Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Visión del edificio de Dios, La»
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17 18 19
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO DIECINUEVE

ASPECTOS DE LA VIDA DE IGLESIA SEGÚN SE VEN EN LA NUEVA JERUSALÉN

(3)

  En los dos capítulos anteriores vimos veintiocho puntos acerca de la Nueva Jerusalén; sin embargo, todavía quedan muchos otros puntos por abarcar.

LA CIUDAD ES CUADRADA

  El punto número veintinueve es que la ciudad es un enorme cuadrado. Apocalipsis 21:16 dice: “La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la anchura y la altura de ella son iguales”. La ciudad tiene las mismas medidas en sus tres dimensiones; cada dimensión mide un estadio multiplicado por doce. El hecho de que la ciudad sea un cuadrado perfecto debe enseñarnos el principio de que en la vida de iglesia nada debe ser oblicuo, sino que todo debe ser recto y cuadrado.

  Con respecto a la serpiente, el verdadero símbolo de Satanás, nada es recto o cuadrado, sino que en todo aspecto es astuta y torcida. Muchas veces algunos hermanos en el Señor han venido a nosotros y a otros obreros cristianos para intentar enseñarnos a actuar como serpientes. A ellos les parece que no debemos ser tan rectos, tan abiertos ni tan francos, sino más bien un poco “sabios”. Les hemos respondido: “Ustedes no nos están enseñando a ser sabios, sino más bien a ser astutos como los políticos”. En la vida de iglesia no debemos actuar como un abogado en los tribunales ni como un diplomático de las Naciones Unidas. Somos preciosos hermanos cristianos; por lo tanto, debemos ser lo más rectos posibles.

  Durante Su última semana en la tierra, el Señor Jesús fue confrontado por los ancianos y fariseos, los líderes del pueblo judío. Ellos le preguntaron al Señor quién le había dado autoridad para actuar como lo hacía. El Señor no les respondió inmediatamente a estos hombres, sino que les dijo: “Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también Yo os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?” (Mt. 21:24-25). Estos hombres razonaron entre sí mismos, diciendo: “Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos a la multitud; porque todos tienen a Juan por profeta” (vs. 25-26). Ellos tuvieron una conferencia política entre sí, y decidieron decirle al Señor Jesús: “No sabemos”. Sin embargo, el Señor sabía que ellos sí sabían pero que se negaban a decir la verdad, así que les respondió: “Tampoco Yo os digo” (v. 27). Estos hombres mintieron, pero el Señor Jesús no mentiría. Ellos eran torcidos, mientras que el Señor Jesús era recto.

LA CIUDAD ES TRANSPARENTE

  El punto número treinta es que la Nueva Jerusalén es completamente transparente (Ap. 21:18, 21). Esto significa que no hay nada opaco ni escondido allí. En la vida de iglesia hoy no sólo todo debe ser puro y limpio, sino también transparente como el cristal. No debe haber nada encubierto ni escondido. En cuanto a esto hay algunas verdaderas lecciones que debemos aprender. Es necesario que seamos examinados y corregidos, purificados y hechos transparentes, mediante la obra de la cruz. Cualquier cosa en nosotros que contenga astucia o permanezca oculta proviene del enemigo, de la serpiente, de las tinieblas. Es posible que escondamos algún “pequeño” asunto por un día o dos, o incluso por veinte días; podemos incluso esconder algo por veinte meses o posiblemente por diez años. Pero el primer día del año once lo escondido saldrá a la superficie. No podemos esconder algo por la eternidad. En la iglesia todo debe ser diáfano y transparente.

