
Lectura bíblica: Hechos 26:29
Habiendo dado ya dos testimonios, no tenía la intención de añadir nada más, pero mientras oraba me pareció que el Señor deseaba que testificara una vez más. Aquellos que me conocen saben que rara vez hablo de mis asuntos personales. He observado que las personas frecuentemente abusan de los testimonios de otros, propagándolos como si fueran noticias. También es cierto que algunos testimonios son exagerados. La experiencia que Pablo tuvo en el tercer cielo sólo fue divulgada catorce años después. Con respecto a muchos testimonios de índole espiritual, es preferible que transcurra un buen tiempo antes de difundirlos. Muchos, sin embargo, los proclaman a los catorce días, no después de catorce años.
El tema del dinero puede ser un problema pequeño o grande. Cuando comencé a servir al Señor, estaba algo preocupado en cuanto a mi sustento. De haber sido un predicador de una denominación, habría recibido un salario mensual. Pero dado que andaría en el camino del Señor, tendría que confiar solamente en El para la provisión de mi sustento personal y no en un salario mensual. En los años 1921 y 1922 eran muy pocos los predicadores en China que dependían exclusivamente del Señor. Era difícil encontrar siquiera dos o tres que lo hicieran, pues la gran mayoría de predicadores recibían salarios. En aquel tiempo muchos predicadores no tenían el atrevimiento de dedicarse de tiempo completo a servir al Señor, pues pensaban que si no recibían un salario, no podrían sobrevivir. Yo también pensaba así. Actualmente [1936] en China hay aproximadamente cincuenta hermanos y hermanas en comunión con nosotros que dependen exclusivamente del Señor para su sustento diario. Tal situación es más común ahora que en 1922. Además, hoy los hermanos y hermanas en varios lugares cuidan de los obreros más que antes. Creo que dentro de unos diez años, los hermanos y hermanas mostrarán aún más interés por proveer para las necesidades de los siervos del Señor. Pero esto era escaso hace diez años.
Ya les conté que después de ser salvo continué mis estudios al mismo tiempo que laboraba para el Señor. Una noche hablé con mi padre acerca de recibir ayuda económica y le dije: “Después de orar por varios días, creo que debo decirle que ya no gastaré su dinero. Agradezco que haya gastado tanto en mí por su responsabilidad paterna. Pero usted esperará que en el futuro yo gane dinero y le retribuya sosteniéndolo a usted; así que debo decirle de antemano que como me dedicaré a predicar, no podré ayudarle en el futuro ni pagarle lo que ha hecho por mí. Aunque no he completado mis estudios, deseo aprender a depender exclusivamente de Dios”. Cuando le dije esto, mi padre pensó que yo estaba bromeando. Pero desde entonces, cuando en algunas ocasiones mi madre me daba unos cinco o diez dólares, ella escribía en el sobre: “Para el hermano Nee To-sheng”. Ella no me daba el dinero en calidad de madre, sino como una hermana en el Señor.
Después de hablar así con mi padre, el diablo vino a tentarme diciéndome: “Semejante acto es muy peligroso. Supón que un día no seas capaz de sostenerte y nuevamente acudas a tu padre a pedirle dinero. ¿No sería aquello una vergüenza? Has hablado con tu padre prematuramente; debiste haber esperado a tener más éxito en tu obra, hasta que muchas personas fueran salvas y tuvieras más amigos, antes de comenzar a vivir por fe”. Pero yo doy gracias al Señor, porque desde que le expresé a mi padre la decisión de no recibir su apoyo financiero, nunca le he pedido dinero.
Hasta donde yo sé, la hermana Dora Yu era la única predicadora en aquel tiempo que no recibía salario y dependía exclusivamente de Dios para su sustento. Ella era mi hermana espiritual de más edad y nos conocíamos bien. Ella tenía muchos amigos, tanto chinos como extranjeros, y el campo donde desarrollaba su labor era muy amplio debido a que predicaba en muchos lugares. Pero mi situación era la opuesta: eran pocos los que me apoyaban, por lo cual padecí muchas dificultades. Aun así, cuando acudía al Señor, El me decía: “Si no puedes vivir por fe, no puedes laborar para Mí”. Yo sabía que necesitaba una obra viva y una fe viva para servir al Dios vivo. Cierta vez, cuando sólo tenía diez dólares en mi billetera que pronto habrían de agotarse, recordé a la viuda de Sarepta, quien solamente tenía un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en una vasija (1 R. 17:12). Ella no tenía dos puñados de harina. No sé con qué medios Dios la sustentaría, pero sé que El tuvo los medios para hacerlo.
