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Mensajes del libro «Visión la práctica y la edificación de la iglesia como cuerpo de Cristo, La»
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CAPÍTULO ONCE

LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA POR MEDIO DEL CRECIMIENTO EN VIDA Y LA TRANSFORMACIÓN DEL ALMA

  Lectura bíblica: Ef. 2:21-22; 4:14-16; 1 P. 2:2-5; Gn. 2:9; Ap. 21:18-21; Mt. 13:1-33, 44-46; 1 Co. 3:9-12; Ap. 22:2; 21:2; Ro. 12:2

  La edificación de la iglesia depende de nuestro crecimiento en vida. Sin el crecimiento en vida no existe posibilidad alguna para la edificación. La edificación también se efectúa por medio de la transformación del alma. Se efectúa no sólo al ser nosotros limpiados para dar fin a las cosas negativas, sino también mediante la transformación positiva que se lleva a cabo en todo nuestro ser. Además, la edificación se lleva a cabo en nuestro espíritu humano.

LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA SE EFECTÚA POR MEDIO DEL CRECIMIENTO DE VIDA

Nuestro crecimiento en vida tiene por finalidad la edificación de la iglesia

  Efesios 2:21-22 dice: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. La palabra creciendo es la palabra clave en el versículo 21. Llegamos a ser el templo de Dios al crecer. En el versículo 22 la frase clave es en el espíritu, la cual no lleva artículo en el griego. La morada de Dios se halla en nuestro espíritu humano. Estos dos asuntos, crecer y “en el espíritu”, son los factores básicos para la edificación de la iglesia.

  Los versículos del 11 al 16 del capítulo 4 son una larga oración unida por varias palabras que conectan. El versículo 11 dice: “Él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros”. Como Cabeza el Señor dio todas las personas dotadas a Su Cuerpo como dones. Estos dones no son habilidades, sino personas. Todas las personas dotadas han sido dadas como dones a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo (v. 12). Los versículos 13 y 14 dicen a continuación: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un sistema de error”. Aquí Pablo no habla del viento de herejía, sino del viento de enseñanza. No deberíamos pensar que únicamente la herejía es un viento que sopla. Incluso la enseñanza sana, fundamental y bíblica puede llegar a ser un viento que sopla.

  El versículo 15 dice: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo”. La verdad mencionada aquí es Cristo mismo. Nos asimos a Cristo, que es la verdad, la realidad, y crecemos en Él no sólo en una cosa, sino también en todas las cosas, en todos los aspectos y en todas las direcciones de nuestra vida, en todo lo que somos, en todo nuestro ser. El versículo 16 concluye, diciendo: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Este versículo nuevamente nos dice que el crecimiento en vida es para la edificación de la iglesia.

  En 1 Pedro 2:2-3 se nos dice: “Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado lo bueno que es el Señor”. El versículo 23 del capítulo 1 habla acerca de la regeneración. En la regeneración nacimos de nuevo como niños espirituales. Ahora como niños recién nacidos debemos crecer. Si hemos gustado lo bueno que es el Señor, realmente desearemos tomar la leche de la palabra para que crezcamos. Los versículos 4 y 5 del capítulo 2 nos dicen el propósito del crecimiento en vida. Estos versículos dicen: “Acercándoos a Él, piedra viva, desechada por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. El sacerdocio santo es la casa espiritual que es edificada por medio del crecimiento en vida.

Las dos líneas de vida y edificación presentadas en las Escrituras

Israel se compara a una higuera, un olivo, una vid y el trigo

  Hay dos líneas en las Escrituras: la vida y la edificación. En Génesis 2, en el principio mismo, estaba el árbol de la vida (v. 9). En un árbol vemos el crecimiento. Inmediatamente después de esto, los versículos 11 y 12 hablan acerca de materiales preciosos: oro, bedelio y ónice. A fin de ver para qué son los materiales preciosos, necesitamos venir al final de la Biblia. En Apocalipsis 21 vemos una ciudad que ha sido edificada con oro, perlas y piedras preciosas (vs. 18-21). Todos los materiales preciosos son para el edificio.

