
Los escritos del apóstol Juan ocupan un lugar especial en las Escrituras. Su Evangelio es único entre los cuatro Evangelios, y Apocalipsis, su último libro, es la conclusión del Nuevo Testamento y de toda la Biblia. En estos dos libros encontramos dos palabras que son clave no sólo para estos libros, sino también para todas las Escrituras; estas palabras son vida y edificación. Al comienzo de las Escrituras tenemos un árbol llamado el árbol de la vida, y al final de las Escrituras tenemos una ciudad, un edificio. Es muy claro que la edificación proviene de la vida. La vida tiene por objetivo la edificación, y la edificación procede de la vida. Esta vida es el Dios Triuno. El Dios Triuno es vida para nosotros a fin de que el edificio eterno pueda producirse de manera práctica. Estas dos palabras resumen toda la revelación de las Escrituras.
En el Evangelio de Juan se hace referencia continuamente a la vida y a la luz. El resultado de la vida mencionada en el Evangelio de Juan se halla en el libro de Apocalipsis, a saber: el edificio, la ciudad. En el centro de este edificio se halla el árbol de la vida, que crece en el fluir del agua viva para nutrir y abastecer a toda la ciudad. Así pues, el último cuadro presentado en las Escrituras revela que la vida está contenida en el edificio. Esta vida es Dios en Cristo, quien como Espíritu fluye a nosotros como vida.
Juan 1:14 dice que la Palabra se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros. Conforme a este pasaje, el Cristo encarnado es el propio tabernáculo. En Apocalipsis 21 Juan vio la ciudad santa y oyó una gran voz del cielo que decía: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él fijará Su tabernáculo con ellos” (v. 3). En estos dos libros escritos por la misma persona, vemos dos tabernáculos. Cristo es el tabernáculo en el Evangelio de Juan, y la ciudad santa es el tabernáculo en Apocalipsis. El segundo tabernáculo, la Nueva Jerusalén, es el agrandamiento del primer tabernáculo, Cristo mismo. No hay más que un tabernáculo, pero éste se manifiesta en dos etapas. En la primera etapa, desde la encarnación de Cristo hasta Su muerte, solamente Cristo era el tabernáculo. Pero después que Él fue crucificado y resucitó, ascendió, descendió y entró en nuestro ser como Espíritu, nosotros fuimos regenerados. Ahora estamos siendo transformados y finalmente seremos completamente transfigurados. Para entonces la obra de Dios habrá culminado, y ésta será la segunda etapa del tabernáculo. El tabernáculo de la primera etapa, el Señor Jesús, habrá crecido hasta convertirse en un tabernáculo que incluye a millones de personas.
En ese día glorioso, Cristo, quien era el tabernáculo en la primera etapa, será el centro mismo del tabernáculo en la segunda etapa. Puesto que Cristo será el centro en la Nueva Jerusalén, no habrá necesidad de sol ni de luna ni de ninguna otra clase de luz en la ciudad, sino que Dios mismo será la luz, y Cristo será la lámpara, el recipiente que contiene la luz. Como luz, Dios es la gloria, y como lámpara, Cristo es el recipiente y expresión de la gloria. La ciudad misma es un gran recipiente que contiene la lámpara. La lámpara contiene la luz, y la ciudad contiene la lámpara. Tomemos como ejemplo una bombilla y la pantalla de una lámpara: primero tenemos la electricidad que corre por la bombilla; luego, tenemos la bombilla, el recipiente que contiene la electricidad; y en tercer lugar, tenemos la pantalla de la lámpara que está alrededor de la bombilla. La Nueva Jerusalén como la pantalla es el agrandamiento de la lámpara. Cristo es el tabernáculo de Dios, y la iglesia, el Cuerpo de Cristo, es el agrandamiento del tabernáculo.
¿Cómo puede este tabernáculo ser agrandado tanto? Si aprendemos a estudiar las Escrituras apropiadamente, veremos cómo esto sucede.
