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Mensajes del libro «Visión celestial, La»
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CAPITULO TRES

LA VISION DEL CUERPO

  Lectura bíblica: Ro. 12:1-2; 1 Co. 12:12-27; Ef. 4:16

  Oración: “Señor, cuánto te agradecemos por esta hora preciosa en la que nos permites aprender la manera de practicar Tu recobro. Oh Señor, Tú sabes que nuestro corazón está lleno de gratitud por Tu misericordia y Tu gracia. Nos inclinamos ante Ti para confesar que aún somos pecadores, que todavía estamos en nuestra vieja naturaleza y que permanecemos demasiado en nuestro yo. ¡Cuán llenos estamos aún de afanes egoístas, de intereses propios y de preocupación por nosotros mismos! Señor, ¡cuánto necesitamos que nos laves! No tenemos mérito ni nada bueno en que apoyarnos. Pero tenemos Tu sangre como nuestra cubierta y apoyo. Señor, concédenos una palabra viva con la cual hablar acerca de Tu misterio, el Cuerpo de Cristo, y concédenos la gracia interior que requerimos para abordar este tema. ¡Cuánto te necesitamos como la gracia interior! Señor, atráenos a amarte. Atráenos a Ti, de tal manera, que seamos uno contigo y podamos ser edificados como Tu Cuerpo viviente. Señor, líbranos de tantos elementos que nos distraen y de aquello que nos estorba; y líbranos de nuestro yo, para que seamos uno en Espíritu. Señor, Tú sabes que somos débiles. Nos volvemos a Ti esperando Tu ayuda. Oramos en Tu precioso nombre”.

  En este capítulo llegamos a la tercera visión, la visión del Cuerpo. Pero antes de examinar esta visión, repasemos lo que ya vimos con respecto a la visión de Cristo y de la iglesia.

DE LA TRADICION A LA VISION

  Vimos que el servicio, la labor y el ministerio dignos de ofrecerse al Señor, provienen de haber recibido la visión celestial, y que no deberían ser algo tradicional, religioso ni natural. En el primer capítulo hicimos notar que en la primera etapa de la vida de Pablo, él llevó a cabo su servicio conforme a la tradición y a la religión, sin visión alguna. El tenía la confianza de estar sirviendo a Dios, pero realmente servía conforme a la letra, al conocimiento, a la enseñanza y a los preceptos del Antiguo Testamento. Pero después de haber recibido la visión celestial, su servicio, su labor y su ministerio pasaron del ámbito de la tradición al de la visión. Desde entonces, Pablo no sirvió conforme a las tradiciones de sus antepasados, ni según el conocimiento ni los preceptos; sino de acuerdo con la visión celestial, una visión viva y vigente. En Gálatas 2, vemos que Pablo subió a Jerusalén, no debido a alguna orden que recibiera, sino por revelación, dirigido por una visión. El había visto algo, y eso lo impulsó a subir a Jerusalén. En sus epístolas podemos ver que Pablo era una persona llena de visiones.

CAUTIVADOS POR LA VISION DE CRISTO

  La primera de estas visiones es la visión de Cristo. Tener la visión de Cristo es ver que Cristo es la corporificación del Dios Triuno y el centro de todo lo relacionado con Dios. Cristo es el centro del plan de Dios, de Su propósito eterno. Cristo también es el centro de la obra de Dios, de la creación y de la redención. Además, El es el centro de todo lo que Dios planeó, así que Cristo debe tener la preeminencia en todo; debe ocupar el primer lugar en todas las cosas. Necesitamos aplicar este Cristo a nuestra vida, a nuestro ministerio y a nuestra vida de iglesia. Cristo debe ser la esencia y substancia de nuestro andar cristiano, y la realidad de nuestra obra, nuestro servicio y ministerio. Nuestro ministerio debe ser Cristo, debe estar lleno de El. Aún más, Cristo debe ser el contenido y la expresión de la vida de iglesia. La iglesia no debe expresar nada que no sea el Cristo que lo es todo. Necesitamos tal visión de Cristo.

