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Mensajes del libro «Testimonio de Jesús, El»
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CAPÍTULO CINCO

LAS IGLESIAS COMO CANDELEROS DE ORO SON EL TESTIMONIO DE JESÚS

  Lectura bíblica: Ap. 1:1-5, 9-13; 12:17; 19:10; 3:14; Éx. 25:31-32, 37

EL LIBRO DE APOCALIPSIS ES LA MÁXIMA CONSUMACIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

  Por ser el último libro de la Biblia, Apocalipsis es la máxima consumación de la revelación divina. Incluso cuando los hombres escriben algo o dan un discurso, la última palabra es importante. La Biblia es una extensa historia que consta de sesenta y seis libros, pero si careciera del último libro nos perderíamos mucho. Si solamente leyéramos de Génesis a Judas, quedaríamos desorientados sin saber cuál sería la meta de la Biblia, Su destino, Su conclusión y la revelación máxima de Dios mismo. Todos debemos ver que este libro es de crucial importancia para nuestra vida cristiana, especialmente en el final de los tiempos.

Revela el propósito eterno de Dios de tener un edificio

  El propósito eterno de Dios es tener un edificio. La Biblia comienza con la creación, pero concluye con una ciudad. Esto nos dice que la obra de Dios comenzó con la creación y se consumará en un edificio. Génesis 1:1 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, pero al final de la Biblia lo que vemos no es simplemente un cielo nuevo y una tierra nueva. Si todo el universo sólo fuese los cielos y la tierra, estaría vacío. Quizás prefiramos los cielos, pero si la meta de Dios no se cumpliese en los cielos, éstos estarían vacíos. Es en la tierra donde existe algo que conseguirá la meta de Dios. Por eso vemos al final de la Biblia tres cosas nuevas: el cielo nuevo, la tierra nueva y la Nueva Jerusalén (Ap. 21:1-2). Si entráramos en el cielo nuevo y la tierra nueva, y la Nueva Jerusalén no estuviera allí, tendríamos que llorar. Sin la Nueva Jerusalén, no tendríamos hogar en el cielo nuevo y la tierra nueva, ni tampoco tendríamos una ciudad o un edificio donde reunirnos con el Señor. Hablando con propiedad, al final Dios no estará en los cielos ni en la tierra, sino en la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es Su meta final. Esto nos demuestra que para conocer a Dios, tenemos que conocer el libro de Apocalipsis.

Presenta la revelación de Jesucristo

  Hasta cierto grado, Apocalipsis contiene ciertas enseñanzas y profecías, pero no es un libro que trata simplemente de estas cosas. Los primeros dos versículos de este libro nos hablan de la revelación de Jesucristo. Entre los maestros cristianos y estudiantes de la Biblia se debate mucho sobre la breve frase la revelación de Jesucristo en 1:1. Algunos dicen que se refiere a la revelación dada por Cristo. Sin embargo, esta frase significa que este libro es la revelación en cuanto a Cristo mismo; el libro nos revela a Cristo mismo. La palabra revelación se refiere a descorrer una cortina o un velo. Si un velo cubriese a una persona, nosotros no podríamos verla, y por mucho que estudiemos acerca de ella, menos la conoceremos con exactitud. Esto nos muestra la situación que impera en el cristianismo actual. El libro de Apocalipsis tiene como propósito revelar, pero cuanto más las personas lo leen, más veladas se encuentran. Hasta el día de hoy, es posible que aún muchos de nosotros no veamos lo que hay en este libro. Algunos dirán que este libro nos habla de bestias y que una de ellas tiene diez cuernos y siete cabezas (13:1-2, 11). Quizás otros llegan a ver que los siete candeleros son las siete iglesias, pero no saben por qué las iglesias están simbolizadas por los candeleros (1:12, 20).

  En el libro de Apocalipsis deberíamos ver a una sola persona, Jesucristo, porque este libro es la revelación y manifestación de Jesucristo. Como hemos dicho anteriormente, podemos comparar este libro con un cuadro. Podemos tener un cuadro de un león, pero a fin de resaltar al león, necesitaríamos cierto fondo y cierto entorno. Los mejores cuadros siempre cuentan con los más bellos fondos y entornos. El personaje principal en el libro de Apocalipsis es Cristo como el León de la tribu de Judá (5:5), pero para describir a este León maravilloso, Apocalipsis se vale de ciertos fondos y entornos. La primera visión presentada en este libro es la de un León que anda en medio de los siete candeleros; pero hasta ese momento, Él aún no tiene la forma de un león. Cuando anda en medio de los candeleros, Él es el Sumo Sacerdote (1:12-13). Después, vemos a muchos otros personajes que entran en el escenario. En el capítulo 12 vemos a una mujer maravillosa (vs. 1-5); no es fácil determinar el lugar donde ella se encuentra porque está vestida del sol, tiene la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Luego, vemos que entra una serpiente sigilosamente (v. 9) y, después, a dos bestias (13:1-2, 11). Todos estos “personajes” aportan al cuadro un maravilloso fondo. Finalmente, después de atravesar por un largo trayecto, el León, como Rey de reyes y Señor de señores, es entronizado en el centro de la Nueva Jerusalén. Éste es el “cuadro” del León divino en el libro de Apocalipsis. Una vez que hayamos visto este cuadro, sabremos entonces qué somos y dónde estamos. No somos la serpiente que se arrastra ni tampoco somos una de las bestias. Somos los candeleros de oro.

