
Lectura bíblica: Cnt. 1:11; 3:6, 9, 10; 4:4a, 6, 12-16; 5:1; 6:2, 4
Debemos tener presente que el tema de todos estos capítulos de Cantar de los cantares es la vida y la edificación. Lo que importa no es solamente la vida, sino también la edificación. En los versículos arriba vemos algo de la edificación: “Zarcillos de oro te haremos, con incrustaciones de plata” (1:11). Este versículo viene después de que el Señor llama a su buscadora “yegua del carro del faraón”. Como hemos dicho, una yegua denota algo natural, algo que se es por nacimiento. En lo relacionado con la yegua, no vemos absolutamente nada de la edificación. Por lo tanto, el Señor promete hacer una labor en ella con oro y plata. Ella no tiene estos dos materiales por naturaleza. Ellos tienen que ser edificados en ella. De modo que aquí se nos da a entender que el Señor va a edificar algo en ella.
Todos los libros de las Escrituras fueron inspirados por Dios mismo. Vemos esto claramente en Cantar de los cantares. Ningún ser humano pudo haber escrito esta poesía con todas las aplicaciones espirituales que encontramos en este libro. Si no tuviésemos la experiencia y la luz de parte del Señor, aunque fuésemos expertos en el idioma y en la poesía de este libro, no creo que pudiéramos ver el verdadero significado. El verdadero significado tiene que ver con el tema de la edificación.
De 1:11, debemos avanzar a 3:9-10, los versículos que nos hablan del palanquín. Como vimos, está construido de madera, plata, oro y grana, e interiormente está decorado. El palanquín tiene una base de oro, así como la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén, la parte principal de la ciudad es de oro (Ap. 21:18). En aquella ciudad está el trono de Cristo el Rey. Esto coincide exactamente con el palanquín, pues tiene un asiento de grana, el cual representa la realeza del Señor. Todos estos materiales son para la edificación. El palanquín no es algo natural, pues es edificado con todos estos materiales.
El capítulo 4 dice que el cuello de la buscadora es semejante a la torre de David. La torre es una alta edificación, y esta edificación es hecha para armería. A estas alturas, es claro que la buscadora ya ha experimentado cierta medida de edificación. La vida viene primero, y luego la edificación. La vida tiene como finalidad la edificación, y la edificación es el producto de la vida.
Después de esto, la buscadora continúa mostrando progresos. Esto podemos verlo en 4:12-14: “Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía; fuente cerrada, sellado manantial, vergel [paraíso] de renuevos de granado, de frutos suaves, de flores de alheña y de nardos, nardo y azafrán, caña aromática y canela, árboles de olíbano y de mirra, áloes y las más aromáticas especias” [heb.]. Ahora el Señor compara a la buscadora con un huerto. Ella no sólo es un palanquín, sino también un huerto. El propósito de este huerto es principalmente el cultivo de ciertas plantas.
Esto concuerda con 1 Corintios 3:9, donde dice que somos la labranza de Dios y el edificio de Dios. La labranza de Dios denota lo mismo que el huerto. El crecimiento tiene como finalidad la edificación. Lo que es cultivado en la labranza redunda en la edificación de la casa de Dios. La buscadora no sólo ha llegado a ser un palanquín donde Cristo puede transportarse, sino también un huerto donde crecen muchísimas especias. Finalmente, dice que este huerto es “un paraíso” (véase New Translation de Darby y la nota de la versión American Standard).
Todo lo que crece en este huerto es para la satisfacción y disfrute del Señor. Cantar de los cantares empieza describiendo cómo la buscadora come, bebe y se deleita, pero ahora el disfrute le corresponde al Señor. En los capítulos 1 y 2, la buscadora come del fruto del manzano y bebe vino en la sala de banquetes. Pero ahora, el Señor come de los frutos del huerto, y bebe el vino y la leche para Su deleite. “He venido a mi huerto [heb.], hermana, esposa mía; he recogido mi mirra y mis aromas, he comido mi panal y mi miel, mi vino y mi leche he bebido” (5:1).
En el capítulo 6 vemos la última figura que el Señor usa para describir a la buscadora. “Amada mía, eres bella como Tirsa, deseable como Jerusalén, imponente como ejércitos con banderas [heb.]” (v. 4). Así que, tenemos el huerto y la ciudad. Tirsa era la antigua capital del rey (1 R. 14:17; 16:17-18), y Jerusalén es la ciudad santa de Dios (Sal. 48:1-2). Por lo tanto, la última figura ciertamente está relacionada con la edificación. Ahora tenemos diez figuras; las primeras ocho y ahora el huerto y la ciudad.