LA CIUDAD ESTÁ LLENA DE LA GLORIA DE DIOS

  El punto número treinta y uno es que la ciudad está llena de la gloria de Dios porque es muy recta y transparente (vs. 11, 23). Hablando con propiedad, la gloria de Dios es el contenido mismo de la ciudad, puesto que está completamente llena de Su gloria. Esto significa que la ciudad es un recipiente que contiene y expresa a Dios. Para ejemplificar este punto, tomemos como ejemplo una lámpara de mesa común y corriente: una lámpara por lo general tiene una cubierta externa, la pantalla, y dentro de la lámpara tenemos la plenitud de la luz. La lámpara expresa la luz, y la luz es el contenido mismo de la lámpara y la pantalla. La gloria de Dios es simplemente Dios mismo manifestado. La Nueva Jerusalén está llena de la gloria de Dios; por lo tanto, Dios se manifiesta en esta ciudad. Sucede lo mismo con respecto a la vida de iglesia normal hoy: ella está llena de la gloria de Dios, por lo que manifiesta y expresa a Dios.

EL NÚMERO DOCE

  El punto número treinta y dos tiene que ver con el número doce, el cual se usa repetidas veces en la descripción de la ciudad. Podemos usar la electricidad como ejemplo para entender el significado simbólico de los números usados en la Nueva Jerusalén. Es extremadamente difícil entender la electricidad; pues no podemos aislar un poco de ella y tomarla en nuestras manos para estudiarla. En lugar de ello, debemos usar figuras para representar ciertos aspectos de la electricidad. De manera semejante, los números que se usan en la ciudad santa nos enseñan mucho acerca de la ciudad y de la vida de iglesia hoy.

  El número doce se usa al menos diez veces en Apocalipsis 21 y 22. Hay doce puertas con doce ángeles, y estas puertas contienen los nombres de las doce tribus. Luego tenemos doce cimientos con los nombres de los doce apóstoles del Cordero. Las doce puertas son doce perlas, y los doce cimientos son doce piedras preciosas. La ciudad misma tiene tres dimensiones, y cada una de ellas mide doce mil estadios. El muro de la ciudad mide ciento cuarenta y cuatro codos, que es doce multiplicado por doce. Además de esto, el árbol de la vida da doce clases de frutos dentro de la ciudad.

  Hay muchas maneras en las cuales obtener el número doce, pero conforme al relato de estos dos capítulos, se obtiene al multiplicar tres por cuatro o cuatro por tres. ¿Cómo sabemos esto? Porque hay tres puertas en cada uno de los cuatro lados de la ciudad. Recuerden que tres es el número del Dios Triuno y que cuatro es el número de las criaturas o de la creación. En los primeros capítulos de Apocalipsis se usa el número siete frecuentemente: hay siete iglesias, siete candeleros, siete estrellas, siete sellos, siete trompetas y siete copas. Este número se obtiene al sumar tres más cuatro o cuatro más tres. El libro de Apocalipsis empieza con el número siete y termina con el número doce. Al comienzo vemos cuatro seres vivientes más el Dios Triuno; pero al final todo es resultado de la multiplicación. La suma nos habla de añadir varias cosas, mientras que la multiplicación nos habla de una mezcla. Dios primero se añade a nosotros, las criaturas; y luego, a partir de la regeneración, Dios se multiplica en nuestro interior. Es imprescindible que seamos mezclados con Dios. Toda la ciudad de la Nueva Jerusalén es una mezcla del hombre con Dios; es por ello que toda la ciudad está representada por el número doce. La vida de iglesia empieza con el número siete y madura hasta alcanzar el número doce. Esto implica un proceso. La iglesia tiene que comenzar con la naturaleza divina que se añade a la naturaleza humana; luego cada uno debe mezclarse con Dios. En otras palabras, el número siete debe llegar a ser doce; es de esta manera que la vida de iglesia debe avanzar. La madurez en la vida de iglesia no es otra cosa que la mezcla de Dios con el hombre. Todo lo que yo haga en la iglesia debe conllevar la mezcla de Dios conmigo. Antes de hacer cualquier cosa, debo preguntarme: “¿Estoy haciendo esto por mi propia cuenta o lo hago mediante la mezcla de Dios conmigo?”. El número cuatro por sí solo no es bueno, y el número seis es aún peor. Al menos debemos ser equivalentes al número siete, que es el hombre más Dios, o el número ocho, que representa la resurrección. Entonces estaremos en la realidad del número doce. Toda nuestra obra debe llevarse a cabo en la mezcla de Dios con nosotros.

