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Mensajes del libro «Visión central necesaria para servir a la iglesia, La»
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CAPÍTULO CUATRO

VER EL MISTERIO DE DIOS Y DE CRISTO EN LA BIBLIA A FIN DE ADORAR Y SERVIR EN EL ESPÍRITU

RECIBIR LA PALABRA DEL SEÑOR AL ORAR-LEER

  No importa con cuánta frecuencia hayamos leído la Biblia, ciertas cosas no nos son fáciles de entender, pues son incompatibles con nuestros conceptos, a saber, nuestros pensamientos naturales, la influencia de nuestra cultura y nuestras nociones religiosas. Nos es fácil recibir las cosas en la Biblia que aparentemente corresponden con nuestros conceptos, pues nuestros conceptos son parte de nosotros. En otras palabras, en vez de recibir la Biblia en nuestro interior, muchas veces aplicamos nuestros conceptos a la Biblia. A fin de que nosotros entendamos el pensamiento hallado en la Biblia, necesitamos orar-leer.

VER UNA VISIÓN DEL MISTERIO HALLADO EN LA BIBLIA

  Necesitamos ver una visión del misterio de Dios y de Cristo hallado en la Biblia. El Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— es un gran misterio. Este Dios misterioso es el Padre, el Hijo, el Espíritu, Cristo, el Espíritu Santo, la vida, la luz, la santidad y la justicia. Él es todo lo que necesitamos. Isaías 9:6 dice: “Un niño nos es nacido, / un Hijo nos es dado; / [...] y se llamará Su nombre / Maravilloso Consejero, / Dios Fuerte, / Padre Eterno, / Príncipe de Paz”. En este versículo hay al menos seis títulos: niño, Hijo, Maravilloso Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz.

  Lo que se revela en la Biblia acerca de las riquezas del ser de Dios es inefable. Juan 1:1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. El versículo 14 dice: “La Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros [...] llena de gracia y de realidad”. El versículo 18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. En el versículo 29 también se hace referencia a la Palabra que se hizo carne como Cordero de Dios, y en el versículo 32 el Espíritu, quien descendió sobre Él, es representado por una paloma. En Juan 1 Dios es la Palabra que se hizo carne, Él es gracia y realidad, Él es el Padre, Él es el Hijo unigénito en el seno del Padre y Él es el Cordero con la paloma, es decir, el Espíritu Santo. El capítulo 1 revela al Padre, al Hijo y al Espíritu. Nuestro Dios es demasiado misterioso.

  Este Dios misterioso desea forjarse a Sí mismo en nosotros. En la reunión del partimiento del pan, a la mayoría de los santos les gusta pedir el himno #136 del himnario en chino. Éste es un buen himno, pero habla de la gracia de Dios de una manera superficial. Se puede comparar con la cáscara de una sandía. Cuando compramos una sandía, nos comemos la pulpa, no la cáscara. Muchos cristianos disfrutan a Dios de manera superficial; es como si ellos comiesen la cáscara de una sandía, y no la pulpa. Los himnos que nosotros elegimos muestran el grado en que nosotros estamos en nuestros conceptos naturales o en la visión del Dios misterioso.

  Cuando nosotros recopilamos el himnario, consideramos este asunto de la “cascara” y la “pulpa”. Puesto que una sandía debe tener tanto la cáscara como la pulpa, conservamos los himnos “cáscara”. Sin embargo, tenemos que aprender a comer la “pulpa”, porque la esencia y los nutrientes están en la pulpa. No debemos comer solamente la cáscara. Los santos casi nunca piden himnos acerca de experimentar a Cristo como vida, tales como Himnos, #359 y #215, o himnos acerca de Cristo como Espíritu todo-inclusivo, tales como el himno #450 del himnario en chino e Himnos, #291. Algunos quizás ni conozcan la tonada de estos himnos. No pedimos cantar estos himnos porque no tenemos una visión acerca del tesoro contenido en estos himnos. Estos himnos tratan acerca de las riquezas de Cristo quien, como Espíritu todo-inclusivo, está en nosotros para ser nuestro suministro. Lamentablemente, estos hermanos y hermanas no saben cómo apreciar estos himnos. Ellos prefieren cantar los himnos “cáscara”.