  Israel, el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, a menudo se compara a un árbol o una cosecha. Israel se compara a una higuera, un olivo y una vid silvestre (Jer. 24:2, 5, 8; 11:16; Sal. 52:8; 80:8, 14; Is. 5:2; Ez. 15:2). Los higos y las olivas son buenos para comer, y la vid produce vino que se puede beber. Por lo tanto, el pueblo de Dios se compara a algo que es bueno para comer y beber. Además, en Lucas 10 el buen samaritano echó aceite y vino en las heridas de un hombre que había sido golpeado (v. 34). Aquí el aceite y el vino no se usan como alimento, sino como medicina para sanar las heridas. Esto es lo que el pueblo de Dios tiene que ser. El pueblo de Dios son higueras que han de producir alimento, olivas que han de producir aceite y la vid que ha de producir vino. Han de traer satisfacción a las personas y sanarlas. Además, el pueblo de Israel también es trigo, el cual produce harina fina y tortas para la ofrenda de harina a fin de satisfacer a Dios (Lv. 2:1-2, 4). El pensamiento prevaleciente en las Escrituras es que el pueblo de Dios es un árbol o una cosecha. Éste es el aspecto del crecimiento.

El tabernáculo y el templo son edificados por medio del crecimiento de los frutos de la buena tierra

  El pueblo de Dios también es tipificado por el templo como morada de Dios, Su casa, en el Antiguo Testamento. El tabernáculo y el templo fueron el resultado del crecimiento. El pueblo trajo el excedente de su crecimiento y lo ofrecieron a Dios como materiales para edificar Su casa. Tanto el tabernáculo como el templo fueron edificados con las ofrendas del pueblo del Señor, y esas ofrendas provinieron del crecimiento de sus frutos. Por lo tanto, el pensamiento principal a lo largo del Antiguo Testamento es que el pueblo de Dios es un árbol y una cosecha que han de crecer, y por medio de este crecimiento ellos son edificados juntamente como una morada para Dios.

  Los hijos de Israel también derrotaron a los enemigos del Señor, las tribus paganas que ocupaban la buena tierra (Jos. 23:4-5). Derrotar al enemigo tiene como finalidad el crecimiento de vida. Si no derrotamos al enemigo, no podemos entrar en la buena tierra. Luego, después de entrar en la buena tierra, cultivamos los frutos de la buena tierra. Este crecimiento de vida redunda en las ofrendas, y las ofrendas redundan en la edificación de la casa de Dios.

El crecimiento y la edificación en las parábolas de Mateo 13

  Las parábolas de Mateo 13 se clasifican en dos grupos. Las parábolas del sembrador y la semilla, el trigo y la cizaña, la semilla de mostaza y su crecimiento, y la harina y la levadura se hallan en el primer grupo. El pensamiento básico de este primer grupo de parábolas es el crecimiento. El sembrador sembró la semilla con la esperanza de que el trigo creciera (vs. 1-23), pero el enemigo vino a sembrar cizaña y estorbar el crecimiento del trigo (vs. 24-30). Luego, se habla de la semilla de mostaza que debió haber crecido en calidad de planta herbácea que alimenta a las personas, pero el enemigo vino nuevamente para cambiar la naturaleza de ella y formar un gran árbol a partir de esta pequeña planta herbácea (vs. 31-32). Esto también cambió el propósito de la semilla. El propósito de la hierba de mostaza es alimentar a las personas, pero el propósito del árbol es alojar a los pájaros, los espíritus malignos. No obstante, el Señor es soberano, y parte del trigo produjo harina verdadera. Sin embargo, el enemigo intervino otra vez para añadir levadura a fin de corromper y arruinar la harina fina y pura (v. 33). La semilla, el trigo, la planta herbácea y la harina —todos— transmiten el pensamiento del crecimiento.