  A fin de recibir la visión de Cristo es necesario orar fervientemente. Probablemente requiera clamar al Señor diariamente, diciéndole: “Señor, revélame Tu persona; ¡que pueda ver! Señor, no sólo necesito conocer, sino también ver. Necesito que la visión de Tu persona deje una profunda impresión en mi ser”. Gradualmente una especie de velo le será quitado, y en su interior habrá una revelación íntima. Entonces, tal como sucedió con Pablo, algo “como escamas” (Hch. 9:18) caerá de sus ojos y podrá decir: “Anteriormente, sabía algo acerca de Cristo, pero no tenía la visión. ¡Mas ahora veo!” Antes tenía un velo sobre mis ojos, pero el velo ha sido quitado y la cortina ha sido descorrida. Esto es inefable, indescriptible; es necesario experimentarlo por uno mismo.

  Podemos oír mensajes acerca de Cristo como la corporificación del Dios Triuno; de Cristo como el centro de todo lo relacionado con Dios; de Cristo como Aquel que ocupa el primer lugar en todo; o de Cristo como la esencia de nuestra vida cristiana; mensajes que presenten a Cristo como la realidad de nuestro servicio y como el contenido y expresión de la vida de iglesia. Podemos escuchar acerca de todas estas cosas sin ver absolutamente nada; pero un día, el velo nos es quitado y recibimos la visión de Cristo; entonces somos cautivados por ella. A partir de ese momento, sentimos la urgencia de ministrar a Cristo a los demás. Si hablamos de algo ajeno a Cristo, perderemos la unción interior. Pero, cuanto más hablemos de El, más disfrutaremos de dicha unción. Estaremos “cautivos” en Cristo, lejos del simple conocimiento, porque nuestros ojos habrán sido abiertos y habremos recibido la visión de Cristo.

DIOS ANHELA OBTENER LA IGLESIA

  Si deseamos ser creyentes en todo el sentido de la palabra, no solamente necesitamos la visión de Cristo, sino también la visión de la iglesia. Necesitamos ver que el deseo de Dios es obtener la iglesia. El Espíritu Santo nos mostrará que el propósito de Dios al crear el universo, fue producir la iglesia. La redención también tiene como fin la iglesia. Todo lo que Dios hace tiene como meta la iglesia; así que, toda obra y todo ministerio deben tener como objetivo la iglesia. La finalidad de la predicación del evangelio, de la edificación de los santos y de la enseñanza de la Biblia también debe ser la iglesia. Fuimos salvos por causa de la iglesia, no de nosotros mismos ni con ningún otro propósito. El deseo del corazón de Dios es obtener la iglesia, y nosotros fuimos salvos con el fin de ser edificados en ella. Esta debe ser nuestra visión.

  Creo firmemente que si nos consagramos al Señor y nos aunamos a Sus intereses, tarde o temprano El ha de abrir nuestros ojos y ha de revelarnos que Su anhelo es obtener la iglesia. Todo lo demás es secundario; lo primordial es la iglesia, el deseo del corazón de Dios.

  Ver esto no sólo ha de rescatarnos de nuestros conceptos erróneos, sino que cambiará radicalmente nuestro servicio cristiano. Entenderemos que el propósito de Dios es obtener la iglesia y no solamente propagar el evangelio para que otros puedan ser traídos al Señor, ni sólo lograr que algunos sean llevados a buscar al Señor, amarle y ser espirituales. Todo lo que hagamos en nuestra obra y servicio para el Señor tendrá como fin la edificación de la iglesia. Lo que seamos y lo que hagamos ha de ser para la iglesia.

