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Mensajes del libro «Vida cristiana, La»
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CAPÍTULO CATORCE

VIVIR Y ANDAR BAJO LA CRUCIFIXIÓN DE CRISTO

(3)

  Lectura bíblica: Jn. 3:5; Gá. 2:20a; 1 Co. 15:36; Mt. 16:24-26; Gá. 5:24; Ro. 6:6; 8:13b; 2 Co. 4:10, 16; Fil. 3:10

  En el mensaje 12 vimos que nosotros fuimos crucificados al ser regenerados, que nacimos crucificados (Jn. 3:5; Gá. 2:20a) y vimos que ahora morimos para vivir (1 Co. 15:36). En el mensaje 13 vimos que necesitamos llevar la cruz de Cristo como nuestra cruz al tomar medidas con respecto a nuestra vida del alma, nuestro yo (Mt. 16:24-26), y vimos que debemos crucificar nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias al tomar medidas con respecto a nuestro cuerpo de pecado (Gá. 5:24; Ro. 6:6; 8:13b). En este mensaje quisiéramos ver algo más acerca de nuestra necesidad de vivir y andar bajo la crucifixión de Cristo.

ESTAR BAJO LA OPERACIÓN ANIQUILADORA DE LA MUERTE DE CRISTO PARA QUE SU VIDA SEA MANIFESTADA EN NUESTRO CUERPO EN LA RENOVACIÓN DE NUESTRO HOMBRE INTERIOR

  En la vida cristiana estamos bajo la operación aniquiladora de la muerte de Cristo y esto tiene un propósito. El propósito es que Su vida se manifieste en nuestro cuerpo en la renovación del hombre interior (2 Co. 4:10, 16). En 2 Corintios 4 se habla acerca de la renovación de nuestro hombre interior.

  Nosotros, como creyentes regenerados, somos personas complejas. Nacimos en la esfera física y luego fuimos regenerados en la esfera espiritual. Tuvimos dos nacimientos, así que somos una “persona doble”. Por nuestro nacimiento natural somos un hombre viejo. Aunque un hombre tenga sólo diecinueve años de edad, de todos modos es un hombre viejo. Mediante la regeneración, o sea, el segundo nacimiento, todos llegamos a ser un hombre nuevo. Ahora exteriormente somos viejos, pero interiormente somos nuevos. Sin embargo, Dios no está satisfecho con dejarnos en el hombre viejo. Él desea que nuestro viejo hombre sea renovado por la transformación. La transformación nos traslada de una forma, la forma del hombre viejo, a otra, la forma del nuevo hombre. La palabra transformar significa ser trasladado de una forma a otra. El Señor hace esto por la operación aniquiladora de la muerte de Cristo.

  En el mensaje 12 hicimos notar que nacimos ya crucificados, fuimos crucificados al ser regenerados. Así que, desde el día en que fuimos regenerados, hemos sido personas moribundas. En un sentido vivimos, pero en otro, morimos continuamente. Morimos para vivir (1 Co. 15:36). Sin muerte, no hay vida. Si no morimos, no podemos vivir.

  En 2 Corintios 4:10 Pablo dijo: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús”. Aquí la muerte significa “dar muerte”. La muerte de Cristo nos mata. Su muerte es la capacidad aniquiladora que está dentro de nosotros.

La muerte de Cristo en el Espíritu compuesto

  No debemos olvidar que la muerte de Cristo está incluida en el Espíritu compuesto y todo-inclusivo. El Espíritu Santo hoy es un Espíritu compuesto, el cual fue tipificado por el ungüento compuesto de Éxodo 30:23-25. Este Espíritu compuesto tiene a Dios como base, tipificado por el hin de aceite de oliva. Este aceite está compuesto de cuatro especias: mirra, canela, cálamo y casia. Estas especias tipifican los elementos de la muerte y la resurrección de Cristo. Además, el número cuatro tipifica al hombre creado. Por consiguiente, el Espíritu, tipificado por el ungüento, es un compuesto de Dios y el hombre. Al Dios-hombre Jesús se le añadieron los elementos de Su muerte y Su resurrección, formando así un compuesto.

  En este Espíritu compuesto está la muerte de Cristo, y la muerte de Cristo es activa. En los antibióticos que usamos hoy, hay un elemento muy activo que mata los microbios. De igual modo, en este Espíritu compuesto, en esta gran dosis, está el elemento de la muerte de Cristo, el cual actúa matando todas las cosas negativas que hay en nosotros.

