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Mensajes del libro «Visión gloriosa y el camino de la cruz, La»
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CAPITULO TRES

LA HUMANIDAD DE QUIENES SIRVEN AL SEÑOR

(1)

  Lectura bíblica: Gn. 1:26; Gá. 2:20; Mt. 5:44; Lc. 23:34

BOSQUEJO

  1. Ser como Dios: por medio de la divinidad.
  2. Ser como el hombre: por medio de la humanidad.
  3. Poseer las virtudes más elevadas:
    1. Amor extraordinario.
    2. Comprensión ilimitada.
    3. Fidelidad incomparable.
    4. Humildad absoluta.
    5. Suma pureza.
    6. Santidad y justicia supremas.
    7. Resplandor y rectitud.

LA HISTORIA DE COMO EL SEÑOR NOS HA VENIDO GUIANDO

  Ahora que estuve preparando mi viaje de regreso a Taiwan, hubo en mí un sentir muy profundo e intenso. A raíz de mi experiencia durante los últimos sesenta años en el recobro del Señor, he llegado finalmente a cuestionarme acerca de la humanidad de los cristianos.

  Desde el día en que fui salvo, no volví a tener ninguna amistad mundana; ni siquiera veo con frecuencia a mis propios parientes. Durante los últimos sesenta años, sólo me he relacionado con una clase de personas: los cristianos. Aun más, la mayoría de los cristianos que he frecuentado han sido cristianos que aman al Señor. Sin embargo, lo que he visto y experimentado en esos sesenta años de relacionarme con ellos ha hecho que me cuestione acerca de la humanidad de los cristianos.

  Yo fui salvo en 1922 en una ciudad pequeña del norte de China. Fue allí también que el Señor me llamó para poner en práctica la vida de iglesia. En aquella época, comencé a aprender a hablar por el Señor. Después, el Señor, paso a paso, me guió a trasladarme a Shanghai y llegué a conocer a personas de diversas nacionalidades. Todas estas experiencias me hicieron abrir cada vez más los ojos.

  En 1949 me trasladé a Taiwan. En 1956 viajé por las Filipinas y otras regiones del sudeste asiático. En 1960 fui hacia el occidente y viajé por Estados Unidos y Canadá. Finalmente, elegí lo último de la tierra —la ciudad de Los Angeles— como la base de mi labor. En años subsiguientes, visité Pittsburgh, Detroit, Nueva York, Londres, Dinamarca, el Líbano, Irak, Irán, India, Tailandia, Japón, Guam, Hong Kong, Hawai y muchas otras regiones y países. Hoy existen más de mil iglesias con aproximadamente ciento cincuenta mil santos en todo el mundo. Estas iglesias están compuestas por toda clase de personas. Así pues, he conocido todo tipo de gente y enfrentado toda clase de situaciones.

  Debido a esto, por la misericordia del Señor y basándome en la historia de cómo El nos ha guiado en el pasado, me siento en la capacidad de compartirles acerca de la humanidad de quienes sirven al Señor. Todas las personas que frecuento son cristianos. Aun más, muchos de ellos son cristianos que buscan al Señor, lo aman y han abandonado el mundo. Sin embargo, la humanidad de muchos de ellos es inapropiada. Es evidente que hay cierto problema, lo cual me inquieta mucho. Todo esto me llevó a considerar dos grandes verdades: la regeneración y la transformación.

  Si bien hay muchos grupos cristianos, no sé de ninguno que haga tanto énfasis en la regeneración y la transformación, como nosotros lo hacemos. Cuando en 1962 el Señor me guió a iniciar mi labor en Estados Unidos, centramos primero nuestra atención en dos temas: la oración y el espíritu humano. Fue así que comenzamos. Más adelante, presentamos muchas verdades acerca de la transformación y también publicamos varios libros. Todo esto sucedió hace veinte años. Sin embargo, debido a lo que he podido observar y al contacto que he tenido con la gente, un interrogante ha surgido en mi ser. ¿Cómo es posible que personas que han sido regeneradas y transformadas todavía tengan problemas en lo que respecta a su humanidad? ¿Cómo es posible que algo así ocurra en el recobro del Señor?

LAS ETAPAS DE LA LABOR DE PUBLICACION EN EL RECOBRO DEL SEÑOR

  Hasta el presente, la labor de publicar escritos en el recobro del Señor se puede dividir en dos etapas. La primera etapa de dicha obra estuvo bajo la dirección del hermano Nee, desde 1922 hasta 1952. La segunda etapa se inició en 1952 con la publicación de la revista The Ministry of the Word [El ministerio de la palabra] y continúa hasta nuestros días. En esta segunda etapa, empezaron a publicarse con mayor frecuencia mis escritos. Antes de 1952, toda la labor de publicación era realizada por el hermano Nee.

  En 1928 el hermano Nee discontinuó la publicación de su primera revista: The Christian [El cristiano] y, alrededor de 1934, reanudó la publicación de la misma; fue entonces que se me confió la labor de editor. Además, el hermano Nee asumió la responsabilidad editorial de otra revista de carácter más profundo, titulada The Present Testimony [El testimonio actual]. Los primeros años que estuve editando The Christian, laboré exclusivamente con los mensajes que el hermano Nee había dado. Una vez que terminé de editar la mayoría de ellos, también publiqué algunos de mis mensajes en cuanto al reino.

  Debemos tener en claro de que entre nosotros, la labor de publicar escritos era absolutamente un ministerio personal del hermano Nee. Ni siquiera podía considerarse como una labor de nosotros como colaboradores. En aquella época, sólo participé en el servicio como editor de la revista The Christian. El campo de nuestra labor no era muy amplio. Aparte de mí había otro hermano, el hermano Yu, quien tenía alguna participación en esto. Este hermano prestaba mucha atención al tema de la vida interior, promocionaba los escritos de los místicos y realizó algunas traducciones. Pero, en general, el Gospel Bookroom [Librería evangélica] publicaba sólo los escritos del ministerio del hermano Nee.

  Alrededor de 1948 hubo un gran avivamiento entre nosotros. El ministerio del hermano Nee fue recobrado. El tomó nuevas medidas con respecto a la labor de publicación del Gospel Bookroom y simultáneamente se publicaron cuatro nuevas revistas. La de carácter más profundo era The Present Testimony, de la cual se hizo cargo el hermano Nee personalmente. La otra revista era más sencilla y se titulaba The Way [El camino], muy parecida a The Christian, de cuya publicación el hermano Nee me pidió que me encargara. Además de estas dos publicaciones, se imprimió una revista para la difusión del evangelio y otra titulada The Ministers [Los ministros], equivalente a la que antes se llamó The News of the Churches [Las noticias de las iglesias]. Yo también fui uno de los editores de esta revista. Para entonces, el campo de nuestra labor de publicación se había expandido un poco; sin embargo, en menos de un año, los comunistas tomaron el poder en China y dicha labor se interrumpió. Fue entonces que salí de China y me establecí en Taiwan.

  Por tanto, 1952 constituyó una línea divisoria. En los primeros treinta años, se publicaron principalmente los escritos del hermano Nee. Desde 1952, yo continué en este ministerio con la publicación de The Ministry of the Word. En 1963, cuando me trasladé a Estados Unidos, publiqué en este país la revista The Stream [El manantial] y fundé el Living Stream Ministry. En 1974 comencé a publicar los mensajes que componen los estudios-vida; tanto los mensajes como el número de ejemplares publicados fueron numerosos. Esta es pues, una breve reseña histórica de nuestra labor de publicación.

NUESTRAS DIFICULTADES PROVIENEN PRINCIPALMENTE DE LOS CRISTIANOS

  Quise hacer un repaso histórico para mostrarles que durante todos estos años me he relacionado mayormente con colaboradores y ancianos; y lo que me turba y me causa dificultades, es la humanidad de algunos de ellos. En años anteriores, y especialmente durante los primeros treinta años, vi cómo esto le causó problemas al hermano Nee.

  La primera iglesia del recobro del Señor se estableció en 1922, en Fuchow, pueblo natal del hermano Nee. De hecho, esto marcó el comienzo del recobro del Señor. Durante los siguientes veinte años o más, el hermano Nee experimentó muchos sufrimientos. Hubo situaciones difíciles, críticas, enjuiciamientos y ataques; venían uno tras otro como oleadas. El pequeño grupo de colaboradores que éramos cercanos al hermano Nee siempre tuvimos la impresión de que él parecía no tener ni un solo día de paz. Las tormentas venían una tras otra. La mayoría de las dificultades fueron causadas por los cristianos, y no pocas de ellas provinieron de los colaboradores y los ancianos.

  A partir de 1950 comencé a laborar en el extranjero. Al comienzo estuve en Taiwan. Después salí de Taiwan y viajé por el este y sudeste asiático para finalmente llegar al occidente. Durante los últimos treinta años, yo también he enfrentado muchas dificultades, la mayoría de las cuales fueron ocasionadas por cristianos.

  En aquella época, el hermano Nee no era bien recibido por el cristianismo en China. Esto se debió a que la luz que él recibió, el camino que él tomó y el terreno sobre el cual se mantuvo firme, no eran del agrado del cristianismo. Por tanto, algunas de las dificultades que surgieron en China provinieron del cristianismo. En realidad, esta oposición no nos importa tanto. Lo que más nos preocupa es la oposición que se ha levantado entre los mismos ancianos y colaboradores en el recobro del Señor durante los últimos sesenta años.

  En cierta ocasión, hace ya cincuenta años, el hermano Nee se me acercó y me dijo: “Hermano Witness, ¡mire cómo hasta los cristianos mienten!”. En aquel tiempo también me quedé muy sorprendido, y era difícil creerlo. Esa fue la primera señal de alarma que recibí. Además, el creyente al cual el hermano Nee se refería no era un cristiano común, sino alguien que buscaba mucho al Señor y le seguía; no obstante, esta persona mentía. Desde entonces, me he encontrado con dificultades, una tras otra, las cuales han causado una gran turbación en mi ser.

EL ESTUDIO DE LA NATURALEZA HUMANA

  Durante los últimos sesenta años he venido observando la humanidad de los cristianos. La humanidad, es decir, la naturaleza humana, a la que me refiero no es la de una persona común y corriente, sino la de un siervo del Señor. Me refiero a la humanidad de aquellos entre nosotros que buscan fervorosamente al Señor, que han renunciado al mundo y que aman intensamente al Señor.

  La naturaleza humana constituye un tema muy amplio y profundo. Hasta donde yo sé, el Nuevo Testamento es el libro que habla más acerca de ello. Y en el Nuevo Testamento, la persona que más toca el tema es Pablo. En las epístolas de Pablo, encontramos muchos pasajes que hablan acerca de la naturaleza humana.

  Aparte de esto, en diversos países del mundo encontramos filosofías que estudian la naturaleza del hombre. Los confucionistas chinos son estimados como aquellos que han realizado los mejores y más profundos estudios sobre la naturaleza humana. La enseñanza confuciana es muy elevada porque gira en torno a la ética. Podríamos considerar que la ética constituye el estudio principal de la naturaleza humana. La ética estudia las relaciones humanas, tales como las existentes entre padres e hijos, hermanos, hermanas y amigos. El confucianismo chino coincide mucho con la Biblia en lo que respecta a la ética. La única diferencia es que cuando la Biblia habla de la ética, lo hace en relación con la vida divina; mientras que la ética de la que hablan los confucionistas no tiene nada que ver con Dios, sino con el desarrollo de la naturaleza humana. No hay nada de divinidad en ella. Por tanto, la diferencia entre ambos es enorme.

EL HOMBRE FUE CREADO EN CONFORMIDAD CON LO QUE DIOS ES: LUZ, AMOR, SANTIDAD Y JUSTICIA

  El hombre fue creado por Dios. Más aún, el hombre fue creado a imagen de Dios (Gn. 1:26), es decir, en conformidad con lo que Dios es. Según la Biblia, los Diez Mandamientos son una descripción de Dios. Toda ley constituye una descripción de quien la formula. Los Diez Mandamientos son leyes promulgadas por Dios mismo y pueden resumirse en cuatro palabras: luz, amor, santidad y justicia. Estas constituyen la esencia y naturaleza misma de los Diez Mandamientos; también representan lo que es la imagen de Dios.

  La ley en el Antiguo Testamento constituye un testimonio y una descripción. Cuando el hombre fue creado, fue creado en conformidad con lo que Dios es en todos estos aspectos. Dios es luz; por tanto, el hombre que El creó, es también luz. A pesar de que nos hemos degradado y corrompido, todavía anhelamos la luz. Hasta un ladrón aspira a ciertas cosas que son honestas y rectas. Si robara un banco, él no querrá que otros se enteren de ello. Esto demuestra que la luz es un elemento que todavía forma parte de su naturaleza humana. En nuestra naturaleza humana también se halla presente el amor. Cuando éramos niños nadie nos enseñó a amar a nuestros hermanos y hermanas. Pero todos podemos amar, y todos aspiramos a amar. Este amor ha sido creado por Dios. Pero esto no es todo. Lo que Dios es, incluye además santidad y justicia. En el idioma chino se usan expresiones que significan “resplandor y rectitud”, así como “santidad y justicia supremas”, para describir la naturaleza humana. Todas éstas se manifiestan en el hombre que Dios creó en conformidad con lo que El es.

LA HUMANIDAD DE QUIENES SIRVEN AL SEÑOR ES SEMEJANTE A DIOS POR MEDIO DE LA DIVINIDAD

  Los confucionistas chinos dicen que “el camino del Aprendizaje supremo consiste en el desarrollo de la virtud luminosa”. Según ellos, tal virtud luminosa es la fuente de nuestra bondad. Esto se refiere a la función de nuestra conciencia. Wang Yang-Ming, un filósofo de la escuela “Li-shue” de la época de la dinastía Ming, amplió más la enseñanza acerca de “la virtud luminosa” al llamarla “la función de la conciencia”. Desarrollar y cultivar la función de la conciencia equivale a desarrollar la virtud luminosa. Si bien estas filosofías son buenas, lo son apenas en un sentido estrictamente humano, ya que ningún poder externo es añadido a ellas. Por ejemplo, uno puede empujar un tranvía con sus propias fuerzas; pero si aplicamos la electricidad, el tranvía se movería de una manera distinta, pues sería impulsado por la electricidad.

  Después de haber estudiado mucho, tenemos que concordar con lo que dijo Pablo: “Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Ro. 7:18b). Todos entendemos bien que una cosa es saber algo, y otra muy distinta llevarlo a cabo. En Juan 3 encontramos un relato acerca de un fariseo llamado Nicodemo, quien llamó Rabí al Señor Jesús y le dijo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro” (v. 2). Probablemente Nicodemo pensaba que lo que él necesitaba eran mejores enseñanzas que le permitieran superarse. Pero el Señor le respondió: “El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (v. 3). Era como si el Señor le estuviese diciendo a Nicodemo que el hombre, después de ser creado, sólo tenía la imagen de Dios, pero no la vida de Dios ni el poder para hacer el bien. Por tanto, Nicodemo necesitaba nacer de nuevo, esto es, necesitaba nacer de agua y del Espíritu para poder entrar en el reino de Dios (v. 5b). Sin embargo, como Nicodemo aún así no entendía, el Señor tuvo que decirle de nuevo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en El cree, tenga vida eterna” (vs. 14-15). Cuando el Hijo del Hombre fue crucificado para llevar nuestros pecados a la cruz y quitarlos de en medio, nosotros fuimos regenerados y recibimos la vida eterna. El mismo Dios que entró en nuestro ser y se mezcló con nosotros, es el que produjo todas las virtudes humanas.

  La verdadera humanidad de un cristiano no sólo incluye los atributos divinos que llenan su ser, sino también aquellos atributos que le fueron dados en la creación. Cuando el hombre fue creado, solamente poseía la imagen de los atributos divinos, pero no tenía el contenido ni la realidad de dichos atributos. Es por eso que debemos recibir al Dios de la creación en nuestro ser para que El llegue a ser nuestro contenido. Cuando El nos llena, podemos verdaderamente amarlo. En tal caso, lo vivimos a El y no a nosotros mismos; este vivir resulta de la divinidad y se expresa por medio de nuestra humanidad. Esta es la humanidad que es propia de un cristiano.

  Sin embargo, muchas veces ni nosotros ni otros creyentes expresamos la debida humanidad en nuestro vivir. Al contrario, a veces manifestamos una degradación muy honda, y esto me ha turbado. La respuesta que he encontrado se muestra en el ejemplo de un injerto. Después que una rama es injertada en un árbol, el árbol sigue produciendo los mismos frutos de antes; sólo los frutos producidos por la rama injertada son los frutos deseados. Si no hay divinidad en nuestra humanidad, lo único que expresaremos en nuestro vivir será nuestra vejez. Por tanto, es necesario entender que como cristianos no vivimos conforme a una sola clase de atributos; más bien, debemos vivir conforme a una vida “doble”, que consta de dos clases de atributos. Tanto los atributos divinos como los atributos humanos deben estar presentes. Sólo esto nos garantizará que poseamos la humanidad apropiada.

  En el Nuevo Testamento, Pablo dijo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi” (Gá. 2:20). Es cierto que Cristo vive hoy, pero debemos estar conscientes de que El vive en nosotros. El vive y se expresa desde nuestro interior. Esto es lo que el Evangelio de Lucas nos revela. Los atributos divinos de Dios se expresan por medio de las virtudes humanas del hombre. La naturaleza divina se mezcla con la naturaleza humana. La naturaleza divina es la fuente y el contenido, y la naturaleza humana es la expresión y la forma. A esto nos referimos cuando hablamos de humanidad. También podemos llamarla moralidad o virtud. Nos referimos, pues, a cierto carácter que es propio de un cristiano y que todo siervo del Señor debería tener.

LA HUMANIDAD DE QUIENES SIRVEN AL SEÑOR ES HUMANA: POR MEDIO DE LA NATURALEZA HUMANA APROPIADA

  Ser humano consiste en conducirse apropiadamente como un hombre; equivale a poseer la ética moral apropiada. La humanidad de quienes sirven al Señor debe: 1) proceder de Dios y 2) ser completamente humana, es decir, debe poseer un auténtico sabor humano. Si no posee sabor humano, en el mejor de los casos sería semejante a un ángel, y en el peor de los casos sería semejante a un demonio. Si queremos servir al Señor, no debemos ser ni como ángeles ni como demonios, sino que debemos ser humanos, es decir, debemos ser como hombres. Si salimos a predicar el evangelio en las aldeas y causamos en las personas la impresión de que somos como ángeles, me temo que nadie se atreverá a acercarse a nosotros. Por tanto, debemos ser humanos. Esto también forma parte de nuestra humanidad.

PARA SERVIR AL SEÑOR ES NECESARIO POSEER VIRTUDES EXCELENTES

  La moralidad más sublime es aquella en la que la divinidad se añade a nuestra humanidad; consiste en que los atributos divinos de Dios se expresen en las virtudes humanas con las cuales fue creado el hombre. Tal moralidad es también la virtud más excelente. Según nuestro entendimiento de la Biblia y conforme a nuestra propia experiencia, existen siete aspectos relacionados con estas virtudes excelentes:

Amor extraordinario

  El primer aspecto de estas virtudes excelentes es el amor. Este amor es extraordinario, ya que podemos amar, incluso, a nuestros enemigos (Mt. 5:44).

Comprensión ilimitada

  Ser comprensivos implica perdonar. Para perdonar se requiere que nuestro corazón sea amplio, sin límite alguno. Una persona con un corazón estrecho no puede perdonar. Por tanto, requerimos de una comprensión ilimitada. Debemos ser comprensivos al punto de poder perdonar a nuestros enemigos y a quienes nos odian.

  Por experiencia hemos aprendido que es más fácil amar a nuestros enemigos que perdonarlos. En ocasiones, encontramos que podemos amar a otros pero no perdonarlos. Por ejemplo, es posible que yo lo ame a usted, pero quizás no sea capaz de olvidar que usted me ofendió. Debido a que lo amo, pese a que usted es mi enemigo, puedo regalarle una Biblia; sin embargo, me es muy difícil olvidar la ofensa que usted me causó. Así pues, no es fácil perdonar. Por esta razón, el Señor estableció en los Evangelios un buen ejemplo para nosotros. Aunque las personas le injuriaban incesantemente mientras estuvo en la tierra, lo último que El hizo antes de morir fue orar por el hombre, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34a). Esto es lo que significa comprensión ilimitada.

Fidelidad incomparable

  Al relacionarnos con los demás debemos ser consistentes y fieles. No deberíamos traicionar a otros ni al Señor. Tiene que haber una fidelidad incomparable.

Humildad absoluta

  Nuestra humildad debe ser absoluta. No solamente debemos ser humildes, sino también estar humillados. Ser humildes implica una actitud de bajeza, pero estar humillados implica que somos pequeños. Para servir al Señor requerimos de humildad absoluta.

Suma pureza

  No solamente debemos estar limpios, sino que además debemos ser puros. Y debemos ser puros al máximo.

Santidad y justicia supremas

  Con respecto a Dios, debemos ser santos a lo sumo, y con relación al hombre debemos ser justos a lo sumo. En cuanto a Dios, debemos estar completamente apartados para El; y con respecto al hombre, en todo debemos conducirnos apropiadamente, sin tacha alguna. En esto consiste la santidad y justicia supremas.

Resplandor y rectitud

  El primer aspecto es el amor, y el último, la luz. El resplandor al que nos referimos aquí es muy distinto del que se habla en el mundo. Nosotros nos referimos a la luz, al hecho de que tenemos que andar en luz. Todo lo que hagamos debe ser hecho en la luz y no debe estar en tinieblas. Tenemos que ser completamente rectos y honestos, y no debemos ser estrechos en nuestra manera de pensar ni de ningún modo ser suspicaces.

  Estos siete aspectos en su conjunto conforman la humanidad apropiada del siervo del Señor.

  En conclusión, la humanidad del cristiano consiste en llevar una vida en la que se mezclan los atributos divinos y la moralidad humana con la que fuimos creados. Que el Señor nos guarde para que le sirvamos por el resto de nuestros días, sin mirar atrás ni desviarnos. Que todos expresemos en nuestro vivir la humanidad apropiada de uno que sirve al Señor. Que el Señor tenga misericordia de todos nosotros.

  (Mensaje dado por el hermano Witness Lee en Taipei, el 14 de marzo de 1989)

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