
El deseo de Dios es que nosotros comprendamos y cumplamos la visión de Su edificio en esta tierra. A fin de lograr esto, necesitamos ver los puntos básicos en cuanto a la obra de edificación de Dios como se revela en toda la Biblia. Al comienzo de las Escrituras principalmente percibimos la obra creadora de Dios. Sin embargo, la finalidad de toda la creación de Dios es Su edificio. Es cierto que el paisaje natural que nos presenta Génesis 1 y 2 en el que vemos animales, árboles y flores no es un cuadro acerca de la edificación, sino de la creación. Pero al final de Apocalipsis tenemos una ciudad, un edificio. En un huerto lo único que percibimos es un paisaje natural, pero en una ciudad principalmente percibimos edificios. Al comienzo de las Escrituras el huerto es el centro del universo, pero al final el centro es el edificio.
Dios realiza únicamente dos clases de obra en todo el universo: la creación y la edificación; y la creación tiene por finalidad la edificación. Por medio de la creación Dios obtuvo una base y preparó los materiales para la edificación. Cuando se obtiene una base y se tienen disponibles los materiales, naturalmente esperamos que la obra de construcción del edificio avance. La obra creadora de Dios no es un fin en sí misma; además de ésta se necesita la obra de edificación.
Antes de examinar Génesis 2, donde Dios revela los pasos que Él da para alcanzar Su meta, es imprescindible que veamos un principio importante respecto a cómo estudiar apropiadamente las Escrituras.
En el capítulo 22 de Mateo vemos cómo el Señor Jesús reprendió a los saduceos por no creer en la resurrección, citándoles el pasaje breve de Éxodo 3:6. Él les hizo notar el título de Dios —el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob— y les demostró que en este título se halla implícita la resurrección. Si simplemente entendemos este pasaje según la letra o de manera natural, jamás veremos la resurrección en este título. Pero Jesús les mostró que puesto que Dios es un Dios de vivos, esto significa que Abraham, Isaac y Jacob serán resucitados. Abraham, Isaac y Jacob murieron, pero Dios no es un Dios de muertos; por lo tanto, ello demuestra que la resurrección es un hecho. Ésta es la manera divina de estudiar y entender las Escrituras.
De niño me inquietaba mucho leer los primeros dos capítulos de Génesis. Cuando leía que Dios había formado al hombre del polvo de la tierra, me reía pensando: “Eso suena como un niño que hace una figura de barro”. Luego leía que Dios había soplado en su nariz aliento de vida y pensaba: “¿No suena eso igual a como juega un niño?”. Cuando leía que Dios había puesto al hombre frente a un árbol llamado el árbol de la vida, sencillamente no lograba entender. Para mí era fácil de entender si se hablara de un árbol de manzanas o de duraznos, pero ¿qué era este árbol de la vida? Génesis 2 después habla de un río que fluía y se repartía en cuatro brazos. Inmediatamente después se hablaba del oro, de un oro que es bueno, y de otro elemento llamado bedelio, y por último de la piedra de ónice. Después de esto, el Señor le trajo al hombre todas las criaturas vivientes, y Adán le puso nombre a cada una. Pero al final Adán se sintió desilusionado, pues de entre los millares de criaturas vivientes no pudo encontrar ninguna que pudiese ser su ayuda idónea. Entonces Dios hizo dormir al hombre, le abrió el costado y tomó una de sus costillas, con la cual hizo a una mujer que tenía la misma forma y semejanza de Adán. Entonces cuando Adán despertó y vio a la mujer, dijo: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos, / y carne de mi carne” (v. 23). Es como si hubiera dicho: “Ésta es mi ayuda idónea”. Y los dos llegaron a ser uno. Cuando de niño leía esta narración, exclamaba: “Esto sí que es cómico. ¿Qué significará todo ello?”.
