
Lectura bíblica: Cnt. 3:6-11; 4:1, 4
En todas las figuras mencionadas en el capítulo anterior, notamos un gran cambio en el carácter, en la personalidad y, sobre todo, en la voluntad de la buscadora. La primera figura es una yegua, la más fuerte de todas las figuras en lo que se refiere a la personalidad. Si comparamos una yegua con una paloma, la paloma tiene un carácter apenas perceptible y de ninguna manera es fuerte. Y el lirio prácticamente no tiene personalidad. Por lo tanto, de las primeras cuatro figuras —la yegua, los ojos de paloma, el lirio y la paloma— es evidente que la yegua tiene la personalidad más fuerte. Aunque el lirio prácticamente no tiene personalidad, aún vemos ciertos indicios. Sin embargo, las últimas cuatro figuras —la columna de humo, la litera, el palanquín y la corona— definitivamente no tienen personalidad. La buscadora ha perdido por completo su personalidad.
¿Creen ustedes que las columnas de humo tienen alguna personalidad? ¿O creen que la litera, el palanquín o la corona tienen personalidad? Es bastante evidente que las columnas son muy fuertes, pero no tienen personalidad. La litera es muy útil para descansar, pero según la figura, no percibimos en ella ninguna personalidad. Podemos afirmar lo mismo del palanquín y de la corona. La secuencia de estas figuras, desde la yegua hasta la corona, es muy significativa y descriptiva. Al comienzo, la buscadora del Señor era sumamente fuerte en su personalidad, especialmente en su voluntad. Pero con el tiempo, a medida que aumentó su aprecio por el Señor Jesús y el disfrute de Sus riquezas, su obstinada voluntad fue subyugada poco a poco. Ella permaneció en la grieta de la roca y en lo escondido de escarpados parajes, donde fue saturada de la fragancia agradable de la muerte de Cristo y de la fragancia de Su resurrección. Esto significa que la cruz y la vida de resurrección fueron forjadas en ella para cambiar su carácter y transformar su personalidad.
Para entender un libro tan poético como éste con tantas figuras, no sólo necesitamos conocer la Biblia, sino también tener una medida apropiada y adecuada de experiencia que corresponda a nuestro conocimiento. Cuando examinamos todas las figuras en conjunto, el cuadro llega a ser muy significativo. Al principio la buscadora es una yegua que tira del carro del faraón, pero al final ella llega a ser un palanquín que contiene a Salomón y lo transporta. Este cuadro es mejor que mil palabras.
¿Aman ustedes al Señor? Si lo aman, ¿en qué etapa se encuentran? ¿Son tan fuertes como yeguas o tienen ojos de paloma? La transformación siempre se efectúa mediante la renovación de nuestra mente. La transformación de la buscadora empezó con un cambio en sus conceptos. Ella era como una yegua, pero poco a poco fue adquiriendo ojos de paloma. Cuando su entendimiento espiritual cambia, todas las cosas externas parecen diferentes. De hecho, no es que éstos cambien, pues siguen iguales. Lo que ha cambiado son sus conceptos. Quizás a usted le gustaba antes ir al cine. Aunque el cine no ha cambiado, ahora ya no le atrae. Esto se debe a que sus ojos han cambiado. Muchos de los jóvenes antes tenían el cabello largo y las jóvenes usaban faldas cortas. Estas cosas no han cambiado, pero los ojos de ellos sí han cambiado. Al principio usted tenía ojos de yegua, pero ahora tiene ojos de paloma. Aunque usted tal vez no sea una paloma todavía, sus ojos han sido transformados. La transformación siempre empieza por los ojos; ésta es la renovación de nuestra mente. No debemos ser conformados a este siglo, sino más bien ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2). Esto significa que nuestros ojos de yegua son transformados en ojos de paloma.
Ella después llega a ser un lirio. Debido a que sus conceptos, ideas y comprensión de las cosas ha cambiado, ella no confía más en su fuerza de yegua. Ahora ella confía en Dios. Ella ha perdido la confianza que tenía en su fuerza de yegua. Aunque todavía conserva dicha fuerza, ha experimentado un cambio en su modo de ver las cosas. Por lo tanto, ya no es semejante a una yegua, sino a un lirio. Una yegua depende de su propia fuerza, pero un lirio debe confiar en Dios. Esto significa que ella deposita su confianza en Dios.