Conocer a Cristo no sólo como el Cordero redentor, sino también como el León vencedor

  Algunos cristianos enfocan su atención en la serpiente, en las bestias y en la mujer, y pasan por alto a Cristo. Ellos estudian el fondo del cuadro, pero pasan por alto el personaje principal. Tenemos que ver la revelación de Cristo en el libro de Apocalipsis. Todos los cristianos conocen al Cristo del que se habla en los cuatro Evangelios, pero son muy pocos los que ven a Cristo en el libro de Apocalipsis. El Cristo de Apocalipsis es muy diferente al Cristo de los cuatro Evangelios. El Evangelio de Juan dice que Él es el Cordero (1:29). Apocalipsis también nos dice que Cristo es el Cordero, pero nos dice algo más. Él ya no es solamente el Cordero, sino que ahora es el León. Este León no es igual que el Cordero. ¿Es nuestro Cristo hoy el Cordero o el León? Podemos afirmar que Él es el León, pero en lo que refiere a nuestra experiencia, Él sigue siendo el Cordero. En Apocalipsis 5 el ángel lo presenta como el León de la tribu de Judá, pero cuando Juan se volteó para verle, él vio un Cordero (vs. 5-6).

  Hoy el Señor ya no es solamente el Cordero. En los cuatro Evangelios Él es el Cordero, pero en Apocalipsis Él es el Cordero-León. Para nosotros los que lo amamos, el Señor es el Cordero, pero para aquellos que no lo aman, Él es el León. Para nosotros Él es el Cordero, y para el enemigo, el mundo y las cosas pecaminosas, Él es el León. Puesto que lo amamos y Él es para nosotros el Cordero, ¿por qué entonces, Él también tiene que ser el León? Porque hay aún muchas cosas negativas en nuestro ser. Él murió en la cruz como el Cordero de Dios para redimirnos, pero incluso después de que hemos sido redimidos, seguimos siendo una mezcla de muchas cosas negativas. Por tanto, Él tiene que ser también el León a fin de purificarnos de tales cosas.

  En los Evangelios, Juan se reclinaba en el pecho de Jesús. Juan era íntimo para con Él, y Jesús era bueno, encantador, tierno, amable y cariñoso con Juan. Sin embargo, cuando Juan vio de nuevo a Jesús en Apocalipsis, él se espantó y cayó como muerto a Sus pies (Jn. 13:23; Ap. 1:17). De Su boca no salían palabras de gracias, sino una espada aguda de dos filos (Lc. 4:22; Ap. 1:16). En el Evangelio de Juan, Jesús miraba a la gente y lloraba por ellos, y Su mirada encantadora verdaderamente los cautivaba. Sin embargo, en Apocalipsis Sus ojos son como llama de fuego que ardían e iluminaban (Jn. 11:35; Lc. 22:61; Ap. 1:14). Por tanto, podemos decir con plena libertad que el Cristo de Apocalipsis es diferente al Cristo de los Evangelios. Todos necesitamos ver que este Cristo es diferente.

