propósito eterno y el deseo de Su corazón es forjar a Cristo en un grupo de personas, mezclándose con ellas, a fin de edificarlas juntamente con miras a que lleguen a ser el Cuerpo viviente de Cristo, Su expresión viviente en todas las comunidades en donde viva el hombre. Dios comenzó esta obra después de la resurrección y ascensión de Cristo, y la llevará a cabo en esta era aquí en la tierra. Por supuesto, la consumación máxima del plan divino es la Nueva Jerusalén. Sin embargo, antes de dicha consumación, el propósito de Dios consiste en obtener una expresión viviente de Su Hijo en esta era, aquí y allá, en todas las ciudades de la tierra. Esto no es difícil de entender; si no estuviéramos ocupados con tantas otras cosas, veríamos claramente la visión presentada en las Escrituras. Lamentablemente, muchos cristianos no están dispuestos a comprender esto claramente, ya que están ocupados y distraídos con otras cosas.
La iglesia tiene casi dos mil años de historia. En el transcurso de estos dos mil años, podemos ver que el enemigo ha hecho muchas cosas. Desde el comienzo de la vida de iglesia, el enemigo entró con el fin de obstaculizar, causar daño, distraer e incluso producir falsificaciones del plan de Dios. Todas las cosas que el enemigo ha hecho corresponden a tres categorías. La primera categoría es los sustitutos de Cristo; consideren cuántas cosas hay que sustituyen a Cristo. Cristo es el centro, la realidad y el todo del pueblo escogido y elegido de Dios. El libro de Colosenses fue escrito porque en aquel entonces, la filosofía humana se había convertido en un sustituto de Cristo. De todas las invenciones humanas, el mejor elemento es la filosofía, la cual incluye el gnosticismo. El propósito de Dios consiste en forjar a Cristo en Su pueblo escogido, pero el enemigo utilizó la mejor invención de la civilización humana para que reemplazara a Cristo. Por tanto, el apóstol Pablo les dijo a los colosenses que Cristo era la porción asignada de los santos y que Cristo debía ser el todo y en todos (1:12; 3:11).
De igual manera, el libro de Hebreos fue escrito porque el enemigo Satanás utilizó el judaísmo, la religión establecida y designada por Dios, para que sirviera como sustituto de Cristo. El judaísmo ciertamente fue ordenado, designado, usado y establecido por Dios. Podemos comparar el judaísmo con un frasco de medicina. Por ejemplo, aunque la intención de una madre sea darle medicina a su hijo, es posible que a su travieso hijo le interese más la botella de medicina que la propia medicina. El propósito de Dios no es forjar el judaísmo en Su pueblo escogido; más bien, Su propósito es forjar a Cristo en ellos, pero el enemigo de Dios utilizó el judaísmo para que reemplazara a Cristo y le sustituyera. Esa es la razón por la que el escritor de Hebreos redactó dicho libro, diciéndonos que Cristo está por encima de todos y es mejor que todos. La meta es Cristo, no el judaísmo ni algún otro asunto religioso.
Del mismo modo, Gálatas fue escrito porque en aquel tiempo el enemigo se valió de los judaizantes para convertir la ley en un sustituto de Cristo. La ley fue dada por Dios, pero incluso algo dado por Dios pudo ser empleado por el enemigo para llegar a ser un sustituto de Cristo, de modo que tomara el lugar que le corresponde a Cristo entre el pueblo escogido de Dios.
Pablo escribió la primera Epístola a los corintios para corregir a los creyentes corintios en cuanto a las enseñanzas y el uso de los dones, incluyendo el hablar en lenguas. El enemigo incluso usó los dones dispensacionales del Nuevo Testamento para que reemplazaran a Cristo. En 1:22 y 23a Pablo dice: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”. Incluso los dones, las señales y la sabiduría pueden llegar a ser sustitutos de Cristo. Todas estas cosas —la filosofía, la religión, la ley y los dones— eran sustitutos de Cristo en el primer siglo de la iglesia.
