
Lectura bíblica: He. 4:7-16
En Hebreos 4:7-16 se mencionan varios asuntos. El primer asunto es el reposo: “Queda un reposo sabático para el pueblo de Dios” (v. 9). El segundo asunto es el espíritu: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu” (v. 12). El tercer asunto es el Sumo Sacerdote: “Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios” (v. 14). El cuarto asunto es el trono de la gracia: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia” (v. 16). Esta porción de la Palabra revela el reposo, el espíritu, el Sumo Sacerdote y el trono de la gracia.
Estos cuatro asuntos están relacionados, pero si nosotros no entendemos cómo ellos están relacionados, nos será difícil entender esta porción de la Palabra. Hay pocos creyentes en el cristianismo que entienden esta porción, y la mayoría de ellos divide esta porción en tres o cuatro secciones distintas: el reposo sabático, el que el alma sea dividida del espíritu, el Sumo Sacerdote y el trono de la gracia. Los creyentes que son más avanzados asocian al Sumo Sacerdote con el trono de la gracia. No obstante, hablando con propiedad, no sólo existe una relación entre el Sumo Sacerdote y el trono de la gracia, sino que también los cuatro asuntos —el reposo, el espíritu, el Sumo Sacerdote y el trono de la gracia— están relacionados.
Esta porción de la Palabra revela que el reposo que queda para el pueblo de Dios está en nuestro espíritu. Si nosotros no sabemos cómo entrar en nuestro espíritu, nos será difícil saber cómo entrar en el reposo. Desde que fui salvo, comencé a estudiar la Biblia con seriedad; sin embargo, en aquel tiempo estaba muy influenciado por la enseñanza de la Asamblea de los Hermanos. La Asamblea de los Hermanos, tomando el camino de la profecía, interpretó el reposo como el reino milenario. Ellos dijeron que el reino milenario es el reposo que Dios ha preparado para Su pueblo y que debemos ser diligentes para entrar en él. Si sólo leemos el versículo 9, pensaremos que su exposición pareciera estar correcta. Sin embargo, si seguimos hasta el versículo 12, percibiremos que esta interpretación no conecta el versículo 9 con el versículo 12, que dice: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. ¿Por qué Pablo habla del reposo en el versículo 9 y en el versículo 12 habla de la palabra de Dios que es viva y eficaz? ¿Cuál es el propósito del versículo 12? Si nos salimos de la influencia del cristianismo tradicional, entenderemos que el reposo en el versículo 9 debe estar en nuestro espíritu.
El versículo 9 dice que hay un reposo que queda para el pueblo de Dios. El versículo 10 dice que entrar en este reposo equivale a reposar de nuestras obras. Si todavía luchamos, no tenemos reposo. El versículo 11 dice que debemos ser diligentes para entrar en el reposo de Dios. Luego, el versículo 12 dice que la palabra de Dios es viva y que puede partir el alma y el espíritu. Cuando leemos estos versículos en secuencia, debemos reconocer que el reposo que se menciona en el versículo 9 se refiere al espíritu visto en el versículo 12.
El versículo 13 es difícil de entender. El versículo 12 dice que la palabra de Dios es viva y capaz de partir el alma y el espíritu, y el versículo 13 dice que todas las cosas son manifiestas en la presencia del Señor, estando desnudas y expuestas. ¿Cómo descubrimos la relación entre los versículos 12 y 13? El versículo 13 indica que Dios es capaz de ver la condición interior del hombre. En 1 Samuel 16:7 se nos dice: “El hombre sólo ve las apariencias, mas Jehová ve el corazón”. En la era neotestamentaria, Dios no ve meramente nuestro corazón, sino que Él ve nuestro espíritu.
Ninguno de nosotros está desnudo y expuesto delante de otros, pues ellos sólo pueden ver nuestra apariencia externa; no pueden ver la condición de nuestro espíritu. En contraste, Dios puede ver el interior de nuestro ser. Él ve nuestra apariencia externa, los pensamientos e intenciones de nuestro corazón, y también ve nuestro espíritu, que está rodeado por nuestra alma y escondido en ella (He. 4:12). En el libro de Hebreos, Pablo no habló del hombre desde un punto de vista humano; más bien, él habló desde la perspectiva de Dios. La vista de Dios es más aguda que cualquier radiografía; Sus ojos pueden penetrar nuestro espíritu. Dios desea mostrarnos dónde estamos, es decir, si vivimos en la carne o en el alma y si vivimos en los pensamientos e intenciones de nuestro corazón o en nuestro espíritu. Él resplandece hacia nuestro interior para que nosotros tengamos una perspectiva clara de nuestra condición.