  Examinemos el ministerio del apóstol Pablo. ¿Qué hizo Pablo después de haber sido cambiado y de adoptar este tipo de servicio ofrecido conforme a la visión? Laboró con la iglesia como única meta. Hablando con propiedad, Pablo no hacía su propia obra; todo lo que hacía era para el beneficio de la iglesia. Aparte de ésta, él no tenía ningún interés. Todo lo que fue y lo que hizo era para el bien de la iglesia. Si se le hubiera quitado la iglesia, él se habría quedado sin nada.

  Les sugiero que se pongan a prueba y se comparen con el apóstol Pablo. Me preocupa que muchos tengan intereses aparte de la iglesia. Tal vez hagan muchas cosas buenas, pero éstas son ajenas a la iglesia. Esto comprueba que están errados. La iglesia es la mejor prueba para mostrarnos quiénes somos y cuál es nuestra condición, pues ella es el deseo del corazón de Dios.

LA IGLESIA ES PRACTICA HOY

  Es necesario que veamos que la iglesia no es “un castillo en el aire”, sino que es intensamente práctica. En el Nuevo Testamento no encontramos muchas enseñanzas acerca de la iglesia; simplemente se nos presenta la práctica de la iglesia. Allí se practicaba la iglesia. Por ende, hoy también debemos ponerla en práctica.

  No debemos decir que la iglesia es invisible ni que es para el futuro. Ciertamente la iglesia es visible. El Nuevo Testamento nunca habla de una iglesia invisible ni que es para el futuro. En el futuro no tendremos la era de la iglesia, sino la era del reino. No pospongamos la iglesia, pues ella debe de existir hoy. Si no tenemos la iglesia en la tierra y durante esta vida, entonces ¿cuándo y dónde hemos de tenerla? ¿Acaso al morir iremos a un lugar donde practicaremos la vida de iglesia? Si dejamos la vida de iglesia para el futuro, ¿dónde tendrá lugar tal vida en el futuro? ¿Existe algún versículo o pasaje bíblico que nos diga que después de morir, iremos al cielo a celebrar reuniones de la iglesia con Pablo y Pedro? ¿Acaso dice la Biblia que en el futuro, en los cielos, tendremos la vida de iglesia, de una iglesia invisible pero real? Ningún versículo nos dice tal cosa, ni que la iglesia existirá solamente en el futuro.

  ¿Por qué la gente da cabida a la idea de que la iglesia en la tierra hoy no es la iglesia verdadera? ¿por qué algunos piensan que la verdadera iglesia es invisible? ¿y por qué algunos aceptan la enseñanza de que la iglesia es algo para el futuro? Es ahora cuando la iglesia debe ser practicada. Todos necesitamos recibir la visión del aspecto practico de la iglesia.

CAUSAR TRASTORNOS AL MUNDO PARA ESTABLECER IGLESIAS LOCALES

  Además de todo lo anterior, debemos saber que la iglesia es local. Ya que la iglesia es local, el lugar correcto para practicar la vida de iglesia es el lugar donde vivamos. La iglesia debe existir en el lugar donde usted viva. Una ciudad puede parecernos muy buena, pero si allí no está la iglesia, tal lugar es un infierno. Por el contrario, cualquier lugar donde haya una iglesia local, es un verdadero paraíso.

  Esto me recuerda la experiencia de Jacob en Génesis 28: “Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella” (v. 12). Cuando Jacob despertó, se dijo: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (v. 17). Entonces llamó el nombre de aquel lugar “Bet-el”, lo cual significa: “casa de Dios”. Hoy Bet-el, la casa de Dios, es la iglesia (1 Ti. 3:15). Dondequiera que exista la iglesia, la casa de Dios, allí estará la puerta del cielo. El único lugar precioso para nosotros hoy es donde la iglesia está.

  En dondequiera que vivamos y adondequiera que vayamos, allí debe haber una iglesia. Pero siempre que hablemos de la iglesia, causaremos problemas. Debemos producir la iglesia aunque incomodemos a otros. Si no hay iglesia en cierta localidad, no podemos permitir que las personas que vivan allí estén en paz; debemos suscitar problemas para que se levante una iglesia en esa localidad. Debemos declarar al universo entero: “Si no hay iglesia en este lugar, yo no tengo una morada. Debo tener un hogar, y para ello debo causar trastornos a mi alrededor”.