LOS CIMIENTOS

  El punto número treinta y tres tiene que ver con los cimientos de la ciudad, acerca de lo cual consideraremos seis aspectos. Efesios 2:20 dice que la iglesia es edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas; pero en la Nueva Jerusalén no hay profetas. Debemos entender que en la época en que fue escrita la carta a los Efesios algunas cosas aún no se habían cumplido; por lo tanto, la profecía era necesaria. Pero cuando la Nueva Jerusalén descienda del cielo, todo se habrá cumplido y, por ende, ya no serán necesarios los profetas que predicen las cosas de Dios. Por esta razón, no debemos dar demasiada importancia a estos profetas. Por otro lado, todos los apóstoles permanecerán para siempre, puesto que sobre los doce cimientos de la ciudad están los nombres de los doce apóstoles del Cordero (Ap. 21:14). Los apóstoles permanecerán por la eternidad debido a que representan seis cosas.

El testimonio de Dios

  En primer lugar, los apóstoles significan que esta nueva ciudad, que es el edificio de Dios y el testimonio de Jesús, no es de los hombres sino de Dios (Gá. 1:10-12). Ninguno de los apóstoles son de los hombres; todos ellos son de Dios. Éste es el verdadero testimonio, y debemos aplicar este principio a nosotros mismos. En la vida de iglesia todo debe ser de Dios; no debe haber nada de los hombres. El cimiento de la vida de iglesia únicamente debe ser de Dios. Si hay algún elemento humano, tarde o temprano terminará siendo un punto débil, el cual será severamente atacado por el enemigo. Dicho elemento no podrá resistir el ataque del enemigo. Si iniciamos algo que es de los hombres y que no es completamente de Dios, el cimiento de ello no será fuerte. En cada ciudad debemos permitir que la vida de iglesia sea iniciada únicamente por Dios, y no por nosotros mismos.

La misericordia de Dios

  Segundo, los apóstoles también son verdaderos testigos de la misericordia de Dios. Al considerar los doce cimientos, debemos reconocer la misericordia de Dios. ¿Cuál es la diferencia entre la misericordia y la gracia? Supongamos que hay dos hermanos que se aman en el Señor. Un día el primer hermano compra una Biblia muy fina y se la regala al segundo. Esto es un acto de gracia. Pero consideremos ahora otro caso en el que el segundo hermano no sea muy agradable; supongamos que es un mendigo pobre y sucio. Dicha persona no es digna de ser amada, pero aun así el primer hermano lo ama y le da un regalo. Esto es un acto de misericordia. La misericordia va más lejos que la gracia. Dios no es solamente un Dios de gracia, sino también un Dios de misericordia. Si tuviéramos sólo un poco de valía, calificaríamos para recibir la gracia de Dios; sin embargo, nos hallamos en una condición aún más lamentable que la de un mendigo pobre y sucio. ¡Alabado sea Dios porque Su misericordia tiene tan largo alcance que ha venido a pecadores tan indignos como nosotros!

  Examinemos de cerca ahora las doce piedras que constituyen el cimiento. Cada vez que he estudiado los cuatro Evangelios, he dicho: “¡Cuán pobre y digno de lástima era Pedro!”. Sin embargo, Pedro fue escogido y usado por el Señor. Él fue adornado y equipado con la misericordia, y su nombre es uno de los cimientos de la ciudad. Después de ser adornado con la misericordia de Dios, Pedro llegó a ser apto para recibir la gracia de Dios. Si somos humildes, nos daremos cuenta de lo pobres que somos delante del Señor y de lo indignos que somos ante Sus ojos. Ciertamente necesitamos de Su misericordia. Pero después de recibir Su misericordia, podremos alabarlo y decirle que ahora somos aptos para recibir Su gracia. ¿Por qué? Esto no tiene nada que ver con nuestras aptitudes; más bien tiene que ver enteramente con la misericordia del Señor.