Es muy difícil entender el relato de Génesis 2 a menos que el Señor abra nuestros ojos y nos imparta la visión celestial. Sólo el Señor Jesús, quien tenía la sabiduría para ver la resurrección implícita en el título el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob puede impartirnos el verdadero significado de Génesis 2. Alabado sea el Señor, pues a partir de 1938 este capítulo ha venido abriéndose continuamente a nosotros. Por más de treinta años el Espíritu Santo ha venido trayéndonos una y otra vez de regreso a este capítulo.
Génesis 1 nos muestra que la intención que tenía Dios en la creación, en el aspecto positivo, era obtener un hombre corporativo que sea Su única expresión y, en el aspecto negativo, usar a este hombre como Su representante para derrotar a Su enemigo y sojuzgar la tierra rebelde. Esto significa que Dios desea recobrar la tierra plenamente. Hoy muchos quieren ir al cielo pero Dios desea la tierra; el hombre y la tierra son vitales y preciosos para Dios. Luego Génesis 2, no como continuación, sino a modo de complemento, nos revela detalladamente cómo Dios logra la meta de Su intención. Paso a paso se nos muestra cómo Dios obtendrá Su expresión y representación en el hombre. Hay por lo menos seis pasos.
“Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y llegó a ser el hombre alma viviente” (v. 7). En este versículo Dios revela que el hombre se compone de tres partes: primero, el cuerpo físico, formado del polvo; segundo, el aliento de vida, soplado en la nariz de dicho cuerpo; y tercero, al juntarse estas dos partes, el hombre llegó a ser alma viviente. La primera parte es el cuerpo, y la última es el alma. La segunda parte es “el aliento de vida” que fue infundido en el cuerpo del hombre. La misma palabra hebrea traducida aliento se traduce “espíritu” (el espíritu del hombre) en Proverbios 20:27. Así que, esta segunda parte debe de ser el espíritu del hombre. Por lo tanto, este versículo habla de un cuerpo exteriormente, de un espíritu interiormente y de un alma que es producto de la unión del cuerpo con el espíritu. El hombre se compone de espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23).
Es muy importante entender que Dios formó al hombre para que sea un vaso o recipiente (Ro. 9:21, 23), y no una herramienta. Una herramienta puede ser hecha para cumplir algún uso, pero no es un vaso que puede contener algo. El hombre fue creado como un vaso en el cual Dios puso el aliento de vida, que es el espíritu del hombre.
¿Cuál es la función o propósito del espíritu del hombre? Podemos usar como ejemplo un radio transistor. Un radio transistor es una caja de plástico que contiene cierto componente electrónico que llamamos receptor. El receptor dentro de la caja puede contactar y recibir las ondas eléctricas del aire. Asimismo, nuestro espíritu humano es nuestro receptor con el cual contactamos y recibimos a Dios en nosotros. Sin embargo, una cosa es entender con nuestra mente el hecho de que tenemos un espíritu, y otra muy distinta ejercitar diariamente nuestro “receptor” interior para contactar y recibir a Dios. Podemos ser como un niño insensato que aprecia la caja brillante y resplandeciente que alguien le da, pero no sabe que por dentro hay un receptor. Al igual que un niño con la caja, podemos cuidar exageradamente nuestro cuerpo, consentirlo y hacer que se vea mejor, pero jamás ejercitar el receptor interior que Dios nos dio para que contactáramos a Dios y recibiéramos algo de Él.
Una vez que sepamos usar nuestro receptor interior, no prestaremos tanta atención a la “caja”. Nuestra principal preocupación será que el receptor funcione. Muchos cristianos limpian y pulen la parte externa de la caja. Personalmente, no me preocupa mucho la apariencia desaliñada de una persona mientras escuche la “música celestial” que sale del interior de ella. Prefiero ver a un niño travieso lleno de vida que a un niño muerto muy limpio y aseado. Hay muchísimas “cajas” bonitas hoy que no producen música celestial. ¿Dónde están aquellos cristianos que saben ejercitar su espíritu para contactar a Dios? Muchos cristianos son tan silenciosos; nunca molestan a nadie. Personalmente, me gusta que me perturben con la música celestial.
