
Los seis libros del Antiguo Testamento de 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, y 1 y 2 Crónicas no simplemente revelan una historia del tabernáculo con su Arca, sino también del recobro y agrandamiento del edificio de Dios. No es suficiente si sólo hemos visto el relato histórico. A través de la historia debemos ver la manera en que Dios logra Su recobro y agrandamiento. El relato histórico es principalmente negativo, pero el recobro y agrandamiento producidos son positivos. Toda la historia tiene como finalidad redundar en el agrandamiento del edificio de Dios.
Por la soberanía del Espíritu Santo, los seis libros de historia que hemos mencionado fueron puestos en un solo grupo. Al comienzo vemos una situación positiva: el edificio de Dios fue establecido en un lugar definido llamado Silo. Las personas ya no tenían que vagar; a partir de entonces todo el que deseara a Dios tenía un lugar específico al que podía ir. ¡Cuán maravilloso es tener un lugar específico donde podemos reunirnos con Dios!
Esta situación agradable, esta condición gloriosa, no duró mucho tiempo. El Arca fue capturada, y el edificio de Dios sufrió una severa degradación (1 S. 3—6). Pero aun antes que el Arca fuera capturada, la situación dentro del tabernáculo era muy oscura y sombría. No había luz; todo se hallaba en tinieblas. No había un hablar fresco ni una revelación fresca de parte de Dios. Los sacerdotes habían envejecido y estaban caducos. Por consiguiente, Dios tuvo que levantar a un niño: Él fue obligado a producir algo fresco y nuevo. Debemos aprender a nunca envejecer.
La degradación empeoró. Los israelitas no estuvieron dispuestos a ponerse a bien con Dios, y en vez de ello se volvieron supersticiosos y usaron el Arca para pelear una de sus batallas. El Arca fue capturada, y la degradación alcanzó su punto más bajo.
A pesar de que el Arca fue capturada, el recobro de Dios empezó a partir de ese mismo momento. Debemos comprender que Dios jamás puede ser derrotado en Su propósito. El enemigo de Dios tal vez pueda estorbarlo y hacer que Él se demore por cierto tiempo, pero Satanás jamás puede estorbar completamente a Dios. El propósito de Dios tiene que cumplirse. Una vez que Dios tiene planeado hacer algo, inevitablemente lo logrará. Según los capítulos 5 y 6 de 1 Samuel, tal parece que el propósito de Dios había sido derribado, pues el Arca fue capturada por el enemigo. Sin embargo, todas las actividades y estorbos del enemigo únicamente abren el camino no sólo para que Dios logre un recobro, sino también un agrandamiento. Cuando Dios recobra algo, Él siempre lo agranda. Necesitamos tener una visión gloriosa para comprender todas estas cosas.
Con base en la historia de la degradación del pueblo de Dios, algunos maestros cristianos han enseñado que una vez que la situación se degrada, jamás puede ser recobrada. Sin embargo, al leer las Escrituras repetidas veces, vemos justamente lo contrario. Una vez que la situación entre el pueblo de Dios se degrada, Dios final e inevitablemente recobra dicha situación y la agranda. En los primeros años en los que participamos en el servicio del Señor, fuimos en cierto modo influenciados por la enseñanza negativa de estos maestros cristianos. Hasta cierto punto, adoptamos este mismo punto de vista. Pero más tarde, gracias a la iluminación del Señor, descubrimos justamente lo contrario en las Escrituras. ¿Cómo podemos decir que las cosas que se han degradado nunca pueden volver a ser recobradas? Al final tendremos la Nueva Jerusalén, la cual es mucho mejor que cualquier otra cosa. Esto será mucho mejor —infinitamente mejor— que la situación que vemos en el día de Pentecostés.