Posteriormente, desde el segundo siglo hasta el presente, han existido muchos otros sustitutos de Cristo. Los formalismos, las enseñanzas y muchas otras cosas han sustituido a Cristo. Por ejemplo, muchos no están en pro de Cristo solamente, sino también en pro de cierta clase de enseñanza. El mismo catolicismo romano es un gran sustituto maligno de Cristo. Incluso la teología sustituye a Dios; la -ología, el estudio, substituye a Téos, la realidad. El enemigo es muy sutil, pues emplea algo que es muy parecido a lo verdadero, pero que en realidad no es lo mismo; así, Satanás lo inyecta en nosotros y nos envenena sin que nos demos cuenta. Inconscientemente, somos distraídos por algo que se parece mucho a Cristo. Hoy, en las así llamadas iglesias cristianas, hay coros y solistas, así como también persisten ciertas cosas pecaminosas. Vemos toda clase de sustitutos: sustitutos buenos, malignos, espirituales y seculares. A Satanás no le importa qué clase de sustituto sea; con tal que seamos distraídos de Cristo, eso es suficiente para él.
La segunda categoría de obstáculos y daño causado a la iglesia por parte de Satanás es el sistema del clero y el laicado. Según la historia, Satanás no sólo usó muchos sustitutos para que reemplazaran a Cristo y usurparan el lugar que le corresponde a Él, sino que también inventó el sistema de los clérigos. Ciertamente existe una diferencia entre el clero y el laicado, y esto mata la función que ejercen los miembros del Cuerpo de Cristo. Al principio, todos los miembros del Cuerpo —sin excepción alguna— ejercían su función correspondiente, pero poco a poco el enemigo estableció el sistema de clérigos para reducir tal función a un número pequeño de creyentes, a la vez que la mayoría perdió su función. De esta manera, el Cuerpo fue paralizado. Esta es la sutileza con la cual actúa el enemigo. El primer obstáculo que Satanás interpuso fue aniquilar la vida del Cuerpo, que es Cristo, sustituyéndole por muchas otras cosas. El segundo obstáculo que el enemigo inventó fue el sistema del clero y el laicado.
Satanás no está satisfecho con haber introducido sólo estos dos obstáculos. El tercer aspecto de su estrategia mediante la cual obstaculiza a la iglesia y le causa daño, es las divisiones, las sectas y las denominaciones. Estas no sólo sustituyen la vida del Cuerpo y matan las funciones de sus miembros, sino que han cortado al Cuerpo en pedazos. De esta manera, el enemigo ha logrado dañar la expresión de Cristo. La vida ha sido reemplazada, las funciones han sido dañadas y el Cuerpo mismo ha sido cortado en pedazos. Ciertamente hay muchos cristianos genuinos en algunas ciudades grandes, quizás por lo menos haya cincuenta mil creyentes genuinos en algunas ciudades. Si estos cincuenta mil creyentes genuinos no estuvieran divididos, habría un gran impacto en esa ciudad. Si no hubiera división entre los cristianos, sería fácil conquistar y subyugar a todo el país de los Estados Unidos.
El enemigo es muy sutil: ha sustituido a Cristo usurpando Su posición y Su lugar, ha matado la función que ejercen los miembros y ha dividido el Cuerpo. ¡Qué situación tan pobre y lamentable! Muchos cristianos no se relacionan entre sí, pues son independientes e individualistas y están aislados uno del otro. Debido a esto, aunque hay muchos miembros, no tenemos el Cuerpo. El enemigo continúa haciendo esta obra hoy, y usa muchas cosas “buenas” para aislarnos unos de otros. El enemigo opera en nuestros razonamientos, pero no importa lo que pensemos, mientras nos mantengamos aislados, el enemigo está satisfecho.
