Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Visión del edificio de Dios, La»
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17 18 19
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO TRES

LAS FALSIFICACIONES PRODUCIDAS POR SATANÁS

  Hemos visto que la intención de Dios es obtener un grupo de personas que sean edificadas como edificio espiritual para que expresen a Dios y representen a Dios al subyugar al enemigo y al recobrar esta tierra perdida. Sin embargo, antes que Dios pudiera lograr esta meta, el maligno, Satanás, intervino.

  Hay un principio básico con respecto a Satanás: él siempre se adelanta para producir una falsificación de lo que Dios quiere hacer. Satanás sabía que la intención de Dios era obtener un edificio, así que él se le adelantó a Dios y produjo un edificio falso. Dios tenía que esperar, pero Satanás nunca espera. En el huerto del Edén, Satanás hizo daño al hombre a quien Dios había hecho para Su edificio. Finalmente, con este hombre que fue dañado, Satanás produjo una falsificación. Antes que llegara a existir el edificio de Dios, la Nueva Jerusalén, fueron edificadas las ciudades falsas de Satanás.

LA CIUDAD DE ENOC EN CONTRASTE CON EL ARCA DE NOÉ

  “Salió Caín de la presencia de Jehová y habitó en la tierra de Nod, al oriente del Edén. Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc; y edificó una ciudad, y llamó el nombre de la ciudad según el nombre de su hijo, Enoc” (Gn. 4:16-17). No mucho después que el hombre cayó, Caín salió de la presencia del Señor para habitar en una tierra llamada Nod. Nod significa “errante” o “vagabundo”. Caín andaba errante, por cuanto había salido de la presencia del Señor. En tales condiciones, edificó una ciudad aparte de la presencia de Dios, y llamó el nombre de la ciudad, no según el nombre de Dios, sino según el nombre de su hijo, Enoc. Los capítulos del 4 al 6 de Génesis revelan que la ciudad de Enoc llegó a ser el centro de la primera civilización instituida por la humanidad caída. Ésta era una ciudad contraria a Dios, una ciudad pecaminosa, una ciudad por la cual el hombre se hizo un nombre para sí mismo. Toda suerte de invenciones humanas tuvo origen en esta ciudad.

  Esta ciudad fue el primer edificio falso producido por Satanás. Él sabía que Dios tenía la intención de edificar a los seres humanos como una sola persona que expresaría a Dios, y sabía muy bien que Dios quería derrotarlo a él para tomar posesión nuevamente de la tierra perdida. Por lo tanto, él asumió el control: edificó a los hombres caídos para su propio propósito, para expresarse a sí mismo y oponerse a Dios. Es por eso que Dios juzgó aquella ciudad y aquella dispensación con el diluvio.

  Sin embargo, antes que Dios juzgara a la perversa ciudad de Enoc con el diluvio, llamó a un hombre justo que caminaba en Su presencia y lo designó para que se encargara de la construcción de un edificio que estaba en contraste con la ciudad falsa de Satanás. Dios le mandó a Noé, diciendo: “Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la cubrirás con brea por dentro y por fuera. De esta manera la harás: de trescientos codos la longitud del arca, de cincuenta codos su anchura y de treinta codos su altura. Le harás al arca una abertura para que entre la luz, y la acabarás a un codo de la parte más alta; y pondrás la entrada del arca a su costado; y le harás piso bajo, segundo y tercero” (6:14-16).

  Los detalles del arca edificada por Noé son muy significativos. Era de madera de gofer y estaba cubierta de brea por dentro y por fuera. En el hebreo la palabra brea está relacionada con la palabra expiación. Así que en tipología, toda el arca estaba cubierta con expiación. Cada una de las dimensiones y especificaciones está llena de significado. Su longitud era de trescientos codos, su anchura de cincuenta codos y su altura de treinta codos. Por lo tanto, las dimensiones eran cien veces tres, diez veces cinco o diez veces tres. Además, el arca era de tres pisos o niveles. Éste fue el diseño del primer edificio de Dios.