  Consideren los doce apóstoles. Pedro era un pescador pobre (Mt. 4:18-19), y Mateo era un recaudador de impuestos (9:9; Lc. 5:27). En aquellos días la gente escupía cada vez que alguien hacía mención de un recaudador de impuestos. Estos hombres recaudaban impuestos para Cesar y el Imperio romano, no para el templo de Dios. Ellos eran menospreciados y odiados por sus propios paisanos; eran gente despreciable. Sin embargo, uno de ellos llegó a ser un apóstol y finalmente uno de los doce cimientos de la gloriosa ciudad de Dios. ¡Qué gran misericordia! Estas doce piedras de fundamento anunciarán eternamente la misericordia de Dios. ¡Debemos conocer la misericordia de Dios!

La gracia de Dios

  Tercero, las doce piedras de fundamento son también un testigo de la gracia de Dios. La mayoría de los cristianos hoy piensan que la gracia es algo que Dios nos da. Sin embargo, la gracia de Dios es nada menos que Dios mismo. Dios se da a nosotros como nuestro disfrute para satisfacer todas nuestras necesidades. En Gálatas 2:20 Pablo dice que ya no vivía él sino Cristo en él. Luego, declara nuevamente: “Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co. 15:10). Cuando juntamos estos dos versículos, descubrimos que la gracia es nada menos que Cristo mismo. La gracia es Dios en Cristo como mi fuerza, mi poder, mi disfrute. Estos pobres pescadores y este publicano pudieron llegar a ser tan importantes, siendo parte de los cimientos de la ciudad santa, no sólo debido a la misericordia de Dios, sino también debido a la gracia de Dios.

La fidelidad de Dios

  Cuarto, también fue gracias a la fidelidad de Dios que los apóstoles llegaron a ser las piedras de fundamento de la ciudad. En las Escrituras el arco iris es una señal de la fidelidad de Dios. La fidelidad de Dios está alrededor de Su trono. En la ciudad santa los cimientos no son puestos a modo de un bloque tras otro, sino capa sobre otra, y cada una de las doce capas es una piedra preciosa diferente. Cada capa manifiesta un color especial. Según un experto que ha estudiado este asunto a fondo, estas capas de piedras preciosas superpuestas que conforman los cimientos de la ciudad despliegan los colores del arco iris. Esto demuestra que la fidelidad de Dios es el cimiento mismo de la ciudad. Abraham, Isaac y Jacob, todos ellos, esperaban con anhelo “la ciudad que tiene fundamentos” (He. 11:10). Ellos esperaban con anhelo dicha ciudad porque ella está edificada sobre la fidelidad de Dios. Salmos 89:2 dice que la fidelidad de Dios está establecida en los cielos. Hablando con propiedad, las doce piedras por sí solas no constituyen los cimientos de esta ciudad santa; más bien, la fidelidad que Dios mostró a las doce piedras es lo que constituye los cimientos. Los apóstoles mismos no son suficientes para constituir los cimientos. Yo no tendría ninguna confianza en lo que Pedro y Mateo son en sí mismos. Pero me doy cuenta de que la fidelidad de Dios está con ellos, y confío en la fidelidad de Dios que está sobre ellos. Estas doce capas de piedras preciosas que forman el cimiento tienen un aspecto semejante al de un arco iris, anunciando eternamente la fidelidad de Dios.