  Espero que llegue el día cuando todos nosotros, como Pablo, trastornemos el mundo entero. Es necesario que causemos trastornos a toda la nación para que la iglesia sea producida. En todo lugar adonde Pablo y los apóstoles iban, causaban problemas. Antes de que llegaran a un determinado lugar, la gente estaba muy tranquila. Pero tan pronto como estos agitadores llegaban, toda la ciudad era trastornada y turbada. Hechos 17:6 dice: “Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá”. Al trastornar al mundo y crear conflictos, establecemos y edificamos la iglesia.

ESTABLECIDOS EN LA BASE DE LA UNIDAD GENUINA

  También necesitamos ver que la iglesia tiene una base de unidad definida. Esta no sólo es la base de la unidad, sino la base de la unidad absoluta y única. Actualmente existen diversos tipos de unidad. Pero sólo ésta es la unidad genuina; las demás son en realidad divisiones. Necesitamos una visión clara acerca de este asunto.

  Puedo afirmar con plena certeza que sólo cuando nos asentemos sobre la base única de la unidad, nuestra vida cristiana será estable. Si no asumimos una postura definitiva con respecto a este asunto, estaremos deambulando y cambiando de actitud. Hoy tendremos una posición, y mañana otra, nunca nos estableceremos ni mantendremos el mismo tono. Sólo tendremos firmeza cuando asumamos una posición definitiva en conformidad con la base única de la unidad y nos establezcamos firmemente sobre dicha base.

  Necesitamos ver claramente que la iglesia es el deseo del corazón de Dios, y entender el aspecto práctico y local de ella. Además, es necesario que entendamos que en medio de tantas divisiones y tanta confusión, existe una postura firme y definida que debe mantener la iglesia, y esta postura es la unidad genuina. Si vemos esta verdad, no nos preocuparemos por el número de personas que se reúnan sobre esta base, pues entenderemos que, en lo que a nosotros respecta, si nos apoyamos en esta base, nuestra vida cristiana será establecida. Entonces seremos como los israelitas que volvieron a Jerusalén y se establecieron allí. Necesitamos ver esta visión de la iglesia para establecernos definitivamente sobre la base de la unidad genuina.

LA DIFERENCIA ENTRE LA VISION DE LA IGLESIA Y LA VISION DEL CUERPO

  Después de haber recibido la visión de Cristo y la visión de la iglesia, abarcaremos la visión del Cuerpo. Tal vez usted se pregunte cuál es la diferencia entre la visión de la iglesia y la visión del Cuerpo. Por la misericordia del Señor, muchos de nosotros hemos sido traídos a la base de unidad de la iglesia, y ahora practicamos la vida de iglesia sobre dicha base. Aunque ya hemos entendido claramente cuál es la base de la unidad genuina, aún necesitamos comprender qué es el Cuerpo. Es necesario que recibamos la visión de que somos miembros del Cuerpo y que debemos ser juntamente edificados y mezclados los unos con los otros. No es suficiente con haber entendido cuál es la base de unidad de la iglesia, sino que ahora, sobre esta única base, debemos ser edificados como Cuerpo. Los tres pasajes bíblicos principales que hablan acerca del Cuerpo son Romanos 12, 1 Corintios 12 y Efesios 4.

TRES IMPEDIMENTOS

  Primero debemos recibir la visión de Cristo; luego, la visión de la iglesia; y posteriormente, la visión del Cuerpo. Con respecto a cada una de estas visiones, existe un impedimento.

Los substitutos de Cristo

  Anteriormente, no percibíamos la visión de Cristo, pero ahora la hemos visto. ¿Qué nos impedía a nosotros y a otros recibir esta visión de Cristo? La respuesta es que existen varios substitutos de Cristo que impiden que el hombre reciba esta visión. En realidad, son muchas las cosas con las que sustituimos al propio Cristo, y éstas nos impiden recibir la visión de Cristo.