El mayor deseo de Dios es que nosotros le contactemos con nuestro espíritu. El espíritu del hombre, que Dios infundió en él cuando lo creó, es la meta de la obra de Dios hoy. Dicha obra es la economía de Dios. Si perdemos de vista esta meta, la economía de Dios será ineficaz. Todos los intereses de la economía eterna de Dios dependen de este receptor, de nuestro espíritu humano. Si hemos de alcanzar esta meta y cumplir el propósito de Dios, primero tenemos que saber que somos un vaso hecho por Dios y que tenemos un espíritu en nuestro interior, que funciona como un receptor para recibir y contener a Dios. Es por ello que Hebreos 4:12 dice que debemos discernir entre el espíritu y el alma. Es sólo cuando discernimos nuestro espíritu que sabemos contactar a Dios en nuestro interior. “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu [el espíritu humano] y con veracidad es necesario que adoren” (Jn. 4:24).
Por consiguiente, el primer paso que Dios da para alcanzar la meta de Su intención es formar al hombre para que sea un vaso y poner dentro de este vaso humano un espíritu como un receptor capaz de recibir a Dios.
“Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. E hizo Jehová Dios brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer, y también el árbol de la vida en medio del huerto” (Gn. 2:8-9).
En la relación que Dios tiene con el hombre, la tierra es el centro del universo, el huerto es el centro de la tierra, y el árbol de la vida es el centro del huerto. El segundo paso que Dios dio para cumplir Su propósito fue poner al hombre, Su vaso, todavía vacío, frente al árbol de la vida.
¿Qué deduciría uno si ve una fuente que mana agua y un vaso vacío delante de ella? Pienso que hasta un niño diría: “¡El vaso tiene que llenarse de agua!”. Génesis 2 nos muestra un “dibujo” en el que vemos a un hombre vacío, con un receptor por dentro, que está de pie delante de un árbol. Esto indica que Dios quería que el hombre se saciara del árbol de la vida. Esto se confirma más tarde en el Nuevo Testamento, donde se nos dice que cuando el Señor Jesús vino a la tierra, se hallaba vida en Él. Jesucristo es la vida (Jn. 14:6), y vino para que nosotros tuviésemos vida en abundancia (10:10). El Evangelio de Juan también revela al Señor Jesús como el pan de vida. En Génesis Dios le presentó al hombre el árbol de la vida como alimento, y el Señor Jesús también se presentó como alimento para que lo recibiéramos. Si lo comemos como el pan de vida, le recibiremos como la realidad del árbol de la vida.
Hoy en día son pocos los cristianos que saben ejercitar su espíritu para recibir a Cristo como alimento. Incluso los niños de la escuela primaria pueden entender las enseñanzas acerca del espíritu en una sola lección. Pero este asunto requiere ser practicado; no es suficiente que simplemente sea una doctrina que entendemos con nuestra mente. ¿Ejercita usted diariamente su espíritu para recibir a Cristo como su alimento, y se alimenta de Él durante el día? He ahí el principal problema hoy en día. Adán fue puesto delante del árbol de la vida, pero él no participó de este árbol. ¿Está usted en la misma situación? Todo cristiano tiene a Cristo en su interior, pero ¿cuántos ejercitan su espíritu para disfrutar a Cristo, es decir, para alimentarse de Él como la realidad del árbol de la vida? ¿Por qué la condición de la iglesia es tan deplorable hoy? Sencillamente porque la mayoría de nosotros no sabemos ejercitar nuestro espíritu para alimentarnos de Cristo y tomarlo como nuestro alimento diario.
