
No es posible agotar todo lo escrito acerca de la Nueva Jerusalén, pues es extremadamente significativo. Al menos hasta cierto punto tenemos que experimentar estos puntos que estamos abarcando; de lo contrario, nos resultará difícil entenderlos. El grado al cual experimentemos estas cosas será el grado de nuestro entendimiento de ellas. En el último capítulo abarcamos trece puntos en cuanto al verdadero significado de la manifestación final y máxima de Dios. En este capítulo continuaremos abordando otros quince puntos, comenzando con el punto número catorce.
La ciudad tiene tres puertas en cada uno de sus cuatro lados, abarcando todas las direcciones: norte, sur, oriente y occidente (Ap. 21:12-13). El número cuatro siempre representa la creación o la criatura. Apocalipsis 4 revela cuatro seres vivientes, que representan toda la creación. El número tres, por su parte, representa a las tres personas de la Deidad. Esto significa que las tres personas de la Deidad son la entrada por la cual todas las personas de las cuatro direcciones de la tierra pueden tener acceso. Dondequiera que estemos, las tres personas de la Deidad pueden alcanzarnos.
Lucas 15 contiene tres parábolas: el pastor que busca a la oveja perdida, la mujer que busca la moneda perdida, y el padre que espera el regreso de su hijo pródigo. El Señor Jesús vino como pastor a morir en la cruz para buscarnos y redimirnos. Después de la obra cumplida por Cristo, el Espíritu Santo, representado aquí por la mujer, vino a iluminarnos o escudriñarnos en lo profundo de nuestro corazón y traernos de regreso. Mediante la obra del Espíritu Santo en la cual nos busca, nosotros nos arrepentimos y regresamos al Padre, quien gozosamente nos recibe. Es entonces que entramos por la puerta. Las tres personas de la Deidad nos introducen en el edificio. Ellos mismos son la entrada para todos los que vengan desde los cuatro ángulos de la tierra. Esto corresponde a lo dicho en 2 Corintios 13:14 que nos conduce a entrar en el Dios Triuno para disfrutarle: el amor de Dios, la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu Santo.
El punto número quince es que cada una de estas doce puertas es una perla (Ap. 21:21). Una perla representa la obra de la regeneración. Cuando entramos en la esfera del edificio de Dios por medio de las tres personas de la Deidad, somos regenerados. Una perla se forma en una ostra, un organismo viviente que permanece en el agua, la cual representa la muerte. Cuando la ostra es herida por un grano de arena, el cual permanece en la herida, la ostra segrega un jugo vital alrededor del grano de arena hasta transformarlo en una hermosa perla. Esto es muy significativo. Cristo es la “ostra” viviente que entró en las aguas de la muerte. Él fue herido por nosotros los granos de arena, y nosotros, como tales granos, hemos permanecido en el lugar de la herida. De este modo, Su vida fue segregada en nosotros, y fuimos regenerados. La regeneración es el comienzo de la obra de la transformación.
Algunos cristianos se hallan profundamente en el proceso de la transformación día a día; pero con respecto a otros, el proceso se detuvo después de la regeneración. Con respecto a algunos, la obra de transformación está ocurriendo ahora; pero tal vez esta noche o al siguiente día esta obra sea estorbada. Somos muy peculiares y malvados. Hay una naturaleza sumamente rebelde en cada uno de nosotros. A veces hasta nos atreveríamos a decirle al Señor que queremos desistir de todo y que no nos importa si somos transformados o no. Sin embargo, cinco minutos después le pedimos al Señor que nos perdone. No podemos escapar. Tenemos que regresar, pues de otro modo no tendremos paz. Hay muchas cosas implícitas en esta obra de transformación. La puerta de perla de la regeneración es sólo el comienzo, la entrada a la ciudad. Una vez que estemos en la esfera del edificio de Dios, debemos proseguir en la obra de transformación del Señor.