Mediante las tres categorías de métodos mencionados anteriormente, Satanás ha dañado la vida de iglesia casi por completo. Los Estados Unidos es una nación en la que predomina el cristianismo. Los fundadores de este país vinieron a estas tierras principalmente debido a su fe cristiana. Pero hoy, incluso en este país, ¿dónde podemos encontrar la iglesia? Existen muchos sustitutos de Cristo, el clero y las divisiones, pero todavía no ha sido edificada la iglesia. No hay necesidad de argumentar sobre esto; los hechos son evidentes. La iglesia ha sido perjudicada por estas tres categorías. Esta es la razón por la que actualmente damos énfasis a Cristo como nuestra vida, como nuestro contenido y como nuestro todo; no damos énfasis a los substitutos de Cristo, sino a Cristo mismo. Esta también es la razón por la que nos ayudamos unos a otros a ejercer nuestra función como miembros del Cuerpo. No queremos tener clero ni laicado; antes bien, procuramos que los hermanos y hermanas, todos lo miembros, ejerzan su función. Todos tenemos que ejercer nuestra función. Si usted dice que yo soy un “pastor”, le diré que usted es un “ministro”. Animamos a todos los hermanos y hermanas a que ministren la vida divina con el fin de expresar a Cristo. ¿Por qué razón prestamos tanta atención al terreno de la iglesia? Para terminar con las divisiones.
El recobro del Señor hoy consta de tres asuntos principales: es el recobro de Cristo como nuestra vida y nuestro todo, el recobro del sacerdocio universal en el cual todos los miembros ejercen su función y el recobro de la unidad apropiada de la iglesia. Cuando hayan sido recobrados estos tres elementos, tendremos una vida de iglesia apropiada y adecuada. Debe haber un grupo de creyentes que tome a Cristo como su vida y su contenido únicos, que comprenda que todos los miembros deben ejercer su función —no como clero ni laicado— sino como miembros vivientes, y que abandone las divisiones, las sectas y las denominaciones a fin de tomar el terreno apropiado y poner en práctica la unidad apropiada. Si hubiera personas como éstas, llevarían a cabo el recobro del Señor cabalmente.
En algunos lugares, ciertos queridos amigos me han aconsejado, diciendo: “Alabado sea el Señor que usted tiene un ministerio del Señor. Apreciamos que expone la Palabra, pero por favor, no hable acerca de la iglesia”. Hace poco hablé en una ciudad donde mis anfitriones me trataron honorablemente, pero me dijeron: “Todos valoran su ministerio en cuanto a la vida interior, pero no es el momento de tocar el tema de la iglesia”. Ellos hicieron todo lo posible para evitar que hablara sobre la iglesia, pero la última noche que estuve allí, dije: “No me es posible sujetarme a tal restricción; tengo que hablar algo sobre la iglesia”. Cuando comencé a leer Romanos 12 para decir algo sobre el Cuerpo, todos esos queridos amigos se contristaron. A la mañana siguiente, cuando nos íbamos, nadie vino a despedirse de nosotros. ¡Alabado sea el Señor, me gusta que me traten así! Me gusta sufrir por causa del Cuerpo de Cristo.
Muchos queridos amigos en el Lejano Oriente y en Europa me aconsejaron de la misma manera, no sólo en persona, sino también por medio de largos escritos. Dijeron que la obra del Señor entre nosotros es buena, pero que el tema de la iglesia es como moscas muertas que “hacen heder y dar mal olor al ungüento del perfumista” (Ec. 10:1). Tengo el título célebre de ser “el exponente más firme de la iglesia en el Lejano Oriente”. No soy digno de tener ese título. No soy nada ni nadie, pero ciertas personas me han dado tal título. Esta es la sutileza del enemigo. Alabo al Señor porque soy digno de sufrir de esta manera.
Publicamos un libro escrito en chino por el hermano Watchman Nee, que originalmente se llamaba Holy without Blemish [Santos y sin mancha]. Cuando tradujimos este libro al inglés, consideramos que deberíamos cambiar el título a The Glorious Church [La iglesia gloriosa]. Cuando el libro se publicó bajo el título Santos y sin mancha, se vendió muy bien. Muchas personas lo pidieron. Sin embargo, cuando le cambiamos el título a La iglesia gloriosa, no hubo muchas ventas, aunque era el mismo libro. Esto se debe a que el título menciona la iglesia. La iglesia es la piedra de tropiezo. ¡Cuán sutil es el enemigo! Tenemos que pelear la batalla a favor de la iglesia. Cuanto más me aconsejan a que no hable sobre la iglesia, más hablo sobre ella. Cuanto más intentan cerrar mi boca, más desearía tener dos bocas para poder hablar.