  La parábola del tesoro escondido en el campo, que debe ser oro o piedras preciosas, y la parábola de la perla de gran valor componen el segundo grupo de parábolas en Mateo 13 (vs. 44-46). Una vez más, tanto las piedras preciosas como las perlas son los materiales que se utilizan para la edificación.

Crecer como labranza de Dios para ser edificados como Su edificio

  En 1 Corintios 3:9 se nos dice: “Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. Hay dos aspectos en este versículo, que se expresan en dos frases. Por una parte, somos la labranza de Dios para crecer y, por otra, somos el edificio de Dios y, como tal, hemos de ser edificados. Estos dos pensamientos siempre van juntos.

El árbol de la vida y la santa ciudad al final de las Escrituras

  Al final de todas las Escrituras se halla de nuevo el árbol de la vida, y hay una ciudad (Ap. 22:2; 21:2). Las líneas que trazan el crecimiento y la edificación van juntas a lo largo de toda la Biblia, desde el principio hasta el fin. Por un lado, nosotros pertenecemos en cierto modo a la vida vegetal que crece y, por otro, somos el edificio, la casa, la morada, que ha de ser edificado por el crecimiento en vida. Cuanto más crecemos en vida, más somos conjuntamente edificados.

Edificar con los materiales preciosos del Dios Triuno

  En 1 Corintios 3:10-12a leemos: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas”. Aquí nuevamente se encuentra el pensamiento de los materiales apropiados para la edificación. Las piedras preciosas, así como las perlas, son materiales que han sido transformados.

  En esta categoría hay tres elementos, no dos o cuatro cosas. Con la perspicacia espiritual podemos ver que los tres materiales preciosos representan al Dios Triuno. El oro representa la naturaleza de Dios el Padre, la plata representa la obra redentora de Cristo el Hijo y las piedras preciosas representan la obra transformadora del Espíritu. Fuimos nacidos de Dios el Padre para recibir el oro, es decir, Su naturaleza. Hemos sido redimidos por la redención efectuada por Dios el Hijo, y ahora estamos bajo el proceso de transformación en virtud de la obra que Dios el Espíritu efectúa.

  El versículo 12 también habla acerca de otra categoría de materiales: madera, hierba y hojarasca. La madera está en contraste con el oro, la hierba con la plata y la hojarasca con las piedras preciosas. La madera representa la humanidad, la hierba representa la carne y la hojarasca representa las cosas terrenales y mundanas. Por lo tanto, estos tres materiales indican el hombre natural con la vida natural, la carne y las cosas mundanas.

  Los versículos mencionados anteriormente nos muestran que la edificación de la iglesia se efectúa por medio del crecimiento de vida. Las dos líneas en las Escrituras respecto al crecimiento y la edificación siempre van a la par. La iglesia es un árbol o un cultivo que ha de crecer, y de ese crecimiento de vida se produce la edificación.

Nos relacionamos verdaderamente en la iglesia por medio del aumento de Cristo en nuestro interior

Sólo el aumento de Cristo es útil para la edificación de la iglesia

  La vida es Cristo, y el crecimiento es el aumento de la vida, así que el crecimiento de vida equivale al aumento de Cristo en nuestro interior. El hombre es un ser tripartito y, como tal, tiene un espíritu, un alma y un cuerpo (véase el diagrama más abajo). Cuando fuimos salvos inicialmente, Cristo como semilla entró en la parte más profunda, nuestro espíritu humano, pero Él no ha llenado nuestra alma todavía. Ahora Él necesita aumentarse, y este aumento es el crecimiento de Cristo como vida. Nunca podemos edificar la iglesia como si fuera una organización. No importa cuán fuerte sea la mano brindada para establecer cierto tipo de organización, esa mano nunca podrá edificar la iglesia. La iglesia puede ser edificada únicamente por el aumento de Cristo en nosotros, es decir, por el crecimiento en vida. Cuanto más crezcamos en Cristo, más creceremos hasta ser el edificio.