En 1921 fui con dos colaboradores a un lugar de la provincia de Fukien a predicar, con la intención de ir luego a otro pueblo. Tenía sólo cuatro dólares en mi bolsillo, lo cual no alcanzaba para adquirir tres boletos de autobús. Pero, gracias al Señor, un hermano nos regaló los tres boletos.
En otra ocasión, en Kulangsu, al sur de la provincia de Fukien, me hurtaron el dinero que tenía en el bolsillo de modo que no me quedó con qué regresar a casa. Estábamos hospedados en una casa y predicábamos una vez al día en una pequeña capilla. Cuando terminamos y estábamos listos para partir, mis dos colaboradores tenían dinero para regresar pero yo no (en ese entonces cada uno de nosotros pagaba sus propios gastos). Me sentí incómodo cuando ellos tomaron la decisión de viajar al siguiente día, pero no quería pedirles dinero prestado. Esa noche oré a Dios, rogándole que proveyera el dinero para los gastos del viaje. Nadie sabía de esto. Aquella tarde algunas personas habían venido a hablar conmigo acerca de la Palabra, pero yo no tenía ánimo para ello. En ese momento el diablo vino a tentarme y a sacudir mi fe, pero yo tenía la firme convicción de que Dios no me desampararía. Yo era apenas un joven que recién me iniciaba en la empresa de servir al Señor por fe y aún no había aprendido la lección de vivir por fe. Continué orando a Dios aquella noche, pensando que quizás había hecho algo incorrecto. El diablo me dijo: “Puedes pedir a los colaboradores que compren tu boleto y luego pagarles cuando lleguen a la capital de la provincia”. No acepté esta sugerencia y continué esperando en Dios. A la hora de partir, aún no tenía dinero. Empaqué mis maletas como de costumbre y contraté un rickshaw [Nota del traductor: especie de coche de dos ruedas, tirado por un hombre, usado para transportar a personas]. En aquel momento recordé la historia de un hermano que no tenía boleto de tren, pero unos minutos antes de que el tren partiera, Dios ordenó a alguien que le diera un boleto. Estábamos listos y abordamos los rickshaws. Yo tomé el último de los tres. Cuando el rickshaw había avanzado unos cuarenta metros, un anciano vestido de túnica larga vino gritando detrás de mí: “¡Señor Nee, por favor pare!” Ordené al rickshaw que se detuviera. El anciano me dio una ración de comida y un sobre, y se fue. Estaba tan agradecido por el cuidado provisto por Dios que mis ojos se llenaron de lágrimas. Cuando abrí el sobre, encontré cuatro dólares, que era exactamente lo que costaba el boleto de autobús. El diablo continuó hablándome: “¿Ves cuán arriesgado es esto?” Le respondí: “Es cierto que estaba preocupado, pero esto no es nada arriesgado, pues Dios suplió mi necesidad a tiempo”. Después de llegar a Amoy, otro hermano me dio un boleto con el cual pude regresar a casa.
En 1923 el hermano Weigh Kwang-hsi me invitó a predicar en Kien-ou, al norte de la provincia de Fukien. Tenía apenas quince dólares en mi bolsillo, un tercio del costo del viaje. Decidí partir el viernes por la noche y continué orando el miércoles y el jueves. Sin embargo, el dinero no llegó. Oré nuevamente el viernes por la mañana. No solamente no recibí ningún dinero, sino que también tuve el sentir interno de que debía darle cinco dólares a un colaborador. Recordé las palabras del Señor: “Dad, y se os dará”. Yo no había sido una persona que amara el dinero, pero aquel día en verdad amé el dinero y encontré extremadamente difícil ofrendar. Oré al Señor otra vez: “Oh Señor, si realmente quieres que dé estos cinco dólares, así lo haré”; pero todavía me encontraba renuente. Pensé, engañado por Satanás, que después de orar no tendría que dar esa ofrenda. Aquella fue la única ocasión en la que derramé lágrimas a causa del dinero. Finalmente, obedecí al Señor y le di los cinco dólares a aquel colaborador. Después de hacerlo, me llenó un gozo celestial. Cuando el colaborador me preguntó por qué le había dado el dinero, respondí: “No necesitas preguntar; lo sabrás más tarde”.
