
Si examinamos nuestra experiencia conforme a la Biblia, comprenderíamos que todos nosotros, los que servimos al Señor, debemos continuamente prestar atención a tres asuntos fundamentales. Esto no quiere decir que haya únicamente tres asuntos esenciales que requieren nuestra atención, sino que, estos tres son los más fundamentales. El primero de ellos es que debemos cultivar nuestro carácter, el segundo es que debemos ser equipados con la verdad y el tercero es que debemos ser llenos del Espíritu Santo.
En 1953 mientras conducía un entrenamiento, usé un ejemplo a fin de explicar el carácter. La mayoría de los productos textiles, ya sean de algodón o de seda, deben introducirse en tinas que contienen diferentes tintas para que adquieran cierto color. Cuando se le aplica un tinte a una pieza de tela áspera o de mala calidad, la apariencia de esa tela no es muy bonita; pero cuando el mismo tinte es aplicado a la mejor seda china, el producto final es precioso y brilloso. La diferencia no radica en el tinte, sino radica por completo en la calidad de la tela. Hoy el Espíritu es semejante al tinte. Todos nosotros fuimos puestos en el Espíritu, pero diferimos en la forma en que lo manifestamos. Tales diferencias no son causadas por el Espíritu Santo que todos hemos recibido, porque todos tenemos el mismo Espíritu Santo; las diferencias más bien, se deben a nosotros mismos, quienes estamos siendo “teñidos”. Esto se relaciona con nuestro carácter.
El apóstol Pablo pudo disfrutar tanto del Espíritu de Dios, debido a que él tenía un buen carácter y era diligente en todo. Sin duda alguna, aquel hermano que cometió fornicación en 1 Corintios disfrutó mucho menos al Espíritu Santo porque tenía un carácter pobre y se mostraba indiferente en todo. La diferencia entre estos dos hermanos no se debía a que hubiese alguna diferencia en el Espíritu Santo que ellos recibieron, sino a que había una diferencia en la clase de carácter que tenían. El motivo por el cual una persona comete un acto censurable se relaciona en cierto modo con su carácter. Por tanto, aquellos que verdaderamente aman al Señor y lo buscan, y mucho más los que sirven al Señor y laboran para Él a tiempo completo, tienen que prestarle atención a su carácter si es que desean llevar la vida que es propia del Cuerpo.
Muchas de las enseñanzas del Señor Jesús y de los apóstoles que se encuentran en el Nuevo Testamento, comenzando con el libro de Mateo, revelan el tema de nuestro carácter, pese a que no se emplea la palabra carácter. Es imposible inspirar a una roca o animar a una madera porque no poseen un carácter viviente. El carácter es un asunto serio. La medida de gracia que recibamos del Señor y el grado en que dicha gracia manifieste su función, dependerá de la clase de carácter que tengamos. Por consiguiente, cultivar nuestro carácter ocupa el lugar más importante en nuestro servicio.
En segundo lugar, es necesario ser equipados con la verdad. Nadie puede servir al Señor si no posee el debido conocimiento de la verdad. Pablo dijo que debemos trazar bien la palabra de verdad (2 Ti. 2:15). Si no conocemos la verdad, ¿cómo entonces podremos trazar bien la palabra de verdad? Por tanto, si hemos de servir al Señor debemos buscar el conocimiento de la verdad y ser equipados con la verdad.
El tercer asunto fundamental en relación con el servicio que rendimos al Señor es que debemos tener el Espíritu Santo y ser llenos del mismo.
El Espíritu Santo es el Espíritu, la máxima consumación del Espíritu de Dios y la expresión máxima del Dios Triuno procesado y todo-inclusivo. Ésta es una verdad que la cristiandad no ha visto. Dios es triuno; Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, mas no son tres personas separadas. En la eternidad pasada, antes de pasar por el proceso de encarnación, muerte y resurrección, Dios ya era triuno. En términos humanos, podemos afirmar que en la eternidad pasada, Dios se encontraba en Su estado original. Pero, a fin de alcanzar al hombre, Él tenía que ser triuno. El Padre es la fuente, el Hijo es el curso y el Espíritu Santo es el fluir, que llega, que alcanza al hombre.
El Espíritu Santo es Dios que llega al hombre. En el pasado Dios, como el Padre eterno, se hallaba oculto en luz inaccesible (1 Ti. 6:16; Jac 1:17). Cuando Dios se expresó, se expresó como el Hijo (Jn. 1:18). Ahora cuando Dios viene al hombre, Él viene como el Espíritu. Esto no quiere decir que hay tres dioses o que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas separadas. Conforme a la enseñanza y revelación halladas en las Escrituras, el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres personas distintas mas no separadas. La distinción es un asunto de ser, mientras que la separación se relaciona con la persona. En términos teológicos, es difícil determinar la distinción que hay entre los tres del Dios Triuno. Jamás ha sido fácil responder a la pregunta de cuán distintos son los tres.
Así pues, cuando hablemos de la verdad en cuanto a la Trinidad, tenemos que ser muy cautelosos. Debemos evitar decir demasiado para no caer en presunción. En Juan 14 Felipe le pidió al Señor que les mostrara el Padre, y el Señor le contestó: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (vs. 8-9). Esto indica que cuando los discípulos vieron al Señor, ellos vieron al Padre. Allí donde estaba el Hijo, allí también estaba el Padre. La respuesta del Señor Jesús muestra que le sorprendió la pregunta de Felipe. Supongamos que yo estoy con ustedes, y ustedes me piden: “Hermano Lee, quisiéramos ver a Witness Lee”. A mí me sorprendería tal pregunta y les contestaría: “¿De qué están hablando? Si me he estado reuniendo con ustedes, ¿cómo es posible que no me hayan visto? Yo soy Witness Lee”. Esto es lo que el Señor quiso decir con Su respuesta.
La doctrina acerca de la Trinidad es sumamente misteriosa y no es fácil de predicar. La mayoría de los estudiantes de teología no estudian la Biblia de manera minuciosa y cabal; más bien, a ellos se les instruye conforme a las enseñanzas tradicionales de la teología. Ellos reciben la doctrina acerca de la Trinidad que fue presentada en el credo proclamado en el Concilio de Nicea. No podemos afirmar que esta enseñanza que imparten los seminarios sea errónea, pero ciertamente es muy tosca y general; no abarca suficientes detalles. El Credo de Nicea fue redactado en el año 325 d. C. Por más de mil seiscientos años ha habido mucha investigación y desarrollo sobre la doctrina de la Trinidad, lo cual ha llegado a ser un gran recurso del cual aprender. Tomando todo lo que se ha aprendido como fundamento, hemos estudiado la verdad tocante a la Trinidad de una manera más profunda y detallada.
Cuando presentamos los resultados de nuestro estudio en los Estados Unidos, algunos teólogos y catedráticos vinieron a debatir con nosotros; pero al final, ellos perdieron el debate porque no habían tenido un estudio cabal de la materia. Esos eruditos creían conocer bien la verdad por el hecho de haber recibido una educación en teología y poseer doctorados en teología. Pero en realidad, ellos no entendían en absoluto las verdades profundas que se hallan en la Biblia. Por ejemplo, algunos de ellos afirmaron que Dios es tres y que los tres de la Trinidad son distintos y separados. En el condado de Orange, en el sur de California, nuestros oponentes publicaron un folleto extraoficial que explicaba con toda claridad, según la teología de ellos, que el Padre, el Hijo y el Espíritu eran tres Personas distintas y que estaban separadas. A raíz de esto, yo simplemente publiqué un mensaje en el cual les decía que si bien el Padre, el Hijo y el Espíritu eran distintos, no estaban separados.
Les hice notar que en el Evangelio de Juan el Señor Jesús dijo de manera explícita: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (14:10-11). Él también dijo: “Yo y el Padre uno somos” (10:30). Además dijo: “Porque el que me envió, conmigo está; Él no me ha dejado solo” (8:29). Por tanto, ¿cómo pueden estar Ellos separados? Después de la publicación de mi artículo, ninguno de nuestros oponentes tuvo la humildad de admitir sus errores; sin embargo, fueron iluminados y aprendieron una lección. Por lo tanto, a partir de entonces comenzaron a afirmar que los tres de la Trinidad son distintos, pero no están separados.
El Padre, el Hijo y el Espíritu aunque son tres personas distintas no están separadas. Cuando el Señor Jesús dijo que el que le ha visto a Él, ha visto al Padre, lo que estaba diciendo era que el Hijo es el Padre. Dicha declaración también implica que el Hijo está en el Padre, que el Padre está en el Hijo, y que el Padre y el Hijo son uno. Debido a que el Padre y el Hijo son distinguibles, indica que Ellos son dos. Sin embargo, no podemos afirmar que el Padre y el Hijo sean exactamente iguales por el hecho de que Ellos son uno. Si fueran exactamente iguales, no habría entonces ninguna distinción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dios sería simplemente uno, y no sería el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Éste es el aspecto más misterioso con respecto a la Persona de Dios. Nuestro Dios es Dios, pero Él también es el Padre, el Hijo y el Espíritu. Él es uno, pero también es tres, el Padre, el Hijo y el Espíritu. Si bien Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu, Ellos son inseparables. Por tanto, los que estudiaron la Biblia hace más de mil ochocientos años se vieron obligados a inventar la palabra coinherencia para describir a la Trinidad Divina. La teología actual no resalta esta palabra; más bien, solamente presta atención a la palabra coexistencia, debido a que los teólogos de hoy en día emplean esta palabra junto con la Biblia para derrotar la herejía del modalismo.
El modalismo es conocido también como sabelianismo. Debido a que Sabelio era el principal exponente del modalismo, su nombre es usado para representar tal doctrina. El modalismo niega la coexistencia del Padre, el Hijo y el Espíritu afirmando que Dios es únicamente uno y no tres. Según esta doctrina, en el pasado Dios era el Padre, y cuando se manifestó en la carne Él se convirtió en el Hijo. Y una vez que vino el Hijo, el Padre dejó de existir; es decir, una vez que el Padre se hizo el Hijo, el Padre ya no existía. El Hijo vivió en la tierra por cierto tiempo y luego se hizo el Espíritu Santo, después de lo cual el Hijo también dejó de existir. Así pues, según el modalismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu no coexisten mutuamente; lo cual es definitivamente una herejía. Hoy en día todos los teólogos fundamentalistas creen en la Trinidad, pero el problema es que su forma de hablar hace pensar a la gente que hay tres Dioses, debido a que se centran en el aspecto de que Dios es tres y descuidan el aspecto de que Dios también es uno. Por tanto, su entendimiento se inclina hacia el triteísmo. El modalismo da énfasis al aspecto de que Dios es uno, pero hace a un lado el aspecto de que Él es tres, lo cual es un extremo. La teología fundamental se centra únicamente en el aspecto de la coexistencia del Padre, el Hijo y el Espíritu, descuidando el aspecto de Su coinherencia, de modo que han llegado a ser otro extremo.
La coinherencia implica no solamente una existencia simultánea, sino también que uno mora dentro del otro de forma mutua y simultánea. Esto implica que el Padre, el Hijo y el Espíritu no existen separadamente, sino que Ellos existen de tal manera que el uno mora en el otro simultáneamente: el Hijo está en el Padre, el Padre está en el Hijo, el Padre y el Hijo están en el Espíritu, y el Espíritu está en el Padre así como también en el Hijo. Ésta es la verdadera Trinidad Divina. Si ponemos demasiado énfasis en el aspecto de Su coexistencia, ello puede conducirnos al triteísmo; y si recalcamos demasiado el hecho de que Dios es uno solo, podemos caer en el modalismo. Ambos son extremos y son erróneos. Nosotros creemos en la Trinidad Divina tal como se nos revela en las Escrituras.
En la Trinidad Divina el Padre es la fuente, el Hijo es el curso, la expresión, y el Espíritu es el fluir, lo que llega al hombre. Así pues, el Espíritu Santo es el Dios Triuno que viene a nosotros. Cuando el Dios Triuno viene a nosotros, Él es el Espíritu, y cuando recibimos al Espíritu, recibimos al Dios Triuno. Esto no quiere decir que cuando el Espíritu viene a nosotros, el Hijo y el Padre no vienen. La venida del Espíritu es la venida del Dios Triuno. El error que comete el triteísmo es el afirmar que cuando Jesucristo vino, Él dejó atrás al Padre celestial en el trono y que, después de resucitar, ascender al cielo y sentarse a la diestra de Dios, Él envió al Espíritu Santo como Su representante a fin de entrar en el hombre. Es por esta razón que en 1967 comenzamos a defender la verdad acerca de la Trinidad Divina y a publicar varios mensajes para poner totalmente en evidencia las enseñanzas erróneas y heréticas en cuanto al Dios Triuno.
Estamos librando una batalla por la verdad tomando como base las Escrituras. Los eruditos que hablan doctrinas heréticas no realizan un estudio cabal de la Biblia. Sus argumentos se basan en el limitado conocimiento que han acumulado al estudiar únicamente la teología tradicional. Ellos me desprecian, pues consideran que yo soy simplemente un chino de edad avanzada. Ellos se niegan a creer que, si bien sus misioneros occidentales fueron a China a enseñarles la Biblia a los chinos y a predicarles el evangelio, ahora haya venido un hombre de la China para enseñarles a ellos. No están dispuestos ni quieren aceptar este hecho. No pueden considerar que, aunque ellos han estudiado un poco de teología, yo he estado estudiando la Biblia a profundidad durante sesenta años y he publicado un buen número de libros. Cuando salgo a pelear, puedo derrotarles con tan sólo citarles unos cuantos versículos de la Biblia.
La verdad con respecto a la Trinidad Divina consiste en que el Padre es la fuente, el Hijo es el curso que viene con la fuente y el Espíritu es el que alcanza, el fluir que viene a nosotros juntamente con la fuente. Así pues, el Espíritu Santo viene con el Padre y con el Hijo. Hoy el Señor Jesús no solamente está sentado en el cielo a la diestra de Dios, sino que también vive en nosotros. Gálatas 2:20 declara: “Vive Cristo en mí”, y Colosenses 1:27 dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Además, en Efesios 3:17 Pablo oró para que Cristo hiciera Su hogar en nuestros corazones. Es erróneo decir que Cristo está en el cielo y no en nosotros. Según la verdad pura de las Escrituras, Cristo no solamente mora y vive en nosotros, sino que también hace Su hogar en nosotros.
Por tanto, inventé varias palabras para explicar la verdad que se halla en las Escrituras. El Espíritu Santo hoy es el Espíritu procesado y todo-inclusivo, la máxima consumación del Dios Triuno procesado. Hoy a la luz del recobro del Señor, el Espíritu que disfrutamos y experimentamos es la máxima consumación del Dios Triuno.
Puesto que se ha producido una consumación, debe haber habido un proceso. Primeramente, Dios pasó por la encarnación, y Aquel que se encarnó no era simplemente el Hijo sino todo el Dios Triuno, o sea, el Padre, el Hijo y el Espíritu. Juan 1:1 y 14 muestran esta verdad: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios [...] Y el Verbo se hizo carne”. El Dios encarnado no es solamente una tercera parte de Dios, sino el Dios Triuno en Su totalidad. La mayoría de los cristianos, por estar bajo la influencia de la teología tradicional, creen que fue solamente el Hijo quien se manifestó en la carne. Pero, en realidad, Aquel que se encarnó no es nada menos que el Dios Triuno mismo.
Además, cuando el Señor Jesús vivió en la tierra, no fue únicamente el Hijo sino el Dios Triuno quien estaba viviendo en la tierra. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, no fue únicamente el Hijo sino el Dios Triuno quien pasó por la muerte. Hechos 20:28 nos prueba este punto, pues dice: “La iglesia de Dios, la cual Él ganó por Su propia sangre”. Usualmente nos referimos a la sangre como la sangre preciosa del Señor Jesús, pero Pablo dice que era la sangre de Dios. Esto nos muestra que Aquel que murió en la cruz no era meramente un hombre, sino que también era Dios; Él era nada menos que el Dios Triuno.
Así pues, fue el Dios Triuno quien se encarnó, quien pasó por un vivir humano, quien murió y quien resucitó. En resurrección vino a ser el Espíritu, y este Espíritu es el Espíritu vivificante, el fruto del Dios Triuno encarnado que pasó por el proceso de la muerte y resurrección (1 Co. 15:45). En otras palabras, el Espíritu es la máxima consumación y expresión máxima del Dios Triuno procesado.
Por consiguiente, el Nuevo Testamento muestra que cuando nosotros recibimos el Espíritu, recibimos la máxima consumación del Dios Triuno, o sea, recibimos al Dios Triuno procesado. Hoy el Espíritu Santo es el Dios Triuno procesado. Él ya no es el mismo Dios Triuno antes de la encarnación, sino el Dios Triuno que pasó por la encarnación, el vivir humano, la muerte y la resurrección. En este Dios Triuno se halla toda clase de riquezas: la divinidad, la humanidad, el vivir humano, la muerte toda-inclusiva, la resurrección que conquista todo, la ascensión que trasciende todo y el descenso que recibe todo. Hoy el Espíritu se mueve en el universo para que el hombre lo reciba. ¡Este evangelio es verdaderamente grandioso!
Génesis 1 revela que antes de que Dios restaurase los cielos y la tierra, el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas (v. 2). Este Espíritu era el Dios Triuno, mas no era la máxima consumación del Dios Triuno, el Espíritu todo-inclusivo, o el Dios Triuno procesado. El Espíritu del cual se hace mención en Génesis 1 solamente contaba con el elemento divino, mas no poseía el elemento humano, ni el vivir humano, ni la muerte, ni la resurrección ni la ascensión. En Su expresión original Él era el Dios Triuno en un estado “crudo”. Sin embargo, el Espíritu que hoy se mueve en el universo es diferente de aquel en Génesis 1. Esto no quiere decir que haya dos Espíritus. Ellos son un mismo Espíritu, pero este Espíritu ha sido procesado. El Espíritu en el principio era la expresión inicial del Dios Triuno, mientras que el Espíritu en la etapa de Su consumación es la expresión final y máxima del Dios Triuno. Hoy el Espíritu que hemos recibido es el Espíritu en Génesis 1 que pasó por un proceso y llegó a Su consumación.
En el pasado había un colaborador en Hong Kong el cual se puso en contra mía, porque dije que el Cristo en Apocalipsis era diferente del Cristo en el Evangelio de Juan. Ciertamente, el Cristo que se menciona en el Evangelio de Juan es diferente al Cristo en Apocalipsis, pero esto no quiere decir que haya dos Cristos. El Cristo que Juan vio y relató en su evangelio no le inspiró temor; más bien, Juan se reclinó sobre Su pecho (13:25). Y es este mismo Juan quien describe a Cristo en el libro de Apocalipsis. Esto ocurrió después de varias décadas; en ese tiempo Juan había envejecido y no temía afrontar sufrimiento ni muerte. Sin embargo, cuando Juan vio a Cristo en esta ocasión, tuvo temor y cayó como muerto a Sus pies (1:17). Además, el Cristo que él describió en el Evangelio de Juan tenía dos ojos, mientras que el Cristo en Apocalipsis tenía siete (5:6). ¿Cómo entonces podríamos decir que el Cristo en el Evangelio de Juan es el mismo Cristo que se menciona en Apocalipsis? Sin duda alguna, no podemos afirmar que sean lo mismo. Sin embargo, el hecho de que el Cristo en el Evangelio de Juan es diferente del Cristo en Apocalipsis no quiere decir que sean dos Personas diferentes. Más bien, el Cristo en el Evangelio de Juan y el Cristo en Apocalipsis son uno y el mismo.
De igual manera, no estamos afirmando que hayan dos Espíritu Santos. Lo que estamos diciendo es que el Espíritu Santo es diferente en cuanto a Su aspecto dispensacional. En Génesis 1, el Espíritu Santo se hallaba en la etapa inicial y no había pasado aún por un proceso. Sin embargo, en Apocalipsis, el Espíritu Santo ya no se encuentra en esa etapa inicial, sino que se halla en la etapa final y la más elevada, pues ha llegado a ser los siete Espíritus (1:4; 4:5; 5:6). Estos siete Espíritus no son siete Espíritus separados, sino un solo Espíritu siete veces intensificado.
Dios ya creó los cielos y la tierra, se hizo carne y tuvo un vivir humano en la tierra por treinta y tres años y medio. Asimismo, Él pasó por la muerte, murió en la cruz en siete estatus, y después resucitó, ascendió y descendió. Hoy en día Él se halla en el trono como también en nosotros; y además, lleva a cabo Su operación en el mundo entero. Por tanto, siempre que salimos a predicar el evangelio, podemos decirles a las personas que la Palabra está cerca de ellas, pues está en su boca y en su corazón (Ro. 10:8). La Palabra es Cristo, y Cristo es el Espíritu. El Espíritu es como el aire que está en nuestra boca así como dentro de nuestro ser. Al igual que el aire, el Espíritu también está en nuestra boca y dentro de nuestro ser. Hoy nuestro Dios es así de maravilloso; Él es nuestro Salvador y nuestra vida, y es también el Espíritu. Nosotros necesitamos ser llenos de tal Espíritu.
Gálatas 3 hace referencia al Espíritu como la bendición del evangelio. El evangelio que predicamos contiene una bendición central: el Espíritu, el cual Dios prometió a Abraham desde un principio (v. 8). Desde hace cuatro mil años, Dios hizo tal promesa de bendecir a Abraham. Dicha bendición era el Dios Triuno encarnado que llegaría a ser la simiente de Abraham, y era en dicha simiente, la cual es Cristo, que serían benditas todas la naciones (vs. 14, 16). ¿Cómo podría Cristo, que es la simiente, llegar a ser la bendición de las naciones? Él llegó a ser tal bendición al pasar por un proceso. Él llevó una vida humana y después fue a la cruz, en donde llevó a cabo una muerte toda-inclusiva y puso fin a todos los problemas que existían en la humanidad y a todos los que habían entre Dios y el hombre. Luego Cristo resucitó para ser hecho el Espíritu vivificante, quien es la consumación del Dios Triuno. Este Espíritu vivificante, como la consumación del Dios Triuno, es el que opera en la tierra hoy a fin de ser la bendición a todas las personas del mundo.
Así pues, este Espíritu es el evangelio, la salvación, y es también Dios mismo, Jesucristo nuestro Salvador. Además, este Espíritu es nuestra vida y poder. En Su aspecto esencial Él está en nuestro ser como vida, mientras que en Su aspecto económico Él está sobre nosotros como poder. Éste es el Espíritu que predicamos, y es este Espíritu en quien hemos creído, a quien hemos recibido y poseemos. Gálatas 3:2 nos dice que hemos recibido el Espíritu, y Efesios 1:13 también declara: “En Él también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en Él habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Cuando fuimos salvos, el Espíritu Santo, quien es Dios mismo, entró en nuestro ser como un sello a fin de marcarnos, lo cual indica que ahora le pertenecemos a Dios. Esto muestra que el Espíritu que hemos recibido es en realidad el Dios Triuno mismo.
Ahora lo que necesitamos es ser llenos de este Espíritu. En Efesios 5:18 Pablo nos exhorta a que seamos llenos en el espíritu. Tenemos que ser llenos en nuestro espíritu con el Espíritu, el Espíritu vivificante y todo-inclusivo como la consumación del Dios Triuno procesado. ¿Cómo somos llenos de este Espíritu? Somos llenos por medio de la oración y la confesión de nuestros pecados, lo cual incluye arrepentimiento. Por ejemplo, en el Día de Pentecostés, después de escuchar el evangelio y ser conmovidos por el Espíritu, las personas preguntaron a Pedro qué debían hacer a fin de ser salvas. Pedro les respondió diciendo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch. 2:38). Esto muestra que siempre que cumplamos con este principio, el cual consiste en arrepentirse, confesar nuestros pecados y tomar medidas cabales con respecto a nuestros pecados, sin duda alguna recibiremos el Espíritu Santo. De la misma manera que recibimos el Espíritu Santo por primera vez y fuimos salvos por medio de nuestro arrepentimiento y confesión, hoy también somos llenos del Espíritu Santo mediante arrepentimiento y confesión.
La regeneración y la salvación que experimentamos es algo que sucede una vez y para siempre, pero el arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados es algo que tenemos que hacer a diario por el resto de nuestra vida. Consideremos, por ejemplo, el hábito de lavarse las manos. No acostumbramos lavarnos las manos después de nacer una sola vez y nada más; más bien, uno debe lavarse las manos varias veces al día durante toda nuestra vida. La respiración es otro ejemplo. No podemos dejar de respirar por el hecho de haber respirado profundamente una vez; más bien, tenemos que respirar incesantemente para mantener nuestra existencia. La respiración es como nuestra oración, y lavarnos las manos es como nuestra confesión. Si queremos ser llenos del Espíritu Santo, debemos orar y confesar nuestros pecados todos los días.
Hoy el Dios Triuno procesado ha sido consumado como el Espíritu todo-inclusivo. Los que conforman el movimiento pentecostal afirman que para recibir el Espíritu Santo, todos los cristianos deben ayunar o realizar ciertas cosas hasta que escuchen un gran ruido y sus bocas se abran y hablen en lenguas. Esto no tiene sentido. Después de que el Dios Triuno efectuó la redención, Él se hizo el Espíritu vivificante y, como tal, al igual que el aire, Él está en nuestra boca y en nuestro corazón. Cada vez que nuestra boca se abre para invocar el nombre del Señor, recibimos el Espíritu Santo y somos salvos (Ro. 10:8-13). No obstante, después de recibir la salvación, todavía necesitamos ser llenos del Espíritu Santo por medio de nuestra oración y confesión diarias.
Tenemos que hacer una confesión completa de nuestros pecados, especialmente antes de salir a contactar a las personas o antes de profetizar de parte del Señor en las reuniones. Cuando oramos y confesamos nuestros pecados hasta cierta medida, somos llenos del Espíritu Santo interiormente. No es necesario analizar si estamos llenos del Espíritu en Su aspecto esencial o en Su aspecto económico, ya que ambos son un solo Espíritu. Si bien existe una distinción en cuanto a la función del Espíritu en Su aspecto esencial y en Su aspecto económico, aun así Ellos son un mismo Espíritu.
Una vez que somos llenos del Espíritu Santo, aún tenemos que hacer ciertas cosas para seguir siendo llenos constantemente. Primero, no debemos apagar al Espíritu (1 Ts. 5:19). El Espíritu hace que seamos fervientes en espíritu (Ro. 12:11) y que avivemos el fuego del don que está en nosotros (2 Ti. 1:6). Por tanto, no debemos apagar el Espíritu.
Segundo, no debiéramos contristar al Espíritu Santo (Ef. 4:30). Contristar al Espíritu Santo es disgustarlo y no andar conforme a Él en nuestra vida cotidiana (Ro. 8:4). ¿Cómo sabemos cuándo el Espíritu está contristado? Lo sabemos por la vida que llevamos. Si no experimentamos gozo en nuestra vida cristiana, esto es señal de que el Espíritu Santo que mora en nosotros está contristado. Es debido a que el Espíritu Santo está contristado, que nosotros no estamos gozosos. Pero si estamos alegres, esto indica que el Espíritu Santo en nosotros también lo está. Cierta hermana testificó que una vez había orado a tal grado que en todo su ser se sentía refrescada, alegre y llena de gozo. Esto muestra que el Espíritu Santo en ella estaba alegre. Por lo tanto, no contristar al Espíritu Santo equivale a no contristarse a uno mismo.
Tercero, en el aspecto positivo, debemos obedecer al Espíritu Santo. En Hechos 5 Pedro dijo: “El Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (v. 32). Esto comprueba que el Espíritu Santo nos es dado para que le obedezcamos. La obediencia es el camino y el requisito que debemos seguir a fin de disfrutar al Espíritu Santo. Romanos 8:4 nos dice: “No andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. Ésta es la manera en que somos llenos del Espíritu Santo y también es el requisito que debemos cumplir para llevar una vida en la cual somos llenos del Espíritu Santo. No solo debemos estudiar estos versículos, sino que también debemos ponerlos en práctica en nuestra vida diaria.
Hoy en la vida de iglesia existe la urgente necesidad de que seamos llenos del Espíritu Santo. Si no somos llenos del Espíritu Santo, careceremos de vigor y vitalidad. Sin esta vitalidad estaremos como muertos, al igual que una llanta desinflada. Hoy en día, en el cambio de sistema estamos poniendo en práctica la manera ordenada por Dios, en la cual procuramos hallar un equilibrio entre las reuniones grandes y las pequeñas, a fin de que todos los santos puedan ejercer su función de manera orgánica. Esto es lo correcto. Sin embargo, si los santos carecen de vitalidad y vigor en la vida de iglesia, entonces todo nuestro esfuerzo por traer este cambio de sistema será en vano. Hoy en la vida de iglesia, nuestra escasez todavía es ser llenos del Espíritu. Por esta razón, espero que todos ustedes, los jóvenes, sean los primeros en prestar su atención a ser llenos del Espíritu Santo y procuren ser llenos del Espíritu Santo todos los días.
Las personas que participan en el movimiento pentecostal hablan milagrosamente en lenguas, pues piensan que ésta es la única manera de recibir al Espíritu Santo. Este concepto es absolutamente erróneo. No hay duda de que cuando el Espíritu Santo fue derramado en Hechos, los que estaban ahí verdaderamente hablaron en lenguas. Sin embargo, de todas las Epístolas, únicamente en 1 Corintios se hace mención al hablar en lenguas, y lo dicho al respecto era un ajuste, una corrección y una restricción en el sentido negativo. Según las Epístolas, hablar en lenguas no es un requisito necesario para ser llenos del Espíritu Santo; más bien, tales requisitos incluyen nuestro arrepentimiento, la confesión de nuestros pecados, no apagar al Espíritu, no contristar al Espíritu Santo, obedecer al Espíritu Santo y andar conforme al espíritu en todo.
Debemos rechazar lo que es enseñado por el movimiento pentecostal. No hablen en lenguas, porque una vez que lo hagan, su vida espiritual será aniquilada. Sin embargo, en cuanto a vuestra práctica hay ciertos asuntos que ustedes deben atender y que nunca deben ignorar, especialmente cuando vayan a predicar el evangelio en las aldeas. Estos asuntos prácticos consisten en sanar a los enfermos y echar fuera demonios, los cuales tienen que realizar andando conforme al espíritu. No digan que no pueden hacer estas cosas, ya que no son ustedes los que tienen tal poder, sino que es el Señor Jesús, el Espíritu, quien tiene el poder de hacerlo. Ustedes deben echar fuera los demonios en el nombre del Señor Jesús y poniendo vuestra confianza en el poder de Su sangre preciosa. Todos los demonios temen estas dos cosas. Cuando ustedes echen fuera un demonio, lo primero que tienen que decir es: “La sangre preciosa de Jesucristo me cubra”. Luego deben también decirle al demonio que molesta: “Cubierto con la sangre preciosa de Jesús te echo fuera en Su nombre”. De esta manera, el demonio tendrá que obedecer e irse.
No hay muchos demonios en las ciudades grandes, pero sí hay muchos en las aldeas. Los demonios aprovechan toda oportunidad que se les presente para molestar a las personas ignorantes y para poseer sus cuerpos cuando ellas están enfermas o lastimadas. Así que, cuando vayan a las aldeas, ustedes no podrán evitar echar fuera demonios. A partir de ahora, todos los obreros que tenemos entre nosotros deben estar preparados de antemano para deliberadamente echar fuera demonios cuando la ocasión lo requiera. Además, ustedes también deben sanar a los enfermos de sus dolencias cuando sea necesario. No tienen que preocuparse de si pueden o no pueden curar la enfermedad; simplemente háganlo por fe. Sin embargo, no celebren reuniones de sanidades como las que hacen en el movimiento pentecostal. El Señor no desea que hagamos eso; más bien, Él quiere que echemos fuera demonios y curemos toda enfermedad cuando predicamos el evangelio en las aldeas.
Tenemos entre nosotros un hermano que puede curar enfermedades y echar fuera demonios. Una vez este hermano echó fuera un demonio al escribir una frase que decía: “Jehová envió a Jesús como Salvador, y Jesús echa fuera demonios”. Luego, pidió a la persona que estaba poseída por el demonio que leyera esa frase e invocara el nombre del Señor. Al día siguiente dicha persona testificó que el demonio la había dejado. Quizás esto nos parezca una broma, pero en realidad ésta es la manera correcta de hacerlo. La manera de echar fuera a los demonios consiste en pedirle a la gente que lea la Palabra del Señor e invoque Su nombre sin cesar. Una vez que la persona es salva, el demonio la dejará.
Hace unos veinte años atrás en la China continental, los cristianos que predicaban el evangelio en las aldeas solían encontrarse en situaciones que les exigía echar fuera demonios y curar enfermedades. Hace cincuenta años se publicó un libro sobre la posesión de demonios, cuyo autor era un misionero extranjero procedente de la iglesia presbiteriana. Cuando él predicaba el evangelio en mi ciudad natal Chifú, tuvo numerosas experiencias en cuanto a echar fuera demonios y documentó detalladamente todas estas experiencias. La señora Penn-Lewis también nos relató sus experiencias al respecto en el libro titulado The War on the Saints [La guerra contra los santos]. Cuando vi este libro quise comprarlo, lo cual hice más tarde en una librería en Shanghái que se dedicaba exclusivamente a la venta de libros espirituales usados que eran escritos por misioneros occidentales. Hoy cuando salimos a predicar el evangelio, debemos satisfacer esta necesidad, y la manera de hacerlo no es al conducir reuniones para hablar en lenguas o para curar enfermedades, sino al procurar ser llenos del Espíritu Santo en nuestro ser y permaneciendo siempre llenos del Espíritu Santo. Entonces podremos echar fuera todo demonio y sanar a todo enfermo que encontremos. Ésta es la práctica correcta.
Oración: Señor, llénanos con Tu Espíritu Santo. No queremos poseer sólo conocimiento. Anhelamos ser llenos del Espíritu Santo, llenos del Dios Triuno. Señor, te damos gracias por ser el Dios Triuno procesado que nos abastece en nuestro espíritu. Todos los días queremos ejercitar nuestro espíritu para ser llenos del Espíritu Santo al presentarte nuestra oración y confesión. No queremos apagar el Espíritu ni contristar al Espíritu Santo, sino que queremos obedecer al Espíritu y andar conforme al espíritu de modo que podamos ser llenos del Espíritu en nuestra vida diaria.
Señor Jesús, queremos ser edificados diariamente bajo Tu sangre preciosa y en Tu nombre a fin de satisfacer lo que Tú necesitas en Tu mover. Te alabamos porque en la cruz Tú ya destruiste al diablo, quien tiene el imperio de la muerte. Ahora como el Espíritu vivificante haces que todo cuanto lograste en la cruz sea una realidad en nosotros. Señor, acuérdate de nosotros y haz que aquello que Tú lograste llegue a ser nuestro modo de vivir a fin de que llevemos una vida sin pecado y sin muerte. Señor, queremos confesar a diario nuestros pecados y echar fuera todos los demonios para que venga el reino de Dios.
Señor, ilumínanos y lávanos cada día a fin de que lleguemos a ser vasos útiles para honra y seamos completamente llenos del Espíritu Santo. Señor, atráenos a Ti cada día de modo que seamos Tus testigos en nuestro vivir. Amén.