
Lectura bíblica: Ef. 1:23; 4:4-6; 1 Co. 12:13, 18, 21-25, 27; Ro. 12:5; Ef. 4:15-16; 1 Co. 12:4-11; Ro. 12:4-8
En el mensaje anterior vimos de una manera simple y concisa la unidad genuina. Con base en esta perspectiva de la unidad genuina, mencionamos que para practicar la unidad, se necesita unanimidad. Ahora, tenemos que dar un paso más y considerar el Cuerpo de Cristo. Antes de que consideremos esto, quisiera dar una palabra adicional en cuanto al mensaje anterior.
La luz que el Señor nos dio en cuanto a la unidad de los creyentes, puede considerarse como la más concienzuda y profunda. El conocimiento que teníamos en el pasado acerca de la unidad era relativamente superficial y corriente, y no tocaba la unidad genuina, la cual se menciona por primera vez en el Nuevo Testamento cuando el Señor oró por ella. Aunque en nuestra Versión Recobro [del Nuevo Testamento] se ha delineado esta unidad en una manera clara en su bosquejo, no se le dio tanto énfasis como lo hicimos esta vez. En la oración del Señor, El habló de la unidad de los creyentes en tres niveles. Cada nivel de unidad es más profundo que el anterior. El último nivel es el más profundo y el más elevado. Los tres niveles de unidad tienen todo lo relacionado al Padre como su cimiento. El cimiento del primer nivel de unidad es el nombre del Padre y Su vida eterna. El cimiento del segundo nivel es la palabra del Padre. En la palabra del Padre está la realidad del Padre, que es simplemente el Padre mismo. El cimiento del tercer nivel de la unidad es la gloria del Padre, que es la expresión divina del Padre.
Más aún, los cimientos de estos tres niveles de la unidad son expresados por el Señor por vía de dar. El Señor dijo: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste” (Jn. 17:6). El nombre del Padre es el Padre mismo. Al darnos el nombre del Padre, el Señor nos está dando al Padre mismo. Al mismo tiempo, El también nos ha dado la vida del Padre. Juan 17:2 dice: “Como le has dado potestad sobre toda carne, para que de vida eterna a todos los que le diste”. En el versículo 14 el Señor dice de nuevo: “Yo les he dado tu palabra”. El versículo 17 dice: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. El Señor nos ha dado la palabra del Padre la cual, junto con Dios mismo como realidad, es decir, verdad, nos santifica y nos libera del mundo confuso y nos aparta para Dios. El Señor no sólo nos ha dado el nombre del Padre, la vida del Padre y la palabra del Padre, sino que también nos ha dado la gloria del Padre. En el versículo 22 el Señor dijo: “La gloria que me diste, yo les he dado”. De ahí que, el Señor nos ha dado cuatro cosas: el nombre del Padre, la vida del Padre, la palabra del Padre y la gloria del Padre.
Esto nos muestra claramente que cada uno de estos tres niveles de unidad tiene una base. Cada nivel se basa en el Dios Triuno. Este es el cimiento de la unidad de los santos. En otras palabras, el factor o el elemento de nuestra unidad es sencillamente el Dios Triuno. En el versículo 11 el Señor dijo: “Para que sean uno, así como nosotros”. La primera parte de este versículo se refiere a los santos, y “nosotros” se refiere al Dios Triuno. La Trinidad divina nos hace uno, así como el Padre y el Hijo son uno. En el versículo 21 el Señor añade: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros”. Este asunto de estar mutuamente el uno en el otro es una especie de mezcla. El Dios Triuno y nosotros estamos mezclados. Esta es la unidad bíblica de los creyentes. La fuente de esta unidad es el Dios Triuno. El elemento de esta unidad es el Dios Triuno, su proceso es el Dios Triuno, y su máxima consumación es el Dios Triuno.
Aparentemente, la unidad por la cual oró el Señor en Juan 17, y la unidad del Espíritu descrita por Pablo en Efesios 4 no son iguales. Pero cuando ahondamos en estos pasajes de la Escritura, podemos ver que en lo que al elemento intrínseco se refiere, estas unidades son la misma. Lo que el Señor pidió en Juan 17 era que los santos se mezclaran con el Dios Triuno. Luego en Efesios 4 Pablo dijo que hay cierta clase de unidad llamada la unidad del Espíritu. Tal es la herencia y la posesión de los santos. No necesitamos luchar para obtenerla. Todo lo que necesitamos hacer es mantener esta unidad. Después de esto él enumeró siete elementos como base de esta unidad. Entre ellos está el Dios y Padre de todos, un solo Señor, un solo Espíritu, y un solo Cuerpo. El Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— son los factores de esta unidad. Ellos también son los elementos de esta unidad, mezclándose con los santos para producir un cuarto factor, que es un solo Cuerpo. Simplificando, la unidad es el resultado de que el Dios Triuno se mezcle con Su pueblo redimido, regenerado y transformado. Esta unidad es el Cuerpo, el cual es el nuevo hombre universal.
Por consiguiente, la unidad revelada en el Nuevo Testamento no es una unidad en la cual nos juntamos, renunciamos a nuestros prejuicios, y nos convencemos unos a otros para ponernos de acuerdo en permanecer juntos. Tal unidad el mundo la produce. La unidad de la que estamos hablando es la mezcla completa del Dios Triuno con nosotros. Si no vemos este asunto hasta ese grado, me temo que la unidad de la que hablamos es solamente una unidad fabricada por los seres humanos; no es la unidad del Cuerpo. El Cuerpo de Cristo no es una organización, sino un organismo en el cual el Dios Triuno lo es todo. El Dios Triuno ha efectuado redención y ha sido consumado como el Espíritu, quien entra en nosotros los creyentes, vivificando nuestro espíritu y haciendo vida nuestro espíritu. Luego El se extiende hacia afuera desde nuestro espíritu a la mente de nuestra alma, renovando y transformando nuestra mente, lo cual da como resultado que nuestra mente sea hecha vida. Es más, cuando andamos por el Espíritu y hacemos morir constantemente los hábitos del cuerpo, el Espíritu que mora en nuestro interior trasfundirá la vida de Dios a nuestro cuerpo, y dará vida a nuestro cuerpo mortal. De este modo, todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— será plenamente mezclado con el Dios Triuno.
Este mezclar del Dios Triuno está en usted, en mí y en cada santo. Además, la vida que es común a todos los millones de creyentes y que es única, nos ha mezclado a todos en uno. Esta es la unidad del Cuerpo. Esta unidad ha anulado todo lo que pertenece a nuestra vieja creación y al hombre natural. Esto es llevado a cabo por el nombre del Padre y por la vida del Padre. Esta unidad también nos ha santificado separándonos del mundo que Satanás ha atrapado, y nos ha librado del mundo y de Satanás. Esto es la consecuencia de la palabra de realidad del Padre. Por último, esta unidad nos librará del yo, así que solamente quedará Dios, y la espléndida gloria de la divinidad será expresada.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que veamos esta revelación y practiquemos genuinamente esta unidad. Nuestra fuente humana, nuestra vida natural, el mundo con Satanás, y hasta nosotros mismos somos puestos a un lado para permitir que el Dios Triuno, quien se está mezclando con nosotros, nos llene y nos sature dando por resultado que el resplandor de Su divinidad y el esplendor de Su gloria sean expresados llegando así al más alto nivel de unidad. Esta, entonces, es la iglesia. En esta unidad nuestra fuente, vida y elemento naturales son anulados. El mundo es puesto a un lado, nuestro yo no tiene más apoyo, y espontáneamente llegamos a ser unánimes.
Después de estudiar la Biblia y de ahondar en la historia de la iglesia, nos damos cuenta de que aunque este asunto es revelado en la santa Palabra de Dios, la práctica de la iglesia en la tierra es en gran manera contraria a tal revelación. Muchos problemas se suscitaron, e incluso se crearon muchas divisiones como resultado de que el hombre llegara a ser la fuente y de que la vida natural del hombre estuviera activa. En la vida de la iglesia, cuando hay demasiado elemento natural humano, habrá opiniones. Primero, se crearán disensiones. Más adelante, éstas conducirán a división, y finalmente, terminarán en sectas. Cosas de esta índole han ocurrido vez tras vez en los últimos dos mil años. Aquellos que estamos en el recobro del Señor no somos la excepción de esto. Desde 1933 cuando yo entré en la obra del recobro del Señor hasta hoy, hemos tenido una tormenta cada cierto número de años. Da la impresión de que este asunto es un ciclo que se repite. Es como si nuestro cuerpo estuviera infectado con microbios o con veneno. Cuando el tiempo es el debido, la enfermedad aflora.
Recientemente, he pasado algún tiempo enumerando todos los problemas grandes y pequeños que hubo en las iglesias del Nuevo Testamento. Desde la murmuración de los santos helenistas, en Hechos 6, hasta el fracaso de la iglesia de Laodicea, en Apocalipsis 3, hay un total de cincuenta y un casos (véase The Intrinsic Problem in the Lord’s Recovery Today and Its Scriptural Remedy [El problema intrínseco en el recobro del Señor hoy, y el remedio bíblico], capítulo 3, publicado por Living Stream Ministry). Podemos decir que todos esos problemas violaban el principio de unidad genuina que el Señor dio a la iglesia. Por esta razón, valoro la unidad mucho más. Ojalá demos más énfasis a la unidad que el Señor nos ha dado, y conservemos la unidad del Espíritu por medio de que nos mezclemos constantemente con el Dios Triuno, anulando así al hombre natural, al mundo y a nosotros mismos, y satisfaciendo la aspiración que yace en el deseo del Señor.
En el primer mensaje mencionamos la aspiración en el deseo del Señor, el cual es la unidad de los creyentes. En este mensaje llegamos al deleite del corazón del Señor, que es la expresión y el servicio de Su Cuerpo. Lo que más agrada al Señor es la expresión de Su Cuerpo y el servicio a El. Consideremos primero la expresión del Cuerpo del Señor.
Efesios 1:23 dice que la iglesia “es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Ella no es una organización humana sino el organismo del Dios Triuno. Este Cuerpo es la plenitud de Cristo. Plenitud significa expresión. Cristo es el Dios todo-inclusivo y extenso. El es tan vasto que llena todo y está en todo. Un Cristo tan grande requiere que la iglesia sea Su plenitud para que El tenga una expresión plena.
Cuando llegamos a Efesios 4:4-6, vemos un solo Cuerpo, un solo Espíritu, un solo Señor, un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos. Esto nos muestra que el Cuerpo de Cristo es exclusivamente uno. En este único Cuerpo hay un solo Espíritu. Al mismo tiempo este Cuerpo es de un solo Señor y está constituido con un solo Dios y Padre, quien es sobre todos y por todos y en todos. En consecuencia, el Cuerpo de Cristo está totalmente mezclado con el Dios Triuno, quien es el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Además, el Cuerpo de Cristo está compuesto de todos los creyentes regenerados. Primera Corintios 12 dice que fuimos bautizados en un solo Espíritu en un Cuerpo (v. 13) y que somos miembros en particular (v. 27). Tan pronto como fuimos bautizados, fuimos puestos en una unión orgánica con el Dios Triuno para que llegaramos a ser miembros vivientes del Cuerpo de Cristo. Más aún, El ha puesto a todos los miembros en el Cuerpo como El quiso (v. 18). Cada uno de nosotros los miembros tenemos nuestro lugar en el Cuerpo de Cristo. Este lugar es asignado por Dios, y nosotros debemos aceptarlo. Puesto que dicha asignación es según la voluntad de Dios, todo miembro es necesario (v. 21). Especialmente aquellos miembros que no son decorosos, ellos son los más necesarios (vs. 22-23).
Dios no meramente ha puesto todos los miembros en el Cuerpo. El incluso los ha mezclado juntos. Los versículos 24 y 25 dicen: “Pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya división en el cuerpo, sino que los miembros todos tengan la misma solicitud los unos por los otros” (gr.). Según Su voluntad, Dios nos ha puesto y ordenado a nosotros los diferentes miembros de Cristo. Es como si nos hubiésemos casado. El divorcio no es posible. No importa cómo nos sentimos, sea que la situación es buena o mala, fácil o difícil, todos necesitamos más transformación para practicar la vida del Cuerpo mediante un solo Espíritu de tal modo que todos los miembros reciban más abundante honor.
El propósito de que todos los creyentes sean miembros unos de otros en el Cuerpo de Cristo es que vivamos a Cristo y lo expresemos juntos (Ro. 12:5). Conforme al Nuevo Testamento, ninguno de nosotros los creyentes puede vivir y nuestro obrar solo aparte del Cuerpo. Nuestro vivir y nuestro obrar tienen que darse en el Cuerpo de Cristo. Como miembros del Cuerpo de Cristo, no estamos separados ni somos entidades completamente individuales. Más bien, debemos coordinar para llegar a ser las muchas partes de un todo. Lo que el Señor desea no es tener miembros individuales, sino un Cuerpo completo. No obstante, la mayoría de los cristianos son negligentes en cuanto a esto. Ellos piensan que todo está bien, siempre y cuando ellos amen y teman al Señor y prediquen el evangelio para traer otros a la salvación. Pero en lo que se refiere a la expresión del Cuerpo del Señor, esto no está bien en absoluto. Tenemos que ver que en el recobro del Señor, un asunto importantísimo es el Cuerpo del Señor. Todo nuestro vivir y nuestra obra tienen que ser en el Cuerpo de Cristo. No vivimos a Cristo solos. Vivimos a Cristo con todos los miembros. De este modo expresaremos a Cristo en una manera corporativa. Independientemente, ninguno es la plenitud de Cristo. Es la iglesia corporativamente quien es la plenitud de Cristo y la expresión de Cristo.
Debido a esto, todos nosotros los miembros tenemos que estar asidos a la verdad en amor para que crezcamos en todo hacia la Cabeza, Cristo (Ef. 4:15). Con el amor de Cristo en nosotros, amamos a Cristo y a los miembros de Su Cuerpo. En este amor nos asimos a la realidad, lo cual es asirnos a Cristo y Su Cuerpo. Así, tendremos a Cristo creciendo en nosotros en todas las cosas, y nosotros creceremos hacia la Cabeza, Cristo. Aquí la palabra “Cabeza” indica que nuestro crecimiento en Cristo debe ser un crecimiento como miembros del Cuerpo, sujetos a la Cabeza. Por lo tanto, nuestro crecimiento no es sólo en Cristo sino también en Su Cuerpo.
Cuando crecemos en la Cabeza así, podemos producir muchas funciones que proceden de la Cabeza, para la edificación de Su Cuerpo. Efesios 4:16 nos dice que de la Cabeza todo el Cuerpo está unido estrechamente por cada coyuntura del rico suministro y está entrelazado mediante la operación en la medida de cada parte, para crecer juntamente y para edificarse a sí mismo en amor a fin de que Cristo tenga una expresión completa. Cada uno de nosotros como miembros del Cuerpo de Cristo tiene una medida mediante el crecimiento en vida, y puede funcionar para el crecimiento y la edificación del Cuerpo de Cristo
Ahora pasamos al segundo punto principal, que es el servicio en el Cuerpo del Señor. El servicio en el Cuerpo del Señor está relacionado con la operación del Dios Triuno en todos los miembros. Primera Corintios 12:4-6 nos muestra que tenemos el mismo Dios, pero diferentes operaciones; tenemos el mismo Señor, pero diferentes ministerios, y tenemos el mismo Espíritu, pero diferentes dones. Aquí podemos ver que los dones vienen por el Espíritu, los ministerios son iniciados por el Señor, y las operaciones provienen de Dios. Aquí el Dios Triuno está relacionado con los dones, los ministerios y las operaciones. Los dones que vienen por medio del Espíritu tienen como finalidad realizar los ministerios para el Señor mediante los cuales se manifiestan las funciones que resultan de las operaciones de Dios. Esta es la operación del Dios Triuno en los creyentes para cumplir el plan de Dios con miras a la edificación de la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, la plena expresión de Cristo.
Después de esto, desde el versículo 7 hasta el 11, vemos que los muchos dones de los muchos miembros son la manifestación del Espíritu en todos los miembros, siendo manifestado en palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, sanidades, obras de poder, profecía, discernimiento de espíritus, lenguas e interpretación de lenguas. La mayoría de éstos son los dones milagrosos del Espíritu. El Espíritu se manifiesta a Sí mismo en esta forma en todos los miembros a fin de que el Cuerpo de Cristo reciba el provecho.
Además de los dones milagrosos del Espíritu, están también los dones que vienen del crecimiento en vida de los miembros. Esto consta principalmente en Romanos 12:4-8. Aquí los miembros del Cuerpo reciben diferentes dones según la gracia dada a cada uno, de donde se producen diferentes funciones, bien sea profecía, o servicio, o enseñanza, o exhortación, o dar, o dirigir, o conceder misericordia. Todos estos dones son dones producidos por el crecimiento en vida. Cada uno de nosotros los miembros del Cuerpo de Cristo ha recibido un don de Dios. Este don es Dios en Cristo como el elemento divino que entra en nosotros como nuestra vida y disfrute. Cuando esta gracia entra en nosotros, trae consigo el elemento de habilidad y capacidad espiritual, que se desarrolla como dones de vida mediante el crecimiento de la vida en nosotros. De este modo, podremos servir a Cristo y funcionar en Su Cuerpo.
Por lo tanto, hay dos categorías de dones: los dones milagrosos del Espíritu y los dones que vienen mediante el crecimiento en vida. Los primeros son principalmente para la obra y el servicio, y los últimos son principalmente para el crecimiento del Cuerpo. El servicio en el Cuerpo de Cristo no puede depender meramente de los dones milagrosos. Existe la necesidad de que haya correspondencia con los dones de vida. El servicio en el Cuerpo que el Señor desea es un servicio en el que los miembros sirven a Cristo y lo propagan por medio de los dones milagrosos del Espíritu con los dones que vienen por el crecimiento en vida de los miembros.
Todos necesitamos ver la unidad genuina, la unanimidad apropiada, y la expresión y el servicio del Cuerpo de Cristo. Teniendo este entendimiento básico, se pueden evitar muchos de los problemas que podría haber entre nosotros, y se pueden quitar de en medio muchos malentendidos entre unos y otros. Que no podamos ser uno ni podamos ser unánimes se debe a que tenemos una vista muy corta y a que los puntos de vista difieren. Pero si tenemos el mismo entendimiento básico y permitimos que la revelación divina entre en nosotros, habrá unanimidad espontáneamente, lo cual traerá la unidad genuina, y tendremos la expresión y el servicio del Cuerpo de Cristo.
(Mensaje dado por el hermano Witness Lee en Taipéi, Taiwán, el 6 de abril de 1990)