
Lectura bíblica: Gá. 2:20
Gálatas 2:20 es un versículo que conocemos bien. En esta ocasión hablaremos más de esto. En el último mensaje hablamos de lo que es la vida vencedora. Sabemos que la vida vencedora es Cristo y también que la vida vencedora consiste en que Cristo vive en nosotros. La pregunta es ¿cómo podemos entrar en la experiencia de esta vida? Cristo desea ser nuestra vida y puede hacernos victoriosos; pero, ¿cómo puede El ser nuestra vida? ¿Cómo puede Cristo expresar Su vida en nosotros? Hemos oído el evangelio y sabemos que Jesús es el Salvador; pero, ¿cómo lo podemos tomar como nuestro Salvador? Conocemos la salvación efectuada en la cruz; pero, ¿cómo podemos unirnos a esta salvación? La pregunta que estudiaremos en este mensaje es ¿cómo podemos unirnos a Cristo y qué debemos hacer para que El llegue a ser nuestra vida y viva en nosotros? Esta tarde estudiaremos Gálatas 2:20.
No vamos a examinar ni el comienzo ni el final de este versículo. Comenzaremos en medio del versículo. Allí encontramos una expresión maravillosa: “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Podemos decir: “Ya no vivo yo, mas Cristo”. ¿Qué significa “ya no vivo yo, mas Cristo”? Estas seis palabras significan victoria. Se refieren a la vida vencedora de la que hemos estado hablando. La vida vencedora es sencillamente (1) “ya no vivo yo” y (2) “mas Cristo”. Esta es la vida vencedora. En tanto que se cumplan “ya no viva yo” y “mas Cristo”, hay victoria. Si a “ya no vivo yo” añadimos “mas Cristo” tenemos la victoria, y todos los problemas quedan resueltos.
En el mensaje anterior vimos que el significado de la vida que vence es que ya no vivo yo, mas Cristo. Pero todavía quedan algunas preguntas. ¿Cómo puede un cristiano dejar de ser él para ser Cristo? ¿Cómo puede uno obtener esta vida? ¿Qué camino debe uno tomar antes de llegar a no ser uno sino Cristo? Esta es la razón por la que tenemos que estudiar Gálatas 2:20 detenidamente. Según Gálatas 2:20, “ya no vivo yo, mas Cristo” se halla en el medio. Antes de este pasaje, tenemos una oración gramatical y después tenemos otra. Tenemos que ver cuál fue el punto de partida de Pablo en el que comenzó a experimentar esto de “ya no vivo yo, mas Cristo”. Si podemos descubrirlo, podremos tomar el mismo camino y también experimentaremos “ya no vivo yo, mas Cristo”. Por lo tanto, tenemos que atravesar por lo que Pablo atravesó y seguir el mismo camino que él tomó. Su camino también debe ser el nuestro.
Veamos ahora cómo puede uno experimentar “no vivo yo, mas Cristo”. Necesitamos comenzar desde la primera oración de este versículo. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. ¿Cómo pudo Pablo llegar al punto en el que podía decir “ya no vivo yo, mas Cristo?”. Este es un pasaje muy conocido. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo”. El “yo” queda excluido, pues está en la cruz. El “yo” ha muerto. Por tanto, puedo decir que ya no vivo yo. Sin embargo, ésta no es la primera vez que entre nosotros se predica esta verdad en cuanto a estar crucificado con Cristo. Hace mucho sabemos que estamos crucificados con Cristo. ¿Por qué la doctrina de nuestra crucifixión con Cristo no ha producido resultados? Hermano Lu, por ¿cuántos años has escuchado acerca de la doctrina de la crucifixión con Cristo? La has oído por más de diez años. ¿Produce esto algún resultado en tu vida? Por favor, sé franco con nosotros. ¿Cuánto ha obrado esto en ti? No mucho. Le haré la misma pregunta al hermano Chi. ¿Cuánto te ha guiado la doctrina de la cruz? ¿Cuán efectiva es en ti? ¿Tienes el poder que Pablo tenía? El hermano Chi dice que él sentía que había comenzado a experimentar más poder en los últimos días. Hemos conocido la doctrina de la crucifixión con Cristo por más de diez años, pero no ha producido un resultado en nosotros. Es posible que digamos que ha hecho algo, pero ha sido tan poco que podría decirse que es insignificante. Ni siquiera podemos decir como Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”, y tampoco podemos repetir las palabras “ya no vivo yo”. Tal parece que la doctrina no ha tenido mucho efecto en nosotros. No estoy aquí repitiéndoles simplemente la doctrina de la cruz; ya sabemos mucho al respecto. Deseamos ver hasta qué grado la crucifixión con Cristo debe operar en nosotros y lo que debemos hacer antes de poder decir que estamos crucificados con Cristo.
Hermanos y hermanas, cuando el señor Jesús fue clavado en la cruz, nosotros no le matamos, ni nos matamos a nosotros mismos. Cristo mismo murió allí, y Dios nos incluyó en Su muerte. Todos conocemos bien esto. Sin embargo, quisiera hacerles una pregunta: Si bien es cierto que Dios nos crucificó, ¿qué debemos hacer y qué proceso debemos atravesar antes de poder decir en realidad que estamos crucificados con Cristo? Ya vimos lo que Dios hizo por nosotros, pero no vimos qué nos corresponde a nosotros. Aunque vimos que Dios nos crucificó, no sabemos cómo debemos considerar nuestra propia crucifixión. Quisiéramos ahora ver cuál es nuestra responsabilidad en nuestra crucifixión con Cristo.
¿Por qué crucificó Dios a Cristo? No es mi intención darles un sermón esta tarde, sino tener una charla con ustedes. Esto es algo que nos interesa a todos; no se trata de algo solamente para mí. Cada uno de nosotros debe examinar esto cuidadosamente. ¿Por qué quiso Dios crucificarnos con el Señor Jesús? Puedo explicar este punto con una historia. Una vez un ladrón fue declarado culpable ante un juez. Puesto que el crimen no era demasiado grave fue sentenciado sólo a diez años de cárcel. Otro ladrón también fue hallado culpable, y el juez lo sentenció a muerte. ¿Por qué uno fue sentenciado a muerte, y el otro sólo a diez años de cárcel? Porque todavía había esperanza para aquel que fue encarcelado. El juez todavía tenía esperanzas en él, y el país también tenía esperanzas en él. Aún existía la posibilidad de que este hombre llegara a ser un buen ciudadano. Después de diez años de encarcelamiento, saldría libre. Pero la nación no tenía esperanzas en el otro criminal, pues había cometido un crimen demasiado grave. El país no deseaba tener a tal persona, y la única manera de castigarlo era sentenciándolo a muerte. ¿Cómo nos ve Dios a nosotros hoy? El nos crucificó. ¿Por qué hizo esto? Es posible que lo que voy a decir no sea muy alentador, pero es la verdad: Dios no tiene ninguna esperanza en nosotros. El perdió todas las esperanzas en nosotros. Dios considera nuestro caso imposible y sin esperanza. La carne es completamente corrupta, y no existe otra solución que la muerte. Ni la obra del Señor Jesús, ni el poder de Dios, ni el Espíritu Santo pueden cambiar nuestra carne. Ni leer la Biblia ni orar pueden cambiar nuestra carne. Lo que es nacido de la carne, carne es. No hay esperanza y la carne nunca puede cambiar. Dios ha juzgado que la muerte es el merecido destino de la carne. Dios perdió toda esperanza en nosotros. Por tanto, nos incluyó en la crucifixión de Cristo. No tenemos esperanza; la única solución es la muerte. Por esto, lo primero que Dios requiere de un cristiano después de que éste es salvo, es el bautismo. El bautismo es la declaración de que Dios ha abandonado toda esperanza en la persona y la ha crucificado. También es nuestra declaración de que merecemos morir y de que le pedimos a otros que nos quiten de en medio y nos entierren. ¿Han visto ustedes que el bautismo es la declaración de Dios y nuestro reconocimiento de nuestra propia muerte? Equivale a decir “amén” a la evaluación que Dios hace de nosotros. Dios dice que merecemos morir y nosotros damos un paso adicional sepultándonos. Ya perdí toda esperanza en mí mismo. No hay absolutamente ninguna esperanza en mí. Sólo merezco morir y hoy estoy en pie sobre la base de la muerte.