En una ciudad grande como Los Ángeles, hay muchas denominaciones y divisiones. Cuando alguien es salvo y llega a ser miembro del Cuerpo de Cristo, debe poner en práctica la vida del Cuerpo. ¿Cómo puede tal persona experimentar la vida del Cuerpo? ¿Debe ir a la Iglesia Católica? ¿Debe reunirse con los presbiterianos, con los bautistas o con los episcopales? ¿Dónde puede poner en práctica la vida del Cuerpo? Este es un verdadero problema; no es algo insignificante. Esta es la razón por la que debemos mantenernos firmes en el terreno apropiado de la iglesia, sin ningún elemento denominacional, sino en un terreno donde no hay división alguna. El terreno apropiado es el terreno de la localidad, el terreno local, el terreno único de la unidad de la iglesia.
Toda persona salva debe esforzarse por encontrar a otros creyentes en su ciudad, y debe reunirse con ellos, ayudarles y ser ayudado por ellos. Entonces esos creyentes, que no están en las denominaciones sino que simplemente viven en esa ciudad, deben reunirse —no para establecer algo ni para crear otra división—, sino a fin de mantenerse firmes en el terreno de la localidad donde están. Si aquellos que están en los “círculos pequeños” de las divisiones se dan cuenta de que tienen que abandonar tales círculos, entonces deben llevarlo a cabo. Pero si no se dan cuenta de ello, no es necesario hacer una obra proselitista para convertirlos. Hay muchas personas incrédulas a quienes podemos testificar, ministrarles Cristo, conducirlos a Cristo e introducirlos en la vida de iglesia apropiada. Poner esto en práctica es poner en práctica el terreno único de la unidad.
Si dicho hermano un día se muda a otra ciudad, primero debe estar consciente de que simplemente es un hermano en esa ciudad. Luego, debe esforzarse por encontrar a otros allí que mantengan la misma posición con respecto al terreno local, el terreno de la unidad. Cuando se reúna con ellos, debe intentar ayudarles y, a la vez, ser ayudado por ellos. Así, estos que se reúnen llegan a ser un grupo de creyentes que se mantienen firmes reunidos en el terreno apropiado en esa ciudad. Si en esa ciudad ya hay un grupo de creyentes que se reúnen en el terreno apropiado, el hermano debe estar dispuesto a sujetarse a ellos. No debe decir: “Esas personas me parecen raras. Cuando yo oro, lo hago de una manera silenciosa, pero ellos son muy emotivos cuando oran. No quiero unirme a ellos. Comenzaré una reunión en mi hogar donde pueda orar silenciosamente”. Si usted piensa de esta manera, al final establecerá una iglesia donde se “ora silenciosamente”. Quizás usted no proclame que esté haciendo eso, y tal vez afirme que no es una persona sectaria ni denominacional; pero, en realidad, eso es lo que está haciendo. Este es el problema con las divisiones. Si dicho hermano encuentra un grupo de creyentes que están firmes reunidos en el terreno apropiado, entonces no importa cómo hagan sus reuniones, cómo lleven a cabo su servicio ni cómo oren, él tiene que reunirse con ellos.
Decir esto es fácil, pero incluso en los últimos dos años hemos sido puestos a prueba en cuanto a esto. Algunos hermanos oyeron acerca de nuestra reunión en Los Ángeles y vinieron a nosotros pensando que seguramente estábamos en el tercer cielo. Sin embargo, cuando llegaron se dieron cuenta de que estábamos en “el valle”. Comenzaron a preguntar de una manera divisiva: “¿Por qué esto? y ¿Por qué lo otro?”. Si alguien hace preguntas de esta índole, ciertamente se conducen de manera facciosa. La respuesta a “Por qué esto?”, es simplemente que somos la iglesia en Los Ángeles. La respuesta a “Por qué lo otro?”, es que somos, en principio, tal como la iglesia en Jerusalén o como la iglesia en Antioquía. Si a alguien no le interesa reunirse con la iglesia en el terreno local, no tiene por qué formar otra reunión en esa ciudad. Hacer esto sería faccioso. Alguien puede decir: “Estas pobres personas en Los Ángeles oran, pero están ‘en el valle’. Yo quiero reunirme donde pueda orar ‘en los cielos’”. Lo puede hacer, pero debe ir a otra ciudad para hacerlo. Sin embargo, cuando llegue a esa otra ciudad, quizás encuentre a otro grupo de personas que están firmes reunidos en el terreno apropiado. Si intenta irse incluso a otra ciudad, allá también debe tomar la posición sobre el terreno apropiado en esa ciudad. Finalmente, debe someterse a otros o creará una división. No tenemos ningún derecho a crear una división.