Dios creó al hombre dotado de un espíritu con el cual podía recibir algo; y el hombre, como un vaso vacío, fue puesto frente al árbol de la vida. Ahora entendemos claramente que cuando Dios puso al hombre delante de este árbol, Su propósito era que el hombre recibiera la vida en forma de alimento. En lo que se refiere a nuestra relación con Dios, ser cristianos no consiste en trabajar para Dios, sino en que nos alimentemos. Debemos olvidarnos de querer hacer cosas para Dios y poner toda nuestra atención en alimentarnos debidamente. El futuro de Adán dependía enteramente de lo que él comiera. Si comía lo que debía, viviría apropiadamente; pero si comía lo que no debía, moriría. Es imposible agotar el tema de aprender a participar de Cristo según el cuadro y la sombra que se nos presentan en Génesis 2. De igual manera, es inagotable el tema de este capítulo.
El tercer paso para alcanzar la meta de Dios tiene que ver con un río que salía de Edén para regar el huerto y que de allí se repartía en cuatro brazos (v. 10). Observen que el río salía para regar el huerto. Esto es muy significativo. Luego este río que manaba de una sola fuente se repartía en cuatro brazos, fluyendo en las cuatro direcciones de la tierra. Mientras vemos el árbol de la vida en este capítulo, también notamos que junto a él fluía un río. Éste es un cuadro impresionante: un árbol, el hombre frente al árbol y un río que fluye junto al hombre. El árbol de la vida provee alimento, y el río riega la tierra. Por experiencia sabemos que cuando nos alimentamos de Cristo como nuestra vida, de inmediato sentimos el fluir de algo que interiormente nos refresca. Pero si no nos alimentamos de Cristo, pronto nos secamos y morimos, puesto que dejamos de ser regados por el río que fluye. Cuando tenemos comunión con el Señor, alimentándonos de Él continuamente, no sólo sentimos satisfacción, sino también un fluir dentro de nosotros. La vida, que es Cristo mismo que recibimos en forma de alimento y que disfrutamos, es también el agua viva que fluye dentro de nosotros. El Evangelio de Juan testifica de esto. El Señor Jesús es el alimento de vida, y también es el agua viva que brota continuamente dentro de nuestro ser.
También podemos observar tres elementos preciosos en este cuadro tan impresionante. En este río que fluye hay oro, bedelio y ónice. ¿Qué es esta sustancia misteriosa llamada bedelio? Los mejores expertos del hebreo nos presentan dos corrientes de pensamiento. Según la primera, el bedelio es una resina que brota de cierto árbol como savia; y la segunda corriente de pensamiento insiste en que el bedelio es una especie de perla. Me parece que ambas son correctas, pues el principio con respecto a la resina o la perla es el mismo. La resina brota de un árbol viviente que contiene la savia de vida. Una vez que el árbol es herido o cortado, segrega esta savia viviente, que se convierte después en una resina brillante y transparente. La perla también proviene de un organismo vivo, la ostra, que contiene un jugo vital. En un momento dado, cuando la ostra es herida, ella segrega un jugo vital alrededor del área de la herida. Finalmente, se produce una perla reluciente. Así que, el principio con respecto a la resina y la perla es el mismo; la única diferencia es que la resina procede de la vida vegetal, mientras que la perla es producida por la vida animal.
Estos dos aspectos se ven en el Señor Jesucristo. Juan 1:29 se refiere a Jesús como el Cordero; esto tiene que ver con el reino animal. Juan 12 y 15 respectivamente nos presentan a Jesús como el grano de trigo y la vid; éstos tienen que ver con el reino vegetal. El principio de la vida animal es el de sacrificio: Cristo sacrificó Su vida al derramar Su sangre por nosotros. El principio del reino vegetal es el de generar vida: Cristo fue el grano de trigo que cayó en la tierra y murió para generarnos a nosotros los muchos granos. Ya sea que consideremos el bedelio como una resina que brota de un árbol o como una perla procedente de una ostra, el principio es el mismo: la vida debe ser herida y quebrantada, y el jugo vital debe ser segregado para que fluya y produzca algo precioso.
Al leer minuciosamente todas las Escrituras podemos entender que estos tres elementos que provienen del río —el oro, el bedelio y el ónice— son los materiales preciosos útiles para el edificio de Dios. Por lo tanto, el riego, o el fluir del río, produce los materiales preciosos. Así pues, el cuarto paso que Dios da para lograr la meta de Su edificio es producir estos materiales.
En el edificio de Dios, tanto en el tabernáculo como en el templo, el sumo sacerdote que servía en el interior tenía como parte de sus vestiduras unas hombreras y un pectoral que estaban llenos de piedras preciosas. Si pudiéramos inspeccionar el lugar por dentro, únicamente veríamos oro y piedras preciosas. Éstos son los elementos que componen el edificio de Dios.
En el Nuevo Testamento Pablo nos dice que la iglesia debe ser edificada con oro, plata y piedras preciosas (1 Co. 3). ¿Por qué Pablo hace referencia a la plata como uno de los materiales de edificación? Porque la perla, que simboliza la vida generadora de Cristo, fue mencionada cronológicamente en las Escrituras antes del tiempo en que se necesitaba la redención. Cuando Pablo escribió 1 Corintios, no sólo era necesaria la perla, sino también la plata. Pablo habló de la plata porque ésta simboliza la redención, y el hombre caído necesita ser redimido. En la eternidad la perla se menciona nuevamente en lugar de la plata, porque para entonces la redención se habrá cumplido completamente.
Echemos ahora un vistazo al final de las Escrituras, donde se nos muestra la Nueva Jerusalén. Esta ciudad se compone exactamente de los mismos materiales mencionados en Génesis 2. No obstante, en Génesis estos materiales se hallan junto al río, mientras que en Apocalipsis han sido edificados hasta formar una ciudad. Entre el principio y el final de las Escrituras se lleva a cabo la obra de edificación de Dios.
Ahora, póngase usted en el lugar de Adán por un momento, mire los materiales preciosos y resplandecientes, y después mírese a sí mismo. ¿Brilla usted como esos materiales? ¡Cuánto desearíamos ser como dichos materiales preciosos! Pero para ello se requiere una verdadera obra de transformación. Adán, quien nos incluye a todos nosotros, fue hecho del polvo de la tierra. Simplemente somos trozos de barro y, por ende, si queremos ser como esos materiales preciosos aptos para el edificio de Dios, tenemos que participar del árbol de la vida. Permita que la vida que proviene del árbol de la vida fluya en usted, y esta vida fluyente lo transformará. En 2 Corintios 3:6, 17 y 18 se nos revela la noción de la transformación efectuada mediante el fluir de la vida. El Señor es el Espíritu que da vida, y por medio de este Espíritu vivificante nosotros seremos transformados de barro a los materiales preciosos que sirven para el edificio de Dios. Debemos recordar que cuando fuimos creados recibimos un espíritu con el cual contactar a Dios y recibirle. En principio, también nosotros nos hallamos frente al árbol de la vida para recibir a Cristo como vida en forma de alimento. Cuando disfrutemos de este alimento, la vida fluirá en nosotros, regándonos y transformándonos. Mediante este proceso seremos transformados de barro a oro, perla y piedras preciosas.
Estos tres materiales preciosos que provienen del río también están relacionados con las tres personas del Dios Triuno y, en particular, con la obra del Dios Triuno. El oro se refiere al Padre, la perla al Hijo, y las piedras preciosas al Espíritu Santo. Cuando le recibimos, Dios el Padre entra en nosotros como el oro. Él es la fuente. Cristo el Hijo fue herido por nosotros, al igual que el grano de arena hiere la ostra, y de Cristo proviene la secreción de la vida que produce la perla. La obra del Espíritu Santo está relacionada con las piedras preciosas. Una piedra preciosa se forma al ser sometida a intenso calor y presión. Si disfrutamos a Cristo como alimento y experimentamos que Él fluya y nos riegue continuamente en nuestro interior, seremos transformados por el Espíritu de un trozo de barro a materiales preciosos. Y estos materiales están destinados al edificio de Dios.