  ¿Cuál es el verdadero significado del arca? En conjunto ella es un tipo de Cristo. Pero en esta arca, en este Cristo, tenemos a las tres personas de la Deidad. El Dios Triuno está en Cristo y se ha mezclado con la naturaleza humana. Esto es tipificado por los tres pisos del arca: el piso bajo, el segundo y el tercero. Cristo en Su naturaleza humana es tipificado por la madera que fue usada en la construcción del arca. La madera, como sabemos, tipifica la humanidad.

  En las dimensiones del arca se repiten varias veces los números tres y cinco. En las Escrituras el número tres simboliza al Dios Triuno. Para entender el significado del número cinco, debemos considerar que este número se compone de cuatro más uno. Cuatro simboliza la creación, como lo testifican los cuatro seres vivientes mencionados en Apocalipsis y los cuatro vientos de la tierra, etc. Y el número uno simboliza al Dios único. Por lo tanto, la creación más Dios nos provee el significado del número cinco. Los Diez Mandamientos se dividían en dos grupos de cinco. El número cinco también se menciona muchas veces en la edificación del tabernáculo. Y en el Nuevo Testamento las diez vírgenes se dividían en dos grupos de cinco. El número cinco simboliza, por tanto, la mezcla de Dios con el hombre; significa que el hombre con quien Dios se ha mezclado debe asumir la responsabilidad.

  El arca, como hemos visto, tipifica a Cristo en Su naturaleza humana con las tres personas de la Deidad: Dios mezclado con Su creación. En el arca que Noé edificó se ven todos los principios básicos del diseño de Dios para Su edificio, el cual existirá por toda la eternidad. El edificio de Dios es un edificio de Cristo en Su naturaleza humana con las tres personas de la Deidad, es decir, la divinidad mezclada con la humanidad. Posteriormente en otros capítulos veremos el pleno desarrollo de estos principios vitales en el edificio final, la Nueva Jerusalén.

  Todos debemos estar en esta arca, en Cristo. Todas nuestras actividades, todo nuestro diario andar, todo lo que hagamos, debe pegarse a estos principios de Cristo en Su naturaleza humana, lo cual incluye las tres personas de la Deidad, Dios mezclado con la humanidad. Debemos predicar el evangelio conforme a estos principios, y debemos practicar la vida de iglesia según estos principios.

  Al comienzo de las Escrituras encontramos un contraste entre el primer edificio producido por el linaje humano caído, una ciudad llamada Enoc, y el primer edificio de Dios, un arca construida conforme a Su diseño.

  Es preciso que comprendamos que desde los tiempos de Noé, siempre ha habido en esta tierra sólo dos clases de edificios: uno de Dios y otro de Satanás. Uno se halla en manos del linaje humano y es muy utilizado por el enemigo como falsificación para hacer daño al edificio de Dios; el otro, el edificio de Dios, es completamente ajeno al edificio de los hombres, como lo es el arca de Noé. Estas dos clases de edificios continúan en la tierra hoy, incluso hasta el tiempo presente. ¿A cuál de ellos pertenece usted? Alabado sea el Señor porque en el edificio de Dios tenemos un lugar que nos sirve de refugio.

  Noé participó en la construcción de este edificio, y después del diluvio él sabía lo que debía continuar haciendo. “Construyó Noé un altar a Jehová y [...] ofreció holocaustos en el altar” (8:20). Más tarde leemos que Noé y sus hijos habitaron en tiendas (9:21, 27). Después de vivir en el arca, la vida de Noé giraba en torno al altar y la tienda. Más tarde veremos que el tabernáculo de Dios consistía de una tienda y un altar. La tienda de Noé no era solamente el lugar donde él moraba, sino que también debe de haber sido la morada de Dios, donde Noé vivía en la presencia de Dios; donde Noé estaba, allí estaba Dios. La tienda de Noé junto con el altar era una miniatura del tabernáculo venidero con el altar del holocausto.

  Hemos visto claramente un contraste muy marcado: el contraste entre el edificio del linaje humano y el edificio de Dios. El edificio de Caín fue el producto del linaje humano caído, una ciudad llamada Enoc. Pero Dios escogió a Noé para que construyera una estructura totalmente diferente: un arca conforme a las especificaciones de Dios. Y cuando Noé desembarcó después del diluvio, no construyó otra ciudad, sino que erigió un altar junto con una tienda para habitar allí. Por lo tanto, éste es el primer contraste: una ciudad frente a un arca, un altar y una tienda.