Piedras preciosas

  En quinto lugar, las piedras preciosas nos hablan de la obra transformadora de Dios. Cada piedra preciosa proviene de elementos comunes. Los estudios médicos han demostrado que los seres humanos básicamente se componen del polvo de la tierra. Nuestro cuerpo está compuesto de cierta cantidad de sal, cobre, hierro, azufre y otros elementos de la tierra. ¿Cómo entonces Pedro, Juan y los otros diez apóstoles pudieron llegar a ser tales piedras preciosas? Mediante la obra de transformación.

  Hay tres clases de materiales preciosos en el edificio de Dios: oro, perlas y piedras preciosas. El oro no requiere ninguna transformación, puesto que es un elemento en su condición original creada por Dios. Sin embargo, una piedra preciosa se compone de ciertos elementos que han estado bajo la presión de un calor intenso. No es algo que se halla en su condición original, sino que requiere una obra de completa transformación. El otro material del edificio de Dios, la perla, también requiere cierta obra de transformación. Como hemos visto, la perla claramente representa la regeneración; por lo tanto, constituye la entrada, las puertas, de la ciudad. Por medio de la regeneración entramos en la esfera del reino de Dios. Pero una vez que entramos, necesitamos avanzar hacia la meta. Por medio de la regeneración recibimos la naturaleza divina, y a partir de ese momento necesitamos ser puestos bajo presión y en el fuego; sin embargo, eso no debe asustarnos. Todos apreciamos a Pedro, a Juan y a los demás discípulos, pero casi todos sabemos cuánta presión experimentaron. Ellos ya no son trozos de barro sino piedras preciosas, pues fueron transformados a través del intenso calor y presión que experimentaron. Lean las historias de Pedro y Juan; presten atención a los sufrimientos por los que pasaron. Ellos estuvieron bajo presión y en el fuego hasta que llegaron a ser fuertes y preciosos. Consideren como eran Pedro y Juan el día de Pentecostés. Para entonces ellos ya no eran trozos de barro; habían llegado a ser piedras sumamente fuertes y preciosas.

  A fin de participar en la vida de iglesia hoy, necesitamos la vida de Dios, la naturaleza divina de Dios, la cual es de oro. También necesitamos la perla de la regeneración de vida producida mediante la muerte y la resurrección de Cristo. Por último, necesitamos llegar a ser piedras preciosas mediante la obra transformadora del Espíritu. Todos los miembros del Cuerpo de Cristo necesitan ser transformados para que Dios pueda obtener el cimiento y el muro de Su ciudad.

Doce variedades de piedras preciosas

  Sexto, los doce cimientos de la ciudad se componen de doce clases de piedras preciosas (Ap. 21:19-20). Esto nos habla de unidad en medio de variedad. Ninguna piedra es igual a otra: Pedro es de un color, y Juan es de otro color. En total hay doce colores que vemos en los apóstoles; esto es una verdadera variedad. No obstante, también hay unidad en esta variedad. No obstante, el “Pedro” y el “Juan” de hoy nunca parecen ser uno, y esto es un verdadero problema. Juan realiza su propia obra, y Pedro hace la suya. Hay variedad mas no unidad. Son muchos los hermanos dotados hoy que no se ponen de acuerdo para ser uno. Incluso los hermanos que supuestamente laboran juntos no son uno. Cada uno trata de convencer al otro para que sea igual a él. Supongamos que yo soy una piedra de jaspe verde y usted es una cornalina roja. El problema consiste en que yo trato de convencerlo a usted para que sea verde y usted trata de cambiarme a mí para que sea rojo. Si no logro cambiarlo, entonces no querré relacionarme más con usted. Esto es muy lamentable. ¿Podemos respetar a alguien cuyo ministerio sea totalmente diferente del nuestro? Debemos hacerlo. Debemos aborrecer el tener una mente estrecha y el deseo imperioso de convencer y cambiar a otros para que sean como nosotros. No se olviden de que Pedro es Pedro y que Juan es Juan. El Señor Jesús es muy grande y maravilloso. Él necesita diversas personas a fin de expresarse; ningún cristiano como individuo es suficiente. Es una verdadera misericordia ser una de las piedras y al mismo tiempo ser diferente de los demás. No es necesario convencer a otros para que sean iguales a nosotros.