Muchos cristianos han olvidado lo que hicieron en el momento del bautismo, y muchos han olvidado la evaluación que Dios hace de nosotros. ¿Cómo nos valora Dios? Según Su evaluación, nosotros debemos morir. Lo único que merecemos es la muerte. No hay otro camino. Es inútil tratar de repararnos o remendarnos. No existe ninguna posibilidad de enmienda, y tampoco podemos cambiarnos a nosotros mismos. Somos completamente inútiles y no hay otra cosa que podamos hacer, excepto morir. Por consiguiente, Dios nos incluyó en la muerte del Señor Jesús. Dios muestra cómo nos evalúa al ponernos en la cruz. Recuerden que la cruz es la valoración que Dios hace de nosotros. Dios nos ha mostrado que sólo merecemos morir y que no tenemos esperanza alguna.
Pero, ¿aceptamos nosotros este hecho? Los seres humanos con frecuencia se contradicen a sí mismos y muchas veces tienen pensamientos incongruentes. Por una parte, decimos durante años que estamos crucificados con Cristo; pero por otra, seguimos abrigando esperanzas en nosotros mismos. Por un lado, pensamos que no podemos hacer nada; y por otro, esperamos un día ser capaces. Nos mantenemos tropezando y cayendo, y aún así, conservamos la esperanza de vencer.
Una vez vi la foto de una mujer que había mantenido el ataúd de su difunto esposo en frente de su puerta por treinta años. Ella no permitía que lo enterraran. Decía que su esposo sólo estaba dormido, y que ella esperaba que resucitara. Nosotros tenemos esta misma clase de esperanza con respecto a nosotros mismos. Por una parte, creemos que lo único que merecemos es la muerte y que estamos muertos en nuestras transgresiones. Pero por otra parte, pensamos que en tanto que haya aliento en nosotros, podemos servir para algo. Creemos que hemos fracasado porque no hemos sido lo suficientemente fuertes en nuestra resolución de vencer, y que lo lograremos, si lo intentamos con más ahínco la próxima vez. Pensamos que hemos fallado porque no hemos estado velando y que podríamos permanecer firmes ante la tentación si en la siguiente ocasión velamos más vehementemente. Nos parece que hemos fracasado porque no hemos resistido la tentación y que venceremos si la resistimos la próxima vez. Nos imaginamos que hemos fallado esta vez porque no hemos orado lo suficiente, y que si la próxima vez lo hacemos, venceremos. ¿Podemos ver lo que estamos haciendo? Dios nos ha crucificado y nos ha declarado muertos. Pero todavía no hemos visto que estamos muertos; no hemos reconocido este hecho. Aún pensamos que la llama que ha sido apagada, se podrá encender nuevamente, si la soplamos lo suficiente. Es por esto que todavía seguimos soplando continuamente.
¿Qué significa estar crucificado con Cristo? A fin de experimentar esta verdad, hay una condición necesaria que nosotros debemos cumplir. Debemos decirle a Dios: “Tú has perdido toda esperanza en mí, y también yo la he perdido. Tú me das por perdido y yo también me considero perdido. Tú crees que merezco morir y yo también lo creo. Tú me consideras incapaz y yo también me considero incapaz. Me estimas inútil para hacer cualquier cosa y yo también me considero así”. Tenemos que permanecer sobre esta base constantemente. Este es el significado de ser crucificado juntamente con Cristo. Lo que Dios hizo no se puede cambiar, pues constituye hechos cumplidos. Sin embargo, por nuestra parte, tenemos una responsabilidad que debemos cumplir: aceptar la evaluación que Dios hace de nosotros. Dios ha perdido las esperanzas con respecto a nosotros; así que también nosotros tenemos que perder las esperanzas en nosotros mismos. Cuando perdemos la esperanza en nosotros, podremos experimentar “ya no vivo yo”.
El problema que predomina hoy es que la mayoría de los cristianos no han querido abrir los ojos. No han visto que Dios perdió toda esperanza en ellos y dejó de exigirles cosas. El sabe que somos absolutamente inútiles. No tengo temor de ofender al hermano Lu aquí. Puedo declarar esto ante todos ustedes, dicho muy cortésmente: “El hermano Lu es una persona absolutamente inútil”. Pero expresándome en términos más crudos, diría: “Hermano Lu, tú eres totalmente corrupto y eres completamente maligno”. Pero gracias al Señor, puedo decir esto no sólo acerca del hermano Lu, sino también con respecto a mí mismo. Todos somos corruptos hasta lo más profundo de nuestro ser. Somos absolutamente inútiles. No servimos para otra cosa que la muerte. El único camino que nos queda es morir. Nunca podemos cambiar y estamos desahuciados. Somos completamente malignos y sólo merecemos morir. Esta es la valoración que Dios hace de nosotros, y no debemos tener ninguna otra clase de valoración delante de Dios.
Tenemos muchos conceptos acerca de nosotros mismos. Estamos llenos de esperanza en nosotros mismos. Por lo tanto, tenemos que ver en este mensaje cómo podemos echar mano de la realidad de que fuimos crucificados juntamente con Cristo. Dios ha abandonado toda esperanza en nosotros. Entonces, ¿qué debemos hacer? Debemos decirle a Dios que también nosotros hemos abandonado la esperanza en nosotros y tenemos que dar un paso más. Por el momento pongamos a un lado Gálatas 2 y examinemos Lucas 18:18-27.
Personalmente valoro mucho este pasaje de la Palabra. Nos revela la primera condición necesaria para obtener la victoria. Síganme con paciencia en el estudio de esta porción, y veamos lo que realmente dice. Un hombre principal vino al Señor Jesús y le preguntó acerca de la vida eterna, la vida de Dios. La vida eterna incluye tanto la salvación como la victoria. Por consiguiente, en los siguientes versículos, se habla tanto de la salvación como de la entrada en el reino de Dios. Vemos que la esfera abarca tanto la salvación como la victoria.