VER LAS COSAS MÁS PROFUNDAS EN LAS ESCRITURAS

  Cuando Dios creó todas las cosas del universo, les dio dos lados, un lado exterior y uno interior. El cuerpo humano tiene piel en el lado exterior, y carne y sangre en el lado interior. Los problemas de salud relacionados con la piel y la carne no son tan serios como los problemas relacionados con la sangre. Cuando consideramos una persona en su totalidad, su cuerpo es su persona exterior y su espíritu es su persona interior. Muchas veces les decimos a los creyentes que se vuelvan al espíritu y que desde su espíritu expresen a Dios en su vivir. Esas acciones implican nuestra persona interior, y no nuestra persona exterior. Esto se revela en la Palabra de Dios. Los clásicos confucianos también tienen un concepto acerca de la persona interior. “El gran aprendizaje” de El libro de los ritos dice: “El camino del gran aprendizaje consiste en desarrollar la virtud brillante”. Los antiguos sabios chinos descubrieron que hay una virtud brillante dentro del hombre, que es parte de la naturaleza humana innata creada por Dios. Los metafísicos sostienen distintas interpretaciones de esta virtud brillante, pero por lo general se considera que es la conciencia del hombre. Por consiguiente, el desarrollo de la virtud brillante se enfoca en el desarrollo interior de la conciencia, en vez de mejorar nuestra conducta.

  El metafísico Wang Yang-ming de la dinastía Ming dijo que la auto-cultivación tiene que comenzar desde la raíz, que es el conocimiento innato que el hombre tiene del bien y su habilidad innata de hacer el bien. Una persona que intenta mejorarse exteriormente es como un árbol sin raíces o como agua sin una fuente; a la postre se secará. El conocimiento innato del bien y la habilidad innata de hacer el bien se refieren a la virtud brillante, que es la conciencia del hombre. No obstante, los antiguos sabios sólo sabían acerca de la conciencia humana creada por Dios, pero el Dios Triuno ha entrado en nuestro espíritu regenerado. Esto sobrepasa la virtud brillante, el conocimiento innato del bien y la habilidad innata de hacer el bien. Los últimos tienen que ver con la naturaleza humana creada por Dios, la cual es buena, pero Dios no se ha añadido a Sí mismo a estos componentes de nuestra naturaleza humana. Los sabios y metafísicos chinos descubrieron que el problema que el hombre tiene es uno interno, no externo. No obstante, ellos no vieron que Dios podía entrar en el espíritu del hombre por medio de la regeneración.

  Muchas enseñanzas presentes en el cristianismo son bastante superficiales y no tienen mucha profundidad. Por ejemplo, los cristianos usualmente enfatizan sólo unos pocos versículos del Evangelio de Juan, tales como: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”, “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito” y “el buen Pastor pone Su vida por las ovejas” (1:29; 3:16; 10:11). Estos versículos hablan acerca de la redención efectuada por Dios y Su amor, pero ellos todavía son la “piel”. El Evangelio de Juan habla de cosas más profundas. Por ejemplo, la palabra en se usa muchas veces en este Evangelio (4:14; 6:56; 10:38; 14:17). Esto es muy significativo. Este Evangelio trata acerca de Dios, quien era en el principio, pero a quien el hombre no podía conocer porque Dios habitaba en luz inaccesible (1 Ti. 6:16; Jn. 1:1, 4; 8:12). No obstante, Él se hizo carne mediante la encarnación y se manifestó entre los hombres (1:14). Él fue visto, conocido y palpado por los hombres. Luego, en resurrección Él llegó a ser el Espíritu de realidad a fin de entrar y permanecer en el hombre (14:17).

  Juan, en su primera epístola, dice: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante a la Palabra de vida (y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)” (1:1-2). Estos versículos dicen que Dios no sólo es el Cordero de Dios; Él también es la vida eterna que nos ha sido anunciada. El Cordero es externo, mientras que la vida es interna. Al final del libro de Apocalipsis el Cordero está en el trono, del cual sale un río de agua de vida (22:1). Este versículo habla acerca de dos lados, a saber, el Cordero, del lado exterior, y la vida, del lado interior. No obstante, muchos cristianos ven, contactan y tocan sólo al Cordero, sin conocer nada acerca de la vida. Los padres cristianos les dicen a sus hijos que el Señor Jesús es el Cordero de Dios, pero raras veces conducen a sus hijos a ver que el Señor Jesús es también Dios que fluye al hombre para ser su vida. Muchos creyentes ven el lado del Cordero, pero no el lado de la vida. Incluso si ellos oyen una palabra acerca de la vida, no son conmovidos.

VER QUE EL DIOS TRIUNO DESEA ENTRAR EN NUESTRO ESPÍRITU

  Necesitamos recibir una carga e incluso orar con ayuno. Deberíamos decir: “Señor, concédeme ver esta visión. Permíteme ver que Tú, el Dios Triuno misterioso, has entrado en mi espíritu para ser mi vida. Que esta visión me capture y controle mis pensamientos, mis afectos, mi vivir, mi andar y mis oraciones. Señor, yo no quiero comer la cáscara sin comer la pulpa de la sandía. Quiero comer la pulpa y ofrecer la pulpa a otras personas”. Nuestro problema común es que vemos la cáscara pero no la pulpa; así que, no nos comemos la pulpa. Por lo tanto, necesitamos pedirle al Señor que nos muestre una visión.

  Algunos disidentes se llamaron a sí mismos visionarios y hablaron de ver una visión, pero en realidad ellos no vieron la visión central que el Señor nos ha dado. Ellos no vieron el deseo que Él tiene de entrar en nuestro espíritu y ser nuestra vida. Ellos ni vieron esto, ni estuvieron dispuestos a seguir esto. Más bien, ellos dijeron que habían recibido “bienes de primera mano”, y no “bienes de segunda mano”. Tal declaración es engañosa. Aquellos que reciben luz directamente de la Biblia no reciben bienes de primera mano. Ellos sólo pueden recibir bienes de segunda mano porque solamente los apóstoles recibieron bienes de primera mano. Si tenemos bienes de primera mano o de segunda mano, siempre y cuando ellos sean “oro” o “diamantes”, las personas los querrán. Si los bienes de primera mano son estiércol, las personas no los querrán incluso si son gratuitos. No nos debería preocupar por cuántas “manos” han pasado los bienes; si el contenido es “oro” o “diamantes” genuinos, todos los valorarán. Lo que el Señor nos ha revelado es el mejor tesoro en el universo, sea o no de primera mano.

NECESITAMOS EXPERIMENTAR LAS PALABRAS DE LA BIBLIA EN NUESTRO ESPÍRITU

  Ahora pasaremos algún tiempo en los “diamantes” hallados en 1 Juan. El capítulo 1 comienza diciendo: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante a la Palabra de vida” (v. 1). El Señor es la Palabra de vida que “era desde el principio” y fue manifestada para que los hombres la vieran y tocaran. Según los versículos 27 y 28 del capítulo 2, el Señor está en nosotros como unción: “La unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas [...] así como ella os ha enseñado, permaneced en Él [...] Permaneced en Él, para que cuando Él se manifieste, tengamos confianza, y en Su venida no nos alejemos de Él avergonzados”. El versículo 27 dice que el Señor, como unción, permanece en nosotros y nosotros en Él, pero el versículo 28 habla de Su venida, dando a entender que tenemos que aguardar Su manifestación y venida. Esto pareciera ser una contradicción. Si él permanece en nosotros, ¿por qué necesitamos estar a la espera de Su venida? Esto muestra que no podemos comprender la Biblia con nuestra mente natural; necesitamos la experiencia en nuestro espíritu.

  Aunque la Biblia contiene doctrinas, ella se centra en la vida y en la experiencia que tenemos de esta vida. No podemos entender la Biblia meramente como doctrina. Aunque 1 Juan 2:27-28 pareciera ser contradictorio, es una realidad en nuestra experiencia. El Señor es maravilloso. Por un lado, Él viene; por otro, Él ha estado aquí por mucho tiempo. En otras palabras, Él viene de nuevo, mas Él está en nuestro espíritu. Él es verdaderamente misterioso. Por una parte, Él permanece en nosotros para ser nuestra vida y unción, y nosotros experimentamos el hecho de que Él mora en nosotros, pero, por otra, nosotros permanecemos en Él hasta que Él venga.

  En nuestro estudio de la Biblia y en los mensajes que damos, nosotros enfatizamos la experiencia. Como resultado de ello, algunos que enfatizan las doctrinas se oponen a nosotros. Leí en un libro que Martín Lutero enfatizó la verdad acerca de la justificación por la fe a tal grado que se olvidó de la vida interior. Él incluso criticó a sus contemporáneos que enfatizaron la vida interior. John Calvin y Kaspar Schwenckfeld fueron teólogos y contemporáneos el uno del otro. Schwenckfeld se centró en la vida y escribió acerca del árbol de la vida, la Nueva Jerusalén y el espíritu, pero Calvin consideraba que Schwenckfeld estaba poseído por demonios. Esto me consoló y me hizo comprender que cuando nos centramos en la experiencia de vida, es fácil ser acusados de tener doctrinas contradictorias.

NUESTRO ESPÍRITU REGENERADO VENCE EL PECADO, EL MUNDO Y AL MALIGNO

  En 1 Juan 3:6 se nos dice: “Todo aquel que permanece en Él, no peca”. Si permanecemos en el Señor, no pecamos. El pecado es un indicio de que no permanecemos en el Señor. Por tanto, si todavía necesitamos pasar por el trato de la cruz, no permanecemos en el Señor. Si permanecemos en el Señor, no necesitaremos pasar por el trato de la cruz. Una mañana, mientras yo oraba con varios hermanos, nos dimos cuenta de que el trato de la cruz se relaciona con el altar, que está en el atrio. Si continuamente nos centramos en el trato de la cruz, estamos dando vueltas alrededor del altar en el atrio. Aunque necesitamos tener la experiencia del altar en el atrio, tenemos que avanzar y entrar en el Lugar Santísimo. El Lugar Santísimo es nuestro espíritu. Cuando entramos en nuestro espíritu, ya no damos vueltas por el atrio. En otras palabras, cuando pecamos, no vivimos en nuestro espíritu, pues cuando vivimos en nuestro espíritu, no pecamos. Todo el que vive en el Lugar Santísimo no peca y no necesita experimentar el trato de la cruz, pues él está en su espíritu mezclado, el cual trasciende todas las cosas. En 1 Juan 3:6 se nos dice que todo el que permanece en el Señor no peca. El pecar prueba que una persona no permanece en el Señor. El versículo 9 dice: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él”. Las palabras la simiente de Dios se refieren a Dios y también a Cristo. Nosotros no pecamos porque Su simiente ha sido sembrada en nuestro espíritu.

  En 1 Juan 4:13 leemos: “En esto conocemos que permanecemos en Él, y Él en nosotros, en que nos ha dado de Su Espíritu”. Sabemos que permanecemos en el Señor porque Él nos ha dado el Espíritu Santo, quien está en nosotros para ser uno con nosotros. El versículo 4 del capítulo 5 dice: “Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. Todo lo que es nacido de Dios se refiere a nuestro espíritu regenerado. Nuestro espíritu es nacido de Dios y, por tanto, vence al mundo. En todo el universo, sólo nuestro espíritu puede vencer al mundo y al pecado. El versículo 18 dice: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado”. Por muchos años no podía entender esta palabra. Por un lado, yo confesaba que había nacido de Dios, pero, por otro, mi experiencia parecía contradecir este versículo, pues yo todavía era pecaminoso. Luego vi 1 Juan 5:4, que dice “Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. El espíritu humano que es nacido del Espíritu es nacido de Dios. Nuestro espíritu regenerado puede vencer al mundo y no practica el pecado.