En 1 Samuel, al comienzo de este grupo de seis libros, tenemos un tabernáculo; pero en los últimos tres libros de este grupo, tenemos un templo. Comparado con el tabernáculo, el templo nos muestra una mejora tremenda. De hecho, no tiene comparación. En el tabernáculo había un total de veinticuatro piezas de piedras preciosas, pero todas eran pequeñas. Las cuarenta y ocho tablas, aunque estaban revestidas de oro, eran delgadas y poco anchas. Tanto las piedras como las tablas eran, sin duda, muy preciosas, pero su tamaño y su peso no era significativo. Además, el tabernáculo tenía cierto fundamento pero no tenía piso, puesto que era erigido en el desierto. Ahora examinemos el templo. Las piedras preciosas que se usaban eran de gran tamaño, incomparablemente más grandes que las del tabernáculo. En el templo no había una pequeña cantidad de una sola clase de madera como en el tabernáculo, sino que se usaban en abundancia tres clases de madera: el olivo, el ciprés y el cedro del Líbano. Incluso el piso del templo era hecho de madera recubierta de oro. El tabernáculo medía treinta codos de longitud, mientras que el templo tenía una longitud de sesenta codos. El ancho del tabernáculo era de diez codos, mientras que el del templo era de veinte codos. Todas las dimensiones del plano horizontal eran dos veces mayores. Además, el tabernáculo medía diez codos de altura, mientras que el templo medía treinta codos, es decir, era tres veces más alto. Por lo tanto, el tabernáculo no sólo fue recobrado en el templo, sino que fue agrandado mucho más.
Algunos maestros de la Biblia, como hemos mencionado, no ven cómo las cosas que en otro tiempo se degradaron pueden un día ser recobradas. Insisten en que dichas cosas quedan en una dispensación pasada y que nunca podemos volver a recuperarlas. Pero según la tipología, el cuadro nos muestra con toda claridad que algo que se ha degradado no sólo puede ser recobrado, sino incluso agrandado. ¡Alabado sea el Señor! Debemos tener la fe para creer esto. La iglesia puede ser mucho mejor hoy en día que en los tiempos de Pentecostés. ¡Dios se está moviendo! Si Dios fuera alguien que siempre es derrotado, ¿cómo podría lograr Su meta? A pesar de toda la degradación y confusión que haya, Dios sigue adelante. Si tenemos esta visión gloriosa, jamás nos desanimaremos ni nos sentiremos desilusionados. Algunos maestros de la Biblia siempre se lamentan de que la iglesia hoy en día esté tan lejos de la condición maravillosa que vemos en el día de Pentecostés. Si ése es nuestro caso, ello muestra que no tenemos la visión adecuada. Si nuestros ojos han sido abiertos para ver el recobro del Señor, saltaremos de gozo y exclamaremos: “¡Aleluya, a pesar de la degradación y confusión que existe, el Señor continúa adelante!”. Esto es verdaderamente glorioso.
De 1939 a 1942 el hermano Watchman Nee nos estuvo ayudando durante un tiempo de entrenamiento informal en Shanghái. Una noche en una reunión de oración de la iglesia, alguien oró de esta manera: “¡Oh Señor, nuestra condición es tan lamentable! La iglesia es muy débil y pobre; ¡todo lo que vemos es tan desalentador!”. La oración sonaba bien y muchos respondieron con amenes. Sin embargo, el hermano Nee de inmediato ofreció otra oración en la que decía: “Señor, Tu iglesia jamás puede ser derrotada. Para Ti, ella es fuerte y hermosa”. Muchos respondieron a esta oración exclamando: “¡Aleluya, amén!”. Esto fue un gran contraste.
Todo depende de cuál sea nuestra visión. El Señor le dijo a Balaam, el profeta gentil: “No ha notado iniquidad en Jacob, / ni ha visto agravio en Israel” (Nm. 23:21). A los ojos del Señor: “¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, / tus tabernáculos, oh Israel!” (24:5). Dios siempre divisa la meta más allá de los valles. Por supuesto, si estamos en un valle, es posible que nos lamentemos de ese hecho; pero ése no es el final, sino simplemente un paso inferior en la carretera que nos conduce a la meta. Debemos continuar manejando hacia la meta que se halla sobre un monte alto. Debemos aprender a ver la meta más allá de todas las cosas, no sólo teniendo un entendimiento de las cosas, sino también una vista de largo alcance. La iglesia jamás podrá ser derrotada. Estamos equivocados si decimos que la iglesia siempre es derrotada. ¡La iglesia al final saldrá victoriosa! Debemos ver cómo Dios recobra y agranda Su edificio.
