
Lectura bíblica: Cnt. 1:9, 15; 2:2, 14; 3:6, 7, 9, 10, 11
En el capítulo anterior vimos la manera en que el Señor describe a la buscadora en los primeros tres capítulos de Cantar de los cantares.
No es nada fácil entender la Biblia. En el último capítulo vimos un grupo de palabras que pertenecen a la misma familia; yo lo llamaría una “familia de descripciones”. El Señor usó al menos ocho figuras para describir a Su buscadora. La manera en que el Señor describe a Su buscadora, en la cual emplea diferentes figuras, muestra el estado al que había llegado la buscadora en ese momento. Por lo tanto, si examinamos todas estas ocho figuras en conjunto y las comparamos entre sí, veremos su significado. Ellas aluden al crecimiento en vida y a la transformación de vida.
En primer lugar, el Señor Jesús usó la figura de una yegua. Luego habló de los ojos de paloma. Ella aún no era una paloma, pero tenía ojos como de palomas. Después de los ojos de paloma tenemos el lirio. La paloma como una entidad completa viene después del lirio. Después de la paloma se nos habla de las columnas de humo, de la litera y del palanquín. Por último, tenemos la corona. Si oramos acerca de estas ocho figuras, creo que el Espíritu Santo nos mostrará algo muy significativo. Mi carga no es hacer un estudio de Cantar de los cantares, sino que todos sepamos cómo tomar la vida del Señor. Muchos cristianos hablan de Cristo como vida, pero son muy pocos los que saben experimentarlo como vida.
La manera de disfrutar y experimentar a Cristo como vida la hallamos en Cantar de los cantares. Aunque el término vida no aparece en este libro, sí se encuentra la manera de disfrutar a Cristo como vida. La manera de disfrutar a Cristo como vida es sencillamente amarle como una persona maravillosa. El Evangelio de Juan no es un libro de doctrinas, dones y poder, sino una presentación de una persona maravillosa. Cantar de los cantares es exactamente igual. En este libro no encontramos doctrinas ni términos doctrinales. No vemos manifestaciones de dones ni de poder. Estos ocho capítulos nos revelan a una persona encantadora. ¡Él es totalmente deseable! Y esta persona no sólo es nuestra vida, sino también nuestro vivir. En Cantar de los cantares, esta persona encantadora es simplemente la vida y el vivir de Su buscadora. La buscadora toma a esta persona encantadora interiormente como su vida y exteriormente como su vivir, amándole. ¡Oh, cuánto debemos amar a tal persona maravillosa! Entonces le tomaremos como nuestra vida y como nuestro vivir. ¡Él llegará a ser nuestra conversación, nuestro andar, nuestra actitud, nuestra expresión y nuestro todo! Él no sólo será nuestra vida interiormente, sino también nuestro vivir exteriormente. “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Esto es el Cantar de los cantares.
Este libro no sólo nos presenta un cuadro de esta persona maravillosa y encantadora, sino también un cuadro muy claro de la buscadora que lo ama tanto. Es por ello que vemos un cambio continuo en su crecimiento en vida. Si amamos al Señor Jesús de todo corazón, inevitablemente creceremos en vida y seremos transformados en vida. Si usted dice que ama al Señor Jesús, pero año tras año sigue siendo el mismo, no le creería. Si una persona realmente ama al Señor, experimentará un continuo crecimiento y cambio en vida. Esto no se logra mediante enseñanzas, instrucciones, correcciones ni amonestaciones. Yo no confío en estas cosas. Tal vez logren corregirnos un poco externamente, de la misma manera en que los embalsamadores de las funerarias preparan los cadáveres. Hacen algunas mejorías, pero todas son externas; ninguna de ellas es producida por la vida. No hay ningún crecimiento, transformación, avance, cambio ni progreso divino.
Consideren a la buscadora en Cantar de los cantares. Ella crece, cambia y es transformada continuamente. ¡Cuán maravillosa es su transformación de una yegua a una paloma! ¡De una paloma a una columna de humo! ¡De una columna de humo a una litera! ¡De una litera a un palanquín! ¡Y finalmente de un palanquín a una corona! En todas estas figuras vemos el crecimiento en vida de tal buscadora. Esto no se logra por medio de enseñanzas ni por medio de los dones. Debemos comprender que ningún don puede producir la transformación de vida. En Juan 2 muchas personas vieron los milagros hechos por el Señor y creyeron en Él. Sin embargo, el Señor no se fiaba de los que apreciaban los milagros. Nosotros no debemos ser aquellos que aprecian los milagros, sino aquellos que aprecian a una persona, aquellos que aman y buscan al Señor mismo. Entonces experimentaremos el crecimiento en vida y la transformación de vida.