No estar dispuestos a pagar el precio

  Algunos pueden decir que las divisiones les impiden recibir la visión de la iglesia. Tales palabras sólo son doctrinas. Es preferible hablar de este tema basados en la experiencia. Muchos se oponen a la iglesia, especialmente a la base de unidad de ella, debido al alto precio que hay que pagar por mantenerse sobre esta base. Otros simplemente argumentan que no entienden este asunto de la base de la unidad de la iglesia; la verdad es que sí lo entienden, pero no están dispuestos a pagar el precio que implica reunirse sobre la base de la unidad. Quizás se excusen, diciendo: “No me gusta ser tan cerrado. Yo amo a todos los hijos de Dios y prefiero ser tolerante; además, no entiendo este asunto tan confuso de la base de unidad de la iglesia”. Esto aparentemente se oye bien, pero en realidad no es más que una excusa para no pagar el precio. Ellos dicen esto por causa del costo que implica este asunto. El Señor lo sabe, y ellos están conscientes de que no son fieles a su Señor en pagar el precio por practicar la vida de iglesia sobre la base de la unidad.

  No debemos discutir con tales personas. Cuando ellas venían al hermano Nee y argumentaban al respecto, él simplemente sonreía y les decía: “Ustedes pueden argüir conmigo, pero hay algo en ustedes que está de acuerdo conmigo”. Hoy las personas pueden argumentar con nosotros acerca de la base de la unidad de la iglesia, pero algo dentro de ellas está de nuestro lado. Estas personas saben bien, en su conciencia, que lo que les estorba es el precio que tendrían que pagar. Por más de treinta años hemos visto a muchos ir y venir, y en todos los casos, lo que les ha impedido perseverar es el precio que una tiene que pagar por quedarse.

El yo

  Así como los substitutos de Cristo son un impedimento que estorba nuestra visión de Cristo, y el costo requerido es un obstáculo que nos impide recibir la visión de la iglesia; de igual manera, lo que estorba nuestra visión del Cuerpo y nuestra práctica de la vida del Cuerpo es nuestro yo. Cierta- mente practicamos la vida de iglesia sobre la base de la unidad, pero, ¿estamos siendo conjuntamente edificados? ¿estamos relacionados y entrelazados los unos con los otros? Aunque asistamos a las reuniones, puede ser que no estemos siendo edificados conjuntamente. Es posible tener reuniones sin tener edificación. Necesitamos la visión del Cuerpo, pero esta visión nos ha de costar que neguemos nuestro yo. Si queremos ser edificados en el Cuerpo, el yo debe ser eliminado. Por esta razón es necesario estudiar el siguiente capítulo, donde hablaremos de la visión del yo. El yo es un gran problema para el Cuerpo.

LA ASTUCIA DEL ENEMIGO AL OPONERSE A LA IGLESIA

  Una vez que tenemos la visión de Cristo, somos aptos para obtener la visión de la iglesia. No obstante, en cuanto a la iglesia, debemos tener presente que hay un costo requerido. Si no estamos dispuestos a pagar el precio, tal vez nos detengamos en la visión de Cristo diciendo: “Es suficiente conocer a Cristo. El lo es todo. Será mejor no hablar mucho de la iglesia. Basta con hablar acerca de Cristo. Es suficiente predicarles a Cristo a los pecadores y ministrarles a Cristo a los santos. No hay necesidad de hablar de la iglesia”. Este razonamiento es muy sutil, y no es más que un pretexto para no pagar el precio requerido por practicar la vida de iglesia sobre la base de la unidad genuina.

