
Hemos visto cómo el edificio de Dios continuamente es agrandado, paso a paso. Empezó a partir de una pequeña tienda y un altar, pero la manifestación consumada será una inmensa ciudad, la Nueva Jerusalén, un edificio de tres dimensiones. La Nueva Jerusalén es llamada el tabernáculo de Dios con los hombres. En Apocalipsis 21 el apóstol Juan dice: “Vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén [...] Y oí una gran voz que salía del trono que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él fijará Su tabernáculo con ellos” (vs. 2-3). La expresión fijar tabernáculo en el texto griego es la forma verbal de la palabra tabernáculo. Dios fijará tabernáculo con nosotros. La Nueva Jerusalén es una tienda, un tabernáculo. Las pequeñas tiendas de Noé y Abraham que se nos muestran en Génesis eran la semilla, y la Nueva Jerusalén es la cosecha final de esa semilla. Este principio de aumento y agrandamiento se ve con toda claridad en las Escrituras.
Ahora consideremos el edificio de Dios en el Nuevo Testamento. El Evangelio de Juan dice: “La Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros” (1:14). Nuevamente, la expresión “fijó tabernáculo” es la forma verbal de la palabra tabernáculo. El significado de que el Señor Jesús se encarnara como hombre es que Él fijó tabernáculo entre nosotros. Debemos entender ahora cómo necesitamos todo el Antiguo Testamento para explicar el significado de esta palabra tan vital. Si leemos Juan 1:14 conforme al texto griego sin un conocimiento del Antiguo Testamento, no entenderemos el significado completo de la palabra tabernáculo. Esto es sencillamente la mezcla de Dios con el hombre. La divinidad y la humanidad llegaron a ser una morada mutua. El tabernáculo, la morada de Dios, no era la morada de Dios solamente. En el libro de Salmos vemos que el templo, o el tabernáculo, era también la morada de todos los que buscaban a Dios. Era una morada mutua de Dios y el hombre.
El apóstol Juan señala que la Palabra se hizo carne. ¿Qué era la Palabra? La Palabra era Dios (Jn. 1:1); y Dios entró en la carne, la naturaleza humana del hombre. Esto simplemente significa que la divinidad se mezcló con la humanidad; éste es el verdadero tabernáculo. Juan 1:14 añade que Él “fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria...)”. Así como el pueblo de Israel había visto la gloria de Dios llenar el antiguo tabernáculo, ahora los apóstoles de Cristo vieron la gloria, “(...gloria como del Unigénito del Padre), llena de gracia y de realidad”. Más tarde, al final del mismo capítulo, el Señor Jesús le dijo al verdadero israelita, Natanael: “De cierto, de cierto os digo: Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre” (v. 51). Este capítulo es sumamente significativo. En el primer versículo tenemos la Palabra, que es Dios mismo, y en el último versículo tenemos al Hijo del Hombre. Dios mismo llegó a ser el Hijo del Hombre. La Palabra habla de algo en la eternidad pasada, “En el principio era la Palabra”; pero “el Hijo del Hombre” habla acerca de la eternidad futura. Se requiere la eternidad para poder explicar este hecho. En la eternidad pasada sólo estaba Dios, pero en la eternidad futura la divinidad se habrá mezclado con la humanidad en el Hijo del Hombre. En la eternidad pasada no había humanidad en Dios, pero en la eternidad futura Dios existirá como Hijo del Hombre, lleno de la naturaleza humana. La divinidad se habrá mezclado completamente con la humanidad.
El punto esencial de Juan 1:51 es el cielo abierto con los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre. ¿Recuerdan el sueño de Jacob? Nuestro Señor se estaba dirigiendo a un grupo de personas que conocía bastante bien el Antiguo Testamento. Cuando el Señor se dirigió a Natanael, tanto él como los demás que estaban allí presentes sabían a lo que el Señor se refería. El sueño de Jacob constaba de dos elementos: un cielo abierto y una escalera que unía el cielo con la tierra, sobre la cual los ángeles subían y descendían. Esta escalera era el Hijo del Hombre. Observen aquí el orden: dice primero que subían y después descendían, lo cual significa que algo subía al cielo de la tierra y después regresaba de nuevo a la tierra. ¿Por qué el Señor Jesús se refirió a estas cosas al comienzo del Evangelio de Juan? Para mostrar que Él vino con el único propósito de que el cielo esté abierto a la tierra y de que sobre esta tierra Él, el Hijo del Hombre, sea el elemento mismo que une el cielo con la tierra. Ésta es la escalera del sueño de Jacob. En este sueño tenemos Bet-el, la casa de Dios, compuesta de una piedra sobre la cual se había derramado aceite. Esa piedra sobre la cual había sido derramado aceite representa la mezcla de Dios con el hombre. Por lo tanto, el Hijo del Hombre es el cumplimiento exacto de ese sueño. En Él, el cielo está abierto a la tierra, y la tierra está unida con el cielo. En Él tenemos Bet-el, esto es, Dios mezclado con el hombre.
