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Mensajes del libro «Visión del edificio de Dios, La»
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CAPÍTULO DOCE

EL CONFLICTO ACERCA DEL EDIFICIO DE DIOS Y SU AGRANDAMIENTO

  En los seis libros del Antiguo Testamento, de 1 y 2 Samuel a 1 y 2 Crónicas, vemos otro principio: el edificio de Dios siempre involucra una lucha, una verdadera batalla. Cuando Dios hace algo, el enemigo siempre intenta dañar y destruir la obra de Dios. La situación placentera, la condición gloriosa, nunca dura por mucho tiempo; esto al menos será el caso hasta que lleguemos a la meta final. En el transcurso, a través de los siglos, vemos que hay una continua lucha. Satanás no permitirá que la condición positiva del edificio de Dios perdure.

  La historia nos muestra cómo el enemigo de Dios vino a causar daño y desolación al templo de Dios no mucho después que terminó de ser edificado (2 Cr. 12:1-2; 24:4-5, 7, 12-13; 29:2-7, 16-17; 34:8, 10-11). Satanás no sólo causó daño al templo, sino que finalmente envió a los caldeos, a los babilonios, para que destruyeran completamente el edificio de Dios. Ellos se llevaron todos los utensilios del templo y después quemaron la casa de Dios (36:17-19). La ciudad de la cual Abraham fue llamado a salir estaba en Babilonia. El libro de Apocalipsis revela que en la última era, justo antes de la consumación final, estas ciudades, Jerusalén y Babilonia, todavía existirán; y Babilonia siempre se opondrá a Jerusalén. Abraham se separó de Babilonia, y sus descendientes finalmente edificaron el edificio de Dios. No obstante, el enemigo de Dios vino también de Babilonia para destruir este edificio. La destrucción que los babilonios infligieron a Jerusalén no fue simplemente una obra de manos humanas, sino una obra del enemigo, Satanás. Nabucodonosor, rey de Babilonia, capturó todos los utensilios relacionados con el templo y la adoración a Dios, y los trajo a Babilonia, donde los puso en un templo de ídolos (Esd. 1:7; Dn. 1:1-2). Esto fue una gran blasfemia para el Señor. Por consiguiente, es evidente que ésta no fue una lucha simplemente entre los babilonios y el pueblo judío, sino entre Satanás y Dios.

LA INTENCIÓN DE DIOS CON RESPECTO A LA TIERRA

  Debemos recordar que la intención de Dios es recobrar esta tierra de las manos de Su enemigo. Por medio de Su pueblo escogido, especialmente por medio de hombres como David y Salomón, Dios recobró al menos una porción de esta tierra. Él recobró cierto terreno sobre el cual podía poner la planta de Sus pies, donde podía gloriarse, expresarse y ejercer Su autoridad en esta tierra. Es de esta manera que Dios llega a ser el Señor no sólo de los cielos, sino también de la tierra. Debido a que Dios obtuvo un lugar en esta tierra por medio de Su pueblo, Él pudo ser llamado el Señor de la tierra y también el Señor de los cielos. Hoy en día, Dios está deseoso de recobrar toda la tierra.

  Cuando Satanás envió el ejército de Babilonia para que destruyera el templo, ello significó, en términos espirituales, que él venía a echar a Dios de la posición que tenía en esta tierra. Al leer todos los libros del período del cautiverio, tales como Esdras, Nehemías y Daniel, notamos un hecho muy interesante. En todos estos libros Dios siempre es llamado el Dios de los cielos, y no el Dios de los cielos y de la tierra (Esd. 1:2; 7:12, 21, 23; Neh. 1:4-5; 2:4; Dn. 2:18, 28). En cierto sentido, Dios había sido echado de esta tierra. Él había perdido el terreno que tenía para ejercer Su autoridad en la tierra, puesto que dicho terreno había sido capturado por Su enemigo. El templo fue destruido, el terreno se perdió y Dios se retiró de la tierra a los cielos. Dios nuevamente llegó a ser el Dios de los cielos, en vez de ser el Dios de los cielos y de la tierra.