El quinto paso con el cual Dios cumple Su propósito en la creación es el proceso en el cual somos edificados para ser Su edificio. He observado a muchos cristianos que tienen una conducta muy apropiada y parecen ser muy espirituales; no obstante, las piedras preciosas que Dios necesita no tienen como finalidad ser alabadas por los hombres, sino ser útiles para el edificio de Dios. Dios desea transformarnos a fin de que seamos edificados con otros como Su edificio. Dios desea obtener una casa, no miles de piedras preciosas exhibidas individualmente. La gran necesidad de los cristianos de hoy es ser edificados en mutualidad unos con otros como edificio de Dios. Si aprendemos a ser edificados con otros, tendremos la victoria, las riquezas, la santificación, la santidad, el poder y la plenitud de Dios. Nuestra única necesidad es ser edificados junto con otros en el edificio de Dios.
En el capítulo 1 dimos un ejemplo de lo que sucede a un miembro del cuerpo que se aísla y se separa del mismo. Aunque se vea saludable y aparentemente cumpla su función, no sirve de nada. Ésta es la situación imperante en el cristianismo de hoy. Muchas personas desean tener poder y llevar una vida santa, pero cuanto más procuran esto, más empobrece su condición. Cada uno de nosotros debe aprender a ser edificado con otros santos como un cuerpo viviente. No importa dónde estemos ni adónde vayamos, debemos ser edificados con otros en esa localidad. Más adelante en otro capítulo, hablaremos acerca de cómo podemos relacionarnos con otros. Por ahora, mi carga consiste en que todos veamos que necesitamos ser edificados con otros para ser el edificio de Dios.
El sexto y último paso de cómo Dios alcanzará Su meta es el paso de producir la novia. “Dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18). J. N. Darby traduce este pasaje en su nota al pie de página: “Le haré ayuda idónea para él, su complemento”. Debemos comparar este pasaje de las Escrituras con Efesios 5:22-32 para poder interpretarlo apropiadamente.
La novia es un sinónimo del edificio. En el último cuadro de las Escrituras, la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, no es solamente el tabernáculo de Dios, sino también la novia de Cristo. Cuando la novia aparezca, la meta final de Dios se cumplirá. En Génesis, el primer Adán era un tipo de Cristo, y Eva era un tipo de la iglesia. En Apocalipsis, la novia, la iglesia, es el complemento del postrer Adán, el Señor Jesucristo.
Es únicamente cuando los cristianos que buscan del Señor sean edificados localmente que será producida la verdadera novia que complementa a Cristo. Esto será una maravillosa exhibición, una verdadera ganancia y una gloria para Cristo. ¡Cuán vergonzoso es para el Señor que por cientos de años en esta tierra se haya producido tan poco de la novia que lo complementa a Él y es Su ayuda idónea! Es cierto que en todos estos años se han producido muchos materiales y que en la actualidad hay muchos materiales, pero la condición de ellos es muy pobre. No hay muchos materiales que sean brillantes y resplandecientes; no hay muchas piedras preciosas. No tenemos buenos materiales, y se ha producido muy poco del edificio. ¿Dónde podemos encontrar el verdadero edificio de Dios hoy?
El cuadro que se nos muestra en Ezequiel 37 es un retrato exacto de la situación actual del cristianismo. Hay muchos huesos muertos y secos mas no el cuerpo viviente, y no tenemos la casa, el ejército. Pero finalmente los huesos secos serán resucitados y juntos formarán un cuerpo viviente. Este cuerpo es la casa, la morada de Dios, y también es el ejército que pelea las batallas por Dios. Algún día los hijos de Dios serán recobrados y se levantarán para cumplir el propósito de Dios. Entonces ya no querrán ser “espirituales” de manera individualista, sino edificados corporativamente con otros. El deseo de Dios de obtener una casa será satisfecho, y habrá un Cuerpo y una novia para Su Hijo. Sabemos que esto sucederá. En el último cuadro de Apocalipsis vemos la novia, que es el edificio del Dios Triuno.
