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Mensajes del libro «Vida que vence, La»
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CAPITULO CINCO

COMO EXPERIMENTAR LA VIDA QUE VENCE

(2)

  Lectura bíblica: Gá. 2:20

  En los mensajes anteriores, hemos estado viendo la clase de vida que llevamos y la clase de vida que Dios requiere de nosotros. Vimos la manera en que el hombre obtiene la victoria y la manera en que Dios nos muestra que podemos alcanzarla. Hemos podido ver lo que es la vida vencedora y las características de ésta. En esta ocasión hablaremos sobre la manera de experimentar dicha vida. En primer lugar estudiaremos una pregunta muy importante: ¿cómo podemos empezar a experimentar esta vida y cómo podemos ganar a Cristo?

  El versículo que acabamos de leer nos muestra la manera de experimentar esta vida. Vayamos a la primera parte de Gálatas 2:20 y concentrémonos en la parte que comienza con: “Ya no vivo yo”. Esta es la vida que debemos experimentar: “Ya no vivo yo”. Por un lado, puedo decir: “Ya no vivo yo”, pero por otro, la vida que vence significa “mas vive Cristo en mí”. Esto es lo que abarcamos en los últimos capítulos. La carta que Pablo escribió a los gálatas nos muestra que él entró en la experiencia de esta vida. Examinemos la manera en que él entró en la experiencia de esta vida. El camino por el que Pablo entró, es el mismo por el que nosotros debemos entrar. La entrada de Pablo concuerda con dos frases. La primera aparece antes de la porción que citamos del versículo 20 que dice: “Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”. Y la segunda frase viene después. La primera frase es: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Esta es la primera condición para empezar a experimentar esta vida. La segunda frase es: “La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios”. Esta es la segunda condición para entrar en la experiencia de esta vida. Por medio de estas dos condiciones, Pablo ganó a Cristo como su justicia, santificación y victoria. Examinemos estas dos cosas detalladamente.

NOS RENDIMOS: “CON CRISTO ESTOY JUNTAMENTE CRUCIFICADO”

  La primera condición es: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. ¿Qué quiere decir esto? ¿Por qué debemos ser crucificados con Cristo antes de poder tener la vida que vence? Hermanos y hermanas, ¿cuántas personas viven en nosotros hoy? Todos sabemos que tan pronto creemos, el Señor viene a vivir en nosotros. Dice en 2 Corintios 13:5: “¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?”. Nosotros los que creímos en el Señor, sabemos que no estamos reprobados. Es un hecho que el Señor está en nosotros, pero desafortunadamente El no es el único que vive en nosotros; también nosotros vivimos dentro de nosotros mismos. A fin de experimentar al Señor como vida que vence, nosotros necesitamos salir. Salir significa que tenemos que soltar. Si nosotros salimos, experimentaremos la vida que vence.

  Ayer una hermana me preguntó cómo podía experimentar la vida vencedora. Mi respuesta fue que ella tenía que mudarse a otro lugar. Si dos familias viven en una misma casa, y la relación entre ellas no es muy buena, una de las dos familias debe mudarse a otra casa. El asunto no depende de si Cristo vive en nosotros o no, puesto que en el minuto en que creímos, Cristo comenzó a vivir en nosotros; no depende de si El está en nosotros. El problema radica en si nosotros nos hemos mudado o no. Como coarrendatarios del Señor somos muy sucios; hemos cometido toda clase de pecados. Tan pronto como nos mudemos, todo estará bien. Por lo tanto, la primera condición es que nosotros nos mudemos; tenemos que irnos a otro lugar.

  La Palabra de Dios dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Pero ¿acaso hemos tenido éxito nosotros aun cuando hemos tratado de mudarnos muchas veces? Hemos procurado morir muchas veces, pero aún seguimos vivos. Hemos tratado de dar muerte a nuestro yo muchas veces, pero no lo hemos conseguido todavía. Algunas veces parece que hemos muerto, pero todavía seguimos vivos. Frecuentemente hemos tratado de crucificarnos a nosotros mismos, pero todavía no estamos muertos. ¿Cuál es el problema? Necesitamos mirar más de cerca este asunto ahora.

Nosotros no podemos lograrlo

  En esta ocasión todos los hermanos y hermanas que están aquí presentes, entienden lo que es la cruz. Sabemos que cuando el Señor fue crucificado, no sólo quitó nuestros pecados, sino que también crucificó nuestra persona. Ya conocemos la enseñanza de Romanos 6. Sabemos que cuando el Señor murió en la cruz, no sólo llevó nuestro pecados, sino que también crucificó consigo nuestro viejo hombre. Sabemos que el problema del pecado fue resuelto, y que nosotros mismos fuimos crucificados juntamente con El. Hemos prestado mucha atención a esta verdad por muchos años. Si bien es cierto que fuimos crucificados juntamente con Cristo, ¿por qué esta verdad no ha tenido mucho efecto entre nosotros? Es cierto que el Señor fue clavado en la cruz, ¿pero por qué no estamos muertos aún? El Señor me llevó a la cruz, pero todavía sigo siendo yo. Aún sigo atado, aún soy débil, sigo cayendo y aún carezco de poder. La Biblia dice que yo fui crucificado juntamente con Cristo, pero ¿por qué estoy tan escaso de poder? Muchos cristianos salvos, continúan esforzándose esperando que a la postre podrán vencer. Sin embargo, la victoria siempre parece estar lejos de ellos.

