
Quisiera que leyéramos un versículo. En 1 Pedro 1:7 dice: “Para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. Quiero compartirles sobre la prueba de la fe. La Biblia nos revela que no puede haber fe sin que ésta sea probada. Toda fe tiene que ser probada. La fe debe pasar por la prueba debido a las razones que discutiremos.
Dios prueba nuestra fe a fin de que podamos crecer. Ningún cristiano puede crecer si su fe no ha sido sometida a prueba. La fe de todo cristiano que está creciendo debe ser puesta a prueba. Puedo decir con toda certeza que la fe de todo creyente debe ser probada. La fe sólo puede crecer por medio de la prueba. La única forma en que Dios nos ayuda a crecer es probando nuestra fe. Podemos acercarnos a Dios y recibir toda Su gracia por medio de la fe. Una vez que nuestra fe sea probada, creceremos espontáneamente.
Dios prueba nuestra fe, no sólo para que crezcamos, sino también para hallar satisfacción. Nadie que haya creído en el Señor y haya recibido Su gracia puede evitar la prueba de la fe. La prueba de la fe tiene como fin demostrarnos que nuestra fe es genuina. Solamente la fe genuina satisface a Dios. Una fe que haya sido aprobada glorifica el nombre de Dios. El nombre de Dios es glorificado en este mundo mediante una fe aprobada. Si al pasar por tribulaciones, persecuciones, obstáculos y oscuridad, seguimos creyendo y permanecemos firmes después de todas estas pruebas, tendremos la fe que glorifica el nombre de Dios.
Dios prueba nuestra fe no sólo con el propósito de que crezcamos o de hallar satisfacción para Sí; pues nuestra fe, una vez aprobada, hará callar a Satanás. Satanás no va a aceptar tan fácilmente que hayamos creído, y tampoco nos permitirá decir que hemos recibido aquello en lo que hemos creído. El siempre vendrá para engañarnos y molestarnos. Cuando nuestra fe haya sido puesta a prueba, Dios lo dejará sin ninguna excusa. Al ver que no le cedemos terreno, tendrá que retroceder. Mientras Satanás logre engañarnos, él nos detendrá y no nos dejará en paz. Si lo permitimos, hasta nos quitará la bendición de Dios. El no nos soltará hasta no haber agotado todos los recursos. Dios tiene que probar nuestra fe a fin de cerrarle la boca a Satanás.
Otra razón por la que Dios prueba nuestra fe, es que así podamos ayudar a los demás. Una fe que no haya pasado por la prueba no puede ayudar a otros. Solamente cuando nuestra fe es probada, pueden otros recibir ayuda de nuestra parte. Si un hombre ha creído, pero su fe no ha sido probada, su fe no es confiable. Satanás no puede hacer nada en contra de una fe que ha sido genuinamente probada; él no puede sacudir esa fe. Solamente esta fe ayudará a la iglesia. Hermanos y hermanas, la fe que ha sido probada es mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego.
Veamos ahora la relación que existe entre la prueba de nuestra fe y la victoria. Dios desea poner a prueba nuestra fe para asegurarse de que sea una fe verdadera. La fe genuina perdura, pero la fe que no dura mucho no es fe en absoluto. La fe genuina siempre dura un largo tiempo. Seguirá creyendo después de tres días, un mes, un año, diez años o hasta cincuenta años. La fe genuina puede vencer uno, cinco o diez obstáculos, y seguirá creyendo aun después de ser probada una vez, cinco veces o siete veces. La fe que es efímera, que se derrumba o se desvanece después de una leve sacudida, no es fe en absoluto. La fe es perdurable.
En la Biblia podemos ver que vencer depende de creer en la Palabra de Dios. Dios dice que Su Hijo es nuestra vida, nuestra cabeza, nuestra victoria, nuestra santificación y nuestro poder. Sabemos que El llevó nuestras cargas y se responsabilizó de todos nuestros asuntos. Sabemos que El nos da perseverancia y mansedumbre, y que El abastece nuestro interior de todo lo que necesitamos. Damos gracias y alabamos al Señor porque sabemos esto y lo creemos. Pero esta fe necesita pasar por la prueba.
Un hermano me dijo esta mañana: “Ya lo solté todo y creo. Debería de experimentar la victoria. Pero al regresar a casa en bicicleta, después de la reunión de ayer, un anciano se tropezó conmigo y caí en frente de una tienda. Aunque no le dije nada, me enojé mucho. ¿Qué me sucedió? Ya lo había soltado todo, había reconocido que no podía lograr nada y había creído en Cristo como mi victoria. ¿Por qué volví a tener ira? Yo creí que no me volvería a enojar”. Hermanos y hermanas, hay dos explicaciones para esto.
Después de haber vencido y dejado de pecar por una, dos, tres, cuatro o cinco semanas, uno llega a pensar que es bueno, que ha mejorado y que ha madurado. Es posible que comience a valorarse y a gloriarse en sí mismo. Por lo tanto, Dios lo pondrá a prueba y hará que caiga para que usted pueda ver que no ha cambiado nada. Si logra perseverar en algo, no es porque haya mejorado, sino porque ha sido intercambiado. El Señor ha perseverado en lugar de usted. Si cree haberse corregido, sin duda caerá. Debe entender que si hay alguna perseverancia, es Cristo quien persevera por usted. Si en usted hay alguna mansedumbre, es Cristo quien es manso en usted. Si en usted hay alguna santidad, esa santidad es Cristo. No importa cuánto tiempo haya vencido, usted seguirá siendo usted y nunca cambiará. Watchman Nee será siempre Watchman Nee. Después de cincuenta años seguirá siendo Watchman Nee. Una vez que se haya ido la gracia, lo único que quedará será Watchman Nee. Doy gracias al Señor y lo alabo porque la victoria es Cristo y no tiene nada que ver con nosotros. Yo todavía puedo caer en pecado; no he cambiado en lo absoluto.
Unos misioneros de la misión al interior de la China en Chefoo, me preguntaron una vez cuál era la diferencia entre una enmienda y un intercambio. Les dije que de no ser por la gracia, Pablo, Juan y Pedro sólo habrían sido pecadores. Estos habrían sido como cualquier otro hombre si se les hubiese quitado la gracia. Si se le quita la gracia a una persona, viene a ser igual que los ladrones y las prostitutas de las calles. La gracia significa que Cristo nos reemplaza; no que hayamos tenido alguna mejoría. Un himno tiene una línea que dice: “Cada vez que mi corazón se eleva, cuán cerca estoy de caer” (Hymns, #578). Esto es cierto. Hermanos y hermanas, debemos darnos cuenta de que todavía seguimos siendo los mismos; no hemos cambiado en nada.
Es muy fácil creer en la experiencia propia. A veces nos preguntamos cómo nosotros siendo tan débiles, derrotados y malhumorados podemos vencer. Al contemplar nuestra experiencia, concluimos que la Palabra de Dios no puede ser cierta. Pero hermanos y hermanas, ¿cuál es más digna de fiar, la Palabra de Dios o nuestra experiencia?
Mientras yo estaba en Chefoo, la esposa del hermano Witness Lee vino a verme y me dijo que ya se había rendido y había creído plenamente que el Señor era su victoria; ella había entrado en la experiencia de vencer. Pero se lamentó diciendo: “Mi victoria es de corta duración. Después de una semana he vuelto a ser derrotada. Mis dos niños me provocan constantemente y no logro ser paciente con ellos. En los últimos dos o tres días fui derrotada una vez más. ¿Qué me sucedió?”. Le pregunté si Cristo había cambiado y ella respondió que no. Luego le pregunté si la Palabra de Dios había cambiado y de nuevo me dijo que no. Entonces le dije: “Puesto que Cristo no ha cambiado, ni tampoco Su Palabra, ¿por qué no ha experimentado usted la victoria?”. Ella dijo que su experiencia no era lo que ella pensaba que debería ser. Le dije: “Suponga que su hijo sale a la calle, y un desconocido le dice: ‘Usted no es hijo de su madre, sino que lo compraron por veinte centavos en la tienda donde venden hierbas’. El viene y le pregunta: ‘Madre, ¿soy hijo tuyo o fui comprado en el herbolario por veinte centavos? Alguien me dijo en la calle que tú me compraste’. Seguramente usted le diría: ‘Tú eres hijo de mis entrañas. No creas lo que otros te digan’. Suponga que él vuelve a salir y se encontrara al mismo hombre, y éste le dice lo mismo y añade: ‘Yo estaba allí cuando tu madre te compró’. Si su hijo viene y le pregunta una vez más, usted le diría: ‘Hijo, ¿acaso es que no crees en mis palabras?’. Suponga que al salir de nuevo su hijo, se encontrara con el mismo hombre, y éste le pregunta: ‘¿Ya le preguntaste a tu madre?’. Es cierto. El día en que tu madre te compró por veinte centavos no sólo yo la vi, sino también aquel chofer y esta persona y aquélla’. Digamos que el desconocido nombra diez o veinte testigos que le atestiguan a su hijo que él fue comprado por veinte centavos. Por un lado, su hijo tiene la palabra de usted, que no necesita comprobación, pero por otro están las palabras de los desconocidos, el testimonio de veinte o cincuenta personas, cuyas mentiras parecen estar basadas en evidencias sólidas. ¿Debe su hijo creer las palabras de su madre, que no requieren ninguna comprobación, o las mentiras de los desconocidos, que están llenas de pruebas? Suponga que su hijo regresa y le dice: ‘Madre, estas personas me demuestran con muchas evidencias de que tú me compraste. Dime ¿fui engendrado por ti o me compraste?’. Si él llega a decir esto, indudablemente usted le dirá: ‘¡Qué hijo tan insensato!’ Hermana Lee, Dios también diría que usted es una hija insensata. Dios dice que el Hijo de El es la santidad, la vida y la victoria de usted. Lo que Dios haya dicho es lo que cuenta. Pero en el instante en que usted sale de Su presencia se pone nerviosa y dice: ‘Algo anda mal. Es evidente que no he vencido. Aunque Dios ha dicho que Su Hijo es mi santidad, esto no puede ser cierto porque la evidencia me muestra que no tengo ninguna santidad’. Al decir esto, usted da a entender lo mismo que su hijo. Usted escoge creer en las mentiras de Satanás, que parecen estar llenas de evidencia, en lugar de declarar la Palabra de Dios. Suponga que otros le dicen algo a su hijo para engañarlo, y él les contesta sonriendo: ‘La palabra de mi madre es la que vale. Usted es un mentiroso’. Suponga que sonríe y dice lo mismo cuando lo tratan de engañar una segunda vez. Y que aun después de que lo tratan de engañar diez, veinte o cincuenta veces, les responde de la misma forma. Si hace esto, avergonzará al enemigo y será una gloria para su madre. Si Satanás viene y le pone a usted el sentimiento de que está fría, usted debe decirle que es victoriosa porque Cristo es su victoria. Si Satanás viene a provocarla, usted debe decirle que es victoriosa porque Cristo es su victoria. Debe declarar que las palabras de Satanás son mentira y que sólo la Palabra de Dios es verdad. Esto es fe, y ésta es la fe que es aprobada. Esta es la fe que glorifica el nombre de Dios. Si decimos que creemos con nuestros labios, pero nos retiramos llorando tan pronto somos probados, ¿dónde está nuestra fe? Tal fe es de corta duración. La fe genuina ciertamente debe pasar la prueba. Si usted admite la derrota tan pronto es probado, estará acabada”.
Hermanos y hermanas, cuando las pruebas vienen y nosotros proclamamos que la Palabra de Dios es confiable, y declaramos que la Palabra de Jehová de los ejércitos permanece, que lo que El ha dicho es lo que cuenta y que Su Palabra está establecida en los cielos para siempre, venceremos. La pregunta en realidad es ¿a cuál palabra creeremos?
Una hermana tenía el mismo problema que la hermana Lee. Ella decía que había creído, pero que no podía vencer. Le dije que necesitamos la fe que mueve montañas. Una fe que sucumbe ante la prueba más leve, no es fe. ¿Qué es una fe grande? ¿Qué es una fe que mueve montañas? Una fe firme es una fe que mueve montañas. Una fe que mueve montañas no la detiene ningún obstáculo. Donde haya fe, los problemas tendrán que huir. Esta es la fe que mueve montañas. La fe y las montañas no pueden coexistir. Una de las dos tendrá que irse. Si las montañas permanecen, la fe tiene que irse; si la fe permanece, las montañas tienen que quitarse. Cada prueba es una oportunidad para mover una montaña. Lo importante no es si hay pruebas o no. Lo que está en juego es el hecho de que cuando las montañas permanecen, la fe debe irse, y cuando la fe permanece, las montañas deben irse. Entonces es crítico a quién le creemos, a los desconocidos o a Dios. Nada que se derrumbe ante la prueba es fe.
Supongamos que un hermano aparentemente ha obtenido algunas victorias en cuanto a esto, y no ha comprendido aún lo que es la victoria. Satanás le dirá: “Tú crees que has vencido, pero sigues derrotado. Has sido engañado. No existe la victoria”. Hermanos y hermanas, si ustedes se dejan engañar, todo habrá acabado. Dios obra en conformidad con lo que usted cree.
Recuerdo que en una ocasión estuve postrado en cama. Un hermano vino y me tomó el pulso y la temperatura. Tenía una fiebre muy alta y un pulso muy rápido. Algunas noches antes de su visita, yo no había podido dormir; parecía como si estuviera cerca de la muerte. Esa noche oré, y en la tarde del día siguiente el Señor me habló. El escuchó mi oración y me mostró Romanos 8:11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Pensé que necesitaba descansar, pero estuve más inquieto que nunca. Cuando el hermano volvió a tomarme la temperatura, había subido y mi pulso se había acelerado aún más. Satanás estaba trabajando arduamente y no se demoró en venir a asediarme y decirme: “¿Qué clase de promesa es ésta? Dios te prometió que vivirías, pero es obvio que no estás mejorando”. Las palabras de Satanás parecían muy lógicas. En ese momento el Señor me dio dos versículos. El primero fue Jonás 2:8, que dice: “Los que siguen vanidades ilusorias, Su misericordia abandonan”. Jonás dijo estas palabras mientras estaba en el vientre del gran pez. Todas las circunstancias y condiciones externas son vanidad. El segundo versículo fue Juan 17:17: “Tu palabra es verdad”. Dios dice que Su palabra es verdad y que todo lo demás es vanidad. Si la palabra de Dios es verdad, mi temperatura, mi ritmo cardíaco y mi insomnio debían ser falsos. Por tanto, inmediatamente le di gracias al Señor y le dije: “Romanos 8:11 es verdad, y todos estos síntomas son falsos”. Esto fue lo que decidí creer y así lo declaré. En la tarde, mi fiebre había desaparecido y mi pulso se había normalizado. En la noche pude volver a dormir.
Hermanos y hermanas, ésta es la prueba de la fe. ¿Cuál es la fe verdadera? La fe verdadera es la que sólo cree en la palabra de Dios y no en la experiencia propia ni en los sentimientos ni en las condiciones adversas. ¡Aleluya, sólo la Palabra de Dios es verdadera! Si las circunstancias y la experiencia concuerdan con la Palabra de Dios, le damos gracias y lo alabamos. Pero si no, de todos modos solamente la Palabra de Dios permanece. Todo lo que contradiga la palabra de Dios es falso. Satanás puede aseverar: “Dices haber vencido, pero observa y verás que sigues siendo igual de corrupto que antes. ¿Qué te hace decir que has vencido?”. Usted puede decirle a Satanás: “Es cierto que todavía soy el mismo; nunca podré cambiar. Pero Dios dice que Cristo es mi santidad, mi vida y mi victoria”. Satanás le dirá que usted sigue siendo corrupto, débil e impuro. Pero la Palabra de Dios es verdadera. Las palabras de Satanás son mentira; sólo la palabra de Dios es veraz.
Aprendí una lección en Chefoo. Un día la señorita Fischbacher y yo estábamos orando a Dios pidiendo dones específicos. Yo oraba pidiendo fe, y ella oraba pidiendo el don de sanar. Después de orar por quince minutos, ambos recibimos los dones. En la noche fuimos a la reunión y la hermana An me dijo que una hermana que vivía en la planta baja del salón de reunión, estaba perdiendo la razón. Dicha hermana solía tener ataques una o dos veces al mes, pero últimamente los ataques se habían vuelto más frecuentes. Después de la reunión, a las 10:30 de la noche, regresé a casa. En el camino, me puse a pensar qué sucedería si la hermana tuviera otro ataque en ese momento estando sola. Después de despedirme de los hermanos, me vino a la mente 1 Pedro 1:7: “La prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego”. Dije para mis adentros: “Que así sea. Si la fe tiene que ser probada, que lo sea”. Al día siguiente invité a la señorita Fischbacher a que me acompañara a visitar a la hermana enferma. Por supuesto, habría podido ir solo, pero la señorita Fischbacher acababa de recibir el don de sanidad y yo el don de fe. ¿Por qué no aplicarlos en esta situación? Cuando invité a la señorita Fischbacher, ella se mostró un poco indecisa, y dijo que primero oraría. Después de orar, decidió acompañarme. Al llegar nos enteramos de que la paciente acababa de quedarse dormida. El hermano Shi, que era médico, dijo que debíamos esperar hasta que despertara. Nos dijo que humanamente no había nada que se pudiera hacer. El barco de la señorita Fischbacher salía a las 11:30 de la mañana. Estuvimos esperando hasta las 10:50, cuando nos dejaron entrar. Yo le dije unas pocas palabras a la hermana enferma. Tenía los pelos de punta como una persona que ha perdido la razón. Pero damos gracias y alabanzas al Señor. Oré por uno o dos minutos y el Señor me dio la fe. Me sentí fortalecido en fe, y comencé a alabar al Señor. Luego dos hermanos y una hermana hicieron una corta oración, pero no estaban en el fluir del espíritu tanto como nosotros. Luego, como ya era hora, tuve que llevar a la señorita Fischbacher a su barco. Cuando regresé del puerto, la hermana estaba otra vez llorando, riéndose y dando gritos, y a los pocos minutos se desmayó. Nadie pudo hacer nada. Supe en ese momento que su fe estaba siendo probada. El médico me llevó aparte y me dijo: “Hermano, ore por ella ahora mismo. Como doctor, no puedo hacer nada por ella”. Le dije que no había necesidad de orar. Me reí y dije: “Satanás, puedes intentarlo de nuevo. Puedes intentar todo lo que quieras”. La hermana estaba fuera de sí, y yo también actuaba como si estuviera loco. Ella gritaba dentro de la casa, y yo gritaba afuera. Ella continuó así hasta las 3:30, y yo seguí haciendo lo mismo hasta esa misma hora. Al final, me vino la fe. A las 4:00 de la tarde yo tenía que ir a una reunión. Le dije al doctor Shi que no la molestara ni tratara de hacer nada; que sólo debía dejar que Satanás hiciera todo lo que pudiera. Cuando Dios dice algo, ya está hecho. El nunca juega bromas con nosotros. En la noche, el doctor Shi vino y me dijo que la hermana se estaba recuperando. A la mañana siguiente me dijo que ya estaba normal. Yo sabía que tendría otras recaídas porque la fe de algunos hermanos todavía necesitaba ser probada. La hermana enferma se ponía bien como por una hora, y muy bien no más de media hora. En la tarde tuvo otra recaída, y el doctor Shi vino a preguntarme qué debía hacer. Me arrodillé para orar pero no recibí ninguna palabra. Parecía como si mi fe no pudiera levantarse. En ese momento, Satanás vino inmediatamente y me dijo: “Trata de reírte una vez más. Ayer te reías tanto, ¿por qué no tratas de reírte otra vez?”. Parecía que la fe me hubiera abandonado. Satanás estaba a mi lado diciendo: “Te podías reír ayer y ahora estás tan frío”. Pero doy gracias al Señor y lo alabo. Una voz dentro de mí dijo: “Tu sentimiento puede haber cambiado. Ayer te podías reír y ahora estas frío, pero Yo no he cambiado”. Respondí: “Sí, el Señor no ha cambiado”, e inmediatamente comencé a darle gracias al Señor y a alabarlo diciendo: “Señor, Tú no has cambiado”. El día anterior había creído en la palabra de Dios. Mi risa no había hecho que Dios fuera más confiable, como tampoco mi frialdad ni mis ausencia de risa lo hacían menos confiable. Así que sólo alabé al Señor y dejé de orar. Esa noche el doctor Shi me dijo que la hermana se había recuperado totalmente en cuanto a sus síntomas físicos. Al día siguiente, recobró la calma. ¡Aleluya, la Palabra de Dios es confiable! Esta es la prueba de la fe.
Hermanos y hermanas, siempre queremos ver resultados inmediatamente después que creemos. Queremos tener la experiencia tan pronto creemos. Pero hermanos y hermanas, ¿no puede nuestra fe en Dios durar por tres días o tres meses? Si no podemos permanecer en la fe por tres días o tres meses, ¿dónde está nuestra fe? Ya dije antes y lo diré una vez más: “El que creyere, no se apresure” (Is. 28:16).
Un día el Señor le dijo a Sus discípulos que pasaran al otro lado. De repente vino una tormenta, y las olas golpeaban contra la barca. La barca estaba por anegarse. El Señor Jesús estaba en la popa de la barca durmiendo sobre un cabezal. Cuando los discípulos lo despertaron, le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”. El Señor despertándose, reprendió al viento y al mar. ¿Qué dijo después de esto? Marcos 4:40 dice: “¿Cómo no tenéis fe?”. Y Mateo dice: “Hombres de poca fe” (8:26). Muchas oraciones desesperadas no son otra cosa que una señal de incredulidad. Si hay fe, uno puede estar firme. El Señor nos ha pedido que pasemos al otro lado. El no nos dijo que fuéramos al fondo del mar. El dio una orden y no importa si el viento arrecia o las olas se levantan; mire si la barca se hundirá o no. Si no hay fe, saldremos corriendo tan pronto venga la prueba; pero si hay fe, podremos permanecer firmes cuando venga la prueba. Una fe pequeña escapará cuando vea venir las pruebas, pero una fe grande permanecerá firme ante ellas.
Una vez, una persona me regañó enojada. Cuanto más soportaba sus regaños, más persistía. En esa ocasión oré al Señor y le dije: “Dios, dame perseverancia. Dame las fuerzas para soportar. De no ser así, perderé la paciencia”. Si hoy me sucediera lo mismo, no estaría tan ansioso, sino que le diría a Satanás, a modo de broma: “Satanás, puedes insultarme por la boca de los hombres. Veamos ahora si el Cristo que mora en mí puede ser afectado por tus injurias”. No odio a los injuriadores, sino que los amo. Si actuamos de esta forma, Satanás no podrá hacer nada en contra nuestra. Hermanos y hermanas, demos gloria y alabanza al Señor. La victoria es Cristo, y no nosotros. Si dependiera de nosotros, sólo podríamos soportar hasta cierto punto. Si las injurias sobrepasaran ese límite, perderíamos la paciencia. Pero si Cristo es la paciencia, ninguna tentación será demasiado grande para nosotros y ninguna prueba será demasiado difícil de soportar. Cuando nos mantenemos firmes del lado de la Palabra de Dios y del lado de la fe, Satanás no puede hacernos nada. El Señor nos ha ordenado que pasemos al otro lado. Sin duda alguna llegaremos al otro lado. No es nuestra palabra la que vale, sino la Palabra de Dios, porque Dios es fiel.
Por último, quisiera hacerles una pregunta: ¿Existe algún pecado que regresa continuamente y los ha estado molestando? Creo que sí. Cuando el Cristo que mora en nosotros nos guía en medio de la prueba, ¿quién está siendo probado en realidad? Cada vez que nos sobrevenga una prueba, no somos probados nosotros sino Dios. Cuando nuestra fe es probada, el Hijo de Dios es probado. La fidelidad de Dios es puesta a prueba, no nosotros. Toda prueba tiene como fin que se vea lo que Cristo puede hacer. Toda prueba es una prueba de la fidelidad de Dios. Creer es permanecer del lado de Dios y de Su palabra y no del de las circunstancias. Esto es lo que significa vencer. Satanás dice que somos impuros, mas nosotros decimos que Cristo es nuestra santidad. Satanás dice que somos orgullosos, mas nosotros le decimos que Cristo es nuestra humildad. Satanás dice que hemos fracasado, mas nosotros decimos que Cristo es nuestra victoria. Podemos responder cualquier cosa que diga Satanás proclamando que Cristo es confiable y que Su palabra es fidedigna. Esto es la fe, y esto es lo que da sustantividad a la Palabra de Dios. ¡Aleluya, Cristo es victorioso! ¡Aleluya, Dios es fiel! ¡Aleluya, Su palabra es fidedigna!
Hermanos y hermanas, no olviden que la prueba de la fe no tardará mucho en venir. Inmediatamente después de haber experimentado la vida que vence, la tentación vendrá con más frecuencia que antes. Pero una vez que nuestra fe sea probada, otros recibirán de ello la ayuda y el beneficio. Después de que nuestra fe sea probada, el corazón de Dios quedará satisfecho y Su nombre será glorificado. La boca de Satanás será acallada y no nos podrá hacer nada. ¡Aleluya, podemos confiar en la palabra de Dios! Agradecemos al Señor y le damos gracias. Cuando permanecemos con Dios, nada nos estorbará. Cuando nos posicionamos en la fe, no existe montaña que pueda permanecer inconmovible. La fe se especializa en mover montañas. Siempre que haya una montaña, la fe podrá moverla. ¡Aleluya, Dios es fiel!