Este hombre importante vino al Señor Jesús, y le preguntó qué debía hacer para heredar la vida eterna. El Señor le hizo una lista de cinco condiciones muy rigurosas: “No adulteres; no mates; no hurtes; no digas falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre”. Ningún joven, por importante que fuera, podría guardar estos mandamientos. Era imposible que un joven gobernante no cometiera adulterio ni matara ni hurtara ni dijera falso testimonio y honrara a su padre y a su madre. Ningún joven gobernante podía cumplir estas cinco condiciones. Sin embargo, sorprendentemente este joven respondió a Jesús: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud”. El no había quebrantado ninguno de estos mandamientos ni una sola vez. Era como si dijese: “Maestro, ¿hay alguna otra condición? Porque si no, entonces yo debo heredar la vida eterna. Yo soy apto para obtener vida eterna”. Pero el Señor le dijo que todavía le faltaba algo. “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y repártelo a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme”. ¿Puede usted ver que todavía le falta una cosa? ¿Qué significa faltarle una cosa? El Señor Jesús le dijo que todavía le faltaba una cosa, y que no era apto si no la tenía. ¿Significa esto que quien viene al Señor tiene que vender todo lo que posee o que quien cree en el Señor Jesús tiene que abandonarlo todo? No. Debemos reconocer que muchos ricos pueden recibir vida eterna. Pero ¿por qué no vemos que muchos de ellos sean salvos? ¿Por qué son tan pocos los ricos que se salvan? Algunos han dicho: “No puedo vender todo lo que tengo”. El versículo 26 indica que algunos que escucharon estas palabras murmuraron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?”. Sin embargo, en el versículo 27 el Señor Jesús dijo: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. El Señor le estaba demostrando al joven gobernante, que la salvación es inalcanzable para el hombre, pero el joven no quiso aceptar este hecho. El pensaba que podía abstenerse de cometer adulterio, de matar, de hurtar, de decir falso testimonio y que podía honrar a su padre y a su madre. El propósito de lo que le dijo el Señor, era demostrarle que la salvación y la victoria son imposibles para el hombre. Sin embargo, este joven pensaba que era posible obtenerlas. Por lo tanto, el Señor le puso una condición más. Con esto le estaba diciendo: “Puesto que tú dices que puedes guardar estas cinco condiciones, te pondré una condición más. Puedo seguir añadiendo un requisito tras otro, para ver si puedes guardarlos todos”. Cuando el joven comprendió que no podía cumplir las condiciones que el Señor le ponía, se entristeció mucho y se marchó.
Si usted trata de ser salvo, o si usted trata de vencer, Dios con frecuencia le pondrá “una cosa” delante de usted. Frecuentemente creemos que hemos hecho un buen trabajo. Nos enojábamos con facilidad, pero ahora podemos controlarnos. Eramos orgullosos, pero ahora podemos humillarnos. Teníamos celos de otros, pero ahora no somos tan envidiosos. Eramos muy locuaces, pero ahora no hablamos tanto. Creemos que no estamos tan lejos de la victoria y que hemos vencido bastante. Pero aunque no seamos impacientes, orgullosos, celosos ni habladores, seguimos teniendo una cosa, un defecto. Parece que todo lo demás ha sido solucionado, pero que todavía nos hace falta una cosa. Puede ser algo muy insignificante. Puede ser un gusto exagerado por la comida, o tal vez no podamos levantarnos en la mañana antes de las ocho o las nueve. Parece extraño que podamos vencer muchos pecados y que a la vez seamos incapaces de vencer este pecado. Somos inútiles en este asunto. Gastamos todo nuestro esfuerzo en vencerlo. Es posible que les pidamos a otros que nos despierten o tal vez usemos un despertador, y ni siquiera así logramos despertarnos. No podemos explicarlo. Podemos vencer muchas otras cosas, pero no conseguimos vencer este asunto. Este es el principio establecido en Lucas 18, el principio de que todavía nos falta una cosa. Dios nos comprueba que no somos capaces. Tarde o temprano tendremos que reconocer que no somos capaces. Quizá el Señor nos permita llegar a ser capaces en algo, pero nos mostrará que todavía nos falta una cosa. El debe mostrarnos que hay por lo menos una cosa que no podemos hacer. Para poder darnos la victoria, El debe mostrarnos primero que nosotros no podemos obtenerla. La victoria es un don de parte de Cristo; no podemos vencer en nosotros mismos. Por consiguiente, Dios dejará una o dos cosas que no podamos vencer. Así nos demostrará que “todavía nos falta una cosa”.
Es posible que el joven gobernante pudiera cumplir cinco o cincuenta o inclusive quinientas condiciones, pero Dios le puso algo delante de él para mostrarle que no era capaz. Amigos, el primer paso hacia la victoria es comprender que no somos capaces. Una vez que comprendamos que somos impotentes, hemos dado el primer paso. Todos los aquí presentes tienen algo que no pueden vencer. Es extraño que siempre fracasemos en esto. Para algunos es su mal genio, sus pensamientos impuros, su locuacidad, su incapacidad para levantarse temprano, sus exigencias dogmáticas, su envidia o su orgullo. No entendemos por qué, pero siempre hay algo que uno no puede vencer. Todos los que deseen vencer, tienen que descubrir delante de Dios aquello que les falta. A cada uno le falta “una cosa” en particular. Por lo menos carece de “una cosa”. A veces hay más. Cuando estemos delante de Dios, El nos demostrará que no somos capaces.
Una hermana tenía un gran deseo de vencer. Ella trató muchas cosas delante de Dios. Todos los días escribía cartas a otros disculpándose por sus malos hechos y cada día ella subía a una montaña a orar. Cada vez que ella bajaba de la montaña, yo le preguntaba si había vencido su obstáculo. Ella me decía que había cavado otra tumba en la montaña y que había enterrado allí una cosa más. Cuando le preguntaba al día siguiente, ella me decía que había encontrado más pecados y que los había enterrado y había tratado de vencer. Durante más de veinte días ella luchó con sus pecados. Al final le pregunté: “¿Ya casi acabas?”. a lo cual respondió: “Después de tantas luchas, creo que ya casi he vencido”. Luego le dije en privado a una hermana colaboradora: “Solamente espera y ya verás”. Un día fui a la casa de aquella hermana y la vi muy triste. No le pregunté cuál era la razón. Siempre es bueno estar triste y no siempre es sabio impedir que una persona se entristezca. Así que no le dije nada. Esto continuó por seis días. Ella parecía estar triste todos los días.