  Hermanos y hermanas, debemos darnos cuenta que una cosa es que el Señor Jesús efectúe la salvación y otra muy distinta que nosotros recibamos esta salvación. Una cosa es preparar la comida, pero otra cosa es comerla. Una cosa es que el Señor logre algo por nosotros, pero es otra cosa que nosotros recibamos lo que El logró. Pablo nos enseñó que debemos recibir la muerte del Señor. Romanos 6 nos muestra que cada uno de nosotros está muerto. ¡Aleluya! ¡Todos nosotros estamos muertos! Romanos 7 nos muestra que aunque cada cristiano debe estar muerto, en realidad todavía seguimos vivos. Si deberíamos estar muertos, ¿por qué todavía estamos vivos? Romanos 6 nos muestra la verdad objetiva, mientras que Romanos 7 nos muestra la experiencia subjetiva. Romanos 6 presenta el hecho, mientras que Romanos 7 presenta la experiencia. En la actualidad hay muchos cristianos que conocen el significado de Romanos 6, donde se nos dice que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo. Ya saben que no deben seguir siendo esclavos del pecado, que son libres de la esclavitud de la ley y que diariamente deben darse por muertos al pecado. Aunque ya saben todo esto, nada funciona para ellos. La enseñanza continúa siendo enseñanza, y ellos todavía siguen siendo los mismos. La enseñanza nos muestra que fuimos crucificados juntamente con Cristo, pero nosotros decimos que todavía estamos vivos. La enseñanza nos dice que fuimos librados del pecado, pero nosotros decimos que el pecado todavía está en nosotros. La enseñanza nos dice que fuimos librados de la esclavitud de la ley, pero nosotros decimos que todavía estamos bajo la ley. ¿Cuál es el problema?

  Romanos 7 nos habla de un hecho grandioso: el hombre no está de acuerdo con lo que Dios ha hecho. El hombre no está dispuesto a aceptar el juicio de Dios. Hermanos y hermanas, ¿por qué Dios nos puso en la cruz? El nos puso en la cruz porque sabe que no podemos hacer nada y porque somos absolutamente inútiles. Es imposible que podamos mejorar, corregirnos o tener algún progreso. No somos buenos absolutamente para nada. No tenemos otra esperanza que ser crucificados. Una vez le di unas palmadas en el hombro al hermano Tsong-jie Hsu, y le dije: “Tsong-jie Hsu es completamente corrupto. Si hubiese alguna esperanza al castigarlo, lo castigaríamos; si hubiese esperanza al meterlo en la cárcel, lo encarcelaríamos. Pero es inútil castigarlo o encarcelarlo. No hay esperanza en él. Lo único que podemos hacer con él, es ejecutarlo. Tsong-jie Hsu es totalmente corrupto, no tiene esperanza. Lo único que podemos hacer con él, es crucificarlo”. Usted y yo somos tan corruptos como el hermano Tsong-jie Hsu; por consiguiente, sólo merecemos ser crucificados.

  La cruz no es otra cosa que la valoración de nosotros mismos. La cruz nos evalúa y determina que sólo merecemos morir. Según la evaluación que Dios hace de nosotros, lo único que merecemos es la muerte. Lo que Dios determina al evaluarme es que debo morir. Si entendemos que la cruz es el informe de la evaluación que se hace de nosotros, que somos absolutamente inútiles y que ni siquiera podemos tener pensamientos rectos, estaremos de acuerdo con que no merecemos otra cosa que la muerte. Dios dice que sólo merecemos morir y que somos completamente inútiles. Pero ¿hemos de seguir tratando de producir algo bueno por nosotros mismos?

  Recientemente el gobierno chino anunció una nueva ley sobre la prohibición del opio. Todos los que se sometan a un tratamiento obligatorio y continúen consumiendo opio, serán ejecutados. Suponga que una persona ha estado consumiendo opio por mucho tiempo, y después de someterse al tratamiento obligatorio, recae nuevamente. Cuando el gobierno se entere de esto, esa persona será ejecutada. ¿Qué cree usted que hará esta persona? Puesto que sabe que va a ser ejecutada, ¿acaso tratará de encontrar un doctor en Shanghai que le aplique unas cuantas inyecciones para poder dejar su adicción, aunque sabe que va a morir al día siguiente? Eso no tendría sentido. Un criminal que ha sido condenado a muerte, ya no piensa en mejorar ni tiene necesidad de progresar. Lo único que espera es la muerte. Dios dice que lo único que merecemos es morir y que no hay posibilidad alguna de enmendarnos ni de corregirnos. No podemos tener más progreso. La decisión final de Dios es que debemos morir. Nosotros solamente merecemos morir.

  Pensamos que antes de ser salvos no podíamos mejorarnos ni corregirnos ni enmendarnos por nuestra propia cuenta y que debíamos abandonar nuestro pasado. Pero ahora que somos salvos, creemos que debemos tratar de mejorarnos, corregirnos y progresar por nosotros mismos, a fin de agradar a Dios. Así que, después de ser salvos, decidimos ser buenos. Hermanos y hermanas, ¿cuántas veces hemos determinado ser buenos? ¿Cuántas veces hemos tenido éxito en llegar a ser buenos? Le hemos hecho muchas promesas a Dios. Le hemos dicho que obedeceremos esto y aquello que El nos ha dicho. Le hemos prometido que madrugaremos y que seremos fervientes el día siguiente. Sin embargo, a pesar de todas nuestras promesas, ¿cuánto hemos logrado? Una hermana occidental dijo que ella le había prometido a Dios más de treinta cosas, pero que no había podido cumplir ninguna de ellas. No hemos aceptado la valoración que Dios ha hecho de nosotros. No hemos aceptado el juicio de Dios sobre nosotros. Aunque ya hemos sido sentenciados a muerte, todavía seguimos buscando un doctor.

  ¿Qué es la cruz? La cruz significa que Dios perdió toda esperanza en el hombre. La cruz nos dice que Dios ha abandonado toda esperanza en el hombre. ¿Qué es la cruz? La cruz nos dice que Dios proclama: “No puedo mejorar al hombre ni corregirlo ni hacer que progrese. Solamente puedo clavarlo en la cruz”. Lo extraño de esto es que ya conocemos este hecho. Ya sabemos que Dios nos considera un caso perdido y que sólo merecemos ser crucificados. Pero al mismo tiempo, seguimos pensando que no somos tan malos. Por lo tanto, seguimos tomando determinaciones todos los días. Decimos: “Dios, te prometo que haré esto y aquello. De ahora en adelante, no perderé la paciencia”. Ninguna de estas promesas tiene objeto. A veces creemos que nuestras decisiones no son lo suficientemente fuertes y tratamos de obrar mejor la próxima vez. Nos trazamos más metas y después de enojarnos, hacemos votos de no perder la calma la próxima vez. Pero cuando nos encontramos con que todavía conservamos nuestro mal genio, tomamos una tercera decisión. Era así como Pablo vivía: “Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Ro. 7:18). El siempre estaba tomando decisiones; luego fallaba y volvía a tomar nuevas determinaciones, y volvía a caer una y otra vez. Esta no solamente era la vida de Pablo, sino que hoy sigue siendo la experiencia común de muchos de nosotros. Hermanos y hermanas, ¿hemos cesado ya de tomar nuestras propias determinaciones? Dios dice que sólo merecemos morir y que no somos buenos para nada. El dice que no hay más esperanza en nosotros.

  ¿Qué significa ser crucificado juntamente con Cristo? Significa que Dios ha abandonado toda esperanza en nosotros, y que nosotros también hemos abandonado toda esperanza en nosotros mismos. El hecho de que Dios nos crucifique juntamente con Cristo, quiere decir que El no tiene esperanzas en nosotros. Dios conoce nuestra verdadera condición; El sabe que somos absolutamente inútiles y que no tenemos esperanza. ¿Qué significa estar juntamente crucificado con Cristo? Significa que hemos abandonado toda esperanza. Reconocemos que nunca podremos agradar a Dios. El no puede hacer otra cosa que condenarnos a muerte. No hay esperanza en el hombre carnal. Lo único que nos resta por hacer es morir. Sólo somos dignos de muerte.

  Hermanos y hermanas, ¿tienen algún enfermo en sus casas? He estado en cinco o seis casas en donde ha habido alguien enfermo, ya sea el esposo, la esposa o los hijos. Cuando la familia perdía la esperanza en el enfermo, me decían: “Hermano Nee, si es la voluntad de Dios, esperamos que él o ella se vaya rápidamente”. ¿Por qué decían eso? Porque ya no tenían esperanza. Cuando perdían toda esperanza, sólo esperaban que el enfermo muriera rápidamente. Ahora Dios le está diciendo que usted no tiene esperanza; sólo merece ser crucificado. También sería bueno si usted pudiera decir que no tiene esperanza en usted y que lo único que le resta es ser crucificado.

  Nuestro problema es que conocemos muy bien Romanos 6, pero todavía seguimos tomando decisiones como la persona de Romanos 7. Todavía seguimos haciendo promesas a Dios y aún seguimos pensando que podemos servir para algo. Entendemos claramente Romanos 6, pero todavía nos comportamos según Romanos 7. En Romanos 6 Dios le dijo a Pablo que él era inútil; en Romanos 7, Pablo se dijo a sí mismo que era inútil. Hermanos y hermanas, Dios sabe a qué atenerse con respecto a nosotros. El abandonó toda esperanza en nosotros hace mucho tiempo. Según Su evaluación, no valemos nada. El ya nos ha dicho que somos inútiles. La pregunta es ¿cómo nos valoramos a nosotros mismos? Si nosotros también abandonamos toda esperanza en nosotros mismos y declaramos que somos inútiles, inmediatamente experimentaremos liberación. Dios permite que perdamos la paciencia, que seamos orgullosos, celosos y deshonestos. El permite que el pecado nos ponga de cabeza. Es así como El nos comunica que nosotros no podemos hacer nada. Pero, ¿cómo respondemos? Pensamos que nuestra primera decisión no fue lo suficientemente firme y que tenemos que tomar una determinación aún más firme. Creemos que esto tal vez funcione la segunda vez, pero no produce resultados. Es así como experimentamos Romanos 7. Romanos 6 es meramente la enseñanza, mientras que Romanos 7 nos conduce a la realidad de Romanos 6.

  Si alguien aquí dijera que yo soy terriblemente corrupto, yo gritaría: “¡Aleluya! Yo, Watchman Nee, soy totalmente corrupto”. ¡Aleluya! Pablo no podía hacer nada por sí mismo. El sufrió durante muchos años. El sólo merecía ser crucificado. Hoy, si usted declara que no sirve para nada, experimentará liberación inmediatamente. Aquellos que tratan de ser buenos nunca serán salvos. Asimismo, los cristianos que se deciden a ser buenos cristianos, nunca vencerán. Hermanos y hermanas, la cruz de Dios no ha cometido un error al juzgarnos. Hay algo que me agrada hacer todos los días: me encanta declarar que yo era inútil ayer, que soy inútil hoy y que seré inútil mañana. Seré inútil por siempre.

  Dios quiere que nosotros aceptemos la evaluación que la cruz hace de nosotros porque al hacerlo aceptamos al Señor como nuestra santificación, nuestra perfección y nuestra victoria. Si todavía acariciamos alguna esperanza y conservamos aunque sea un poquito de fe en nosotros mismos, Dios tendrá que seguir trabajando en nosotros. Dios no cesará de obrar en nosotros hasta que abandonemos por completo toda esperanza en nosotros mismos. Dios tiene que llevarnos al punto en que no tengamos ninguna esperanza en nosotros mismos. El hace esto para que aceptemos la cruz. El nos lleva a ese punto porque desea que comprendamos que somos totalmente impotentes. El desea que reconozcamos esto.

  Aunque muchas personas son conscientes de que no pueden hacer nada por su cuenta, aún así no han vencido. ¿Por qué sucede esto? Porque Dios también requiere que cumplamos otra condición.

No tratemos de lograr algo

  Ayer conocí a una hermana que pasó dos horas contándome la historia de sus fracasos. Mientras ella hablaba, yo sonreía. Finalmente le pregunté: “¿Está usted dispuesta a rendirse ahora? ¿Aún conserva alguna esperanza en usted? ¿Ha fracasado ya lo suficiente?”. Ella reconoció que no podía lograr nada, pero aún le faltaba una cosa. Lo primero que Dios nos muestra es que no podemos lograrlo. Tenemos que perder toda esperanza en nosotros mismos. Pero esto por sí solo, no nos conducirá a la victoria. Una cosa es reconocer que no podemos lograr nada, pero es otra dejar de intentarlo. Yo le dije: “Su comprensión de no poder lograrlo es buena y correcta. Pero no se ha dado cuenta de que todavía está tratando. ¿Puede ver que todavía está tratando de hacer las cosas por su cuenta? Ya que sabe que no puede lograrlo, debería haber desistido de sus propias obras. ¿No se da cuenta de que todavía sigue intentando aun cuando dice que no puede lograrlo?”. Ella reconoció que no podía lograrlo; que al mismo tiempo no veía ningún resultado, y que seguía esperando lograr algo. Yo le pregunté reiteradamente: “¿Puede ver que todavía sigue obrando? ¿Está consciente de que todavía sigue tratando de vencer?”. Ella estaba luchando e intentando. Esta era la razón por la cual no podía vencer. Me preguntó qué debía hacer. Yo le dije que sólo tenía que aceptar la cruz, reconocer su debilidad y dejar de tratar o de esperar que algún día vencería. Le dije que en el momento en que ella tratara de hacer algo, ella fracasaría. Ella preguntó: “Si fracaso a pesar de hacer todo, ¿no fracasaría aún más si no hago nada?”. He ahí el problema de muchas personas. Aunque saben muy bien que no pueden hacer nada y están conscientes de que son completamente impotentes, aún así, continúan luchando y esforzándose. El resultado es que todavía no hay victoria y que aún no pueden vencer.

  Para llegar a experimentar la vida vencedora, hay dos condiciones muy importantes relacionadas con rendirnos. Lo primero que tenemos que hacer es reconocer la evaluación que Dios nos hace: no podemos hacer nada por nuestra cuenta. En segundo lugar, no debemos tratar de hacer nada. Debemos abandonar por completo toda esperanza en nosotros mismos. Una vez un hermano me dijo que no podía creer. Yo le dije que debía dejar de tratar de creer. El dijo: “¿Qué clase de enseñanza es ésta?”. Yo le dije: “Todo lo que necesitas hacer, es decirle a Dios que no puedes creer. Dios espera que reconozcas que no puedes creer”.

  ¿Qué significa estar crucificado con Cristo? Significa que a partir de ese momento, ya no soy responsable de mi victoria ni de mi fracaso. Todos mis asuntos están en las manos de Cristo. Suponga que una hermana le sirve una taza de té y que cuando usted toma la taza, ella no la suelta, sino que se aferra a ella. Por un lado, usted está tratando de coger la taza, pero por otro, ella continúa sosteniendo la taza. Aunque ella dice que le está sirviendo el té, no quiere soltar la taza. A menos que ella suelte la taza, usted no podrá tomarse el té.

  ¿Qué significa estar crucificado juntamente con Cristo? El primer significado de estar crucificado con Cristo, es soltar. El segundo significado es no tratar de tomar el control. Usted debe decirle a Dios: “De ahora en adelante, te ofrezco mi ser. Desde ahora, mi victoria y mi paciencia son Tu preocupación”.

  Una vez un hermano preguntó qué significaba ser victorioso. Le dije que ser victorioso es renunciar, lo cual, a su vez, es expirar. Significa que la victoria, ya no es asunto de uno.

  En cierta ocasión en que me encontré con una hermana, le dije: “Sólo necesitas hacer una cosa. Solamente dile a Dios que de ahora en adelante no puedes hacer nada y que no eres responsable de nada”.

  No podemos evitar airarnos, ni reprimirnos ni rendirnos. De ahora en adelante debemos rendirnos y ya no preocuparnos. Cuando venimos a Dios, con frecuencia le decimos que no podemos hacer algo o que no podemos hacer nada. Sin embargo, al alejarnos de Su presencia, volvemos a tomar las cosas en nuestras manos. Hermanos y hermanas, lo que traigamos a Dios cuando vengamos delante de El, debe quedarse con El cuando salgamos de Su presencia. Aquellos que saben dejarle las cosas a Dios, experimentarán liberación.

  Una vez le llevé un manuscrito a una hermana, y le pedí que me sacara una copia en limpio. Pero al salir, por equivocación, me traje el manuscrito conmigo. A pesar de que ella tenía la disposición de pasarlo a máquina, no podía hacerlo. Es así como nosotros oramos hoy. Decimos con nuestros labios: “Dios, por favor ayúdame”; pero después de orar tomamos todo nuevamente en nuestras manos.

  Por lo tanto, lo más importante es abandonar el asunto. Tenemos que decir: “Dios no tengo la intención de vencer ni tampoco trataré de hacerlo”. Esto es estar crucificado juntamente con Cristo. ¡Cuán maravilloso es esto! “Con Cristo estoy juntamente crucificado”.

  Al despertar usted en la mañana, Satanás puede decirle que no es muy bueno y que sigue siendo el mismo en este o aquel aspecto. Usted puede entristecerse por esto. No obstante, ¿qué hará? Usted debe decir: “Por mucho tiempo he sabido que soy totalmente corrupto. He abandonado toda esperanza en mí mismo. No tengo la intención de tener ningún progreso valiéndome de mis propios medios”. Si usted dice esto, inmediatamente mejorará. ¡Esto es maravilloso! No se trata de una enmienda sino de un intercambio. Usted tiene que aferrarse a los hechos que Dios ha realizado. Si usted tuviese alguna utilidad en usted mismo, Dios no lo habría llevado a la cruz. Dios lo ha clavado en la cruz y lo ha puesto en Cristo porque usted es sumamente corrupto; por tanto, usted debe abandonarlo todo. ¿Qué debe hacer en la práctica? Usted debe decir: “Dios, no puedo enmendarme ni tengo la intención de corregirme. Señor de ahora en adelante no puedo más; ya no trataré de lograr las cosas, ni tengo la intención de hacerlo”. Hermanos y hermanas, ¿se atreven ustedes a soltarlo todo?

  Ya les conté la historia del médico que fumaba cigarros. El tenia más de setenta años y había estado luchando con ese vicio durante años. Un día, en una reunión, comenzó a hablar de su lucha con el cigarro. Un joven que conocía al Señor dijo: “Si yo estuviera en su lugar, no lucharía”. El hombre de edad avanzada le dijo: “Si no puedo dejar el cigarro luchando, ¿no sería más difícil dejarlo si no lucho?”. El joven le respondió: “¡No! Si yo estuviera en su lugar, yo le diría a Dios: ‘No puedo dejar de fumar, Tú tienes que dejar el cigarro en mi lugar’”. El anciano creyó que las palabras del joven tenían sentido e hizo caso. Le dijo a Dios: “No puedo dejar de fumar y no lucharé más contra los cigarros. Señor, te dejo esto a Ti. No volveré a tratar de ejercer control sobre esto. Por favor, deja de fumar por mí”. Todos los días fumaba de doce a veinte cigarros, y había hecho esto por cincuenta años. Pero ese día se rindió y al día siguiente les dijo a otros que se había despertado por primera vez sin pensar en fumar.

  Hermanos y hermanas, si ustedes creen que pueden llegar a ser santos, con seguridad fracasarán. Si creen que pueden llegar a ser perfectos, sin duda alguna fracasarán. Si creen que pueden llegar a ser pacientes, ciertamente fracasarán también. Dios nos ve fuera de toda posibilidad de enmienda o de arreglo. ¿Puede usted decir con Pablo que está crucificado? Usted es sumamente corrupto e inútil, y lo único que merece es ser clavado en la cruz. Esto fue lo que Pablo quiso decir. Cuando estuve en Pekín, le pregunté a un hermano si estaba rendido. El dijo: “Doy gracias al Señor y lo alabo porque estoy acabado”. Este es un requisito básico: debemos ver delante de Dios que somos completamente inútiles y que no hay manera de mejorarnos ni de corregirnos. Todo lo que tenemos que hacer es decirle al Señor: “De ahora en adelante, te entrego todo a Ti. Hazlo todo por mí”.

  Algunos hermanos y hermanas, reconocen que no pueden vencer. Reconocen que están acabados y que fueron crucificados juntamente con Cristo. Pero, ¿por qué no vencen todavía? ¿Por qué siguen fracasando? ¿Por qué la victoria todavía no es una realidad para ellos? Hermanos y hermanas, hay otra palabra que no podemos olvidar.

LA FE: “LA VIDA QUE AHORA VIVO EN LA CARNE, LA VIVO POR FE, LA FE EN EL HIJO DE DIOS”

  Estoy juntamente crucificado con Cristo. Me rindo. Dios dice que soy absolutamente corrupto y yo también digo que soy absolutamente corrupto. Dios dice que soy absolutamente inútil, y yo también digo que lo soy. El dice que solamente merezco morir, y yo estoy de acuerdo con El. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Esto es un hecho. Es un hecho que ya no vivo yo, y también lo es que Cristo ahora vive en mí. ¿Por qué ya no soy yo quien vive? Dos menos uno es uno. Al sustraer a Adán lo que queda es obviamente Cristo solo. Antes vivíamos los dos juntos; ahora uno se ha ido y Cristo es el único que queda. Este es un hecho. ¿Pero cómo puede manifestarse este hecho? El único camino es la fe.

Fe en lo que Dios ha hecho

  El evangelio de Dios nos muestra que Dios nos ha dado a Su Hijo. El Hijo de Dios ha llegado a ser nuestra justicia, nuestra redención y nuestra santidad. No tenemos que recibirlo como nuestra vida primero, y después esperar que El nos dé Su perfección, Su paciencia y Su mansedumbre. El ya es nuestra vida. La Biblia nos muestra que Cristo ya es nuestra Cabeza. Así como la cabeza se preocupa por el cuerpo, es responsable por él y lo gobierna, así mismo es Cristo para con nosotros. No necesitamos pedirle que sea nuestra Cabeza, y tampoco necesitamos pedirle que nosotros seamos Su Cuerpo. El ya es nuestra Cabeza, y nosotros ya somos Sus miembros. Esto requiere fe de nuestra parte. Por un lado, ya nos rendimos a El; pero, por otro, ¿creemos que Cristo es nuestra Cabeza y que tiene el lugar apropiado en nosotros siendo responsable por nosotros y rigiéndolo todo por nosotros? ¿Creemos que El es nuestra Cabeza como la Biblia lo dice, y que como tal El asume toda responsabilidad? La palabra de Dios dice que El es la Cabeza. ¿Creemos nosotros que El verdaderamente es nuestra Cabeza? ¿Creemos que ya no tenemos ninguna responsabilidad sobre nosotros y que de ahora en adelante El será responsable por todo, aun en este instante?

  La palabra de Dios también nos muestra que El es la vid y nosotros los pámpanos. No dice que El será nuestra vid y nosotros seremos Sus pámpanos. No dice que nosotros llegaremos a ser Sus pámpanos y El llegará a ser nuestra vid en un futuro cercano o cuando nuestra condición espiritual mejore. Debemos llevar fruto de la misma manera en que El lleva fruto. Debemos estar llenos de virtudes de la misma forma en que El lo está. El nos da toda la savia, la vida y el poder para que llevemos fruto. El es la vid y nosotros ya somos los pámpanos. El nos suministra Su vida, Su santidad, Su perfección y todo lo que El es. Hermanos, ¿creemos esto? ¿Creemos que El es nuestra vid y nosotros Sus pámpanos? Al creer en El como nuestro Salvador fuimos completamente unidos a El. (Por supuesto, todavía había mezcla. Ahora, incluso la mezcla ha desaparecido). ¿Cree usted esto? Usted no tiene que tratar de hacer algo para unirse a El, porque Dios ya lo ha hecho una sola vid con el Señor. ¿Cree usted que El lo tratará de la misma forma que un árbol trata sus ramas? Usted no lleva fruto para El, sino que El lleva fruto por medio de usted.

  Dios también nos ha mostrado que la unión entre el Señor Jesús y nosotros es como la relación entre la comida y nuestro cuerpo. El es la sangre que bebemos y la carne que comemos. El es quien sustenta nuestra vida. Así como el alimento suple todas nuestras necesidades interiores y así como morimos cuando somos cortados de este suministro, así mismo es el Señor Jesús para con nosotros.

  Dios nos muestra en Su palabra que estamos unidos al Señor Jesús. El es nuestra Cabeza, nuestra vid y nuestro alimento. No tenemos que pedirle a Dios que nos dé poder para vivir como Jesús vivió. El ya nos dio a Su Hijo, quien es responsable por nosotros, vive por nosotros y es el poder de vida a nosotros. Dios nos lo dio a fin de que toda Su perfección, Su comunión, Su gozo y Sus riquezas, puedan expresarse en nuestro vivir. Antes no entendíamos esta verdad y tratamos de desarrollar nuestra propia santidad, negando así la santidad de Dios. Ahora por un lado, cesamos de nuestras propias obras. Pero esto no es suficiente. Dios dice que El nos dio Su vida. Debemos creer que El es nuestra vida. El puede expresar en nosotros todo lo que tiene. El nos dará todo lo que necesitemos. Necesitamos creer que El ya hizo esto.

  La clave de la victoria es comprender que no es algo que viene gradualmente. Por fe sabemos que Cristo ha llegado a ser nuestra victoria. La victoria es simplemente Cristo, y la fe da sustantividad a todo lo que Cristo es en nosotros. La gracia de Dios nos ha dado al Señor Jesús. Lo único que nos queda por hacer es recibir por la fe lo que Dios nos dio. Cuando esto suceda, la vida, el poder, la libertad y la santidad de Cristo se manifestarán en nosotros.

  Esta unión misteriosa ha sido lograda por Dios. El ha logrado que las riquezas inescrutables de Cristo, vengan a ser nuestras. ¿Creemos esto? ¿Creemos que todo lo que es de Cristo es nuestro ahora? ¿Creemos que Dios nos ha dado Su santidad, Su perfección, Su vida, Su poder y Sus riquezas? Dios nos ha unido a El y lo ha hecho nuestra Cabeza, nuestra vid y nuestro alimento. Ahora El es nuestra justicia, nuestra santidad y nuestra redención, y El vive por medio de nosotros. ¿Creemos esto? Dios nos invita a creer que nuestra unión con el Señor es la misma que Cristo tiene con El, y al mismo tiempo nos ordena que creamos. En tal unión, toda Su paciencia, Su mansedumbre, Su pureza y Su bondad vienen a ser nuestras. Así como creímos que El es nuestra justicia, ahora también debemos creer que El es nuestra santidad. Hermanos y hermanas, muchas personas han fracasado en este preciso asunto. A pesar de que conocen el camino que Dios nos da para ser victoriosos, no tienen fe. Saben que no tienen el poder, pero no conocen el poder de Cristo. Saben cuán corrupta es su propia carne, pero no ven que Dios les ha dado las riquezas de Cristo como un don.

  ¿Cómo recibimos un don? No necesitamos hacer nada, sólo recibirlo. Al creer en la Palabra de Dios, recibimos Su gracia. Este es el evangelio. Cuando recibimos algo por fe, el Espíritu Santo hace de nuestra fe el punto de partida de los milagros de Dios. Si un hombre nunca ha experimentado el poder de Dios, no lo apreciará tanto. Pero aquellos que lo han experimentado, conocen la realidad de esta fe. Cuando creemos que todo lo que está en Cristo es nuestro, el Espíritu Santo hace que todo ello venga a ser nuestro. ¡Cuán maravilloso es este evangelio! Todo lo que es de Cristo llega a ser nuestro por la fe. Por la fe, la vida perfecta de Cristo llega a ser expresada en nuestro cuerpo mortal día tras día. Por la fe, no sólo “ya no vivo yo”, sino que también “Cristo vive en mí”. Más allá de cualquier duda, Cristo vive en nosotros y en nuestro lugar. Pero esto sólo puede producirse por la fe.

Creemos que hemos recibido

  Hermanos y hermanas, Dios no puede pedirnos que creamos aquello que es increíble. Algunos hermanos y hermanas pueden desistir y renunciar si se les pide que lo hagan, pero no pueden creer. Aunque dicen que creen, dicen que prefieren esperar unos días más para ver lo que sucederá. Es cierto que desistir o renunciar es un paso importante. Pero un paso aún más importante, es permitirle al Señor Jesús expresar Su victoria en nosotros. Una vez que lo soltamos todo debemos creer. Dios dice que si creemos que el Señor murió por nosotros en la cruz, nos dará vida eterna, y que si creemos que El vive en nosotros, nos dará la vida vencedora.

  Estoy consciente de que muchos han fallado en esto. No pueden creer que el Señor vive en ellos y tampoco pueden creer que el Señor haya vencido por ellos. Cuando le pregunté a una hermana si ella había soltado el asunto, ella respondió que sí. Cuando le pregunté cómo había soltado las cosas, respondió: “Yo le digo a Dios que no puedo hacer nada, que no me haré cargo de nada más. A partir de ahora, le entregaré todo a El, así experimente victoria o fracaso”. Sin embargo, si usted le pregunta a esa hermana si ella había experimentado victoria, ella diría que no se atrevería a afirmar tal cosa. ¿Por qué no se atrevía a decir nada? Ella respondió que no le parecía que hubiese vencido, y tampoco veía el efecto de vencer. Le dije que si creía en lo que Dios había hecho y que si creía que el Señor Jesús es la victoria y que El vive en ella, debería creer inmediatamente que había vencido. Le dije también que si ella esperaba resultados, nunca llegaría a experimentar victoria.

  Hermanos y hermanas, recibimos gracia para vencer de la misma manera en que recibimos la gracia del perdón. Nosotros le decimos a un pecador que Jesús murió por él en la cruz y que cuando él crea, sus pecados serán perdonados. Si la persona cree, sus pecados ciertamente le serán perdonados. Si usted le pregunta si ha creído o no, puede ser que diga que sí; pero si usted le pregunta que si sus pecados han sido perdonados, es posible que diga que no. ¿Por qué sucede esto? Tal vez diga: “He escuchado que cuando a un hombre le son perdonados sus pecados, experimenta gozo y paz; y yo todavía no siento gozo ni paz. Debo arrodillarme y orar hasta que sienta gozo y paz. Sólo entonces podré decir que mis pecados fueron perdonados”. Si alguien dice algo así, usted posiblemente le diría: “Aunque usted se arrodille y ore un año entero para recibir gozo y paz, usted no lo lograría. Usted sentirá gozo y paz, cuando crea que ellos le vendrán”. De la misma manera, si usted cumple con la condición para que Dios le conceda victoria, es decir, si usted suelta el asunto, si renuncia y si pierde las esperanzas en usted mismo, inmediatamente puede creer que usted ha recibido la vida vencedora. El hijo de Dios vive Su victoria en usted. Una vez que usted crea, el resultado vendrá espontáneamente. Pero si espera que el resultado venga, nunca verá el resultado ni aunque se arrodille y ore.

  Hermanos y hermanas, si ustedes desean esperar resultados antes de atreverse a decir que tienen la vida vencedora, entonces sólo creen en su propia experiencia y no en la Palabra de Dios. Una vez que creamos en la Palabra del Señor, la experiencia, el sentimiento y la victoria vendrán. Pablo nunca dijo que podía sentir que había vencido. El dijo: “La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios”. Aunque usted piense que está frío y aunque no tenga ninguna razón para sonreír, de todos modos puede darle gracias al Señor y alabarlo diciendo: “La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios”.

  Es posible que me vea saludable y vigoroso. Pero en realidad no existe un día en que no me sienta cansado. Según mis sentimientos, no hay un día que me parezca emocionante. Todos los días al despertarme me siento frío e indiferente. Satanás viene a mí muchas veces y me dice: “No experimentas ningún sentimiento de gozo. Todos los días estás frío y eres indiferente. ¿Es esto tener a Jesús viviendo en ti? Antes eras frío e indiferente y hasta ahora sigues siendo el mismo. ¿Es esto experimentar la victoria de Cristo?”. Cuando esto sucede Dios siempre me da una respuesta. Le digo a Satanás: “Si yo sintiera algo, sería yo quien viviría. Pero si creo, vivo por la fe en el Hijo de Dios. Si siento algo, será mi carne que la siente. Pero si creo, viviré por la fe en el Hijo de Dios. Es mi carne la que siente, pero yo creo la Palabra de Dios”. Si usted cree en la Palabra de Dios, el Señor expresará la victoria en usted. Dios dice que mientras usted cumpla con la condición, Cristo vivirá Su victoria por usted. Por consiguiente, usted podrá decir: “Dios, te agradezco y te alabo. Lo que siento no cuenta para nada. Mis sentimientos son la mentira más grande del mundo. Mis sentimientos y Satanás se llevan muy bien. Dios, te doy gracias porque puedo creer en Tu Palabra y no en mis sentimientos”. Sólo la Palabra de Dios es verdadera; todos los sentimientos son mentira. Por lo tanto, no importa qué clase de tentación venga y no importa qué sienta usted, debe decir: “Vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios. No tengo ninguna responsabilidad. Simplemente lo suelto todo ahora”.

  Una vez que usted suelte todo y crea, verá que el Hijo de Dios lucha la batalla por usted. El vencerá en su lugar. El Hijo de Dios le quitará su mal genio, la obstinación, el orgullo y la envidia. ¡Aleluya, sólo hay un vencedor en todo el mundo! ¡Aleluya, todos somos débiles! ¡Aleluya, todos somos un fracaso y todos somos inútiles! ¡Aleluya, sólo el Señor es vencedor! ¡Aleluya, en toda la historia hay un solo vencedor! ¡Aleluya, ésta es la razón por la que nos jactamos en el Señor Cristo! Hermanos y hermanas, ¿qué tenemos que no hayamos recibido? ¿De qué nos podemos jactar? ¿Extiende usted su dedo para señalar a los ladrones o a las prostitutas? De no ser por la gracia de Dios estaríamos en la misma condición de ellos. ¡Aleluya, no somos corregidos sino intercambiados!

  Hermanos y hermanas, todo lo que tenemos que hacer es cumplir con estos dos requisitos. Por una parte, no podemos hacer nada ni debemos tratar de hacer nada. Por otra parte, vivimos por la fe del Hijo de Dios. Esta es la victoria. ¡Aleluya, El lo ha logrado todo! Tenemos que pedirle a Dios que nos muestre que Su Hijo ha logrado todo y que nosotros no tenemos ninguna participación en Su obra. Esto es lo que significa la victoria.

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