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Mensajes del libro «Visión del edificio de Dios, La»
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CAPÍTULO DIECISÉIS

LA REVELACIÓN DE LA NUEVA JERUSALÉN A LO LARGO DE LAS ESCRITURAS

  En este capítulo compartiremos ocho pensamientos que son muy básicos para nuestro entendimiento de la vida espiritual y de las Escrituras.

UNA EXPRESIÓN Y REPRESENTACIÓN CORPORATIVA

  En primer lugar, el pensamiento central de la intención de Dios según se revela en todas las Escrituras es el de obtener un grupo de personas que hayan sido edificadas por Dios y llenas de Él. Esta entidad corporativa de personas expresa y representa a Dios. El Antiguo Testamento nos revela claramente cómo Dios llamó a los hijos de Israel y los juntó formándolos en una entidad corporativa. Después de esto Dios habitó entre ellos para expresarse y llevar a cabo algo por medio de ellos. La historia del Antiguo Testamento nos muestra cómo, en un sentido, los israelitas en efecto llegaron a ser la expresión y representación de Dios sobre la tierra. De igual manera hoy, en la era neotestamentaria, la intención de Dios sigue siendo que cada iglesia local, dondequiera que esté, sea edificada como entidad corporativa y sea llena de Dios a fin de que pueda expresar y representar a Dios. El final de las Escrituras nos revela claramente que con el tiempo habrá una entidad corporativa agrandada llamada la Nueva Jerusalén. Éste es un inmenso recipiente compuesto por todos aquellos que Dios redimió a través de los siglos. Dicho recipiente estará lleno de Dios, y expresará y representará a Dios por la eternidad. Éste es el primer pensamiento fundamental de toda la Biblia.

UNA MORADA

  En segundo lugar, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento revelan que todos los redimidos de Dios finalmente llegarán a ser la morada de Dios. Durante el período del Antiguo Testamento, el pueblo de Israel era la morada de Dios. Pero hablando con propiedad, el tabernáculo y los templos físicos no eran las verdaderas moradas de Dios, sino únicamente símbolos del hecho de que el pueblo de Israel era la verdadera morada de Dios. Dios moraba en medio de los israelitas (Éx. 29:45).

  En el Nuevo Testamento encontramos varios pasajes que revelan claramente que los redimidos de esta era son la morada de Dios (Ef. 2:21-22; 1 P. 2:5). Luego, al final de las Escrituras, vemos que los redimidos de ambas eras conjuntamente llegan a ser la morada de Dios. Es evidente que la Nueva Jerusalén es tal entidad, puesto que consta de doce puertas que tienen los nombres de las doce tribus de Israel y doce cimientos que tienen los nombres de los doce apóstoles (Ap. 21:12, 14). Estos nombres representan a todos los santos de las eras del Antiguo Testamento y del Nuevo, y esto concuerda con el pensamiento de todas las Escrituras de que todos los redimidos de Dios finalmente llegarán a ser la morada de Dios.

UNA NOVIA

  Tercero, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo los redimidos de Dios son presentados como una novia, el complemento de Dios. En Isaías 54:5 y 62:5, Jeremías 3:14 y 31:32, Ezequiel 16:8 y 23:5, y Oseas 2:19-20, el pueblo de Israel es comparado con una novia. El Nuevo Testamento después nos presenta claramente el cuadro de la iglesia como novia de Cristo (Ef. 5:23, 32). Por último, al final de las Escrituras, todos los redimidos conjuntamente llegarán a ser la novia de Cristo. Esto significa que la Nueva Jerusalén es el tabernáculo, la morada de Dios, y también la novia de Cristo (Ap. 21:9). Estos pensamientos no son nuevos, sino que se encuentran a lo largo de las Escrituras. La Nueva Jerusalén es la conclusión de todos los pensamientos expuestos en las Escrituras. Puede demostrarse que casi cada aspecto de la Nueva Jerusalén corresponde a algo ya mencionado en las Escrituras, bien sea en Génesis, Salmos, Isaías, Ezequiel, Mateo, Juan o en otros libros.