El punto número dieciséis es que tan pronto como pasamos por la puerta de perla, de inmediato nos hallamos sobre la calle de oro de la ciudad (v. 21). ¿Cuál es el significado de esta calle de oro? Conforme a nuestra experiencia, cuando prestamos atención a la regeneración, la primera etapa de la obra transformadora del Señor, sentimos que estamos en contacto con la naturaleza divina de Dios, es decir, que estamos en la calle de oro. Debemos conocer por experiencia la obra de la regeneración y experimentar cada día la herida de la ostra, la obra de la cruz en nosotros. Entonces obtendremos la secreción de la ostra, la vida de resurrección en el Espíritu. Continuamente necesitamos que la vida divina en el Espíritu Santo sea segregada en nuestro interior. Cuanto más experimentemos la cruz, más conoceremos la realidad de la resurrección, la secreción de la vida. Es por ello que diariamente debemos experimentar las lecciones de la cruz, permaneciendo en la herida del Señor Jesús. A medida que la vida de resurrección sea segregada, tendremos la experiencia de avanzar continuamente en la calle de oro, la naturaleza divina. Esta calle entonces nos llevará a la presencia misma de Dios. En medio de esta calle experimentaremos el fluir de vida, y en este fluir disfrutaremos del suministro de vida, el alimento espiritual. Todas estas cosas están relacionadas unas con otras y debemos experimentarlas.
El punto número diecisiete es que no importa desde cuál dirección nos acerquemos a la ciudad, no importa cuál puerta usemos, nos encontraremos en una sola calle (22:2) con todos los demás. Recuerden que la Nueva Jerusalén tiene la forma de un monte y que la base de la ciudad es un cuadrado. Este “monte” tiene tres dimensiones, todas de igual medida: su anchura, su longitud y su altura miden doce mil estadios. La única calle de la ciudad desciende en espiral de arriba abajo donde está la base. Empieza en la cima donde está el trono y finalmente pasa por las doce puertas en la base. Por lo tanto, no importa por qué lado o por cuál puerta usted entre, estará en la misma calle con todos los demás. Esto significa que no estamos divididos, que todos estamos en un solo camino, en un solo fluir. ¡Cuán significativo es esto! No es simplemente la misma calle; es la única calle. En una ciudad puede haber dos calles que son casi iguales; pero esta calle es la única calle, lo cual significa que hay un solo fluir.
¡Cuán maravilloso sería si todos los cristianos se preocuparan únicamente por el fluir interior! Supongamos que yo soy un cristiano de origen chino que visita a otros cristianos en Japón. Los chinos son muy diferentes de los japoneses; pero cuando nos olvidamos de todas las cosas externas y simplemente prestamos atención al sentir interior, al fluir interior, el resultado es verdaderamente maravilloso. Tendremos el mismo gusto, el mismo sentimiento y el mismo sentir; todo será igual. Por supuesto, este mismo principio también se aplica a los cristianos de Europa y de los Estados Unidos. El problema es que aunque el fluir interior es uno solo y todos estamos en este único fluir, prestamos atención a muchas cosas externas.
Supongamos que un grupo de cristianos están juntos teniendo una comunión maravillosa. Todos están en el único fluir de vida. Pero de repente un cristiano en su conversación le pregunta a otro: “¿A qué iglesia usted pertenece?”. El otro quizás conteste que es metodista, y el primero entonces se ponga un poco tenso y diga que es bautista. La mayoría de nosotros hemos tenido esta clase de experiencia. Cuando tenemos comunión juntos acerca de Cristo, hay un fluir maravilloso; pero cuando hablamos de las denominaciones, todos ponemos caras largas. Finalmente, en la Nueva Jerusalén, todos estaremos en el mismo fluir, en la única calle, y todos participaremos del mismo alimento.
El punto número dieciocho es que en esta ciudad hay una verdadera comunión. Esta comunión empieza en el trono y llega hasta todas las puertas. Se halla en el fluir (el río) de vida, con el suministro (el árbol) de vida, y el camino (la calle) de vida (vs. 1-2). Sin embargo, esta comunión no se da sólo entre nosotros; es también entre nosotros y Dios. No es sólo horizontal, sino también vertical. Cuando estamos en el fluir de vida, disfrutando del suministro de vida y andando en el camino de vida, espontáneamente tenemos comunión unos con otros. Tenemos comunión apropiada y genuina con todos los santos y con Dios en el trono. Si usted examina sus experiencias, descubrirá que esto es cierto. Posteriormente, veremos más acerca de este fluir, de esta comunión.
