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Mensajes del libro «Terreno de la iglesia y las reuniones de la iglesia, El»
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CAPÍTULO CUATRO

CUATRO PUNTOS PRINCIPALES EN CUANTO A LA REUNIÓN DE LA MESA DEL SEÑOR

  Lectura bíblica: 1 Co. 10:21; 11:23-25; 1 Co. 15:45; Jn. 4:24; 1 Jn. 2:23; He. 2:11b-12; Mt. 26:30

RECORDAR AL SEÑOR EQUIVALE A PARTICIPAR DE ÉL

  Hay cuatro puntos principales que debemos poner en práctica en la reunión de la mesa del Señor. En primer lugar, recordar al Señor en Su mesa equivale a participar de Él. La base bíblica de esto se encuentra en 1 Corintios 10 y 11. En el capítulo once, los versículos del 23 al 25 dicen: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he trasmitido: Que el Señor Jesús, la noche que fue traicionado, tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Esto es Mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó también la copa, después de que hubieron cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto establecido en Mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí”. Esto nos muestra que recordar al Señor verdaderamente consiste en tomarle, comerle y beber de Él.

  Comer y beber algo es participar de ello. El versículo 21 del capítulo diez aclara: “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios”. Al decir que participamos del Señor, no estamos usando nuestras propias palabras; en la Biblia hallamos esta frase: participar de la mesa del Señor. Puesto que se trata de una mesa, debe de ser algo que disfrutamos. En 1 Corintios 11 se menciona el comer y el beber, y en el capítulo diez se menciona la mesa y quien participa de ella. Todo esto muestra claramente que recordar al Señor, celebrar la mesa del Señor, equivale a ser partícipes del Señor mismo. Cuando asistimos a la mesa del Señor, no sólo le recordamos meramente pensando en Él, sino que participamos del Señor mismo, lo disfrutamos, comemos y bebemos de Él y nos sentamos a Su mesa con los santos para compartirlo unos con otros. Este es el primer significado de la mesa del Señor.

  Este pensamiento, concepto y entendimiento ha sido pasado por alto en el cristianismo actual. Hoy muchos cristianos, al asistir a la llamada santa comunión, consideran que deben recordar lo que Jesús hizo por nosotros, teniendo presente que Él era el Hijo de Dios y que murió en la cruz por nosotros. Sin embargo, cuando asistimos a la mesa, debemos hacerlo con el fin de recibir al Señor mismo; venimos a participar del propio Señor. La mesa del Señor es una mesa donde el Señor mismo se nos presenta como un banquete. Él se ha dado a nosotros por medio de Su muerte y resurrección; ahora, no nos ofrece primero Su sangre, sino Su cuerpo. El hecho de que se mencione primero Su cuerpo y Su sangre después, comprueba que Él se ofrece a Sí mismo a nosotros en resurrección. A pesar de que el Señor estableció la mesa antes de Su muerte, la estableció en anticipación a Su resurrección. Él se ha dado a nosotros por medio de Su muerte, y se ha presentado ante nosotros en Su resurrección. Ahora, en Su resurrección, venimos a Su mesa a fin de disfrutarle, tomarle como nuestro banquete, y comer y beber de Él.

PREPARARNOS AL EJERCITAR NUESTRO ESPÍRITU

  El segundo punto principal acerca de la mesa del Señor tiene que ver con que ejercitemos nuestro espíritu. La manera en que venimos a la mesa del Señor para participar del Señor, es decir, para comer y beber del Señor, es al ejercitar nuestro espíritu. Si no sabemos cómo ejercitar nuestro espíritu, no podemos disfrutar al Señor. No se le da la suficiente importancia a este asunto. Siempre que venimos a la mesa del Señor, tenemos que comprender que venimos a fin de participar del Señor mismo; por tanto, necesitamos ejercitarnos en cuanto a esto. Antes de ir a un delicioso banquete, tenemos que prepararnos. Muchas veces, cuando me han invitado a cenar, le he preguntado al que me invitaba qué era lo que se iba a servir. Si el plato era algo que realmente me gustaba, preparaba mi apetito durante todo el día hasta que llegara el tiempo de la cena. Entonces podía ir y disfrutar la comida apropiadamente. Venir a la mesa del Señor consiste en participar del Señor mismo, disfrutar de Él, comerle y beberle. Para esto tenemos que preparar nuestro espíritu. Por tanto, el segundo elemento importante de esta reunión es el ejercicio de nuestro espíritu.