Después de seis días un hermano nos invitó a todos a una cena. La hermana también estaba invitada. Ella asistió, pero no comió casi nada. Estaba sentada frente a mí y sonreía, pero en realidad se sentía muy triste en su corazón. Había más de veinte hermanos y solamente tres hermanas ese día. Yo había escrito una nueva canción y después de la comida le pedí que la tocara en el piano. Después de tocar dos estrofas, comenzaron a rodar lágrimas por sus mejillas. Yo la dejé llorar y no le dije nada. Después de un rato le pregunté: “¿Qué sucede?”. Ella dijo: “¡No tiene caso! No puedo vencer algo, no importa cuánto lo intente”. Ella era una hermana tímida pero lloró allí delante de veinte o más hermanos. Ella no podía contenerse y continuó llorando. Le pregunté qué era lo que no podía vencer. Ella dijo que había estado luchando con un asunto por una semana, pero que no había podido vencerlo. Dijo: “Hermano Nee, durante las últimas semanas he estado luchando con mis pecados cada día. He puesto fin a todos mis pecados”. Yo podía testificar que ella verdaderamente había estado luchando con sus pecados. Ella continuó: “Pero a pesar de todo lo que hice la semana pasada, no he podido vencer este pecado”. Pensé que debía tratarse de un pecado muy grande. Yo le pregunté qué no había podido vencer. Ella respondió: “Se trata de un asunto muy pequeño. Pero no puedo quitármelo. He tenido este hábito desde mi juventud. Me gusta comer entre comidas. Después del desayuno me gusta comer un poquito aquí y allá. Antes de la hora del almuerzo me da un deseo terrible de comer alguna merienda. Después del almuerzo quiero comer algo, y antes de ir a acostarme en la noche busco más meriendas. Durante los últimos días me he dado cuenta de que tengo que ponerle fin a este asunto. No debo estar comiendo constantemente. Así que comencé a tratar de resolver esto; sin embargo, lo intenté por seis días y fracasé. Soy peor que mis tres hijos. Tan pronto veo algún bocadillo, me lo llevo a la boca. No puedo contenerme”. Ella lloraba mientras hablaba. Pero cuando yo escuché esto me puse muy contento. Me reí. Estaba muy contento. Mientras ella lloraba, algunos hermanos se retiraron y algunas hermanas trataron de evitar la escena. Ella lloraba amargamente, pero yo me reía de buena gana, mientras ella lloraba, yo estaba riéndome. Ella me preguntó por qué estaba tan contento. Yo le dije: “Estoy contento, y mi corazón salta de alegría. Hermana, ¿está segura de que no es capaz? ¿Se ha dado cuenta de su impotencia en sólo veinte días o más? Le doy gracias a Dios porque usted finalmente ha descubierto que no puede hacer nada. Permítame decirle: cuando usted es impotente, El llega a ser capaz. He aquí el principio de la victoria”. Una hora más tarde ella rompió la barrera y entró plenamente en la experiencia de la victoria.
La manera de vencer es ver que siempre falta una cosa. Usted puede pensar que tiene razón en esto o aquello. Es posible que usted piense que puede hacer algo, pero Dios tiene que demostrarle que no puede hacer nada. Hermanos y hermanas, todos los que deseen vencer, deben descubrir primero aquello que no pueden hacer. Uno sólo puede descubrir su incapacidad por medio de este asunto particular. ¿Tiene usted algún pecado particular? ¿Hay en su vida un pecado que no puede vencer? Aquellos que son demasiado amplios nunca pueden cruzar la puerta de la victoria. Usted debe conocer las áreas específicas en las que es débil. Esto le demostrará que usted necesita vencer algo. Para algunos es el orgullo. Para otros es la envidia. Para otros puede ser su sensibilidad, pues el cambio más leve los afecta. Para algunos, son sus pensamientos impuros. Para otros, es su exagerada locuacidad. Para otros es su meticulosidad excesiva. A algunos les gusta hablar de otros y esparcir rumores. Otros no pueden controlar sus apetitos físicos. Siempre hay algo que uno no puede vencer. Después de oír esto, espero que usted se detenga y escriba en su Biblia las siguientes palabras: “Aún te falta una cosa”. Usted tiene que descubrir cuál es.
Al joven de Lucas 18 le faltaba vender todo lo que tenía. Temo que algunos entre nosotros también son incapaces de soltar su dinero. Para algunas personas tal vez el problema no sea el dinero, pero todavía les hace falta una cosa. Si su problema no es apego al dinero, ¿cuál es? Escriba el pecado que le es imposible vencer. Si usted sabe donde está su debilidad, podrá ser específico delante de Dios en cuanto a vencer tal pecado. Cada persona tiene que percatarse dónde está su problema específico. Toda persona tiene su debilidad específica y debe pedirle a Dios que lo ilumine y le muestre su debilidad. Cada persona tiene, por lo menos, una cosa que no puede vencer. Para algunas personas puede ser más de una cosa. Usted tiene que descubrir aquello que no puede vencer. Una vez que usted vea que no puede, podrá ver que Dios sí puede. Si usted no ve su propia debilidad, usted no verá el poder de Cristo.
Hermanos y hermanas, ¿por qué Dios dejó una o dos cosas no resueltas en nuestra vida? Para mostrarnos que no somos capaces de hacer nada por nosotros mismos. Este es un principio general de las Escrituras, y es un principio muy importante. Al declarar que el Señor Jesús fue crucificado por nosotros, es muy fácil olvidar que al mismo tiempo opera este principio. Dios sabe que usted es incapaz y que yo soy incapaz. El sabe que nada bueno procede de la carne. El lo sabe desde hace mucho tiempo, pero parece que nosotros no lo sabemos. Nosotros no comprendemos que nada bueno puede provenir de la carne. Como resultado, seguimos esperando y procurando hacer lo posible por agradar a Dios.
Dios sabe que nuestra carne es inútil. Pero nosotros lo ignoramos. Es por eso que El nos dio la ley. El propósito de la ley es demostrarle al hombre que es pecaminoso e impotente. La ley no fue dada para que la guardáramos; Dios sabe que no podemos guardar la ley. La ley fue dada para que la quebrantásemos. No fue dada para que el hombre la guardara, sino para que la quebrantara. Dios sabe que vamos a quebrantar la ley, pero nosotros no lo sabemos. Por tanto, nos dio la ley y permitió que la quebrantásemos. Es así como llegamos a saber lo que Dios ya sabe, y es así como llegamos a estar conscientes de nuestra impotencia. Como cristianos declaramos que estamos por encima de la ley. Pensamos que los diez mandamientos son la ley, pero olvidamos que todos los mandamientos del Nuevo Testamento también son la ley. Por medio de estos mandamientos Dios nos demuestra que no podemos cumplirlos. Dios tiene que llevarnos al punto en que confesemos que no podemos lograrlo. Sólo entonces podremos reconocer la sabiduría que Dios ejerció al crucificarnos, y sólo entonces comprenderemos que somos inútiles y que la única manera de solucionar nuestro problema es la muerte. De no ser así, creeríamos que es un error que Dios nos crucifique porque todavía pensamos que podemos hacer algo.
Es por esto que Romanos 7 es tan valioso. La persona descrita en Romanos 7 estaba en una constante lucha. ¿Por qué luchaba? Porque todavía estaba llena de esperanza en sí misma, aunque Dios ya había perdido esperanza en ella. Este hombre trataba de agradar a Dios y de guardar la ley. Pero el resultado fue un fracaso total. Al final tuvo que reconocer cuán sabio fue Dios al crucificarlo. Era correcto que Dios lo crucificara. Dios dijo que tal hombre debía morir y el hombre reconoció que debía morir.