BABEL Y SODOMA EN CONTRASTE CON LA TIENDA DE ABRAHAM

  El ejemplo de Noé, quien caminó en la presencia de Dios y estaba a favor del edificio de Dios, no duró por mucho tiempo. Pronto después del diluvio los descendientes de Noé empezaron a ir en decadencia. Se unieron y se olvidaron de que debían vivir en una tienda con un altar; en vez de ello, empezaron a construir una ciudad llamada Babel. “Se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillos y cozámoslos bien; y el ladrillo les servía en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de argamasa. Después dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, para que no seamos dispersados por la faz de toda la tierra” (11:3-4).

  Observen que estas personas caídas edificaron su ciudad con barro, paja y ladrillos, en vez de piedras. Éstos son los mismos materiales que usó más tarde Faraón de Egipto. Las piedras son creadas por Dios, pero el ladrillo es producto de las manos humanas. El edificio de Dios es siempre hecho de piedras, pero el edificio falso de Satanás siempre es hecho con ladrillos, es decir, por la labor de las manos humanas.

  El pueblo de Babel empezó a construir una torre, pues su intención era que ésta llegara al cielo. El hombre caído siempre tiene el pensamiento de ir al cielo, pero el deseo de Dios es descender a la tierra. Básicamente, esta torre simbolizaba la intención del hombre de realizar algo opuesto a Dios. Estos edificadores caídos, que tenían el mismo carácter de Caín, dijeron: “Hagámonos un nombre”. Ellos se olvidaron del nombre de Dios y buscaron hacerse un nombre. Hoy son muchas las ciudades que llevan el nombre de hombres famosos. Los edificadores humanos siempre buscan engrandecer sus propios nombres.

  Pero “Jehová descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres” (v. 5). Dios notó algo extraño en esta ciudad. Las personas eran un solo pueblo, pues tenían un mismo idioma. Estaban edificadas, mas no conforme a la manera de Dios. Su edificio y la manera en que edificaban eran una falsificación de Satanás. Entonces el Señor dijo: “Vamos, descendamos y confundamos allí su lengua” (v. 7). El hecho de que el Señor dijera: “Vamos”, alude a las tres personas de la Deidad. El Dios Triuno descendió y juzgó aquella ciudad, destruyendo así la labor del hombre caído. El nombre de la ciudad fue Babel porque “allí confundió Jehová la lengua de toda la tierra” (v. 9). Babel es un nombre hebreo del Antiguo Testamento, y en cuya traducción al griego es “Babilonia”. Ambas palabras tienen el mismo significado. Babel era la fuente, el comienzo de Babilonia.

  Prosigamos ahora para ver el edificio de Dios en contraste con esta segunda ciudad edificada por el hombre caído. Dios llamó a un hombre de nombre Abraham para que saliera de Babel. Abraham era como el resto de los habitantes de esa ciudad, pero Dios lo apartó del edificio construido por el hombre caído. Observen ahora lo que hizo Abraham. Él no empezó a edificar otra ciudad, llamándola por su propio nombre. Él ni siquiera edificó una ciudad bajo el nombre de Dios. Dios trajo a Abraham a un lugar elevado llamado Canaán y allí le dijo que construyera un altar. Abraham obedeció, erigiendo un altar y plantando una tienda como su morada. Así, una vez más vemos la tienda y el altar en contraste con la ciudad edificada por el hombre caído. Una vez más Dios recobró el vivir que es conforme a Su edificio. Los descendientes de Noé lo habían perdido, pero Dios recobró Su edificio al llamar a Abraham.

  Sin embargo, mientras Abraham estaba en la tierra de Canaán, todavía corría peligro; pues, por un lado estaba la ciudad de Babel y, por otro, estaba la ciudad de Sodoma. Abraham fue separado de Babel y también fue guardado de Sodoma. Pero Lot, el sobrino de Abraham, se dejó arrastrar a la ciudad de Sodoma.