  Siempre que asistimos a la mesa del Señor, debemos tener presente que venimos a disfrutar al Señor. Hoy el Señor es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), y Él se imparte en nosotros mediante nuestro espíritu. Por tanto, tenemos que ejercitar nuestro espíritu. La base más clara para comprobar esto en la Biblia se halla en Juan 4 y 6. Juan 6:63 dice: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Podemos agregarle a esto Juan 4:24, que dice: “Dios es Espíritu; y los que le adoran [es decir, los que tienen contacto con Él, le disfrutan y participan de Él], en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Así que, tenemos que ejercitar nuestro espíritu.

  También debemos dejar a un lado todas nuestras preocupaciones. Esto significa que no sólo debemos preparar nuestro espíritu, sino que tenemos que abrir nuestro espíritu de manera profunda. Abrir la parte más profunda de nuestro ser no se refiere sólo a que tengamos una mente y un corazón abiertos, sino, más bien, a que abramos nuestro espíritu. Siempre que vayamos a la mesa, tenemos que prepararnos abriéndonos al Señor desde nuestro espíritu, desde lo más profundo de nuestro ser. No sólo se trata de que nuestros pecados hayan sido perdonados y que nos hayamos deshecho de las cosas mundanas, sino que abandonemos cualquier cosa que nos preocupe y que, desde lo más profundo, abramos nuestro ser al Señor. Entonces nuestro espíritu estará preparado y ejercitado.

PERCIBIR LA ATMÓSFERA EN LA REUNIÓN Y SEGUIR EL FLUIR DEL ESPÍRITU

  En primer lugar, debemos darnos cuenta de que venimos a la mesa a fin de participar del Señor. Luego, en segundo lugar, tenemos que preparar nuestro espíritu y ejercitarlo. El tercer asunto práctico acerca de la mesa del Señor es aún más importante: tenemos que percibir la atmósfera de la reunión y seguir el fluir. Estos asuntos son muy estratégicos. Para tener una buena reunión de la mesa del Señor, debemos poner en práctica estos puntos principales.

  Seguir el fluir en la reunión se asemeja a servir comida en un banquete, lo cual requiere que sepamos la manera apropiada de servir alimentos. Si hemos de servir bistec como plato principal, debemos servir el bistec primero, es decir, no podemos servir helado como primer plato. Debemos saber cuál es el primer plato y cuál es el segundo. Entonces podremos disfrutar de dicho banquete, con sus platillos apropiados. Cuando venimos a la mesa del Señor, tenemos que detectar la atmósfera de la reunión y seguir el fluir. En esa reunión, ¿se servirá “bistec”, o se servirá “pescado”? Podemos, por ejemplo, recalcar lo que el Señor es, o podemos centrarnos en la ascensión y la gloria del Señor.

  Siempre hay un fluir definido en la reunión. Podemos dar un ejemplo de tal fluir comparándolo con un equipo que juega un partido. En el baloncesto, los cinco miembros del equipo no juegan con más de una sola pelota, o sea, sólo se juega con una pelota. En este sentido, la pelota sigue un fluir, como si estuviera en un arroyo. Si uno de los jugadores de baloncesto empleara un balón de fútbol, y otros jugaran usando otras clases de pelotas, el partido sería un desorden. En los juegos verdaderos, todos los jugadores usan una sola pelota y siguen un solo fluir. Para hacer esto, tenemos que practicar mucho.

  Aunque aparentemente no hay nada malo con nuestra reunión de la mesa del Señor, la corriente del Espíritu en ocasiones es demasiado baja. Esto se debe a que no ejercitamos nuestro espíritu lo suficiente, o sea, nuestro espíritu no está muy viviente ni fuerte. Quizás se deba a que tengamos temor de cometer errores, y esto nos ahoga y apaga el Espíritu.

  En ocasiones, el hecho de que se pida cantar himnos puede obstaculizar el fluir de la oración. Por ejemplo, es posible que al principio de la reunión haya un genuino fluir de oración, pero que éste no haya sido aún expresado completamente; ese no es el momento apropiado para pedir un himno. Cualquier himno que se pida en ese momento impedirá que fluyan más oraciones en el espíritu. Otras veces, es posible que la adoración al Padre sea la mejor porción de la reunión, pero justo en el momento en que se llega al punto más elevado, pedir que se cante algún himno obstaculizaría el fluir. Dicho himno puede ser como agua fría que se vierte sobre el fuego. Justo en el momento en que tenemos el sentir de que dos o tres oraciones más nos llevarían al punto culminante de la reunión, nuestra boca puede ser cerrada por un himno incorrecto. Pedir un himno de esta manera es el resultado de seguir los formalismos, los rituales y el conocimiento. Por tanto, tenemos que aprender a percibir el fluir. Tenemos que olvidarnos del conocimiento. Primero tenemos que percibir el fluir, y luego debemos valernos del conocimiento correcto para hacer las cosas apropiadamente. Cuando haya un fluir genuino de oración, no debemos hacer nada que lo obstaculice.

