
Este libro se compone de los mensajes dados por el hermano Witness Lee en Los Angeles California, en el verano de 1965.
En segundo lugar, en vez de servir conforme a la tradición y la religión, Pablo ahora servía espiritualmente. En Romanos 1:9 él afirma: “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de Su Hijo...”
¿Puede usted distinguir la diferencia que existe entre lo que es tradicional y religioso y lo que es espiritual? Todo aquello que no sea hecho en el espíritu, sino conforme a lo aprendido en el pasado, es un servicio realizado según la tradición y la religión. Debemos aprender a servir no conforme a las experiancias pasadas, sino en nuestro espíritu. Esto significa que al servir no debemos imitar a otros ni repetir lo que hacíamos antes. Si laboramos igual que en el pasado, nuestro servicio se volverá religioso y tradicional. Necesitamos tener una relación fresca y nueva con el Señor en nuestro espíritu. Pero si insistimos en servir al Señor según lo que aprendimos en el pasado, tal servicio será tradicional y religioso. Al servir, debemos ejercitar nuestro espíritu, y no apoyarnos en lo viejo y obsoleto.
Después de haber sido salvo, Pablo servía en espíritu, y no conforme al conocimiento de la letra de las Escrituras. En Romanos 2:29 él dice: “Sino que es judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra”. Esto indica que debemos servir no según la letra, sino conforme al espíritu. Al respecto, 2 Corintios 3:6 afirma que los ministros del nuevo pacto son ministros “no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica”.
¿Qué es lo opuesto de servir con la actitud de una persona que se justifica a sí misma? Lo opuesto a esto es servir dependiendo sólo de Cristo. Cuando no tenemos la visión celestial, confiamos en nuestra propia justicia. Pero cuando hemos recibido la visión celestial, ya no confiamos en nuestra propia justicia, sino únicamente en Cristo. Entonces servimos confiando sólo en El, y no asidos de nuestra propia justicia.
Lo contrario a servir confiados en nosotros mismos, es servir en fe y con fe. Una persona que sirve a Dios sin tener la visión, sirve de manera natural, poniendo toda su confianza en sí misma. Los que por naturaleza son fuertes en sí mismos, no necesitan fe. De hecho, una persona natural no puede tener fe; por el contrario, confía en sí misma. Pero cuando tenemos la visión, servimos a Dios, no confiados en nosotros, sino con fe y en fe.
Servir con entusiasmo no es servir con fervor. El que sirve a Dios fervientemente no es entusiasta en sí mismo, sino que es ferviente, pues arde interiormente en el Espíritu Santo.
¿Qué es lo opuesto de servir a Dios con un propósito? En lugar de servir con un propósito fijo, debemos servirle dirigidos por el Señor. Siempre que hagamos algo con un propósito definido, estaremos actuando como los políticos, quienes actúan con un propósito bien definido. Cuanto más actuemos de acuerdo con una intención particular, más políticos seremos. Si no contamos con la dirección del Señor para ir a determinado lugar, y aún así vamos allá para cumplir algún propósito específico, estaremos sirviendo de un modo natural y religioso.
Supongamos que uno hace un viaje hacia el Lejano Oriente. Si va con un propósito particular, irá como un político. Si alguien le pregunta cuál es el motivo de su viaje, debería decir: “Mi viaje al Lejano Oriente es motivado por el Señor. No voy allá obedeciendo a ningún objetivo particular; voy guiado por el propio Señor”.
Es difícil distinguir entre lo que es tener cierta dirección y tener propósito definido. Probablemente se pueda decir que cuando uno tiene una dirección, tiene un propósito. Aun si éste fuera el caso, uno no debe actuar conforme al propósito, sino regido por la dirección del Señor. En el libro de Hechos se relata cómo los apóstoles, los enviados, salieron; pero es difícil ver cuál era su propósito al salir. Ellos simplemente eran guiados por el Señor. No tenían un propósito determinado; sólo contaban con la dirección del Señor. Tomemos el ejemplo de Felipe en Hechos 8:26-39. El Espíritu Santo lo guió a visitar al eunuco etíope (v. 29). Felipe no tenía de antemano un objetivo particular; simplemente siguió la dirección del Señor. Antes de visitar al eunuco, Felipe no tenía idea de lo que sucedería. Su visita al eunuco no se debió a ningún propósito premeditado, sino que se realizó absolutamente por la guía del Señor.
La visión es muy necesaria, y deberíamos orar mucho para obtenerla. No basta con aprender la forma en que debemos servir. Si sólo aprendemos a laborar, lo que aprendamos será tradicional y religioso. Ciertamente es positivo que aprendamos ciertas cosas, pero de todos modos, necesitamos la visión para que transforme lo aprendido en algo útil.