LAS DOCE PUERTAS

  El cuarto pensamiento tiene que ver con las doce puertas que rodean la ciudad santa. Hay tres puertas en cada uno de los cuatro lados de la ciudad. Este cuadro en Apocalipsis 21 no es nuevo; el libro de Números (cap. 2) revela una sombra de este pensamiento, puesto que allí vemos que había tres campamentos en cada uno de los cuatro costados del tabernáculo. Recuerden, cada puerta de la Nueva Jerusalén tiene el nombre de una de las doce tribus de Israel. Sin embargo, el cuadro que vemos en Números no es tan claro como el que vemos en Ezequiel 48. Este capítulo nos habla de una ciudad llamada Jerusalén, cuyas puertas concuerdan exactamente con la descripción de las puertas mencionadas en Apocalipsis 21. Esto no es una simple coincidencia. Es importante que comprendamos que estas cosas ya se habían mencionado previamente en las Escrituras.

LA CONSUMACIÓN DE LA OBRA DE DIOS

  El quinto pensamiento tiene que ver con el asunto de las dispensaciones. No me gusta usar el término dispensación porque se ha abusado tanto que ha perdido su significado. No obstante, es un buen término, y ciertamente tenemos la realidad de las dispensaciones en las Escrituras. Algunos dicen que hay siete dispensaciones, las cuales comienzan con la creación del hombre y continúan hasta el final del milenio, pero no incluyen el cielo nuevo y la tierra nueva. Sin embargo, conforme a la revelación de las Escrituras, es mejor decir que sólo hay cuatro dispensaciones. Básicamente, la palabra dispensación no denota cierta era o período de tiempo, sino la manera en la que Dios se relaciona con el hombre. Sin embargo, cuando Dios se relaciona con el hombre de cierta manera, esto siempre ocurre en cierto período de tiempo.

  El capítulo 5 de Romanos nos da a entender que la primera dispensación va de Adán a Moisés (v. 14). Ésta era la dispensación sin ley. Durante este período de tiempo Dios no se relacionó con el hombre conforme a la ley, sino aparte de la ley. Luego desde Moisés hasta la venida de Juan el Bautista o la primera venida de Cristo, tenemos la dispensación de la ley. En esta dispensación, Dios se relacionó con el hombre conforme a Su ley, como se revela claramente en Romanos 5. Luego, desde la primera venida de Cristo hasta Su segunda venida, tenemos la dispensación de la gracia y también la era de la iglesia. Durante este período Dios se relaciona con nosotros por la gracia y conforme a la gracia. Por último, la cuarta dispensación va desde la segunda venida de Cristo hasta el final del milenio, un período de mil años. Ésta es la dispensación del reino. Por lo tanto, tenemos la dispensación sin ley, la dispensación de la ley, la dispensación de la gracia y la dispensación del reino o de la justicia. Tales dispensaciones se aproximan más a la interpretación literal de las Escrituras que las siete dispensaciones de las que comúnmente hablan muchos maestros cristianos. La pregunta crucial es ésta: ¿qué es lo que Dios ha venido haciendo y qué es lo que Él ha procurado lograr en todas estas dispensaciones? Debemos ver claramente que Dios ha estado dedicado a una obra de edificación. Incluso hasta la segunda venida de Cristo, la obra de edificación de Dios no se habrá llevado a cabo completamente. Sin embargo, esta edificación concluirá al final del milenio, cuando todas las cuatro dispensaciones hayan pasado. Ése será el momento en que veremos el cielo nuevo, la tierra nueva y la Nueva Jerusalén descender del cielo dispuesta como una novia ataviada para su marido. La obra de edificación de Dios en ese entonces se habrá llevado a cabo completamente. Su edificación no habrá concluido para el tiempo de Apocalipsis 20. Es sólo cuando llegamos a Apocalipsis 21 que vemos un cielo nuevo y una tierra nueva con la Nueva Jerusalén, la consumación final y máxima del edificio de Dios. Durante el milenio la ciudad santa aún no habrá sido edificada completamente, pero alcanzará su plena consumación al final de la era del reino.

  En palabras sencillas, la Nueva Jerusalén es una entidad compuesta de todos los santos de todas las dispensaciones. La primera dispensación incluye a Abel, a Set, a Noé, a Abraham, a Isaac, a Jacob y a José. La segunda dispensación incluye a Moisés, a Aarón, a Josué, a Finees, a David, a Salomón, a Isaías, a Jeremías, a Ezequiel, a Daniel, a Zacarías y a Malaquías. La tercera dispensación incluye a Pedro, a Jacobo, a Juan, a Pablo y a nosotros. Por último, habrá un grupo de santos de la época del milenio. En cada era Dios ha perfeccionado a cierto número de santos, y Él continúa perfeccionando a un gran número de santos en esta dispensación. Básicamente, Él está preparando piedras procedentes de todas las cuatro dispensaciones. Incluso durante el milenio Él perfeccionará a algunos. Después de esto, todos los redimidos de Dios serán reunidos en una sola entidad completa, la ciudad santa.

EL ESTADO FINAL DE LAS NACIONES

  El sexto pensamiento en cuanto a la ciudad santa tiene que ver con algo de profecía. No me gusta mucho hablar sobre profecías, pero hay algunos puntos cruciales que se aplican aquí. En todas las cuatro dispensaciones Dios habrá perfeccionado a algunos santos, mientras que todos los incrédulos ciertamente perecerán. Sin embargo, al final del milenio todavía habrá un buen número de incrédulos que estarán en la tierra. ¿Qué hará el Señor con ellos? Apocalipsis 21 revela que incluso en la tierra nueva estarán las naciones (vs. 24-26). Los incrédulos al final del milenio conformarán estas naciones. Este punto exige mucha explicación. Después que Dios ejerza todos Sus juicios y disciplina sobre la tierra, todavía quedará un buen número de naciones. Aquí debemos hacer notar que los santos que componen la Nueva Jerusalén son reyes y sacerdotes, reyes que rigen las naciones y sacerdotes que sirven a Dios. Los santos son aquellos que se alimentan de los frutos que produce el árbol de la vida (2:7; 22:14), y las naciones subsisten y viven al ser sanadas con las hojas del árbol de la vida (v. 2). No podemos entender completamente estas cosas por ahora, pero en ese día lo entenderemos todo claramente. Sabemos que el árbol de la vida simboliza a Cristo, pero ¿qué significan los frutos y las hojas de este árbol? Lo único que podemos decir es que todo el pueblo redimido en el cielo nuevo y la tierra nueva disfrutará a Cristo como el fruto y que todas las naciones vivirán por las hojas del árbol de la vida.

DIOS LO ES TODO EN LA NUEVA JERUSALÉN

  Nuestro séptimo pensamiento tiene que ver con la luz de la Nueva Jerusalén. El sol y la luna existen en el cielo nuevo y la tierra nueva, pero no son necesarios en la santa ciudad. Para explicar esto con un ejemplo, podemos decir que aunque la luna brilla durante el día, difícilmente se puede ver; no obstante, su luz no es necesaria porque el sol es mucho más brillante. De igual manera, nosotros no necesitaremos ni de sol ni de la luna en la santa ciudad, porque Dios estará allí (21:23; 22:5). La luz de Dios es más brillante que cualquier otra luz.

  La noche todavía existirá en el cielo nuevo y la tierra nueva. Esto significa que el día y la noche continuarán. Pero debido a que Dios siempre brilla radiantemente en la santa ciudad, no se necesitan ni el sol ni la luna y, por tanto, allí no habrá noche (21:25).

  Estos puntos revelan el principio básico de que todas las cosas naturales, como el alimento, el agua, el vestido, el sol y la luna, son simplemente figuras de lo que Dios es para nosotros. Todos los redimidos disfrutan a Dios mismo, mientras que los incrédulos disfrutan únicamente de las cosas naturales. En la Nueva Jerusalén tendremos a Dios como nuestro sol, nuestra luz. Por lo tanto, no necesitaremos de nada natural, puesto que Dios será el todo para nosotros. Esto también significa que hoy, cuando somos redimidos y tomamos a Dios como nuestra vida, Él llega a ser todo para nosotros. Por consiguiente, no necesitamos nada aparte de Dios. Este pensamiento es muy profundo. Cuando no tenemos a Dios en Cristo, necesitamos muchas otras cosas; pero si tenemos a Dios en Cristo, no necesitamos nada más. Espero que esto llegue a ser claro para nosotros.

LOS MORADORES DE LA NUEVA JERUSALÉN

  Nuestro octavo y último pensamiento tiene que ver con los moradores de la ciudad santa. No se nos dice claramente quiénes son los moradores. Lógicamente, podríamos decir que Dios debe ser el morador, puesto que la Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios. Sin embargo, examinen nuevamente Juan 1:14. La Palabra, que era Dios, se hizo carne para fijar tabernáculo entre nosotros. Esto significa que el tabernáculo mismo moraba entre nosotros. Pero ¿quién era el morador del tabernáculo mencionado en el Evangelio de Juan? Sabemos que Jesús era el tabernáculo y que Jesús era la mezcla de Dios con el hombre. Por consiguiente, los moradores de ese tabernáculo eran Dios y el hombre. Ese tabernáculo se componía de los moradores, y no había moradores en el tabernáculo salvo aquellos que lo componían: Dios y el hombre. Este mismo principio es el que encontramos en Apocalipsis 21. En la eternidad aquellos que componen la Nueva Jerusalén serán los mismos moradores de la ciudad. Dios será el morador, y los redimidos también serán los moradores. Todos los redimidos junto con Dios son los propios elementos de los cuales se compone la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, los moradores son la ciudad misma.

  He aquí una pregunta muy práctica: ¿De qué se compone la iglesia? La iglesia, como hemos visto, es la casa de Dios, la mezcla de Dios y el hombre. Pero ¿quiénes son los moradores dentro de esta casa? Es muy claro: los mismos que componen la casa. Aparte de la casa, no existen otros moradores. Los moradores son la casa, y la casa misma se compone de los moradores. ¡Alabado sea el Señor!

  Son muchos los que no tienen claridad con respecto a la iglesia, y piensan que la iglesia es un edificio material en el que se reúnen los santos. Ellos se imaginan que los santos entran a la casa como sus moradores. De igual manera, muchos piensan que la Nueva Jerusalén es algo diferente de los santos. Creen que es una mansión celestial con algunos de los santos que están en ella en calidad de moradores. Esto parece bastante lógico; sin embargo, cuando estudiamos las Escrituras a fondo, descubrimos que la Nueva Jerusalén es exactamente igual a la iglesia hoy. Es todos los santos que conjuntamente son la ciudad. Debemos entender claramente que los moradores conjuntamente son la morada misma; los moradores moran dentro de sí mismos. Nosotros somos la iglesia, pero moramos en la iglesia. Esto significa que moramos en nosotros mismos. Todo esto es muy subjetivo. Dios opera en nosotros porque nosotros somos la morada de Dios. Si simplemente somos los moradores que están dentro de la morada, no sería necesario que Dios nos edificara, sino que simplemente podríamos esperar a que la edificación concluyera para entonces entrar y morar en ella. Sin embargo, los moradores conforman la morada. Por esta razón, todos los cristianos tienen que ser edificados en el lugar donde estén. No podemos evadir la edificación. Si deseamos tener parte en la vida de iglesia, debemos ser edificados en ella. Usted no puede decir: “Esperaré a que termine la edificación; entonces podré ir a morar allí”. ¡No! Usted únicamente puede ser edificado en la morada. Si no está dispuesto a ser edificado en ella, nunca estará en ella. El morador es el componente mismo del edificio. Este asunto es sumamente profundo. Algunos incluso afirman que es una herejía hablar de la Nueva Jerusalén como si fuera una entidad viviente compuesta por todos los santos y no considerarla como una mansión celestial. Un día todos tendremos claridad al respecto. A menos que seamos edificados en la Nueva Jerusalén, no tendremos parte en ella. Esto no tiene que ver con profecías, sino con la experiencia. No tendremos parte en la vida de iglesia de manera práctica sino hasta que seamos edificados en la iglesia.

  El cristianismo de hoy es muy superficial, pues quienquiera que usted sea, puede simplemente venir y ser miembro de la “iglesia”. En cierto sentido, esto es correcto. Pero en realidad, nosotros no podremos tener la realidad de la vida de iglesia sino hasta que seamos edificados conjuntamente para así formar la iglesia.

  A algunos cristianos se les ha dicho que mientras crean en el Señor Jesús, un día irán a la Nueva Jerusalén. En un sentido, esto es correcto, porque todos podemos tener parte en la Nueva Jerusalén gracias a la redención efectuada por Cristo. Sin embargo, hay otro aspecto: tenemos que ser edificados en dicha ciudad. El apóstol Pedro fue edificado en ella, porque el nombre de una de las piedras preciosas de su cimiento es Pedro (Ap. 21:14). Hay un principio aquí que es bastante fácil malinterpretar. Algunos preguntan: “¿Está usted diciendo que la obra redentora de Cristo no es suficiente? ¿Necesitamos algo además de la redención de Cristo?”. Un día todos estaremos allí, y entonces entenderemos todo claramente; no obstante, quizás sea demasiado tarde en lo que a usted se refiere. Después de la redención, necesitamos experimentar la obra de transformación (Ro. 12:2) y de edificación (Ef. 2:22; 1 P. 2:5).

  Consideremos el caso típico de un nuevo convertido. La semana pasada era un incrédulo; pero al cabo de pocos días creyó, y ayer fue bautizado. Por un lado, mientras haya creído en el Señor Jesús, ha llegado a ser un miembro de la iglesia. Pero sólo cuando haya sido edificado de manera práctica en la iglesia, podrá participar de la vida de iglesia en términos de la experiencia. A partir del momento de su regeneración, él necesita ser transformado y edificado con todos los santos. Entonces de una manera práctica tendrá parte en la vida de iglesia.

  ¿Por qué aún no ha venido la Nueva Jerusalén? El Señor Jesús ascendió al cielo y ha estado allí ya por casi dos mil años, pero la Nueva Jerusalén aún no se ha manifestado. La pregunta es: ¿cuántos de los redimidos han sido transformados y edificados en esta santa ciudad? ¿Nos hemos dado cuenta de que en esta ciudad todo se compone de oro, perlas y piedras preciosas? Allí no hay nada de barro. Quizás usted haya sido salvo por diez años, pero ¿ha sido completamente transformado de un trozo de barro a una piedra preciosa? ¿Somos realmente aptos para la Nueva Jerusalén? Hablando con franqueza, aun si el Señor nos pusiera allí, tendríamos que decir: “No, por favor, no; no encajamos aquí”. ¿Pueden ver ustedes ahora que se requiere más que simplemente la obra de redención? Además de esto se necesita la obra de transformación y edificación. La iglesia de hoy tiene que experimentar la obra de transformación y edificación. El apóstol Pablo nos dice claramente que debemos ser cuidadosos y construir el edificio de Dios con oro, plata y piedras preciosas (1 Co. 3:12). Inmediatamente después de ser salvos, no somos oro puro, ni perla, ni plata, ni piedras preciosas. Somos como un diamante en bruto, algo muy similar a una roca. ¡Cuánta transformación y edificación necesitamos! La situación hoy en día es muy deplorable, pues las personas toman las cosas en el sentido objetivo. Dicen: “Nuestra iglesia es maravillosa; venga y únase a nosotros”. ¡Esto no es correcto! Todos los moradores de la iglesia son los componentes de la misma. Usted tiene que ser edificado en la iglesia; de lo contrario, nunca podrá estar en la iglesia de manera práctica.

  Todos estos ocho pensamientos son sin duda profundos, pero a la vez muy básicos. El punto principal es que todos tenemos que permitir que Dios obre en nosotros, tenemos que ser transformados y edificados conjuntamente; entonces surgirá la nueva ciudad. Todos los moradores de la Nueva Jerusalén son los mismos componentes con los cuales la ciudad es edificada.

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