
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en Taipei, Taiwan, en marzo de 1989.
En el Nuevo Testamento vemos que el apóstol Pablo también fue llamado por el Señor. Anteriormente el nombre de Pablo era Saulo. Un día, mientras iba camino a Damasco, habiendo obtenido cartas de parte del sumo sacerdote para prender a los que invocaban el nombre del Señor, se le apareció la gloria del Señor (Hch. 9:2-3). La aparición del Señor es la gloria del Señor. Esta aparición capturó a Pablo, y él fue llamado. En el Antiguo Testamento, Abraham fue llamado mientras adoraba ídolos; y en el Nuevo Testamento, Pablo fue llamado mientras se dirigía a prender a quienes invocaban el nombre del Señor. Esto es realmente maravilloso.
Según nuestra experiencia, una vez que el Señor se nos aparece, dejamos de ser los mismos. A partir de ese momento comienza nuestro llamamiento. Cuando la Biblia relata el llamamiento de Abraham, lo hace brevemente; sólo menciona que Abraham vivía en Mesopotamia y que el Dios de la gloria se le apareció. En lo que a Dios se refiere, esto constituye una aparición; mientras que en lo que a nosotros respecta, esto constituye una visión y una experiencia muy particular en la que vemos algo que no habíamos percibido antes. Antes habíamos visto montañas, ríos, aves, animales, flores y muchas otras cosas, pero esto es diferente. De repente se nos aparece una Persona maravillosa, lo cual constituye el llamamiento de Dios; en otras palabras, somos llamados. Si no aceptamos este llamamiento, estaremos rechazando la visión de Dios.
La Biblia nos muestra, sin embargo, que cuando Dios apareció al hombre, ninguno pudo rechazarlo. La visión es maravillosa sobremanera. Algunos de los ídolos que adoraba Abraham tenían cara de demonio; otros tenían cara de caballo o tenían forma de aves en un templo. Esto era lo que Abraham adoraba. La historia nos cuenta que en cada ladrillo del templo de Babel había grabada una imagen. Mientras Abraham adoraba ídolos, repentinamente una escena se le apareció ante sus ojos. Esta escena era completamente diferente a la de los ídolos; esta escena era Dios mismo. El Dios de la gloria se apareció con tal esplendor y majestad, que la visión cautivó a Abraham. Es así como Abraham fue llamado. Fue en el contexto de tal llamamiento, que Dios le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Gn. 12:1). A partir de entonces comenzó el llamamiento de Abraham. En el Antiguo Testamento, él fue el primero en ser llamado. Además de él, hubo por lo menos dos personas más que recibieron el mismo llamamiento: Isaías y Ezequiel. Ambos, como resultado de haber sido llamados, llegaron a ser profetas.
¿Cómo nos llama Dios? El nos llama atrayéndonos a Sí mismo al revelársenos de una manera personal. En algunos lugares del mundo hay mercados nocturnos. Allí los comerciantes despliegan en manojos y en cajas sus bellos productos, a buen precio, ante los clientes. Esto deja una profunda impresión en la gente; muchos son atraídos por estos mercados nocturnos y hacen allí sus compras. Espero que algunos de ustedes vean a Dios en una manera similar y sean cautivados por una visión tan gloriosa.
Todavía recuerdo la experiencia que tuve cuando el Dios de la gloria se me apareció por primera vez. Ocurrió por la tarde del día en que fui salvo. Cuando salí del local de reunión, sentí que todo era diferente. Recuerdo que me detuve en el camino y oré a Dios de la siguiente manera: “¡Oh Dios! ya nada me interesa; sólo te quiero a Ti”. Así se me apareció el Dios de la gloria. Espero que, en principio, todos tengan la misma experiencia. No sean como los misioneros cristianos, para quienes servir al Señor es una profesión. Espero que sobre cada uno de los que sirven al Señor en Su recobro destelle y resplandezca, por lo menos una vez, esta gloriosa visión. No se trata de una visión externa, sino de una visión interna, la cual es gloriosa y específica.
Después de ver esta gloriosa visión, todo nuestro ser cambiará: nuestros conceptos, nuestra actitud, nuestras conversaciones y nuestros pensamientos. Seremos completamente diferentes. Aunque seguimos comiendo, bebiendo, descansando y trabajando, nuestra persona habrá experimentado un cambio, lo cual responde a la visión que hemos tenido. Siempre que vemos una visión, esto provoca una reacción en nosotros. Por ejemplo, si uno va al zoológico y ve un tigre feroz, esto ciertamente provocará una reacción en uno. La visión que vemos nos afecta profundamente. Nuestros conceptos cambiarán, y nuestro andar y vivir dejará de ser común.
Aún recuerdo la condición en que me encontraba cuando fui llamado, inmediatamente después de ser salvo. Algunos comenzaron a percibir que yo era diferente; no sólo los que me conocían, sino también los miembros de mi propia familia sentían que yo había cambiado. Ellos pensaron que yo estaba deprimido o que no estaba durmiendo bien, y se fijaron que empecé a perder interés en las cosas. Aunque no a todos ustedes les sucedió lo mismo que a mí, sí creo que un gran número de hermanos y hermanas han tenido una experiencia similar. Otros han notado que somos diferentes. Tal vez este cambio no haya ocurrido el día en que fuimos salvos; pero quizás tres días después, o tres meses o incluso tres años más tarde, habrá un cambio total. Tarde o temprano, la aparición de Dios y nuestra visión espiritual nos harán diferentes de los demás. Las personas del mundo nunca podrán explicar esto; no lo pueden entender, porque nunca han visto algo semejante.
Además, sabemos que después de haber visto esta visión, nuestro estilo de vida cambia por completo. Por ejemplo, tal vez anteriormente amábamos mucho el mundo, pero ahora con gusto lo abandonamos. Perdemos el gusto por el dinero, perdemos el gusto por la moda y perdemos el gusto por las diversiones; todo se vuelve insípido. Pero además, lo maravilloso está en que por el lado positivo, comenzamos a saborear la palabra del Señor y nos sentimos atraídos a Dios. ¡Los que no entienden esto tal vez piensen que nos hemos vuelto locos, debido a que nuestra reacción es muy diferente y muy fuera de lo común! Pero nosotros sabemos que no estamos enfermos; lo que ha ocurrido es que todo nuestro ser ha experimentado un cambio interno. Y desde ese día, el mundo cambió de “color” para nosotros. Aquello fue un cambio genuino. Para nosotros el mundo perdió totalmente su sabor; y por el lado positivo, nuestra vida se llenó de sentido, gloria y propósito a causa del Señor. Esto comprueba que hemos visto la visión gloriosa.
Cuando el Dios de la gloria se nos revela, nuestras vidas cambian. Esto no se puede imitar ni negar. Quizás haya ocasiones en que nos sintamos indiferentes o débiles, o incluso nos hayamos desviado un poco o estemos desanimados. Aún así, no podremos olvidar la visión. Incluso si regresamos al mundo o deseamos las cosas mundanas, no volveremos a sentir lo mismo que sentíamos antes; encontraremos que hemos perdido el gusto a todo ello. Al mismo tiempo, Dios preparará situaciones que nos harán volvernos a El. El nos revelará Su gloria nuevamente y hará que nos volvamos a consagrar al Dios de la gloria.
Esta mañana, espero que cada uno de los que participarán en la predicación del evangelio sea un hombre de visión. Nadie debe sentirse persuadido a participar en dicha predicación. La persuasión sólo durará unos tres días. Temo que después de tres días, ésta ya no le servirá de nada. Tiene que haber algo que nos motive interiormente, y ese algo es el Dios de la gloria, quien se nos revela y nos alumbra, y quien nos provee de una fuerza indescriptible para que sigamos sirviendo al Señor paso a paso.
Unos días después que regresé a Taiwan, recibí una llamada de uno de los equipos del evangelio. Los hermanos y las hermanas de este equipo estaban muy emocionados. Me dijeron que en tres semanas habían bautizado a ochenta y dos personas, y que el primer domingo asistieron a la reunión del partimiento del pan veintitrés creyentes nuevos. Esto es sin duda muy alentador; pero debemos entender que si no tenemos una visión que nos sirva de apoyo, todo ese entusiasmo se esfumará rápidamente. Es como el clima que hemos experimentado en estos días. En ocasiones viene un frente frío, y la temperatura baja y sube erráticamente. Pero si hemos visto la visión, aunque vengan frentes fríos o cálidos, no nos afectarán. Es necesario entender que predicamos el evangelio en las aldeas debido a que hemos recibido una visión interiormente. La visión gloriosa nos regirá y nos dará el denuedo necesario para seguir adelante.
Actualmente estamos animando mucho a los hermanos y hermanas a que profeticen los domingos en las reuniones de distrito. Esto es hablar por Dios. Sin embargo, para hablar por Dios debemos tener un requisito básico, a saber, que primero debemos ver a Dios. Por ejemplo, les será muy difícil a ustedes describir mi apariencia física sin primero haberme visto. No creo que pudieran decir mucho de mí. Pero al estar sentados aquí esta mañana en esta reunión, ustedes pueden ver hasta el más mínimo de mis movimientos y tendrán mucho que decir acerca de mí. Por tanto, si queremos profetizar y hablar por el Señor, primero debemos tener comunión con El. Debemos verlo y conocerlo a El antes de poder proclamarlo.
Además, debemos estar muy conscientes de que nuestra labor evangelizadora no es una especie de trabajo, sino un éxtasis. Si no estamos en un éxtasis, nuestra predicación del evangelio no será eficaz. Pero si recibimos la visión, llevaremos a cabo la obra de una manera distinta. Cuando Isaías fue llamado por Dios para que hablara por El, no salió a dar predicciones; antes bien, él profirió palabras de reprensión.
La mayoría de los sesenta y seis capítulos del libro de Isaías, contienen lo que él habló de parte de Dios. Isaías pudo hablar porque Dios le concedió visión. El vio al Dios de la gloria sentado en el trono y exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (6:5). Este es el mensaje de Isaías. En 1:9 él dijo: “Si Jehová de los ejércitos no nos hubiese dejado un resto pequeño, como Sodoma fuéramos, y semejantes a Gomorra”. El realmente había visto la visión, y eso le capacitó para hablar por el Señor.
Espero que todos los que van a participar en la predicación del evangelio en las aldeas, tengan también esta visión interior; que cuando vean a las personas sientan la carga de hablarles, incluso de hablar incesantemente al grado de que parezcan “locos”. Cada profeta del Antiguo Testamento era un “loco”, y cada apóstol del Nuevo Testamento también era un “loco”. Y cada evangelista debe ser aun más “loco” todavía. He observado que los hermanos y hermanas que integran los cinco equipos del evangelio están un poco “locos”. Diría que el grado de la locura que ellos experimentan se debe a que han sido afectados por la visión.
Repasemos una vez más el relato del llamamiento de Pedro, de Jacobo y de Juan. El Señor los llamó mientras ellos se hallaban pescando (Mt. 4:18-22), pero ese llamamiento no les afectó mucho. Un día los tres fueron con el Señor Jesús a un monte, y allí, el Señor súbitamente se transfiguró: Su rostro resplandeció como el sol, y Sus vestidos se volvieron blancos como la luz (Mt. 17:2). Más adelante, Pedro narró en su epístola que, en el monte de la transfiguración, él fue testigo ocular de la majestad del Señor. El no sólo vio la gloria del Señor, sino que contempló Su majestad. Comparada con la majestad, la gloria es más común. La majestad despierta asombro en las personas. Pedro dijo que pudo darnos a conocer las cosas que nos comunicó porque había sido testigo ocular de la majestad del Señor. Lo que él nos dio a conocer no fueron mitos hábilmente fraguados, sino aquello que había visto con sus propios ojos (2 P. 1:16).
Ahora entendemos por qué Pedro y Juan eran tan poderosos cuando predicaban el evangelio y laboraban para el Señor. La razón se debe a que ellos habían recibido una visión, y tal visión fue su llamamiento. La majestad que vieron llegó a ser el mensaje que predicaron. Por consiguiente, si hemos de entregarnos al mover de la predicación del evangelio, primero debemos recibir la visión gloriosa.
Cuando el apóstol Juan era ya viejo, fue exiliado a la isla de Patmos y allí recibió visión tras visión. Todo el libro de Apocalipsis, desde el primer capítulo hasta el último, consta de visiones, siendo la última de éstas la Nueva Jerusalén (Ap. 22). Por tanto, vemos que Juan presentó las visiones que él recibió. El no narraba cuentos, sino que describía cada detalle de lo que había visto. De esto se compone el libro de Apocalipsis; es verdaderamente una revelación.
Espero que cuando vayan a las aldeas para predicar el evangelio, les comuniquen a las personas la visión que han visto; esto será una revelación para ellas. No serán meras enseñanzas vacías; por el contrario, ustedes les impartirán la visión que han recibido. Esta visión se convertirá en una revelación para ellas, y de esta manera también podrán ver lo que ustedes han visto. A esto me refiero cuando hablo de la visión gloriosa.
En 2 Pedro 1:3 dice que Dios “nos llamó por Su propia gloria y virtud”. En el Nuevo Testamento, toda persona que sea salva debe recibir el glorioso llamamiento de Dios. Todos hemos visto Su gloria, hemos sido atraídos por El y seguimos siendo influidos por El. No podemos seguir siendo lo que éramos antes, personas comunes y mundanas. Ahora somos un pueblo especial, porque el Señor nos ha llamado. No nos interesa ni el cielo ni la tierra, pues la gloria que hemos visto es lo que da sentido a nuestra vida. Tal gloria también se ha convertido en nuestra meta, nuestra comisión y nuestro encargo. No nos importan las circunstancias que nos rodean, ni lo que otros piensen de nosotros. En nuestro interior hay algo que no podemos negar ni desobedecer: la visión gloriosa. Tenemos que servir a Dios conforme a esta visión por el resto de nuestras vidas.
(Mensaje dado por el hermano Witness Lee en Taipei, el 7 de marzo de 1989)