  A nuestra carne le gusta pecar. En 1 Juan 2:16 se nos dice que lo que compone el mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida— están en nosotros. Sin embargo, tenemos un espíritu regenerado que ha nacido de Dios. Nuestro espíritu regenerado no puede pecar, y vence al mundo. El versículo 18 del capítulo 5 también dice: “El que es nacido de Dios se guarda a sí mismo”. Esto quiere decir que un creyente que tiene un espíritu regenerado, el cual ha nacido de Dios, puede guardarse a sí mismo de vivir en pecado. La parte de nuestro ser que ha nacido de Dios es nuestro espíritu. Esta parte es capaz de guardarnos y protegernos.

  El versículo 19 dice: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero yace en poder del maligno”. El mundo entero, que incluye a todas las personas y todas las cosas, yace en poder del maligno. Sólo aquello que es nacido de Dios no yace en poder del maligno. Las tiendas por departamentos, los cines y los clubes de baile yacen en poder del maligno. Además, nuestra carne, nuestros pensamientos naturales, nuestros conceptos religiosos y el servicio que procede de nuestro celo natural también yacen en poder del maligno. Hay una sola cosa en todo el universo que no está bajo la manipulación del maligno, y eso es nuestro espíritu regenerado. Aunque le pertenecemos a Dios y somos santos, nosotros somos sólo parcialmente santos, pues nuestro espíritu regenerado es santo. Todo lo demás está bajo la manipulación de Satanás. Dios está en nuestro espíritu para ser nuestra vida a fin de que podamos vencer. El versículo 20 dice: “Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”. Esto es algo que experimentamos en nuestro espíritu.

NUESTRA ADORACIÓN Y NUESTRO SERVICIO A DIOS DEBEN REALIZARSE EN ESPÍRITU

  El verdadero Dios ya no está sólo en los cielos. Él ha entrado en nuestro espíritu. Cualquier cosa aparte de Dios es un ídolo. Por tanto, el versículo 21 dice: “Guardaos de los ídolos”. Nunca deberíamos pensar que los ídolos se limitan a objetos que están dentro de los templos. Nuestro celo natural por el Señor es un ídolo que reemplaza al verdadero Dios. El que elijamos himnos de manera natural, el que sirvamos de manera natural y la falta del ejercicio de nuestro espíritu son ídolos. Sólo aquello que procede de nuestro espíritu regenerado es el verdadero Dios.

  Hace muchos años, no entendía por qué 1 Juan 5:21 de repente dice: “Hijitos, guardaos de los ídolos”. Estas palabras parecían ser un pensamiento desconectado. Más tarde entendí que cualquier cosa que no se realice en nuestro espíritu regenerado es un ídolo. El apóstol Juan nos exhortó a que huyamos de los ídolos, es decir, que huyamos de todo lo que no proceda de nuestro espíritu. Es bueno que deseemos ser mansos, amplios, humildes y longánimos, pero ¿acaso se originan estas virtudes de nuestro espíritu regenerado? Si ellas se originan de nuestro espíritu regenerado, son del verdadero Dios; si no, son ídolos.

  Que todos nosotros podamos ver esta visión. Dios desea forjarse en nosotros para ser nuestra vida, y Él desea vivir en unidad con nosotros en nuestro espíritu. Él no desea que hagamos cosas por Él, y tampoco le interesan otras cosas. A Él sólo le interesa el que nosotros vivamos en unidad con Él en nuestro espíritu. Necesitamos ver esta visión y permitir que esta visión nos controle. Nuestra oración, lo que decimos, nuestro testimonio y nuestra lectura de la Biblia tienen que proceder de esta visión a fin de proclamar esta visión. Si nosotros realmente vemos esta visión, conoceremos qué procede de nuestro celo natural y si nuestra adoración, nuestro cantar y nuestras oraciones son rutinarias.

  Los judíos edificaron el templo en Jerusalén según las instrucciones dadas por Dios. Frente al templo había un altar. Los sacerdotes llevaban vestiduras sacerdotales y servían conforme a las Escrituras. Ellos ofrecían sacrificios en el altar y entraban en el Lugar Santo para quemar el incienso y encender las lámparas. Su adoración a Dios era ortodoxa, pero Dios vino para estar entre los hombres. Él nació en un pesebre, viajó a Egipto y regresó a Nazaret (Lc. 2:16; Mt. 2:13-15, 19-23). Después de haber estado escondido por treinta años, Él comenzó a ministrar en Judea. Él incluso se reclinó a la mesa en casa de Simón el leproso en Betania, junto con Marta, María y Lázaro (Jn. 12:1-3; Mr. 14:3; Mt. 26:6-7). Aunque esta casa en Betania era humilde, Dios estaba allí con los discípulos. Aunque los sacerdotes judíos estaban en el templo ofreciendo sacrificios, adorando a Dios, encendiendo las lámparas y quemando el incienso en sus vestiduras sacerdotales según las Escrituras, Dios no estaba allí. Si tenemos la debida perspicacia, veremos que el verdadero Dios, la vida eterna, estaba en aquella casa humilde, mientras que había “ídolos” en el templo (1 Jn. 5:19-21). En aquel tiempo, incluso el templo, los sacerdotes en sus vestiduras sacerdotales, los sacrificios, el quemar el incienso y el encender las lámparas yacían en poder del maligno.

  No nos debería preocupar que el Señor Jesús esté en una “casa humilde”, pero necesitamos considerar si nosotros estamos sirviendo religiosamente en “el templo”. Podríamos pensar que adoramos a Dios, pero no darnos cuenta de que realmente estamos bajo la autoridad de las tinieblas y adorando ídolos. El verdadero Dios, la vida eterna, está en nuestro espíritu. Necesitamos sentarnos a Sus pies y tener comunión íntima con Él en nuestro espíritu. Dios no se encontraba en la adoración rutinaria que se efectuaba en el templo. Las cosas relacionadas con el templo, incluyendo los sacerdotes en sus vestiduras sacerdotales y la rutina de quemar el incienso y encender las lámparas habían caído en manos de Satanás; se habían convertido en “ídolos”. Por tanto, el apóstol Juan dijo: “Guardaos de los ídolos”. Si tenemos una visión, entenderemos que el judaísmo se había degradado. Las sinagogas judías originalmente servían al propósito de rendir adoración a Dios, pero Apocalipsis 2:9 dice: “Los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás”. No sólo el judaísmo se degradó, sino que incluso el catolicismo y el protestantismo se han degradado. Por tanto, debemos tener cuidado para que no nos convirtamos en una “sinagoga de Satanás”.

  Todo lo que no es del Espíritu de Dios está bajo la autoridad de Satanás. La religión les enseña a las personas cómo adorar a Dios sin Dios; por tanto, ella pertenece a la sinagoga de Satanás. Si nuestro partimiento del pan es un ritual que no tiene la presencia del Señor y no se efectúa en nuestro espíritu, entonces nosotros adoramos ídolos, y no al verdadero Dios. El Señor Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren” (Jn. 4:24). El Señor no se encuentra en los rituales; Él está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Ésta es la visión que necesitamos. Necesitamos postrarnos delante del Señor y decir: “Señor, ten misericordia de mí. Sin Tu misericordia, estoy ciego y no puedo ver”. Sin la misericordia del Señor, nosotros somos como Saulo de Tarso camino a Damasco. Podríamos pensar que servimos a Dios celosamente, pero de hecho, es posible que estemos bajo la autoridad de Satanás y en la esfera de los ídolos. Un ídolo es cualquier cosa que tiene una forma exterior y que carece del Señor. Tenemos al Señor únicamente cuando estamos en nuestro espíritu. Tener una forma exterior sin el espíritu equivale a tener un ídolo, una religión. Si no tenemos una visión, nosotros adoramos ídolos y no servimos a Dios. Podríamos enseñarles a otros acerca de la santidad, la victoria y el llevar la cruz, pero si no estamos en nuestro espíritu, no guiaremos a otros a que estén en su espíritu. Necesitamos volvernos a nuestro espíritu y sumergirnos en nuestro espíritu para que el verdadero Dios opere en nuestro espíritu. Sólo entonces podremos decir que nuestra adoración y nuestro servicio son conforme al verdadero Dios y la vida eterna.

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