Ahora debemos examinar estas ocho figuras más detalladamente. Un caballo, o una yegua, en la Biblia siempre simboliza fuerza y velocidad (Sal. 33:17; 147:10). Éstos son los caballos que usaba el rey de Egipto. “A la yegua del carro del faraón te he comparado, amada mía” (Cnt. 1:9). Estos caballos representan la fuerza natural de una manera mundana. La buscadora del Señor usa su fuerza para buscar del Señor. En el versículo 7 ella oró: “Dime tú, amado de mi alma, dónde apacientas tu rebaño, dónde descansas al mediodía”. Ella oró pidiendo que el Señor la alimentara y la hiciera reposar. Y el Señor le respondió en el versículo 8: “Si no lo sabes, hermosa entre las mujeres, sigue las huellas del rebaño, y apacienta tus cabritas junto a las cabañas de los pastores”. Ella seguía al Señor de una manera tan fuerte que Él la alabó diciendo que era semejante a una yegua de los carros del faraón. Esto es bueno, pero sólo en un sentido natural y mundano. Usted busca al Señor, pero su búsqueda tiene el elemento del mundo. En la manera en que usted busca al Señor, lo que impresiona a los demás no es el Señor, sino algo del faraón. En lugar de transportar a Salomón, usted transporta al faraón.
Muchos de los jóvenes en las iglesias están buscando al Señor de todo corazón. Sin embargo, tiran “los carros del faraón”. La carga que está detrás de ellos, de la cual tiran, es algo de Egipto, algo del mundo. No es algo maligno, pero sí es algo del faraón. A veces puede ser una carga muy señorial y majestuosa, pero proviene del mundo. Los jóvenes son atraídos por el Señor, y ellos le aman, pero aún son una “yegua del carro del faraón”, tirando de algo que es del mundo. No son como el palanquín de Salomón, el cual transporta a Cristo.
¿Realmente buscamos al Señor? ¿A quién estamos transportando? ¿Estamos transportando al faraón o a Salomón? Si estamos transportando al faraón, somos un caballo usado para tirar de su carro; pero si estamos transportando a Salomón, somos un palanquín, un vaso que lo contiene a él. Salomón es el contenido en este vaso. Para que la yegua transporte al faraón, no necesita ser un vaso. Pero si queremos transportar a Salomón, tenemos que ser un vaso, un recipiente, o sea, un palanquín.
Después de la primera vez que el Señor describe a la buscadora, ella disfrutó aún más del Señor y expresó su aprecio por Él. Entre 1:9 y 1:15, encontramos varios versículos que nos muestran cómo el Señor expresó Su aprecio por ella y cómo ella expresó su aprecio por el Señor. Ella dijo: “Mi amado es para mí un saquito de mirra que reposa entre mis pechos. Ramo de flores de alheña en las viñas de En-gadi es mi amado para mí” (1:13-14). Apreciar al Señor de esta manera produjo el crecimiento en vida y la transformación de vida. Cuando tenemos un verdadero aprecio por el Señor, el resultado de ello es siempre el crecimiento en vida y la transformación de vida.
La siguiente figura que el Señor usa para describirla es los ojos de paloma. “¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! ¡Tus ojos son como palomas!” (1:15). Ella era mundana y natural, pero ahora empieza a tener discernimiento espiritual y conceptos espirituales. La paloma representa al Espíritu (Mt. 3:16). Los ojos de paloma nos hablan del discernimiento, entendimiento y percepción del Espíritu.
Si yo les hablara a algunos de los jóvenes acerca de su cabello, se sentirían ofendidos, por mucho que amen al Señor. Esto se debe a que aún tienen un concepto natural acerca de su cabello. Pero si aumentara más su aprecio por el Señor, este aprecio les daría un concepto espiritual y el entendimiento propio del Espíritu. Sus ojos de yegua serían transformados en ojos de paloma. Entonces verían su cabello, las patillas, el bigote, sus lentes y sus camisetas de manera diferente. Yo sé que a los jóvenes de hoy les encantan todas estas cosas. Ellos tienen sus conceptos naturales, pero esto es como tener los ojos de una yegua salvaje. Pero el Señor Jesús es muy real. Él puede transformar nuestra vista. Él puede cambiar nuestros ojos de yegua por ojos de paloma. Cuanto más lo apreciemos, más transformada será nuestra vista.
Los ojos de paloma denotan el discernimiento espiritual que proviene de mirar continuamente al Señor y poner nuestra confianza en Él. Ya no confiamos más en nuestra fuerza natural de yegua, sino que confiamos en Él. Cuando los ojos de la buscadora llegan a ser los ojos de una paloma, esto indica que ella a perdido la confianza que tenía en su fuerza natural. Significa que ella ha abandonado su fuerza natural y se ha vuelto al Señor, y ahora tiene sus ojos fijos en Él. Al apreciarlo, ella recibe el concepto celestial y el discernimiento espiritual. Ahora ella tiene ojos de paloma para ver las cosas con una perspectiva nueva. Aunque ella todavía no ha llegado a ser una paloma en todos los aspectos, por lo menos tiene los ojos de una paloma. Al menos ya su modo de pensar, su discernimiento y la manera en que contempla al Señor son como ojos de paloma.
Después de tener ojos como de paloma, ella llega a ser un lirio. “Como el lirio entre los espinos es mi amada entre las jóvenes” (2:2). En la Biblia, el lirio representa llevar una vida completamente por fe. El Señor dice en Mateo 6:28-30: “...Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no se afanan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si a la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?”. Un lirio se refiere a uno de los buscadores del Señor que vive en la tierra, mas sin depender de esta tierra. La buscadora lleva una vida en la que confía en Dios; ella no tiene su confianza puesta en esta tierra. Por medio de esta fe, ella llega a ser pura como los lirios blancos. Tales son los puros que viven por la fe que tienen en Dios. No sólo el Señor mismo considera aquí a la buscadora como un lirio, sino que también ella misma reconocía que era un lirio. En 2:16 ella dice: “¡Mi amado es mío y yo soy suya! Él apacienta entre los lirios”. Ella era uno de los lirios, entre los cuales el Señor pastoreaba Su rebaño.
El cambio de ojos de paloma a un lirio demuestra un progreso adicional. Ahora ella no sólo tiene sus ojos puestos en el Señor, sino que también tiene su fe puesta en Él de manera práctica. Ella no sólo ha perdido su fuerza y confianza naturales, sino que además tiene una verdadera fe en Dios. Ya no confía en su fuerza de yegua, y ahora tiene una confianza viva en Dios. No sólo tiene ojos como de palomas, sino también la fe pura de un lirio. ¡Aleluya! ¡Qué cuadro más maravilloso! Después que llega a ser un lirio, ella llega a ser una paloma en todo sentido. “Paloma mía, que anidas en las grietas [heb.] de la roca, en lo escondido de escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz, porque tu voz es dulce y hermoso tu aspecto” (2:14).
Todos los avances y todas las etapas del crecimiento en vida únicamente se producen a medida que tomamos a Cristo como nuestra persona. Debemos amarlo, apreciarlo, y aprender a vivir cada vez más por causa de Él. Entonces avanzaremos de la etapa de la yegua a los ojos de paloma, luego a la etapa del lirio y finalmente seremos una paloma en todo sentido. En estas etapas la buscadora trata continuamente con el Señor. Ella aprende a tomar al Señor como su todo, lo cual le permite crecer y progresar. Así pues, vemos una transformación continua desde la etapa de la yegua hasta la etapa de la paloma.
Pero ahí no termina todo. Aunque una paloma es muy mansa y hermosa, no tiene mucha utilidad. Después de la etapa de la paloma, transcurre un largo periodo entre 2:14 y 3:6. El pasaje comprendido entre estos dos versículos muestra que ha transcurrido un largo periodo de tiempo. Tenemos la grieta de la roca, lo escondido de escarpados parajes, la mirra y el olíbano, y todo polvo aromático del mercader, los cuales son figuras poéticas que describen la muerte, la resurrección y la ascensión del Señor.
La grieta de la roca denota la cruz. Cristo es la roca hendida que fue herida por nosotros (Éx. 17:6; 1 Co. 10:4). Por lo tanto, la roca hendida alude a Su crucifixión, y Su crucifixión es simplemente nuestra cruz. Debemos permanecer en la grieta, en la hendidura, de la roca, es decir, debemos permanecer en Su crucifixión. El apóstol Pablo continuamente experimentaba la muerte de Cristo. Él dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gá. 2:20). Él también compartió que él llevaba “en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús [...] Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús [...] De manera que la muerte actúa en nosotros...” (2 Co. 4:10-12). Esto es lo que significa ser la paloma que está en la grieta de la roca. Es sólo después de permanecer en esta experiencia por largo tiempo que podemos avanzar a la siguiente etapa.
Aquí necesitamos un ejemplo práctico. Supongamos que yo vivo con dos hermanos. Vivir juntos es maravilloso, pero a veces también puede ser terrible. Ellos tienen su personalidad y constitución natural, y yo tengo la mía. Todos somos diferentes. Supongamos que mi personalidad ofende la personalidad del otro hermano. ¿Qué él debe hacer? Debe decir: “Oh, Señor Jesús, mantenme en la grieta de la roca; haz que permanezca en la cruz”. Esto le permitirá al Señor forjar algo en él. En todas nuestras situaciones, debemos permanecer en la grieta de la roca. “Oh, Señor Jesús, contigo estoy juntamente crucificado”. Ser crucificado juntamente con Cristo en la cruz es permanecer en la grieta de la roca.
También debemos permanecer en lo escondido de escarpados parajes, donde experimentamos la ascensión del Señor. Esto se menciona en Salmos 91:1, que dice: “El que habita en lo secreto [heb.] del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”. Todos debemos aprender a escondernos en lo secreto del Altísimo. Esto significa estar en la presencia de Dios en los lugares celestiales, es decir, permanecer en la ascensión del Señor. Si cierta persona o situación particular me perturba, debo orar: “Oh, Señor Jesús, guárdame en la grieta de la roca y ayúdame a permanecer en lo escondido de escarpados parajes. Oh, Señor, haz que pueda permanecer en Tu cruz y en Tu presencia en los lugares celestiales”. De esta manera, soy crucificado y todo queda debajo de mis pies. ¡Aleluya!
Éste es un maravilloso resultado de la transformación de vida. Por medio de esta vida, nadie quedará sin ser transformado. Mientras permanezcamos en la cruz y en los lugares celestiales en la presencia del Señor, experimentaremos un verdadero crecimiento en vida y la transformación de vida.
Después experimentar esto por un largo periodo de tiempo, llegamos a 3:6, que dice: “¿Quién es ésta que sube del desierto cual columna de humo, perfumada de mirra y olíbano, y de todo polvo aromático del mercader?” [heb.]. Es mejor decir: “saturada de mirra y olíbano”. Sabemos que en tipología la mirra representa la fragancia de la muerte de Jesús y el olíbano representa el agradable aroma de Su resurrección. Todos necesitamos ser saturados del aroma de la muerte y la resurrección de Cristo. Entonces seremos perfumados de mirra y olíbano. Esto no es simplemente una doctrina que deba aprenderse, sino una experiencia que requiere tiempo. Por muchos meses y años necesitamos ser impregnados de la fragancia de la muerte y resurrección de Cristo.
Además de la mirra y el olíbano, también tenemos “todo polvo aromático del mercader”. Cristo es el mercader, y necesitamos ser saturados de todos Sus polvos aromáticos. Debemos ser saturados de la muerte y la resurrección de Cristo, y de todos los atributos del Cristo celestial. Esto ciertamente producirá una verdadera transformación.
La buscadora ha llegado a ser columnas de humo que se erigen en la tierra, sosteniendo la expansión. Los apóstoles Pablo y Juan eran este tipo de personas. Ellos eran, y siguen siendo hoy, columnas de humo en todo el universo que sostienen los cielos. Cuando leemos sus escritos, comprobamos que son verdaderas columnas para los cielos. Cuando llegamos a ser tales columnas, el Señor puede encomendarnos Su propósito y ponerlo sobre nuestros hombros. Entonces seremos columnas que permanecen firmes e inconmovibles. Esta figura proviene de la manera antigua en que se construía, en la cual no se usaban paredes para sostener la edificación, sino columnas o pilares. Todo descansaba sobre tales columnas. Es por ello que Pablo mencionó a Pedro, a Jacobo y a Juan como columnas de la iglesia (Gá. 2:9). En 1 Timoteo 3:15 dice que la iglesia del Dios vivo es columna y fundamento de la verdad. Ahora la buscadora ha llegado a ser tal columna que sostiene los intereses de Dios sobre la tierra.
¿Quién es ésta? “¡Ved, es la litera de Salomón! Sesenta valientes la rodean, de entre los fuertes de Israel” (3:7). La respuesta fue que ella ahora es la litera de Salomón. La pregunta se hizo con respecto a ella, pero la respuesta tiene que ver con Salomón. Esto se debe a que ahora ella es uno con Salomón; ella es uno con Cristo. Cristo es el contenido y ella es el recipiente que lo contiene. Una litera es en cierto modo un recipiente que contiene algo, no para proveerle transporte, sino descanso durante la noche. Los fuertes, los valientes de Israel rodean esta litera. Esto sin duda alguna significa que ella ahora ha ingresado en la etapa de la guerra espiritual. Sólo las personas maduras pueden pelear en la guerra, y aquí la guerra se libra incluso durante la noche. Sin embargo, aun en medio de la guerra que se libra en la noche, Cristo todavía puede hallar descanso en esta buscadora. ¿Quién es ésta? Ella es el reposo de Cristo. Ella no es simplemente la columna que brinda apoyo a los intereses de Dios sobre la tierra, sino también la litera que le da descanso a Cristo, incluso durante la guerra en la noche.
Ahora ella no sólo vive en función de su propia satisfacción, sino en función de la satisfacción de Cristo. En el capítulo 2, ella estaba bajo la sombra del manzano procurando su propia satisfacción, pero ahora Salomón puede recostarse y hallar satisfacción en ella. ¿Quién es ésta? Ésta es la litera de Salomón, su lugar de reposo durante la guerra que se libra en la noche.
Ella no solamente es la litera donde Salomón descansa durante la noche, sino también el palanquín que le permite a Él llevar a cabo Su mover durante el día. “El rey Salomón se hizo un palanquín de madera del Líbano, con columnas de plata, base de oro y asiento de grana; su interior, recamado de amor por las hijas de Jerusalén” [heb.] (3:9-10). La buscadora es ahora un vaso que contiene a Cristo, llevándolo de un lado a otro en Su mover. El palanquín es una carroza majestuosa y señorial. Como vaso que es, contiene a la persona que transporta. Ella es ahora el vaso que transporta a Cristo. Cristo puede ir de un lugar a otro al estar en ella como su contenido. Mientras ella lo contiene, Él se mueve en ella y con ella. ¡Aleluya! Éste es el palanquín de Cristo.
El palanquín está hecho de madera, plata y oro. La madera es de cedro del Líbano, la cual representa la humanidad del Señor. Las columnas son de plata. La plata siempre simboliza la obra redentora de Cristo. El palanquín es sostenido por la obra redentora de Cristo. El fondo, la base, es de oro, que representa la vida y la naturaleza de Dios. La naturaleza divina de Dios es la base.
Cuando oramos-leemos todos estos versículos, vemos cuánto ha sido transformada la buscadora. La humanidad de Jesús, la divinidad de Dios y la obra redentora de Cristo, se han forjado en ella. Sólo estas cosas pueden hacernos un palanquín para Cristo. Debemos permitir que estos materiales se forjen en nuestro ser. Entonces, como Su palanquín, seremos edificados con la humanidad de Jesús, con la obra redentora de Cristo y con la naturaleza divina de Dios. Todo esto es muy significativo.
El interior está recamado de amor por las hijas de Jerusalén. Nuestro interior no debe consistir de otra cosa que de nuestro amor hacia el Señor. Como un palanquín de Cristo que somos, estamos decorados y recamados interiormente de nuestro amor hacia el Señor. Es por ello que este libro, de principio a fin, es una historia de amor. Incluso cuando somos transformados hasta alcanzar esta etapa, nuestro interior debe estar recamado de amor. Éste es el palanquín que transporta al Señor. Está hecho de la humanidad de Jesús, la redención de Cristo y la divinidad de Dios; y su interior está recamado de amor hacia Jesús.
Finalmente, esta persona llega a ser una corona. “¡Hijas de Sión, salid! Ved al rey Salomón con la corona que le ciñó su madre el día de su boda, el día del gozo de su corazón” (3:11). La pregunta que anteriormente se había hecho era: “¿Quién es ésta?”. La primera respuesta fue que ella era la litera de Salomón donde Él descansa y su palanquín que le permite moverse. Luego, la otra respuesta fue que ella era Salomón con su corona, es decir, ahora ella es la corona de Salomón. Si amamos al Señor, llegaremos a ser la corona de Salomón. Ésta no es la corona del reinado, sino la corona del día de bodas. Ésa es la corona con la cual Cristo se casará con nosotros. Él es el Novio y nosotros somos Su novia. Finalmente, la novia llegará a ser la corona del Novio. ¡Aleluya!
Hay algo más que necesitamos ver. Cuando la buscadora era semejante a una yegua en su amor por el Señor, ella estaba llena de sus propias opiniones. Incluso como una pequeña paloma, ella aún tenía cierta clase de personalidad. Sin embargo, cuando llega a ser las columnas, la litera, el palanquín y la corona, ella ha perdido por completo su personalidad, pues ha sido saturada de mirra y olíbano, o sea, de la muerte y la resurrección de Cristo. Ahora únicamente expresa la personalidad de Cristo en Su reposo y en Su mover. Ésta es la manera en que nosotros tomamos a Cristo como nuestra vida. Lo hacemos al tomarlo a Él como nuestra persona, disfrutándolo como nuestra satisfacción y experimentándolo de tantas maneras, al grado en que llegamos a ser Su plena expresión.