  La intención de Satanás es siempre echar a Dios de la tierra. La intención de Dios es obtener un edificio en la tierra, una Bet-el, una puerta del cielo, un lugar donde Dios pueda poner la planta de Sus pies y ejercer Su autoridad. Debemos ver por la historia que cada vez que ha habido una persona o un grupo de personas en la tierra que se pone de parte de Dios, en ese momento Dios es llamado el Dios de los cielos y de la tierra. En Génesis, cuando Abraham derrotó a los cinco reyes, el sacerdote Melquisedec salió a su encuentro. En ese momento Dios fue llamado el “Dueño de los cielos y de la tierra” (Gn. 14:19), porque en aquel tiempo hubo al menos una persona en esta tierra que podía ser la puerta del cielo. Abraham trajo el cielo a la tierra. A causa de Abraham, Dios pudo jactarse de ser el Dueño no sólo de los cielos, sino también de la tierra. Él ahora tenía cierto terreno sobre el cual podía ejercer Su autoridad. Más tarde en la historia, cuando el pueblo de Israel cruzó el Jordán, los sacerdotes que cargaban el Arca entraron hasta el borde de las aguas y se detuvieron allí. En ese momento, Dios fue llamado “El Señor de toda la tierra” (Jos. 3:11). Esto se debió a que hubo algunas personas en esta tierra que se pusieron de parte de Dios, y por medio de ellas Dios obtuvo la posición para ejercer Su autoridad en la tierra. Sin embargo, en todos los libros que vienen después, que narran el cautiverio de Israel, vemos que Dios siempre es llamado el Dios de los cielos. Al parecer, Dios había sido echado de la tierra a causa del fracaso de Su pueblo.

  El Nuevo Testamento nos dice que un día mientras el Señor Jesús estaba en la tierra, Él oró, diciendo: “Te enaltezco, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mt. 11:25). Nuevamente, por medio del hombre Jesús, Dios obtuvo una base en la tierra. Son muchos los cristianos hoy que desean ir al cielo, pero Dios desea descender a la tierra. El cielo es muy precioso para algunos, pero para Dios esta tierra es preciosa. Debemos corresponderle a Dios. No debemos decir: “Que la vida de iglesia esté en los cielos”; más bien, debemos decir que la iglesia tiene que estar en esta tierra hoy.

  ¡Aleluya, Dios jamás podrá ser derrotado! Después que los israelitas estuvieron en cautividad por setenta años, la lucha volvió a manifestarse abiertamente. Dios había sido paciente ya por demasiado tiempo, así que se puso a pelear en contra de ello. Él despertó a Su pueblo para que regresara a Jerusalén. En los dos libros de Esdras y Nehemías encontramos una frase interesante: a Jerusalén (Esd. 1:11; 7:7; 8:31; Neh. 2:11). La manera en que Dios lleva a cabo Su recobro siempre implica un regreso al terreno de adoración original y apropiado. Hoy en día no podemos decir: “No hay ninguna diferencia; Dios es omnipresente, Él está en todas partes. Si Dios está en Jerusalén, también debe de estar en Babilonia”. Es cierto que Dios está en todas partes, pero usted debe salir de Babilonia y regresar a Jerusalén.

  Si el recobro de Dios ha de ser real para nosotros hoy en día, tenemos que abandonar Babilonia. Babilonia es precisamente el elemento que perjudica el edificio de Dios. Por consiguiente, debemos abandonarlo y regresar a Jerusalén. Existe un solo terreno para el recobro del Señor. Debemos regresar al lugar anterior donde está el terreno apropiado, el cual está en Jerusalén. Los libros de Esdras y Nehemías narran la verdadera lucha en relación con el regreso de Israel a Jerusalén. No habría habido ningún problema si los israelitas hubieran tenido el edificio de Dios en Babilonia; todos sus enemigos habrían estado de acuerdo con esto. Pero el que regresaran a Jerusalén era un asunto muy diferente. Lo mismo sucede hoy en día. La batalla entre Dios y Su enemigo principalmente tiene que ver con que los cristianos regresen al terreno de la iglesia, al terreno de la unidad única. Tenemos que regresar a Jerusalén.