  Un día mientras Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda, tres varones se acercaron. Era el Señor con dos ángeles (18:1). El Señor le preguntó a Abraham: “¿Dónde está Sara, tu mujer?”. Él contestó: “En la tienda” (v. 9). Ésa fue una buena respuesta. Después de tener un tiempo de comunión, los visitantes de Abraham se levantaron y partieron hacia Sodoma, la ciudad del pecado. Abraham, no queriendo abandonar su presencia, fue acompañándolos. Mientras se dirigían a Sodoma, “Abraham permaneció en pie delante de Jehová” (v. 22). Él estaba en la presencia del Señor, no en la ciudad del pecado.

  El capítulo 19 de Génesis nos narra una triste historia. Llegaron los dos ángeles a Sodoma (el Señor no se incluye aquí, pues no iría a ese lugar). Los ángeles no visitaron la ciudad en el día mientras el sol aún resplandecía, sino en la noche al atardecer. Mientras oscurecía, los dos ángeles siguieron a Lot, quien estaba sentado no a la entrada de su tienda como Abraham, sino a la puerta de Sodoma. Éste es el cuadro de un hombre en una condición caída, un hombre que ha caído en tinieblas.

  La historia revela que Babel era principalmente una ciudad idólatra, mientras que Sodoma era una ciudad de pecado. Muchos hoy todavía encuentran fácil separarse del “edificio” de la idolatría, mas no encuentran igual de fácil evitar ser arrastrados hacia la ciudad del pecado. Debemos ver estos contrastes. Abraham vivía en una tienda que era lo opuesto de Babel, y después vivió en una tienda que era lo opuesto de Sodoma. Por lo tanto, tenemos aquí el contraste entre una tienda y las ciudades caídas del hombre.

  Observen también cómo Abraham adiestró a su hijo Isaac. Génesis 24:67 revela cómo Isaac trajo su nueva novia a la tienda de su madre; y en Génesis 26 vemos a Isaac nuevamente ya muy anciano erigiendo su tienda en el valle de Gerar. Esto es muy significativo. El nieto de Abraham, Jacob, también habitó en una tienda (25:27). Esaú, el hermano de Jacob, era un cazador, un hombre del campo, pero Jacob era un hombre que moraba en una tienda. Por lo tanto, tres generaciones —Abraham, Isaac y Jacob— habitaron en una tienda, no en una ciudad. Dios es llamado el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. En el sentido espiritual, esto significa que estos hombres vivieron en el edificio de Dios, en vez de vivir en el edificio del linaje humano caído.

EL SUEÑO DE JACOB ACERCA DEL EDIFICIO DE DIOS

  Un día Jacob salió de Beerseba y se dirigió hacia Harán. “Llegó a cierto lugar y pasó la noche allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó una de las piedras del lugar, la puso debajo de su cabeza y se acostó en aquel lugar. Y soñó que había una escalera que estaba apoyada en la tierra, y su extremo tocaba el cielo; y los ángeles de Dios subían y descendían por ella. Y allí estaba de pie Jehová en lo alto de ella y dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia [...] He aquí, Yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que vayas y haré que vuelvas a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya cumplido lo que te he prometido. Jacob despertó de su sueño y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo miedo y dijo: ¡Cuán asombroso es este lugar! Esto no es otra cosa que la casa de Dios, y ésta es la puerta del cielo. Se levantó Jacob muy de mañana y tomó la piedra que había puesto debajo de su cabeza, y la erigió como columna y derramó aceite encima de ella. Y llamó el nombre de aquel lugar Bet-el” (28:11-19).