Otra expresión de este tabernáculo es la novia del Cordero (vs. 9-10). Juan 3:29 nos dice claramente que Cristo tendrá una novia. La Nueva Jerusalén es esta novia. Consideremos el caso de Adán y Eva en Génesis 2. Allí podemos ver cómo Eva, la novia de Adán, llegó a existir. Cuando Dios creó a Adán, formó solamente una persona del polvo de la tierra. Luego Él tomó una parte de Adán, a partir de la cual formó a Eva, y la trajo a Adán para que fuese su esposa. Ella era el aumento, o agrandamiento, de Adán. Hablando con propiedad, la esposa no es una persona aparte del esposo; más bien, ella es el agrandamiento, el aumento, del esposo. Ella es, por lo tanto, el complemento del esposo. Así pues, el tabernáculo es la novia, el aumento del Novio. El Evangelio de Juan nos deja esto muy claro.
El tercer capítulo de Juan nos presenta el Novio y la novia, mientras que el capítulo 12 revela el único grano de trigo que se multiplica y llega a ser muchos granos. Cristo es el único grano que cayó en la tierra y murió. Por medio de la muerte y la resurrección, el único grano es multiplicado hasta ser muchos granos. Nosotros somos los muchos granos producidos a partir de este único grano.
Cuando pasamos del capítulo 12 al capítulo 15 de Juan, vemos una vid con muchos pámpanos. Este capítulo revela el principio de muchos que están en unidad. Este pensamiento no se encuentra en los muchos granos de trigo. Una persona podría separar los granos, diciendo: “Yo soy un grano, completo y entero, y no tengo nada que ver contigo”. Pero recuerden que también somos pámpanos y los pámpanos jamás pueden separarse. Si usted como pámpano no tiene nada que ver con otro pámpano, morirá porque todos somos uno en una sola vid. Aquí una vez más, la vid tipifica el tabernáculo en la primera etapa, y la vid con muchos pámpanos tipifica el tabernáculo agrandado en la segunda etapa.
Prosigamos ahora a Juan 17. Este capítulo contiene la oración del Señor Jesús en cuanto a la unidad: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado” (vs. 21-23). El Nosotros del cual el Señor hablaba en este capítulo era Él y el Padre. En el capítulo 12 tenemos los granos, pero en este capítulo vemos cómo es formado el pan. Como los muchos granos, hemos sido formados como un solo pan, o un solo Cuerpo (1 Co. 10:17). Originalmente, había un solo grano, y ahora este grano ha crecido hasta convertirse en un solo pan. El grano original está incluido en estos muchos granos, y los muchos granos han sido compenetrados juntamente hasta ser un solo pan. En el capítulo 15 la unidad es en cierto modo aparente, pero en el capítulo 17 la unidad es formada. Esta unidad que es formada es el agrandamiento, o la segunda etapa, del tabernáculo. Nuestra necesidad más crucial y apremiante hoy es saber cómo podemos llegar a ser este tabernáculo.
A fin de experimentar esta unidad, es necesario que aprendamos a disfrutar a Cristo como nuestra vida en vez de tener simplemente un entendimiento doctrinal acerca de Él. Debemos saber cómo experimentar a Cristo al aplicarlo como nuestra vida y al vivir en Él. Debido a que nacimos de Adán, somos miembros de Adán. Pero alabado sea Dios porque la regeneración se revela claramente en el Evangelio de Juan. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es”; esto es algo que procede de Adán. Sin embargo, “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”; esto es algo que procede de Cristo. Es en el espíritu que somos parte de Cristo porque en el espíritu fuimos regenerados por Cristo y con Cristo. Cristo era el único grano, y todos los que fuimos regenerados del Espíritu hemos llegado a ser los muchos granos de Cristo. En cada cristiano están presentes dos condiciones potenciales: en la carne tenemos el potencial de ser los miembros de Adán, mientras que en el espíritu tenemos el potencial de ser los miembros de Cristo. En la carne vivimos por Adán, pero en el espíritu podemos vivir por Cristo. En la carne vivimos como el agrandamiento de Adán, pero en el espíritu vivimos como el agrandamiento de Cristo. Aquí se nos revela el secreto: vivir en el espíritu.
Después de esto debemos proseguir a la realidad que se nos presenta en Juan 15: debemos permanecer en Cristo y permitir que Él permanezca en nosotros. Primero tenemos vida en el espíritu al recibir a Cristo como nuestra vida; y luego debemos aprender a permanecer en Cristo y permitir que Él permanezca en nosotros. Este permanecer nos exige negarnos completamente a la vida de nuestro yo.
