
Lectura bíblica: Mt. 16:21-26; Lc. 9:23-25; Gn. 3:1-6
Si deseamos obtener la visión del yo, necesitamos prestar especial atención a los siguientes pasajes: Mateo 16:21-26, Lucas 9:23-25 y Génesis 3:1-6.
Mateo 16:21 nos dice: “Comenzó Jesús a manifestarles a Sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer muchas cosas de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”. Cuando Pedro oyó esto, “tomándolo aparte, comenzó a reprenderle, diciendo: ¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!” (v. 22). Jesús se volvió y le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (v. 23). Entonces Jesús les dijo a Sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si gana todo el mundo, y pierde la vida de su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de la vida de su alma?” (vs. 24-26). La palabra griega que aquí se traduce “vida del alma” es psujé, la misma palabra que se traduce “alma”. Siempre que el Nuevo Testamento habla de la vida divina, la vida eterna o la vida de Dios, usa el término griego zoé; pero cuando habla de la vida anímica o la vida del alma, usa la palabra psujé.
En estos versículos hay cuatro cosas íntimamente relacionadas: Satanás, la mente, el yo y la vida natural. En la primera parte del versículo 23 Jesús le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” y luego siguió hablando acerca de la mente: “...no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (v. 23b). Después de esto se hace referencia al yo con la frase “niegúese a sí mismo” en el versículo 24, y finalmente la vida natural en los versículos 25 y 26, la cual es llamada “vida del alma”. La vida anímica o natural es nuestro yo, el cual se localiza en la mente; y ésta se halla ocupada por Satanás.
Al considerar estos elementos, vemos lo que es el yo. El yo es la corporificación de Satanás. Del mismo modo que Cristo es la corporificación de Dios, el yo es la corporificación misma de Satanás. Esto se ve en el hecho de que el Señor Jesús le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!”. El Señor llamó a Pedro Satanás, porque en él estaba corporificado Satanás mismo. ¿Dónde se encontraba Satanás? Se había corporificado en el alma de Pedro y había ocupado su mente. La mente es la parte principal del alma, la facultad representativa del alma. Controlar la mente de una persona es dominar enteramente a esa persona.
Debemos tener muy presentes estas cuatro entidades: Satanás, la mente, el yo y la vida natural. El alma es la vida natural; la vida natural es el yo; y el yo se halla en la mente, la cual está ocupada por Satanás. Así que, el yo es la corporificación de Satanás.
Con relación a esto, sería oportuno comparar Lucas 9:25 y Mateo 16:26. En Lucas 9:25 el Señor Jesús dijo: “Qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se pierde o se malogra él mismo? Ya vimos que en Mateo 16:26 el Señor Jesús habló de la “vida del alma”. Entonces se ve que en Lucas 9:25 la expresión “vida del alma” es reemplazada por la frase “él mismo”. Esto indica que nuestra vida del alma es nuestro yo. Estos dos son sinónimos. El yo es la vida del alma, y la vida del alma es el yo.
¿Cuál es el origen del yo? Si Dios no creó el yo, entonces ¿de dónde provino? Para contestar esta pregunta, sería útil examinar la diferencia que existe entre el cuerpo y la carne.
Dios creó para el hombre un cuerpo que era bueno, puro y sin pecado. La carne es este cuerpo, pero en condiciones de corrupción y ruina. Satanás inyectó el pecado en el cuerpo humano creado por Dios, y de esta forma el cuerpo fue corrompido y arruinado, convirtiéndose así en carne. Por consiguiente, la carne es el cuerpo corrompido por el pecado. También podemos decir que la carne es el cuerpo junto con el pecado.
El pecado, el cual está en el cuerpo del hombre, es la naturaleza misma de Satanás. En Romanos 6 y 7 el pecado aparece personificado, puesto que se dice que mora en nosotros (7:17, 20), trabaja en nosotros (v. 8), nos engaña (v. 11), nos mata (v. 11) y reina en nosotros (6:12, 14). El pecado, el cual como una persona viva, puede forzarnos a hacer cosas en contra de nuestra voluntad, es la naturaleza de Satanás. Aun podríamos decir que el pecado es el propio Satanás. Debido a que el pecado fue inyectado en nuestro cuerpo y se encuentra ahora en nuestros miembros, nuestro cuerpo se corrompió y se convirtió en la carne.