 

  Todos los hermanos y hermanas tienen al único Cristo en su interior, pero el Cristo en cada uno de ellos puede estar separado por los dos “círculos exteriores”, es decir, las dos capas: el alma y la carne. Si éste es el caso, los santos no se relacionan verdaderamente entre sí. El Cristo en un hermano anhela unirse con el Cristo que está en otro hermano, pero la capa del alma y la de la carne llegan a ser un muro que separa las porciones de Cristo que ellos tienen. Únicamente el crecimiento, la propagación y el aumento de Cristo en ellos pueden vencer esta separación. Que Cristo aumente en nosotros significa que Cristo toma el terreno en nosotros y se propaga en nuestro interior para saturar no sólo nuestra alma, sino finalmente incluso nuestro cuerpo (Ro. 8:6, 10-11).

  Aunque Cristo ha entrado en nuestro espíritu, es posible que todavía no nos relacionemos con otros. Esto se debe a que, aunque Cristo puede haber vencido los problemas de un hermano, quizás otro hermano todavía tenga sus problemas. Un hermano podría tener espiritualidad genuina, pero si el otro hermano no le ha cedido terreno a Cristo, no pueden relacionarse entre sí. Un día, cuando este hermano ame al Señor, no según su manera o punto de vista religiosos, sino según una visión celestial, él le cederá el terreno a Cristo. Entonces Cristo lo saturará, y también crecerá y se propagará en su interior. Entonces los dos hermanos se pueden relacionar genuinamente entre sí. La relación entre ellos será el Cristo que se propaga, el mismo Cristo que toma posesión de todo el ser de ellos. Ésta es la edificación genuina. La edificación de los santos en unidad depende absolutamente del aumento de Cristo en el interior de ellos. Esta capacidad de relacionarse es nada menos que Cristo mismo. Por lo tanto, la edificación de la iglesia es Cristo mismo.

Que nos relacionemos en la iglesia requiere que seamos derrotados y poseídos por el Señor

  Cuánto seamos edificados depende de cuánto Cristo se ha aumentado en nosotros. Este aumento de Cristo depende de que el yo mengüe. Cristo tiene que aumentarse y nosotros tenemos que menguar. Nunca podremos ser edificados en nuestra vida natural. No es necesario señalar lo imposible que es que los chinos, los japoneses, los británicos, los franceses y los americanos sean edificados juntamente en el yo. Incluso los americanos de distintas regiones del país no pueden ser edificados conjuntamente. De forma similar, no es necesario decir que las diferentes razas no pueden ser edificadas. Aun los hermanos de la misma raza provenientes del mismo lugar no pueden ser edificados conjuntamente, porque cada uno tiene su manera de ser particular. Un hermano no puede ser edificado ni siquiera con su misma esposa. La capacidad de relacionarnos con otros no se halla en nosotros mismos. En nosotros sólo hay separación e individualismo. La verdadera capacidad de relacionarnos, de ser uno y de ser edificados es Cristo mismo. Cuando Cristo nos vence, conquista y derrota, y cuando toma plena posesión de nosotros, Él se puede unir al Cristo que mora en los demás.

  Necesitamos decir: “Señor, conquístame y derrótame. Señor, nunca permitas que yo te derrote. Nunca me permitas ganar la batalla”. La verdadera edificación de la iglesia depende de que el Señor nos derrote. Cuanto más tenemos victoria sobre el Señor, más nos separamos, pero cuanto más Él nos derrota, más Él puede edificarnos juntamente. Necesitamos ser derrotados por el Señor. Él tiene que derrotarnos y tomar posesión de nosotros.