Este libro nos revela que si hemos de amar al Señor tenemos que tomarlo como nuestra persona. Sin embargo, para que el Señor sea nuestra persona, tenemos que perder muchas cosas. Nuestro entendimiento de las cosas, nuestros conceptos y, finalmente, nuestra voluntad, carácter y personalidad, todo ello, debe desaparecer. Luego, a medida que avancemos, llegaremos a la etapa en la cual seremos columnas de humo. En esta etapa no quedará ningún vestigio de nuestra personalidad. No es mera casualidad que las columnas de humo vengan después de la figura del lirio, y que la litera venga después de las columnas de humo. Las primeras cuatro figuras tienen en cierto modo personalidad, pero las últimas cuatro figuras no tienen ningún indicio de personalidad. Esto confirma el hecho de que cuanto más avancemos con el Señor, más perderemos nuestra personalidad, puesto que el Señor Jesús será nuestra persona.
Para el momento en que la buscadora sale del desierto, ella ya ha perdido su personalidad. El desierto, según mi experiencia, es simplemente nuestra voluntad. Por lo tanto, salir del desierto es salir de nuestra voluntad. El desierto es verdaderamente la región de nuestra voluntad. Mientras permanezcamos en nuestra voluntad, estaremos vagando en el desierto. Nunca podremos andar por un camino recto para seguir al Señor. Nuestra voluntad viene a ser un engaño para nosotros. Por lo tanto, cuando la buscadora sale del desierto, ella está saliendo de su voluntad. Anteriormente ella era semejante a una yegua, a un lirio y a una paloma; pero ahora, esta persona que era tan terca se ha convertido en columna de humo.
“¿Quién es ésta [heb.] que sube del desierto cual columna de humo?”. La respuesta es que ella es la litera de Salomón. Ella ya no tiene carácter ni voluntad. Todos sabemos que una litera no tiene voluntad. Mientras nosotros conservemos nuestra voluntad, no podremos ser el lugar de reposo para Jesús. Sería espantoso tratar de descansar sobre algo que tiene una voluntad férrea. Pero es fácil descansar sobre una cama o una litera, porque no tiene voluntad. Si nuestra litera o cama tuviera una voluntad, nos sería imposible descansar durante la noche. Pero ahora ella se ha convertido en una litera y en un palanquín desprovisto de voluntad. Y al final ella llega a ser la corona.
Es muy interesante ver que cuando surge la pregunta con respecto a la que sale del desierto, podemos ver una progresión en la respuesta. Primero, ella es la litera, luego es un palanquín, y por último, ella es Salomón con una corona. Ella no es simplemente algo que acompaña a Salomón, sino que ella misma es Salomón con algo. ¿Quién es ésta? Es sencillamente Cristo con una corona. Ella no es simplemente la litera de Salomón o el palanquín de Salomón, sino Salomón mismo con una corona. Esto demuestra que ahora la buscadora es verdaderamente uno con el Señor. Ella ha llegado a ser Cristo con una corona. Únicamente cuando somos uno con Cristo, Él puede jactarse y gloriarse a causa de nosotros. Alabado sea el Señor, pues un día, cuando otros pregunten acerca de nosotros, la respuesta que se les dará tendrá que ver con Cristo, pues seremos Cristo con Su corona.
En el palanquín debemos resaltar dos aspectos: la estructura externa y la decoración interna. Salomón se hizo un palanquín de madera del Líbano. Ésta es la estructura sólida. La madera representa la humanidad, y el Líbano alude a la resurrección y ascensión. La humanidad del Cristo resucitado y ascendido es la madera del Líbano. Cristo puede hacer de yeguas salvajes un palanquín que posee Su humanidad resucitada y ascendida. ¡Aleluya! Una yegua es algo que se es por nacimiento; pero con respecto a ella no hay nada edificado, sino que es totalmente natural. Sin embargo, el palanquín no es algo que se obtiene por nacimiento, sino algo que se construye o edifica. Y el material sólido que se utilizó para construir esta edificación es la humanidad de Jesús en resurrección y ascensión. El vaso que transporta a Cristo no tiene que ver con el nacimiento natural, sino que es algo edificado con la humanidad resucitada y ascendida de Cristo.