  En la manera en que Dios lleva a cabo Su recobro lo más importante es recobrar el terreno. Cuando los israelitas regresaron a Jerusalén, uno de sus primeros proyectos fue reedificar el altar sobre sus bases originales (Esd. 3:3). Los israelitas podrían haber edificado otro altar de la misma forma y estilo, usando el mismo material, y podían haberlo puesto en un lugar diferente a su lugar original en Jerusalén, pero eso habría sido un error. El altar tiene que estar sobre sus bases apropiadas, sobre el terreno apropiado en Jerusalén. Otros israelitas podrían haber edificado un templo en Babilonia, usando el mismo modelo, las mismas dimensiones, los mismos materiales preciosos y el mismo color del templo en Jerusalén, pero Dios jamás habría reconocido ese templo. Sería igual en todo aspecto salvo en un factor vital: estaría sobre un terreno diferente, un lugar diferente. En el recobro de la vida de iglesia lo primero a lo cual debemos prestar atención es el terreno antiguo, el lugar original. No debemos decir: “Edifiquemos un templo aquí en Babilonia, o en Egipto o en Siria”. ¡No! No podemos hacer eso; debemos regresar a Jerusalén, al terreno antiguo, al lugar original del edificio de Dios.

  El libro de Nehemías relata cómo el enemigo provocó un intenso conflicto para impedir que los israelitas construyeran el edificio de Dios. Después que empezaron a edificar, fueron atacados abiertamente (Neh. 4). La única intención del enemigo era detener el recobro del edificio de Dios. Otra táctica del enemigo fue usar a algunos para que sugirieran realizar una reunión (6:2). Asimismo, hay algunos hoy que dicen: “Por favor, vengan y sentémonos a conversar”. No debemos dejarnos engañar por estas sutiles artimañas del enemigo, sino más bien hablarles como lo hizo Nehemías: “No tengo tiempo para que nos reunamos; estoy demasiado ocupado en la edificación”. Las personas quizás lo acusen a usted de no querer discutir el asunto ni tener comunión con ellos; pero lo que queremos es tener una comunión positiva, no queremos perder nuestro tiempo. No queremos ser estorbados en el recobro del edificio. ¡Cuán sutil es el enemigo en su intento por estorbarnos en la obra de edificación de Dios! Los israelitas que laboraron en el edificio con Nehemías trabajaron con una mano edificando y con la otra sosteniendo su arma para pelear la batalla (4:17). Esto revela que siempre que laboremos en el edificio de Dios, sin duda alguna estaremos envueltos en una batalla.

  Estos libros históricos también nos muestran lo que sucede cuando descuidamos el recobro del edificio de Dios. El Señor dice en Hageo que cuando descuidamos Su casa para dedicarnos a nuestra propia labor y sembramos nuestra propia semilla, el resultado de ello únicamente será vaciedad. Aunque comamos continuamente, no nos saciaremos. Aunque continuamente bebamos, no nos sentiremos llenos. Aunque ganemos algo con nuestro trabajo, el Señor lo disipará con un soplo. Aunque ganemos nuestro salario y lo ahorremos poniéndolo en una bolsa, la bolsa estará llena de agujeros (1:2-11). Si descuidamos la edificación del templo de Dios, perderemos la bendición de Dios. Si prestamos suma atención al recobro de la vida de iglesia hoy, estando dispuestos a ser edificados juntamente, obtendremos este edificio. Cada vez que salgamos a predicar el evangelio, muchos serán salvos. La bendición del Señor estará en todo lo que hagamos. Pero, por otro lado, si descuidamos la casa de Dios, la edificación de la iglesia, independientemente de lo que hagamos, el resultado será muy deficiente. Aunque sembremos la semilla, el fruto no perdurará. Aunque ganemos algo, a la postre se esfumará. No habrá satisfacción. Muchos de nosotros podemos confirmar estas cosas. El Señor nos advierte que primeramente debemos prestar atención a Su casa. Si nos ocupamos de la vida de iglesia y somos edificados en nuestra localidad, veremos la abundante bendición del Señor sobre nosotros.

  Hace unos diez años la iglesia en Taipéi apartó varios días específicamente para realizar reuniones del evangelio. El evangelio fue predicado al menos en cinco o seis salones de reunión en la misma noche. Después de varios días de reuniones, una persona de una organización cristiana vino a preguntarme: “Hermano, ¿nos podría compartir el secreto?”. Cuando le pregunté a qué se refería, dijo que unas semanas atrás su grupo había realizado algunas reuniones para el evangelio. Habían publicado un anuncio bastante grande en el periódico, y habían invitado a un orador bien conocido. Sin embargo, la asistencia cada noche fue de un poco más de diez personas y nunca llegó a más de veinte. Esta persona había visitado todos los salones de la iglesia local por sólo unos minutos cada noche, y había quedado muy sorprendido al ver que todos los lugares estaban llenos de personas. Él sabía que no habíamos publicado ningún anuncio en los periódicos y que antes de cada reunión muchos no sabían quién iba a ser el orador. No pude explicarle bien la situación a este hermano; y si le hubiera dado algunos métodos, éstos no habrían funcionado en su grupo. ¿Por qué? Porque este hermano sencillamente no había prestado atención a la vida de iglesia. Él confiaba en publicar anuncios y en invitar a oradores famosos, pero no prestaba atención al edificio de Dios.

  ¡Cuánto necesitamos el recobro de Dios hoy! Debemos ser edificados conjuntamente como una sola iglesia en cada ciudad; entonces tendremos la bendición de Dios. Sin embargo, debemos tener claro que sufriremos por causa de este edificio. El enemigo nos atacará por esto más que por cualquier otra cosa. Él hará todo lo que esté a su alcance para hacernos daño, propagando toda clase de rumores y mentiras, con la única intención de obstaculizar o detener el recobro del edificio de Dios. No obstante, el Señor es victorioso. ¡Alabémosle!

EL ORDEN EN QUE SE LLEVA A CABO EL RECOBRO

  Según el relato de Nehemías, el recobro finalmente se llevó a cabo, incluyendo no sólo el recobro del templo, sino también la reedificación completa de la ciudad. Esdras relata la reedificación del templo, y Nehemías habla del recobro de la ciudad. El templo representa la expresión de Dios, mientras que la ciudad representa la autoridad, o el reino, de Dios. La ciudad protegía el templo; el reino protege la expresión de Dios. Cuando Satanás por medio de los babilonios atacó a Jerusalén, ellos primero destruyeron la ciudad, y entonces tuvieron libertad para demoler el templo. Según el orden en que Dios lleva a cabo Su recobro, el altar primero tiene que ser recobrado (Esd. 3:2), luego la casa de Dios (vs. 8-13) y, por último, la ciudad (Neh. 2:18). El altar era el lugar donde el pueblo podía traer sus ofrendas a Dios y consagrarse a Él. Asimismo, hoy nosotros debemos primero recobrar el terreno donde ocurre la consagración. Debemos recobrar un lugar donde los que pertenecen al pueblo de Dios puedan ofrecerse a sí mismos a Dios junto con todo lo que tienen. Después de esto, debemos recobrar la expresión del templo, la casa de Dios. Luego, a fin de estar protegidos, necesitamos recobrar la ciudad. Los dos libros de Esdras y Nehemías revelan este orden en que Dios lleva a cabo Su recobro.

  Al final de las Escrituras, en el libro de Apocalipsis, vemos que la ciudad y el templo se mezclan como un solo edificio. Ambos son llamados el tabernáculo (21:3). La Nueva Jerusalén, la ciudad santa, es el tabernáculo de Dios en la tierra. Además, no hay templo en la ciudad santa (v. 22), porque la ciudad misma es el templo. Sin embargo, hoy nuestra necesidad es primeramente recobrar el altar, luego la casa y después la ciudad.

EL RECOBRO DE DIOS EN EL LIBRO DE EZEQUIEL

  Si hemos de ver un cuadro completo del edificio de Dios, debemos también considerar el libro de Ezequiel. Esta sección de las Escrituras consta de nueve capítulos (caps. 40—48), la cual trata el tema del recobro del templo de Dios. Durante el período de setenta años del cautiverio de los israelitas, Dios le mostró a Ezequiel una visión. Él fue llevado en el espíritu a la tierra elevada de Canaán, donde vio otro templo. Debemos entender que históricamente, entre la época del templo de Salomón y de este templo que Ezequiel vio, otro templo fue recobrado por los israelitas que habían regresado a Jerusalén. El cautiverio de los israelitas ocurrió en el año 606 a. C., y Ezequiel vio la visión del recobro de Dios en el año 574 a. C. Los israelitas efectuaron el recobro del templo después de su cautiverio en el año 536 a. C. Así que Ezequiel presenció un recobro completo del edificio de Dios en el espíritu. Dicho recobro tuvo su inicio según el relato de Esdras, pero el recobro del templo destruido no se ha llevado a cabo por completo. En la versión de Esdras acerca del templo recobrado, no se dieron las medidas, pero Ezequiel vio las medidas del templo en su visión. Anteriormente dijimos que cuando Dios recobra, siempre se produce un agrandamiento. En el recobro del templo de Salomón hubo un agrandamiento muy claro y manifiesto. Pero en el relato de Esdras y Nehemías, no vemos claramente que hubiera un agrandamiento. Sin embargo, si tenemos una visión que nos permita ver las cosas hasta el final, nos daremos cuenta de que este recobro del templo de Dios aún no se ha llevado a cabo por completo, sino que aún prosigue. El templo edificado en la época de Esdras fue reemplazado por el templo de Herodes, que fue edificado en cuarenta y seis años (Jn. 2:20). El Señor Jesús vino a la tierra durante el período histórico del templo de Herodes. Sin embargo, ni el templo de los días de Esdras ni el templo de los tiempos de Herodes era el recobro completo de aquel que Salomón había edificado. Sin embargo, el templo de la visión de Ezequiel es más que un recobro completo del templo de Salomón que fue destruido. La mayoría de los estudiantes de la Biblia están de acuerdo en que la visión que Ezequiel vio fue en cierta medida una profecía que se cumplirá en el futuro.

  Cuando comparamos el templo que vemos en Ezequiel con el templo edificado por Salomón, vemos un agrandamiento adicional tremendo. Unos cuantos aspectos de este agrandamiento son: en primer lugar, vemos un atrio exterior y un atrio interior (cap. 40), es decir, dos atrios. El muro de cada atrio era de seis codos de ancho. Puesto que se estima que un codo equivalía aproximadamente a unos 45 cm, el muro era sumamente ancho. La altura del muro era también de seis codos; por lo tanto, un corte transversal del muro mediría seis por seis. En la tipología esto representa nada menos que al Señor Jesús en Su humanidad. Jesucristo es el muro de separación del templo que Ezequiel vio. En el muro del atrio exterior había tres puertas; y en el muro del atrio interior había otras tres puertas, para un total de seis puertas. En cada puerta había un umbral, luego un corredor y por último un umbral interior. En cada corredor había seis pequeñas cámaras, tres a cada lado. Así pues, podemos ver un aumento y agrandamiento considerable en comparación con el templo de Salomón. Todos estos asuntos están relacionados con el aumento de las experiencias de Cristo. En cada una de las esquinas del templo que vio Ezequiel hay treinta cámaras, en las cuales podemos disfrutar a Cristo. ¡Oh, esto es sumamente rico! También hay muchas otras cosas en el atrio interior que no hemos mencionado.