Quisiera animarlos a que oren al Señor pidiéndole que les revele ciertas visiones. Primero que nada, necesitamos la visión de Cristo. Todos necesitamos ver a Cristo, no simplemente tener conocimiento acerca de El. Además, necesitamos la visión de la iglesia, la visión del Cuerpo, la visión del yo y la visión del mundo. Con respecto al yo, necesitamos una visión que lo ponga en evidencia.
Podemos adquirir mucho conocimiento acerca de Cristo, la iglesia, el Cuerpo, el yo y el mundo; pero el simple conocimiento de estos asuntos no tiene mucho valor. Por ejemplo, una persona pecaminosa puede tener mucho conocimiento acerca del evangelio, y aún así, no ser salva. Solamente cuando el conocimiento del pecador se convierte en una visión, puede ser salvo. Lo que salva es la visión, no el conocimiento. Es posible que se le haya dicho cuán pecador es, y cuán maligno es su corazón, e inclusive otros pueden hacerle notar sus defectos, sin que tenga tal convicción. El puede saber mucho acerca de estas cosas, y aún así no ser salvo. Esto se debe a que aún no ha recibido la visión. Pero un día, la visión viene a él, y finalmente llega a ser salvo.
El principio es el mismo al escuchar acerca de Cristo, de la iglesia, del Cuerpo, del yo y del mundo. Sólo cuando poseemos la visión de todos estos elementos, obtenemos la realidad de lo que hemos escuchado. Una vez que tenemos la realidad, somos liberados.
Examinemos ahora algunos aspectos de la visión de Cristo.
Necesitamos la visión de Cristo para ver que El es el centro del plan eterno de Dios. Además, El es el centro de todo lo relacionado con Dios.
Cristo es la corporificación misma del Dios Triuno (Col. 2:9). Aunque sabemos esto, reconocemos que hay una gran diferencia entre saber esto, y tener la visión de Cristo como la corporificación del Dios Triuno.
Colosenses 1:15-18 revela que Cristo debe tener el primer lugar, la preeminencia, en todo.
Necesitamos ver claramente que Cristo debe ser la esencia y substancia de nuestro andar diario. Esto quiere decir que la esencia de nuestra vida diaria no es la humildad ni la paciencia, amor, bondad, ni el buen comportamiento. Más bien, la esencia de todas estas virtudes debe ser Cristo mismo. La esencia de nuestra humildad, paciencia, amor, bondad y de nuestra buena conducta debe ser Cristo mismo. Todos necesitamos esta visión.
Si recibimos la visión de Cristo, nunca más animaremos a otros a esforzarse por ser humildes, pacientes, amorosos y bondadosos aparte de Cristo, ni les ayudaremos a ser buenos sin El. En lugar de esto, les ministraremos a Cristo, dándoles testimonio que El es la esencia y la substancia de nuestra vida diaria, que El es nuestra verdadera humildad, paciencia, amor, bondad y rectitud.
Cristo también debe ser la realidad de nuestro servicio y de nuestro ministerio. No importa qué servicio realicemos ni qué ministerio tengamos, la realidad de ese servicio y de ese ministerio debe ser Cristo. No debemos ministrar conocimiento, normas ni dones, solamente debemos ministrar a Cristo.
No es fácil ministrar solamente Cristo. Procuremos no ministrar conocimiento ni normas ni dones. Si tratamos de hacerlo, tal vez descubramos que no tenemos nada más que ministrar; pues nuestro ministerio está lleno de conocimiento, ceremonias y dones; así que si abandonamos estas cosas, no nos quedará nada para ministrar. Les insto a que pongamos a prueba nuestro servicio de ésta manera.
Cristo es la realidad de nuestro ministerio y servicio, lo cual implica que El es la realidad del evangelio. Cuando anunciamos el evangelio a los pecadores, debemos tener a Cristo como realidad del mismo. Esto significa que no debemos simplemente predicar el evangelio, sino que debemos anunciarlo con Cristo como su realidad. Cristo mismo es el evangelio, así que El debe ser el contenido de nuestra predicación.
Necesitamos la visión de Cristo como la realidad de nuestro ministerio. Sólo con esta visión podemos comprender que nuestro ministerio debe estar constituido de El. Si visito a un hermano para tener comunión con él, no sólo debo llevar el conocimiento de la Palabra, sino también a Cristo como la realidad de esa comunión. El conocimiento de la Palabra debe ser únicamente el medio o canal por el cual Cristo es impartido a este querido hermano.