Además de estas diez figuras, tenemos dos más: el manantial y la fuente. Sin embargo, por el momento no vamos a hablar sobre estas dos. De todos modos, queda claro que el Señor Jesús principalmente usó estas diez figuras para describir a esta buscadora. Ya estamos bastante familiarizados con las primeras ocho figuras; ahora debemos examinar las dos últimas.
El huerto y la ciudad abarcan toda la Biblia de principio a fin. La Biblia empieza con un huerto y termina con una ciudad. En los primeros dos capítulos de la Biblia, se menciona un huerto; y en los últimos dos, tenemos la ciudad. En Cantar de los cantares, el huerto y la ciudad representan a la persona misma de la buscadora del Señor. Ahora, ella cumple cabalmente con la norma de la voluntad eterna de Dios. La Biblia nos revela que la voluntad eterna de Dios es primero el huerto y por último la ciudad. A esto se debe que este libro sea tan maravilloso. En este libro, la buscadora del Señor llega a ser un huerto y una ciudad. Por este motivo dijimos que este libro, Cantar de los cantares, abarca toda la Biblia. Realmente se requiere toda la Biblia para describir a esta buscadora, pues la Biblia comienza hablándonos del huerto y concluye hablándonos de la ciudad. Ahora, ella es el huerto y la ciudad. Pero eso no es todo. El nombre del huerto es Paraíso, y el nombre de la ciudad es Jerusalén. Esto demuestra que la Biblia fue divinamente inspirada. Ninguna mente humana podría haber escrito un libro que concuerda tanto con la vida actual de iglesia. ¿Cómo supo Salomón de estas cosas? ¿Quién le habló acerca de la vida y la edificación? Aun así, él escribió todo esto hace dos mil quinientos años. ¡Alabado sea el Señor! ¡Él nos ha abierto este libro!
Casi toda enseñanza y edificación impartida por el cristianismo está orientada al cristiano como individuo. Todos procuran ser espirituales individualmente, y la gran mayoría de los maestros de la Biblia se esfuerzan por ayudar a los demás a ser espirituales en términos individuales. Sin embargo, la Biblia en su totalidad nos muestra que nuestra espiritualidad no debiera ser individualista. Toda nuestra espiritualidad debe tener como objetivo la edificación. Algunos de los hermanos que se reúnen con nosotros son carpinteros que han ayudado en la construcción de casas y edificios. Ellos saben que ninguno de los materiales de construcción existe para sí mismo, sino para el edificio corporativo. Yo nunca escuché nada en el cristianismo acerca del edificio corporativo. Pero sí escuché mucho de esto del hermano Watchman Nee. Por más de tres años, de 1939 a 1942, él habló continuamente sobre el tema de la edificación. En aquel tiempo el Señor nos abrió los primeros dos capítulos de la Biblia y los últimos dos capítulos. La edificación en la Biblia llegó a ser un tema muy claro para nosotros. Pero hoy en día es raro escuchar un mensaje en el cristianismo acerca de la necesidad de ser edificados como un Cuerpo corporativo. Quiera el Señor darnos ojos de paloma para que tengamos la percepción espiritual de modo que veamos que la espiritualidad no es algo que simplemente se aplica a individuos. La espiritualidad es para la edificación de la ciudad corporativa.
La progresión de la edificación se ve claramente en estas diez figuras. Primero, tenemos la yegua, luego los ojos de paloma, el lirio y la paloma. Después de cierto periodo de tiempo tenemos las columnas de humo. Esta figura de las columnas alude a la edificación. Luego, de las columnas pasamos a las figuras de la litera y el palanquín. El palanquín es edificado con ciertos materiales. Después de esto, viene la corona. Todas estas ocho figuras conforman un grupo en la primera sección de este libro. Las figuras que dan conclusión a este grupo son el palanquín que le permite al Señor llevar a cabo Su mover, y la corona que es para gloria del Señor. ¡Esto es verdaderamente admirable y maravilloso! Pareciera que la buscadora ha llegado a un punto culminante y no necesita nada más. Si yo fuera el escritor de este libro, probablemente habría terminado aquí. Al parecer basta con que tengamos el palanquín y la corona. Sin embargo, si esto es todo lo que tenemos, todo ello —la espiritualidad, la santidad y la madurez en vida— serían sólo de índole individual. Todo ello se aplicarían únicamente al creyente como individuo.
Debemos entender que este libro se divide en dos secciones. Las primeras ocho figuras que componen la primera sección describen y presentan un cuadro de la buscadora hasta la corona. En la segunda sección, el Señor usa dos figuras más para describir a esta maravillosa persona: un huerto y una ciudad. ¡Esto es maravilloso! Si sólo tuviéramos las figuras desde la yegua hasta la corona, sólo tendríamos piezas y partes de las Escrituras, mas no la Biblia completa. Pero cuando llegamos a la última sección del libro, esta buscadora maravillosa llega a ser el huerto y la ciudad. Ahora, ella encaja con el resto de la Biblia en su conjunto; podemos aplicar toda la Biblia, de principio a fin, a esta persona. Podemos verla en el huerto en Génesis 1 y 2, y también en la Nueva Jerusalén en Apocalipsis 21 y 22. Ella es tanto el huerto como la ciudad. Esto ya no es un asunto que sólo se aplica a una persona o individuo, sino que más bien alude a un aspecto corporativo. Un huerto es un lugar donde se cultiva, y una ciudad es una entidad edificada.
Ciertamente es maravilloso que lleguemos a ser el palanquín y la corona del Señor. Sin embargo, debemos avanzar hasta ser el huerto. Debemos cultivar todas las especias, las cuales son los atributos de Cristo, los dulces aspectos de la persona del Señor. El cálamo, la canela, los áloes, la mirra y el olíbano, la granada y la flor de alheña son, todos ellos, diversos aspectos de la persona y obra del Señor. En la primera parte de este libro, el Señor Jesús era la flor de alheña para la buscadora. Por eso, ella exclama: “Ramo de flores de alheña [...] es Mi amado para mí”. Pero ahora es ella quien cultiva flores de alheña para el Señor. Él era la flor de alheña para ella, y ahora ella cultiva para Él flores de alheña. Él era el disfrute de ella, pero ahora lo que Él es se ha forjado en el ser de esta buscadora y ahora ella se dedica a cultivarlo a fin de devolvérselo a Él para Su disfrute. ¡Esto es verdaderamente maravilloso! Y todo cuanto produce este huerto sirve de material para la edificación de la ciudad. El cultivo tiene como finalidad la edificación. Nosotros somos la labranza de Dios, donde se cultivan los materiales útiles para la edificación de la casa de Dios. A esto se debe que seamos tanto el huerto como la ciudad. Tenemos que cultivar todos los materiales para la edificación de la ciudad. Así pues, vemos que el libro entero trata sobre la vida y la edificación. Al final, la buscadora llega a ser una ciudad. Ésta es la última figura usada por el Señor para describir a Su novia. La ciudad, la Nueva Jerusalén, es llamada la novia del Cordero (Ap. 21:9).
Ahora debemos regresar y ver algunos puntos acerca del avance, el progreso y el crecimiento de la buscadora. En el capítulo 2 ella dijo: “Mientras despunta el día y huyen las sombras”. Sabemos que esto realmente sucedió. Ella experimentó un amanecer y aparentemente todas sus sombras habían desaparecido. Ella llegó a un punto en el que llegó a ser el palanquín y la corona del Señor. Sin embargo, en los siguientes capítulos ella dijo lo mismo nuevamente. “Mientras despunta el día y huyen las sombras, me iré al monte de la mirra, a la colina del olíbano [heb.]” (4:6). Independientemente de cuánto nosotros la apreciemos como el palanquín y la corona, ella misma todavía percibía la presencia de ciertas tinieblas, pues las sombras aún permanecían. En cierto sentido ya había amanecido, pero en otro sentido no. Esto demuestra que el palanquín y la corona no son la consumación de la vida cristiana. La vida cristiana debe avanzar hasta que se obtenga el edificio. El edificio es el resultado consumado de todas las experiencias espirituales. Sin embargo, por elevadas que sean nuestras experiencias, mientras no lleguemos al edificio, seguiremos carentes. Por esta razón, ella todavía percibía sombras en su vida.
¿Qué debe hacer ella? Ella dice que irá al monte de la mirra y a la colina del olíbano. La mirra y el olíbano la habían transformado de tal modo que su condición natural quedó atrás y ella se convirtió en el palanquín y la corona de Cristo, y ella está segura de que estas cosas la ayudarán a avanzar. Sin embargo, esta vez ella necesita disfrutar no sólo de un poco de mirra, sino de un monte de mirra. Asimismo, no sólo necesita una pequeña cantidad de olíbano, sino una colina. Ella cree haber experimentado la muerte y la resurrección de Cristo en cierta medida. Pero siente que necesita experimentar esto más, y que incluso necesita permanecer en la muerte de Cristo y en la resurrección de Cristo. La muerte de Cristo debe ser un monte para ella, y la resurrección de Cristo debe ser una colina para ella. Lo que ella ahora necesita no es una pequeña cantidad, sino un monte y una colina. Así que, ella siente que debe ir y permanecer allí. Fue así como ella fue forjada en el edificio. En 3:6 ella fue perfumada de mirra y olíbano, pero en 4:6 ella se va al monte de la mirra y a la colina del olíbano. Cuando comparamos 3:6 y 4:6, vemos la diferencia. Ella ha salido del desierto al ser perfumada de mirra y de olíbano, pero aún percibe que algunas sombras no han desaparecido del todo. Así que, decide ir al monte de la mirra y permanecer allí. También va a la colina del olíbano y se queda allí hasta que el día despunta y huyen las sombras. Al permanecer en el monte de la mirra y en la colina del olíbano, algo del edificio de Dios se forja completamente en ella, de modo que ella es forjada completamente en el edificio de Dios. Es así como ella llega a ser el huerto y luego la ciudad.
Es al llegar a esta etapa que el Señor la compara con un huerto, y ella también se percata de que es un huerto. Así que, ella invita al Señor Jesús a que venga al huerto, que es ella misma, y Él viene. “¡Venga mi amado a su huerto [heb.] y coma de sus dulces frutos!” (4:16). “He venido a mi huerto [heb.], hermana, esposa mía” (5:1). El Señor Jesús viene a ella, quien es Su huerto, y disfruta de todos sus dulces frutos. Ahora ella no sólo es un palanquín para el mover del Señor y una corona en la cual Él se gloría, sino también un huerto donde crece algo para Su satisfacción. Todas las especias que crecen en el huerto son para la satisfacción del Señor y son los materiales útiles para la edificación de la ciudad.
En este libro se narran muchas ocasiones en que la amada busca al Señor, lo halla y es satisfecha. Al menos en cuatro o cinco ocasiones la buscadora empieza nuevamente a buscar al Señor. Ella después halla lo que busca y es satisfecha. Cada vez que encuentra satisfacción, ella crece y se genera en ella una nueva búsqueda. Ella llega a ser el palanquín y la corona, y en cierto sentido, es completamente satisfecha. Supongamos que usted alcanzara esta etapa y llegara a ser el palanquín y la corona del Señor Jesús. Estoy seguro de que exclamaría: “¡Aleluya! ¡Ésta es la satisfacción más plena!”. Sin embargo, aún queda algo más por delante, que es mucho mejor. Debemos avanzar de la etapa de la corona y ser un huerto para cultivar algo para Él. Entonces el Señor hallará algo en nosotros que le proporcionará disfrute y satisfacción. No se trata solamente de que seamos una corona para que Él se gloríe; pues, además de esto, debemos cultivar algo que el Señor Jesús pueda comer y disfrutar. En otras palabras, debemos producir algunos materiales para la edificación. Somos la labranza de Dios y el edificio de Dios. Somos el huerto y también la ciudad. Es a partir del huerto que la ciudad es edificada.
Cuando la buscadora llega a ser la ciudad, ella es también un ejército. Ya dijimos que la décima figura es la última, pero además de esta tenemos una más: el ejército. “Amada mía, eres bella como Tirsa, deseable como Jerusalén, imponente como ejércitos con banderas [heb.]”. ¿Por qué decimos que la décima figura es la última, pero que después de ésta viene una onceava figura? Es debido a que la décima figura es la onceava, y la onceava es la décima. Cuando llegamos a ser una ciudad para el Señor, somos un ejército para el enemigo. Ya no somos simplemente una armadura como en el pasado (4:4). Una armadura es útil para uno defenderse, mientras que el ejército nos habla del ataque ofensivo. No es sólo cuestión de defender el reino, sino también de pelear por el reino. Para el Señor, ella es bella e, incluso, tan bella como Jerusalén. Pero para el enemigo, ella es imponente como ejércitos con banderas. Todos sabemos que un ejército con banderas denota victoria. Ella no está desprovista de banderas. Esto significa que ya ha ganado la victoria. ¡Con razón ella es tan imponente y temible para el enemigo!
En primer lugar, tenemos la armadura para poder defendernos en la batalla. Pero ahora, la buscadora se ha convertido en un ejército que marcha celebrando el triunfo y la victoria. La palabra hebrea traducida “ejército” en este versículo está en plural; es por eso que algunas de las mejores versiones dicen que ella es las huestes, las tropas. No es solamente una tropa, sino muchas tropas con banderas. Ella ha llegado a ser este maravilloso ejército de combate, estas tropas, que tienen banderas de victoria. Nunca podemos separar la edificación de la batalla espiritual. Dondequiera que la edificación se esté llevando a cabo, allí se libra la batalla. Todos podemos recordar el relato de Nehemías: con una mano trabajaban en la obra y con la otra sostenían la espada para la batalla (Neh. 4:17). Mientras edificaban, estaban peleando la batalla. La batalla siempre acompaña a la edificación, y la edificación siempre nos permite obtener la victoria en la batalla. Ésta es la consumación de la vida cristiana. Ésta es la máxima consumación que puede alcanzar la buscadora del Señor. Ella es ahora una ciudad, la cual a su vez es un ejército.
En Ezequiel 37:2-10 leemos acerca de lo mismo. Después de que el aliento de vida entró en todos los huesos secos, éstos cobraron vida y fueron edificados para ser la habitación de Dios. Al mismo tiempo fueron formados como ejército. La edificación es siempre un ejército. Si no hay un enemigo, no es necesario edificar una ciudad. En la historia de la humanidad, la ciudad llegó a existir debido a los ataques de los enemigos. La ciudad es la morada de Dios, pero también es el ejército que combate contra el enemigo.
El cristianismo hoy está muy carente en todos estos asuntos. Es por ello que el Señor aún no ha podido regresar. ¿Cómo podría regresar sin que estas cosas sean recobradas y sean una realidad entre Su pueblo en la tierra? Esto es lo que el Señor está haciendo en Su recobro, y es por ello que decimos que no se trata de un recobro de doctrinas. Es el recobro de la vida y la edificación. Ésta es la obra que Él comenzó en Génesis 1. Aunque el enemigo ha hecho todo lo posible por estorbarlo, él no podrá detener el recobro del Señor. ¡Hoy el Señor va a recobrar la vida y la edificación!
Hoy se está librando una verdadera batalla por causa del recobro del Señor. Algunos pensarán que han sido llamados a esto o a aquello. Pero éstas son sólo cosas tradicionales. Todos hemos sido llamados a participar del recobro del Señor. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros a fin de que veamos cuál es la obra divina de recobro que Él está llevando a cabo, y la carencia que hay en el cristianismo actual.
Amar al Señor Jesús no significa laborar para Él. Esto no tiene ningún valor para el Señor Jesús. Si no cree esto hoy, algún día lo creerá. Pero entonces será demasiado tarde. Lo que importa no es que nosotros obremos para Él, sino que Él obre en nosotros. No debemos ser simplemente Sus obreros, sino Su obra (Ef. 2:10). Debemos absorber al Señor para que Él pueda perfumarnos y transformarnos. Entonces avanzaremos de una figura a la otra y llegaremos a la etapa representada por el palanquín y la corona. Sin embargo, después de esto aún tendremos que avanzar hasta ser el huerto y la ciudad. ¡Quiera el Señor tener misericordia de nosotros y llevarnos hasta esta consumación! La vida y la edificación son los dos puntos principales del recobro del Señor. Es por ello que debemos procurar llegar a ser el huerto y la ciudad.
Para el Señor somos un huerto, De donde emanan las especias; Todos los preciosos frutos de Jesús Crecen en este huerto.
Nardo, azafrán, flor de alheña, Canela y caña aromática, Olíbano y mirra y áloes; Oh Señor, queremos cultivarte así.
Oh Señor, ven a Tu huerto, Ven, Amado, ven y come Lo que desees para Tu satisfacción, Come de Tu fruto, rico y abundante.
“Sí”, dijiste Tú, “He comido Mi panal y miel pura”. Todas las especias de Tu huerto, Te agradan a Ti, Señor.
Todos los frutos del huerto Están llenos de resurrección Para que el Señor pueda obtener la ciudad Y frutos de resurrección edificar.
Del huerto a la ciudad, todo cuanto crece Es transformado en piedras preciosas; Cristo es así expresado y reflejado, Y Dios es manifestado en plena gloria.
Ahora la ciudad, bella y hermosa Como el alba, triunfantemente, Es un ejército fuerte y poderoso Que marcha victoriosamente.
Ved la ciudad y el ejército; Santos transformados en unanimidad. Ver esto le causa pavor al diablo, ¡Pero es muy hermoso para el Señor!