Alguien puede argumentar diciendo: “Ya que ustedes dicen que no tiene el derecho de crear una división, entonces, ¿por qué no se unen a nuestro círculo? ¿Por qué se separan de todos los círculos? ¿No es eso una división?”. No podemos unirnos a ningún “círculo” porque todos ellos son divisiones. Unirse a cualquiera de esos círculos es unirse a una división. ¿Cómo podríamos hacer eso? Debemos apartarnos de todas las divisiones. Consideremos el cuadro de Israel en la buena tierra. Cuando Dios condujo a Su pueblo a la buena tierra, escogió a Jerusalén como el único lugar donde Israel podía reunirse y adorar a Dios. Según Deuteronomio 12—16, Jerusalén era el único centro de adoración designado por Dios. El versículo 5 del capítulo doce dice: “Sino que el lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí Su nombre para Su habitación, ése buscaréis, y allá iréis”. Todos los que pertenecían a las doce tribus de Israel tenían que ir a este único lugar. Nadie tenía derecho a establecer otro lugar de adoración, sin importar la razón. Fue mediante este único centro de adoración que la unidad de las doce tribus fue guardada a través de los siglos.
Supongamos que los israelitas tuvieran derecho a establecer otros centros de adoración. Después de cinco años, otro pequeño centro se hubiera establecido en el norte, y después de otros cinco años, más centros se hubieran establecido en otras regiones. Por causa de todos estos centros, el pueblo de Dios finalmente se habría dividido. Sin embargo, no se les permitió hacer eso. No tenían ningún derecho de hacer esto. Quizás un israelita se haya peleado con su vecino momentos antes de la fiesta de los Tabernáculos. No obstante, cuando llegaba la hora de la celebración, tanto él como su vecino tenían que ir a Jerusalén, puesto que eran varones que pertenecían al pueblo de Israel. Si uno veía al otro camino a Jerusalén, no tenía derecho a decir: “¿Vas para allá? Entonces yo no voy. Estableceré un centro de adoración aquí”. Si hiciera eso, sería cortado del pueblo de Israel. Ser cortado era sufrir la muerte; este era un asunto muy grave. Todos los varones del pueblo de Israel tenían que ir al único lugar tres veces al año. Para no ser cortados del pueblo, todos tenían que ir al mismo lugar, incluso si su enemigo estuviera allí. No sólo tenían que ir a ese lugar, sino también tenían que adorar a Dios ofreciéndole la ofrenda de paz y compartiéndola con los demás. Esto forzaba a que ellos dijeran: “Hermano, perdóname”. Entonces experimentaban lo que dice el Salmo 133:1 “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es / Habitar los hermanos juntos en unidad!”.
Según Deuteronomio 12—16, no había posibilidad de que hubiera división; no había opción ni alternativa semejante. Todos los israelitas estaban restringidos y limitados. Dios había escogido el lugar donde Su pueblo tenía que ir, y ellos no tenían derecho alguno a elegir por sí mismos. Ciertamente todos tenían derecho a disfrutar del noventa por ciento del producto que cosechaban de la buena tierra en cualquier lugar de su elección y en cualquier momento; sin embargo, no tenían derecho a elegir el lugar en donde disfrutar el diezmo. Para disfrutar de esa porción sobreabundante de la tierra, tenían que ir al único lugar escogido y designado por Dios. Esto tipifica nuestra experiencia de hoy. Por una parte, tenemos derecho a disfrutar y experimentar a Cristo en cualquier momento y en cualquier lugar que queramos. Sin embargo, si hemos de llevar la vida de iglesia con el fin de disfrutar a Cristo de una manera corporativa, en adoración al Padre, no tenemos alternativa; tenemos que llevar esto a cabo en el centro único, a fin de guardar la unidad del Cuerpo.