El viernes por la noche me preparé para comenzar mi viaje. Le dije a Dios: “Quince dólares eran insuficientes, y Tú quisiste que regalara cinco. ¿No es la cantidad que tengo ahora más inadecuada aún? No sé cómo orar”. Decidí ir primero a Shui-kow en barco de vapor y después a Kien-ou en una lancha de madera. Gasté muy poco en el viaje a Shui-kow. Cuando el barco de vapor llegaba a su destino, tuve el sentir de que tendría mejores resultados si no oraba conforme a mi concepto. Así que le dije al Señor: “No sé cómo orar; por favor hazlo Tú por mí”. Añadí luego: “Si no me das el dinero, por favor provéeme de un barco que cobre una tarifa reducida”. Cuando llegué a Shui-kow, muchos lancheros vinieron a ofrecer sus servicios, y hubo uno que sólo pidió siete dólares por el viaje. Este precio estaba muy por debajo de cualquier expectativa, pues la tarifa usual era varias veces esta cantidad. Le pregunté al dueño de la lancha por qué su precio era tan reducido, y él me contestó: “Este barco ya fue contratado por un magistrado, pero me es permitido llevar en la popa un solo pasajero; así que no importa cuánto me pague. Pero usted tiene que traer su propia comida”. Inicialmente tenía quince dólares en mi bolsillo; después de darle cinco dólares al colaborador y gastar unos cuantos centavos en el barco de vapor, siete dólares por el viaje en la lancha de madera y como un dólar en comida, todavía tenía un dólar con treinta centavos al llegar a Kien-ou. ¡Gracias al Señor! Lo alabo porque El siempre prepara bien todas las cosas.
Después de que cumplí mi labor en Kien-ou y estuve listo para regresar a Fuchow, tuve el mismo problema; no tenía fondos para cubrir los gastos del viaje. Había decidido partir el lunes siguiente, así que continué orando hasta el sábado. Esta vez, sentía certeza en mi corazón al recordar que antes de venir a Fuchow Dios me había pedido que le diera cinco dólares a un colaborador, lo cual hice a regañadientes. En aquella ocasión leí Lucas 6:38: “Dad, y se os dará”, y me aferré a esta frase. Le dije a Dios: “Debido a que Tú dijiste esto, te ruego que me proveas del dinero necesario para cubrir los gastos de viaje conforme a Tu promesa”.
El domingo por la noche el señor Philips, un pastor británico, quien era un hermano genuinamente salvo y que amaba al Señor, nos invitó al hermano Weigh y a mí a cenar. Durante la cena el señor Philips me dijo que él y su congregación habían recibido una gran ayuda por mis mensajes y ofrecieron tomar la responsabilidad de pagar los gastos de mi viaje. Le respondí que alguien ya había tomado esa responsabilidad, refiriéndome a Dios. Entonces él dijo: “Cuando usted llegue a Fuchow, le haré llegar el libro The Dynamic of Service [La dinámica del servicio], escrito por el señor Padget Wilkes, un mensajero del evangelio a quien el Señor usó grandemente en Japón”. Pensé que había perdido una gran oportunidad, pues lo que yo necesitaba en ese entonces era el dinero para cubrir mis gastos de viaje y no un libro. En cierto modo, tuve remordimiento por no haber aceptado su oferta. Después de la cena el hermano Weigh y yo regresamos a casa juntos. Había rechazado la propuesta del señor Philips de pagar mis gastos de viaje con el fin de esperar ayuda exclusivamente de Dios; no obstante, había gozo y paz en mi corazón. El hermano Weigh no sabía de mi situación financiera; tuve el pensamiento fugaz de pedirle dinero prestado para cubrir mis gastos y después reembolsarlo cuando regresara a Fuchow, pero Dios no me permitió comunicarle esta necesidad. Tenía la convicción de que el Dios de los cielos es siempre fiel, y deseaba ver cómo El proveería para mis necesidades.
Cuando partí al día siguiente, tenía apenas unos dólares en mi bolsillo. Muchos hermanos y hermanas vinieron a despedirse, y algunos hasta cargaron mi equipaje. Mientras caminaba, oraba: “Señor, ciertamente Tú no me traerías hasta aquí sin llevarme de regreso”. A medio camino rumbo al muelle, el señor Philips envió a alguien con una carta. La carta decía: “Aunque alguien más haya tomado la responsabilidad de cubrir sus gastos de viaje, siento que debo participar en su labor aquí. ¿Sería posible que yo, un hermano anciano, tuviese tal oportunidad? Por favor, tenga la bondad de aceptar esta pequeña suma de dinero para dicho propósito”. Después de leer la carta, sentí que debía aceptar el dinero, y lo hice. No sólo fue suficiente para pagar mis gastos de viaje a Fuchow, sino también para imprimir una edición de El testimonio actual.
