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Mensajes del libro «Visión del edificio de Dios, La»
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CAPÍTULO CUATRO

UNA VISTA PANORÁMICA

  Antes de proseguir, es necesario que tengamos una vista panorámica del edificio de Dios en todas las Escrituras, especialmente en los primeros dos libros, Génesis y Éxodo. Los sesenta y seis libros de la Biblia contienen muchas cosas, pero debemos tener claro cuál es la perspectiva general del tema central. ¿Qué vemos cuando obtenemos una vista panorámica de toda la Biblia? Sólo sobresale un tema principal: el edificio. Si no tenemos una visión que nos permita ver todo lo relacionado con este asunto del edificio, no podremos entender las Escrituras. Podemos leer y releer, pero no tendremos el entendimiento apropiado. Simplemente seremos como una persona que está confinada en una pequeña celda, desde donde tiene una vista muy estrecha y limitada. Necesitamos, por tanto, recibir una visión celestial para tener un entendimiento claro de todas las Escrituras.

EN GÉNESIS

  Con esta perspectiva, los primeros dos libros de las Escrituras revelan claramente las cosas relacionadas con el edificio de Dios.

El primer cuadro

  Recuerden el cuadro que se nos presenta en Génesis 1 y 2, que es el primer cuadro relacionado con el edificio de Dios. Allí vimos un árbol con un río fluyente, y que de ese río procedían el oro, la perla y las piedras preciosas, que son los materiales útiles para el edificio de Dios. Al considerar detenidamente ese cuadro a la luz de toda la Biblia, nos damos cuenta de que nos muestra a Dios como vida para nosotros. Si el hombre come del fruto del árbol de la vida, recibe a Dios como vida; entonces la vida de Dios fluye dentro del hombre, transformándolo en materiales preciosos.

  En el huerto del Edén, Adán era un trozo de barro; pero en la Nueva Jerusalén, los santos son los materiales preciosos. Allí no hay hombres de barro. En las doce puertas de la ciudad santa están inscritos los nombres de las doce tribus de Israel (Ap. 21:12), pero lo más sobresaliente de estas puertas es que todas ellas son perlas (v. 21). Las doce tribus de Israel originalmente estaban conformadas por hombres de barro. Asimismo los doce cimientos de la ciudad tienen los nombres de los doce apóstoles (v. 14), es decir, el nombre de Pedro, de Jacobo, de Juan, etc., pero estos doce cimientos son hechos de doce clases de piedras preciosas (vs. 19-20). Estos apóstoles también eran originalmente trozos de barro. ¿Cómo pudieron las doce tribus de Israel y los doce apóstoles llegar a ser perlas y piedras preciosas? La respuesta es que para ello todos tuvieron que ser transformados. En el huerto del Edén el hombre no era otra cosa que barro; pero en la Nueva Jerusalén él ha llegado a ser no sólo una piedra, sino una piedra preciosa, así como perla y oro, o sea, tres materiales preciosos.

  Al comienzo de las Escrituras, vemos a un hombre corporativo hecho de barro sin ningún contenido precioso. Pero al final de las Escrituras, encontramos otro hombre corporativo, un hombre grande y vasto, una ciudad. Y en esta ciudad no hay nada de barro ni de la tierra. Todo es de oro, de perla y de piedras preciosas. Todos han experimentado un cambio mediante la obra de transformación. En el pasado Dios realizó Su obra de creación en seis días, pero a fin de transformar al hombre Él se ha tomado al menos seis mil años. Todos los cristianos se encuentran en este proceso diario de transformación.

  ¿Por qué sufren los cristianos? Muchos de nosotros tenemos el concepto equivocado acerca del sufrimiento. Pensamos que si hemos hecho algo malo, debemos sufrir. Sin embargo, muchas veces no nos hemos comportado indebidamente, y aun así debemos sufrir porque el sufrimiento es necesario para nuestra transformación. Muchos cristianos están demasiado “crudos”; por lo tanto, tienen que ser cocinados e incluso puestos al fuego, mientras que otros tienen que ser puestos bajo presión, todo ello a fin de ser transformados. A lo largo de mi vida cristiana he disfrutado mucho al Señor, pero por otro lado, he experimentado un problema tras otro. Los problemas son necesarios para que se efectúe mi transformación.

La ciudad de Enoc y Noé

  Hemos visto que el propósito e intención de Dios en Su obra creadora era obtener un grupo de personas que fuesen el centro de Su creación. Dios tenía la intención de obtener un hombre corporativo para que éste lo expresara y representara al derrotar a Su enemigo y así recobrar la tierra perdida. Pero Satanás intervino y le hizo daño al hombre. Satanás capturó al hombre y lo apartó del propósito de Dios; luego lo usó para que levantara una falsificación de lo que Dios deseaba obtener. Esto primeramente produjo la ciudad de Enoc, una falsificación del edificio de Dios. El propósito de Dios era transformar al hombre mediante el fluir de Su vida, para que llegase a ser los materiales preciosos útiles para Su edificio. Pero Satanás se introdujo secretamente en el huerto del Edén y robó a este hombre, usurpándolo para que edificara una ciudad contraria a Dios, una ciudad que era una falsificación del edificio de Dios.

  La mayoría de nosotros no conoce el verdadero significado de la caída del hombre. La meta del enemigo al provocar la caída del hombre era utilizar al linaje caído para construir una falsificación que era contraria al propósito de Dios. Dios tenía la intención de edificar al hombre de modo que fuese la expresión corporativa de Sí mismo, pero Satanás secuestró al hombre y lo utilizó como el material de una ciudad falsa. Por lo tanto, inmediatamente después de la caída del hombre en Génesis 3, la ciudad de Enoc fue edificada por la humanidad caída en Génesis 4. Toda clase de cosas pecaminosas fue inventada allí. La ciudad de Enoc fue la fuente de todas las ocupaciones malignas del linaje humano: la guerra, el placer, la diversión, la poligamia y todos los deleites carnales. ¡Cuánta corrupción y pecaminosidad ha procedido de aquella ciudad! La ciudad de Enoc fue el centro mismo de la primera civilización; fue la primera cultura inventada por el linaje humano. Así que Dios, no pudiendo tolerar esto, envió un diluvio para juzgar a aquella generación. Pero antes de destruir la ciudad, Dios le pidió a Noé, un hombre justo que andaba continuamente con Dios, que edificara una estructura absolutamente diferente de la falsificación de Satanás (Gn. 6).

  El hombre caído edificó la ciudad de Satanás, pero Noé edificó un arca conforme a las especificaciones de Dios. Esto era completamente diferente de la ciudad tanto en sus materiales como en su propósito. Era un tipo completo de Cristo en Su naturaleza humana mezclada con la Deidad. El arca incluía Su obra redentora (la palabra hebrea traducida “brea”, con la cual fue cubierta el arca, está relacionada con la palabra expiación). Por lo tanto, el arca representa a Cristo y Su obra redentora.

  Después del diluvio, Noé no intentó edificar una ciudad; más bien, vivió en una tienda y erigió un altar para servir a Dios (9:21; 8:20). Esto fue una miniatura del tabernáculo venidero que Dios procuraba obtener.

Babel, Sodoma y Abraham

  No mucho después del diluvio, los descendientes de Noé cayeron en las manos de Satanás. Fueron formados como un solo cuerpo y utilizados por Satanás para edificar la segunda ciudad (11:1-9). Babel fue la segunda falsificación que Satanás produjo del edificio de Dios, pero Dios intervino para detener completamente los propósitos de Babel y la juzgó.

  De entre los hombres caídos de Babel, Dios llamó y apartó a Abraham (11:29—12:5) y lo trajo a un lugar elevado llamado la tierra de Canaán. Allí Dios le pidió que le edificara un altar. Abraham también vivió en una tienda, y sirvió a Dios por medio del altar (12:7-8). Esto era un ejemplo de lo que Dios deseaba. Sin embargo, Lot, el compañero de Abraham, se fue alejando de esta posición hasta llegar a otra ciudad. Lot se separó de Babel, de la ciudad de los ídolos, pero se dejó arrastrar a Sodoma, la ciudad del pecado (13:12-13). Él es un representante típico de muchos cristianos de hoy. Por un lado, está el peligro de vivir en la ciudad de los ídolos y, por otro, el peligro de dejarnos arrastrar hasta caer en el pecado. Estando en una posición elevada, Lot podía caer en Babel, que estaba a su derecha, o irse a la deriva hacia Sodoma, que estaba a su izquierda. Si un hombre está de pie sobre una llanura y se cae a la derecha o a la izquierda, relativamente no le pasará nada; pero si se encuentra en un lugar elevado, debe tener cuidado. Si yo estoy de pie sobre una mesa, debo tener cuidado, pues estando en una posición elevada es mayor el riesgo de caer. Lot se apartó de esta posición y cayó en Sodoma, una ciudad llena de pecado. Pero Abraham fue guardado de caer, pues vivía en una tienda frente a un altar. Su hijo Isaac (26:25) y su nieto Jacob (33:18-20; 35:7, 21) hicieron lo mismo.

El sueño de Jacob: Bet-el

  Dios le reveló con toda claridad a Jacob Su propósito de obtener un edificio. Jacob se había convertido en un hombre que erraba en el desierto sin hogar y sin reposo. Pero una noche, mientras vagaba por el desierto, él tuvo un sueño maravilloso en el que vio una escalera apoyada en la tierra, y el lugar donde estaba apoyada pudo ser llamado la casa de Dios y la puerta del cielo. Él vio algo que traía el cielo y a Dios mismo a la tierra (28:11-22). Alabado sea el Señor, pues en esta tierra podemos tener la puerta del cielo. No necesitamos ir al cielo, pues aquí en la tierra la puerta del cielo puede hacerse realidad. Este lugar es llamado Bet-el, la casa de Dios. ¡Cuán maravilloso es que Dios obtenga una casa en esta tierra!

  La primera mención de la casa de Dios en las Escrituras ocurrió en el sueño de Jacob. Mi esperanza es que todos nosotros podamos tener el mismo sueño. ¡Oh, que todos veamos que hoy en esta tierra existe la posibilidad de tener la casa de Dios!

  De joven yo recibí muchas enseñanzas de muchos maestros cristianos muy preciosos que decían que la tierra es un lugar repugnante que ha sido abandonado por Dios. Me enseñaron que la intención de Dios es edificar algo en los cielos. Me dijeron que, en el tiempo señalado, todos seremos llevados a nuestro hogar celestial para ser edificados por Dios, y que toda la tierra pasará y dejará de ser. Sin embargo, si decimos que toda la tierra pasará, debemos comprender que los cielos también pasarán (Mt. 24:35; He. 1:10-12). No hay duda que las Escrituras declaran claramente que tendremos un cielo nuevo y que también tendremos una tierra nueva. Y en este nuevo ambiente Dios no estará en el cielo nuevo, sino que descenderá a esta tierra nueva. La Nueva Jerusalén descenderá del cielo (Ap. 21:2, 10). Tal vez usted prefiera ir al cielo, pero Dios prefiere descender a la tierra.

  Alabamos a Dios porque Jacob tuvo este sueño, en el que incluso sobre esta tierra rebelde y usurpada puede estar la casa de Dios. Debemos creer que en cada ciudad hoy en día es posible tener una Bet-el, la casa de Dios. No nos dejemos engañar por las enseñanzas erróneas que dicen que todo esto será maravilloso en el futuro y en el cielo, y que no es posible tener la vida apropiada de iglesia en la tierra hoy. No podemos encontrar ninguna enseñanza semejante en el Nuevo Testamento. Al contrario, las Escrituras afirman que había una iglesia en Jerusalén (Hch. 8:1), una iglesia en Antioquía (13:1), una iglesia en Corinto (1 Co. 1:2), una iglesia en Éfeso (Ap. 2:1) y también en la mayoría de las otras ciudades que los apóstoles visitaron. Pero en ningún momento se menciona que hubiera una iglesia en los cielos. Debemos abandonar todas estas enseñanzas. La iglesia tiene que ser establecida en esta tierra como la Bet-el de Dios, la expresión de Dios. ¡Oh, que podamos tener este sueño! Nosotros somos iguales a Jacob; hemos vagado ya por demasiado tiempo. Es tiempo que dejemos de vagar y veamos la casa de Dios establecida en esta tierra, incluso en cada ciudad. ¡Aleluya, esto es posible! Usted puede tener una vida de iglesia prevaleciente y apropiada en su ciudad, pero para ello tiene que soñar continuamente acerca de la posibilidad de tener la Bet-el de Dios en esta tierra.

  Bet-el no es solamente un lugar, sino también una piedra. La piedra sobre la cual Jacob reposó su cabeza es sin duda muy interesante. Jacob erigió aquella piedra, derramó aceite sobre ella y dijo: “Esta piedra [...] será casa de Dios [Bet-el]” (Gn. 28:22). La casa de Dios no es solamente un lugar, sino también una piedra, sobre la cual ha sido derramado aceite. Es muy asombroso que este “suplantador” hubiera tenido semejante sabiduría. Sólo Dios pudo haberlo inspirado. Las acciones y palabras de Jacob concuerdan perfectamente con la revelación completa presentada en las Escrituras. El aceite es el símbolo del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo es la tercera persona de la Deidad, quien viene y se mezcla con nosotros. Por lo tanto, el hecho de derramar aceite sobre la piedra significa que Dios es derramado sobre Su creación.

  Nosotros los seres humanos, como creación de Dios, fuimos hechos originalmente de barro; no éramos piedras. Cuando Pedro reconoció que el Señor Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor le dijo: “Tú eres Pedro” (Mt. 16:16-18). Lo que el Señor quiso decir es que Simón necesitaba que su nombre fuera cambiado a Pedro, que significa “una piedra”. Esto demuestra que al creer en el Señor Jesús podemos experimentar un cambio en nuestra naturaleza, o sea, podemos cambiar de barro a piedra.

  Más tarde, el apóstol Pedro en sus Epístolas reveló que el Señor Jesús es la piedra viva y que nosotros también somos piedras vivas que deben ser edificadas conjuntamente como la casa de Dios (1 P. 2:4-5). Hemos experimentado un cambio de naturaleza. Originalmente éramos de barro, pero hoy en Cristo somos piedras. En Adán somos barro, pero en Cristo somos piedras. El hecho de que Jacob derramara aceite sobre la piedra significa que el Dios Triuno es derramado sobre personas regeneradas. Esto es Bet-el, la casa de Dios. Siempre y dondequiera que haya un grupo de personas regeneradas sobre quienes se haya derramado el Dios Triuno, allí se hallará la realidad de Bet-el, la casa de Dios. Esto es algo que puede suceder en la tierra hoy. ¡Oh, no traten de encontrar un camino que los lleve a una futura casa de Dios en los cielos! Reclamen esto para la tierra hoy, apoyados en el sueño que tuvo Jacob. Su sueño tiene que ser nuestro sueño. Díganle al Señor: “Señor, soy parte de este sueño. Reclamo que aun en esta tierra hoy, incluso en mi ciudad, Tú tienes que tener una Bet-el”. Recuerden que Bet-el es simplemente un grupo de verdaderos creyentes que han sido ungidos con el Espíritu Santo y conjuntamente edificados, es decir, un grupo de creyentes que el Dios Triuno ha regenerado y transformado de trozos de barro a piedras vivas, y ha ungido y edificado como una sola entidad. ¡Oh, que podamos recibir esta visión tan clara acerca de la casa de Dios!

  Los puntos principales acerca del sueño de Jacob son, primero, la posibilidad de que en esta tierra la casa de Dios exista en realidad, y segundo, el aceite fue derramado sobre la piedra a fin de convertirla en la casa de Dios, lo cual representa a Dios derramado sobre Su pueblo con el fin de edificarlos juntos como Su morada. Jacob, la tercera generación de Abraham, vio con mayor claridad la visión completa de Dios en cuanto a Su edificio.

EN ÉXODO

Las ciudades de almacenaje de Faraón y los israelitas

  Sin embargo, Satanás, el enemigo de Dios, no tolerará que esta visión se cumpla por medio del hombre. Así que, los mismos descendientes de Jacob se apartaron del lugar que le fue asignado a Jacob. En el sueño Dios le dijo a Jacob que la tierra donde había dormido les sería dada a sus hijos y que ellos serían un pueblo que habitaría ese lugar. Pero la ciudad de Babel estaba a su derecha, Sodoma a su izquierda, y Egipto a sus espaldas. Ellos estaban en una situación muy peligrosa y corrían el riesgo de precipitarse. Finalmente tomaron una decisión: todos los hijos de Jacob descendieron a Egipto, donde terminaron siendo esclavos que edificaban las dos ciudades de almacenaje de Faraón (Éx. 1:1-11). Los hijos de Jacob no regresaron a Babel ni cayeron en Sodoma, es decir, no regresaron a la idolatría ni cayeron en una situación pecaminosa; simplemente se fueron a Egipto. ¿Con qué propósito? ¡Fueron a Egipto a comer! Tenían que ganar para su sustento, buscar la manera de divertirse un poco y de conseguir cierta seguridad en la vida. Debemos aprender de su ejemplo. Muchos cristianos hoy en día han sido librados de la idolatría y guardados de las cosas pecaminosas, pero han encontrado bastante difícil ser guardados de caer en la condición de simplemente procurar su sustento. Si yo le preguntara a otro cristiano por qué quiere ir a Los Ángeles, y contesta que busca conseguir trabajo, entonces él queda al descubierto. Él debe poder decir sin demora y con seguridad: “Voy para Los Ángeles por causa del propósito del Señor”. ¡De otro modo estará yendo a Egipto! La ciudad de Los Ángeles llega a ser su Egipto.

  ¡Oh, los pobres cristianos de hoy sólo procuran proveerse su sustento, su bienestar personal! No participan en Babel (la idolatría) ni han caído en Sodoma (el pecado), pero tampoco están en la tierra de Canaán, la tierra que Dios prometió a Jacob y sus descendientes. Ellos han sido usurpados y ocupados por el rey de Egipto, el príncipe de este mundo. Satanás los tiene esclavizados por su apetito y su deleite personal. Son muchos los cristianos que han sido esclavizados por el enemigo por causa de su vivir; ellos no se han liberado de los deleites de este mundo. Por consiguiente, no están en Canaán, la tierra prometida por Dios. En Egipto, Faraón obligó a los hijos de Israel a trabajar día tras día en el barro, y a recoger paja y rastrojos para cocer el barro y hacer ladrillos, todo ello con el fin de que edificaran las ciudades de almacenaje de Faraón.

La liberación y separación que Dios realizó por causa de Su edificio

  Un día Dios envió a Moisés para que mandara a los hijos de Israel que salieran y sirvieran a Dios. Sin embargo, cuando Moisés le notificó a Faraón cuál era la palabra de Dios, a los capataces de Faraón se les ordenó que agravaran la servidumbre de los israelitas para que no tuvieran tiempo para pensar en ir a servir a Dios. El Faraón los acusó de estar ociosos y los obligó a trabajar más arduamente para que construyeran las ciudades de almacenaje (Éx. 5). Pero gracias al Señor, primeramente por medio de Su redención y en segundo lugar por medio de Su salvación, Dios sacó a Su pueblo de Egipto (caps. 12—14) y los llevó al lugar donde ellos podrían erigirle un tabernáculo (caps. 19—25).

  Debemos entender claramente dónde nos encontramos hoy. Si examinamos el cuadro completo teniendo una vista panorámica, lo sabremos claramente. Veremos que el único lugar apropiado para nosotros es que seamos edificados como un cuerpo local y corporativo para expresar a Dios y representarle. Y a fin de experimentar esta edificación, es necesario que nos separemos de Babel, de Sodoma y de Egipto —del mundo de los ídolos, de los pecados y de los deleites— para estar en el lugar donde podamos edificar la morada de Dios.

  Debemos tener la experiencia del Éxodo. Éxodo significa salir de algo. Los israelitas fueron un grupo de personas que salieron de algo. Ellos fueron conducidos a salir de todas las falsificaciones satánicas. Si usted mira el panorama desde lo alto, verá todas las falsificaciones satánicas: Babel, Sodoma y las ciudades de almacenaje. Alabado sea el Señor porque los hijos de Israel fueron apartados, liberados y resguardados de todas estas falsificaciones. Ellos fueron conducidos a una posición donde estuvieron disponibles para el edificio de Dios.

La edificación del tabernáculo

  Después del arca de Noé, el siguiente edificio de Dios fue el tabernáculo. El arca tenía muchos detalles significativos, pero no tenía tantos detalles como el tabernáculo, el tipo todo-inclusivo del edificio de Dios.

  Cuando los israelitas fueron sacados de Egipto, su necesidad primordial era tener contacto con Dios. Por lo tanto, Moisés subió a un monte y moró en la presencia de Dios durante cuarenta días y cuarenta noches. Si somos serios delante del Señor con respecto a Su edificio en nuestros días, tenemos que entrar en Su presencia. Tenemos que aprender a subir para estar con el Señor en el monte; tenemos que escalar. Tenemos que aprender a permanecer en la presencia del Señor, teniendo comunión con Él por cierto tiempo. Entonces comprenderemos el significado de Su edificio eterno; sabremos qué es lo que Dios desea hoy. Comprenderemos que esto definitivamente no es lo que el cristianismo degradado de hoy está haciendo.

  Durante el período prolongado en que Moisés estuvo en comunión con el Señor, Dios le ordenó, diciendo: “Di a los hijos de Israel que tomen para Mí una ofrenda elevada. Tomaréis Mi ofrenda elevada de todo varón cuyo corazón le mueva a hacerlo” (25:2). Dios desea nuestra ofrenda, nuestra consagración. La consagración siempre viene después de la comunión. Cuando usted tenga comunión con el Señor, debe decirle: “Señor, todo lo que soy, todo lo que tengo y todo lo que puedo hacer está disponible a Ti. Señor, todo está listo; muéstrame lo que deseas, y yo te lo daré”. Después que usted haya sido liberado de la usurpación de las falsificaciones de Satanás, debe acudir al Señor y pasar mucho tiempo teniendo comunión en Su presencia. Durante este tiempo de comunión, el Señor le revelará que necesita consagrar a Él todo lo que usted es y todo lo que posee. Debe traerle una ofrenda. No debe consagrarse conforme a su propia imaginación, sino conforme Dios lo dirija. Todo lo que Él le muestre, usted debe entregarlo a Él.

  Había una madre que aparentemente amaba al Señor. Ella tenía tres hijos varones. Un día su tercer hijo, el más débil y el menos listo de ellos, vino y se ofreció delante de mí para ser “pastor”. Después de hacerle algunas preguntas, descubrí que la madre había decidido que el hijo mayor, quien era el más listo, debía estudiar para médico, que el segundo, quien era menos inteligente, debía hacer una carrera en los negocios y, por último, el tercer muchacho, el menos inteligente, debía ser “ofrecido al Señor”. Según su parecer, él únicamente servía para ser un “predicador”. ¡Pobre madre aquélla! Nosotros no tenemos ninguna base para decidir consagrarnos a Dios. El Señor es quien nos mostrará lo que debemos ofrecer.

  El Señor le especificó a Moisés cuáles ofrendas Él deseaba. El Señor siempre quiere lo mejor. Hay tantos queridos cristianos que aman al Señor, pero con cierta reserva. Ellos todavía reservan para sí mismos lo mejor. Pero, en realidad, no tenemos ninguna opción; tenemos que dejar que Dios nos indique lo que Él quiere. Él elegirá todas las cosas que sirven para Su propósito: el oro, la plata, el bronce y, finalmente, las piedras de ónice (vs. 3-7).

  Presten atención a la secuencia de los materiales que Dios pidió: oro, plata y, por último, piedras de ónice. Esto significa que desde el primer material hasta el último todos son preciosos. Si es precioso para usted, esto significa que es más precioso aún para el Señor. El Señor jamás desea algo que usted no quiera. Si usted desecha algo, el Señor le dirá: “Olvídese, eso yo tampoco lo quiero. ¡Quiero exactamente lo que usted quiere!”. Si yo fuera un israelita que estaba allí escuchando mientras Moisés daba las instrucciones de Dios, me habría desanimado e incluso habría exclamado temerosamente: “¿Oro, plata y piedras de ónice? ¡Oh, esas cosas son demasiado preciosas para mí!”. He ahí la prueba de nuestra consagración.

  No estoy hablando acerca de la doctrina o teología de la consagración. Mi carga es mostrarles por qué después de más de dos mil años aún no tenemos el verdadero edificio para Dios sobre la tierra hoy. La razón es que todavía hay algunos cristianos que están en Babel, otros están en Sodoma, y muchísimos más continúan siendo usurpados por el rey de Egipto. Es cierto que algunos cristianos se han separado de Egipto; sin embargo, no permanecen en la presencia del Señor procurando conocer Su deseo y satisfacerlo. Incluso hay otros que han estado en la presencia del Señor, pero no están dispuestos a cederle lo que Él les pide y exige; rehúsan abrir sus corazones para entregarle todo lo mejor al Señor. Éste es el problema que afrontamos actualmente. Sin esta ofrenda, ¿cómo podría llegar a existir el edificio de Dios? ¿Se da cuenta de que Dios lo necesita a usted, incluyendo todo lo que usted es, todo lo que tiene y todo lo que puede hacer? ¿Por qué no le trae todo ante Su presencia y le dice: “Señor, todo está disponible a Ti; muéstrame lo que quieres y te lo daré”? ¿Ha visto usted que desde el oro hasta las piedras de ónice, incluyendo todos los demás materiales, todo lo que Dios nos pide es precioso y es lo mejor? Si le traemos al Señor hoy estas clases de ofrendas, tendremos Su edificio en términos prácticos.

  Dios también le dijo a Moisés: “Que me hagan un santuario, para que habite en medio de ellos. Conforme a todo lo que Yo te muestre, el modelo del tabernáculo [...] así lo haréis” (vs. 8-9). El deseo de Dios es obtener una morada en esta tierra. Esto es conforme a Su plan; para ello, Él tiene un modelo, el cual concuerda con Su beneplácito. Es preciso que sepamos esto; es preciso que nos demos cuenta de que la intención de Dios en el universo es obtener una morada edificada entre Su pueblo y con Su pueblo aquí en la tierra. La edificación de las iglesias locales hoy es lo que Dios desea. Si somos personas conforme a Su corazón, prestaremos toda nuestra atención a este asunto, esto es, a la edificación de las iglesias como morada de Dios hoy sobre la tierra, en conformidad con el modelo de Dios, el cual nos ha sido presentado por la revelación de Dios. Cuando el tabernáculo fue levantado, la gloria de Dios lo cubrió y llenó (40:17, 34). Por medio de este edificio, Dios pudo expresarse en la tierra. Esto es lo que Dios continuamente desea.

EN LOS DEMÁS LIBROS

  Cuando el tabernáculo fue edificado, éste se convirtió en el centro de la historia del peregrinaje de Israel. Durante cuarenta años, la vida de los israelitas giró en torno a este tabernáculo. Finalmente, después de haber deambulado mucho, entraron en Canaán, trayendo consigo el tabernáculo y erigiéndolo allí (Jos. 18:1). Allí, ellos libraron muchas batallas, sojuzgaron a sus enemigos y conquistaron territorios, todo ello con el propósito de edificar una morada para Dios que fuese más grande y más firme. Debemos recordar cuánto David anhelaba edificar el templo para Dios. Sin embargo, a él se le dijo que aún no había llegado el tiempo; aún faltaban otros enemigos por ser sojuzgados. Esto demuestra que todo lo que hicieron para luchar y sojuzgar a los enemigos tenía como finalidad obtener el terreno para que el templo de Dios pudiese ser edificado.

  Cuando el templo fue erigido, éste se convirtió en el centro de la historia judía. Más tarde, los babilonios vinieron y destruyeron el templo, llevando cautivos a los judíos (2 R. 25). Pero después de setenta años Dios inició una obra de recobro y trajo a los israelitas de regreso al terreno apropiado para que pudieran reedificar el templo (Esd. 1). Esta situación se repitió hasta el tiempo de la primera venida de Cristo.

  A lo largo del relato neotestamentario, Cristo mismo es el tabernáculo y el templo aquí en la tierra (Jn. 1:14; 2:21). El enemigo de Dios vino a destruir a Cristo al hacerlo morir en la cruz. Pero el Señor Jesús les dijo a los judíos, a aquellas personas usadas por Satanás: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Por medio de la resurrección, Cristo edificó el templo nuevamente; pero esta vez el templo no fue meramente Su cuerpo físico, sino Su Cuerpo místico, la iglesia. Desde entonces, la iglesia es el templo de Dios y, como tal, es el tema del resto del Nuevo Testamento. Cristo es el tema de la primera parte del Nuevo Testamento, y la iglesia es el tema de la segunda parte. Al final, después de la dispensación de la iglesia, la Nueva Jerusalén será el edificio de Dios final y consumado, Su morada eterna, la cual también es llamada “el tabernáculo de Dios” (Ap. 21).

  Con esto concluye nuestra visión panorámica de todas las Escrituras. El edificio de Dios es el tema central de toda la Biblia. ¿Podría usted presentar otra perspectiva de las Escrituras? Si dice que sí, me temo que ésa no sea la visión principal. ¡Oh, no nos distraigamos de la visión central!

  Tenemos que ver la visión del edificio de Dios desde un monte alto. De otro modo, nos perderemos en un laberinto de cosas secundarias. Dios condujo a Moisés y al apóstol Juan a un monte alto para que pudiesen tener una visión panorámica y supieran claramente cuál es el deseo central de Dios. Nosotros también debemos escalar para poder ver el panorama completo y no perdernos en algunos recovecos. No solamente en Génesis y Éxodo, un total de noventa capítulos, sino también en todas las Escrituras, vemos una sola cosa: Dios está en procura de un edificio en esta tierra donde pueda hallar reposo y expresarse.

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