El pueblo de Israel hizo lo que Dios le ordenó, pero una vez que fueron capturados, fueron exiliados a Babilonia y a otros lugares por setenta años. Después de setenta años, el Señor los llamó con el fin de que volvieran para guardar la unidad. Sin embargo, no todas las personas que estaban en el exilio volvieron, sino solamente un número pequeño, una minoría. Cuando este grupo pequeño regresó al lugar de la unidad, espontáneamente se separaron de aquellos que no volvieron. Esto fue una separación, pero no una división. Simplemente volvieron para recobrar la unidad apropiada en el terreno apropiado. Los que causaron la división fueron los que insistieron en quedarse en Babilonia; aquellos que volvieron recuperaron la unidad, pero los que permanecieron en el exilio se quedaron en división.
Algunos de los que permanecieron en el exilio pudieron haber dicho: “Esdras y Nehemías, ustedes predican que tenemos que guardar la unidad del pueblo del Señor. ¿Por qué, entonces, se separan de nosotros? ¿Por qué no se quedan y se unen a nosotros? Por una parte, ustedes predican sobre la unidad, pero por otra, crean división”. Si alguien nos hace tales preguntas, debemos contestar: “Hermano, ven conmigo. Podemos guardar la unidad sólo en el terreno apropiado. Mientras estemos fuera del terreno apropiado, permanecemos en división. Así que, no me es lícito unirme a ti. Si lo hago, me uno a la división”.
Alguien podría decir: “¿Pero qué pasó con Daniel? Daniel se quedó en Babilonia y no volvió del exilio”. Es verdad que, bajo la soberanía del Señor, Daniel no volvió. No obstante, el corazón y los ojos de Daniel siempre se volvían a Jerusalén. Día tras día Daniel mantenía las ventanas abiertas hacia Jerusalén y oraba (Dn. 6:10). No debemos tomar el caso de Daniel como excusa para no volver a la unidad. No debemos quedarnos atrás. No podemos tener la unidad verdadera en el terreno incorrecto; tenemos que volver al terreno apropiado. No podemos experimentar la verdadera unidad en una denominación. Unirse a una denominación es unirse a una división.
Algunos israelitas dejaron Babilonia, pero se quedaron a mitad del camino en las tierras árabes y no llegaron al terreno apropiado. Al hacer esto, crearon otra división. Otros dejaron Babilonia y volvieron a lugares muy cerca de Jerusalén, pero se detuvieron allí. Eso creó aun otra división. Tenemos que volver al terreno único, al terreno de la unidad, al terreno local. Algunos dirán: “Hemos abandonado las denominaciones. Ahora tenemos grupos libres en nuestros hogares”. Sin embargo, ese terreno puede estar en “las tierras árabes” e incluso estar cerca de Jerusalén, pero ciertamente no es el terreno apropiado. Todavía está en división.
Hoy en día, la nación de Israel tiene sólo varios millones de personas. Sin embargo, en Nueva York hay más judíos que en la tierra de Israel. ¿Quiénes son los que están en división: los que volvieron a Palestina para formar la nación de Israel o los que están en Nueva York? Ciertamente los que permanecen en Nueva York están en el terreno equivocado. Si alguno desea poner en práctica la unidad judía, tiene que regresar a Israel. Nadie puede poner en práctica la unidad genuina de los israelitas si permanece en Nueva York. En este ejemplo vemos que Nueva York no es un terreno que guarda a los israelitas en unidad, sino que los divide.
Podemos usar también el ejemplo de una universidad a la que asisten miles de estudiantes. Es posible que la escuela llame a todos los estudiantes para que se reúnan en el auditorio; sin embargo, a la mayoría de los estudiantes no les gusta ir allí. Unos prefieren reunirse en otro edificio, otros en un dormitorio, otros en sus cuartos, y aun otros, fuera del recinto universitario. Todos se aferran a su propia elección y gustos particulares, y la mayoría no acata las reglas de la escuela. Sólo un grupo pequeño —quizás veinte o treinta— considera que, puesto que son estudiantes de esa escuela, tienen que respetar la orden de la escuela y reunirse en el lugar apropiado. Entonces llaman a los otros y les dicen: “Amigos, es hora de reunirnos juntos”. ¿Quiénes son los que toman el terreno apropiado, y quiénes toman el terreno incorrecto? Todas las otras reuniones son incorrectas, esto es, son divisiones. Solamente este grupo pequeño de estudiantes se está esforzando por guardar la unidad de la escuela. Quizás a una de las otras reuniones asistan veinte mil estudiantes, pero ellos siguen siendo una división, puesto que su terreno es incorrecto. Tenemos que guardar la unidad en el terreno apropiado.