Al retornar a Fuchow, la esposa del colaborador que recibió los cinco dólares me dijo: “Me parece que cuando usted partió de viaje no tenía suficiente dinero. ¿Por qué le dio cinco dólares a mi esposo?” Le pregunté qué había ocurrido con respecto a los cinco dólares, y me dijo: “El miércoles nos quedaba en casa sólo un dólar, el cual ya habíamos gastado el viernes; por tanto, oramos todo el día. Entonces mi esposo tuvo el sentir de que debía salir a caminar y se encontró con usted, y usted le dio los cinco dólares, que nos duraron cinco días. Posteriormente, Dios nos proveyó por otro medio”. Ella continuó su relato con lágrimas: “Si usted no nos hubiera dado los cinco dólares aquel día, habríamos pasado hambre, lo cual en realidad no importaba, pero ¿dónde habría quedado la promesa de Dios?” Su testimonio me llenó de gozo. El Señor me usó a mí para suplir la necesidad de ellos con los cinco dólares. La Palabra del Señor ciertamente es fiel: “Dad, y se os dará”.
La lección que he aprendido en el transcurso de mi vida es que cuanto menos dinero tengo en mis manos, más Dios me dará. Esta es una senda difícil de seguir. Muchas personas se sienten capaces de vivir por fe; pero cuando viene la prueba, tienen temor. A menos que uno crea en el Dios vivo y verdadero, no le aconsejo que tome este camino. Puedo dar testimonio hoy de que Dios es el que provee. Todavía es posible ser sustentado por cuervos así como le sucedió a Elías. Les diré algo que quizás encuentren difícil de creer. En mi experiencia he visto que la provisión de Dios llega cuando he gastado mi último dólar. Tengo ya catorce años de andar en este camino, y en cada una de mis experiencias Dios ha querido obtener la gloria para Sí mismo. Dios ha provisto para todas mis necesidades y no ha fallado ni una sola vez. Los que solían dar, ya no lo hacen; hay un cambio constante de los que ofrendan, pues un grupo reemplaza a otro. Todo ello carece de importancia, pues el Dios que está en lo alto es un Dios vivo. ¡El nunca cambia! Les digo esto para que sigan rectamente en la senda de vivir una vida de fe. Podría contarles otros diez o veinte casos parecidos a estos.
En cuanto al tema de ofrendar dinero al Señor, uno debe separar una cantidad definida —ya sea una décima parte de los ingresos o la mitad— y ponerlo en las manos de Dios. Es posible que la viuda, en su ser natural, haya dado los dos leptos quejándose, pero de todos modos el Señor la alabó. Tenemos que ser un ejemplo para otros; no debemos temer, pues Dios no nos desamparará. Debemos aprender a amar a Dios, creer en El y servirle como lo merece. ¡Debemos agradecerle y alabarle por Su inefable gracia! Amén.
Consciente de que algunas personas nunca entrarían a un local de reuniones para escuchar el evangelio, en 1922 comencé a imprimir folletos evangelísticos. El evangelio debe llegar a estas personas. Después de escribir los tratados, empecé a orar y pedir la provisión necesaria para cubrir los gastos de imprenta y distribución. Dios me dijo: “Si deseas que conteste tu oración, primero debes quitar todo impedimento”. El domingo siguiente prediqué sobre el tema “Quitar todo impedimento”. En aquel entonces muchos criticaban a la esposa de uno de mis colaboradores, una hermana que se reunía con nosotros. Cuando yo entré a la reunión para dar el mensaje, la miré e interiormente la critiqué juzgando que los demás tenían razón en criticarla. Al acabar la reunión, ella estaba de pie cerca de la puerta, y yo la saludé al salir del salón después de dar el mensaje. Luego, cuando nuevamente le suplicaba a Dios que cubriera los gastos de imprenta, diciéndole que había quitado todo obstáculo, El me dijo: “¿Qué me dices del mensaje que acabas de predicar? Tú has criticado a aquella hermana; ése es un obstáculo para la oración, el cual debes eliminar. Debes ir a ella y confesar tu culpa”. Le respondí: “No es necesario que confesemos a otros los pecados que están en nuestra mente”. Dios me respondió: “Sí, eso es cierto, pero tu caso es diferente”. Luego, cuando pensé en confesarle a ella y enfrentar el asunto, vacilé en cinco oportunidades. Aun cuando estaba dispuesto a confesar mi falta, me preocupaba que ella, quien siempre me había admirado, ahora me menospreciaría. Le dije a Dios: “Haré cualquier cosa que me pidas, pero no estoy dispuesto a confesarle a ella mi falta”. Continué pidiendo a Dios que cubriera los gastos de imprenta, pero El no escuchaba mis argumentos; al contrario, El insistía en que yo confesara. La sexta vez, por la gracia del Señor, le confesé a ella mi culpa. Con lágrimas en los ojos, ambos confesamos nuestras faltas y después nos perdonamos el uno al otro. Fuimos llenos de gozo y, desde entonces, nos amamos en el Señor aún más.
