
Lectura bíblica: 1 S. 15:29 (En hebreo la frase la Gloria de Israel también puede traducirse “la Esperanza de Israel” o “la Victoria de Israel”.)
¿Qué es la victoria? En la Biblia, la palabra victoria se menciona por primera vez en 1 Samuel 15:29, donde dice que la Victoria no mentirá ni se arrepentirá. Ciertamente la victoria es una persona. Una cosa no es una persona y un asunto tampoco es una persona, pero la Victoria de Israel es una persona. La victoria no es una cosa de experiencia, ni es un asunto; es una persona. Todos sabemos quién es esta persona; es Cristo. En un mensaje anterior les dije que la victoria no es algo que sale de nosotros. No es nuestra experiencia, sino una persona. La victoria no depende de lo que somos, sino que radica en que Cristo viva en nuestro lugar. Es por esto que la victoria que tenemos no mentirá ni se arrepentirá. Agradecemos al Señor y lo alabamos porque la victoria es una persona viviente.
En este mensaje examinaremos lo que es la victoria. Necesitamos examinar las características de la vida que vence. La Biblia nos muestra muchas características de la vida vencedora. No las vamos a enumerar todas en este mensaje; sólo mencionaremos cinco de ellas.
Hermanos y hermanas, la victoria se relaciona con una vida intercambiada, no con una vida modificada. La victoria no significa que uno se corrige, sino que es cambiado por otro. Todos estamos familiarizados con Gálatas 2:20, que dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios”. ¿Qué significa este versículo? Significa que nuestra vida es intercambiada. Nuestra vida ya no está en la esfera del “yo”; éste ya no tiene nada que ver con nosotros. No se trata de un “yo” malo convertido en un “yo” bueno, ni de un “yo” sucio convertido en un “yo” limpio; lo que dice es “ya no vivo yo”. El error más grave que cometemos hoy es pensar que la victoria supone un progreso y que la derrota indica una ausencia de progreso. Es por esto que pensamos que todo irá bien si no perdemos la paciencia o siempre que tengamos una comunión íntima con el Señor. Creemos que si tenemos estas cosas, venceremos; pero debemos recordar que la victoria no tiene nada que ver con nosotros. Nosotros no tenemos ninguna participación en esta victoria.
Una vez un hermano me dijo con lágrimas en los ojos; “¡No puedo vencer!”. Le respondí: “Hermano, por supuesto que no puedes vencer”. El añadió: “No soy capaz de vencer y no puedo hacer nada al respecto”. Así que le dije: “Dios no tiene la intención de que tú venzas por tu propia cuenta. No es Su intención que tu mal genio sea cambiado por una personalidad calmada ni que tu obstinación se convierta en mansedumbre. Dios no tiene la intención de cambiar tu tristeza en gozo. Lo que El desea hacer es cambiar tu vida por otra. Esto no tiene nada que ver contigo”.
Una hermana decía: “A otros les resulta fácil vencer. Pero a mí me es muy difícil hacerlo. Mi genio es peor que el de cualquiera; mis pensamientos son más impuros que el de los demás y mi naturaleza es peor que la de otros. No puedo controlarme”. Yo le respondí: “Tienes razón. No sólo es difícil que venzas; es imposible que puedas hacerlo. ¿Acaso crees, que si uno es un poco más honesto, sencillo o con una personalidad calmada, le será más fácil vencer? ¡Jamás! Por un lado, si una persona cambia y se vuelve más amable, más santa y más perfecta, de todos modos tendrá que ser eliminada, y Cristo tiene que intervenir antes de que El pueda vencer. Si por el contrario es más vil, más perversa y más imperfecta que cualquiera, aun así, podrá vencer si quita de en medio su yo y deja que Cristo actúe. Un hombre iracundo y moralmente corrupto necesita creer en el Señor Jesús, y un hombre que tiene un buen temperamento y es muy recto también necesita creer en el Señor Jesús. De igual forma, no sólo los iracundos y los inmorales necesitan la victoria, sino también los que tienen buen genio y los rectos. Demos gracias al Señor y alabémosle porque la victoria es Cristo y no depende de nosotros.
Nunca he visto una persona a quien se le hiciera tan difícil vencer como a una hermana que conocí. Ella pasó dos horas contándome todos los fracasos que tuvo desde que era joven hasta que llegó a los cincuenta años. Ella no conseguía vencer su orgullo ni su mal genio. Sufrió derrota tras derrota. No había persona tan deseosa de vencer como ella; aun así, nadie hallaba tan imposible vencer como ella. Me dijo que si ella tenía que ser una de la persona más deseosas de vencer que existía y también una de las más incapaces de hacerlo. Se lamentaba de sus fracasos y hasta intentó en una ocasión suicidarse por causa de ellos. Ella había perdido toda esperanza. Mientras me contaba todo esto, le sonreí y le dije: “El Señor tiene hoy otro paciente ideal para El. Hay trabajo por hacer en Su clínica una vez más”. Ella estaba llena de sus propios pecados, su orgullo y su mal genio. Una persona que no conociera la manera de vencer, tal vez se habría contagiado por su bombardeo de palabras. Alguien que no supiera lo que significa vencer, habría concluido que ella no tenía remedio. Pero debemos dar gracias y alabar al Señor. Les tengo buenas nuevas: usted no puede cambiar; todo lo que usted necesita es un intercambio. Le agradecemos al Señor porque la vida vencedora no es una enmienda sino un intercambio. Si fuese responsabilidad de uno, no podría lograrse. Pero puesto que es responsabilidad de Cristo, El sí puede lograrlo. La pregunta radica en si el que vence es usted o es Cristo. Si Cristo vence, no importa si usted es diez veces peor de lo que es ahora.
Hermanos y hermanas, ¿qué es la victoria? La victoria no consiste en que usted venza, sino en que Cristo venza en su lugar. La clase de victoria que vemos en la Biblia se halla en Gálatas 2:20: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Cuando la gente de Fukien discute, con frecuencia usa una frase popular: si-su-bien, que quiere decir que no puede haber ningún cambio hasta que uno muera [N. de T. algo así como “genio y figura hasta la sepultura”]. Cuando estuve en Pekín, les dije a los hermanos que todos tenemos que decirnos a nosotros mismos si-su-bien. Alabamos al Señor porque no somos enmendados sino intercambiados.
Una hermana me preguntó en cierta ocasión cuál era la diferencia entre una enmienda y un intercambio. Yo usé el ejemplo de una Biblia vieja. Si queremos arreglar la Biblia, tenemos que cambiarle la cubierta y echarle pegamento al lomo. Quizás le pongamos en la portada nuevas letras doradas. Si hay letras que faltan en algunas páginas, tenemos que escribirlas. Si existen partes borrosas, tenemos que retocar las palabras originales. Después de muchos días y mucho trabajo, aún no estaremos seguros de que la hayamos arreglado como se debe. Pero si la cambiamos por una nueva, lo podemos hacer en un segundo. Todo lo que tiene que hacer es darme la que está dañada, y yo le daré una buena. Entonces, ya todo estará hecho. Dios nos dio a Su Hijo. No necesitamos esforzarnos. Una vez que hacemos el intercambio, todo queda hecho.
Permítanme darles otro ejemplo. Hace unos años, compré un reloj. La compañía que me vendió el reloj le daba dos años de garantía. Pero eran más los días que pasaba en la tienda que los que pasaba conmigo. Después de unos cuantos días, el reloj se descomponía y tenía que devolverlo al taller para que lo repararan. Esto sucedió repetidas veces. Tuve que ir al taller de reparación una, dos veces, aún diez o más veces. Finalmente quedé exhausto. El reloj había sido reparado incontables veces pero nunca había quedado bien arreglado. Yo le pregunté a la compañía si podía cambiarlo por otro. Ellos respondieron que no podían hacer esto; solamente ofrecían repararlo, pero nunca quedaba bien. Llegué a sentirme tan agotado que finalmente les dije: “Pueden quedarse con el reloj. No lo quiero”. La manera humana de obrar es una constante reparación. Durante los dos años que tuve el reloj, estuvo en constante reparación. Siguiendo el método humano, no hay posibilidad de intercambio; sólo existe la alternativa de reparar.
Aun en el Antiguo Testamento podemos ver que Dios no repara ni remienda, sino que reemplaza. Isaías 61:3 dice: “A ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya”. El método de Dios consiste en reemplazar. Dios no repara las cenizas, sino que las reemplaza por gloria. El no cambia el luto, sino que lo reemplaza por gozo. Dios nunca enmienda cosas, sino que las reemplaza.
Agradecemos al Señor y le alabamos. Nosotros no hemos podido cambiarnos en todos estos años. Ahora Dios está haciendo un intercambio. Esto es lo que significa la santidad. Este es el significado de la perfección. Este es el significado de la victoria. Esta es la vida del Hijo de Dios. ¡Aleluya! Desde ahora en adelante, la mansedumbre de Cristo viene a ser mi mansedumbre. Su santidad llega a ser mi santidad y Su comunión con Dios la mía. Desde ahora, no existe pecado tan grande que no pueda vencer, ni tentación tan grande que no pueda soportar. ¡La victoria es Cristo, no yo! ¿Habrá un pecado tan grande que Cristo no pueda vencer? ¿Existe alguna tentación tan grande que Cristo no pueda superar? ¡Gloria al Señor! Ya no tengo temor. De ahora en adelante: no ya yo, mas Cristo.
Por favor, recuerden que la victoria es un don; no es una recompensa. ¿Qué es un don? Un don es un regalo; es algo ofrecido gratuitamente. Lo que recibimos como fruto de nuestro trabajo es un pago, pero lo que recibimos gratuitamente sin realizar ninguna labor es un don. Este se recibe gratuitamente; no tiene nada que ver con lo que hayamos hecho, y no tenemos que hacer ningún esfuerzo por obtenerlo; aquél requiere nuestro trabajo, y necesitamos esforzarnos por obtenerlo antes de poder alcanzarlo. La vida vencedora a la que nos referimos, no requiere nuestro esfuerzo. Podemos ver que en 1 Corintios 15:57 dice: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. La victoria es algo que Dios preparó y nos dio. Recibimos la victoria sin costo alguno de nuestra parte; no necesitamos ganarla por nuestro esfuerzo propio.
Hermanos y hermanas, es un grave error pensar que sólo la salvación se obtiene gratuitamente, y que solamente podemos obtener la victoria por nuestro propio esfuerzo. Sabemos que no podemos confiar en ningún mérito ni obra nuestra para ser salvos. Sencillamente necesitamos ir a la cruz y recibir al Señor Jesús como nuestro Salvador. Este es el evangelio. Aunque pensamos que la salvación no requiere obras, seguimos creyendo que debemos hacer obras buenas después de ser salvos. Aunque no tratamos de ser salvos por obras, tratamos de vencer por obras. Pero así como uno no puede ser salvo por obras buenas, no puede vencer por ellas. Dios dice que de nosotros no puede salir ninguna buena obra. Cristo murió por nosotros en la cruz, y ahora vive por nosotros en nuestro ser. Lo que es de la carne siempre será carne, y Dios no desea nada que provenga de ella. Pensamos que la salvación se logra por medio de la muerte que el Señor Jesús sufrió por nosotros en la cruz, pero que después de ser salvos debemos esforzarnos por hacer el bien y esperar que venga lo mejor. Pero permítanme preguntarles: “Aunque ustedes ya han sido salvos por años, acaso ya son buenos?”. Alabemos al Señor porque no podemos hacer el bien ni podemos producir nada bueno. ¡Aleluya! No podemos hacer el bien. Alabamos al Señor porque la victoria es un don Suyo; es algo que se nos da gratuitamente.
En 1 Corintios 15:56 se habla del pecado, la ley del pecado y la muerte. En 1 Corintios 15:57 vemos que es Dios quien nos concede la victoria. La victoria no consiste en vencer solamente el pecado, sino también la ley y la muerte. La redención que Dios preparó, nos hace aptos para vencer no sólo el pecado, sino también la ley y la muerte. Quisiera caminar por todo este salón y decirle a cada uno de ustedes que ésta es la buena nueva. ¡Dios ha concedido esta victoria a cada uno de nosotros!
Quizás usted esté buscando la manera de vencer la tentación. Tal vez esté buscando alguna forma de vencer su mal genio, su orgullo o su envidia. Es posible que haya pasado mucho tiempo tratando de lograr lo que desea, pero en cada ocasión es defraudado. Tengo hoy buenas nuevas para usted: la mansedumbre del Señor Jesús es suya sin costo alguno; la oración del Señor es suya gratuitamente; todo lo del Señor es suyo y no le cuesta nada. Cuando usted recibe al Señor, todo lo que es de El viene a ser suyo. ¡Aleluya! Si ésta no es una buena nueva, ¿qué otra cosa puede ser? Es posible que usted piense que tiene que esforzarse por orar sin cesar. Tal vez usted piense que tiene que hacer algo por tener comunión con Dios sin interrupciones. Quizá crea que tiene que esforzarse para deshacerse de todas las cosas negativas y para dejar de pecar. Es posible que crea que tiene que esforzarse por controlar su genio. Usted puede confesar sus pecados pero no puede dejar de cometerlos. Usted miente con frecuencia, y a pesar de su gran esfuerzo por acabar con este hábito continúa mintiendo. Me he encontrado con muchos hermanos que confesaban que no deseaban mentir, pero no podían cambiarse a si mismos. Tan pronto abrían la boca, salían mentiras. Tengo una buena noticia para ustedes hoy: Dios nos ha regalado la santidad del Señor Jesús, nos ha regalado Su paciencia, Su perfección, Su amor y Su fidelidad. Dios da todas estas cosas gratuitamente a los que las desean. Dios le da a uno la íntima comunión que Cristo disfruta con Dios. El concede la vida santa que Cristo vivió, y también otorga la perfección de Cristo. Estos son dones. Si usted trata de vencer por su propia cuenta, no podría lograr un cambio aun si lo intentara por otros veinte años; su mal genio no cambiaría y su orgullo aún lo acompañaría. En veinte años usted seguiría siendo el mismo. Pero Dios le ha preparado una salvación plena. Esta salvación hace que la paciencia de Cristo sea suya, que Su santidad sea suya, que la comunión que Cristo tiene con Dios venga a ser suya y que todas las virtudes de Cristo vengan a ser sus virtudes. ¡Aleluya! Esta es la salvación que Dios ha preparado. El desea dar estas virtudes gratuitamente.
Hermanos y hermanas, ¿han visto ustedes un pecador tratar de salvarse por obras? Yo he conocido muchas personas así. Cuando usted se encuentra con un pecador, le puede decir que no necesita hacer nada, porque Cristo ya lo ha hecho todo. Dios le ha dado al Señor Jesús. Todo lo que tiene que hacer es recibirlo. De la misma forma, hermanos y hermanas, les tengo un mensaje hoy: no necesitan hacer nada; Cristo ya lo ha hecho todo por ustedes. Dios le ha dado a Cristo. Todo lo que tiene que hacer es recibirlo. Una vez que lo reciba, vencerá. Así como la salvación no depende de sus obras, puesto que es un don gratuito de Dios, ser victorioso tampoco depende de las obras, porque es una gracia concedida gratuitamente de parte de Dios. La salvación no requiere absolutamente ningún esfuerzo de uno. De igual manera, ser victorioso no requiere ningún esfuerzo propio.
Tengo aquí una Biblia. Suponga que yo se la quiero regalar. Las palabras de esta Biblia no fueron escritas por usted, ni fue usted quien le puso las letras doradas en la portada y tampoco tuvo que encuadernarla. Todo eso lo hicieron otros, pero ahora es un regalo gratuito para usted. Así es la victoria para nosotros. Es un don gratuito que Dios nos da. Nosotros no necesitamos obtener por nosotros mismos una victoria gradual, ni tampoco logramos nuestra propia santidad o nuestra perfección de manera gradual. Si hay algún hombre victorioso en la tierra, tiene que haber obtenido tal victoria del Señor Jesús.
Hace poco conocí a una hermana que me dijo que había estado durante veinte años tratando de vencer su orgullo y su mal carácter. El resultado no sólo fue derrota, sino una decadencia gradual a través de los últimos veinte años. No pudo hacer nada por mejorar. Yo le dije: “Si esperas vencer tu orgullo y tu falta de paciencia por ti mismo, no podrás lograrlo ni siquiera tratando otros veinte años. Si deseas ser libre de tu pecado, todo lo que tienes que hacer ahora es recibir el don de Dios. Este es el don gratuito que Dios te da. Lo único que debes hacer es recibirlo, y será tuyo. El Señor Jesús es la victoria. Si lo recibes como tu victoria, vencerás”. ¡Gloria al Señor! En esa ocasión ella recibió el regalo de Dios. Debemos darnos cuenta de cuán vano es nuestro trabajo y que nuestra vida es un fracaso. Si aceptamos a Jesucristo, venceremos.
Romanos 6:14 es un versículo que ya conocemos: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. ¿Cómo puede el pecado dejar de enseñorearse de nosotros? Esto sólo se puede lograr cuando ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. ¿Qué significa estar bajo la ley? He dicho muchas veces, que estar bajo la ley significa que Dios le exige al hombre hacer algo. Estar bajo la ley implica que nosotros hacemos algo para Dios. ¿Qué significa entonces, estar bajo la gracia? Estar bajo la gracia quiere decir que Dios hace algo por el hombre. Estar bajo la gracia implica que Dios obra en nuestro lugar. Si tenemos que hacer algo para Dios, el resultado será que el pecado se enseñoreará de nosotros. La paga de nuestro trabajo es que el pecado se enseñorea. Si Dios actúa en nuestro lugar, el pecado no podrá enseñorearse. Bajo la ley nosotros laboramos. Bajo la gracia, es Dios quien actúa. Cuando Dios actúa, el pecado no se enseñorea de nosotros. Cuando Dios trabaja, habrá victoria. Nada que provenga de nuestro propio esfuerzo es victoria. La victoria es algo gratuito.
Si hay alguien aquí que esté cansado de pecar; que esté harto de pecar; que peca tanto que ha dejado de actuar como cristiano y que piensa que ya no le encuentra sentido a ser cristiano, le diré que todo lo que tiene que hacer es recibir este don, y será victorioso instantáneamente. El principio para vencer es el principio de la gracia, y no el principio de la recompensa. Una vez que uno reciba este don, todos los problemas quedarán resueltos.
La vida vencedora es algo que se recibe; no se logra. Esta vida solo puede ser recibida, nunca puede ser lograda. ¿Qué significa recibir algo? Significa adquirir algo. ¿Qué significa lograr? Lograr implica un largo viaje. Uno sólo puede avanzar gradualmente y sin ninguna certeza de cuándo llegará. ¡Aleluya!, la victoria cristiana no se alcanza por medio de un proceso gradual. Una vez estaba en Kuling con el hermano Shing-liang Yu. Juntos escalábamos lentamente una montaña. Cuanto más subíamos, más cansado me sentía. Después de algún tiempo, le pregunté al hermano Yu cuánto nos faltaba para llegar a nuestro destino final. El me dijo que no faltaba mucho. Pero mientras seguíamos subiendo con mucha dificultad, nuestro destino aún no estaba a la vista. Cada vez que le repetía la pregunta al hermano Yu, él respondía: “Ya casi llegamos”. Por fin llegamos a nuestro destino. Si hubiéramos subido la montaña cómodamente sentados en un automóvil, la situación habría sido muy diferente; habríamos llegado allí sin tener que “lograr” llegar a la cima del monte Kuling. La victoria es algo que se recibe; no es algo que se alcanza. Todo lo relacionado con el Espíritu Santo se recibe, y de igual forma, todo lo relacionado con la victoria también se recibe.
Romanos 5:17 dice: “Pues si por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel uno, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. Según este versículo, la victoria es un don y sólo tenemos que recibirlo. La victoria no es algo que alcanzamos por medio de un proceso gradual; es un don que nos ha sido entregado en nuestras manos y que no requiere ningún esfuerzo. Si le doy esta Biblia al hermano Chang, ¿cuánto esfuerzo tendría que hacer para obtenerla? Todo lo que tiene que hacer es extender la mano, y la tendrá en ese mismo instante. Cuando yo le doy la Biblia a usted, le estoy dando un regalo. ¿Sería necesario que usted fuera a su casa y ayunara por esto? ¿Tendría que arrodillarse mirando hacia Jerusalén tres veces al día y orar por esto? ¿Tendría que tomar la decisión de no enojarse? No necesita hacer ninguna de estas cosas. Una vez que usted lo recibe todo, llega a ser suyo. ¿Qué pasos tiene que dar para recibir esta Biblia? Usted no tiene que pasar por un proceso. Tan pronto extienda la mano, la Biblia será suya. La victoria es un regalo. No necesita ser alcanzada; sólo ser recibida.
En 1 Corintios 1:30 tenemos un versículo muy conocido. Hasta se lo puedo decir de memoria: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. La sabiduría es el tema general y por el momento lo dejaremos a un lado. Este versículo dice que Dios ha hecho a Cristo tres cosas: (1) justicia, (2) santificación y (3) redención. ¿Cuándo hizo Dios a Cristo nuestra justicia? Cuando Cristo murió en la cruz. En ese momento recibimos a Cristo como nuestra justicia. ¿Acaso tuvimos que llorar por tres días antes de recibirle? ¿Le recibimos después de ofrecer suficientes disculpas a Dios? Gracias y alabanzas sean dadas al Señor, porque el Hijo de Dios murió por nosotros. Tan pronto creímos, recibimos. Desafortunadamente muchos de nosotros todavía no entendemos esto de recibir al Señor Jesús como santificación; estamos perdiendo nuestro tiempo y nuestros esfuerzos. Recibir al Señor como justicia fue algo instantáneo. De la misma forma, recibir al Señor como nuestra santificación, es algo instantáneo. Si tratamos de progresar lentamente, esperando que algún día llegaremos a la santificación, nunca llegaremos. Aquellos que traten de establecer su propia justicia nunca serán salvos. De igual manera, los que traten de establecer su propia santificación, nunca vencerán.
¿Cuál es la diferencia entre recibir y lograr? La única diferencia radica en el tiempo: la primera es instantánea, mientras que la segunda es gradual. Hay una historia acerca de un hombre que robaba gallinas. Al principio robaba siete pollos a la semana. Después resolvió mejorar su comportamiento tratando de robar una gallina menos cada semana, esperando que al término de la sexta semana ya habría dejado de robar. El esperaba que su hábito de robar disminuyera gradualmente hasta que no robe. Dejar de robar de esta manera es un logro muy pobre, pues no sucede de manera instantánea; pero la victoria que proviene del Señor se obtiene inmediatamente.
La última vez que estuve en Chefoo, conocí a un hermano que perdía la paciencia muy fácilmente. Cuando se enojaba, toda su familia le tenía miedo. Su esposa, sus hijos y los que trabajaban en su negocio se ponían muy nerviosos. Hasta los hermanos en la iglesia le temían porque interrumpía la reunión si se airaba. El me dijo que no podía hacer nada con respecto a su mal genio. Yo le respondí que si tomaba al Señor como su victoria, vencería inmediatamente. Gracias al Señor él aceptó y venció. Un día me preguntó: “Hermano Nee, ¿cuánto tiempo hace que llevo venciendo?”. Al contar nos dimos cuenta que ya había pasado un mes. Luego dijo: “El mes pasado mi esposa se enfermó gravemente y un día casi muere. Anteriormente, cuando mi hijo se enfermaba, yo me preocupaba tanto que caminaba de un lado a otro de la casa; mi semblante decaía y me ponía de mal humor. Pero esta vez, cuando mi esposa se enfermó y su pulso demostraba que su corazón latía irregularmente, le hablé a Dios suavemente y le dije: ‘Está bien si te la quieres llevar’. Realmente no sé cómo ha desaparecido mi mal genio”. Más adelante, su esposa mejoró un poco, y él llamó a un acupunturista para que le hiciera un tratamiento. El estuvo atendiendo a su esposa pacientemente todo el tiempo. El día en que partía, él vino a despedirse y me dijo que durante las últimas veinte horas sentía como si fuese la esposa de otro la que estaba enferma ya que no se sentía preocupado. Este hermano era dueño de una fábrica de artículos bordados y tenía allí muchas trabajadoras que eran bastante problemáticas. Durante ése mismo mes, sucedieron muchas cosas en la fábrica. Anteriormente él hubiera reaccionado y habría perdido la paciencia por estas cosas, pero ahora sentía como si no fueran sus problemas; incluso podía sonreír al hablar de ellos con sus trabajadoras. El dijo: “No sé adónde se ha ido mi mal genio”. Esto es lo que significa recibir. Si fuese un asunto de lograr, temo que no lo habría logrado ni en otros veinte años. Demos gloria al Señor porque la victoria es algo que recibimos, no algo que logramos. Al estar aquí sentado, puede recibirla tan pronto exprese que la desea.
Una misionera que fue a la India, no llevó otra cosa consigo que su mal genio. Continuamente perdía la paciencia. Pensaba que sería la última persona del mundo en ser paciente. Una amiga que le había sido de mucha ayuda en las cosas espirituales había encontrado el secreto de dejar que Cristo fuera su vida vencedora. Esta le escribió a su amiga misionera y le dijo que la vida vencedora es algo que se recibe. Cuando la misionera recibió la carta hizo lo que su amiga le dijo. Tres meses más tarde, su amiga recibió una respuesta, en la que decía: “Al recibir tu carta, reconocí de inmediato que éste es el evangelio. Cristo es mi paciencia. Tan pronto lo recibí desapareció el mal genio, pero puesto que había caído tan miserablemente en el pasado, no me atrevía a decir nada todavía, hasta haberlo experimentado por tres meses. Los sirvientes de la India son muy necios e indisciplinados. Antes, cuando me enfurecía con ellos, les tiraba la puerta para mostrarles que estaba enojada. Ahora, al poner en práctica lo que tú dijiste, he dejado de tirar la puerta, pues ni siquiera me siento capaz de hacer tal cosa”. Esto nos muestra que la victoria sobre el pecado es algo que el Señor logra por nosotros. No es necesario que hagamos ningún esfuerzo. Si tratásemos de hacerlo con nuestra propia fuerza, no tendríamos éxito aunque lo intentásemos por cien años.
Hermanos y hermanas, permítanme repetirles: la victoria no es algo que se logra, sino algo que se recibe.
Quizás usted recuerde que Pablo dijo una vez: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer por Su beneplácito” (Fil. 2:13). Cualquier cosa que hagamos concordará con el beneplácito de Dios. Dios es el originador de todo lo que nosotros hagamos. Es Dios quien opera en nosotros para hacernos santos. No tenemos que hacer ningún esfuerzo propio, porque todo lo logramos por medio de Dios, quien opera en nosotros. La vida santa y perfecta no se produce por medio de nuestros propios esfuerzos; es exclusivamente obra de Dios.
Para muchas personas nada que no sea un milagro puede librarlos de su iniquidad. Muchas personas no son sensibles a sus fracasos; no perciben cuán desesperada es su situación. Otros se han rendido ante la imposibilidad de abandonar su mal genio, su orgullo o su forma de ser. Saben que nunca lograrán vencer a menos que Dios haga un milagro en ellos. ¿Hay alguien aquí que pueda vencer al pecado? El método del hombre consiste en reprimir el pecado, pero el de Dios consiste en hacer un milagro quitando al viejo hombre y limpiando todo el corazón. Si usted comprende el significado de la victoria de Dios, rebosará de gozo.
Una hermana tenía un genio extraordinariamente incontrolable. Su esposo, sus hijos, sus sirvientes y todos los que la rodeaban le temían; con todo y eso, era cristiana. A ella le desesperaba tener un carácter tan explosivo. Después de unos cuantos años de ser salva, recibió al Señor como su victoria. Inmediatamente tuvo que afrontar una prueba muy grande. El siguiente día después de haber recibido al Señor Jesús como su victoria, ella despertó y bajó a la sala de su casa. Su esposo y los sirvientes estaban tratando de colgar una lámpara del techo. A pesar de que la lámpara era muy costosa, ni su esposo ni sus sirvientes estaban siendo lo suficientemente cuidadosos. En el momento en que bajaba las escaleras, la lámpara cayó al suelo y se destrozó. Cuando su esposo la vio bajar, se quedó inmóvil a la espera de que su genio estallara; pero para su sorpresa, ella sólo dijo con un tono suave: “Simplemente barran los pedazos”. Su esposo estaba asombrado. Anteriormente, ella habría vociferado con sólo quebrarse una taza o un pequeño plato; así que esta vez pensó que con seguridad se enojaría desmedidamente, y al ver su reacción le preguntó: “¿Dormiste bien anoche? ¿Estás enferma?”. Ella respondió: “No estoy enferma. Dios ha hecho un milagro en mí y ha quitado mi viejo hombre”. Su esposo respondió: “¡Esto es verdaderamente un milagro! ¡Qué milagro tan grande! Gracias al Señor. ¡Esto es un milagro!”.
El señor C. G. Trumbull, fundador de la compañía Sunday School Times, es una persona experimentada en la vida espiritual. El entendía que la vida vencedora es un milagro. Cierta vez le testificó a un anciano que después de recibir al Señor Jesús como su vida, no sólo desapareció su mal genio sino aun el deseo de enojarse. El anciano le preguntó: “¿Quieres decir que todos tus pecados pueden ser eliminados?”. El señor Trumbull le respondió: “Sí”. Luego el anciano le dijo: “Creo que esto es verdad en ti porque creo que dices la verdad; pero esto nunca podría sucederme a mí”. Más tarde el señor Trumbull invitó al anciano a orar con él. Después de una larga oración, el anciano también recibió este hecho. Poco después, el señor Trumbull se encontró de nuevo con el anciano, y éste le dijo: “Nunca he llegado a experimentar en mi vida lo que experimenté aquella noche. Fue un milagro; ya no hay ni lucha ni esfuerzo, y ahora mis deseos se han esfumado y hasta el deseo de pecar ha desaparecido. Esto es verdaderamente maravilloso; es un milagro. No mucho tiempo después, el anciano le escribió una carta al señor Trumbull y le contó que había una mala influencia entre la junta de directores de su trabajo. Antes él siempre había tratado de refrenarse; pero esta vez, al estar en medio de la situación, no fue afectado y ni siquiera sintió inclinación por tales pecados. ¡Qué milagro!
Hermanos y hermanas, ¿tienen ustedes barreras insuperables? ¿Tienen pecados que no pueden controlar? Si es así, el Señor Jesús puede hacer el mismo milagro en usted. Es posible que en algunas áreas usted se ha visto impotente durante años, pero el Señor puede realizar hoy un milagro en usted. No importa si sus pecados son espirituales, carnales, mentales, físicos o de su carácter; tampoco importa si usted puede obedecer a la voluntad de Dios o no, ni si se ha consagrado o no; tampoco importa si usted ha confesado sus pecados o no. El Señor puede hacer este milagro en usted. Si usted no se puede consagrar, el Señor puede hacer que se consagre. Si no puede perseverar, el Señor puede hacerlo perseverar. Dios puede vencer todos los pecados que mencionamos. Cuando El hace un milagro, todo llega a ser posible.
El resultado de una vida vencedora es una vida que se expresa no una vida que se reprime. El problema que hay con la “victoria” es que viene principalmente por medio de la represión. Hubo una anciana que siempre reprimía su impaciencia cuando se enojaba. Trataba de mantener una sonrisa exteriormente, mientras que interiormente luchaba por reprimirse. Esta clase de vida reprimida sólo hará que uno sangre internamente cuando se permite que esto continúe por años. Toda la amargura permanece encerrada en una vida reprimida. ¡Pero demos gloria al Señor! Nuestra victoria es una vida de expresión, no una vida de represión. Una vida de expresión manifiesta en el vivir lo que uno ya ha obtenido, esto es lo que quiere decir Filipenses 2:12: “Llevad a cabo vuestra salvación”. Antes tratábamos de escondernos todo lo que pudiéramos, pero ahora la victoria de Cristo se puede expresar. Anteriormente, cuanto más reprimíamos, mejor creíamos estar; ahora, cuanto más expresamos, mucho mejor. Cristo vive en nosotros, y lo expresamos a El en nuestro vivir delante de los hombres.
La señora Jessie Penn-Lewis, tenía una joven amiga que era poetisa. Era muy buena para comunicarles a los niños el significado de la vida vencedora. Un día la señora Penn-Lewis la visitó y trató de aprender de ella la manera de enseñarles a los niños. Ese día su amiga invitó a docenas de niños a comer. Después de la comida, y antes de limpiar la mesa, llegó repentinamente alguien a visitarlos. La joven preguntó a los niños: “Esta mesa está muy sucia, ¿qué debemos hacer?”. Los niños sugirieron cubrir la mesa sucia con un mantel limpio. Ella estuvo de acuerdo, y cubrió la mesa sucia con un mantel limpio, luego que la visita se fue, ella les preguntó a los niños: “Vio el visitante lo sucia que estaba la mesa?”. Ellos contestaron: “No”. Luego les preguntó otra vez: “A pesar de que él no vio nada sucio, ¿seguía la mesa sucia?”. Ellos contestaron “Sí”. Aunque el visitante no vio nada sucio, de todos modos la mesa continuaba sucia.
Hermanos y hermanas, a muchas personas no les importa estar sucios por dentro, pero por no les gusta estar sucios por fuera. Los ojos de los hombres no pueden ver los pensamientos ni las intenciones de nuestro corazón. Creemos que somos victoriosos. Es posible que otros nos alaben por nuestra humildad; hasta podemos pensar que en realidad lo somos. Es posible que tengamos la apariencia de ser muy pacientes, pero en realidad todo yace escondido en el interior. Debo decirles con toda franqueza que no hay victoria cuando reprimimos todo en nosotros. Sólo puede haber victoria cuando nosotros salimos y Cristo entra. La victoria es algo que se expresa.
Había una hermana que fácilmente perdía la paciencia. Un día su sirvienta quebró un florero. Inmediatamente fue a su cama y se cubrió con una cobija tratando de disipar su enojo. Esta es una vida de represión.
Puede ser que un vendedor ambulante toque a su puerta para venderle frutas. Usted posiblemente le diga que no quiere comprar nada y luego le pida que se vaya. Es posible que venga una segunda vez, y usted de nuevo le diga que no y le pida que se vaya. Es posible que venga a usted la tercera vez. El sigue viniendo porque quiere vender sus frutas. El puede inclusive controlarse y no perder la paciencia. Pero esto no significa vencer, no es victoria; es simplemente una táctica para vender. Reprimir el temperamento no equivale a tener la victoria. Cristo venció y así purificó el corazón del hombre; por lo tanto, la victoria implica pureza de corazón.
Un hermano de más de cincuenta años había estado leyendo las enseñanzas de Confucio toda su vida. El había sido cristiano por más de tres años. Aunque había creído en la purificación efectuada por la sangre del Señor, no conocía la diferencia entre la vida cristiana y el confucianismo. Según Confucio, la única manera de autocultivarse es ejercer dominio propio; es tratar de lograr ser santo reprimiéndose y autocultivándose. Después de llegar a ser cristiano seguía tratando de reprimirse. Siempre trataba de no mirar sus problemas, hasta eliminarlos por completo. Pero después experimentó el camino de la victoria. El testificó que la victoria no tenía nada que ver con él. La vida cristiana es diferente a todas las religiones. La diferencia no radica meramente en la cruz sino en el hecho de que tenemos a un Cristo viviente en nosotros. Podemos predicar una doctrina de redención y también a un Cristo vivo. La persona que mencionamos era un verdadero discípulo de Confucio y nada de lo que había en su interior había salido a flote. Sin embargo, él ahora da testimonio que puede abandonar su yo; ya no necesita reprimirse y ya no tiene problemas.
Hermanos y hermanas, tengo que decir a esto: ¡aleluya! La victoria es un asunto de quitarse uno de en medio y de que haya una expresión. Una vida vencedora no esa otra cosa que Cristo mismo.
Estos cinco puntos caracterizan esta vida. Por último, permítanme hablarles con franqueza. Recuerden por favor que la victoria, así como la salvación, es específica. Uno la experimenta en una fecha específica. Usted fue salvo en cierta fecha (aunque, obviamente hay algunos que han olvidado el mes y el día en que fueron salvos). Usted también debe escribir la fecha en que venció. Debe haber también una fecha específica. Todos deben tener una fecha específica en la que vencieron; ésta es una puerta específica por la que uno pasa. O usted ya pasó por ella o todavía no lo ha hecho. No hay lugar para un “tal vez” en este asunto. Nadie en este mundo es “tal vez” salvo; si uno es salvo, es salvo. De la misma forma, nadie en este mundo es “tal vez” victorioso; si uno ha vencido, ha vencido. Aquellos que “tal vez” han vencido, no han vencido en absoluto. Todos debemos pasar por esta puerta. No puedo decirles más por el momento. En el futuro veremos que la victoria no sólo es un asunto individual; hay algo más grande en ello. Por el momento, ésta es razón suficiente para vencer.