  Examinemos las palabras que el Señor dirigió a Pedro en Mateo 16. Inmediatamente después de que Pedro declaró, refiriéndose al Señor Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, Jesús le dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (vs. 16, 18). Esto indica que tanto el conocimiento de Cristo como la experiencia de El tienen como fin la edificación de la iglesia. Hay algunos que nos condenan diciendo que hacemos demasiado énfasis en la iglesia, que le damos más importancia a ésta que a Cristo. Algunos llegan al extremo de decir que hacemos de la iglesia un ídolo. Tal argumento es demasiado sutil. ¡Cuán astuto es el enemigo! Sabemos que Cristo murió en la cruz por la iglesia (Ef. 5:25). Así que, si nosotros nos entregamos por completo a la iglesia, está bien, pues Cristo fue el primero que lo hizo, El fue hasta el extremo por causa de ella.

RENUNCIAMOS AL YO POR LA EDIFICACION DEL CUERPO

  Después de que recibamos la visión de la iglesia, el Señor abrirá nuestros ojos para que veamos el Cuerpo. Entonces entenderemos que necesitamos ser edificados en el Cuerpo. No solamente somos miembros de la iglesia, sino también, miembros del Cuerpo. Por el Cuerpo, no sólo debemos estar dispuestos a pagar el precio, sino también a perder nuestro yo.

  Por la misericordia del Señor puedo testificar que desde que comencé a reunirme sobre la base local de la unidad, hace más de treinta años, no he cambiado mi posición respecto a este asunto. Aun más, después de haber adoptado esta posición, por la misericordia del Señor comencé a ver el Cuerpo y a practicarlo, y aun prosigo en esta práctica hasta el día de hoy. No me he movido ni he variado mi postura en cuanto a este asunto de la unidad.

  Tal vez usted no haya cambiado en lo que respecta a la base o terreno de la unidad de la iglesia, pero quizás sí haya cambiado su posición en el interior del terreno mismo. Suponga que acumulamos diversos materiales de construcción en un determinado lugar, el cual constituiría el terreno. Todos estos materiales están ahora en el mismo terreno. Sin embargo, a pesar de haber permanecido en la misma área donde se llevará a cabo la edificación; es posible que algunos de estos materiales hayan variado su ubicación original dentro de esta misma área. De igual forma, todos nosotros hemos sido traídos al terreno apropiado de unidad, y en este terreno practicamos la vida de iglesia. Tal vez un hermano dócil sea puesto junto a un hermano de carácter fuerte. El hermano dócil tal vez clame al Señor, diciéndole: “Señor, ya no aguanto más a este hermano. Quiero que me mudes a otro sitio”. Este hermano no está procurando cambiar de terreno, sino cambiar su posición dentro del mismo ámbito. El permanece en el terreno, pero desea cambiar su relación dentro de éste. Les sucede lo mismo a muchos en la vida de iglesia, y uno mismo puede estar en esta situación. Tal vez uno no haya cambiado de terreno, pero es posible que sí haya variado la posición en cuanto a su relación con los demás.

  Algunos creyentes de hoy deambulan entre las diferentes denominaciones, entre los diferentes ámbitos. Hoy se reúnen con un determinado grupo, y mañana con otro. Algunos tal vez no estén vacilantes entre diversas denominaciones, pero puede ser que aunque permanezcan en el terreno de la unidad, anden errantes en lo que respecta a su posición dentro del terreno mismo. Esto indica que en ellos hay una carencia de edificación, es decir, que no han sido edificados con los demás miembros del Cuerpo. Pero, una vez que hayamos sido edificados, al igual que los materiales que conforman una casa no pueden cambiar su posición, nosotros tampoco podremos cambiar la nuestra. Estaremos estables y fijos en el debido lugar y no andaremos errantes de una posición a otra, cambiando de relación frecuentemente.

  ¿Por qué nos resulta tan difícil ser edificados? Porque la dificultad es precisamente nuestro yo. No importa si nuestro yo es bueno o malo, placentero o desagradable, en tanto que esté presente, no puede llevarse a cabo la edificación.