Muchos cristianos no vencen porque no han fracasado lo suficiente. Todavía no han cometido suficientes pecados; por eso no han vencido. Si cometieran más pecados, les sería más fácil vencer. Si vieran la corrupción de la carne, les sería más fácil vencer. La persona de Romanos 7 estaba tan desesperada que finalmente clamó y dijo: “¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?”. Se dio cuenta de que él no lo lograría, así que preguntó si alguien lo podría librar del cuerpo de muerte. Al descubrir que era un asunto de “alguien”, ya iba en camino de la victoria. Una vez que vio que había “alguien”, ese alguien podía acudir a rescatarlo inmediatamente. Por tanto, hermanos y hermanas, lo primero que tenemos que ver es que según el punto de vista de Dios somos absolutamente inútiles delante de El. Dios ve que somos absolutamente inútiles. De la misma forma, debemos vernos a nosotros mismos como absolutamente inútiles. Si no hemos llegado a ver nuestra absoluta incapacidad, nunca aceptaremos la evaluación que hace la cruz y nunca podremos llegar a decir que estamos crucificados juntamente con Cristo ni que ya no soy yo quien vive. Si todavía tenemos esperanza en nosotros, quiere decir que creemos que aún somos útiles y no diremos: “Ya no vivo yo”.
Creo que necesitamos examinar un asunto más. Muchos hermanos y hermanas ya saben que no son capaces de hacer nada. Quizás usted sabe que no puede hacer nada. Pero debo preguntarles otra vez: ¿Es usted capaz o no? Hermanos, ¿han muerto a toda esperanza en ustedes mismos? ¿Todavía creen que pueden vencer? Antes vimos hechos objetivos, ahora estamos viendo algo subjetivo por primera vez. No hay duda de que Cristo vencerá en su lugar, pero hay una condición para que El pueda hacerlo: usted debe reconocer que es impotente. ¿Es usted capaz o no? Dios ha permitido que fracase muchas veces, pero sigue vivo su corazón. ¿Es usted capaz o no? Todo depende de esta pregunta crucial. Su futuro avance depende de esto. Si usted continúa diciendo en su corazón que puede y que usted es capaz de lograr algo por sus propios esfuerzos, Cristo no puede vivir por usted. Cristo sólo puede vivir por los que son absolutamente incapaces. La victoria está a la espera de aquellos que han fracasado completamente. Solamente aquellos que han fracasado por completo pueden vencer. Si alguien no ha fracasado totalmente, Dios no podrá vencer por él. Esta es la primera condición. La primera condición es confesar que somos incapaces.
Una cosa es decir que no podemos lograrlo, y otra cosa es cesar de intentarlo. ¿Han visto que existen estas dos cosas? No podemos lograrlo y no debemos tratar de hacerlo. Muchas veces sabemos que no podemos lograrlo, y aún así, continuamos tratando de hacerlo. La primera condición para obtener victoria es comprender que no podemos lograrlo; y la segunda es desistir de intentarlo. Si admitimos que no podemos lograrlo y cesamos de intentar, venceremos. El problema es que aunque sabemos que no podemos lograrlo, nos esforzamos al máximo por lograrlo. Queremos valernos de nuestras fuerzas. Pensamos que si oramos más, podremos lograrlo o que si tomamos determinaciones más firmes, podremos permanecer en pie. Aunque no podamos lograrlo, seguimos intentándolo.
Supongamos que tenemos en frente un objeto que pesa 300 catis [una unidad china de peso], y supongamos también que usted sabe que sólo puede levantar 200 catis. No hay posibilidad de que usted pueda levantar 300 catis. Sin embargo, muchas personas tratan de levantar un peso que saben muy bien que no pueden levantar. Dicen: “Sé que no puedo hacerlo, pero ¿por qué no intentarlo?”. No pueden hacerlo y aun así hacen el intento. Una cosa es que una persona sea incapaz de hacer algo, y otra que desista de intentarlo. Puesto que sabemos que no podemos lograrlo, no tenemos que tratar de hacerlo. “Señor, no puedo vencer y no tengo la intención de tratar. No lo intentaré más”. Sus manos deben soltar el asunto completamente. Soltar las cosas no es algo insignificante. Ya que usted sabe que no puede hacerlo, debe permanecer en esa posición y dejar de intentarlo. Recientemente he conocido muchos hermanos que repetidas veces cometen pecados. Confiesan que no han podido vencer. Pero al preguntarles si todavía están tratando de vencer, ellos se rinden y dicen: “¿Qué otra cosa podemos hacer? Nos damos por vencidos”. Dios lo ha puesto en la cruz y ha abandonado esperanza con respecto a usted. Pero es necesario que también usted reconozca que no puede hacerlo; también debe reconocer esto.
Desafortunadamente todavía tratamos de lograr cosas por nosotros mismos. ¿Qué significa tratar de lograrlo? Permítanme tomar la ira como ejemplo. Suponga que usted es una persona que se enoja fácilmente y que no puede controlar su ira. Cuanto más lo intenta, más fracasa. Al final reconoce que no puede hacer nada en cuanto a su mal genio. ¿Qué debe hacer? Usted sabe con certeza que no tiene manera de controlar su mal carácter, y sin embargo, trata de hacerlo. ¿Qué hará después? Tratará de ser más cuidadoso al hablar. Luego hará lo posible por evitar a las personas con las que no se lleva bien y sólo hablará con aquellas con quienes tiene una buena relación. Usted evitará relacionarse con los que lo provocan y huirá de ellos. Cada vez que esté a punto de perder la paciencia, hará lo posible por controlarse. Tratará de controlarse con más oraciones. ¿Qué es esto? Esto es ser incapaz y al mismo tiempo tratar de hacer cosas. Por un lado no puede lograrlo, pero por otro, sigue tratando de realizarlo. Aunque no pueda hacer nada, se seguirá esforzando por hacer algo. Esta clase de persona nunca vencerá. Nunca podrá llegar a decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”.
Hermanos y hermanas, recuerden que la condición para obtener la victoria es reconocer que somos incapaces y que la barrera más grande es intentar. La victoria procede de Cristo, y es el Cristo que vive en nuestro lugar. La vida vencedora requiere que tomemos una posición firme y declaremos: “No puedo hacer nada y no seguiré intentándolo. Señor, hazlo Tú por mí. No trataré ya de labrar mi propia victoria”. Si hacemos esto, venceremos. Dios no puede hacer nada por aquellos que constantemente tratan de hacer algo. El no puede hacer nada por ellos. Si tratamos de hacer algo y si nos decidimos a hacerlo, Dios se detendrá en el momento en que nosotros intervengamos. Cristo vive en nosotros a fin de expresarse por medio de nosotros. El problema es que nosotros tratamos de preservar la integridad de nuestro propio trabajo. Debemos rechazar por completo nuestro propio trabajo antes de que Cristo pueda expresar Su vida por medio de nosotros. Si tratamos de ayudarlo sólo un poco y comenzamos a introducir obras humanas, Su gracia se irá. Si Cristo no vence en nuestro lugar, cualquier victoria que tengamos, será algo nuestro. El poder de Cristo no tiene como fin suplir lo que nos falta. La vida de Cristo no tiene como fin llenar los vacíos que tengamos en nuestras vidas. El quiere vivir en nuestro lugar. Si deseamos que Cristo viva en nuestro lugar, no debemos vivir nosotros. Primeramente debemos saber que no podemos lograr nada, y Dios tendrá libertad para actuar. No trate de prolongar la batalla. En el momento en que tratemos de luchar, perdemos. No obstante, tenemos esperanzas de lograrlo y creemos que sería maravilloso si lo hiciéramos. Pero mientras estamos en esta lucha, Cristo no expresa Su vida en nosotros.