El conocimiento, los formalismos y los dones sólo deben ser medios por los cuales impartimos a Cristo a los demás. Podríamos decir que tales cosas son la “envoltura” que se usa para “empacar” a Cristo; y así, en diversas presentaciones, ofrecemos el verdadero contenido que es Cristo. Supongamos que compra un diamante, el cual viene en un estuche, y a la vez, viene envuelto en papel de regalo. Ni el estuche ni el papel son la realidad del diamante adquirido. La realidad de la envoltura y del estuche es el diamante. Si uno se deshace de “la envoltura” y “el estuche”, tendrá el diamante. Sin embargo, en muchos “ministerios” de hoy; una vez que se elimina la envoltura de sus enseñanzas, sus prácticas y sus dones, no queda nada. No existe ningún diamante. Debido a que ésta es la situación, les insisto que necesitamos la visión de Cristo como la realidad de nuestro servicio y ministerio.
Cristo debe ser la expresión de la vida de iglesia. La vida de iglesia no es otra cosa que Cristo mismo; por lo tanto, ésta no debe expresar nada que no sea Cristo. La vida de iglesia no se centra en el conocimiento, las normas, los dones ni los formalismos, sino sólo en Cristo. Ella debe ser la expresión de Cristo.
Cristo es el centro de todo lo que se relaciona con Dios; es la corporificación del Dios Triuno y, como tal, debe tener la preeminencia, el primer lugar, en todo. Además debe ser la esencia y la sustancia de nuestro andar diario, y la realidad de nuestro ministerio y servicio. Finalmente, Cristo debe ser la expresión de la iglesia. Necesitamos orar pidiendo que recibamos la visión de Cristo en todos estos aspectos.
Podríamos preguntarnos qué diferencia existe entre la visión y el conocimiento. Una visión es algo que nos cautiva, mientras que el conocimiento es algo que tenemos que recordar.
La primera vez que llegué a Los Angeles, en 1958, un amigo me invitó a un observatorio que está ubicado en la cima de una colina, para mostrarme una vista panorámica de la ciudad. Nunca olvidaré la impresión que me causó la ciudad de Los Angeles mientras la contemplaba desde lo alto; me cautivó esa visión. Pero supongamos que mi amigo sólo me hubiera hablado acerca de la ciudad de Los Angeles, describiéndome las calles y lo bella que se ve esta ciudad de noche. En poco tiempo habría olvidado sus palabras. Sin embargo, no puedo olvidar la visión que tuve de la ciudad de Los Angeles desde aquel observatorio. Este ejemplo muestra la diferencia que existe entre recibir una visión y simplemente adquirir cierto conocimiento.
Necesitamos orar para que el Señor nos conceda la visión de Cristo. Necesitamos que todo el conocimiento que hemos recibido acerca de Cristo se convierta en una visión. Debemos ver que El es el centro del plan eterno de Dios y de todo lo relacionado con Dios, y que El es la corporificación misma del Dios Triuno. Es necesario entender que Cristo debe tener la preeminencia en todo, que El debe ser la esencia de nuestro andar diario, que debe ser la realidad de nuestro ministerio y servicio, y que, por lo tanto, sólo se debe expresar a Cristo en la vida de iglesia. Una vez que hayamos sido cautivados por la visión de Cristo, dejaremos de mirar todo lo demás. Entonces, sólo tendremos a Cristo, y nunca más nos interesará predicar simples doctrinas ni conocimiento.
Cuando se tiene la visión de Cristo, la Biblia se convierte en un libro cuyo único tema es Cristo. Antes de haber recibido esta visión, la Biblia no era un libro acerca de Cristo, sino acerca de otros temas, particularmente de doctrinas y enseñanzas. Al leer la Biblia aprendíamos muchas cosas, mas no obteníamos a Cristo. Pero una vez que recibimos la visión de Cristo y somos cautivados y ocupados por El, al volver a la Biblia, vemos únicamente a Cristo, y sólo nos importa El.
Muchos me han dicho que hablo demasiado acerca de Cristo y que debería ser más equilibrado y abordar también otros temas. A los que dicen esto, les respondería: “Hermano, no hables así. Eres tú el que necesita ser equilibrado, pues hablas demasiado de otros temas que no son Cristo. Tal vez yo no tengo las envolturas ni el estuche, sino sólo el diamante, por eso es lo único que exhibo; pero tú sólo tienes la envoltura y el estuche vacío. No me digas que necesito las envolturas y el estuche; más bien, tú necesitas el diamante”.
Debido a que existen muchas cosas que reemplazan a Cristo, necesitamos ser restaurados radicalmente para Cristo. Necesitamos la visión de Cristo; así que debemos acudir al Señor, y decirle: “Señor, concédeme la visión de Cristo”.