Muchas veces nosotros no tenemos un entendimiento claro acerca de nuestra condición. Después de asistir a varias reuniones y oír algunos mensajes, algunas personas piensan que ellas han visto una visión y que su condición ha cambiado. Sin embargo, no es sino hasta que la luz de Dios resplandece sobre ellas, que se percatan de que su “cambio” es superficial, y no procede de su espíritu. Aunque no estamos desnudos y expuestos los unos delante de los otros, estamos desnudos y expuestos delante del Señor. El versículo 12 dice que la palabra de Dios es viva y eficaz y que es capaz de penetrar nuestro ser hasta la parte más profunda, nuestro espíritu. La palabra de Dios representa a Dios; por tanto, ella puede penetrar y dividir nuestras partes internas para exponer nuestra verdadera situación. No nos podemos esconder ante Dios; más bien, estamos desnudos y expuestos delante de Él.
El versículo 14 dice: “Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”. El comienzo de este versículo utiliza una frase, por tanto, que funciona como adverbio conjuntivo, lo cual nos muestra que el versículo 14 es una continuación de los versículos anteriores. El versículo 16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”. Este versículo también utiliza un adverbio conjuntivo, pues, que nos indica que es una continuación de los versículos anteriores. Según el versículo 14, nuestro Sumo Sacerdote traspasó los cielos. ¿Cómo podemos contactar un sumo sacerdote que está tan alto en el cielo cuando nosotros todavía estamos en la tierra? El versículo 16 dice que deberíamos acercarnos al trono de la gracia. El trono de la gracia se refiere al trono de Dios en el cielo. A fin de contactar a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, tenemos que acercarnos al trono de la gracia; cuando nos acerquemos al trono de la gracia, seguramente nos encontraremos con Él. Sin embargo, puesto que nuestro Sumo Sacerdote y el trono de Dios están en el cielo, ¿cómo podemos ir allá? Tal parece que el versículo 16 no está relacionado con los versículos anteriores.
No obstante, nuestro espíritu no sólo es el lugar que Dios ha preparado como reposo para Su pueblo; también está conectado al cielo. Nuestro espíritu y el cielo están conectados. Por tanto, cuando nos volvemos a nuestro espíritu, entramos en el reposo que Dios ha preparado para Su pueblo y lo disfrutamos. Al mismo tiempo, también venimos al trono de la gracia, al trono de Dios, para encontrarnos con nuestro Sumo Sacerdote.
Nuestro espíritu es la “puerta del cielo” vista en Génesis 28:17. Los versículos del 17 al 19 dicen: “Esto no es otra cosa que la casa de Dios, y ésta es la puerta del cielo [...] Y llamó el nombre de aquel lugar Bet-el”. Bet-el, la casa de Dios, es la puerta del cielo. Efesios 2:22 dice que la morada de Dios está en nuestro espíritu. En otras palabras, nuestro espíritu es Bet-el; es la casa de Dios, Su habitación.
Génesis 28:12 dice: “Había una escalera que estaba apoyada en la tierra, y su extremo tocaba el cielo; y los ángeles de Dios subían y descendían por ella”. En Bet-el había una escalera que tocaba el cielo. Por esta razón, Bet-el fue llamada la puerta del cielo. En Juan 1:51 el Señor se identificó a Sí mismo como la escalera que toca el cielo: “Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre”. Por un lado, el Señor Jesús está en el cielo, pero, por otro, Él está en nuestro espíritu. Como una escalera, Él toca el cielo por un lado y nuestro espíritu por el otro lado. Por medio de Él, nuestro espíritu y el cielo están conectados. Ahora nuestro espíritu es la puerta del cielo.
El Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, y el trono de la gracia están en el cielo. En el trono de la gracia hay misericordia y gracia para el oportuno socorro (He. 4:16). Cuando recibimos misericordia de parte de Dios y hallamos gracia para satisfacer nuestra necesidad oportuna, tenemos reposo. Experimentamos este reposo cuando nos volvemos a nuestro espíritu, pues nuestro espíritu está conectado al cielo. Además, Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, se compadece de nuestras debilidades y nos suministra todas nuestras necesidades. Él se ocupa de todas nuestras necesidades.
El trono de la gracia es la fuente de nuestro suministro. Este trono es el trono de Dios y del Cordero visto en Apocalipsis 22:1. De este trono sale un río de agua de vida, resplandeciente como cristal. El árbol de la vida crece a uno y otro lado del río de agua de vida y suministra vida como alimento (v. 2). Nosotros recibimos misericordia y hallamos gracia para que tengamos el suministro de vida. Como resultado de eso, disfrutamos del reposo.
El reposo que queda para el pueblo de Dios está en nuestro espíritu. Además, nuestro espíritu está conectado al cielo. Por tanto, Cristo toma cuidado de nosotros como nuestro Sumo Sacerdote, y el trono de la gracia de Dios nos da el suministro en nuestro espíritu. En nuestro espíritu, recibimos misericordia, hallamos gracia y disfrutamos el suministro oportuno. Éste es nuestro reposo.
Hebreos 10:19 dice: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús”. El Lugar Santísimo es nuestro espíritu. Podemos decir esto porque este versículo dice que tenemos confianza para entrar en el Lugar Santísimo. Los expositores de la Biblia están de acuerdo de que el Lugar Santísimo es el tercer cielo. Pero si el Lugar Santísimo es el tercer cielo, ¿cómo podemos entrar en él? El Lugar Santísimo en este versículo se refiere a nuestro espíritu. Cuando estamos en nuestro espíritu, estamos en el Lugar Santísimo. Nuestro espíritu está conectado al cielo; por tanto, cuando estamos en nuestro espíritu, estamos en el cielo.
El versículo 20 dice: “Entrada que Él inauguró para nosotros como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne”. En el Antiguo Testamento había un velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo (Éx. 26:33). Según Juan 1:14 el Señor Jesús como Palabra se hizo carne. En los versículos de Hebreos y Juan, la expresión carne se refiere a la humanidad. Hebreos 10:20 habla del velo de Su carne. Esto quiere decir que nosotros somos el velo. El Lugar Santísimo es nuestro espíritu, pero existe una barrera, nuestra humanidad caída, que nos separa de nuestro espíritu. Nuestra humanidad caída es el velo más grueso y nos separa de Dios. Por tanto, nuestra carne tiene que ser rasgada. Esto es representado por el velo en el templo que fue rasgado en dos, de arriba abajo, cuando el Señor murió en la cruz (Mt. 27:51).
Hebreos 10:21 dice: “Teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios”. Este gran Sacerdote está en nuestro espíritu, el Lugar Santísimo. Cuando consideramos los capítulos 4 y 10, podemos ver que nuestro espíritu hoy es el Lugar Santísimo. Además, nuestro ser es el velo que tiene que ser rasgado. Hay reposo en el Lugar Santísimo, en nuestro espíritu. El Señor es nuestro Sumo Sacerdote que lleva nuestro caso en el Lugar Santísimo. Además, el trono de la gracia que nos suministra y nos da reposo también está en el Lugar Santísimo. No obstante, en nuestra experiencia, nos es fácil permanecer en el atrio o entrar al Lugar Santo, pero no nos es fácil entrar al Lugar Santísimo. Esto se debe a que hay un velo entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Este velo es nuestra carne.
Los versículos 18 y 19 del capítulo 6 dicen: “Los que hemos huido en busca de refugio, para echar mano de la esperanza puesta delante de nosotros, la cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo”. La frase huido en busca de refugio en el idioma original significa “huir intensamente”. La misma palabra también se usa en Hechos 14:6, donde habla de que Pablo y Bernabé huyeron a las ciudades de Listra y Derbe en Licaonia. Pablo y Bernabé huyeron porque surgió un intento hostil de parte de algunos para afrentarlos y apedrearlos (v. 5). Cuando los apóstoles se enteraron de ello, ellos huyeron a Licaonia. Hebreos 6:19 habla del ancla de nuestra alma. Nuestro espíritu no necesita un ancla porque nuestro espíritu no se desvía; sin embargo, nuestra alma necesita un ancla porque siempre va a la deriva. Nuestra alma es nuestra persona, y nuestra persona tiende a irse a la deriva. Por tanto, nuestra alma necesita un ancla. Los versículos 18 y 19 dicen que la esperanza puesta delante de nosotros es un ancla segura y firme de nuestra alma y que penetra hasta dentro del velo. El Lugar Santísimo, que está en el tercer cielo, también es nuestro espíritu, que está dentro del velo.
El versículo 20 dice: “Donde Jesús, el Precursor, entró por nosotros, hecho Sumo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”. El Señor Jesús entró dentro del velo. El Lugar Santísimo, el tercer cielo y nuestro espíritu están relacionados y conectados. Cuando el Señor Jesús ascendió, Él entró en el Lugar Santísimo. Él ahora está en el tercer cielo y también en nuestro espíritu. Por tanto, el tercer cielo y nuestro espíritu están conectados. Ellos también están dentro del velo. El lugar “dentro del velo” se refiere al tercer cielo y a nuestro espíritu. El ancla de nuestra alma está conectada al tercer cielo y también a nuestro espíritu. Si no entramos en nuestro espíritu, seremos como un barco que está a la deriva en el mar sin tener un ancla. Debemos conectar el ancla de nuestra alma a nuestro espíritu, el tercer cielo, y entonces estaremos seguros.