¿Qué es el Hijo del Hombre? Él es el tabernáculo. El primer capítulo del Evangelio de Juan es verdaderamente maravilloso. A fin de comprenderlo, debemos entender estas cosas: la Palabra, Dios mismo, y que esta Palabra, que es Dios mismo, se hizo carne, fijó tabernáculo o se mezcló con el hombre. Éste es el Hijo del Hombre, y éste es el edificio de Dios. El edificio de Dios es la mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios. El edificio significa que Dios se edifica a Sí mismo en nosotros y nos edifica a nosotros en Él. Las descripciones que nos da el Antiguo Testamento del aceite derramado sobre la piedra y del oro que recubre las tablas simplemente significan que la divinidad se mezcla con la humanidad. Éste es el significado básico del edificio de Dios.
En el segundo capítulo del Evangelio de Juan los judíos le preguntaron al Señor Jesús: “¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?”. El Señor Jesús les respondió: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos entonces dijeron: “En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y Tú en tres días lo levantarás?”. Pero el Señor hablaba del templo de Su cuerpo (2:18-21). En el primer capítulo de Juan, el Señor Jesús es el tabernáculo. Ahora Él es revelado como el templo. Podemos entender el significado del templo a partir de nuestro estudio anterior del Antiguo Testamento. Debemos también recordar aquí el conflicto respecto al edificio de Dios, puesto que en este capítulo se manifiesta una vez más. El enemigo, Satanás, utilizó a los judíos para que destruyeran el templo, al propio Señor Jesús; pero el Señor les dijo a los judíos que si destruían este templo, en tres días lo levantaría. Los judíos destruyeron sólo a una persona en la cruz, pero el Señor levantó a millones de personas con Él en Su resurrección. Cuanto más el enemigo destruye, más el Señor lo agranda. El enemigo destruyó a un “pequeño” Jesús, pero el Señor levantó a millones en Su resurrección. Efesios 2:6 dice claramente que nosotros fuimos resucitados juntamente con Cristo (véase también 1 P. 1:3). Puesto que fuimos resucitados con Cristo, todos hemos llegado a ser miembros de Su Cuerpo, la iglesia, el templo de Dios. El templo que fue levantado por medio de la resurrección del Señor Jesús incluye al Señor mismo con todos los miembros de Su Cuerpo, la iglesia. Éste es realmente un templo agrandado.
Otro aspecto que encontramos en el Nuevo Testamento acerca del Señor Jesús como edificio de Dios es la roca, la cual se menciona por primera vez en Mateo 16. La mayoría de los cristianos sabe que el Señor Jesús es una roca. El Señor es representado por muchos diferentes tipos de piedras. Él es la piedra del ángulo. En Mateo 21:42 el Señor preguntó: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: ‘La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo’?”. Aquí el Señor se refería al edificio de Dios. Es muy evidente que esta piedra es para el edificio y que el Señor Jesús es esta piedra. Efesios 2:20 dice claramente que nosotros somos “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra del ángulo Cristo Jesús mismo”. La piedra del ángulo es la piedra que une las dos paredes de un edificio. El capítulo 2 de Efesios revela a los creyentes judíos como una pared en una dirección y a los creyentes gentiles como otra pared en otra dirección. Pero el Señor Jesús está en la esquina con el fin de unir estas dos paredes. Él es la piedra del ángulo que une a los judíos y gentiles para que formen un solo edificio para Dios.
En el Antiguo Testamento también se muestra al Señor Jesús como la piedra del fundamento: “Por tanto, así dice / el Señor Jehová: / He aquí, pongo en Sion por fundamento una piedra, / piedra probada, / preciosa piedra angular que pongo por fundamento firmemente asentado” (Is. 28:16). Él es también la piedra cimera, o la piedra de remate, porque Zacarías 4:7 dice: “¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel te convertirás en llanura, y él sacará la piedra cimera con gritos de: ¡Gracia, gracia a ella!”. Hoy en día no debemos temerle a ninguna clase de obstáculo, porque el monte se convertirá en una llanura. ¿Qué es la piedra cimera? En Palestina los edificios judíos tienen techos planos. Cada edificio tiene una piedra de fundamento y una piedra angular. Luego, cuando el edificio está por ser terminado, los edificadores entonces le ponen la piedra cimera, el techo. Esto significa que el edificio ha sido terminado. Cristo es la piedra del fundamento, la piedra del ángulo y la piedra cimera; Él es cada parte del edificio.
El Señor Jesús también es la piedra viva, la piedra preciosa y la piedra probada (1 P. 2:4). En Zacarías 3:9 se nos habla de Él como la piedra que tiene siete ojos. Apocalipsis 4:5 nos dice que estos siete ojos son los siete Espíritus de Dios, o el Espíritu séptuplo de Dios. En Romanos 9:33 el Señor es la piedra de tropiezo, y en Mateo 21:44 es la piedra que desmenuza: “El que caiga sobre esta piedra se despedazará; y sobre quien ella caiga, le hará polvo y como paja le esparcirá”.