CRISTO ES DESCRITO EN LA NUEVA JERUSALÉN

  El punto número treinta y cuatro tiene que ver con el Señor Jesús según el cuadro que se presenta de Él en la Nueva Jerusalén. Él es dado a conocer en por lo menos cuatro asuntos. En primer lugar, Él es el Cordero (22:1). Aun por la eternidad el Señor Jesús siempre será recordado como el Cordero que murió por nuestra redención, que derramó Su sangre por nosotros y que se dio a Sí mismo como el alimento de vida para satisfacernos. En segundo lugar, este Cordero es también la lámpara, en quien está Dios como la luz (21:23; 22:5). La lámpara es el recipiente de Dios, que contiene a Dios y lo expresa. Dios se halla corporificado en Cristo y este Cristo como corporificación de Dios es el centro de toda la ciudad. De la misma manera, la iglesia hoy debe tener como centro a Cristo en quien Dios está corporificado. Tercero, este Cristo es el árbol de la vida (v. 2), la fuente de todo el suministro de vida. En la vida de iglesia Cristo debe ser para nosotros el Cordero, la lámpara y el árbol de la vida. Cuarto, Cristo es incluso el templo de la ciudad (21:22).

EL TEMPLO

  El punto número treinta y cinco tiene que ver con el templo. Históricamente, había un templo en la antigua ciudad de Jerusalén, pero en la Nueva Jerusalén no habrá templo (v. 22), porque Dios mismo y Cristo son el templo. Tal vez preguntemos entonces que puesto que Dios y Cristo son el templo, ¿son Ellos los moradores dentro de la ciudad o son la morada? La respuesta es que son ambas cosas. Ellos son el templo, donde los servidores morarán y servirán. Un templo es un lugar donde moran los que sirven a Dios. Ya vimos cómo los moradores son la morada misma, y que la morada se compone de los moradores. Si deseamos morar en la iglesia hoy, debemos ser edificados en ella, debemos llegar a ser parte de ella. Esto es muy subjetivo. Los moradores también son la morada. Si no somos edificados en la Nueva Jerusalén, no podremos entrar jamás en dicha ciudad. Pero aquí hay algo más que decir. Dios es el propio Dios a quien servimos, pero Él también es el templo donde servimos. Esto significa que nosotros servimos a Dios en Dios. Estos pensamientos son extremadamente profundos. ¿Dónde sirve usted a Dios hoy? ¿Está usted en un edificio material, o en una organizaron, o sirve usted en Dios y Cristo como el templo? Debemos servir a Dios en Dios; debemos servir a Cristo en Cristo. Dios mismo y Cristo mismo son el templo en el cual servimos a Dios y a Cristo.

LA MORADA DE DIOS

  El punto número treinta y seis nos muestra que la ciudad santa es también la morada de Dios (v. 3). Dios y Cristo moran en esta ciudad. Por un lado, Ellos son el templo en el cual moramos, y por otro lado, Ellos también son los Moradores en esta ciudad. Esto significa que la Nueva Jerusalén es una morada mutua. Dios mora en nosotros y nosotros moramos en Dios. La iglesia hoy es una morada donde Dios puede morar (Ef. 2:22), y Dios es el hogar donde nosotros podemos morar (Sal. 90:1). Éste no es un nuevo concepto. Cristo dijo en Juan 15: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4). En esencia estaba diciendo: “Yo soy vuestra morada, y vosotros sois Mi morada”. Por lo tanto, junto con Dios nosotros llegamos a ser una morada mutua. ¡Cuán profundo es esto! Para Dios, nosotros somos la ciudad; y para nosotros, Dios y Cristo son el templo. Nosotros tenemos la presencia de Dios y de Cristo como el templo para nosotros. No estamos simplemente ante la presencia de Dios y de Cristo; más bien, estamos en la presencia de Dios y la presencia de Cristo. La presencia de Dios y de Cristo llega a ser una morada para nosotros. Si hemos de servir a Dios y a Cristo en la iglesia, tenemos que estar rodeados de Dios y Cristo y cubiertos por Dios y Cristo. Debemos servir a Dios y a Cristo en Dios y Cristo. ¡Cuánto lo necesitamos! Él es Aquel a quien servimos, y Él es también el templo en el cual servimos. ¿Perciben y experimentan ustedes a Dios y a Cristo de esta manera? ¿Sirven ustedes a Dios y a Cristo de esta manera? Esto es intensamente subjetivo.