En 1 Samuel 13:14 Dios le dijo a Saúl: “Ahora tu reino no perdurará. Jehová se ha buscado un varón conforme a Su corazón”. Dios comenzó Su obra de recobrar Su edificio con David, un hombre conforme a Su propio corazón. Si nos interesa el recobro y agrandamiento del edificio de Dios, por la misericordia de Dios debemos ser hombres conforme a Su corazón.
El libro de 1 Samuel nos presenta a David no sólo como un hombre conforme a Su corazón, sino también como alguien que era joven y sin experiencia alguna. Era necesario que se llevara a cabo una obra en David y que algo se forjara en él para que llegara a ser una persona madura y con experiencia. La única manera en que él podía ser preparado era que experimentara sufrimientos. Por esta razón, Dios puso a David bajo la autoridad de Saúl. David sufrió mucho, pues experimentó muchas clases de pruebas, aflicciones y maltratos. Él llegó a ser un verdadero estudiante en los sufrimientos; aprendió la lección del sufrimiento, y llegó a ser completamente exitoso en ello. Todos los sufrimientos que experimentamos acaban con nuestra naturaleza, nuestro yo y nuestra carne. David fue completamente probado; su carne, su yo y su vida natural fueron severamente quebrantados. Usando el lenguaje del Nuevo Testamento, David aprendió las lecciones de la cruz. La vida de Abraham fue una vida de fe, pero la de David fue una vida de sufrimientos bajo las lecciones de la cruz. Si deseamos seriamente tener una vida de iglesia apropiada, y si verdaderamente nos interesa el recobro y el agrandamiento del edificio de Dios, debemos estar dispuestos y preparados para ser quebrantados a fin de aprender las lecciones de la cruz. Todos los capítulos de 1 Samuel hacen hincapié en este punto: que un hombre conforme al corazón de Dios estará sujeto a presiones severas a fin de aprender las lecciones de la cruz. La carne, el yo y la vida natural deben ser quebrantados; los motivos deben ser probados. David fue sometido al duro trato de Saúl a fin de ser quebrantado. Muchos jóvenes hoy necesitan de un “Saúl” que constantemente los quebrante, maltrate y lidie con ellos. Es necesario que seamos sometidos a pruebas y seamos quebrantados.
Debido a que David aprendió satisfactoriamente esta lección de sufrimiento, él pudo entrar en el reino. Dios tomó el reino de las manos de Saúl y se lo entregó a David. David había aprobado el examen. Sin embargo, ése aún no era el final; pues aunque pasó la prueba satisfactoriamente y obtuvo el trono, aún no era una persona adecuada para el recobro del Señor. Todavía había algo escondido en él que tenía que ser puesto al descubierto. Después de subir al trono, él se sintió capaz de hacer algo para el Señor, en lo cual podía jactarse y atribuirse el mérito. El Señor jamás permitirá que el hombre se jacte de esta manera. David concibió la idea de edificarle a Dios una casa, es decir, deseó recobrar el tabernáculo y agrandarlo. Incluso el profeta Natán, al oír del deseo que tenía David, lo alentó en este proyecto. Natán le mostró a David su aprobación de una manera natural, pero el Señor de inmediato intervino. Durante la noche le mandó a Natán que le dijera a Su siervo David que no le edificara una casa, puesto que en aquel tiempo esta acción por parte de David le habría dado motivo para jactarse, y Dios no permitiría eso. Ya vimos cómo se le dijo a David que esperara a que Dios le edificara casa; entonces de esa casa le nacería un hijo que edificaría una casa para Dios (2 S. 7:1-13). El significado aquí es que el hombre no puede gloriarse en ninguna persona sino en Dios. No se trata de lo que nosotros podemos hacer por Dios, sino de lo que Dios puede hacer por nosotros.