Hemos visto que Dios desea edificarnos consigo mismo al ser vida para nosotros en Cristo. Cristo vino para ser nuestra vida a fin de que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia (10:10). ¿Cómo recibimos esta vida? Este Cristo es el Espíritu, y este Espíritu entra en nuestro espíritu en el momento en que creemos. De este modo, nuestro espíritu nace de nuevo, o es regenerado, por causa de Él. A partir de ese momento, Él es el Espíritu vivificante que está en nuestro espíritu. Nosotros únicamente debemos aprender a permanecer en Cristo y permitir que Él permanezca en nosotros. Debemos practicar este permanecer. Si vivimos de esta manera, entonces comprenderemos cuánto necesitamos a los demás miembros. Tendremos la profunda sensación de que necesitamos a los demás y que no podemos vivir por nosotros mismos.
Hoy en día, a los cristianos les gusta hablar acerca de amarnos unos a otros, y algunos sin duda aman a los demás. Pero este amor no es el amor del cual habló el Señor Jesús en Juan 15. Incluso en la sociedad humana encontramos un amor mutuo que es semejante al amor que practican la mayoría de los cristianos. El amor mencionado en el Evangelio de Juan es el resultado de permanecer nosotros en Cristo. Cuando permanecemos en Cristo, sentimos nuestra necesidad de los demás miembros; por lo tanto, tenemos comunión con ellos. Asimismo, cuando los demás permanecen en Cristo, también ellos sienten la profunda necesidad de tener comunión. De este modo, tenemos una abundancia de comunión mutua, y entonces espontáneamente nos amamos unos a otros. Éste es el amor del cual habló Jesús en Juan 15:17. La clase de amor que se manifiesta entre algunos cristianos no es un amor por el Cuerpo de Cristo, puesto que no es un amor que procede de Cristo. Cuando aprendamos a amar no por nuestro yo, sino al tomar a Cristo como nuestra vida en el espíritu, y cuando aprendamos a permanecer en Él continuamente y le permitamos permanecer en nosotros, inmediatamente sentiremos que necesitamos a los miembros del Cuerpo, y que aparte de la iglesia no podemos seguir adelante.
A veces hablamos acerca de pagar el precio o de lo que pensamos que nos costará la vida del Cuerpo, la vida de iglesia. Sin duda alguna hay un precio que pagar, pero no necesitamos hablar mucho de ello. Al menos cuando consideramos el ministerio del Señor Jesús, no deberíamos hablar mucho del precio. Cuando lleguemos al ministerio de Pablo, veremos cuál es el precio; más adelante hablaremos sobre esto. Por ahora, queremos considerar el hecho de que somos pámpanos de la única vid. ¿Acaso involucra un precio, un sufrimiento, permanecer en esa vid y vivir por ella? ¡Oh, al contrario, es un disfrute!
Es bastante dudoso que algunos supuestos hermanos o hermanas sean verdaderamente regenerados. Ellos viven como si se hubieran hecho miembros solamente de una religión cristiana. Por supuesto, eso sí que es un verdadero precio, un verdadero sacrificio para ellos, pues aunque no tienen una nueva vida en su espíritu, se espera de ellos que tengan un nuevo vivir. Eso es sumamente difícil; es como pedirle a un perro que vuele. Si el perro pudiera tener la vida de un pájaro, no necesitaría que nadie le diera la orden de volar, pues espontáneamente volaría. Debemos comprender que somos personas regeneradas y que este nuevo nacimiento no tiene nada que ver con la religión. Anteriormente nacimos de la carne; y ahora hemos nacido de nuevo del Espíritu, lo cual significa que el espíritu humano que está en nosotros ha sido regenerado. Ahora en nuestro espíritu tenemos a Cristo como Espíritu vivificante y debemos aprender a vivir por esta fuente, por este Espíritu. Debemos aprender a permanecer en Él y permitirle que permanezca en nosotros. Entonces amaremos la vida de iglesia. No diremos que ella es un sufrimiento, sino que es un disfrute.
Las aves por naturaleza disfrutan de volar. Por supuesto, un pájaro a momentos necesita descansar; pero después que descansa un poco, vuelve a volar. A veces nosotros también necesitamos de un poco de descanso; pero si tratamos de descansar por mucho tiempo y estamos sin reunirnos, sentiremos profundamente la necesidad de reunirnos con los santos. No importa si comemos, bebemos, dormimos o hacemos ejercicio, aun así, debemos asistir a las reuniones de la iglesia. Si permanecemos en Cristo y Él permanece en nosotros, conoceremos la vida de iglesia en realidad. Mediante este mutuo permanecer, Cristo crecerá en nosotros, y nosotros llegaremos a ser parte del aumento de Cristo. Éste es el mensaje completo del Evangelio de Juan.
El Evangelio de Juan revela que el Cristo encarnado es el tabernáculo de Dios, el recipiente que contiene a Dios. Este Cristo ha entrado en nosotros, en nuestro espíritu, como la semilla de vida. Debemos aprender a vivir por Él en nuestro espíritu y no vivir por nuestra propia vida en la carne. Entonces disfrutaremos de todo lo que Él es, y sentiremos profundamente que necesitamos de los demás granos, de los demás pámpanos. Así, espontáneamente amaremos a los demás, y ellos nos amarán a nosotros, y juntos tendremos una vida apropiada de iglesia. De este modo, día a día Cristo crecerá en nosotros, y seremos transformados de la naturaleza de Adán a la naturaleza de Cristo. Poco a poco seremos trasladados de Adán a Cristo y llegaremos a ser una parte real del aumento de Cristo. Todos nosotros juntos con Cristo seremos uno en el Espíritu; ésta será la verdadera edificación de Dios, la verdadera mezcla de Dios con nosotros. Ésta es la morada de Dios, el tabernáculo, el templo de Dios.
Estas cosas son muy sencillas y claras; no debemos hacerlas complicadas. No debemos pensar solamente en estas cosas, sino aplicarlas de modo práctico. Cristo como Espíritu vivificante primeramente entra en nuestro espíritu, y nuestro espíritu es regenerado (Jn. 3). A partir de ese momento, Él es la vida en nosotros, Él es el poder fortalecedor (cap. 5), el alimento de vida (cap. 6), el agua viva (cap. 7), y Él es la luz dentro de nosotros (cap. 8). De hecho, Él es todo para nosotros. Pero el secreto, el único requisito, es que aprendamos a vivir por Él en lugar de vivir por nuestra vieja vida. Entonces llegaremos a ser un verdadero grano y un verdadero pámpano de Cristo. Seremos un grano que está compenetrado con los demás granos, y un pámpano que crece con los demás pámpanos. Seremos uno en realidad con los demás en el Espíritu. Éste es el agrandamiento del tabernáculo, y esto es la Nueva Jerusalén.
En las así llamadas iglesias de hoy, se escuchan demasiadas doctrinas y demasiados mensajes que no nos brindan ninguna ayuda. Debemos aprender a vivir de una manera sencilla y ayudar a otros a vivir de esta manera, pues así, dondequiera que estemos, tendremos una maravillosa vida de iglesia, y se llevará a cabo una verdadera edificación de la iglesia. La vida de iglesia, la verdadera edificación de la iglesia, no se logra por medio de la organización, ni los dones, ni las enseñanzas; más bien, se logra únicamente al tomar a Cristo como nuestra vida, al vivir por Él, al permanecer en Él y al permitir que Él como Espíritu permanezca en nosotros. Ésta es nuestra única necesidad hoy.
La mayoría de los cristianos saben que el Evangelio de Juan habla acerca de la vida, pero ¿cuántos han visto la edificación que se revela en este Evangelio? Debemos recordar que la vida tiene por objetivo la edificación. El Señor Jesús les dijo a los judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (2:19). El Señor en efecto edificó el templo de Dios en resurrección; el templo es Él mismo con Su Cuerpo, la iglesia. Ésta es la edificación.
Algunos cristianos han preguntado cómo pueden empezar u organizar una iglesia. Nosotros no podemos formar ni organizar una iglesia. No podemos hacer nada, sino únicamente aprender a vivir por Cristo, tomándolo a Él como nuestra vida y procurando ayudar a otros a que vivan por esta vida. Si podemos hacer esto, entonces conoceremos la verdadera unidad en realidad, y tendremos la iglesia.
El Evangelio de Juan no es un libro de enseñanzas ni dones. En el Evangelio de Juan y también en Apocalipsis, no vemos las enseñanzas ni los dones, sino la vida. El ministerio de Juan fue un ministerio de restaurar por la vida. Todos tenemos muchos agujeros; tenemos muchas cosas rotas que necesitan ser reparadas. Cuantos más dones tengamos, más agujeros tendremos. Los dones causan roturas, esto es, divisiones. Únicamente podemos ser remendados mediante el ministerio de la vida.
En 1 Corintios se nos habla del asunto de las divisiones y se nos muestra que la causa de las divisiones eran los dones. En 1 Corintios Pablo dice que a los creyentes corintios no les faltaba ningún don (1:7). Ellos poseían todos los dones, y prestaban demasiada atención a los dones y hasta abusaban de ellos; es por ello que había divisiones. Por esta razón, ellos necesitaban del ministerio restaurador, y el apóstol Pablo les ministró de esta manera. El capítulo 13 de 1 Corintios corresponde al ministerio restaurador, la restauración que es llevada a cabo por amor y en vida. Las roturas o agujeros deben ser remendados por amor y en vida. Aunque podamos hablar en lenguas e incluso hablar lengua de ángeles, si no tenemos amor en vida, somos como bronce que resuena, un sonido sin vida. Cuán diferente es esto de un pámpano en la vid o un grano de trigo; ambos viven calladamente por Cristo.
Es por medio de la vida que el edificio es producido de modo práctico. Por ejemplo, supongamos que tenemos dos iglesias locales: en una iglesia, los hermanos procuran avanzar conforme a la manera de los granos de trigo y los pámpanos. Ellos viven calladamente, toman a Cristo como su vida, permanecen en Él y permiten que Él permanezca en ellos. En la otra iglesia, los hermanos siguen el camino de los dones, hablando en lenguas cada día. Al cabo de tres años, ustedes notarán una gran diferencia entre estos dos grupos. El grupo que se centra en los dones se dispersará o disolverá. Pero el grupo que se centra en Cristo y vive en Él continuará creciendo. No nos oponemos a los que hablan en lenguas, pero sí nos preocupa perder nuestro tiempo. La edificación de la iglesia jamás se llevará a cabo apropiadamente mediante las enseñanzas o los dones. La única manera es que vivamos por la vida interior. Aunque esto parezca muy lento, avanza a un ritmo constante y logrará su objetivo. La única manera de conseguir la meta de tener una vida apropiada de iglesia es que avancemos de manera constante en el camino de la vida.
Hoy en día vivimos en un medio lleno de confusión y división. En tal situación la edificación de la iglesia necesita urgentemente el ministerio remendador de la vida. La vida, que produce la edificación, es el mensaje central de todas las Escrituras. Primero en Génesis 2 y luego al final en Apocalipsis 22, vemos el árbol de la vida. Debemos percatarnos de este secreto de vida y ponerlo en práctica. Por medio de la regeneración, otra fuente de vida —Cristo mismo como Espíritu vivificante— vino a vivir en nuestro espíritu. Ahora debemos aprender a vivir en el espíritu, viviendo por Cristo en lugar de vivir por nosotros mismos. Al permanecer en Él de este modo, sentiremos que necesitamos la vida de iglesia; y a medida que continuemos permaneciendo en Él, tendremos la vida de iglesia de una manera apropiada. El resultado espontáneo de ello será la verdadera edificación de la iglesia. Entonces seremos el tabernáculo agrandado, la expresión corporativa de Cristo. Dondequiera que estemos, nos reuniremos con otros cristianos como una iglesia viviente y apropiada, la cual es una verdadera expresión de Cristo, una verdadera gloria para Dios y una verdadera bendición para los que buscan del Señor.
En cierto sentido necesitamos las enseñanzas, y de vez en cuando necesitamos los dones. Pero el requisito principal para que se lleve a cabo la edificación de la iglesia hoy es que tengamos el ministerio restaurador de la vida. Es por medio de este ministerio que experimentamos a Cristo como nuestra vida y como el tabernáculo, la morada de Dios. Por medio de este ministerio, tendremos entre nosotros el tabernáculo agrandado como la propia expresión de Cristo. Estoy convencido de que la intención de Dios es obtener este edificio hoy en la tierra. Si tomamos a Cristo como nuestra vida, llegaremos a ser una parte real, práctica y viviente de este tabernáculo agrandado.