
Lectura bíblica: Mt. 16:24-26; Gá. 5:24; Ro. 6:6; 8:13b
En el mensaje anterior hablamos de los asuntos de ser crucificado al ser regenerado y de morir para vivir. Es posible que la expresión crucificado al ser regenerado parezca rara debido a que ambas palabras, crucificado y regenerado, tienen connotaciones opuestas. Sin embargo, si somos regenerados, somos crucificados. Nuestro primer nacimiento no tiene nada que ver con la crucifixión. En ese nacimiento nacimos para vivir. Pero en nuestro segundo nacimiento, es decir, en la regeneración, nacimos crucificados. Nacimos, es decir, fuimos regenerados, crucificados. Luego de haber sido crucificados al ser regenerados, seguimos muriendo.
Luego de nuestro bautismo cada día debemos llevar una vida en la cual se muere. Tal vida es una continuación de nuestro bautismo. No debemos olvidar que somos personas muertas. Y no sólo eso, sino que no debemos olvidar que somos personas sepultadas. Estamos muertos y sepultados. Después de nuestro bautismo comenzamos a morir. Todos los días somos personas muertas y ahora vivimos al morir.
En la expresión crucificado al ser regenerado y morir para vivir, la conjunción y une las palabras regenerados y morir. Somos regenerados y estamos muriendo. Hemos sido crucificados al ser regenerados y ahora necesitamos morir para que podamos vivir. Luego de nuestro bautismo vivimos al morir y morimos para vivir. Morir para vivir es el significado adecuado de llevar la cruz. Desde mi juventud he oído la enseñanza tocante a llevar la cruz. Esta enseñanza se basa en las palabras que el Señor dijo en Mateo 16:24: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Sin embargo, la manera en que muchos cristianos entienden este asunto de llevar la cruz no es lógica. Según su entendimiento, llevar la cruz es sufrir. Por causa de este entendimiento erróneo, escribí un himno (Himnos, #294) que habla del significado de la cruz. La primera estrofa de ese himno dice:
¿Habrá dolor si hoy tomáramos la cruz? No sólo habrá dolor, más bien nos matará; Si la experimentamos hemos de morir, Ella está puesta para el ego aniquilar.
En el conocido libro Imitation of Christ [Imitación de Cristo], el autor, quien muchos piensan que es Thomas à Kempis, enseñaba que el camino a la perfección era sufrir con Cristo. La enseñanza impartida en ese libro se parece mucho a la enseñanza del ascetismo, el cual es firmemente enseñado por el budismo, por los gnósticos y por los llamados cristianos místicos, entre quienes se incluye Madame de Guyón, Francisco de Fenelón y el hermano Lawrence. Gran parte de la enseñanza tocante a llevar la cruz es en realidad una cierta forma de ascetismo. Sin embargo, en Colosenses 2:20-23 Pablo se opuso completamente al ascetismo.
La enseñanza del ascetismo parece tener cierta base en las Escrituras, dado que en 1 Pedro 4:1 Pedro dijo: “Puesto que Cristo ha padecido en la carne, vosotros también armaos del mismo sentir; pues quien ha padecido en la carne, ha terminado con el pecado”. En cierto sentido, el sufrimiento hace que una persona deje de pecar. Cuando alguien es pobre, tiene que trabajar arduamente para ganarse la vida, y son restringidos con respecto a sus concupiscencias. En cambio, cuando alguien es rico, las distracciones y los entretenimientos que le gustan promueven las concupiscencias. Si esto no fuera verdad, nadie hubiese podido inventar el ascetismo. El ascetismo lo inventaron quienes se dieron cuenta de que cuando alguien se vuelve rico, a menudo se corrompe. La enseñanza errada tocante a llevar la cruz representa una forma de ascetismo.
El concepto principal del libro Imitation of Christ es erróneo. La vida cristiana no es una imitación de Cristo, sino una participación de Cristo. Nadie puede imitar a Cristo, tal como un mono no puede imitar a un hombre. Nosotros somos criaturas caídas. El pecado ha venido a ser nuestra constitución. Cada miembro de nuestro cuerpo es parte de esta constitución pecaminosa. En Romanos 7 Pablo dijo que él estaba vendido al pecado (v. 14). Alguien que está vendido al pecado es esclavo del pecado. ¿Cómo se le puede pedir a alguien así que guarde la ley? Es ridículo pedirle a un esclavo del pecado, a alguien que está vendido al pecado, que guarde la ley.