Después que Dios le dijo estas palabras a David, las Escrituras nos relatan dos grandes fracasos. Primero, David mató a uno de sus hombres, Urías, y además de ello, tomó la mujer de Urías (cap. 11). ¿Puede usted imaginarse que una persona como David pudiera hacer algo tan vergonzoso y pecaminoso? Si este incidente no hubiera quedado grabado en las Escrituras, usted jamás lo creería. El Señor permitió que David cometiera dicha acción pecaminosa. El Señor sin duda pudo haber intercedido y haberle impedido a David que hiciera esto, pero Dios retiró Su mano un poco de David para que su verdadera condición aflorara y fuera manifestada. Si leemos solamente 1 Samuel, podemos pensar que David era una persona perfecta y maravillosa, pero 2 Samuel pone de manifiesto su condición.
Debemos ver cuál fue el resultado y consecuencia de este fracaso. Esto es una verdadera misericordia y es muy significativo, pues del fracaso de David vino su hijo, Salomón, aquel que edificaría el edificio de Dios. Salomón, el hijo de David, nació de la mujer de Urías. Nuevamente le pregunto: ¿Puede usted imaginar que el que edificaría el templo de Dios nacería de esta pareja? En la genealogía de Mateo 1 está escrito que David engendró un hijo de la mujer de otro hombre (v. 6). La grandeza de la misericordia del Señor resplandece en este incidente, pues David fue perdonado de aquel pecado. Salmos 51 revela el arrepentimiento de David y el perdón de Dios. Por lo tanto, después que Dios perdonó a David, le dio un hijo, Salomón, quien con el tiempo edificó la casa de Dios (2 S. 12:24-25). La misericordia de Dios para con el hombre puede por sí sola ser el testimonio en cuanto a dicha casa.
Veamos ahora cuál fue el segundo fracaso de David, un fracaso que dejó su condición completamente al descubierto. David fue primeramente puesto al descubierto en el caso de Urías a fin de que aprendiera la lección de la humildad. Sin embargo, él aún era tan orgulloso que un día intentó contar el número total de Israel (cap. 24), lo cual no sólo hizo que se manifestara el orgullo que se hallaba oculto en él, sino también su falta de fe en el Señor. El Señor intervino y juzgó a David. Sin embargo, el resultado, la consecuencia, de este segundo fracaso fue realmente extraño y maravilloso. El pequeño terreno que se obtuvo a causa de su fracaso llegó a ser el lugar mismo donde se edificó el templo (1 Cr. 21:18; 2 Cr. 3:1). El resultado de su primer fracaso fue que le naciera un hijo que construiría el edificio, y el resultado de su segundo fracaso fue que se obtuvo el terreno para el edificio. Tales resultados positivos que provienen de fracasos tan negativos como éstos escapan nuestro entendimiento humano.
Después de leer 1 y 2 Samuel, debemos postrarnos delante del Señor y decir: “Señor, no tengo nada que decir. Todo esto es Tu misericordia”. De igual manera, hoy el edificio completamente edificado no será un testimonio de cuánto nosotros podemos hacer por Dios, sino de cuánto Dios ha hecho por nosotros. Debemos aprender a ser un hombre que es conforme al corazón de Dios, un hombre que ha aprendido las lecciones de la cruz, que conoce cuán pecaminoso es y lo inadecuado que es para hacer algo para el Señor. Debemos aprender la lección de la humildad; no importa cuánto seamos conforme al corazón de Dios ni cuánto hayamos aprendido las lecciones de la cruz, con todo, debemos seguir siendo humildes. Por cuidadosos que hayamos sido en el pasado o lo seamos en el futuro, tarde o temprano el Señor va a permitir que fracasemos a fin de revelar nuestra condición y humillarnos. Entonces comprenderemos que no somos nosotros sino el Señor, que no son nuestros atributos sino la misericordia del Señor, la gracia del Señor. Todos debemos aprender estas lecciones. Nunca suponga que puesto que usted ama al Señor y está aprendiendo continuamente las lecciones de la cruz, debe ser la persona indicada para edificar Su casa. ¡No! Nosotros no somos las personas indicadas. Lo que hay en nosotros tiene que salir a la luz; tenemos que experimentar ciertos fracasos. Nosotros no nos damos cuenta de lo pecaminosos que somos. Cuando todo lo que está escondido en nosotros salga a la luz, seremos diferentes. Entonces el Señor nos usará, pero la gloria no será nuestra, sino del Señor.
Si David estuviera aquí hoy, y nosotros empezáramos a elogiarlo, él inmediatamente nos detendría y diría: “Hermano, no me elogie. Lea la historia de la mujer de Urías; lea acerca del censo del pueblo. No es mi bondad, sino la misericordia del Señor. Es por Su perdón, Su misericordia y Su gracia que yo haya recibido un hijo y una pequeña parcela para la edificación del templo”.
David había aprendido las lecciones de la cruz; él había sido puesto al descubierto y había sido humillado a lo sumo. Él ya no confiaba ni se gloriaba en sí mismo, sino que en lo profundo de su ser sabía que todo se debía a la misericordia y la gracia de Dios. Éste fue el hombre que era conforme al corazón de Dios, el hombre que peleó las batallas, obtuvo victorias, preparó todos los materiales para el edificio de Dios, produjo un hijo que edificó la casa y obtuvo un terreno para el edificio. Además de todo esto, David también recibió los planos del templo. Dios proveyó el edificador, el terreno, los materiales y los planos. Lo único que quedaba por hacer era el edificio mismo.
Es por medio de una vida como la de David que todas las cosas necesarias para la edificación de la iglesia son preparadas. Si la iglesia ha de ser edificada hoy, debemos tener una vida conforme al corazón de Dios, una vida que está dispuesta a aprender las lecciones de la cruz, una vida que ha sido completamente puesta al descubierto y ha sido humillada, una vida que conoce la misericordia y la gracia de Dios y que no confía ni se jacta en su propia naturaleza humana. Es por medio de esta vida que el edificio, el terreno, los materiales y los planos del edificio de Dios son preparados. Si tomamos seriamente la vida de iglesia, debemos aplicar todos estos principios a nosotros mismos. La razón principal por la cual nos ha sido dado este grupo de seis libros del Antiguo Testamento que son tan extensos es que aprendamos estas lecciones y veamos la manera en la cual Dios recobra y agranda Su edificio.
En los pasados años, por la misericordia del Señor, yo he experimentado y observado estos principios en acción. Por otro lado, he visto a muchos queridos cristianos que buscan del Señor, quienes suponían que lo único que necesitaban para el recobro de la vida de iglesia era adquirir algunos dones pentecostales. Si bien he observado muchos casos de éstos, nunca vi a nadie que de esta manera obtuviera éxito. La vida de iglesia jamás podrá ser recobrada simplemente por medio de los dones pentecostales. Para ello se requiere una vida que haya aprendido todas las lecciones que aprendió David. Con personas así existe la posibilidad de que sea recobrada la vida de iglesia. Todos estos incidentes no son simplemente una crónica, sino tipos que nos muestran el camino a seguir para que sea recobrado el edificio de Dios hoy.
David había preparado todo para el edificio de Dios. Ahora Salomón podía empezar a edificar el templo en Jerusalén en el lugar que David preparó y conforme al modelo que Dios le había dado a David (2 Cr. 3:1). El relato histórico de este edificio es muy significativo, puesto que revela cómo Salomón trajo todo lo del antiguo tabernáculo al nuevo templo. Todos los enseres incluyendo el Arca fueron traídos al templo (1 R. 8; 2 Cr. 6:41—7:3). Una vez más había una sola Arca con un solo recipiente. Todo era normal. Ya mencionamos la situación anormal que existía en los días de David: el tabernáculo apropiado estaba en Silo, pero el tabernáculo inapropiado que levantó David estaba en el monte Sion. Ahora, conforme a la manera en que Dios recobra las cosas, el tabernáculo antiguo y apropiado se mezcló con el templo nuevo, y el Arca fue colocada en el templo. Esto es absolutamente normal, un recobro completo conforme al modelo dado por Dios. En esto vemos un principio vital e importante. Dios jamás permitirá que existan dos expresiones de Su Arca al mismo tiempo. El tabernáculo no podía existir por sí solo; debía mezclarse con el templo. Esto demuestra que a los ojos de Dios siempre ha habido una sola expresión de Su Arca. Dios nunca actúa descuidadamente. Conforme a nuestra opinión humana y a nuestro modo de proceder, cuando un templo superior y más agrandado es edificado, nos olvidamos del anterior. Tal vez pensemos que está bien abandonar el templo anterior donde está, pero Dios es más cuidadoso. Si después de ser edificado el templo, el tabernáculo todavía siguiera existiendo separadamente, ello habría dado pie a que alguien dijera: “Aunque el templo ha sido edificado, el tabernáculo aún sigue en pie. ¿Qué de malo tiene que haya dos o más expresiones del Arca?”. Pero Dios no da lugar a la división. No podemos tener dos o más expresiones del testimonio de Dios. Debe haber una sola expresión del Arca; por lo tanto, el tabernáculo debe ser absorbido por el nuevo templo. De este modo, no hubo ninguna división, ni separación ni confusión. Debemos comprender hoy que sólo hay una expresión de Cristo en una sola iglesia. Ésta es la manera en que Dios recobra las cosas.
La manera en que Dios recobró las cosas por medio de Salomón dio por resultado un agrandamiento significativo. Ya vimos cómo las medidas del templo eran mucho mayores que las del tabernáculo. Casi todo en el templo era dos o tres veces más grande (1 R. 6:2, 20), y los enseres fueron agrandados diez veces más. Sin embargo, hubo algo que no fue agrandado en lo más mínimo: el Arca. La razón es que el Arca es Cristo, y Cristo mismo jamás puede ser agrandado. Él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8). Él es siempre el mismo. Sin embargo, la experiencia que tenemos de Él necesita ser agrandada y ensanchada en gran medida.
En el recobro que Dios efectuó por medio de Salomón el altar de bronce que estaba en el atrio fue hecho mucho más grande (2 Cr. 4:1). Se podían ofrecer allí muchas más ofrendas. Esto significa que debemos tener una experiencia más grande y ensanchada de la cruz de Cristo. Nuestra experiencia de consagración debe incrementarse mucho más. Si en el nuevo edificio se hubiera conservado el mismo altar de bronce pequeño y antiguo, ciertamente no habría encajado allí. De igual manera, nuestras experiencias de la cruz deben aumentar de modo que correspondan al agrandamiento del edificio de Dios.
No tenemos las medidas del antiguo lavacro que estaba en el tabernáculo, pero sí sabemos que había solamente un lavacro. Sin embargo, en el templo, en el recobro, hubo diez lavacros. Y entre estos diez lavacros, en el centro, había un mar; no un estanque ni un lago, sino un mar (vs. 2-6). Esto revela que la obra del Espíritu Santo de descubrir, alumbrar, limpiar y purificar necesita ser agrandada y ensanchada en gran medida en nosotros por causa del edificio de Dios.
En el tabernáculo anterior la mesa del pan de la Presencia era muy pequeña, y sólo había una; pero en el templo vemos que había diez mesas (v. 8), es decir, vemos un incremento por diez. Anteriormente, experimentamos a Cristo de una manera muy reducida como nuestro pan de vida, pero ahora nuestra experiencia de este pan vivo debe ser diez veces mayor. En el tabernáculo sólo había un pequeño candelero, pero en el templo vemos que había diez candeleros (v. 7). Esto significa que nuestra experiencia de Cristo como la luz de la vida que resplandece en nosotros también debe incrementarse en el templo agrandado, de modo que corresponda con las diez mesas. Es necesario que correspondamos al agrandamiento de Dios.
No sólo hubo un aumento en cuanto a tamaño y peso, sino también en el número de los elementos que había en el templo. Vimos además cómo en el antiguo tabernáculo había una sola clase de madera: acacia; pero en el templo había al menos tres clases de madera. Había ciprés (1 R. 6:15, 34), un árbol que comúnmente se plantaba en los cementerios de la antigüedad. Esta madera representa algo que existe en la muerte, lo cual tipifica la muerte de Cristo. Luego tenemos el cedro del Líbano (vs. 15-16), que representa en tipología la resurrección o el Cristo resucitado. Además, tenemos el olivo (v. 31). El olivo suministraba aceite, y el aceite es un tipo del Espíritu Santo. Por lo tanto, este árbol representa al Cristo que nos da el Espíritu. A través de estas tres clases de madera experimentamos a Cristo en muerte, en resurrección y como el Espíritu Santo.
También en el templo se usaba una mayor cantidad de oro. Todo el templo estaba recubierto de oro (vs. 20-22). Además, había muchas variedades de piedras, las cuales eran grandes. Todo el edificio, todo el templo, estaba hecho de piedras. En el edificio de Dios las piedras representan la transformación. Una piedra preciosa no es un elemento en su estado original creado por Dios, sino una entidad en la cual se ha forjado algo y que ha sido producida durante cierto período de tiempo. Los seres humanos originalmente fuimos hechos de barro, pero ahora por la obra del Espíritu Santo estamos siendo transformados en algo precioso.
En la vida de iglesia tenemos las verdaderas experiencias de Cristo en Su muerte, en Su resurrección y como el Espíritu Santo. También tenemos la experiencia del oro puro, de la naturaleza divina de Dios que nos es añadida y de la experiencia continua de la transformación. Es por medio de estas experiencias que llegamos a ser los materiales adecuados para el edificio de Dios. No debemos tener una expresión grande y a la vez poca experiencia de Cristo; más bien, necesitamos experimentar un agrandamiento y al mismo tiempo crecer en nuestras experiencias de Cristo, de modo que correspondamos a la expresión agrandada. El Arca, que es Cristo mismo, nunca puede ser agrandada; Él es siempre el mismo. Pero nosotros sí debemos crecer en nuestras experiencias de Él.
Un asunto final que debemos aprender de la manera en que Dios recobra las cosas y las agranda, lo vemos en el modelo del templo. Cuando Dios le dio a Moisés la visión del tabernáculo, le reveló principalmente las dimensiones del tabernáculo y sus utensilios, con el peso de algunos de sus elementos. Pero en el modelo del templo, se le dieron a David todas las dimensiones y el peso de todos los utensilios del templo (1 Cr. 28:11-19). David no sólo vio en la visión el tamaño de los utensilios, sino también su peso. El principio que debemos aprender con esto es que en la vida de iglesia hay toda clase de dones y funciones, y todos deben guardar su debida proporción. Los diferentes aspectos de las experiencias de Cristo deben estar en muy buena proporción y equilibrio. Hoy en día algunos cristianos hacen hincapié en una sola cosa, como por ejemplo, en el hablar en lenguas. Al hacerlo hacen que la lengua sea más grande que el resto del cuerpo. Esto es un verdadero problema. Otros cristianos prestan atención solamente al conocimiento, estudiando hebreo y griego cada día. Tienen una cabeza gigantesca, totalmente desproporcionada con respecto al resto del cuerpo. Algunas de las así llamadas iglesias dan énfasis a la necesidad de ir a los campos misioneros, con lo cual alargan sus pies fuera de toda proporción. Otros hacen hincapié en actividades de toda índole y por ello tienen dos manos grandes que trabajan y laboran con gran esfuerzo. En todos estos casos alguna parte del cuerpo crece desmedidamente, mientras que el cuerpo permanece minúsculo. La situación hoy en día entre el pueblo del Señor y en las así llamadas iglesias se halla fuera de toda proporción y equilibrio.
En algunos lugares he observado a algunos hermanos que realmente han aprendido algo respecto a tener comunión con el Señor. Para ellos nada es más importante que la comunión que uno tiene con el Señor. Siempre que ven a otros estudiar las Escrituras juntos, les dicen que se olviden de ello, puesto que de nada sirve estudiar. Si observan a otros sirviendo de ujieres en una reunión, les dicen que abandonen eso y simplemente aprendan a tener comunión con el Señor. Ellos recalcan la comunión a tal grado que no se preocupan por nada más. Todo en el Cuerpo, en la vida de iglesia, debe ser equilibrado y guardar su debida proporción. Considere nuestro maravilloso cuerpo humano: tiene diversos miembros, pero a la vez es tan equilibrado. Tenemos dos manos, dos oídos y dos ojos, pero todo está en su debida proporción. Si un hombre tuviera dos ojos como los faros de un automóvil, sería un monstruo. Alabado sea el Señor porque en la visión que David recibió, él no sólo vio el tamaño de los utensilios, sino también su peso. Todas las experiencias espirituales que tenemos de Cristo en la vida de iglesia deben ser equilibradas y tener su debida proporción. Está bien y es aceptable hablar en lenguas, adquirir conocimiento, servir al Señor e ir a los campos misioneros; pero todas estas experiencias deben estar en buena proporción.