  La lógica humana rebatiría esto diciendo que dicha morada mutua es un absurdo. Algunos preguntarían: “¿Quién entonces está adentro y quién está afuera? Si Dios y Cristo están en nosotros, ¿cómo pueden estar fuera de nosotros? Si Dios y Cristo están en nosotros, jamás podremos morar en Dios y Cristo”. El mejor pensador nunca llega a comprender esto. Pero piensen en lo siguiente: el aire está dentro de nosotros y también está fuera de nosotros. El aire está en mí, y yo estoy en el aire. Si el aire no estuviera en mí, moriría en poco tiempo; y yo si no estuviera en el aire, no podría respirar. No es difícil creer este hecho subjetivo.

  Dios y Cristo están en usted, y usted está en Dios y Cristo. ¡Alabémosle! Nosotros podemos experimentar esto como una realidad en nuestra vida. Un día, en el cielo nuevo y la tierra nueva, comprenderemos esto de la manera más plena. Veremos todo cuanto Dios y Cristo son para nosotros. Él mora en nosotros y nosotros moramos en Él; de este modo, disfrutaremos de Su presencia a lo sumo.

EL LUGAR SANTÍSIMO

  Esto nos conduce al punto número treinta y siete. La razón por la que la ciudad santa no tiene templo es que toda la ciudad es el templo. Y puesto que la ciudad es un cuadrado y mide lo mismo en sus tres dimensiones, toda la ciudad no es solamente el templo, sino también el Lugar Santísimo. Durante el tiempo de Noé y Abraham, la pequeña tienda y el altar no tenían mucha forma. No había un atrio, ni un Lugar Santo ni un Lugar Santísimo. Cuando Dios y los dos ángeles visitaron a Abraham, se quedaron fuera de la tienda (Gn. 18). Luego durante el tiempo de Moisés hubo un tabernáculo con un altar, un edificio con más forma. El Lugar Santísimo en este tabernáculo medía lo mismo en sus tres dimensiones. Más tarde, el templo de Salomón fue edificado conforme al mismo modelo del tabernáculo, sólo que sus dimensiones fueron agrandadas. La segunda y tercera etapas del edificio de Dios tenían más forma. Finalmente, la Nueva Jerusalén, la última etapa del edificio de Dios, consta de una sola parte, puesto que todo lo demás es absorbido por el Lugar Santísimo. Ya no hay un atrio exterior ni un Lugar Santo. Tampoco hay necesidad del templo, porque toda la ciudad es el templo y cada parte de la ciudad ha sido trasladada al Lugar Santísimo. Ésta es la única razón por la cual la ciudad es llamada la ciudad santa. Esta ciudad es la manifestación final y máxima del edificio de Dios.

DIOS LO ES TODO

  El punto número treinta y ocho simplemente nos muestra que cuando venga el tiempo de la Nueva Jerusalén, Dios lo será todo para nosotros. Después de todas las etapas del edificio de Dios, Dios finalmente llega a ser el todo para nosotros en la ciudad santa.