  Jacob en su sueño vio una escalera apoyada en la tierra. El testimonio de Dios debe ser establecido en esta tierra, no en los cielos. Jacob llamó el nombre de aquel lugar Bet-el, que en hebreo significa “la casa de Dios”. Después de esto Jacob hizo un voto, diciendo: “Si Dios está conmigo y me guarda [...] y me da pan para comer y ropa para vestir” (v. 20). ¡Qué vergüenza! Jacob no tenía que hacer ese voto, pues Dios ya le había dado Su promesa. Dios ya ha firmado la póliza; nosotros simplemente debemos recibirla. Jacob dijo: “Si...”. ¿Por qué tenía que insertar esa palabra? Debemos entender que ese “si” siempre procede de nuestra mente, no de nuestro espíritu. Jacob estaba preocupado por el pan y el vestido. Él era exactamente igual a nosotros: la comida y el vestido son dos cosas que siempre nos preocupan. Después de poner estas dos condiciones, Jacob finalmente dijo: “Jehová será mi Dios” (v. 21). Esto significaba que si Dios no le iba a proveer todo lo que pedía, Jacob no lo tomaría como su Dios. Nosotros sabemos que todos los descendientes de Jacob son muy buenos negociantes; siempre están haciendo buenos arreglos económicos, siempre están negociando.

  Jacob habló mucho a favor de sí mismo, pero también dijo algo maravilloso, expresó unas palabras llenas de visión: “Esta piedra que he erigido como columna será casa de Dios” (v. 22). Esto significa que no sólo el lugar en el cual Jacob durmió debía ser llamado la morada de Dios, la casa de Dios, sino también la piedra sobre la cual reposó su cabeza. Sin embargo, el viejo Jacob nuevamente quedó en evidencia cuando dijo: “Y de todo lo que me des, sin falta te daré el diezmo”. En otras palabras, le dijo: “Señor, Tú me das diez cosas, y yo te daré una”. ¡Qué negocio tan bueno, Jacob iba a obtener ganancias del noventa por ciento!

  Cuando Jacob regresó a la tierra de su padre, fue a una ciudad llamada Siquem. Sin embargo, no entró en la ciudad, sino que fijó su tienda delante de ella. Más tarde, él compró una parte del campo, donde había plantado su tienda; él no compró una casa. Sobre este terreno él erigió un altar y lo llamó “El-Elohe-Israel” (33:18-20). Por lo tanto, al erigir una tienda y un altar, él siguió las mismas pisadas de sus padres. Además, él no llamó el altar conforme a su propio nombre, procurando hacerse un nombre, sino conforme al nombre de Dios. El significa “Dios”, y Elohe también significa “Dios”. Por lo tanto, el nombre que Jacob le puso a este altar significa: “Dios, el Dios de Israel”.

  Después de un considerable período de tiempo, Dios le dijo a Jacob que subiera a Bet-el. Jacob había hecho bien en erigir un altar, pero aún no estaba en el lugar correcto, en el terreno apropiado. Él tenía que subir a Bet-el y erigir allí un altar. Jacob lo hizo, y llamó el nombre de aquel lugar El-Bet-el, que significa el “Dios de Bet-el” (35:1, 6-7). Allí Dios se reunió con Jacob y estuvo con él, y Jacob lo hizo todo en la presencia de Dios. Observen que Jacob añadió algo en su segunda visita: él aún llamó el nombre de ese lugar Bet-el, pero le añadió el prefijo El (es decir, “Dios”).

DOS CIUDADES EGIPCIAS EN CONTRASTE CON EL TABERNÁCULO

  Hemos visto cómo Abraham fue separado de Babel, la ciudad de los ídolos, y fue guardado de Sodoma, la ciudad del pecado. Pero sus descendientes, los hijos de Jacob, no fueron guardados de caer en otra falsificación de Satanás; se dejaron arrastrar hacia Egipto, y con el tiempo fueron esclavizados. Se les impuso edificar dos ciudades de tesoros para Faraón (Éx. 1:11). Se les obligó a usar ladrillos, hechos de barro y paja, en calidad de materiales. Esto ciertamente es muy significativo. Más tarde veremos que a los israelitas, después de ser liberados de la servidumbre egipcia, se les pidió en el desierto que trajeran materiales para la construcción del edificio de Dios. Entre los materiales había oro y piedras preciosas; incluso había piedras de ónice, la misma piedra que se menciona en Génesis 2. Aquí tenemos el tercer contraste: dos ciudades, edificadas con ladrillos de barro y paja, en Egipto, en contraste con el tabernáculo del Señor en el desierto, edificado con materiales que incluyen el oro y piedras preciosas.