  Por ejemplo, algunos hermanos tienen un yo muy dominante, y a causa de ello, no pueden coordinar con otros en ningún servicio práctico de la iglesia. No importa cuál sea la situación, estos hermanos siempre quieren dominar a los demás. ¿Cómo podrán participar así en la edificación? A fin de que sean edificados con los demás, su yo debe ser quebrantado. El problema no es tanto su carácter fuerte, sino su yo tan dominante. Quizás esté bien que sean fuertes de carácter, pero no deberían imponerse sobre los demás. Una persona de carácter firme puede ser edificada con otras, siempre y cuando tenga una relación apropiada con ellas, y exista una constante comunión mutua. En un edificio, una columna de mármol ciertamente es muy dura, pero está relacionada y conectada con muchas otras piezas. Es sólida, pero no domina. La situación es la misma con un hermano de carácter sólido, quien ha sido edificado con otros en el Cuerpo.

QUEBRANTADOS POR LA VISION DEL CUERPO

  Necesitamos aprender las lecciones concernientes al yo, a fin de ser edificados en el Cuerpo. Al considerar este asunto del yo, les insto a que estén dispuestos a echar mano de la gracia y permitir que su yo sea puesto en evidencia. Al ser edificados con otros, nuestro mayor problema es el yo. A ciertos hermanos y hermanas les gusta que otros los elogien y hablen bien de ellos. Si fuera necesario hablar con ellos en un tono franco y en amor, ellos se sentirían heridos y ofendidos debido a que están excesivamente centrados en su yo. Esto indica que aun cuando ellos se reúnen sobre la base de unidad de la iglesia, les es muy difícil ser edificados con otros por causa de su yo.

  Necesitamos la visión del Cuerpo, pues ésta nos quebrantará y nos ayudará a comprender que la única manera de ser edificados en el Cuerpo es siendo quebrantados. Esta es la única forma de tener la realidad del Cuerpo.

EDIFICADOS, SATISFECHOS Y ARRUINADOS

  Una vez que hemos visto el Cuerpo, no sólo seremos establecidos, sino también edificados. Sólo entonces estaremos plenamente satisfechos en nuestra vida cristiana. No importa lo que digamos, nuestro sentir interior nos dirá que no estamos completamente satisfechos. Pero un día, cuando seamos edificados con otros, podremos exclamar: “Señor, te alabo por permitirme estar aquí. He sido edificado, y ahora estoy satisfecho. Debido a que he sido edificado, mi yo ha llegado a su fin. Ya no soy útil para nada más. He sido “arruinado”, pues no sirvo para nada más que para este edificio”.

  Muchos hermanos tienen temor de ser edificados porque se dan cuenta de que una vez que esto suceda, estarán “arruinados”, es decir, que les llegará su fin. Ellos desean ser preservados como “buen material”, pero saben bien que cuando sean edificados, su yo será eliminado, y ellos sólo serán útiles para la edificación. Estoy de acuerdo en que ser edificados equivale a no ser útiles para nada más que para la edificación. Examinemos, por ejemplo, el dintel de una puerta; el material usado para hacer el dintel de una puerta quedó “arruinado”, puesto que ahora sólo sirve para ser ese dintel. De igual manera, cuando nosotros somos edificados, llegamos a nuestro fin. Dejamos de ser “buen material” y nos convertimos en parte del edificio. Esto es lo que el Señor necesita hoy.

  Debe llegar el momento en el que podamos decir: “Señor, estoy satisfecho aquí en el edificio; pero, además, mi yo ha sido acabado. He sido arruinado por Ti y sólo sirvo para ser parte del edificio”. Debido a que fuimos arruinados y acabados, ya no seremos bien recibidos ni elogiados por los demás, ya no seremos útiles a otros y seremos relegados al olvido. Pero aunque todos nos olviden, el Señor se acordará de nosotros. El siempre piensa en nosotros, debido a que estamos en el edificio.