El punto número diecinueve es que la comunión en el fluir de vida está relacionada con el trono (v. 1). El trono representa autoridad, y la comunión apropiada en vida siempre está relacionada con la autoridad del trono. En otras palabras, la autoridad está relacionada con el reinado, y la comunión está relacionada con el sacerdocio. Todos los moradores de la Nueva Jerusalén son reyes y sacerdotes. En el edificio de Dios deben estar presentes estos dos aspectos. Necesitamos el reinado, o sea, la autoridad, y también necesitamos el sacerdocio, o sea, la comunión.
El Antiguo Testamento claramente nos provee un ejemplo de este principio en cada una de las fases del edificio de Dios. Moisés representaba el reinado en la edificación del tabernáculo; y Aarón, el sumo sacerdote, representaba el sacerdocio. Todos éstos tenían comunión entre sí. El tabernáculo fue edificado por la autoridad y también por la comunión. El rey Salomón representaba la autoridad en la edificación del primer templo, y el sumo sacerdote estaba allí, representando el sacerdocio, la comunión. Después de los setenta años de cautiverio, en el recobro del edificio, estaba allí Zorobabel, el gobernador, y Josué, el sumo sacerdote. El capítulo 6 de Zacarías nos da un retrato de Cristo como el edificador del templo de Dios. Sobre sus hombros están los dos oficios del reinado y el sacerdocio. Como rey, Él posee la autoridad; y como sacerdote, Él tiene la comunión.
La edificación de la iglesia se lleva a cabo mediante estos dos oficios: la autoridad y la comunión, o sea, el reinado y el sacerdocio. Si la iglesia ha de ser edificada, debe haber autoridad y orden. Cada uno de nosotros debe sujetarse a la autoridad, el señorío, el reinado de Cristo. Esto nos librará de toda clase de confusión. El cristianismo hoy está lleno de confusión; pero en la edificación de la iglesia jamás debe haber confusión, pues sólo un poco de confusión derribará el edificio. Cualquier contratista de obras nos diría que se necesita llevar un orden apropiado durante la construcción. La confusión sólo perjudica el proceso de edificación. En la iglesia es necesario que la autoridad de la Cabeza se ejerza entre todos los miembros para que podamos tener orden sin ninguna confusión.
Sin embargo, el reinado necesita ser equilibrado por el sacerdocio. ¿Qué es el sacerdocio? Es todos nosotros cuando ministramos al Señor juntos como sacerdotes. Debemos orar mucho juntos. No creo que ninguna iglesia pueda ser edificada solamente por el ministerio. Necesitamos orar juntos como sacerdotes, ministrando al Señor, teniendo comunión unos con otros. De este modo, experimentaremos el reinado y el sacerdocio. Verticalmente, habrá orden y autoridad; y horizontalmente, habrá comunión. De esta manera se logrará la edificación de la iglesia. Necesitamos tener más comunión bajo la autoridad; de este modo, tendremos el orden y el fluir. Entonces espontáneamente todos los materiales serán puestos en orden, y la realidad de la edificación se logrará y cumplirá.
El punto número veinte tiene que ver con el muro que rodea la ciudad. La apariencia del muro es de jaspe (Ap. 21:18), igual a la descripción de la apariencia de Dios en Apocalipsis 4:3. Esto significa que el muro de la ciudad expresa la semejanza de Dios, la apariencia de Dios.
El punto número veintiuno tiene que ver con el propósito que cumple el muro. Su función es separar lo santo de lo común, separar lo que pertenece a Dios de lo que no pertenece a Él. Este muro de separación es también una protección. El muro de cualquier casa es un factor de separación, el cual separa lo que está dentro de la casa de lo que está fuera de ella; y dicha separación protege todo lo que hay dentro de la casa. El muro de la ciudad santa es una verdadera separación; todo lo que está en el interior de este muro es santo, y todo lo que está por fuera es común. Además, este muro provee completa protección a todo lo que está dentro de la ciudad.