Así que en total, Cristo es una piedra que posee diez aspectos: Él es la piedra del fundamento, la piedra del ángulo, la piedra cimera, la piedra probada, la piedra preciosa, la piedra viva, la piedra con los siete ojos, la piedra de tropiezo, la piedra que desmenuza y la roca. Todos estos aspectos están relacionados con el edificio de Dios. No solamente esta piedra es un edificio, sino que también llegará a ser un monte elevado. Daniel 2:35 dice: “Luego fueron desmenuzados, todos a la vez, el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y quedaron como tamo de las eras del verano; y se los llevó el viento sin que se hallara rastro alguno de ellos. Y la piedra que hirió a la imagen se hizo un gran monte que llenó toda la tierra”. Los poderes políticos del mundo serán llevados por el viento como el tamo. El monte en este versículo es el reino de los cielos, el reino de Dios. Así pues, Cristo en calidad de piedra no sólo es útil para la edificación del templo, la casa de Dios, sino también para la edificación de la ciudad, el reino. Daniel 2:45 continúa diciendo: “De la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con manos, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro cocido, la plata y el oro, el gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir”. Esta piedra, que fue cortada no con manos del monte, es Cristo mismo.
Muchos cristianos nunca se han percatado de cómo estos versículos nos muestran un cuadro del edificio de Dios. Cristo como todos estos diferentes tipos de piedras es simplemente para el edificio de Dios. En primer lugar, debemos entender que Él era la Palabra de Dios, Dios mismo. Luego un día Él se hizo carne, se encarnó como hombre. Esto significa que el proceso para obtener de manera concreta el edificio de Dios había empezado. La naturaleza divina fue edificada con la naturaleza humana. Antes de la encarnación, Dios era Dios, y el hombre era el hombre. Pero por medio de la encarnación, Dios se introdujo en el hombre, y el hombre fue introducido en Dios. Estas dos naturalezas al mezclarse como una sola componen el edificio. Cuando el “pequeño hombre” Jesús estuvo en esta tierra, Él era una sola persona, un solo hombre, con Dios en Su interior. En Jesús, Dios fue edificado con el hombre como un solo edificio. Ahora Dios podía morar en el hombre, y el hombre podía morar en Dios; algo fue edificado. Aquello que fue edificado era la Palabra de Dios, que llegó a ser el Hijo del hombre, Aquel que es la escalera que une el cielo y la tierra como el Bet-el de Dios. Estos asuntos son muy profundos.
Este Bet-el, esta mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios, tenía que ser reproducida, y esto fue logrado por medio de la muerte y la resurrección. Antes de la crucifixión y resurrección de Cristo, solamente había una persona en toda la tierra que era el edificio de Dios; pero por medio de Su muerte y resurrección millones de partes del edificio de Dios fueron reproducidas, lo cual hizo que este edificio fuese agrandado sobremanera. Cristo mismo es el fundamento de este edificio agrandado, así como también la piedra del ángulo y la piedra cimera que consuma el edificio. Después de Su resurrección, Él llegó a ser el fundamento seguro del edificio agrandado; y, como piedra del ángulo, Él es el poder que une y sostiene el edificio. Finalmente, como piedra cimera, Él añadirá el último toque al edificio. Él es viviente y precioso, y Él ha sido probado. Él es un fundamento seguro. Si usted confía en Él, será edificado sobre Él como parte del edificio de Dios; pero si se opone a Él, o tropezará y se despedazará al caer sobre Él o Él lo aplastará hasta hacerlo polvo.
¿Alguna vez llegó a pensar que puesto que creyó en Jesucristo, necesita ser edificado? He visto muy pocos cristianos que tienen este concepto. Éste no es un concepto que naturalmente concebimos. Sin embargo, las Escrituras claramente muestran que creer en Jesucristo significa ser edificado sobre Él. Mateo 16:18 menciona la iglesia por primera vez en el Nuevo Testamento. Simón Pedro le había dicho al Señor Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16), y Jesús le respondió y dijo: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos. Y Yo también te digo, que tú eres Pedro [una piedra], y sobre esta roca [Cristo] edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (vs. 17-18). Creo que este pasaje alude a la salvación de Pedro, puesto que en ese momento Pedro reconoció y creyó que el Señor Jesús era el Cristo y el Hijo de Dios. Después de esto, el Señor le dijo que él era una piedra; él ya no era simplemente un trozo de barro. Entonces el Señor se refirió a Sí mismo como la roca sobre la cual Él edificaría Su iglesia. Pedro era una piedra destinada a ese edificio. Este asunto ha sido descuidado casi por completo por el cristianismo de hoy, pero el Señor está recobrando esta realidad. Todos los que han sido salvos deben comprender que nuestra salvación significa que debemos ser edificados. Cristo es la roca, y nosotros somos las piedras. Cristo está destinado al edificio de Dios, y todos nosotros también. Si creemos en Él, esto significa que seremos edificados en Él y edificados juntamente con Él en el edificio de Dios. Ésta es la iglesia edificada en contra de la cual se levantan todos los poderes de las tinieblas para atacarla. Siempre y dondequiera que la iglesia sea edificada, todo el Hades se levantará en contra de ella, pero el Hades nunca podrá prevalecer contra la iglesia edificada.