  Puedo testificar que, por la misericordia del Señor, nunca he dejado la base de la unidad, ni he cambiado de postura, ni de colaboradores. Debido a que he sido realmente edificado, he sido arruinado, y no espero ni anhelo ninguna otra cosa. La visión del Cuerpo me ha impedido cambiar de tono. Esto no es algo mío; todo se lo debo a la misericordia del Señor.

LA NECESIDAD DE SER EDIFICADOS

  ¿Ha visto usted alguna edificación entre los cristianos de hoy? Existe todo tipo de reuniones y de grupos, pero la edificación entre ellos es nula. Creo firmemente que en estos últimos días la meta del Señor es la edificación del Cuerpo. No basta con estar de acuerdo en que Cristo lo es todo, y con reunirnos para practicar la vida de iglesia. Además necesitamos ser edificados como miembros del Cuerpo.

  Si usted no es edificado con otros, no será estable en lo que respecta a la base de la unidad de la iglesia. Supongamos que algunos materiales de construcción son colocados en un terreno específico donde se erigirá un edificio. Si estos materiales simplemente son dejados allí en el suelo, alguien podría llevárselos. Pero si son edificados, estarán bien establecidos y tendrán una ubicación definida sobre dicho terreno. De tal modo que no podrán ser movidos ni llevados a otro lugar, a menos que el edificio mismo sea demolido. De igual manera, nuestra posición en el terreno de la iglesia no será estable hasta que seamos debidamente edificados como parte del edificio del Señor, esto es, en Su Cuerpo.

RECIBIR LA VISION DEL CUERPO Y RENUNCIAR AL YO, CON MIRAS A EDIFICAR EL CUERPO

  Debemos estar conscientes de que lo que más estorba la edificación del Cuerpo es el yo. Ciertos hermanos y hermanas han visto algo de Cristo y de la iglesia, y han venido a la base de la unidad de la iglesia. Sin embargo, nunca se han abierto a los demás. Tal vez externamente no critiquen a los ancianos y quizá parezcan personas muy amables; pero, interiormente es posible que estén llenos de críticas. El problema de ellos no es el pecado, sino el yo. Esto indica que a fin de ser edificados, necesitamos abrirnos, sacar a la luz nuestra verdadera condición y ser quebrantados. Deberíamos estar abiertos a otros en la comunión y decirles que estamos dispuestos a hacer lo necesario para ser edificados juntamente con ellos.

  Creo firmemente que en este país el Señor tiene la intención de edificar una expresión genuina del Cuerpo. Su deseo no es simplemente que nos agrupemos y nos reunamos, sino que seamos edificados.

  ¡Cuánto necesitamos la visión del Cuerpo! Debemos sentir la urgencia de orar al Señor, diciéndole: “Señor, ayúdame a ver el Cuerpo. No me basta con ser un creyente y miembro de la iglesia; debo ser edificado en el Cuerpo. Tengo que ser miembro del Cuerpo viviente de una manera práctica. Necesito tener comunión con otros y relacionarme con ellos en el Cuerpo”.

  La intención de Dios es obtener la iglesia, la cual es el Cuerpo. Debemos ser edificados en el Cuerpo, pero el mayor impedimento para que esta edificación se realice es nuestro yo, el cual es una de las últimas áreas de nuestro ser que el Señor tiene que confrontar. Si deseamos ser edificados en el Cuerpo, nuestro yo tiene que ser rechazado y negado; así que, tenemos que renunciar a él sin reservas. Día tras día el yo debe ser rechazado en toda circunstancia. Sólo entonces tendremos la realidad del Cuerpo y seremos verdaderos miembros del Cuerpo.

  Por medio del Cuerpo el propósito de Dios será cumplido, Cristo será expresado, y el enemigo será derrotado. Nada es tan valioso como el Cuerpo, ni siquiera la predicación del evangelio. Nada puede compararse con la edificación del Cuerpo. ¡Que todos podamos tener la visión del Cuerpo y seamos cautivados por ella!

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