En todo empeño humano, siempre existe la posibilidad de superposición. Tengo un sirviente en mi casa. Si él renunciara, tendría que contratar a otro, pero le pediría al primero que se quedase otras dos semanas a fin de enseñarle al siervo nuevo todos los oficios. El hombre siempre tiene la necesidad de retener una cosa hasta que otra lo reemplace. Antes de que el primer sirviente se vaya, el nuevo sirviente tiene que venir dos semanas antes de su partida. Pero con Cristo esto nunca sucederá. Si nosotros no decidimos irnos, El nunca tomará ninguna iniciativa. Cuando nos detengamos nosotros, El comenzará. Pensamos que El obrará mientras nosotros todavía estemos laborando; pero esto nunca sucederá. Cuando cesemos nuestras obras por completo, Cristo comenzará la Suya. Mientras aún sigamos haciendo algo, Cristo no se moverá ni un centímetro. En el mensaje anterior vimos lo que significa: “Ya no vivo yo, mas Cristo”. Pero ¿cuando experimentaremos “mas Cristo”? Esto sólo sucederá cuando se cumpla “ya no vivo yo”. Esperamos hasta ver que Cristo y nosotros estemos allí al mismo tiempo; esto jamás sucederá. No podemos lograr nada, y tampoco debemos tratar de hacerlo. Nuestras manos deben soltarlo todo sin reservas. Todo debe quedar en las manos del Señor; tenemos que entregarle todo a El. No podemos lograr nada y tampoco debemos intentarlo. Si hacemos esto, venceremos.
Pero esto no es suficiente. Muchas personas se dan cuenta de que no pueden hacer nada y lloran y se lamentan. Por supuesto, es bueno llorar. Muchas veces nuestros pecados sólo pueden ser lavados con nuestras lágrimas. Con frecuencia hemos derramado muchas lágrimas delante del Señor. Pero también debemos darnos cuenta de que muchos cristianos siguen el ejemplo del joven rico, que se marchan tristes al ver que no pueden vencer, sólo ven sus problemas y que les falta una cosa. Puesto que ellos no pueden hacer nada, piensan que Dios tampoco puede. Por lo tanto, piensan que no tienen esperanza al no poder repartir todos sus bienes a los pobres. Pero esto no es así. No, todavía hay esperanza.
Siempre me ha parecido muy significativo que después de Lucas 18 esté Lucas 19. ¿Sabe de qué habla el capítulo diecinueve? Es la historia de Zaqueo. ¿Quién era este hombre? Era un hombre de edad avanzada; mientras que el hombre del capítulo dieciocho era joven. Tanto el joven como Zaqueo eran ricos. En términos humanos, se espera que el joven sea más generoso, y el anciano más egoísta. Pero es asombroso ver que cuando Zaqueo descendió del árbol, sin que Señor le pidiera que repartiera su dinero, él de su propia iniciativa decidió devolver cuadruplicado lo que había tomado por fraude y repartir la mitad de sus bienes a los pobres. Inmediatamente estuvo dispuesto a entregar todo su dinero. El Señor Jesús le pidió al joven rico que diera su dinero y éste no pudo hacerlo. Pero este hombre anciano, a quien el Señor no le pidió que diera su dinero, lo dio voluntariamente. ¿Por qué se ve esta diferencia? Porque las cosas que son imposibles para el hombre, son posibles para Dios. En el caso del joven rico vemos lo que es imposible para el hombre, mientras que en el de Zaqueo vemos lo que es posible para Dios. ¿Qué es posible para Dios? El Señor Jesús dijo que Zaqueo también era hijo de Abraham y que la salvación había llegado a su casa. Esto significa que Dios lo había salvado. El joven rico sabía que era imposible para él; pero no pidió a Dios la salvación. Para el hombre es imposible, mas para Dios es posible.
¿Qué hace un cristiano cuando ve su impaciencia, sus pensamientos impuros o su pecado carnal o espiritual? Anhela el día en que será librado de estos problemas. Algunas hermanas me han comentado: “Hermano Nee, sería maravilloso si mi genio pudiera mejorar aunque fuese un poquito”. Siempre les digo: “Denle gracias al Señor por su mal genio. Es maravilloso que ustedes vean que no pueden vencerlo. Regocíjense en el hecho de no poder hacer nada”.
En 2 Corintios 12:9 dice: “Y me ha dicho: Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo extienda tabernáculo sobre mí”. ¿Pueden ver esto? La debilidad no es algo por lo que debamos lamentarnos o llorar. La debilidad es algo en qué gloriarnos. Usted tal vez haya dicho: “Agradezco al Señor y lo alabo por haberme hecho vencer”. ¿Pero alguna vez ha llegado a decir: “Le agradezco al Señor y lo alabo por haber permitido que fracasara miserablemente”? Usted alaba al Señor y le da gracias por darle paciencia; pero ¿alguna vez le ha dado gracias y lo ha alabado por su genio incontrolable? ¿Le ha llegado a dar gracias y lo ha alabado por su orgullo? ¿Ha llegado a darle gracias y a alabarlo por su envidia? ¿Le ha dado gracias y lo ha alabado por su impureza interior y por su pecado? Si usted tiene estos problemas, debe darle gracias al Señor y alabarlo por ellos. Lo primero que usted debe hacer es darse cuenta de que no puede superarlos. En segundo lugar, debe renunciar a tratar de lograrlo. Y en tercer lugar, debe alabar al Señor y darle gracias por esa incapacidad. ¡Aleluya! No puedo hacer nada. ¡Aleluya, no puedo hacer nada!
¿Por qué dijo Pablo: “De buena gana, me gloriaré más bien en mis debilidades”? Pablo dijo que consideraba su debilidad motivo de gloriarse. Porque su debilidad le daba a Cristo la oportunidad de manifestar Su poder y de que dicho poder extendiera tabernáculo sobre él. El poder de Cristo no puede extender tabernáculo sobre los que no tienen debilidades. Sólo aquellos que tienen debilidades pueden llegar a experimentar el poder de Cristo que extiende tabernáculo. Me gloriaré más bien en mis debilidades, porque mis debilidades le dan al Señor la oportunidad de obrar en mí y de manifestar Su poder y actuar en mí.
Hermanos y hermanas, ¿tienen algún pecado que ni siquiera pueden confesar? ¿Hay algo que no puedan consagrar a Dios? ¿Existe algún obstáculo que no puedan quitar? ¿Carecen de alguna cualidad delante del Señor? ¿Qué van a hacer ustedes? ¿Van a entristecerse? Si es así, entonces están en la situación del joven rico. El se entristeció y ustedes también. Finalmente seguirán el mismo camino que él. El se marchó triste, y ustedes también lo harán. Pero no hay por qué entristecerse. El error del joven rico no fue darse cuenta de lo que le era imposible, sino no ver lo que es posible para Dios. El error del joven rico no radicaba en su propia impotencia, sino en no aplicar la capacidad de Dios. No es pecado descubrir nuestras propias debilidades, pero sí es pecado no creer en el poder de Dios. No es pecado ser incapaces de dar el dinero, pero sí lo es no creer que Dios puede hacer apta a una persona para hacerlo. No es pecado tener mal genio, pero sí lo es no creer que Dios puede llegar a ser nuestra paciencia. No es pecado tener un pecado insuperable, pero sí lo es no creer que Dios pueda vencer tal pecado por uno.