CRISTO ES EL TESTIMONIO DE DIOS

  En Apocalipsis 1:2 se menciona “el testimonio de Jesús”. El testimonio de Jesús es la revelación completa de Cristo. Yo llevo ministrando más de doce años en los Estados Unidos y he hablado de muchas cosas. Sin embargo, en todos estos años el tiempo no era adecuado para ministrar plenamente acerca del testimonio de Jesús. He dedicado mucho tiempo para llegar a un entendimiento correcto sobre el testimonio de Jesús, y por muchos años esto era un misterio para mí. Algunos dirán que el testimonio de Jesús es nuestro vivir tal como Él vivió. Él era manso, humilde, amable y tierno, y si llevamos una vida de esa manera, seremos Sus testigos. Hace cuarenta años acepté esta interpretación, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que esa interpretación no era adecuada. En el Nuevo Testamento la misma palabra en griego se traduce como “testimonio” y “testigo”. Un testimonio es un testigo. La diferencia principal está en que la palabra testigo puede usarse como un verbo, cuyo significado es el de dar testimonio o testificar. Cuando funciona como sustantivo, ambas palabras testimonio y testigo pueden referirse tanto a la cosa de la cual se testifica o a la persona que da el testimonio. Jesús es el testimonio de Dios, Él expresa a Dios delante de los hombres. Todos los hombres saben que Dios existe, pero nadie jamás lo ha visto. Sin embargo, existe en este universo un hombre que incluso vivió en la tierra y cuyo nombre era Jesús, quien fue y aún sigue siendo el testimonio de Dios. Todo lo que Dios es lo vemos en Él (Jn. 1:18). Jesús da testimonio de Dios no solamente mediante Sus palabras y Sus hechos, sino también con lo que Él mismo es. Su propio ser es el testimonio de Dios.

LAS IGLESIAS SON EL TESTIMONIO DE JESÚS

  Sin embargo, ahora Dios necesita el agrandamiento de Su testimonio, que es la iglesia. Cristo es el testimonio de Dios, y la iglesia es el testimonio de Jesús. Lo que Dios es, es expresado completamente en Jesús, y lo que Cristo es debe ser plenamente expresado en la iglesia. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento hablan del candelero de oro. En Éxodo vemos un solo candelero, singular (25:31-40). Este candelero simboliza a Cristo que, como testimonio de Dios, resplandece como luz divina en las tinieblas. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, ya no hay un solo candelero sino que hay siete (Ap. 1:11-12, 20). Los candeleros ya no son uno solo, ya no son singular en número sino plural, ya no son individuales sino colectivas. Ahora el testimonio de Dios no es un asunto individual sino corporativo. El número siete denota compleción y perfección. En Apocalipsis vemos la compleción del candelero. En el Antiguo Testamento el candelero simbolizaba a Cristo de forma individual y en el Nuevo Testamento los siete candeleros simbolizan a las iglesias de manera corporativa. El testimonio de Dios en el Antiguo Testamento era una entidad individual, pero en el Nuevo Testamento es corporativa. Incluso en el Antiguo Testamento ya había indicios en cuanto a la pluralidad del candelero. El candelero tenía seis brazos, tres en cado uno de los lados, y siete lámparas. Esto significa que el Cristo único se ramificaría para llegar a ser séptuple. En el Antiguo Testamento Cristo era uno solo como el candelero con siete lámparas. Entonces, en el Nuevo Testamento hay siete candeleros, lo cual indica que el único Cristo se “ramificó”. Así como Él es el testimonio de Dios, las iglesias son Su testimonio.

  Apocalipsis 1:1 y 2 revelan que este libro no sólo es la revelación de Cristo, sino también un relato acerca del testimonio de Jesús, y como tal, este libro habla de las iglesias. El versículo 9 dice: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús”. Inmediatamente después de esto, Juan recibió la visión de los siete candeleros, esto es, las iglesias locales, junto con el Cristo maravilloso que andaba en medio de ellos (vs. 11-13). Ésta es la visión del testimonio de Jesús. Por tanto, las iglesias locales son el testimonio de Jesús.

Los candeleros son de oro puro, el cual representa la naturaleza divina de Dios

  Este testimonio es de oro puro. En tipología, el oro representa algo maravilloso. El oro puede ser considerado como el elemento más puro. Además, nada puede afectar al oro. No importa lo que se le haga a un objeto de oro, éste permanece inalterable. El oro puede resistir toda clase de trato, prueba o estragos; además, jamás se oxida. Por eso, el oro representa a Dios en Su naturaleza divina. Dios es puro, Él es la pureza misma. No hay nada en este universo que sea tan puro como Dios. Apocalipsis 22:1 nos habla de un río de agua de vida, resplandeciente como cristal. A veces al dar un mensaje percibimos el agua de vida, mas esta agua no es muy clara ni muy pura. Por esta razón, mientras les hablo, miro al Señor y le digo: “Señor, habla la palabra pura a través de mí”. Únicamente Dios es pureza.

  Dios no puede ser perjudicado jamás. Consideren cuantas pruebas pasó el Señor y las tentaciones que padeció. Al final, nada pudo perjudicarle ni cambiarle. Nosotros, sin embargo, no somos así. Yo he visto en mi ministerio en el pasado a muchos jóvenes, y muy buenos. Al principio de 1933 conocí en mi ciudad natal, en la provincia de Shantung, a un grupo de cristianos jóvenes que eran estudiantes de la facultad de medicina. En ese entonces, ellos amaban al Señor. Yo amaba esos jóvenes, y en diversas ocasiones me invitaron a darles una palabra. Sin embargo, en menos de diez años, todos esos queridos jóvenes cambiaron. Cuando eran estudiantes, ellos siguieron fielmente al Señor, pero cambiaron después de su graduación. Algunos cambiaron a raíz de su práctica médica, mientras que otros cambiaron porque se casaron. En los Estados Unidos también conocí a jóvenes prometedores, pero con el tiempo ellos tampoco pudieron permanecer firmes ante las trampas que representaban su trabajo o sus matrimonios. No es necesario mencionar otros aspectos; tan sólo el trabajo o el matrimonio pueden hacer que cambiemos. A veces incluso ser dueño de un automóvil puede cambiar a un hermano, y las modas modernas de las tiendas cambiar a una hermana. Una hermana puede amar verdaderamente al Señor, pero es posible que no pueda resistir las tentaciones de la moda moderna. Nosotros también somos muy volubles. Cuando Jesús vivió en la tierra, Él pasó por muchísimas cosas, pero siempre era el mismo. Con Él, nunca hubo un cambio. Esto se debe a que Él era el testimonio de Dios.

  Además, Jesús nunca “se oxida”, o sea, jamás se deja corromper. Debido a que todos nos “oxidamos” constantemente, necesitamos las reuniones para “pulirnos” de nuevo. Si no asistiéramos a la reunión por dos semanas, nos habremos oxidado mucho. Yo también necesito las reuniones. Por lo general, ministro la palabra una noche por semana; y asisto a todas las demás reuniones a fin de ser pulido, porque yo también sufro por causa de la carne. La oxidación se produce principalmente por la humedad. Por un lado, nuestros cónyuges e hijos son como el fuego que nos queman, pero, por otro, son como la humedad que nos hacen oxidar. Nosotros nos oxidamos porque no somos divinos; sólo somos seres humanos. Incluso el cobre, que es muy semejante al oro, también se oxida. Existe un solo elemento que jamás se oxida, este es, Dios como nuestro oro.

  Ahora vemos por qué el testimonio de Dios es un candelero de oro y el testimonio de Jesús hoy es los candeleros de oro. El verdadero testimonio es algo absolutamente divino y nada tiene que ver con lo humano. Si nuestro amor es solamente humano, se oxidará en poco tiempo. Nuestro amor humano está contaminado e incluso es maligno. Podemos comparar nuestro amor humano con el cobre y con el bronce que aparentemente son buenos pero se oxidan. El testimonio de Jesús debe ser de oro, o sea divino, y esto es posible porque Él se ha forjado en nosotros. Todos debemos ver que lo que Dios desea no es simplemente seres humanos. Tampoco debemos decir que tenemos la razón o que somos competentes en alguna cosa. No hay diferencia si estamos o no en lo correcto, o si somos buenos o malos, tal como no hay diferencia si una pieza de cobre brilla o se oxida. El problema radica en que es simplemente una pieza de cobre. Lo que Dios desea no es nosotros, el cobre, sino Él mismo, el oro. Es posible que una pareja de casados discuta muy a menudo. En este tipo de disputas, todos los esposos siempre insisten en tener la razón y las esposas se justifican a sí mismas. Aquellos que aún no han visto que da lo mismo que uno tenga la razón o no siempre querrán justificarse y argumentar. Nosotros somos simplemente “cobre” y a veces somos incluso “barro”. Aun si tuviésemos toda la razón, no somos oro. Lo que Dios quiere es el oro. Si vemos esto, descubriremos el secreto que hará que dejemos de discutir con nuestro cónyuge. Si hemos visto que lo que Dios quiere no es lo que somos, dejaremos de discutir y de justificarnos, porque nos daremos cuenta de que si estamos en lo correcto o no, si somos buenos o malos, de nada sirve. Lo que cuenta a los ojos de Dios es únicamente Él mismo.

El testimonio de Jesús es los candeleros corporativos

  Sin embargo, el testimonio de Jesús no es simplemente una pieza de oro, más bien el testimonio de Jesús es los candeleros. Una sola persona no es el candelero. Solamente la iglesia es el candelero. Si al candelero de oro le quitamos un pedazo de oro, este pedazo de oro seguirá siendo oro. En cuanto a su naturaleza y elemento el pedazo de oro es igual que el candelero, pero no es el candelero. Solamente los candeleros son el testimonio de Jesús. Hoy son muchos los cristianos que consideran que todo está bien siempre y cuando ellos sean espirituales, santos y se interesen por el Señor. Sin embargo, esto no está bien. Lo que Dios quiere hoy en día no son pedazos de oro individuales y separados. Lo que Él desea es los candeleros corporativos. Todos debemos llegar a ser los candeleros.