El último de los Diez Mandamientos dice: “No codiciarás” (Éx. 20:17). Este mandamiento no tiene que ver con la conducta externa, sino con el pecado interior del hombre, que yace mayormente en sus pensamientos. ¿Quién puede evitar el codiciar? Ni siquiera un multimillonario puede evitar codiciar. En Filipenses 3 Pablo dijo que en cuanto a la justicia que es por la ley, él llegó a ser irreprensible (v. 6). Sin embargo, en Romanos 7 Pablo admitió que era culpable de codiciar (v. 7). Por lo tanto, la jactancia de Pablo con respecto a su propia justicia es similar a la jactancia de David en Salmos tocante a su integridad (7:8; 26:1, 11; 41:12). Aunque Pablo y David se hayan considerado justos conforme a la ley, por lo menos en ciertos momentos no lo fueron, ya que Pablo codició, y David asesinó a Urías y se quedó con su mujer, Betsabé (2 S. 11), violando con este solo acto los últimos cinco mandamientos de la ley tocante a la conducta del hombre para con su prójimo (Éx. 20:13-17).
David es apreciado por muchos judíos y cristianos. Sin embargo, David cometió un pecado grave, y el recuerdo de eso perduró aun mucho después de que David lo confesara a Dios (Sal. 51). Hasta en la genealogía de Cristo narrada en Mateo se menciona ese pecado de David (Mt. 1:6). En cierto sentido, Pablo era bueno; aun antes de ser cristiano él se esforzó por guardar la ley. Pero en Romanos 7 él nos dijo que no lo había conseguido. En el versículo 9 Pablo dijo que él sin la ley vivía en un tiempo, pero que venido el mandamiento, el pecado revivió y él murió.
Llevar la cruz significa, en primer lugar, que Cristo nos llevó a la cruz y, en segundo lugar, que fuimos crucificados con Él en la cruz (Gá. 2:20a). Puesto que Cristo fue crucificado y nosotros fuimos crucificados en Él, debemos ver y no olvidar que desde entonces una cruz ha sido puesta sobre nuestros hombros. De joven apenas comprendía que llevaba una cruz a cuestas. Sin embargo, especialmente en los últimos años, cuanto más sigo al Señor, más me doy cuenta de que llevo una cruz a cuestas. Cuando yo era un joven cristiano, tenía mucha libertad de argumentar con otros. Si quería jugar cierto deporte, simplemente lo hacía. En cambio ahora, especialmente en estos últimos años, me ha sido puesta una pesada cruz. A menudo cuando quiero hacer algo, dentro de mí la respuesta del Señor es “no”. Ese “no” es la cruz. Si verifica con su propia experiencia, admitirá que inmediatamente después de ser salvo, durante el primer año de su vida cristiana, le resultaba fácil obtener permiso del Señor Jesús para hacer ciertas cosas. En realidad, no era el Señor Jesús quien le daba permiso, sino que usted mismo se lo daba. Luego, después de mucho crecimiento en el Señor, cuanto más seguía al Señor Jesús, más recibía la respuesta “no” al querer obtener permiso de parte del Señor. Tal vez alguno le pida permiso al Señor para hablar con cierto hermano, a lo cual el Señor quizá diga: “¡No! Quiero que leas la Biblia”. Luego es posible que le pida al Señor permiso para ir a dormir, pero en su interior sabe que lo que el Señor quiere es que se arrodille y ore. Uno nunca le preguntaría eso al Señor. Si uno le preguntara al Señor si le gustaría que orase por una hora, Él seguramente respondería que sí. En realidad, no es necesario que Él diga que sí; usted sabe, en lo profundo de su ser, que eso es lo que el Señor quiere que haga. Sin embargo, a usted no le gusta orar. A la larga, acepta su propia proposición y entonces llega a ser el señor. En esos momentos no hay cruz alguna sobre usted; se ha quitado la cruz de los hombros. Eso quiere decir que no lleva la cruz.
Al principio de mi ministerio, yo no estaba libre de la enseñanza del ascetismo. A veces les decía a los hermanos que al casarse recibían una gran cruz y que esa cruz era su esposa. También les decía que una sola cruz grande no era suficiente. Por consiguiente, después de dos años el Señor agregaba una cruz más pequeña, es decir, una hija. Luego de otros tres años, el Señor agregaba otra cruz: un hijo travieso. Eso era lo que yo hablaba al comienzo de mi ministerio. En cambio, ahora diría que en todo el universo sólo hay una cruz que puede salvarnos. Esta cruz no es nuestra cruz, sino la cruz de Cristo. Sin embargo, en Mateo 16 el Señor dijo que debemos tomar nuestra propia cruz. Esto quiere decir que debemos hacer que la cruz de Cristo sea nuestra cruz. Ya fuimos puestos en esa cruz, y esa cruz fue puesta sobre nosotros. Cuando fuimos bautizados en el bautisterio, testificamos que deseábamos tomar el camino de la cruz. Testificamos que habíamos sido crucificados, anulados, por la cruz de Cristo. Después de ese bautismo, debemos ser una persona que lleva la cruz continuamente. La cruz simplemente significa que se nos ha dado muerte y que ahora necesitamos estar bajo esa muerte. Tenemos que darnos cuenta de que ahora ya no somos personas vivas, sino personas moribundas, y ya estamos muertos. La cruz está sobre nosotros.
La primera estrofa de Himnos, #294 dice que el significado de la cruz no es sufrir, sino darnos muerte. Si vivimos, en realidad morimos continuamente. Por otro lado, si morimos continuamente, en realidad vivimos. El apóstol Pablo enseñó acerca de esto en Romanos 8:13: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Si todavía vivimos en nuestra carne, hemos de morir, pero si llevamos la cruz al morir durante el día, viviremos.
Debemos llevar la cruz de Cristo como nuestra cruz al tomar medidas con respecto a la vida del alma, esto es, nuestro yo (Mt. 16:24-26; Lc. 9:23-25). Lo más difícil para nosotros no es tomar medidas con respecto al pecado en nuestro cuerpo, sino al yo en nuestra alma. Los hermanos que han sido ancianos por algún tiempo se han dado cuenta de que lo más difícil en la vida de iglesia es tomar medidas con respecto a la manera de ser de ciertos santos. Del mismo modo, lo más difícil con lo cual una esposa tiene que tratar es con su esposo. Tal parece que una esposa puede tomar medidas con respecto a cualquier cosa, pero no con el carácter ni con la manera de ser de su esposo. Cuanto más vive una esposa con su esposo, más se da cuenta de que su esposo, con su manera de ser, su carácter y su ser, es un problema para ella. Éste es el problema que primero ocasiona una separación y luego un divorcio. La razón de que haya tantas separaciones y divorcios actualmente en los Estados Unidos es que todo estadounidense quiere ser libre; todo estadounidense alega que la libertad es un derecho humano y civil. Esto es un indicio de que en un país como los Estados Unidos, en el cual hay muchos cristianos, muy pocos viven bajo la cruz. Son muy pocos los que mueren continuamente bajo la cruz; en vez de eso, la mayoría de las personas están muy vivas y activas en la carne. Es muy difícil que dos personas que todavía están muy vivas y activas permanezcan juntas. La Biblia enseña no sólo de la obediencia, sino también de la sumisión (He. 13:17; Ef. 5:21-22; Ro. 13:1). Cada uno debe someterse a algún otro. Enseñar que no existe autoridad delegada es un serio error. Bajo la administración divina de Dios, existe una capa tras otra de autoridad delegada. Si no hay sumisión, no hay cruz.