  Hemos visto hasta ahora tres de las falsificaciones de Satanás en comparación con el edificio de Dios. Estas falsificaciones se componían de cuatro ciudades, o en principio, de tres clases de mundos: el mundo de los ídolos, el mundo del pecado y el mundo de los deleites. A la mayoría de los cristianos le resulta fácil separarse del mundo de los ídolos. Quizás a otros les resulte fácil también separarse del mundo del pecado. Sin embargo, no es igual de fácil para ninguno de nosotros ser resguardado del mundo de los deleites. Tal vez no seamos hallados en Babel ni en Sodoma, pero me temo que muchos de nosotros todavía se hallan en Egipto, el mundo de deleites y riquezas. Especialmente los cristianos estadounidenses saben lo que significa el deleite. Éste es un verdadero peligro para los hijos del Señor. Los cristianos no deben tener nada que ver con los ídolos ni con el pecado, pero tampoco deben dejarse enredar por el mundo de los deleites. Si esto sucede, hemos sido estafados y engañados por Faraón; hemos sido llevados cautivos. En tal caso, tenemos que laborar arduamente para edificar las ciudades de almacenaje de Faraón. Si usted les pregunta a algunos cristianos por qué no asisten a las reuniones de la iglesia, le dirán que es porque no tienen tiempo. Se debe a que pasan todo su tiempo trabajando para edificar las ciudades de almacenaje de Faraón. ¿Es ésta su ocupación? A muchos de nosotros, Satanás, el príncipe de este mundo, nos está obligando a laborar con barro, ladrillos y paja. Mientras trabajemos en las cosas terrenales, no habrá nada con respecto a nosotros que tenga una naturaleza celestial. En tanto que estemos en Egipto, trabajando para edificar las ciudades de almacenaje de Faraón, no tendremos nada que ver con el edificio de Dios. Día a día estaremos ocupados trabajando para el mundo de los deleites. Alabado sea Dios porque hemos sido separados de la idolatría y hemos sido guardados del pecado. Pero ¿nos hallamos todavía en la condición caída de las ciudades de almacenaje de Faraón? Quiera Dios librarnos también de esto por el bien de Su edificio.

  Cuando el pueblo de Israel fue librado de trabajar en esas ciudades y llevado al monte Sinaí, estuvieron completamente libres. Estuvieron libres de Babel, de Sodoma y de las ciudades de almacenaje de Faraón. Sus manos entonces estuvieron libres para realizar la obra del edificio de Dios. Todas sus posesiones, y todas las cosas, fueron liberadas para el edificio de Dios. El tabernáculo fue erigido, y por cuarenta años Israel no hizo otra cosa que ocuparse continuamente de dicho tabernáculo. Más de dos millones de personas no hicieron nada más que ocuparse del tabernáculo. Cada vez que se detenían en su viaje, erigían el tabernáculo y adoraban; y cada vez que emprendían el viaje, llevaban consigo el tabernáculo. Todas sus actividades estaban relacionadas con el tabernáculo. Ellos estaban completamente libres de toda otra ocupación y enredo. Todo lo que ellos eran y tenían lo ofrecieron al edificio del Señor. Ya no trabajaban con barro, ladrillos y paja, sino más bien con oro y piedras preciosas para edificar una morada para Dios.

  Anteriormente dijimos que debemos saber cómo ejercitar nuestro espíritu para contactar a Cristo a fin de disfrutarle como la vida que fluye en nosotros y ser transformados en los materiales preciosos útiles para el edificio de Dios. Todo esto es necesario; pero si todavía estamos en una de estas tres ciudades —la ciudad de la idolatría, del pecado o de los deleites— no podremos tener participación alguna en el edificio de Dios. A fin de tener alguna participación en el edificio de Dios, tenemos que separarnos de Babel, la ciudad de los ídolos; tenemos que ser guardados de Sodoma, la ciudad del pecado; y tenemos que ser liberados de las dos ciudades egipcias, las ciudades de almacenaje y deleites. Entonces, estaremos liberados, plenamente disponibles para participar en el edificio de Dios. Es imprescindible que no tengamos nada que ver con los ídolos, con el pecado ni con los deleites mundanos.