No debemos ser superficiales. Necesitamos ver algo sustancial, sólido, real, profundo, pero al mismo tiempo muy práctico. ¡Cuánto debemos repudiar nuestra vieja naturaleza con nuestra propia humanidad! Debemos aprender a tomar la humanidad resucitada y ascendida del Señor como nuestra estructura básica, a fin de ser edificados como parte del vaso que contiene y expresa a Cristo. Más aún, no sólo tenemos la madera del Líbano, sino también las columnas de plata y la base de oro. La plata representa la obra redentora del Señor, y el oro, la naturaleza divina de Dios. La obra redentora de Cristo es la fuerza que nos sostiene, y la naturaleza divina de Dios es la base misma de nuestra edificación.
Debemos presentarle al Señor todas estas cosas en oración para que Él pueda conducirnos a la realidad de ellas. Debemos llegar a ser esta estructura que es edificada, no con nuestra fuerza natural, sino con la humanidad de Cristo, con la obra redentora de Jesús y con la divinidad de Dios.
Salomón hizo el palanquín él mismo. Esto no es algo hecho por nosotros. Aparte de Cristo, nadie más puede hacer este palanquín. A través de los años, el Señor ha venido obrando en nosotros con la intención de hacer un palanquín para Sí mismo. Él no utiliza nada de nuestra constitución natural, sino que usa Su humanidad, Su obra redentora y la divinidad de Dios.
¿Cuál es nuestra responsabilidad? Nuestra responsabilidad simplemente consiste en ofrecerle nuestro amor. La decoración interna del palanquín había sido recamada de amor por las hijas de Jerusalén. Debemos ofrecerle al Señor nuestro amor. Él no desea nada más de nosotros. “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” (Jn. 21:15). Él siempre busca nuestro amor, y únicamente nuestro amor sirve para decorar el interior del palanquín. Aunque el Señor Jesús es quien hace el palanquín, éste es decorado con nuestro amor. La estructura básica consiste en madera, plata y oro, pero lo único que decora el interior es nuestro amor. Cuanto más le amemos, más desaparecerá nuestro carácter y personalidad. Cuanto más le amemos, más perderemos nuestra voluntad, pero al mismo tiempo el interior del palanquín será totalmente decorado.
Ahora llegamos al capítulo 4, el cual es la continuación del capítulo 3. La primera pregunta que se hizo acerca de la buscadora mientras ésta salía del desierto, no la contestó el Señor mismo, sino alguien más. Luego, en el capítulo 4, el Señor nos da Su respuesta. “¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! ¡Tus ojos son como palomas en medio de tus guedejas! Tus cabellos, como manada de cabras que bajan retozando las laderas de Galaad” (4:1). El Señor habla de su belleza, la cual se aprecia en sus ojos, pero ahora se menciona algo más. Sus ojos de paloma están en medio de sus guedejas. Creo que todos sabemos lo que son las guedejas. Las guedejas se refieren al cabello ensortijado, el cabello puesto en orden. Su cabello no está despeinado. Su belleza no sólo se ve en sus ojos, sino en sus ojos en medio de sus guedejas. Si nuestro cabello está despeinado, no podremos tenerlo ensortijado. El cabello necesita ser sometido a cierta disciplina, es decir, necesita ser peinado de cierta manera para que esté ensortijado.
En este versículo, aprecio mucho la puntuación de la versión en inglés King James, ya que después de la palabra guedejas, añade dos puntos, que significa “de la siguiente manera”. Esto indica que el resto del versículo describe cómo es su cabello. Es como manada de cabras que bajan retozando las laderas de Galaad. Debemos entender que esto es una figura poética. Es fácil entender esto si usted alguna vez ha visto una manada de cabras en una montaña. Yo vi esto en Escocia y en Nueva Zelanda. El versículo no dice que las cabras están dispersas en la montaña, sino que están juntas en manada. Ésta es la figura poética del cabello de la buscadora después de que ella llega a ser la corona. Su cabello ha sido disciplinado, peinado, en forma de sortijas o bucles, los cuales se asemejan a una manada de cabras en una montaña.