  A veces necesitamos cantar un himno a fin de despertar el espíritu de oración. Sin embargo, otras veces no debemos pedir un himno porque el espíritu de oración ya está presente. Pedir un himno en ese preciso momento detendría el espíritu de oración. Tenemos que seguir el fluir y no prestarle mucha atención al conocimiento. Decir que siempre se requiere un himno después de que se ofrezcan cuatro o cinco oraciones con el fin de corresponder a dichas oraciones, es actuar según el conocimiento. El conocimiento de la letra mata. Debemos prestar atención al fluir. Si hay un fluir viviente, no lo obstaculicemos. Permitamos que el fluir siga con toda libertad. Debemos aprender a ejercitar el espíritu a fin de liberar nuestro sentir interior, y debemos aprender a ejercitar el sentir interior a fin de seguir el fluir.

LA ADORACIÓN AL PADRE

  El cuarto punto principal acerca de la mesa del Señor es la adoración al Padre. El Espíritu Santo siempre conduce a las personas a Cristo, el Hijo. Cuando el Espíritu Santo nos inspira, declaramos: “¡Jesús es Señor!” (1 Co. 12:3). De la misma manera, el Hijo siempre conduce a las personas al Padre. Si tenemos al Hijo, también tenemos al Padre. En 1 Juan 2:23 dice: “El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre”. El principio aquí consiste en que cuando el Espíritu Santo nos toca interiormente, entonces Cristo el Hijo es hecho real a nosotros, y cuando experimentamos al Hijo, Él nos conduce al Padre. Por tanto, después de que hayamos experimentado al Señor en Su mesa, no deberíamos concluir la reunión todavía. Según el principio subyacente, después de que hayamos experimentado al Hijo, Él nos conduce al Padre. No es correcto concluir la mesa del Señor sin ir al Padre.

  Hebreos 2:11b y 12 dicen: “No se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: ‘Anunciaré a Mis hermanos Tu nombre, en medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas’”. ¿Cuándo es que el Señor Jesús alaba al Padre en la iglesia? Tiene que ser después de que los santos en la iglesia hayan celebrado la mesa del Señor. Después de que hayamos experimentado al Señor, el Hijo nos lleva al Padre a fin de alabar al Padre en medio de Sus hermanos. Mateo 26:30 dice que después de que el Señor estableció Su mesa, vino al Padre para tener contacto con Él cantándole un himno junto con los discípulos. Este es el principio gobernante. Siempre que disfrutemos al Señor, debemos ser conducidos al Padre por medio del Señor. Esta es la razón por la que después de que disfrutemos la mesa, debemos ser guiados por el Señor en adoración al Padre. La primera parte de la reunión de la mesa tiene como fin hacer memoria del Señor al participar de Él. Después de haber participado del Señor, la segunda parte de la reunión es el tiempo en el que adoramos al Padre, siguiendo al Señor como Hijo primogénito. Somos los muchos hijos que seguimos al Hijo primogénito para adorar al Padre.

  Estos cuatro puntos principales han sido pasados por alto en el cristianismo actual. Ni la Iglesia Católica ni las llamadas iglesias reformadas prestan atención a estos asuntos al celebrar la “santa comunión”. Si hemos de celebrar la mesa del Señor, debemos aprender estos cuatro asuntos principales. Venimos a la mesa a fin de participar del Señor mismo. Por tanto, tenemos que preparar nuestro espíritu, limpiarnos y ejercitar el espíritu para tener contacto con el Señor y disfrutarle. Además, debemos aprender la técnica en cuanto a percibir la atmósfera de la reunión y seguir el fluir que haya en la misma. Si todos actuamos como un “equipo”, disfrutaremos del Señor adecuada y apropiadamente. Como resultado de este disfrute en el espíritu, obtendremos al Hijo. Entonces, el Señor, el Hijo del Padre, nos guiará al Padre, y le seguiremos para adorar juntos al Padre. De esta manera, tendremos una reunión completa de dos partes y con dos propósitos: recordar al Señor y participar de Él, así como adorar al Padre y alabarlo.

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