  Fíjense en la situación en la que se encuentra el cristianismo de hoy: muchos todavía se encuentran en Babel, otros en Sodoma y un gran número de amados cristianos todavía se hallan esclavizados en las ciudades de almacenaje. Se encuentran realizando trabajos forzosos, laborando arduamente en la edificación de esas ciudades, en busca de deleite y seguridad. Lamento tener que decir que, hoy en día, no muchos están dedicados al edificio de Dios. Aunque hemos recorrido todo este país, hemos conocido muy pocos cristianos que verdaderamente hayan salido de Egipto. Si bien hay algunos que han salido de Babel y Sodoma, todavía hay muchos que están enredados con los tesoros de este mundo, procurando obtener seguridad y deleite. Es raro encontrar un buen número de cristianos que haya sido completamente liberado y esté enteramente disponible para el edificio de Dios. Algunos ciertamente conocen las enseñanzas acerca de cómo ejercitar el espíritu humano a fin de contactar a Cristo como vida, pero todavía están en las ciudades de almacenaje. Mientras sigan allí, ellos ciertamente podrán contactar el tesoro de los deleites mundanos; no obstante, si desean contactar a Cristo, tendrán que renunciar a estas ciudades. Ésta es precisamente la razón por la cual a tantos cristianos hoy les es tan difícil ejercitar su espíritu para contactar a Cristo. Tantos mensajes dados sobre este tema logran tener tan poco efecto en ciertas personas, debido a que todavía se encuentran enredadas en Egipto. Ellas fácilmente pueden decir: “Mire, yo no estoy en Babel; no tengo nada que ver con los ídolos. Tampoco estoy en Sodoma, pues no tengo nada que ver con el pecado”. Pero ¿podríamos afirmar que no estamos en Egipto? ¿Podríamos declarar que no estamos enredados en el mundo que nos ofrece seguridad y deleite?

  En Hechos 3:6, Pedro pudo decir: “No poseo plata ni oro, pero lo que tengo, esto te doy”. Lo único que Pedro tenía era el poderoso nombre de Jesús. No son muchos los cristianos que pueden decir esto hoy. Sí, ellos confiesan el nombre del Señor, pero han perdido el poder que hay en tal nombre. No pueden decir: “No poseo plata ni oro”, pues disponen de una cantidad considerable de oro y plata. Si hemos de ser partícipes en el edificio de Dios, tenemos que ser librados de todas estas ciudades. Si hemos de ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con Cristo, debemos ser libres del enredo de los deleites mundanos; de otro modo, nuestro ejercicio espiritual no tendrá eficacia alguna.

  Tenemos que estar siempre alerta, pues el peligro nos acecha desde tres frentes diferentes: Babel, Sodoma y las ciudades de Egipto. Cuando seamos liberados de estas ciudades, nuestras manos estarán libres para ocuparse en el edificio de Dios. Una vez que seamos liberados, Cristo llegará a ser muy querido y precioso para nosotros. Entonces sabremos verdaderamente cómo ejercitar nuestro espíritu para contactar a Cristo. Jamás podremos disfrutar a Cristo como nuestro maná si todavía estamos en Egipto. Y si aún estamos en Egipto, jamás podremos disfrutar a Cristo como el agua viva que fluye continuamente para saciar nuestra sed. Cuando nos separemos completamente de estas ciudades, estaremos en la posición adecuada para participar en el edificio de Dios.

  Las Escrituras dejan constancia del edificio de Dios y de las edificaciones que están en contraste con el edificio de Dios. Satanás, el enemigo de Dios, está haciendo todo lo posible por producir edificaciones falsas: Babel (los ídolos), Sodoma (el pecado) y las ciudades de almacenaje de Faraón (el deleite). Cuando los cristianos sean liberados de estas falsificaciones, estarán libres para participar en el edificio de Dios. ¡Oh, que podamos conocer esta libertad por causa del deseo central de Dios!

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración