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Mensajes del libro «Vida cristiana, La»
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CAPÍTULO DIECISÉIS

CONFORMADOS A LA MUERTE DE CRISTO

  Lectura bíblica Ro. 6:6, Ef. 4:22, 24; 2 Co. 4:16; Ro. 8:13b; 2 Co. 4:10; Fil. 3:10b

  En este mensaje quisiera ayudarles a ver otro aspecto de la vida cristiana: ser conformados a la muerte de Cristo. Muchos cristianos no están familiarizados con esta expresión que se halla en la Biblia. Sin embargo, el Señor nos ha mostrado este asunto en los últimos setenta años, comenzando con el hermano Nee. El hermano Nee empezó a ministrar en 1922 cuando tenía apenas diecinueve años de edad. Más tarde, en el mismo año fue establecida la primera iglesia local en su pueblo natal de Fuzhou. Aproximadamente diez años después, me uní al hermano Nee en la obra, y comencé a aprender de él y a practicar bajo su supervisión. Luego en 1949 él me envió de la China continental a Taiwán. Después de tres años, en 1952, el hermano Nee fue encarcelado; eso puso fin a su ministerio personal entre nosotros. Durante los dieciocho años que estuve con él, fueron muy pocos los mensajes que di que no procedieran directamente de su enseñanza. Lo que el hermano Nee enseñaba, yo lo enseñaba. Esto fue algo evidente entre nosotros durante muchos años.

  Luego me fui a Taiwán y comencé a laborar aparentemente separado de él, debido a que él estaba en la China continental y yo estaba en la isla de Taiwán. Durante los primeros dos o tres años mi ministerio permaneció en la esfera de lo que el hermano Nee había enseñado; no obstante, poco después de 1950 el Señor comenzó a mostrarme algo adicional. Y esto ha seguido hasta hoy, por más de cuarenta años.

  En 1962 vine a los Estados Unidos y comencé la obra del recobro del Señor en este país. Durante estos treinta años ha habido aún más progreso en términos de la visión de la revelación divina. En la China continental no pusimos énfasis en el término economía. En lugar de la palabra economía el hermano Nee utilizaba la palabra plan. En sus libros él utilizaba la expresión el plan eterno de Dios; él nunca usó la palabra economía. Después de venir a los Estados Unidos, yo no usé el término la economía de Dios sino hasta 1964. En ese año di los mensajes que están publicados en el libro La economíade Dios. En ese tiempo comencé a usar la palabra economía, la cual es el anglicismo de la palabra griega oikonomía. Más adelante, en 1984 comencé a poner énfasis en la impartición de Dios para el cumplimiento de la economía de Dios. En 1990 hice mucho hincapié en la economía divina y la impartición divina (véase A Deeper Study of the Divine Dispensing [Un estudio más profundo acerca de la impartición divina], La economía e impartición de Dios y The Divine Dispensing for the Divine Economy [La impartición divina es para la economía divina], publicados por Living Stream Ministry). Digo esto para mostrarles la manera en que el Señor nos ha mostrado las cosas divinas de manera progresiva.

EL VIEJO HOMBRE Y EL NUEVO HOMBRE DEL CREYENTE

  Nosotros, como creyentes, tenemos nuestro viejo hombre y también el nuevo hombre (Ro. 6:6; Ef. 4:22, 24). También podemos decir que nosotros los creyentes en Cristo somos el viejo hombre y el nuevo hombre. En Romanos 6:6 Pablo dijo que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo. Luego en Efesios 4:22 y 24 dijo que necesitamos despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo hombre. Tal asunto no ha sido enseñado completamente en el cristianismo actual; sin embargo, en el recobro del Señor esto ha sido ministrado a los santos a lo largo de los últimos sesenta y ocho años. En 1924 el hermano Nee comenzó a hablar acerca del viejo hombre y del nuevo hombre. En su libro El hombre espiritual él presentó este asunto muy claramente. Si examinamos nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que en ocasiones somos el nuevo hombre y en otras somos el viejo hombre. Así que, somos tanto el viejo hombre como el nuevo hombre. Después de nuestro avivamiento matutino somos el nuevo hombre; no obstante, es posible que poco tiempo después seamos ofendidos por alguien y nos convertimos en el viejo hombre. Luego, después de arrepentirnos y confesar nuestras faltas, obtenemos el perdón de parte del Señor y llegamos a ser el nuevo hombre otra vez. Esta clase de experiencia es la historia de nuestra vida cristiana. Nuestra vida cristiana es una vida en la cual algunas veces somos el viejo hombre y en otras somos el nuevo hombre.

Nuestro viejo hombre (el hombre exterior) debe ser consumido, pero nuestro nuevo hombre (el hombre interior) debe ser renovado de día en día

  La economía de Dios consiste en que nuestro viejo hombre (el hombre exterior) sea consumido, y nuestro nuevo hombre (el hombre interior) sea renovado de día en día (2 Co. 4:16). Ser consumidos no es lo mismo que ser muertos. Uno puede morir instantáneamente; no obstante, el desgaste de nuestro viejo hombre es un largo proceso que requiere muchos años. Yo he estado en este proceso por casi setenta años; sin embargo, mi viejo hombre todavía no ha sido consumido totalmente.

  Cada día en la vida de iglesia nos vamos consumiendo. Esto es ser moldeados, o conformados, a la muerte de Cristo (Fil. 3:10c). Al hacer pasteles, la masa es puesta en un molde y prensada contra él. De esta manera, la masa es conformada a la forma del molde. Si el molde tiene la imagen de un pez, la masa que es prensada en ese molde será conformada a la forma de un pez. La muerte de Cristo es nuestro molde, y nosotros somos la masa. El día en que fuimos salvos, fuimos hechos la masa. Esta masa es hecha de flor de harina de trigo (Lv. 2:1; Jn. 12:24; 1 Co. 10:17). Cristo es la flor de harina para que nosotros seamos hechos la masa.

  Dios nos ha puesto a todos en el molde de la muerte de Cristo. La muerte a la cual estamos siendo conformados no es la muerte de Adán, sino la muerte de Cristo. La muerte de Cristo es una muerte particular. De millones e, incluso, de billones de muertes, solamente la muerte de Cristo es una muerte particular. Desde el momento en que llegamos a ser la masa, Dios nos puso en esta muerte (Ro. 6:4), tomando esta muerte por molde. Día tras día y año tras año, Dios nos está amoldando para conformarnos a esta muerte.

  Por un lado, nos alegramos de estar en el recobro y en la vida de iglesia; pero por otro, en lo profundo de nuestro ser sufrimos aquí. Sin embargo, no tenemos manera de escapar. Cada día estamos siendo amoldados. Cuando vamos a la mesa a comer, tal vez no nos guste la comida que se nos ha preparado. Esto es parte del molde, el molde de la muerte de Cristo. El matrimonio también es parte de este molde. El Señor usa el matrimonio para conformar a los casados a la muerte de Cristo.

HACER MORIR LOS HÁBITOS DE NUESTRO CUERPO POR EL ESPÍRITU

  Según Romanos 8:13, somos conformados a la muerte de Cristo al nosotros hacer morir los hábitos de nuestro cuerpo por el Espíritu. No solamente el cuerpo, sino que son sus hábitos los que debemos hacer morir. El cuerpo necesita ser redimido (v. 23), no obstante, sus hábitos necesitan ser aniquilados. Estos hábitos incluyen no solamente las cosas pecaminosas, sino también las cosas que nuestro cuerpo practica aparte del Espíritu.

  Debemos hacer morir los hábitos del cuerpo; sin embargo, eso se debe llevar a cabo por el Espíritu. Por un lado, debemos tomar la iniciativa de hacer morir los hábitos del cuerpo; el Espíritu no lo hará por nosotros; por otro, no debemos intentar tomar medidas con respecto a nuestro cuerpo confiando en nuestro propio esfuerzo sin recurrir al poder del Espíritu Santo.

  Aquí hacer morir los hábitos en realidad consiste en coordinar con el Espíritu que mora en nosotros. Interiormente, debemos permitir que Él haga Su hogar en nosotros a fin de que Él dé vida a nuestro cuerpo mortal (v. 11). Exteriormente, debemos hacer morir los hábitos de nuestro cuerpo a fin de que podamos vivir. Cuando tomamos la iniciativa de hacer morir los hábitos de nuestro cuerpo, el Espíritu interviene para aplicar la eficacia de la muerte de Cristo a esos hábitos, lo cual da por resultado la aniquilación de ellos.

LLEVAR POR TODAS PARTES LA MUERTE DE JESÚS PARA QUE TAMBIÉN LA VIDA DE JESÚS SE MANIFIESTE

  Somos conformados a la muerte de Cristo llevando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo (2 Co. 4:10). Llevar la muerte de Jesús se refiere a la obra de la muerte, a la obra de la cruz, la cual el Señor Jesús sufrió y por la cual pasó. En nuestra experiencia, esto es un tipo de sufrimiento, persecución o disciplina que es puesta sobre nosotros por causa de Jesús, por causa del Cuerpo de Cristo y por causa del ministerio del nuevo pacto. Esto no se refiere a los sufrimientos y problemas comunes a todos los seres humanos en la vieja creación, tales como enfermedades o calamidades, o castigos, corrección o disciplina sufridos por causa de los pecados, errores o al no cumplir con nuestras responsabilidades. Llevar la muerte de Jesús consume nuestro hombre natural, nuestro hombre exterior, nuestra carne a fin de que nuestro hombre interior tenga la oportunidad de desarrollarse y ser renovado (v. 16). Cuando experimentamos llevar la muerte de Jesús, manifestamos la vida de Jesús en nuestro cuerpo. Aquí la vida de Jesús es la vida de resurrección, la cual el Señor Jesús vivió y expresó mediante la obra de la cruz.

EN LA COMUNIÓN DE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO

  La muerte de Cristo no fue algo que solamente ocurrió en las seis horas de Su crucifixión. La muerte de Cristo comenzó desde Su nacimiento y duró hasta Su último aliento, cuando Él estaba en la cruz. Por lo tanto, la muerte de Cristo fue un proceso que duró treinta y tres años y medio. En primer lugar, después de que Cristo nació, Él no fue puesto en un hogar cómodo, sino en un pesebre (Lc. 2:7). Poco tiempo después Herodes intentó matarlo (Mt. 2:7-12, 16-18). Luego Él huyó a Egipto y vino a ser un refugiado (vs. 13-15). Más tarde, Sus padres decidieron llevarlo de vuelta a Judea, pero debido a que Arquelao, el hijo de Herodes, reinaba en Judea, María y José tuvieron temor de ir allá; así que tomaron a Jesús y se establecieron en la ciudad menospreciada de Nazaret, en la región menospreciada de Galilea (vs. 19-23). El Señor vivió allí, no en una mansión, sino en la casa humilde de un carpintero. Aunque María, Su madre, era muy espiritual y conocía muy bien las Escrituras (Lc. 1:46-55), en ocasiones ella perturbaba al Señor Jesús (Jn. 2:3-4). Así vemos que cada día y cada minuto de aquellos treinta y tres años y medio Cristo estaba muriendo.

  La muerte de Cristo fue la suma total de todos Sus sufrimientos. Nosotros no somos los únicos que estamos siendo consumidos; Cristo fue el primero en ser consumido. Desde el momento en que Él nació, estaba siendo consumido. En esto consistía Sus sufrimientos, y la totalidad de Sus sufrimientos equivale a Su muerte. Así pues, la muerte de Cristo duró treinta y tres años y medio. La muerte más dolorosa es la que dura mucho tiempo. La muerte de Cristo fue una muerte muy dolorosa. Nosotros, Sus creyentes, estamos en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10b). Estar en la comunión de los padecimientos de Cristo es participar de los padecimientos de Cristo.

  La causa de la muerte de Cristo es doble. En primer lugar, Cristo vino para cumplir la voluntad del Padre (He. 10:7-9a). Cada vez que hagamos la voluntad de Dios, todo el mundo se nos opondrá, incluyendo a Satanás, el hombre y todos los demonios (Jn. 15:18-19). Debido a que somos personas que cumplen la voluntad de Dios, cada día sufrimos. La vida cristiana no es una vida de placeres. Al contrario, la vida cristiana es una vida de sufrimientos debido a que hacemos la voluntad de Dios.

  Hoy en día existe cierta división en el recobro del Señor. Algunos de los queridos santos que están entre nosotros están causando división. Debido a los microbios contagiosos de división entre estas personas, no conviene tener contacto con ellos. Según Romanos 16:17 y Tito 3:10-11, debemos apartarnos de los que causan división. Esta clase de separación es como una cuarentena que se le hace a una persona enferma y contagiosa. Debido a que algunos de los santos estuvieron estrechamente relacionados con estas personas que causan división, llevar esta clase de cuarentena resulta ser un sufrimiento para ellos. En 2 Juan 10 dice que ni siquiera debemos saludar a aquellos que enseñan herejías acerca de la persona divina de Cristo. Además, 1 Corintios 5:11 nos dice que ni siquiera debemos comer con un hermano que vive en pecado. Debido a la estrecha relación que algunos santos tuvieron con las personas que causan división en el recobro, ellos han dicho que no pueden ponerlas en cuarentena. Sin embargo, aunque Miriam era la hermana de Aarón, él mismo tuvo que ponerla en cuarentena durante el periodo de su lepra (Nm. 12:10-15). Por consiguiente, incluso el poner en cuarentena de manera apropiada a alguna persona es un sufrimiento. Sufrimos debido a que no nos gusta ver a los disidentes separados de nosotros. Sin embargo, si no los ponemos en cuarentena, no estaremos haciendo la voluntad de Dios, debido a que anularemos el testimonio de la unidad del Cuerpo.

  La vida cristiana es una vida de sufrimiento, debido a que debemos hacer la voluntad de Dios. Por un lado, es nuestro alimento hacer la voluntad de Dios con respecto a la relación que tenemos con Él. En Juan 4:34 el Señor Jesús dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe Su obra”. Por otro lado, hacer la voluntad de Dios es un sufrimiento.

  La segunda causa de la muerte de Cristo es que Él tuvo que negar Su vida humana a fin de vivir por la vida del Padre. Tal como nosotros, el Señor Jesús tuvo una vida humana. Cuando Él estuvo en la tierra, no vivió por medio de Su vida humana; al contrario, Él negó Su vida humana para vivir por medio de la vida divina del Padre. En primer lugar, nosotros somos personas que hacemos la voluntad de Dios. En segundo lugar, tal como el Señor Jesús, nosotros somos personas que no vivimos por medio de nuestra propia vida, sino por medio de la vida de Dios. Esto también es un verdadero sufrimiento.

  En toda situación relacionada con nuestro diario vivir, necesitamos preguntarnos si estamos viviendo por medio de la vida divina o por medio de nuestra vida natural. Si hacemos esto, a menudo nos daremos cuenta de que estamos viviendo por medio de nuestra vida natural, nuestro yo. En ese caso necesitamos ir a la cruz (Lc. 9:23). Ir a la cruz es ser conformados a la muerte de Cristo. Incluso cuando comemos nuestros alimentos, necesitamos ser conformados a la muerte de Cristo. Es posible que en ocasiones seamos tentados a quejarnos acerca de la clase o la cantidad de comida que nos dan a comer. Sin embargo, quejarnos es vivir por el yo, no por la vida de Dios. Somos aquellos que han sido escogidos, llamados y santificados por Dios a fin de hacer Su voluntad. Hacer la voluntad de Dios es todo un sufrimiento para nuestra vida natural. Además, fuimos salvos, regenerados y separados para vivir no por medio de nuestra vida natural, sino por medio de la vida divina. Esto no es un asunto de hacer esto o aquello de una manera correcta o incorrecta; no es eso lo que queremos decir. El asunto es, ¿por medio de qué vida lo estamos haciendo, por nuestra vida natural o por la vida divina? Negar nuestra vida natural es un sufrimiento para nosotros. Todos los días y en todos los asuntos batallamos y peleamos con los demás para obtener lo que deseamos. Nos gusta hacer las cosas a nuestra manera. Hacer algo no por medio de nuestra vida, sino por medio de la vida de otro resulta ser un sufrimiento. Esto es la vida cristiana.

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