  Finalmente, Ezequiel nos lleva al templo mismo (cap. 41). Por supuesto, este templo es del mismo tamaño que el que edificó Salomón, pero a éste se le han añadido muchas otras edificaciones. En los tres lados del templo hay cámaras laterales en tres pisos, con treinta cámaras en cada piso. Estas cámaras nos presentan un cuadro de la plenitud de Cristo. Luego, en la parte posterior del templo, tenemos otra edificación de gran tamaño. ¡Oh, qué plenitud más grande! ¡Oh, las riquezas que se hallan en este templo! Sin embargo, debemos entender que éste aún no es el edificio consumado de Dios. El edificio consumado de Dios es la Nueva Jerusalén.

  La Nueva Jerusalén es una ciudad tridimensional. Es completa y cuadrada; es un cuadrado de doce mil estadios. Se estima que un estadio, la medida de longitud antiguamente usada por los griegos, equivalía aproximadamente a un metro. La Nueva Jerusalén medirá doce mil estadios en sus tres dimensiones de longitud, anchura y altura (Ap. 21:16). Su agrandamiento es sorprendente. El muro por sí solo medirá ciento cuarenta y cuatro codos de altura (v. 17), o doce por doce. Todas las dimensiones son divisibles por doce. Habrá doce cimientos, doce puertas, doce meses, doce apóstoles y doce tribus; el número doce se repite muchas veces. Este número no es el resultado de tres más cuatro, sino de tres por cuatro; no es simplemente el hombre más Dios, sino el hombre mezclado con Dios en la eternidad. Ésta será la manifestación final y consumada del edificio de Dios.

EL PROGRESO DEL AGRANDAMIENTO DEL EDIFICIO DE DIOS

  En conclusión, miremos brevemente el progreso en el agrandamiento del edificio de Dios a lo largo de las Escrituras. En la primera etapa vemos algo muy pequeño, como un edificio en miniatura: las tiendas de Noé y Abraham, las cuales tenían un altar. Las tiendas de Noé y Abraham eran muy pequeñas, y sus altares eran muy rudimentarios. Los altares en los cuales Noé y Abraham adoraron eran, sin duda, primitivos, pues probablemente los hacían con unas pocas piedras puestas una sobre otra. Ésta fue la primera etapa del edificio de Dios; era simplemente una sombra en miniatura. En la segunda etapa había un tabernáculo con el altar de bronce. Esto fue un agrandamiento significativo en comparación con la tienda y el altar. Luego, en la tercera etapa, tenemos el templo de Salomón con su altar de bronce (2 Cr. 4:1). Tanto el templo como el altar eran más sólidos y de mayor aumento y agrandamiento. En la visión de Ezequiel encontramos un templo aún más grande con un maravilloso altar (Ez. 43:13-17) en el centro mismo de los predios del templo (40:47). Sin embargo, la Nueva Jerusalén será la manifestación consumada del edificio de Dios y el mayor agrandamiento de todos.

  Es interesante hacer notar que cuando Abraham vivía en su pequeña tienda, vivía en la primera etapa del edificio de Dios; pero esperaba con anhelo su última etapa, la ciudad que tiene fundamentos (He. 11:10). ¿Ven ustedes esta visión del continuo aumento en el agrandamiento del edificio de Dios? Oh, todas las Escrituras son un relato del edificio. El edificio de Dios es nada menos que el hombre mezclado con Dios y Dios mezclado con el hombre. Esto empezó con una pequeña tienda y un altar, luego fue tomando forma a lo largo de la historia, y finalmente y en su última etapa llegará a ser la Nueva Jerusalén, la cual Abraham, Isaac y Jacob esperaban con anhelo.

EL EDIFICIO DE DIOS SEGÚN SE VE EN SALMOS

  Antes de concluir con el relato del Antiguo Testamento y proseguir al Nuevo, consideremos tres salmos que muestran el aprecio que algunos santos del Antiguo Testamento tenían por el edificio de Dios.