EL NOMBRE DE DIOS

  El punto número treinta y nueve es que el nombre de Dios estará escrito en las frentes de todos los que le buscan. Tener el nombre de Dios en nuestras frentes significa que pertenecemos a Dios y, más importante aún, que somos uno con Dios. El nombre de Dios es nuestro nombre, dado que somos uno con Él. Cuando una mujer se casa, ella adopta el nombre de su esposo, es decir, es llamada por el nombre de su esposo. Por lo tanto, el hecho de que el nombre de Dios esté escrito en nuestras frentes comprueba —e incluso declara— que pertenecemos a Dios y que somos uno con Él. Estos puntos son sumamente profundos y significativos.

EL ROSTRO DE DIOS

  El punto número cuarenta tocante a la ciudad santa nos muestra que nosotros veremos el rostro de Dios. ¡Esto es inefablemente maravilloso! Nosotros veremos Su rostro cada día por siempre. Quizás el mejor ejemplo de esto es un pequeño bebé. Nada puede satisfacer más a un pequeño niño que ver el rostro de su mamá; eso lo es todo para él. Un día nosotros veremos el rostro de Dios, en Él, en Su presencia y teniendo Su nombre.

SACERDOTES PARA DIOS

  El punto número cuarenta y uno nos muestra que en aquella ciudad nosotros serviremos a Dios como sacerdotes. Por la eternidad no tendremos otra cosa que hacer que servir a Dios.

REYES SOBRE LAS NACIONES

  El punto número cuarenta y dos nos muestra que nosotros reinaremos como reyes sobre las naciones. Seremos sacerdotes de Dios, y seremos los reyes del pueblo. Tendremos un Dios a quien servir y un pueblo a quien gobernar. ¿Jamás se habían dado cuenta del estatus que ustedes tendrán en la Nueva Jerusalén?

LA LUZ DE LAS NACIONES

  El punto número cuarenta y tres, y el último punto es que la ciudad santa será la luz de las naciones. Todas las naciones andarán a la luz de la Nueva Jerusalén, puesto que esta ciudad será el candelero único y universal. Como candelero, la Nueva Jerusalén portará a Cristo la lámpara, con Dios en Cristo como luz. Dios brillará por medio de Cristo y a través de la ciudad, y todas las naciones que están alrededor andarán a la luz de la ciudad.

  En conclusión, debemos recordar que esta máxima consumación del edificio de Dios es un cuadro completo de la vida de iglesia hoy. Si somos la miniatura de la santa ciudad, resplandeceremos con Dios como luz. Entonces los incrédulos, las personas del mundo, andarán en nuestra luz; iluminaremos a todos los que nos rodean. Esto reviste gran importancia. Espero que le presentemos todos estos puntos al Señor en oración para que sepamos cabalmente lo que es la vida de iglesia hoy y para que cooperemos con la intención eterna de Dios.

  Oh, Señor, Tus redimidos     Son Tu amada novia hoy; Ella es Tu mismo Cuerpo,     Plenitud y expresión. Eres todo para ella,     Tus riquezas Tú le das, Plenamente la colmaste     De Tu gloria y santidad.

  ¡Ved la ciudad santa!     ¡Llena de Su gloria! La expresión de Dios completa     En la humanidad.

  Dios y el hombre están mezclados:     ¡Qué misterio! ¡Qué piedad! Siendo el hombre Su morada,     Su fulgor puede expresar. Manifiesta Su belleza     Este vaso universal, Toda plenitud divina     Con Su gloria y santidad.

  Tal composición viviente     Son los que Dios transformó, Como piedras muy preciosas     A Jesús los conformó. Fluye el río de agua viva     Desde el trono del Dios fiel, Cristo el árbol de la vida     Lleva frutos a granel.

  Son el candelero de oro     Cuya lámpara es Jesús; Dios en Él, la luz de gloria,     Brilla como Espíritu. La expresión final y eterna—     Dios y hombre, hombre y Dios, Mutua habitación gloriosa     Que completa el plan de Dios.

  (Himnos, #455)

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración