
Lectura bíblica: Cnt. 5:2-6, 8, 10, 16; 6:1-4; Is. 53:3-4; Col. 1:24; Fil. 3:10
Como hemos visto, Cantar de los cantares se divide claramente en dos secciones. La primera sección es principalmente para la satisfacción y deleite de la buscadora. En los primeros tres capítulos ella aprecia y disfruta al Señor, y está saturada del Señor. Todas las riquezas del Señor son para ella. Al disfrutar de todas estas cosas, ella es transformada paso a paso de una yegua a una corona. Todas las cosas naturales desaparecen, y todo llega a ser espiritual. En cierto modo, ella ha alcanzado la madurez de vida, pues es una corona. Si nosotros hubiéramos escrito este libro, tal vez nos habríamos detenido en este punto, porque la buscadora ha alcanzado el logro más elevado de su vida espiritual. Pero esto es sólo la primera sección, en la cual todo redunda en el beneficio de ella.
La segunda sección no es para el beneficio de ella, sino del Señor y de otros. Por esta razón, ella tuvo que pasar de ser una corona a un huerto. Esto implicó al menos tres cambios decisivos. Como un huerto ella cultiva todas las cosas que anteriormente había disfrutado del Señor. Ella había disfrutado al Señor como mirra, y ahora cultiva mirra. Había disfrutado al Señor como la flor de alheña, y ahora cultiva la flor de alheña. Había disfrutado al Señor como el olíbano, y ahora lo cultiva como el olíbano. Había disfrutado al Señor como los polvos aromáticos, y ahora cultiva toda clase de especias para la elaboración de estos polvos aromáticos. En la primera sección el Señor lo era todo para ella, pero ahora en la segunda sección el Señor disfruta todo lo que procede de ella. En otras palabras, ahora el Señor disfruta de todo lo que Él es por medio de ella, todo lo cual ha crecido en ella.
En el cristianismo actual se presta mucha atención al primer aspecto, la espiritualidad personal, pero se descuida completamente el segundo aspecto. A los cristianos se les anima que laboraren para Dios, pero no se les dice que la manera de laborar para Dios no consiste en realizar obras externas, sino en experimentar el crecimiento interno. Una vez que el Señor se haya forjado en nuestro ser, nosotros cultivaremos algo, lo cual será nuestra obra. Si bien no necesitamos laborar, sí necesitamos cultivar algo.
Después que la buscadora es trasladada a la segunda sección, ella cultiva y produce todas las cosas de Cristo que ella misma había venido disfrutando. Ahora lo que ella cultiva es su obra, y el fruto producido llega a ser la satisfacción, el contentamiento y el deleite del Señor Jesús y de todos Sus creyentes.
Algunos podrían pensar que todas estas cosas son remotas a nuestra experiencia y, por ende, demasiado profundas; pero yo no creo que sea así. En los asuntos espirituales, es verdaderamente difícil decir qué es profundo y qué no lo es. No es como estudiar una materia, aprendiendo una lección tras otra; está relacionado con la vida. Un bebé posee todos los elementos de la vida humana, pero éstos aún no se han desarrollado plenamente. Por lo tanto, no debemos pensar que estas cosas son demasiado profundas. En cierto sentido, muchos de nosotros ya hemos experimentado todos estos puntos determinantes. Ellos simplemente aún no se han desarrollado plenamente.
Creo sin duda alguna que muchos de nosotros somos coronas para el Señor. Somos, en cierto modo, una corona para el Señor en nuestra casa, en la escuela y en el trabajo. Incluso el Señor Jesús se siente satisfecho con nosotros. Somos Salomón con la corona. Sin embargo, aún nos hace falta hacer un giro. A pesar de nuestro elevado logro, todavía persisten algunas sombras y el día aún no ha despuntado. Por lo tanto, debemos irnos al monte de la muerte y a la colina de la resurrección, y permanecer allí por largo tiempo. No debemos pensar que esto es demasiado profundo. Todos debemos hacer este giro.
Abramos nuestro ser delante del Señor. Creo que todos tenemos el sentir de que nuestro día aún no ha despuntado. Todos nos percatamos de que todavía quedan algunas sombras. No importa cuánto digamos: “Señor Jesús, te amo, Tú eres totalmente deseable”, aún tenemos la sensación de que no es de día. Esto es bueno. Mientras nos percatemos de esto, espontáneamente diremos: “Mientras despunta el día y huyen las sombras, me iré al monte de la mirra, a la colina del olíbano [heb.]” (4:6). Todos tenemos este anhelo en nuestro interior. Esto en sí mismo implica un giro y significa que el Señor está actuando y operando en nosotros. Por lo tanto, debemos aprender a permanecer en la muerte y la resurrección del Señor hasta que despunte el día y huyan las sombras.
No debemos tener la expectativa de que esto sucederá de la noche a la mañana. Algunos cristianos hoy instan a las personas que ayunen y oren toda la noche. Hace años, yo hice esto muchas veces. Era nuestra costumbre en la última noche de cada año quedarnos despiertos orando toda la noche. No comíamos nada esa noche y usábamos todo nuestro tiempo para tratar con el Señor. Confesábamos todos nuestros defectos, fracasos, ofensas y errores cometidos en los pasados doce meses, con la esperanza de que al día siguiente nos encontraríamos completamente renovados. Pero esto sólo duraba tres días, pues luego seguíamos siendo los mismos. No quiero decir con esto que no sea bueno ayunar y orar. Hay momentos en que necesitamos ayunar y orar. Lo que quiero decir es que no podemos cambiar de la noche a la mañana. No los animo ni desanimo a que ayunen. Debemos ir al monte de la muerte y a la colina de la resurrección, y permanecer allí. Todo lo relacionado con la vida requiere tiempo.
Muchas veces nos sentimos desesperados delante del Señor, pero el Señor nos dice: “Yo estoy descansando”. Nosotros le decimos al Señor que vamos a ayunar y a orar por tres días, pero el Señor responde: “Come algo y vete a dormir”. Muchos de nosotros hemos tenido esta experiencia. No debemos confiar en nuestra práctica de ayunar y orar toda la noche. Debemos aprender a permanecer en el monte de la mirra y en la colina del olíbano; debemos permanecer en la muerte y la resurrección del Señor por un tiempo prolongado.
En el Nuevo Testamento, especialmente en las Epístolas, no encontramos muchos versículos que sustenten la enseñanza en cuanto al ayuno, la cual se escucha en el cristianismo actual. Por otro lado, el apóstol Pablo nos dice muchas veces cuánto necesitamos experimentar la muerte del Señor. Él repetidas veces menciona este principio, como en Filipenses 3:10: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”. Pablo no habla de experimentar una porción de la muerte del Señor, sino de permanecer allí hasta que seamos configurados “a Su muerte”. Nosotros seremos probados continuamente por nuestras familias, nuestros entornos y nuestras circunstancias. Todas estas cosas nos pondrán a prueba para determinar si realmente permanecemos en la muerte y la resurrección del Señor.
Si aprendemos a permanecer en la muerte y la resurrección del Señor, seremos trasladados a Su ascensión. El monte de la mirra y la colina del olíbano siempre nos trasladarán a la cumbre del Líbano. Si hacemos este giro, el próximo ocurrirá espontáneamente. La muerte y la resurrección del Señor siempre nos conducirá a Su ascensión. Tal vez esperamos permanecer en el monte de la mirra y en la colina del olíbano, pero finalmente nos hallaremos en la cumbre del Líbano. Allí nos sentiremos contentos y satisfechos. Nunca nos querremos ir. ¡Ésta es la ascensión del Señor! Querremos quedarnos allí por la eternidad. Somos una corona, pero ahora hemos ascendido al logro más alto, el logro de estar en la ascensión del Señor.
Sin embargo, el Señor Jesús aún no está satisfecho. Lo que hemos logrado es sólo para nosotros mismos, y no tanto para Él. Aunque hemos obtenido el logro más elevado, el propósito de Dios todavía no se ha cumplido. Es por ello que el Señor llama a la buscadora a que abandone el monte de la ascensión y observe la situación de la tierra. Muchos todavía están hambrientos y sedientos, y el enemigo sigue causando muchos problemas. Incluso el Señor tiene hambre y sed. Él no tiene nada que pueda disfrutar. Por consiguiente, ella debe convertirse en un huerto a fin de cultivar todas aquellas cosas que venía disfrutando del Señor. Todas las cosas que ella ha disfrutado del Señor deben ahora crecer en ella para el disfrute del Señor y de muchos otros creyentes del Señor.
Nuestro destino no es quedarnos en la cumbre de la ascensión, sino descender al valle para ser un huerto y cultivar allí todas las cosas que cumplen el propósito eterno de Dios. Es por medio del huerto que la ciudad puede ser edificada.
En este libro vemos muchos puntos donde ocurren cambios decisivos. De la corona se pasa al monte de la mirra y la colina del olíbano. Luego, espontáneamente, la muerte y la resurrección del Señor nos conducirán a la cumbre de la ascensión. Pero de allí el Señor nos llamará a que pasemos a otra experiencia, y descendamos del monte para ser un huerto. La manera de entender este libro es entender todos estos puntos decisivos. Mi carga simplemente consiste en mostrarles todos estos puntos decisivos para que sepamos por dónde ir. Cuando manejamos en un área desconocida, necesitamos un mapa. Si tenemos un buen mapa, entonces sabremos por dónde ir. Todos estos puntos decisivos nos muestran cómo progresar en nuestra vida espiritual.
Ahora la buscadora ha respondido al llamado que el Señor le hace de descender al valle y convertirse en un huerto. Sin embargo, ella todavía no es una ciudad. En cierto sentido, el huerto no está tan lejos de la ciudad; pero cuando examinamos la Biblia el huerto está muy lejos de la ciudad. El huerto se halla al comienzo de los sesenta y seis libros, y la ciudad se encuentra al final. Así que ella es ahora un huerto, donde son cultivadas todas las cosas que ella antes disfrutaba del Señor; pero aun después que llega a ser un huerto, todavía hay cierta discrepancia entre ella y el Señor. “Yo dormía, pero mi corazón velaba. La voz de mi amado que llama: ‘¡Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, perfecta mía, pues mi cabeza está cubierta de rocío, mis cabellos, de la humedad de la noche! Me he quitado la ropa, ¿cómo vestirme otra vez? Ya me he lavado los pies, ¿cómo ensuciarlos de nuevo?’” (5:2-3).
Ya vimos la discrepancia que hay entre el Señor y la buscadora en el capítulo 2. Pero ahora al leer el capítulo 5, vemos una situación muy semejante. En el capítulo 2 ella estaba en la sala de banquetes y el Señor estaba afuera, detrás de la pared. Ahora, el Señor se siente satisfecho con que ella sea un huerto, y ella también está contenta y feliz. Incluso declara que su hombre exterior está muerto, pues dice que aparentemente duerme. Esto indica que ella ha cesado todas sus actividades. Pero interiormente, ella vela. Ella dice: “Yo dormía, pero mi corazón velaba”. Estas palabras poéticas muestran que mientras ella está tan contenta, de repente escucha la voz del Señor. Esto significa que ella se da cuenta de que el Señor no está con ella. Así pues, nuevamente ella está adentro y el Señor está afuera.
¿A qué se debe esta discrepancia? Pareciera que ella no ha hecho nada malo. Ella ahora es un huerto para el deleite del Señor, ¿por qué debiera haber alguna discrepancia? En la etapa inicial de nuestro ministerio, dedicamos mucho tiempo para entender este punto, pero no fue sino hasta 1935, cuando el hermano Nee hizo un estudio de este libro con algunos de nosotros, que esto nos fue aclarado. Fue entonces que el Señor nos mostró que esto representaba una experiencia más profunda de la cruz. El Señor le dijo: “Mi cabeza está cubierta de rocío, mis cabellos, de la humedad de la noche”. Lo que quiere decir es que mientras la buscadora se siente contenta y satisfecha, Él está sufriendo. Este cuadro poético nos describe al Cristo que sufre. También le vemos en este aspecto en Isaías 53:3-4, que dice: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios!”.
Él es verdaderamente un varón de dolores. Especialmente en el huerto de Getsemaní, Él recibió el rocío de la noche. Así que las palabras que el Señor habla a la buscadora lo revelan como este varón que sufre. Él es un “varón de dolores, experimentado en sufrimiento”. Y ahora Él la llama a ella para que sea una persona que sufra junto con Él.
Antes de que el Señor se hiciera hombre, Él estaba en los lugares celestiales. Entonces llegó el momento en que debía encarnarse, y entonces se vistió de la naturaleza humana, la cual era cierta clase de vestido. De este modo, llegó a ser un “varón de dolores”, y sufría mientras recibía el rocío de la noche.
Ahora la buscadora está en los lugares celestiales, y el Señor la llama a que descienda de allí y se vista de algo para sufrir con Él. Pero ella le dice al Señor: “Me he quitado la ropa, ¿cómo vestirme otra vez? Ya me he lavado los pies, ¿cómo ensuciarlos de nuevo?”. En otras palabras, ella está diciendo: “Me he despojado de la vieja naturaleza y estoy en los lugares celestiales; ¿cómo podría vestirme nuevamente de ella?”.
Sé que este punto no es tan fácil de entender, pero es preciso que lo veamos claramente. Es muy maravilloso que los que buscan del Señor renuncien al mundo; y es aún más glorioso que se nieguen a sí mismos. Pero un día el Señor nos llamará a negar nuestros logros espirituales, así como Él lo hizo. Él era el propio Dios, pero en cierto sentido se despojó de Su divinidad para descender a la tierra y ser un hombre (Fil. 2:5-8). Al hacerse hombre, Él estaba negando el hecho de ser Dios; sin embargo, seguía siendo Dios. Además, Él no se hizo un hombre glorioso, sino un hombre de condición muy humilde. Él sacrificó todo lo que era, a fin de venir a la tierra y llevar a cabo el propósito de Dios sufriendo como un “varón de dolores”.
Quizás nosotros también hayamos obtenido un logro elevado, y ahora somos personas muy espirituales y celestiales. Esto tal vez sea suficiente para nosotros, mas no para que se cumpla el propósito del Señor. Así que, en cierto sentido, debemos negar nuestros logros espirituales para descender y asumir una condición humilde junto con el Señor.
El apóstol Pablo hizo muchas cosas que hicieron que las personas religiosas lo malentendieran. Al parecer él renunció a todos sus logros para completar lo que faltaba de las aflicciones de Cristo. Él habla de esto en Colosenses 1:24, donde dice: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y de mi parte completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, que es la iglesia”. Nosotros no tenemos parte alguna en los sufrimientos que el Señor experimentó para efectuar la redención; sólo el Señor podía sufrir para redimirnos. No obstante, sí podemos sufrir por causa de la edificación del Cuerpo. Debemos completar lo que falta de las aflicciones del Señor por Su Cuerpo. Muchas veces las personas llegaron a pensar que Pablo estaba siendo rechazado por Dios, pero en realidad estaba padeciendo por el Cuerpo de Cristo.
Hoy sucede exactamente lo mismo en principio. Muchos cristianos en el cristianismo procuran la espiritualidad de modo general. Pero después de que obtienen el logro más elevado de espiritualidad, si realmente toman en serio las cosas del Señor, el Señor los llamará a negar su espiritualidad para que lleven a cabo el propósito eterno de Dios. Muchos cristianos que supuestamente son espirituales, nunca ofenderían a nadie. Ellos preferirían estar continuamente en los lugares celestiales —tan elevados, maravillosos y espirituales— como los ángeles. Pero el Señor les diría: “Vamos del Líbano y descendamos al valle. Yo soy Aquel que sufre, quien está bajo el rocío, y Mis sufrimientos aún necesitan ser completados en ciertos aspectos. Tú eres muy espiritual y todos te admiran, pero ¿dónde está mi Cuerpo? ¿Dónde está mi iglesia?”.
Si permanecemos en los lugares celestiales, seremos espirituales y nunca ofenderemos a nadie. Seremos mansos y amables con todos y nunca entablaremos ninguna relación con nadie. Pero ¿qué diríamos acerca del propósito de Dios? Muchas veces queridos amigos me han advertido que no hable nada acerca de la iglesia. Si hiciera esto, todos estarían contentos conmigo y todos los grupos me invitarían a que les comparta mensajes. Así que me han dicho que no debo abogar tanto por la iglesia, ya que esto sólo me acarreará muchas enemistades y simplemente me estaré sacrificando a mí mismo.
Cantar de los cantares deja muy claro que si únicamente nos preocupamos por el propósito eterno de Dios y no por nuestra espiritualidad, seremos un varón de dolores. No sólo este mundo nos perseguirá, sino también el cristianismo. Incluso muchos cristianos espirituales nos perseguirán. Pero debemos abrir nuestro ser a Aquel que está cubierto por el rocío y la humedad de la noche. Sin embargo, de esta manera completaremos lo que aún falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo.
La buscadora, después que obtuvo un logro tan elevado en su vida espiritual, aún experimenta cierta discrepancia entre ella y el Señor. Ella está con el Señor en gran medida, pero todavía vemos cierta renuencia en ella. Él la llama, pero ella se muestra indecisa. Ella le presenta al Señor una muy buena excusa al decir: “Me he quitado la ropa, ¿cómo vestirme otra vez? Ya me he lavado los pies, ¿cómo ensuciarlos de nuevo?”. Éstas son buenas excusas; sin embargo, cuando el Señor llama, a Él no le interesan cuán buenas sean nuestras excusas.
A estas alturas, ella se da cuenta de que el Señor se ha ido. “Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido, ya había pasado, y tras su voz se me salió el alma. Lo busqué, mas no lo hallé; lo llamé, y no me respondió [...] Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, si halláis a mi amado, hacedle saber que estoy enferma de amor” (5:6, 8). Ella busca al Señor, pero no puede hallarlo. Lo llama, pero el Señor no le responde. Otros tratan de ayudarla, y ella les dice que está enferma de amor por el Señor.
Las demás le preguntan: “¿A dónde se ha ido tu amado, tú, la más hermosa entre las mujeres? ¿A dónde se dirigió tu amado, y lo buscaremos contigo?” (6:1). Mientras ella les habla acerca del Señor, descubre que en realidad el Señor no se ha ido, sino que aún está en Su huerto. “Mi amado ha bajado a su huerto [heb.], a las eras de las especias, a apacentar en los huertos y recoger los lirios. ¡Yo soy de mi amado, y mi amado es mío! Él apacienta entre los lirios” (6:2-3).
Todos hemos tenido esta clase de experiencia. A veces sentimos que el Señor se ha ido, y empezamos a hablarles a los demás acerca de Él. Pero mientras hablamos, nos damos cuenta de que el Señor aún está con nosotros. Pensamos que está lejos de nosotros, pero Él aún está en Su huerto, apacentando entre los lirios. Él todavía está en nosotros, y nosotros somos de Él, y Él es nuestro.
En este momento se opera en la buscadora una obra de transformación adicional más profunda. Ahora el Señor le dice: “Amada mía, eres bella como Tirsa, deseable como Jerusalén, imponente como ejércitos con banderas [heb.]” (6:4). Después del giro que ella experimenta en el capítulo 4, el Señor la compara con un huerto. Pero después de este giro en el que ella tiene una experiencia más profunda, el Señor la asemeja a una ciudad.
No creo que ninguna otra enseñanza o instrucción nos ayude en nuestro crecimiento espiritual tanto como todos estos puntos. No necesitamos aprender este libro a modo de conocimiento, sino más bien ver todos los puntos donde ocurren cambios decisivos en nuestro crecimiento espiritual, los cuales se revelan en este libro. Debemos tener comunión y orar acerca de estos puntos muchas veces. Todas estas lecciones se repetirán una y otra vez como un ciclo, a medida que avancemos con el Señor. Así, mediante todos estos ciclos creceremos y pasaremos de ser la corona a ser el huerto, y del huerto pasaremos a ser la ciudad y el ejército. De esta manera, cumpliremos el propósito eterno de Dios y edificaremos el Cuerpo de Cristo.