La muerte de Cristo opera por medio de nuestro entorno

  En 2 Corintios 4:10 se nos indica que la muerte de Cristo nos mata. El apóstol Pablo siempre estaba bajo la operación aniquiladora de dicha muerte. Según la historia y lo que consta en la Biblia, Pablo llegó a ser un apóstol que tenía la carga de difundir la economía de Dios por medio de la predicación del evangelio. Él siempre estuvo bajo la persecución de la gente. Varias personas intentaban matarle. Continuamente estaba bajo la persecución de los judíos, los gentiles y los judaizantes. Por esto es que Pablo dijo que él moría cada día (1 Co. 15:31). Cada día él corría el riesgo de morir, enfrentaba la muerte y moría a sí mismo (2 Co. 11:23; 4:11; 1:8-9; Ro. 8:36). Él llevaba en su cuerpo la muerte de Jesús para que la vida de Jesús se manifestase en él.

  En una persona así, en quien la muerte de Jesús operaba diariamente, otros podían ver a Cristo. Para él, el vivir era Cristo, y vivir a Cristo es magnificar a Cristo (Fil. 1:20-21a). Incluso cuando él estaba en una cárcel romana, no quería ser avergonzado. Ser avergonzado, avergonzar al Señor, significaba que la gente no veía a Cristo en él. Pero Pablo no fue avergonzado. Aun estando en la cárcel, la gente veía a Cristo en él. El Cristo manifestado es la vida que surge de la operación de la muerte de Cristo. Esto es lo que significa vivir y andar bajo la crucifixión de Cristo.

  Nosotros necesitamos vivir a Cristo bajo la crucifixión de Cristo, bajo la operación de la muerte de Jesús. Algunos podrían creer que como no son el apóstol Pablo y no están bajo el tipo de persecución que él experimentó, ellos no experimentan esta operación aniquiladora. Sin embargo, todos nosotros estamos bajo esta operación aniquiladora hasta cierto grado. Es posible que el Señor desee que hagamos algo que es contrario a nuestra voluntad. Cuando seguimos al Señor en contra de nuestra voluntad, esto es una especie de muerte.

  Todos los entrenantes de tiempo completo mueren todos los días. Comer ciertos alimentos y dormir en los cuartos asignados en contra de sus preferencias es una especie de muerte. En el arreglo divino y soberano de Dios, todo nuestro entorno nos mata. Todas las cosas en nuestro entorno son como cuchillos que nos matan. Las esposas, los esposos, los hijos, los hermanos y todas las cosas en nuestro entorno son usados por el Señor como cuchillos para matarnos.

  Es difícil decir si en la vida cristiana estamos disfrutando al Señor o sufriendo. Algunas veces estamos en el “día” disfrutando al Señor. En otras ocasiones, nuestro día espiritual se nubla y no hay mucho brillo. Hay ocasiones cuando parece que estamos sufriendo en la noche. Pero debemos darnos cuenta de que la tierra no puede existir sin la noche. La tierra sólo puede existir con días y noches. Según la Biblia, primero viene la noche y luego la mañana (Gn. 1:5). La Biblia empieza con la noche, pero nosotros empezamos con el día.

  Tal vez pensemos que la vida cristiana es siempre una vida placentera y alegre. Pero esta vida alegre no existe sola. Si la vida cristiana fuera simplemente una vida alegre, el apóstol Pablo no habría tenido que exhortarnos que nos regocijáramos (Fil. 4:4). Mientras sufrimos y nos enjugamos las lágrimas, debemos regocijarnos. A fin de llorar, no necesitamos ningún tipo de aliento. Pablo no nos exhorta que lloremos en el Señor, pero sí nos exhorta que nos regocijemos en el Señor. Si no ejercitamos nuestro espíritu para regocijarnos en medio del entorno que nos mata, no podemos tener gozo.

  Dios en Su soberanía nos pone constantemente bajo la operación aniquiladora de la cruz. El apóstol Pablo estaba bajo la operación aniquiladora de la cruz, y nosotros también lo estamos. Nosotros no experimentamos tanto sufrimiento y persecución como él, pero sí estamos bajo la operación de la muerte. Éste es el arreglo divino de Dios.

  En la vida matrimonial, tanto el esposo como la esposa experimentan el ser muertos. Yo animo a todos los jóvenes a que se casen. Impedir que la gente se case es una enseñanza de demonios (1 Ti. 4:1-3). No obstante, la vida matrimonial es un sufrimiento. Una hermana puede ser muy buena esposa; sin embargo, ella también es un factor que mata a su esposo. Los esposos también son factores que matan a sus esposas. Cuando uno es soltero, tiene cierta libertad, pero cuando se casa, entra en una jaula. En la vida matrimonial, perdemos la libertad y sufrimos.

  La operación aniquiladora de la cruz, la operación de la muerte de Cristo, nos introduce en la resurrección. Cuando estamos dispuestos a sufrir y a morir, vivimos a Cristo y magnificamos a Cristo, y Cristo es manifestado en nosotros. Entonces somos transformados. Disfrutamos a Cristo bajo la operación de Su muerte. Yo veo a muchos santos sonreír, y su sonrisa es la manifestación de Cristo. Ellos sonríen mientras están bajo la operación aniquiladora de la cruz. Por otro lado, nosotros los cristianos, por lo menos en cierta medida, somos hipócritas. Un hipócrita es un actor que tiene una apariencia falsa, y esta apariencia falsa es una máscara. Es posible que tengamos una máscara ante los demás, pero esa máscara no es la verdadera persona. Muchas veces no somos muy genuinos, sino que fingimos. Puesto que estamos bajo la operación de la muerte de Cristo, Cristo como Aquel que es genuino debe ser quien se manifieste en nosotros.

  Tenemos que entender que nuestras circunstancias y nuestro entorno no dependen en absoluto de nosotros. Ellos son como el clima. Sea que llueve o que el cielo esté despejado depende de Dios el Creador. Él arregla todas las cosas, tanto grandes como pequeñas. Fue por eso que Pablo dijo que todas las cosas cooperan para nuestro bien, de tal manera que seamos hechos conformes a la imagen de Cristo (Ro. 8:28-29). Todas las cosas cooperan para nuestro bien bajo el arreglo de Dios por medio de la operación de la muerte de Cristo. Todo el día estamos bajo esta muerte. Por un lado, disfrutamos a Cristo y, por otro, estamos bajo la operación de la muerte de Cristo. Ésta es la vida cristiana.

  Por lo tanto, nuestro hombre exterior se va desgastando, pero nuestro hombre interior se renueva de día en día (2 Co. 4:16). A medida que nuestro hombre exterior se vaya desgastando por la obra aniquiladora de la muerte, nuestro hombre interior, es decir, nuestro espíritu regenerado junto con las partes internas de nuestro ser, se irá renovando metabólicamente día tras día con el suministro de la vida de resurrección. Esto es lo que significa vivir y andar bajo la operación aniquiladora de Jesús, bajo la crucifixión de Cristo. La verdadera vida cristiana es una vida que está bajo la operación aniquiladora de la muerte de Cristo.

  Es posible que pensemos que nadie desearía creer en el Señor Jesús si se diera cuenta de que la vida cristiana es una vida que está bajo esta operación aniquiladora. Pero el hecho de que creamos en el Señor no depende de nosotros. Si la elección fuese nuestra, ninguno de nosotros habría creído. El Señor es soberano, y Él arregló todo en nuestra vida para conducirnos a creer en Él.

  David le dijo al Señor: “En Tu mano están mis tiempos” (Sal. 31:15a). La frase mis tiempos significa “mis cosas”. Nuestro nacimiento, creer en el Señor Jesús y todas las cosas por las que pasamos no dependen de nosotros. Todas nuestras cosas están en Su mano; de hecho, están en Cristo. Esto no significa que nosotros estamos muy dispuestos; significa que Él es soberano. Él arregla todas las cosas.

  El Señor me salvó después de que oí un mensaje en una gran reunión de evangelio. Mientras yo iba de regreso a casa después de esa reunión, me entregué a Dios. Le dije que por Él renunciaba al mundo entero y que estaba dispuesto a viajar por todas las aldeas para predicar el evangelio. Finalmente, el Señor no me permitió viajar a las aldeas, sino que me condujo siempre a las grandes ciudades.

  Más tarde, tuve la intención de evangelizar a la gente de Mongolia Interior. Sin embargo, al final, no terminé en Mongolia Interior, sino en California. Es obvio para mí que mis tiempos, mis cosas, no dependen de mí. Nunca pensé que estaría en los Estados Unidos por el recobro del Señor. Si nuestros tiempos estuvieran en nuestras manos, no nos dejaríamos matar. La soberanía del Señor opera poniéndonos bajo la operación aniquiladora de la muerte de Cristo.

  Todo lo relacionado con nosotros está bajo el arreglo soberano del Señor. El tipo de trabajo que tengamos y con quién nos casemos, no dependen de nosotros. Es posible que un hermano haya escogido a cierta hermana por esposa y que más adelante piense que cometió un error. Por esto es que el Señor encomienda a que los esposos amen a sus esposas (Ef. 5:25). En el arreglo soberano del Señor, nosotros somos como ovejas llevadas al matadero todos los días (Ro. 8:36). Todos los días somos inmolados. Todos los días estamos bajo la operación aniquiladora de la muerte de Cristo para que Su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal en la renovación de nuestro hombre interior.

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