Somos seres humanos y, como tales, tenemos que ser cristianos. Ser un cristiano significa ser un miembro del Cuerpo. Como miembros del Cuerpo, debemos llevar la vida del Cuerpo, y para llevar la vida del Cuerpo, debemos estar en el terreno apropiado, mantenernos firmes en él y poner en práctica la vida de iglesia apropiada. Esto es muy importante; este no es un asunto insignificante. Sin el terreno apropiado, no habrá protección contra las divisiones. Si no tomamos el terreno apropiado, aunque quizás hoy estemos contentos, después de dos meses tal vez todos estemos tristes. Quizás alguien comience una reunión en otro lugar y considere que no hay diferencia entre los dos lugares de reunión. Luego, después de cinco meses, alguien quizás comience un tercer lugar de reunión. Esto puede continuar incesantemente si no hay una protección, una norma o una limitación. Pero, si todos estamos en el terreno apropiado y recibimos la visión y la luz acerca del terreno apropiado de la iglesia, esto nos restringirá. La puerta a las divisiones será cerrada. Nadie entre nosotros podrá causar una división, puesto que sabremos que para guardar la unidad en la vida de iglesia, debemos mantenernos firmes en el terreno apropiado.
No debemos permanecer en las denominaciones, porque son divisiones. Sin embargo, si alguien desea permanecer en ellas, no hay necesidad de discutir con tal persona ni intentar convencerle de que salga de allí. En repetidas ocasiones, tanto en el Lejano Oriente como en el mundo occidental, cristianos se me han acercado y me han dicho: “Hermano Lee, no considero que sea necesario que yo deje las denominaciones”. Les he dicho: “Hermanos, tengan paz de hacer lo que quieran”. Si desean permanecer allí, déjenlos, pero lamentablemente, al final, sufrirán pérdida.
Algunos quizás piensen que debemos ir a las denominaciones y tener comunión con ellos a fin de que vean lo que nosotros tenemos. Hemos hecho esto muchas veces. En 1937 viajé a través de casi todas las provincias del norte de China con este propósito, pero hubo muy poco resultado. En Hechos 13 vemos que los apóstoles se esforzaron por ministrarles la Palabra a los judíos, pero éstos los rechazaron. Entonces el apóstol dijo: “He aquí, nos volvemos a los gentiles” (v. 46). Ya que las denominaciones nos rechazan, nosotros debemos volvernos a los gentiles. No puedo olvidar la plática que sostuvimos el hermano Nee y yo, en mayo de 1934, mientras conducíamos de Shangai a una pequeña ciudad cercana. Mientras conducía, él se volvió a mí y dijo: “Hermano Lee, no nos queda otro camino mas que volvernos a los gentiles”. Él dijo esto porque, en aquel entonces, habíamos sido rechazados por el cristianismo en China. Las personas usaban nuestros escritos sobre el evangelio, la edificación y la vida divina, pero no aceptaban nuestra posición con respecto a la iglesia. Nos rechazaron debido a esto. La gente venía a nosotros en secreto para comprar nuestros libros; les gustaban nuestros libros y los usaban, pero no estaban dispuestos a tomar el camino de la iglesia. Por tanto, el hermano Nee se vio obligado a decir: “Volvamos a los gentiles”.
Alabamos al Señor que después de algunos años la obra comenzó de una manera prevaleciente entre los gentiles. Muchas personas fueron introducidas en la vida de iglesia. Centenares de nuevos convertidos eran bautizados diariamente. Nuestro éxito depende de nuestra fidelidad al Señor. No vean el ambiente ni la situación actual; debemos tener fe y recibir la visión.