Sucede algo muy similar con el yo. El cuerpo vino a ser la carne debido a que algo de Satanás, el pecado, fue inyectado en él. ¿Pero cómo se convirtió el alma en el yo? Esto sucedió cuando el elemento satánico le fue añadido. Lo que fue agregado al alma fue la mente de Satanás. Por consiguiente, el yo es el alma junto con la mente de Satanás, su mentalidad satánica. Cuando la mente de Satanás fue inyectada en el alma humana, ésta se corrompió y vino a ser el yo.
El cuerpo se convirtió en la carne, y el alma en el yo. ¿Cuál de éstos cambios tuvo lugar primero? La respuesta a ésta pregunta se encuentra en Génesis 3:1-6. Aquí vemos que antes de que Eva ingiriera —en su cuerpo— el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, el pensamiento de Satanás fue inyectado en su alma. Satanás vino a Eva con la intención de sembrar su pensamiento en la mente de ella, y lo hizo cuando le dijo: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (v. 1). Esto estimuló la mente de Eva, quien respondió a Satanás (vs. 2-3), y al hacerlo, su mente fue “atrapada” por el “anzuelo” del pensamiento de Satanás.
Día tras día Satanás trata de hacer lo mismo con nosotros, lanzando alguna carnada que a nuestra mente le parezca dulce y atractiva. Por ejemplo, en la mañana, cuando nos levantamos, puede ser que un pensamiento negativo contra la iglesia en Los Angeles cruce repentinamente por nuestra mente. Tal pensamiento es el anzuelo de Satanás, y cuanto más le prestemos atención, más seremos atrapados por Satanás. A la postre, abandonaremos la vida de iglesia.
Satanás no fue a Eva para pelear con ella ni para hablar en su contra. Al contrario, se le acercó amablemente para “ayudarla”. En respuesta a la pregunta de Satanás, ella dijo: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (vs. 2-3). A estas alturas, Eva ya había sido capturada por Satanás, quien, tomando las propias palabras de Eva, le dijo: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (vs. 4-5). Satanás parecía estar diciendo a la mujer: “Yo estoy aquí como vuestro amigo para deciros un secreto. Dios os está engañando, pues si coméis del fruto de este árbol, seréis como dioses”.
Por medio de esta intromisión satánica, la mente de Eva fue atacada; luego, su mente fue envenenada por el pensamiento de Satanás inyectado en ella. Después de esto, sus emociones fueron incitadas cuando “vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría” (v. 6a). Luego, ella ejercitó su voluntad para tomar una decisión y comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. “...y tomó de su fruto, y comió...” (v. 6b). Para entonces, todas las partes del alma —la mente, la parte emotiva y la voluntad— habían sido envenenadas.
Dos grandes problemas que enfrentamos son: el pecado en el cuerpo, y el yo en el alma. Además, como veremos en el siguiente capítulo, existe también el problema del mundo que nos rodea. Estos tres elementos —el pecado, el yo y el mundo— son las tres cuerdas de un lazo muy fuerte que nos ata. Nadie puede liberarse por sí mismo de ésta atadura, de este lazo compuesto por el pecado, el yo y el mundo.
Los cristianos tal vez hayan visto claramente lo que es el pecado, pero muy pocos tienen claridad con respecto al yo y al mundo. En su experiencia, una de estas cuerdas —el pecado— ha sido rota, pero las otras dos —el yo y el mundo— aún no han sido cortadas. Por consiguiente, todavía se encuentran bajo la atadura del yo, internamente, y del mundo, externamente. En este capítulo veremos que la cuerda del yo debe ser cortada, y en el siguiente capítulo, veremos que la cuerda del mundo también necesita ser cortada. Sólo cuando todas las cuerdas de este lazo que nos ata hayan sido cortadas, seremos completamente libres.
Ya vimos que el origen del yo fue la infiltración del pensamiento satánico en la mente humana. Ahora necesitamos ver que el yo es nuestra alma en independencia de Dios. Cuando el alma no depende de Dios, se convierte inmediatamente en el yo. Esto significa que cuando actuamos solos sin depender de Dios, estamos en el yo. No importa lo que seamos ni lo que hagamos, mientras seamos independientes de Dios, estaremos en el yo.
Dios creó al hombre como un alma que siempre debía depender de El. El hombre es un alma (Gn. 2:7) y, como tal, debe depender de Dios para todo. Podemos usar la vida matrimonial como ejemplo de cómo el alma depende de Dios. La esposa debe depender del esposo. Esto es representado por el hecho de que la novia cubre su cabeza con un velo el día de su boda, lo cual significa que ella toma a su esposo como cabeza y que ha de depender de él. De lo contrario, habría dos cabezas, y esto causaría contradicciones, peleas y hasta el divorcio. Tal como una esposa debe depender de su esposo, así el alma debe depender de Dios.
Sin embargo, el alma se convirtió en el yo. Este yo es simplemente el alma en independencia de Dios. Si tenemos la visión del yo, descubriremos que tal yo es el alma que se declara independiente de Dios. Si recibimos esta visión, nos daremos cuenta de que no podemos ser independientes de Dios. Entonces diremos: “Debo depender de Dios siempre, en todo lo que haga y en todo aspecto”.
Debido a que el yo es una entidad independiente, se convierte en el mayor obstáculo para la edificación del Cuerpo. Debemos depender no sólo de Dios, sino también del Cuerpo; es decir, tenemos que depender de los hermanos y hermanas. Al ser independientes de los hermanos y hermanas, estamos en el yo, en el alma independiente. Para nosotros, ser independientes del Cuerpo equivale a ser independientes de Dios. Esto no es un asunto de doctrina, sino de experiencia. Si examinamos nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que, cuando nos independizamos de los hermanos, nos independizamos también de Dios, y que mientras estamos aislados de los hermanos, también lo estamos de Dios.
Tal vez al oír esto, algunos digan: “¿Acaso no es el Señor omnipresente? Ya que el Señor está en todas partes, puedo tener Su presencia en cualquier lugar, ya sea en mi hogar o en cualquier otro sitio”. Sin embargo, tener la presencia del Señor depende de nuestra dependencia del Cuerpo, y de que tengamos la debida relación con éste. Si estamos en la debida relación con el Cuerpo, tendremos la presencia del Señor en todo lugar. Pero si no, entonces no importa dónde nos encontremos, no tendremos Su presencia. Por lo tanto, contar con la presencia del Señor depende de nuestra relación con el Cuerpo. Si estamos errados en nuestra relación con el Cuerpo, no sentiremos la presencia del Señor; pero si estamos bien con el Cuerpo, dondequiera que vayamos, sentiremos la presencia del Señor.
A fin de depender del Señor, debemos depender del Cuerpo. Si dependemos del Cuerpo, también dependeremos del Señor. Tal vez nos preguntemos por qué no tenemos un sentir profundo de la presencia del Señor con nosotros. Esto se debe a que estamos aislados del Cuerpo y a que no tenemos una relación apropiada con los demás miembros. Procure ser edificado en el Cuerpo y estar bien con éste. Si está bien con el Cuerpo y es edificado en él, ciertamente percibirá la presencia del Señor.
Vimos que el yo es el alma independiente de Dios. Al llevar a cabo alguna obra, puede ser que nuestra motivación, intención, propósito y meta, sean correctas, pero si actuamos en forma independiente, estamos en el yo. Es posible que ésta sea nuestra situación aun cuando predicamos el evangelio, puesto que podemos predicar el evangelio en el yo y por éste. Además, podemos realizar ciertas labores para el Señor, pero tal vez las hagamos en el yo y con su energía.