  Primeramente consideremos el salmo 23, un salmo muy conocido. El tema de este salmo se halla en el versículo 1: “Jehová es mi Pastor; nada me faltará”. Cada uno de los cinco versículos subsiguientes revelan etapas sucesivas de nuestra experiencia espiritual. La primera etapa es la de verdes pastos y aguas de reposo. Todos disfrutamos el estar en verdes pastos y el beber de las aguas de reposo. Estas dos experiencias representan los diferentes aspectos de nuestra experiencia de las riquezas de Cristo. Pero las etapas que vemos en este salmo muestran que los cristianos que buscan del Señor son aquellos que siguen adelante después que han disfrutado de las riquezas del Señor. Los verdes pastos y las aguas de reposo son sólo las experiencias iniciales que tenemos de Cristo; corresponden a la etapa de la niñez. Después de disfrutar de las riquezas de Cristo, el salmista prosigue a la segunda etapa, donde es guiado por sendas de justicia por amor del nombre del Señor. Es entonces que llegamos a la tercera etapa: el valle de sombra de muerte. Mientras andamos por sendas de justicia, pasaremos por el valle de sombra de muerte; pero no temeremos mal alguno, porque el Señor está con nosotros. Su vara y Su cayado nos confortarán. En la cuarta etapa, el Señor adereza una mesa para nosotros en presencia de nuestros adversarios. Esta etapa involucra un campo de batalla, pero aun en el lugar donde se libra la batalla disfrutaremos al Señor como un banquete de una manera más completa. Nuestro disfrute del Señor en la primera etapa, en los verdes pastos y las aguas de reposo, es muy básico y más bien rudimentario; pero en la cuarta etapa nuestro disfrute es más rico y más completo. Nuestro disfrute aquí llega a ser una mesa, donde el Señor unge nuestra cabeza con aceite y nuestra copa está rebosando. Sin embargo, éste aún no es el final. En la última etapa, la bondad y la benevolencia amorosa nos seguirán todos los días de nuestra vida, y moraremos en la casa de Jehová por la duración de nuestros días. La casa del Señor se nos presenta claramente como la quinta y última etapa de nuestra experiencia del Señor.

  En este salmo hemos visto cinco clases de entornos: primero, tenemos los verdes pastos con las aguas de reposo; segundo, las sendas de justicia; tercero, el valle de sombra de muerte; cuarto, el campo de batalla; y quinto, la casa del Señor. Debemos proseguir hasta dar en el blanco, hasta alcanzar esta meta; debemos seguir adelante hasta el día en que podamos permanecer en la casa de Jehová por la duración de nuestros días. La experiencia del edificio de Dios es la más elevada y más rica de todas las experiencias espirituales. Espero que podamos continuar hasta que experimentemos de lleno en esta etapa del edificio de Dios.

  También debemos examinar brevemente el salmo 27. En el versículo 4 el salmista dice: “Una cosa he pedido a Jehová; / ésta buscaré: / morar en la casa de Jehová / todos los días de mi vida, / para contemplar la hermosura de Jehová / y para inquirir en Su templo”. El templo de Dios es lo único que deseaban los santos del Antiguo Testamento que buscaban más de Dios. Sus sentimientos, sus afectos y su aprecio se centraban en la casa de Dios.

  Por último, llegamos al salmo 84, que dice: “¡Cuán hermosos son Tus tabernáculos, / oh Jehová de los ejércitos!” (v. 1). El versículo 4 continúa: “Bienaventurados los que moran en Tu casa; / continuamente te alabarán”. Y el versículo 10 dice: “Porque un día en Tus atrios es mejor que mil fuera de ellos”. Si realmente deseamos redimir nuestro tiempo, lo mejor es morar en la casa de Dios, puesto que un día allí redimirá mil días que pasemos en otro lugar. El salmista luego añade: “Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios, / que habitar en las tiendas de los malvados”. Si el salmista no pudiera habitar en la casa de Dios, estaría contento con estar en el umbral de la casa. Esto revela el aprecio que tenían los santos del Antiguo Testamento por el edificio de Dios, y apenas hemos examinado unos pocos salmos. Una vez más, esto demuestra que el edificio de Dios es el pensamiento central del Antiguo Testamento.

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