Poco después, el cartero me entregó una carta que contenía quince dólares. La carta leía: “Me gusta distribuir folletos evangelísticos y me sentí constreñido a ayudarle a imprimirlos. Por favor, acepte mi donación”. En cuanto fueron eliminados todos los impedimentos, Dios contestó mis oraciones. ¡Gracias al Señor! Esta fue la primera vez que experimenté que Dios respondiera a mis oraciones con respecto a la impresión de las publicaciones. En aquel entonces repartíamos más de mil folletos por día. Se imprimían y se distribuían de dos a tres millones de folletos al año para abastecer a las iglesias en varios lugares. En los breves años después de comenzar la obra de literatura, Dios siempre respondió a mis oraciones y cubrió todas nuestras necesidades.
El Señor también quiso que publicara la revista El testimonio actual y que fuera distribuida sin cargo alguno. En aquel tiempo en China, todas las publicaciones de temas espirituales estaban a la venta; solamente la revista que yo publicaba era gratuita. El cuarto donde redactaba y editaba los manuscritos era bastante pequeño. Cuando terminábamos los artículos, los enviábamos a la imprenta. Cuando no había fondos disponibles, oraba a Dios pidiendo que enviara Su provisión para la impresión. Al observar lo que estaba haciendo, me reía, pues los manuscritos estaban siendo enviados a la imprenta sin contar con los fondos necesarios. Mientras viva, nunca olvidaré aquella vez cuando aún me estaba riendo y escuché a alguien tocar la puerta. Al abrirla, vi a una mujer de mediana edad que siempre venía a las reuniones pero por quien mi corazón sentía una frialdad inusual. Aunque ella era rica, amaba el dinero y trataba diez centavos como si fuesen un dólar. Me extrañé de que pudiera ser ella la que diera el dinero para imprimir la revista. Entonces, le pregunté el motivo de su visita, y me dijo: “Hace una hora, comencé a sentirme incómoda. Cuando oré a Dios, El me dijo que yo no parecía ser cristiana, porque nunca he hecho lo correcto en cuanto a ofrendar y amo el dinero demasiado”. Le pregunté a Dios qué deseaba que hiciera, y me dijo: “Debes ofrendar dinero para que sea usado en Mi obra”. Luego, ella tomó treinta dólares de plata y los puso sobre la mesa, diciéndome: “Gaste el dinero en lo que usted juzgue necesario”. Entonces, al ver la mesa, vi dos cosas: los manuscritos y el dinero. Le agradecí al Señor, sin decirle nada a ella. Ella se despidió, y yo fui de inmediato a hacer un contrato con la imprenta. El dinero que ella dio fue suficiente para imprimir mil cuatrocientos ejemplares de la revista. Otros dieron el dinero para los gastos de franqueo. Ahora imprimimos cerca de siete mil ejemplares de cada edición. Dios nos provee todos los fondos en el momento preciso de la manera que lo he relatado. Nunca le he pedido contribuciones a nadie. Ha habido ocasiones en que las personas me han rogado que les acepte el dinero. En todos estos asuntos siempre he esperado exclusivamente en el Señor.
Si uno fracasa al no tratar los asuntos monetarios adecuadamente, ciertamente fracasará en otros asuntos. Debemos esperar en Dios con una mente sencilla y nunca hacer nada que deshonre al Señor. Cuando las personas nos den dinero, lo aceptamos en el nombre de Cristo, y nunca debemos pedirles nada. Agradezco a Dios que después de decirles a mis padres que no volvería a usar el dinero de ellos, aún así me fue posible estudiar dos años más. Aunque no sabía de dónde vendría mi sustento, Dios siempre proveía cuando se presentaba alguna necesidad. Algunas veces la situación parecía en extremo difícil, pero Dios nunca me desamparó. Con frecuencia ponemos nuestra confianza en las personas, pero Dios no desea que dependamos de otros. Debemos aprender la lección de gastar en la medida en que recibimos, y nunca ser como el mar Muerto, que recibe varios afluentes pero del cual no fluye ninguno. Debemos ser como el río Jordán, que recibe de sus afluentes y deja seguir la corriente. Los levitas del Antiguo Testamento se dedicaban exclusivamente a servir a Dios, y aún ellos debían ofrecer sus diezmos.