La apariencia misma de Dios es el factor de separación de este muro. Cuanto más una iglesia local tiene la semejanza de Dios, más se separa del mundo y de todo lo común. ¿Cómo podemos tener la semejanza de Dios? Podemos tener la semejanza de Dios únicamente mediante la vida de Dios. Si la vida de Dios fluye en nosotros, tendremos Su propia semejanza y Su semejanza será el poder separador de la iglesia. ¿Por qué el cristianismo se asemeja tanto a las comunidades mundanas de hoy? Porque en la mayoría de los que se reúnen en el cristianismo prácticamente no hay nada que tenga la apariencia de Dios. La razón por la cual la mayoría de los cristianos carece de la semejanza de Dios externamente es que carecen del fluir de Su vida en su interior. La vida de Dios tiene que fluir en ellos para que puedan tener Su semejanza externamente. Esto hará que la iglesia se separe de lo común y de las cosas mundanas, y al mismo tiempo nos protegerá de tantas influencias nocivas.
El punto número veintidós tiene que ver con la edificación del muro de separación que provee protección a la ciudad. Este muro no surge de la noche a la mañana, puesto que es edificado con piedras preciosas. La verdadera edificación de la iglesia estriba en este asunto de la separación. La ciudad, que es enteramente de oro, representa la naturaleza divina, la cual no requiere mucho de edificación. Todas las puertas de la ciudad son perlas, las cuales hacen referencia a cierta medida de edificación. Sin embargo, el muro es la parte principal de la edificación de la ciudad. Como hemos visto, este muro, el factor de separación y protección, tiene la semejanza de Dios. Mide ciento cuarenta y cuatro codos de alto, es decir, doce por doce, lo cual significa culminación de culminaciones. El muro es realmente muy alto. Algunas personas nos acusan de tener un muro muy alto y de dar la impresión de ser sectarios; sin embargo, es imprescindible tener un muro así de alto. La mayor parte del tiempo nuestro muro no es lo suficientemente alto. Es necesario que tengamos un muro de ciento cuarenta y cuatro codos de alto a fin de dejar por fuera todo lo común; y este muro debe ser edificado con piedras preciosas.
Es bastante fácil encontrar barro para producir ladrillos, pero es extremadamente difícil encontrar piedras preciosas. Es posible producir una gran cantidad de ladrillos de barro de un día para otro, pero en un mes es difícil conseguir una sola piedra preciosa. Las piedras preciosas requieren mucha obra de transformación. Es fácil edificar una estructura de barro, pero la obra de transformación es sumamente lenta. Necesitamos ser transformados en la semejanza de Dios. Recordemos que el aspecto de Dios es semejante al jaspe. Hoy en día somos trozos de barro; por ello, debemos ser primero transformados en piedras de jaspe y después ser edificados a una altura de ciento cuarenta y cuatro codos.
El punto número veintitrés es que las medidas del muro son “de medida de hombre, la cual es de ángel” (Ap. 21:17). Esto significa que la condición es la de un hombre que es como un ángel. Lucas 20:35-36 revela que en la resurrección los hombres serán iguales a los ángeles. Por consiguiente, el muro es edificado en resurrección, y no pertenece a la vida natural.
En resumen, hemos visto siete características del muro: (a) tiene la apariencia y semejanza de Dios; (b) es un factor de separación; (c) brinda protección; (d) es edificado extremadamente alto; (e) sus piedras son de un material que ha sido transformado; y (f) es algo que está en resurrección. Esta ciudad es muy rica en todos estos puntos. Esto nos revela todos los aspectos de la edificación de la iglesia. No hay otro pasaje de las Escrituras que sea tan rico en la manera que nos habla de la vida de iglesia.
El punto número veinticuatro es que esta ciudad tiene tres dimensiones iguales (Ap. 21:6). En toda la Biblia la única otra estructura que tiene sus tres dimensiones iguales es el Lugar Santísimo. Ya sea en el tabernáculo o en el templo, el Lugar Santísimo siempre medía lo mismo en sus tres dimensiones. En el tabernáculo medía diez por diez por diez codos, y en el templo medía veinte por veinte por veinte codos (1 R. 6:20). Toda la ciudad de la Nueva Jerusalén tiene sus tres dimensiones iguales. Esto demuestra que la ciudad entera es el Lugar Santísimo.