Es un hecho glorioso que un hombre comprenda que es inútil. El propósito del Señor era mostrarle al joven rico su incapacidad. Pero cuando el joven regresó a casa, no estaba contento sino triste. Una vez que el Señor muestra que uno no puede hacer nada, inmediatamente revela que Dios puede hacer algo. El Señor no le muestra a uno su incapacidad con fin de desanimarlo, sino de que crea que El tiene una excelente oportunidad para trabajar en uno. Usted debe decirle: “Señor, no puedo hacer nada y tampoco quiero intentarlo. Te agradezco y te alabo porque no puedo hacer nada”. Una vez que uno comprenda que no puede hacer nada y que es totalmente incapaz, y cuando pueda ver que solamente el Señor puede hacer algo, le dará gracias a El y lo alabará. Entonces entenderá que es muy natural dar gracias al Señor y alabarlo. Es posible que anteriormente se haya lamentado por sus debilidades o haya derramado lágrimas por sus pecados. Pero hoy usted puede gloriarse y dar alabanzas. Usted puede decir: “Señor, te agradezco porque no puedo hacer nada. Te agradezco porque no tengo posibilidad de vencer. Soy incapaz. Me regocijo porque estoy incapacitado. Me regocijo porque no puedo hacer nada. Solamente Tú puedes hacerlo todo”. Si usted hace esto, vencerá.
Una vez conocí a un hermano en Chefoo, que estaba experimentando la victoria. Este hermano había venido de Manchuria y había sido médico en el ejército más de diez años. Algunos hermanos lo habían conducido al Señor mientras estaba en Manchuria. Después de creer en el Señor, se mudó a Chefoo donde ejerció la medicina durante más de un año. Cuando estuve en Chefoo en una conferencia de una semana, él también estuvo. Durante aquella conferencia, hablé sobre el asunto de vencer. Un día se acercó a mí en forma desesperada y me preguntó si era posible tener una charla conmigo a la mañana siguiente. Le dije que era mejor si venía a verme esa noche porque estaría muy ocupado el día siguiente. El me dijo que era algo urgente y que no había suficiente tiempo esa noche. El necesitaba mucho más tiempo para hablar de su problema. Así que de todos modos hicimos una cita para la mañana siguiente. Me recordó que vendría a las nueve y me pidió que no tuviera más citas esa mañana para que le dedicara todo el tiempo, porque su problema era grave. El tenía el aspecto de un hombre militar; era alto y fornido. Fijamos una cita para encontrarnos en la casa del hermano Lee. Llegué antes de las nueve y él ya estaba esperándome. Tan pronto nos sentamos dijo: “Hermano Nee, tengo una larga historia que contar”. Habló de sus días en el ejército, de la manera en que vino al Señor y de cómo se había mudado a Chefoo. Me contó también que había vencido muchos pecados y que había abandonado todos los que había cometido mientras estuvo en el ejército. Pero había solamente una cosa que no podía vencer. Al escuchar esto, me regocijé una vez más. He aquí nuevamente “una cosa”. Siempre existe “una cosa”. Nadie puede decir que no le falta “una cosa”. Le pregunté: “¿Cuál es esa cosa de la que habla?”. Me mostró sus manos y me dijo que era el cigarrillo. Me dijo que había vencido toda clase de pecados graves y viles. Pero que no conseguía vencer este pecado. Había estado fumando por diez años y había sido cristiano por tres o cuatro. El había llegado a Chefoo hacía más de un año. Durante aquellos tres o cuatro años, había intentado dejar de fumar siete u ocho veces cada año y no lo había podido lograr. Se quejó diciendo: “Fumar en este lugar es un gran sufrimiento para mí. Chefoo es un pueblo tan pequeño, y hay muchos hermanos aquí. Si ellos se enteran de que yo fumo, sería desastroso. Así que sólo puedo fumar en secreto. No puedo fumar en la casa, porque mi esposa también es una hermana en el Señor y constantemente me vigila. Y si fumo fuera de mi casa, temo que los hermanos y las hermanas me vean. No puedo fumar en público, así que tengo que esconder los cigarrillos en mi bolsillo. Si estoy en el hospital, puedo fumar en mi consultorio, pero tampoco puedo hacerlo públicamente; sólo puedo hacerlo parado junto a la puerta. Si alguien se acerca, apago el cigarrillo a escondidas. Temo que las enfermeras del hospital me descubrirán, y se lo contarán a todos los hermanos. Si mi esposa me ve fumando, también tendré problemas. Fumar es un gran sufrimiento para mí. Los hermanos y las hermanas son muy afectuosos y vienen a visitarnos constantemente. Si llegan mientras yo estoy fumando, tengo que chupar unas pastillas de hierbas para que no perciban el aliento de cigarrillo en mi boca. Durante mi último año en Chefoo, he sufrido demasiado por causa del cigarrillo. No me gusta fumar, pero no logro dejarlo; no importa cuánto lo intente”. El estaba sentado frente a mí. Su elevada estatura y su talla robusta reflejaban la imagen perfecta de un soldado. Sin embargo, mientras hablaba lloraba como un niño pequeño.
Yo le dije que esto era motivo de regocijo y que debía darle gracias al Señor y alabarlo por esto. El respondió: “Usted no me entiende. Otros logran dejar de fumar, pero yo no puedo. Si usted supiera cuánto he tratado de hacerlo, comprendería mi sufrimiento. Una vez dejé de fumar por tres días. En esa ocasión no fumé, ni tampoco llevé cigarrillos conmigo. No obstante, mi mente y mi cerebro estaban saturados de cigarrillos a dondequiera que iba. Finalmente, me rendí y comencé a fumar de nuevo. Me aborrezco a mí mismo, pero no puedo evitarlo”. Yo le dije: “Esto no es algo para estar triste. Esto es algo por lo cual vale la pena regocijarse”. El me preguntó qué quería decir con esto. Le respondí: “Doctor Shi, usted es un médico y ha alcanzado gran fama en su profesión. Sin embargo, usted no tiene nada que ver conmigo, porque yo soy una persona sana. Usted es el mejor doctor de Chefoo y yo soy la persona más saludable de Chefoo; yo no lo necesito a usted, y usted tampoco me necesita a mí. Si usted pudiera dejar de fumar hoy, usted sería para el Señor lo que yo soy para usted; usted no lo necesitaría a El. Pero si yo soy débil y enfermizo, y ningún doctor puede salvarme, yo vengo a usted, dado que es un doctor famoso. Entonces usted tendrá la oportunidad y la posibilidad de demostrar su habilidad. Doctor Shi, ¿se atrevería usted a colgar un aviso al frente de su clínica que dijera: ‘Sólo se atienden casos desahuciados’?”. El dijo: “Por supuesto que no. ¿Qué sucedería si no puedo solucionarlos?”. Así que le dije: “Sin embargo, el Señor Jesús no acepta ningún caso que no sea un caso perdido. El Señor Jesús sólo sana casos imposibles. ¿Es usted un caso imposible? Creo que dejar de fumar es un caso imposible para usted”. El estuvo de acuerdo que era un caso perdido: “Durante cuatro años he intentado dejar de fumar siete u ocho veces al año. Pero no lo he conseguido. Si esto no es un caso perdido, no sé lo que es”. Le dije: “Muy bien, en tal caso, el Señor puede sanarlo. No es esto algo por lo cual regocijarse? Usted debe darle gracias al Señor porque llena los requisitos para ser Su paciente. Su caso es un caso perdido. Usted tiene que decirle al Señor Jesús: ‘Señor, no puedo dejar de fumar y me es imposible dejar de hacerlo. Señor Jesús, te entrego mi ser a Ti’. El Señor aceptará tal paciente. Es por eso que usted debe regocijarse”. El me dijo: “Hermano Nee, no se burle de mí. Usted tiene que entender que soy completamente incapaz de hacer esto”. En ese momento comenzó a llorar nuevamente.