Le agradezco mucho al Señor por Mateo 16:21-26. Aquí Pedro no estaba haciendo nada malo en contra del Señor. Al contrario, actuaba por amor a El, con la intención de hacer algo bueno para El. Sin embargo, debido a que estaba actuando en forma independiente, el Señor se volvió hacia él y le dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” Esto indica que no importa qué hagamos, aunque sea algo bueno, si lo hacemos independientes del Señor, estaremos en el yo.
Por lo anterior, deducimos que al Señor Jesús no le importa tanto lo que hagamos, sino que dependamos de El. Si vemos esto, prestaremos atención, no tanto a nuestras obras, sino a nuestra dependencia del Señor. Debemos preguntarnos siempre: ¿Estoy siendo independiente del Señor o dependo de El? Si somos independientes del Señor, estamos en el yo. Pero si dependemos de El, espontáneamente dependeremos del Cuerpo.
El Señor y el Cuerpo son uno solo. Si uno depende del Señor, depende del Cuerpo, y si depende del Cuerpo, dependerá también del Señor. Pero si es independiente del Cuerpo, automáticamente será independiente del Señor y estará en su yo, no importa cuántas cosas buenas se haya propuesto hacer. Además, debido a que se encuentra en su yo, estará asociado con Satanás, y formará una corporación con él. En esta corporación, el yo es el gerente y Satanás es el presidente.
¡Cuánto necesitamos la visión del yo! Si tenemos esta visión, aborreceremos nuestra independencia tanto del Señor como del Cuerpo, desearemos depender del Cuerpo, de los hermanos y hermanas, y del propio Señor. Mientras carezcamos de tal dependencia, el yo estará presente. Sin embargo, cuando practicamos esta dependencia, el yo desaparece.
La dependencia nos trae paz. De hecho, la dependencia es la verdadera paz. ¿Cómo sabemos que dependemos de Dios? Lo sabemos por la paz que hay en nosotros. Cuando dependemos de Dios, tenemos completa paz.
Algunos hermanos que son independientes del Cuerpo, tal vez afirmen que están haciendo algo para Dios, pero no tienen paz en su interior. Cuanto más declaran que están haciendo algo para Dios, más sienten su falta de paz. Si uno les pregunta si tienen paz, dirán que sí. Ellos dirán: “Tenemos paz, ¿por qué hemos de relacionarnos con ustedes? Estamos predicando el evangelio y haciendo la obra del Señor; además tenemos paz”. ¿Pero, qué clase de paz es ésta? Ciertamente no es una paz genuina, sino una paz fabricada por ellos mismos, una paz hecha y mantenida por el yo.
Cuando dependemos del Señor y del Cuerpo, no necesitamos fabricar la paz ni esforzarnos por mantenerla. Una paz fabricada por el hombre es una paz que requiere del yo para sostenerla. En cuanto el yo deja de laborar para mantenerla, ésta se esfuma. La paz verdadera no requiere ser sustentada por el yo. Si uno realmente depende del Señor y del Cuerpo, automáticamente tendrá paz. Sabrá, y los demás también sabrán, que uno tiene verdadera paz.
Aquellos que actúan en forma independiente del Cuerpo, no sólo carecen de paz en su interior, sino que tienen necesidad de hablar con otros para obtener la confirmación que requieren. Procuran obtener confirmación de este modo, debido a que no tienen paz. Los que son independientes del Cuerpo jamás obtiene la paz verdadera. En vez de paz, tienen su yo.
La visión del yo está muy relacionada con el Cuerpo. Ahora estamos en el recobro del Señor, y aquí, la edificación del Cuerpo es crucial. El yo es enemigo del Cuerpo, es su mayor impedimento, su peor obstáculo y su más intenso opositor. Cuando tenemos el yo, no tenemos el Cuerpo, y cuando el Cuerpo es una realidad, el yo es eliminado. A fin de que el Cuerpo sea edificado, el yo, el alma independiente, debe ser eliminado. El yo es el ego independiente. Cuando somos independientes estamos en el yo, no tenemos paz, y el Cuerpo no puede existir.
Repito una vez más que necesitamos la visión del yo. Es imprescindible que oremos por este asunto. ¡Que el Señor nos conceda misericordia y nos muestre la visión del yo!