En cierta ocasión el Señor Jesús se volvió a Sus discípulos y les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. En el universo existe una economía. En conformidad con la economía de Dios, Él primero creó la humanidad (Gn. 1:26-28). Dios creó todos los seres vivientes según su propia especie (vs. 21, 24-25). Luego Él creó al hombre a Su propia imagen y conforme a Su semejanza; es decir, creó al hombre según Su especie. El hombre fue creado según la especie de Dios, pero al crear al hombre, Dios no tenía la intención de usar al hombre natural. Su intención era usarse a Sí mismo dentro de este hombre. Por consiguiente, este hombre tiene que morir para que Dios pueda vivir en este hombre. El hombre creado debe morir para que el Dios creador pueda vivir dentro del hombre creado. Esto se consigue por medio de que el hombre creado muera a fin de que el Dios creador pueda entrar en él para levantarlo de la muerte. Esto es la resurrección, y esto es la regeneración. El hombre regenerado es un ser viviente que posee dos naturalezas, la naturaleza humana y la naturaleza divina, y que posee dos vidas, la vida humana y la vida divina. La naturaleza natural y la vida natural mueren, mientras que la segunda naturaleza del hombre, su segunda vida, vive. Un vivir como éste consiste en que Dios viva en el vivir de la segunda naturaleza y la segunda vida en resurrección. Esto es la economía de Dios. La vida cristiana es una vida en la cual se muere y se vive, una vida en la cual el hombre natural muere y Dios vive en el hombre resucitado.
Si este asunto no está claro para nosotros, podemos cometer muchos errores. Es necesario que veamos el principio básico y el factor básico de la economía de Dios. Tenemos que comprender que cuando fuimos bautizados, todos nosotros fuimos sepultados en el bautisterio. Por lo tanto, debemos permanecer ahí, descansando, durmiendo y muriendo. Ésa no es una muerte rápida. A los ojos del hombre morir es algo casi instantáneo, pero a los ojos de Dios morir lleva mucho tiempo. Todos nosotros fuimos sepultados juntamente con Cristo en Su tumba (Ro. 6:4). Fue ahí donde comenzamos a morir. La muerte que comenzó en la tumba de Cristo ha continuado por los pasados veinte siglos. Hoy en día todavía estamos muriendo. Los que no estén muriendo causarán problemas en la vida de iglesia. Si todos los miembros de la iglesia estuvieran muriendo y durmiendo en su tumba, no habría problemas en la vida de iglesia. Todos los problemas que se suscitan en la iglesia son causados por los que aún viven.
La vida de iglesia nos mantiene continuamente en el bautisterio. Permanecer en el bautisterio para morir es llevar la cruz. Llevar la cruz consiste en tomar medidas con respecto a nosotros, la persona: la persona china, la persona mexicana, la persona estadounidense, la persona alemana. La cruz toma medidas con respecto a nuestro ser; toma medidas con respecto a lo que somos. Esto es tomar medidas con respecto al alma. Sin embargo, muchos creyentes, después de haber sido salvos por diez o por veinte años, nunca han permitido que el Señor toque su ser. Es imposible que tales creyentes experimenten algún crecimiento en vida. Siempre que vivamos sin morir, no podremos crecer. Crecer significa que el Señor se ha añadido en nuestro ser (Col. 2:19). Simplemente creer en el Señor no es adecuado; necesitamos experimentar que el Señor se añada a nosotros. Sin embargo, es difícil para el Señor añadirse en nosotros debido a que somos demasiado fuertes y estamos demasiado llenos. Cada pulgada de espacio en nuestro ser es nuestro, no de Cristo. Así que, el Señor tiene muy poca oportunidad de añadirse a nosotros y, por lo mismo, hay muy poco crecimiento en vida. El crecimiento en vida siempre se efectúa en resurrección, y la resurrección no puede ocurrir sin la crucifixión. La crucifixión es el umbral de la resurrección. Una vez que entramos en la crucifixión, alcanzaremos la resurrección. En resurrección disfrutamos a Cristo viviendo en nosotros. En resurrección Cristo vive no sólo en nosotros, sino también con nosotros, y no sólo vive con nosotros, sino que también es uno con nosotros. Él se hace uno con nosotros.
Según la economía eterna de Dios, nosotros, los seres creados, debemos morir para que Dios pueda levantarnos, a fin de que vivamos con Dios y Dios viva siendo uno con nosotros, es decir, Dios hace que Él y nosotros seamos uno. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Tal espíritu mencionado en este versículo es la resurrección. Un solo espíritu significa una sola resurrección, porque en resurrección el Espíritu de Cristo equivale a la resurrección de Cristo. En resurrección estas dos cosas son una sola. Ahora todo esto ha sido infundido en nuestro ser; sin embargo, aún insistimos en permanecer en el viejo hombre. Todavía insistimos en vivir por nuestro yo en el viejo hombre. Así que, nos resulta imposible llevar una vida cristiana. En esta tierra es difícil ver una persona que esté viviendo una vida cristiana. Podemos ver el cristianismo, pero no podemos ver una vida cristiana adecuada y genuina. Una vida cristiana adecuada y genuina es una vida en la cual el hombre creado muere a fin de que Dios, el Creador, viva con este hombre que ha muerto, para vivir con él como uno solo. Esto está totalmente relacionado con la resurrección. Aquí podemos ver realmente la vida cristiana. A esto se debe que en los cuatro Evangelios el Señor haya recalcado mucho el asunto de llevar la cruz. Tenemos que llevar la cruz a fin de permanecer en la muerte que nos ha asignado. En nuestra vida humana, en nuestra vida natural, no servimos para nada (Ro. 7:18). Por tanto, Dios no nos daría nada sino asignarnos una muerte. Tenemos que permanecer en esta muerte. Si permanecemos en esta muerte, seremos introducidos en la resurrección y en resurrección viviremos a Dios, y Él vivirá en nosotros y con nosotros; Él incluso vivirá siendo uno con nosotros. En esto consiste la vida cristiana.
El hombre es un ser tripartito: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23). Conforme al hecho que consta en la Biblia, aunque Dios ha condenado al hombre pecaminoso y Satanás ha corrompido al hombre, en Su economía, Dios ha marcado un límite alrededor de nuestro espíritu de tal modo que Satanás no pueda entrar en nuestro espíritu. Satanás puede corromper nuestro cuerpo y nuestra alma, pero Dios ha limitado la corrupción de Satanás a estas dos partes de nuestro ser y se ha reservado nuestro espíritu para Sí mismo. Cuando Dios entra en nosotros, Él entra en nuestro espíritu. Satanás intervino para corromper nuestra alma y nuestro cuerpo. En el huerto de Edén la serpiente corrompió a Eva y Adán (Gn. 3:1-7). Primero la serpiente corrompió el alma, es decir, la mente de ellos; luego, por ellos haber tomado del fruto del árbol del conocimiento, su cuerpo fue corrompido. El pecado fue introducido así en el cuerpo, haciendo que el cuerpo fuese carne, lleno de concupiscencias y pasiones. Sin embargo, Dios preservó el espíritu. Por tanto, todavía cabe la posibilidad de que nos arrepintamos. El arrepentimiento se origina en una parte del espíritu, es decir, en la conciencia. La mejor manera de predicar el evangelio consiste en despertar la conciencia de las personas para que comprendan que son pecaminosas ante Dios. Al comprender esto, ellos pueden arrepentirse. El arrepentimiento se origina en nuestra conciencia, y la conciencia es parte de nuestro espíritu. Debido a la existencia de la conciencia en el espíritu del hombre, los filósofos chinos dijeron que dentro de los seres humanos existe una parte que ellos llamaron “la virtud resplandeciente”. Conforme a su lógica, ellos descubrieron que en el hombre caído existe una parte reservada para el uso de Dios.
El Señor Jesús nos dijo que tenemos que llevar la cruz a fin de tomar medidas con respecto a nuestra alma, nuestro yo (Mt. 16:24-26; Lc. 9:23-25). Luego Pablo dijo que él estaba crucificado juntamente con Cristo (Gá. 2:20a). Nadie puede crucificarse a sí mismo. Para ser crucificado uno necesita la ayuda de otros. Es posible que una persona se suicide de muchas maneras, pero nadie puede suicidarse por medio de la crucifixión, porque nadie puede crucificarse a sí mismo. Con todo, Gálatas 5:24 dice: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. Aunque no podemos crucificarnos a nosotros mismos, sí podemos crucificar nuestra carne, nuestro cuerpo caído, con sus pasiones y concupiscencias. Esto es lo que significa tomar medidas con respecto a nuestro cuerpo de pecado. En Romanos 6:6 Pablo escribió: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él para que el cuerpo de pecado sea anulado [o, desempleado, sin trabajo, inactivo]”. Luego, en Gálatas 5:24 Pablo dijo que debemos crucificar nuestra carne. Esto corresponde con Romanos 8:13, donde dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Si por el Espíritu que mora en nosotros hacemos morir los hábitos de nuestro cuerpo caído, no solamente viviremos, sino que también la vida divina será infundida en nuestro cuerpo mortal (v. 11). Ésta es la victoria sobre el pecado. Nuestra victoria sobre el pecado no consiste en que triunfemos sobre el pecado, sino en que permanezcamos bajo la cruz. A lo largo de todo el día, mediante nuestro espíritu regenerado y con la ayuda del Espíritu que mora en nosotros, necesitamos aplicar la crucifixión de Cristo a nuestra carne y a sus pasiones y concupiscencias.
Lo que Pablo dijo en Gálatas 5:24 denota que dentro de nuestra carne caída, la cual es el cuerpo de pecado, existen dos categorías de cosas. La primera categoría está formada por nuestros deseos o pasiones. La segunda categoría está formada por nuestras concupiscencias, es decir, nuestros deseos malignos que resultan en malas acciones. Primero, tenemos nuestros deseos; luego, estos deseos nos hacen caer en concupiscencias. Por tanto, las concupiscencias son peor que los deseos o las pasiones. Tenemos que crucificar estas dos categorías de cosas en nuestra carne caída. Primero, tenemos que crucificar nuestros deseos carnales; luego, tenemos que crucificar las maldades que nacen de nuestra carne, es decir, nuestras concupiscencias.
En los Evangelios, Mateo 16:24 nos dice que tenemos que llevar la cruz; esto es, tenemos que mantener la muerte de Cristo sobre nosotros, sobre nuestra alma, continuamente. Luego las Epístolas nos dicen que tenemos que crucificar siempre nuestros deseos carnales y concupiscencias al tener nuestro espíritu ejercitado junto con el Espíritu Santo, el Espíritu que mora en nosotros, el cual es de gran ayuda. Gálatas 5:16 y 25 nos dicen que andemos por el Espíritu y que vivamos por el Espíritu. Luego debemos crucificar nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias, lo cual significa que debemos hacer morir los hábitos de nuestro cuerpo. Debido a que todavía somos caídos, no podemos hacer esto por nosotros mismos; tenemos que hacerlo mediante el Espíritu que mora en nosotros. Hay otra persona que mora en nosotros. El Dios consumado vive en nosotros como el Espíritu, y nosotros tenemos un órgano, nuestro espíritu, el cual fue preservado por Dios y en el cual Dios mora. Por ende, no debemos permanecer en nuestra carne. Más bien, debemos volvernos de nuestra carne a nuestro espíritu. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu; entonces el Espíritu que mora en nosotros nos ayudará a que todo el tiempo apliquemos la muerte de Cristo a nuestra carne y a nuestras pasiones carnales y nuestras concupiscencias carnales. De esta manera mataremos todos los medios, todos los órganos, del pecado. El pecado se quedará sin trabajo, y nosotros seremos libres del pecado. Así que, estas dos cosas, tomar medidas con respecto a nuestra alma y tomar medidas con respecto a nuestro cuerpo carnal, se realizan por medio de la cruz. A fin de tomar medidas con respecto a nuestra alma, debemos llevar la muerte de Cristo, sin permitirle a nuestro yo que viva. Siempre debemos recordarle a nuestro yo que el bautisterio es una tumba en la cual fue sepultado y en el cual debe permanecer. Esto equivale a poner la cruz sobre nosotros y a llevar la cruz. Además, es necesario que todos los días ejercitemos nuestro espíritu con la ayuda del Espíritu que mora en nosotros a fin de hacer morir cada parte de nuestra carne. Entonces nuestra alma y nuestro cuerpo pecaminoso serán aniquilados. Ésta es la manera de vivir una vida cristiana victoriosa y en esto consiste la vida cristiana.
Si ponemos estas dos cosas en práctica, sin lugar a dudas, estaremos en resurrección, y en resurrección disfrutaremos a Dios mismo como el Espíritu consumado, quien es el Cristo pneumático como la corporificación del Dios Triuno procesado. Esto es la economía de Dios.