Tanto David como Salomón, los dos hombres vitalmente relacionados con la edificación del templo, eran tipos de Cristo que lo representaban en dos aspectos. David tipifica al Cristo sufriente, y Salomón tipifica al Cristo resucitado, el Cristo de gloria. Cristo, desde Su encarnación hasta Su crucifixión, es tipificado por David; y Cristo, desde Su resurrección hasta Su entronización es tipificado por Salomón. Todo lo necesario para la edificación del templo fue preparado por David; esto significa que todo lo necesario para la edificación de la iglesia fue preparado por el Cristo sufriente. La edificación del templo fue llevada a cabo de manera concreta por Salomón; esto significa que la verdadera edificación de la iglesia la lleva a cabo el Cristo resucitado. En el capítulo 2 del Evangelio de Juan, Cristo les dijo a los judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (v. 19). Esto significa que Cristo edifica la iglesia en resurrección.
Algunos maestros de la Biblia dan la impresión equivocada al decir que Salomón tipifica sólo al Cristo que vendrá de nuevo en gloria. Otros enseñan que cuando Cristo regrese, entonces edificará la iglesia. Esta enseñanza da a entender enfáticamente que esta era presente no es la era para que la iglesia sea edificada, sino el tiempo para preparar los materiales. El resultado de esta enseñanza es que no se preste ninguna atención a la edificación presente de la iglesia, puesto que se espera que esto se cumpla en el futuro. Esta clase de enseñanza está seriamente equivocada. Salomón no sólo tipifica al Cristo que ha de venir, sino también al Cristo de resurrección. La resurrección de Cristo no está por cumplirse en el futuro, sino que ya se cumplió. Ciertamente estamos esperando la segunda venida de Cristo, pero en el presente nos encontramos en el período del Cristo resucitado. Si la edificación de la iglesia va a cumplirse en la próxima dispensación, ¿qué fue entonces lo que ocurrió el día de Pentecostés? ¿Fue eso sólo la preparación de los materiales? ¡No! En aquel entonces hubo una verdadera edificación de la iglesia. Los apóstoles en sus escritos fueron muy claros y enfáticos en ese entonces con respecto a la edificación de la iglesia en esta era (1 Co. 3:10, 12; Ef. 2:22; 1 P. 2:5). Debemos entender claramente que Cristo por medio de Sus sufrimientos y Su muerte preparó todos los materiales, y que ahora en Su resurrección Él está edificando la iglesia.
Toda la degradación y fracaso de la iglesia no pudo ni podrá derrotar al Señor. Esto simplemente abre y prepara el camino para que el Señor haga algo aún más maravilloso. Alabado sea el Señor; nosotros no estamos desanimados. Muchos se han acercado a mí lamentándose por la degradación que existe entre el pueblo del Señor hoy. Les he recordado a algunos de ellos el principio presentado en Génesis 1. Allí no se menciona la mañana y la noche, sino primero la noche y después la mañana. Si cada mañana sólo nos condujera a una noche, tendríamos motivo para estar desilusionados. Pero la obra del Señor siempre se lleva a cabo en la noche y después en la mañana. Para nosotros, la noche nos conduce a la mañana. Debemos leer las Escrituras de nuevo. El Señor no está retrocediendo sino avanzando, de Génesis a Apocalipsis. Por supuesto, en la marcha pasamos por algunos valles, pero no debemos permanecer allí; debemos continuar avanzando con el Señor. Finalmente llegaremos a la meta gloriosa. A pesar de las desilusiones que experimentemos, tenemos completa certeza de que llegaremos a la meta. No importa cuántas noches haya, al final tendremos una mañana brillante y eterna.
Alabado sea el Señor por estos cuadros del Antiguo Testamento. Para la época de la edificación del templo, Dios estaba avanzando más gloriosamente que en la época en que terminó de construirse el tabernáculo. Al comparar estas dos fases de edificación, vemos la manera en que Dios recobra las cosas y las agranda. El Señor sigue avanzando.