  Nuestra carga es ver la revelación presente del Señor y que es lo que Él desea que seamos. La revelación presente del Señor tiene que ver con el recobro de la vida de iglesia apropiada. Dondequiera que estemos, debemos estar en la iglesia. Si no lo estamos, no seremos el testimonio de Jesús por muy dorados que seamos. El testimonio de Jesús que el Señor desea obtener hoy en día no es solamente algo dorado, sino candeleros de oro. En nosotros mismos no somos aptos para ser el testimonio de Jesús. Tenemos que ser de oro, tenemos que ser espirituales y estar a la altura del estándar de Dios, pero también tenemos que ser edificados en la iglesia. El testimonio de Jesús no es un solo pedazo de oro, sino los candeleros corporativos edificados.

El testimonio de Jesús es la recobrada vida de iglesia apropiada

  Siento una gran carga al respecto debido a que en los últimos cuarenta a cincuenta años he escuchado muchas críticas de la iglesia, incluso hasta el día de hoy. Sin embargo, no debemos perder esta visión. No me preocupan las críticas, porque sé, por la revelación pura de la Palabra, que nada excepto la iglesia es el testimonio de Jesús. Un creyente podrá poseer más oro en su constitución que otros, pero si él no está en la vida de iglesia apropiada como parte de la edificación de la iglesia, él no forma parte del testimonio de Jesús. En el libro de Apocalipsis, el testimonio de Jesús no es los cristianos individuales, sino que el testimonio de Jesús es las iglesias locales. Si donde estamos no hay una iglesia apropiada, debemos entonces invertir todo nuestro dinero e incluso todo nuestro ser para estar en el lugar donde la haya. Asimismo, si estamos en un lugar donde hay una iglesia genuina, nunca jamás debemos alejarnos de ella. Si nos alejamos de la iglesia, nos desviaremos de la meta del testimonio del Señor. Todo aquel que no crea en estas palabras hoy, llegará el día que reconocerá que esto es verdad, pero tal vez ya sea demasiado tarde. No quisiéramos que esto sucediera. Nos gustaría ver que toda persona esté en el testimonio de Jesús.

  Nosotros somos de oro, pero no somos meramente pedazos de oro. Más bien, todos debiéramos poder declarar con firmeza, con convicción y con seguridad que somos ciertamente los candeleros de oro. Siempre que no podamos hacer tal afirmación, estaremos acabados. Podemos ser aquellos que verdaderamente aman al Señor, viven para el Señor, son espirituales y entienden la Biblia más que los demás, pero si no somos los candeleros de oro, no seremos el testimonio de Jesús. Lo que el Señor desea hoy es obtener el testimonio de Jesús. Aquellos que aman al Señor Jesús tal vez hayan tenido muchísimas experiencias relacionadas con los Evangelios y las Epístolas, pero ellos deberían avanzar desde allí para llegar al libro de Apocalipsis. Conforme al último libro de la Biblia, lo que el Señor desea es el testimonio de Jesús.

  Si no entramos en Apocalipsis, no tendremos meta. En tal caso, podremos ser buenos cristianos, pero seremos cristianos itinerantes. La meta apropiada es la iglesia. Afirmar que somos salvos con la meta de ir al cielo es un concepto superficial del Nuevo Testamento. Al contrario, somos salvos para la iglesia, amamos al Señor para la iglesia, predicamos el evangelio y ganamos almas para la iglesia y procuramos ser espirituales para la iglesia. No hay nada de malo en buscar espiritualidad, pero la espiritualidad que no beneficia a la iglesia no tiene sentido. Todo debe ser para la iglesia. Lo que el Señor desea hoy, no son todas estas otras cosas, sino que seamos la iglesia.

  Han sido muchas las personas que me han atacado al decir que soy una persona demasiada entregada a la iglesia y que soy adicto a la iglesia, pero nosotros nunca podremos entregarnos excesivamente a la iglesia. Debemos tener la visión de la iglesia. Una vez que esta visión nos atrape, jamás cambiaremos. Llevo más de cuarenta años que no he cambiado de tono en cuanto a la iglesia. Los que llevan tantos años escuchándome hablar pueden dar testimonio de ello. No puedo decir que no he visto esta visión. He visto el testimonio de Jesús, y vine a este país con una visión. Lo que el Señor Jesús desea hoy en día es el testimonio de Jesús, que es las iglesias locales, como los candeleros de oro puro, la recobrada vida de iglesia apropiada.

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