Entonces le leí 2 Corintios 12:9 y le pregunté: “¿Qué es lo que debe hacer acerca de su debilidad? ¿Debe llorar? No hay necesidad de hacerlo. ¿Entonces qué debe hacer? Debe regocijarse en su debilidad. Usted debe gloriarse en su debilidad; debe estar contento de poder jactarse de sus debilidades porque cuando usted es débil, entonces el poder de Cristo extenderá tabernáculo sobre usted”. Después lo reté diciéndole: “¿Puede usted acudir al Señor Jesús hoy y decirle: ‘Señor Jesús, he estado fumando por más de diez años. Te agradezco porque no puedo dejar de fumar; Señor Jesús he tratado de abandonar este vicio durante cuatro años y he fracasado completamente. Te doy gracias y te alabo porque traté de dejar de fumar siete u ocho veces el año pasado sin ningún éxito. Te agradezco porque no puedo hacer nada. Te agradezco porque soy débil. Te agradezco porque no puedo lograrlo. Señor Jesús te agradezco porque fumo. De ahora en adelante reconoceré que no puedo dejar de fumar y tampoco intentaré hacerlo. Oro pidiendo que Tú dejes de fumar por mí. Si tu no dejas de fumar por mí, yo no podré hacerlo por mi cuenta. No usaré más mi propia fuerza para dejar de fumar. Simplemente dejaré que Tú hagas esto en mi lugar. Te agradezco y te alabo porque Tu poder se perfecciona en mi debilidad’. ¿Qué le parece si nos arrodillamos para orar en este momento?”.
El estuvo de acuerdo y dijo: “Está bien, oremos”. Como el soldado que era cayó abruptamente al suelo sobre sus rodillas. Luego comencé a orar así: “Señor te agradezco porque ésta es otra oportunidad para que se pueda manifestar Tu poder en un paciente desahuciado y sin esperanzas. Aquí tienes un hombre inútil y queremos que realices un milagro en él”. Después de que oré, él también hizo una oración. Su oración fue excelente. Dijo: “Te alabo porque fumo, y no puedo dejar de fumar. Es por esta razón que vengo a Ti. Señor, de ahora en adelante ya no trataré de dejar este vicio. Deja Tú el cigarrillo por mí. Yo no volveré a intentarlo. Entrego todo en Tus manos. Te agradezco y te alabo. Tú sí puedes”. Al terminar la oración se sintió muy contento. Se puso de pie y tomó su sombrero. Cuando estaba a punto de salir le dije: “Espere un momento. Tengo algo más que decirle. ¿Va a seguir fumando?”. El me dio una buena respuesta: “Sí. Por supuesto que seguiré fumando. Yo, Tsai-lin Shi seguiré fumando, pero el Señor Jesús dejará de fumar por mí”. Después de estas palabras, salió.
A la noche siguiente, vino de nuevo a la reunión. El testificó que le había dicho a su esposa: “Por más de un año te has estado quejando y me has dicho que fumar está mal. Pero no podía dejar de hacerlo. Ayer en la mañana acudí a Dios, y en media hora, dejé de fumar. No hay necesidad de que te sigas quejando. Todo lo que necesitaba era ir a Dios por media hora”. Yo le pregunté si él seguiría fumando. El dijo: “Por supuesto que sí”. Luego le pregunté qué haría. El dijo: “Siempre fumaré. Yo, Tsai-lin Shi, siempre fumaré, aún dentro de cinco o diez años más. Es el Señor Jesús quien dejará de fumar por mí”. Al escuchar esto, quede tranquilo. Comprendí que el asunto había quedado resuelto. Este hombre se conocía a sí mismo y conocía a Dios. También sabía que el cambio no provenía de él, sino del Señor Jesús. Dos meses después de haberme ido de Chefoo, me enteré de que no había vuelto a fumar ni una sola vez. Todos los hermanos testificaron que él crecía y progresaba rápidamente.
Debo decirles que Dios sí puede lograrlo. Si deseamos tener un entendimiento completo de que hemos sido crucificados juntamente con Cristo, debemos comprender que no podemos lograrlo y que tampoco debemos intentarlo. Por último, debemos darle gracias a Dios y alabarlo porque no podemos lograrlo. Ni nuestra debilidad ni nuestros fracasos ni nuestros pensamientos ni nuestros hábitos ni siquiera nuestro mal genio nos estorbarán. El Señor Jesús es capaz. Repito, El puede. Esta tarde el Señor Jesús hará un milagro en todos aquellos que reconozcan que no pueden hacer nada. Debemos ver que no podemos hacer nada y debemos permanecer sobre la base en la cual Dios nos ha puesto. Dios nos ha mostrado que no podemos hacer nada. A los ojos de Dios, solamente merecemos la muerte. Debemos decir: “Señor, sólo merezco la muerte. Ya no trataré de cambiarme o de mejorar. Vengo a Ti tal como soy con mis debilidades. Te agradezco porque no puedo lograrlo”.
En los últimos meses Satanás ha venido a mí y me ha hablado muchas veces. El nunca desiste, siempre me pregunta: “¿Has logrado vencer? Veo que sigues siendo el mismo”. Yo entonces le respondo: “Si fuera asunto mío me preocuparía. Pero el Señor es mi victoria”. Luego el diablo me dice que no soy bueno en esto o aquello; pero yo solamente le digo: “Doy gracias al Señor y lo alabo porque no soy bueno”. El viene a decirme que soy débil, pero yo sólo le digo: “Eso es maravilloso, ahora Cristo tiene la oportunidad de manifestar Su poder”. Podemos ver entonces lo valioso que es ser débil. ¡Qué gozo es ser débil! No tenemos ningún temor y nuestros corazones se llenan de agradecimiento y alabanzas al darnos cuenta de que no podemos hacer nada por nuestra cuenta.
Hermanos y hermanas, nuestra incapacidad no es un obstáculo sino una ayuda. Cuanto más impotentes seamos para alcanzar la victoria, más oportunidad tendrá Cristo de manifestar Su poder. El se especializa en ocuparse de nuestra incapacidad y debilidad. Cuanto más desvalidos, débiles y fracasados seamos, más oportunidad tiene nuestro Señor de manifestar Su poder en nosotros. ¡Aleluya! ¡Jesús es el Salvador! ¡Aleluya! El es nuestro Señor. ¡Aleluya! El es nuestra vida. ¡Aleluya! Su poder nos es dado a propósito para extender tabernáculo sobre nuestras debilidades. Nuestros ojos deben estar puestos en El y no en nosotros mismos.