Las tres partes del hombre —el cuerpo, el alma y el espíritu— corresponden a las tres secciones del templo santo, las cuales son el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Nosotros somos el templo de Dios (1 Co. 3:16-17). En el templo hay tres secciones y nosotros tenemos tres partes. Las tres secciones en el templo corresponden a nuestras tres partes. Nuestro cuerpo corresponde al atrio, nuestra alma corresponde al Lugar Santo y nuestro espíritu corresponde al Lugar Santísimo.
A fin de contactar a Dios, tenemos que pasar por el atrio y entrar al Lugar Santo, y debemos pasar por el Lugar Santo y entrar en el Lugar Santísimo a fin de ver a Dios cara a cara. El altar del holocausto y el lavacro están en el atrio. La mesa del pan de la Presencia, el candelero y el altar del incienso están en el Lugar Santo. Sólo el Arca, que tipifica a Cristo, está en el Lugar Santísimo. La mesa del pan de la Presencia tipifica a Cristo como nuestra vida, el candelero de oro tipifica a Cristo como nuestra luz, y el altar de oro del incienso tipifica a Cristo, el incienso dulce que nos hace aceptables a Dios. Sólo el Arca en el Lugar Santísimo tipifica la persona de Cristo. En el Lugar Santísimo estamos en la presencia de Dios, donde lo único que hay es Cristo.
Deberíamos preguntarnos si nuestra experiencia se relaciona con el atrio, el Lugar Santo o el Lugar Santísimo. Tomar medidas respecto a la carne, llevar la cruz y experimentar el trato por parte de la cruz son experiencias propias del atrio, pues el altar del holocausto tipifica la cruz. La ofrenda presentada en el altar del holocausto y el lavamiento en el lavacro tienen como finalidad que nosotros entremos al Lugar Santo, y de allí, al Lugar Santísimo. Es correcto experimentar la cruz en el atrio, pero esta experiencia tiene por finalidad que entremos al Lugar Santo. Sin embargo, en cuanto nos centramos en la cruz, tendemos a permanecer allí y no estamos dispuestos a irnos; no estamos dispuestos a entrar al Lugar Santo y después al Lugar Santísimo. Aquellos que han experimentado la cruz tienen que examinar si ellos han entrado en el espíritu o no. Si no hemos entrado en nuestro espíritu, aunque hemos experimentado la cruz por varios años, hay un problema.
El cuadro de los israelitas saliendo de Egipto y entrando en Canaán tipifica las tres etapas de la salvación que Dios efectúa, lo cual también corresponde con las tres partes del templo. El pueblo de Israel salió de Egipto, pasó por el desierto y entró en Canaán. Entrar en Canaán fue la última parte de su travesía. Egipto representa el atrio, el desierto representa el Lugar Santo y la buena tierra de Canaán representa el Lugar Santísimo. El maná que los israelitas comieron en el desierto representa el pan de la Presencia que se hallaba en el Lugar Santo. En el Lugar Santo estaba el pan de la Presencia, y en el desierto estaba el maná. Los creyentes que se concentran sólo en los tratos que reciben por parte de la cruz permanecen en el altar del holocausto. Esto equivale a permanecer en el atrio. Algunos creyentes se concentran en ir en pos de la santidad. Es posible que ellos disfruten a Cristo como maná cada día, pero ellos están meramente en el desierto, es decir, en su alma. Estos creyentes no han entrado en el Lugar Santísimo, en la buena tierra de Canaán.
Los israelitas entraron en Canaán sólo después de cruzar el río Jordán, donde su carne fue sepultada. Cruzar el Jordán equivale a pasar por el velo de nuestra carne, es decir, sepultar la carne, dejar que la carne sea rasgada. Una vez que cruzamos el Jordán, entramos en Canaán. En otras palabras, una vez pasados por el velo de nuestra carne que ha sido rasgado, entramos en nuestro espíritu. En Canaán los hijos de Israel tuvieron el disfrute más pleno y más alto de la tierra. Esto representa el disfrute que tenemos de la salvación que Dios efectúa. Salir de Egipto fue parte de la salvación de Dios, y pasar por el desierto también fue parte de esta salvación. No obstante, la salvación completa que Dios efectúa pudo ser experimentada sólo después que los israelitas entraran en Canaán.
Tenemos que entender claramente lo que significa vagar por el desierto. Vagar por el desierto equivale a vagar en nuestra alma, es decir, a vagar en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Aunque es posible que disfrutemos a Cristo mientras vagamos en nuestra alma, todavía estamos en nuestra alma, no en Canaán. Por tanto, no hemos obtenido el disfrute más pleno de la salvación que Dios efectúa. Debemos ser aquellos que se acercan a Canaán y entran en ella, que representa el Lugar Santísimo, esto es, nuestro espíritu.