Ya vimos que los ojos representan el discernimiento espiritual; éste fue el primer cambio que vimos en la buscadora. ¿Qué significa el cabello? El cabello en la Biblia siempre se refiere a algo relacionado con la voluntad. Todas las “voluntades dispersas” han sido reunidas en bucles, de modo que se asemejan a una manada de cabras en una montaña. Una manada de cabras en una montaña nos presenta un cuadro de sumisión. Algunas de las cabras están en la parte más baja de la montaña, y otras en la parte de más arriba. Si ellas estuvieran en una llanura, no nos daría la impresión de sumisión; pero el hecho de que estén en una montaña nos presenta este cuadro de sumisión.
Las cabras no están dispersas, sino reunidas; tampoco están en una llanura, sino en la ladera de la montaña, lo cual nos presenta un cuadro de sumisión. Esto significa que al avanzar de una yegua a un palanquín, todas las “voluntades” de la buscadora han sido disciplinadas; han sido subyugadas y reunidas formando “bucles” de sumisión absoluta.
El capítulo 4 es la continuación del capítulo 3. Nos dice el secreto de cómo la buscadora obtuvo semejante progreso: su voluntad fue subyugada y disciplinada. Para el momento en que ella llegó a ser el vaso que transporta a Cristo, todas sus voluntades habían sido disciplinadas y reunidas, la cual nos presenta un cuadro de sumisión.
Ahora podemos entender a qué se refiere el Señor cuando dice: “¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! ¡Tus ojos son como palomas en medio de tus guedejas! Tus cabellos, como manada de cabras que bajan retozando las laderas de Galaad”. Su belleza no sólo se aprecia ahora en su discernimiento, sino en su discernimiento en medio de sus guedejas. Su belleza se ve en el hecho de que sus conceptos han cambiado en medio de su voluntad subyugada. No sólo vemos la renovación de su mente, sino también una voluntad subyugada. Esto es sumamente hermoso y precioso a los ojos del Señor. Anteriormente, ella sólo exhibía la belleza de la renovación de su mente, pero ahora también posee la belleza de una voluntad subyugada.
En los pasados cuarenta años he regresado muchas veces a Cantar de los cantares. He tenido muchas de las experiencias descritas en este libro, y he llegado a entender que no sólo nos habla de amor, sino también del sometimiento de la voluntad. A fin de experimentar una transformación completa, adecuada y cabal, es necesario que la voluntad sea subyugada. Cuanto más subyugada sea nuestra voluntad, más transformados seremos.
Muchos de nosotros amamos al Señor, pero aún nos aferramos a nuestra voluntad. Nuestros conceptos han cambiado y nuestra mente ha sido renovada, pero nuestra voluntad necesita ser subyugada. Muchos de nosotros somos demasiado obstinados, no sólo los hermanos, sino también las hermanas. El problema no está en nuestro corazón. Ciertamente amamos al Señor. Creo sin lugar a dudas que en los pasados meses, el Señor ha escuchado muchas voces que le dicen: “¡Señor Jesús, te amo!”. Pero en respuesta a estas voces, creo que el Señor diría: “Sí, yo sé que me amas, pero ¿qué dices acerca de tu voluntad?”. No es suficiente que nuestros conceptos cambien. Es necesario que avancemos más y permitamos que nuestra voluntad sea subyugada.
Como ya hemos mencionado, la discrepancia que notamos entre la buscadora y el Señor en el capítulo 2 se debía completamente a la voluntad férrea que ella tenía. El Señor le pidió que se levantara y fuera con Él, pero ella respondió diciendo que no estaba lista. En otras palabras, le estaba diciendo al Señor que lo que importaba no era Su voluntad, sino la voluntad de ella. Su voluntad era tan férrea que ella permitiría que el Señor se fuera con tal de que regresara cuando ella lo necesitara. Ella incluso le daba órdenes al Señor con su voluntad férrea. Por lo tanto, el Señor pasó un tiempo considerable disciplinándola en el desierto de su obstinada voluntad. Cuando nuestra voluntad no ha sido subyugada, sencillamente llega a ser un desierto para nosotros. Es cuando nuestra voluntad es completamente subyugada que verdaderamente entramos en la buena tierra.