Vemos una correspondencia entre cuatro asuntos que aparecen al comienzo y al final de las Escrituras: una novia, el árbol de la vida, un río que fluye y tres materiales preciosos: el oro, la perla y las piedras preciosas. Hay una clara semejanza y correlación entre ellos. Los capítulos 1 y 2 de Génesis son semejantes a los planos que se incluyen al comienzo de un manual instructivo de construcción, mientras que los capítulos 21 y 22 de Apocalipsis son como la foto de la estructura terminada, la cual se inserta al final del manual. Primero miramos los planos, luego leemos las instrucciones de la construcción y empezamos la obra y, por último, obtenemos la estructura terminada, la cual en cada detalle es semejante a la foto que aparece en el manual. Las Escrituras sirven como un manual instructivo en cuanto al edificio de Dios. Al principio tenemos los planos y, al final, la edificación terminada conforme al concepto inicial.
Debemos dedicar mucho tiempo a estudiar las instrucciones detalladas de este “manual”. Pero sobre todo debe quedar grabado en nosotros el hecho de que somos vasos y que, como tales, poseemos un espíritu, un recipiente interior, con el cual podemos recibir a Dios. Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu continuamente para contactar y recibir a Dios. Además de esto, debemos comprender que Dios en Cristo y por el Espíritu es el árbol de la vida, el verdadero alimento que podemos comer y disfrutar. Al disfrutar a Cristo de esta manera, el agua viva fluirá dentro de nosotros y, por medio de este fluir, seremos transformados de barro a materiales preciosos. Luego, como materiales transformados, debemos ser edificados con otros. No podemos ser cristianos preciosos pero independientes. Debemos aprender a relacionarnos con otros y ser muy dependientes. Por último, tal edificación será la novia en esta tierra, la novia que satisfará a Cristo.
Hemos visto, pues, que el hombre corporativo que Dios desea no es solamente Su expresión y Su representante, sino también la novia que satisface al Novio. Sin embargo, es solamente a medida que disfrutemos a Cristo como nuestro alimento que podremos ser transformados, y es solamente a medida que seamos transformados que podremos ser edificados con otros, y es solamente a medida que seamos edificados con otros que Cristo obtendrá plena satisfacción con nosotros. Nosotros seremos la expresión de Dios y Su representante, así como también la novia de Cristo.
Todos sabemos que en nosotros mismos, por nosotros mismos y con nosotros mismos —en nuestra vida natural— es imposible que seamos uno con otros. Todo hombre natural es un hombre peculiar, un hombre aislado de otros. Un esposo en su estado natural no es uno con su esposa. Aunque podemos tener la relación más estrecha de esta tierra como esposos, cada uno de nosotros es peculiar como individuo y por naturaleza tendemos a separarnos. Es imposible que en tal condición seamos uno. Nuestra vida natural tiene que ser absorbida por Cristo. Debemos aprender a contactar a Cristo y a alimentarnos de Él en nuestro espíritu. Debemos aprender a negarnos a nuestro yo, a rechazar nuestra vida natural y a vivir por Cristo. Entonces el Señor fluirá en nuestro interior, transformándonos así de barro a piedras preciosas. A medida que seamos unidos, nos relacionemos y seamos edificados con otros, la meta de Dios se logrará.
Basándonos en Génesis 2, hemos presentado un breve esquema de los seis pasos, mostrando cómo debe llevarse a cabo el propósito de Dios. Estos asuntos no son meras doctrinas. Debemos orar acerca de todos estos puntos. Es preciso que veamos un recobro de este testimonio, un grupo de personas que practican estas cosas, dando toda la honra y gloria a la Cabeza ascendida porque ellos son Su Cuerpo sobre la tierra. Entonces se producirá la novia sobre esta tierra que expresará a Dios y satisfará a Cristo.