La santidad es la naturaleza de Dios. El amor revela el corazón de Dios, la justicia es el proceder de Dios, y la santidad es la naturaleza de Dios. Sólo Dios mismo es santo, puesto que sólo Dios es apartado y diferente de manera única de todo lo demás. La Nueva Jerusalén es una ciudad que está completamente saturada de Dios y mezclada con Él; por lo tanto, ella es absolutamente santa. Es completamente diferente de todo lo demás. Cada vez que experimentamos la mezcla de Dios con nosotros hoy, comprobamos que hay una verdadera separación, una verdadera santidad. En todo lo que hacemos, si tenemos alguna experiencia en la que Dios en Cristo se mezcla con nosotros, experimentamos la santidad en ello. La santidad implica una separación de las cosas comunes. Cuanto más usted se mezcle con Dios en Cristo, más será santo; será diferente y apartado de todas las cosas comunes. Ser santo significa poseer algo en lo cual Dios se ha mezclado con nosotros. La santidad no es cuestión de actividad, sino de la naturaleza, puesto que la santidad es la naturaleza de Dios. No se trata de lo que hacemos, sino de cuánto nos hemos mezclado con Dios. La santidad no consiste en manifestar una actitud distante con respecto a todo; lo que realmente determina la santidad es cuánto hemos experimentado el mezclarnos con Dios. El capítulo 12 de Hebreos dice que Dios nos disciplina para que participemos de Su santidad (v. 10). Esto significa que Él nos disciplina para que participemos de Su naturaleza al mezclarnos con Él. La Nueva Jerusalén está mezclada con Dios de manera absoluta y completa; por esta razón, es la ciudad santa.
El punto número veinticinco tiene que ver con el nombre de esta ciudad. ¿Por qué es llamada la “Nueva Jerusalén” (Ap. 21:2)? ¿Qué es la novedad? Una vez más, la novedad es Dios mismo, puesto que sólo Dios es nuevo. En la vida de iglesia necesitamos tanto santidad como novedad. La vida de iglesia no debe ser común ni tampoco debe ser vieja. Cuando asistimos a algunas reuniones cristianas, sólo nos llevamos una impresión de vejez. Efesios 5 dice que la iglesia no debe tener mancha ni arruga. Una mancha nos habla de algo que ha sido dañado, mientras que las arrugas son una señal de vejez. La iglesia no debe tener mancha alguna, es decir, no debe tener ninguna herida ni daño causado por el enemigo, y, por otra parte, ella no debe tener arrugas debido a la vejez. Nunca debemos decir que somos una iglesia vieja. ¡No! La iglesia debe ser muy nueva, sin ningún indicio de vejez. Cada día la iglesia debe ser nueva. Si diariamente experimentamos a Cristo, podremos mantener esta novedad; pero si no crecemos diariamente en nuestras experiencias de Cristo, perpetuaremos algo viejo. Nuestra experiencia puede haber sido nueva el año pasado, pero este año es demasiado vieja para continuar aplicándola. Debemos crecer en Cristo si hemos de poseer la novedad. La iglesia es un solo y nuevo hombre; ella será la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva.
Podemos saber cuánto una iglesia local ha crecido observando un solo factor: si la condición y atmósfera de la reunión son las mismas que el año pasado, entonces hay vejez; no ha habido crecimiento. Por otra parte, si la iglesia crece continuamente, las reuniones continuamente serán nuevas. En la ciudad santa el árbol de la vida produce una nueva clase de fruto cada mes (Ap. 22:2). ¡Cristo es rico sobremanera; jamás podemos agotarlo! Debemos tener nuevas experiencias de Cristo cada día para conservarnos en novedad. Esta novedad y frescura son una prueba de que la iglesia está creciendo.
El punto número veintiséis es que esta ciudad no tiene necesidad de luz fabricada por los hombres ni de luz natural como la luz del sol (21:23; 22:5). En la vida de iglesia no necesitamos ninguna de estas clases de luz, porque Dios en Cristo es nuestra luz. La luz natural representa nuestra vista o discernimiento natural. Muchas veces en las reuniones de la iglesia algunos hermanos y hermanas tratan de introducir su propio entendimiento natural. Otras veces en las reuniones la gente trae una luz que es fabricada por los hombres. En la vida de iglesia tanto la luz natural como la luz fabricada tienen que ser juzgadas y rechazadas. Debemos confiar en Dios y experimentar a Cristo; entonces este Dios en Cristo vendrá a ser nuestra luz.
¿Cuál es la luz fabricada por el hombre? Supongamos que en la iglesia local hay un hermano que no tiene una mentalidad adecuada. Por lo tanto, alguien recomienda que él deba ir a un psiquiatra. Esto representa la luz de la lámpara, la luz fabricada por el hombre. Entonces tal vez usted pregunte qué debemos hacer con dicho hermano. Debemos orar, y a veces incluso debemos ayunar. Debemos negarnos a seguir los métodos humanos y acudir al Señor. Él será nuestra luz; Él nos alumbrará en cuanto a lo que debemos hacer. En todas las cosas debemos negarnos a los métodos naturales, a la luz natural, así como a la manera humana de proceder, a la luz humana. Debemos confiar en el Señor, comprendiendo que Él es nuestra luz. Debemos experimentar a Dios cada vez más. En la ciudad santa, sólo tenemos a Dios; Dios mismo debe ser nuestra experiencia en todo aspecto.
Algunos hermanos tienen demasiadas luces: tienen la luz del sol, la luz de la luna, la luz de las estrellas, la luz de las velas, la luz de las lámparas de aceite y la luz de la electricidad. Tienen demasiadas maneras de obtener luz. Pero en la vida de iglesia debemos aprender a desechar todas esas clases de luz. Sólo hay una luz que es necesaria, y ésa es Dios mismo. Él es la luz y el camino; Él lo es todo. Debemos rechazar todas las demás maneras, todas las demás luces. Hacer esto implica aprender algunas verdaderas lecciones.
El punto número veintisiete es que no habrá noche en la Nueva Jerusalén (21:25; 22:5). Como ya dijimos, el día y la noche seguirán existiendo en la nueva tierra, puesto que todavía habrá sol y luna. Pero debido a que Dios ilumina la santa ciudad, no hay necesidad ni de sol ni de luna. Es por ello que dentro de la ciudad no hay noche. ¿Qué significa esto? En la noche estamos cansados y dormidos; por lo tanto, la ausencia de noche significa que nunca estaremos cansados. En la Nueva Jerusalén no necesitaremos dormir debido a que continuamente experimentaremos el poder de la resurrección. La razón por la cual nos cansamos es que todavía nos encontramos en la vieja creación. La noche es algo que pertenece a la vieja creación. Hoy en la vida de iglesia todavía estamos físicamente en la vieja creación; por eso, siempre hay un período cuando nos sentimos cansados. Pero en términos espirituales, nunca deberíamos estar cansados; nunca deberíamos fatigarnos en el espíritu. En la iglesia no debería haber noche.
En el punto número veintiocho debemos ver que a lo largo de las Escrituras hay dos corrientes relacionadas con dos ciudades. Una corriente es de Satanás, y la otra es de Dios. Con respecto a la corriente de Satanás, hay una ciudad llamada Babilonia la Grande (17:5); y con respecto a la corriente de Dios, tenemos la ciudad santa, la Nueva Jerusalén (21:2). El libro de Apocalipsis revela estas dos ciudades. Babilonia la Grande es nada menos que la mezcla de Satanás con el linaje humano. A los ojos de Dios, Babilonia está conformada por toda la gente mundana. Por otra parte, la Nueva Jerusalén es la mezcla de Dios con Su pueblo.
Estas dos ciudades nunca son compatibles. La ciudad santa se mantiene siempre separada de la gran Babilonia, y Babilonia siempre procura hacer daño a la ciudad santa. Finalmente, Dios tendrá que intervenir para juzgar a Babilonia la Grande y para edificar la ciudad santa. De igual manera, si la iglesia ha de ser edificada hoy de una manera adecuada, siempre debe ser juzgada toda la mundanalidad. La mundanalidad es el elemento mismo de la gran Babilonia. Si introducimos cualquier cosa mundana a la edificación de la iglesia, estaremos mezclando Babilonia con la ciudad santa. Dios jamás permitirá esto y vendrá a vindicarse a Sí mismo. Debemos estar continuamente alerta para que la edificación de la iglesia quede completamente separada de cualquier cosa mundana, esto es, de cualquier cosa que provenga de la ciudad babilónica y sus elementos.
Espero que podamos presentarle al Señor todos estos puntos en oración. Oremos por la iglesia en cuanto a todos estos asuntos. Creo que la Palabra de Dios no volverá vacía, sino que producirá algo en esta tierra porque Su palabra ha sido pronunciada.