El capítulo 3 nos habla de la madurez de la buscadora, y el capítulo 4 continúa describiéndonos cómo ella alcanzó esta etapa de madurez. Pero eso no es todo. Finalmente, el Señor dice que ella es Jerusalén. Ésta es la madurez de la que se habla en el capítulo 3 cuando ella llega a ser un palanquín. Un palanquín es una miniatura de la ciudad. La ciudad contiene al Señor de una manera plena, mientras que el palanquín sólo lo contiene en menor grado. Ésta es la madurez de la que se habla en el capítulo 3. Luego, el capítulo 4 nos dice que esta madurez se obtiene sólo mediante el sometimiento de la voluntad.
También debemos leer 4:4, que dice: “Tu cuello, como la torre de David, edificada para armería: de ella cuelgan mil escudos, escudos todos de valientes”. Aquí el Señor compara el cuello la buscadora con la torre de David. Ya vimos que el cabello representa nuestra voluntad, y sabemos que el cuello de una persona también representa su voluntad. La Biblia nos dice que aquellos que se rebelaban contra Dios son “duros de cerviz” (Éx. 32:9; Hch. 7:51). Así pues, el cuadro de las manadas de cabras que bajan por la montaña nos muestra que su voluntad ha sido subyugada; mientras que el cuadro de la torre de David nos muestra cuán fuerte había llegado a ser la voluntad de ella en resurrección. En primer lugar, nuestra voluntad tiene que ser subyugada; luego debe llegar a ser fuerte en resurrección. La voluntad natural tiene que ser sometida a esta disciplina; sólo entonces poseeremos una voluntad resucitada. La voluntad que ha sido crucificada y subyugada es como una manada de cabras que bajan retozando la ladera de una montaña, mientras que la voluntad que ha sido resucitada debe ser como la torre de David, edificada para armería. Una armería es el lugar donde se guardan las armas de combate.
¡Cuán poético es Cantar de los cantares! En primer lugar, nuestra voluntad tiene que ser subyugada; luego, en resurrección, ella será como la torre de David, la armería destinada a la guerra espiritual. Todas las armas que se usan en la guerra espiritual son guardadas en nuestra voluntad que ha sido subyugada y resucitada. Si nuestra voluntad jamás ha sido subyugada por el Señor, jamás podrá ser una armería fortificada en la que se pueden guardar todas las armas útiles para el combate espiritual. Las armas son mayormente defensivas, no ofensivas. No es tanto una cuestión de salir a combatir, sino más bien de mantenerse firmes y resistir. Los paveses y los escudos son armas que nos brindan protección y nos ayudan a estar firmes. En la guerra espiritual, mayormente adoptamos una posición defensiva y no tanto una postura ofensiva, pues debemos mantenernos firmes en contra de todos los ataques sutiles y malignos del enemigo. La mayoría de las piezas de la armadura mencionada en Efesios 6 son también armas defensivas. En realidad no necesitamos combatir, pues el Señor ya ganó la guerra.
Nosotros simplemente tenemos que mantenernos firmes y resistir todos los ataques del enemigo. Los paveses y los escudos, que nos protegen de las flechas del enemigo, están guardados en esta torre, la cual es la voluntad subyugada y resucitada de la que busca al Señor. En esto consiste la verdadera madurez en vida.
Una voluntad insumisa es, por un lado, obstinada, y por otro, débil. Cuando el enemigo ataca, la voluntad obstinada e insumisa siempre se rinde de manera incondicional. Todos sabemos esto por experiencia propia. Esto les sucede especialmente a las hermanas. Las hermanas que son reacias a sujetarse a otros, son las primeras en rendirse en cuanto el enemigo ataca. Pero si nuestra voluntad es una voluntad sumisa, una voluntad que ha sido subyugada y es semejante a manadas de cabras que bajan retozando la ladera de la montaña, entonces nuestra voluntad se manifestará como una torre de David. Cuando el enemigo ataque, nuestra voluntad será como la torre de David, que guarda toda clase de armas para resistir los ataques del enemigo.
Según el capítulo 3, el secreto de la madurez de la buscadora estriba en que su voluntad ha sido completamente subyugada y resucitada. De estas ocho figuras, la primera es la que posee la voluntad más férrea, mientras que la última ya no tiene voluntad propia. La yegua posee una voluntad sumamente férrea, pero ni el palanquín ni la corona poseen voluntad propia. Esto indica que ella ha sido despojada de su voluntad natural y ahora permanece firme en contra del enemigo sobre la base de su voluntad resucitada. De este modo, ella se asemeja a la torre de David, edificada para armería destinada a la guerra espiritual.