  No debemos considerar que podemos ser uno al tener un mismo entendimiento acerca de las doctrinas. Observé un pequeño grupo de la Asamblea de los Hermanos en el cual todas las personas tenían el mismo entendimiento respecto a las doctrinas. Todos tenían el mismo pensamiento respecto a la tribulación y el arrebatamiento. No obstante, casi todas las semanas ellos se peleaban entre sí. Sin embargo, en otro lugar observé una situación diferente. Ciertos queridos hermanos no eran uno en cuanto a doctrina, pero estaban muy relacionados en Cristo. Algunos de ellos preferían bautizar por inmersión en el agua, pero otros preferían hacerlo por aspersión. Sin embargo, ellos todavía podían testificar que eran uno. Satanás sabe dónde hay unidad, y la aborrece. No obstante, estamos en esta unidad. Aunque es posible que tengamos pensamientos diferentes respecto a la doctrina, tenemos una maravillosa unidad en el espíritu.

  Nunca podremos ser uno en cuanto a nuestra manera de ser natural. Todo el mundo es peculiar en cuanto a su manera de ser, pero ¡alabado sea el Señor, Él nos puede derrotar! Él puede conquistarnos y tomar posesión de nosotros. Siempre y cuando Él pueda hacer esto, habrá unidad genuina entre nosotros. Esta capacidad de relacionarnos no es nada menos que Cristo mismo quien nos conquista.

LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA SE EFECTÚA POR MEDIO DA LA TRANSFORMACIÓN DEL ALMA

La transformación requiere que tomemos medidas con respecto a nuestra manera de ser natural

  La edificación de la iglesia se efectúa por medio de la transformación del alma (Ro. 12:2). Como hemos visto, no podemos ser uno en nosotros mismos, sino únicamente en el Cristo que conquista. Una hermana podría ser muy amable, humilde y delicada, pero es posible que todavía sea muy natural. Ella puede tener un alma amable con una mente amable, una parte emotiva amorosa y una voluntad muy suave, pero es posible que sólo haya una pequeña porción de Cristo en ella. Es difícil que alguien con un carácter y una personalidad tan amable se relacione con otros en unidad. Las personas más individualistas son las más amables. Es más fácil incluso que las personas descuidadas sean uno con otros, porque son menos individualistas.

  Para una persona que es amable y buena en todo es difícil encontrar un compañero. Quien escoja a la persona más decorosa como su cónyuge sufrirá constantemente debido al individualismo del cónyuge. Un esposo nunca podrá alcanzar el nivel de la esposa más decorosa, y una esposa nunca podrá alcanzar el nivel del mejor caballero. En la iglesia les temo más a las personas amables que a las descuidadas. Las más amables son las más difíciles de tratar. Sin embargo, independientemente de si somos descuidados o amables, todos tenemos que ser conquistados por Cristo. Aquellos que tienen una manera de ser desagradable no son los únicos que necesitan ser conquistados por Cristo, sino que aquellos con la mejor manera de ser también tienen que ser conquistados. De otra forma, no hay ninguna posibilidad de que nos relacionemos con otros miembros de Cristo. Nunca nos podremos relacionar con otros en nuestro yo. Tenemos que relacionarnos en Cristo. Cuando todos somos conquistados por Cristo, espontáneamente nos relacionamos.

  En realidad, no es fácil que Cristo se apode de las personas amables ni las descuidadas. Es muy difícil edificar la iglesia debido al baluarte que son estas maneras de ser naturales. El problema no es el pecado. Puesto que todos condenan el pecado, es muy fácil vencerlo. Sin embargo, no son muchos los que condenan su propia manera de ser. Hace más de veinte años había una iglesia en mi pueblo natal. En aquel entonces había dos hermanos que eran “polos opuestos”. Uno era muy amable y el otro era descuidado. Cuando el que era amable llegaba al hogar de alguien, él primeramente tocaba a la puerta. Cuando el dueño le abría, el hermano le pedía permiso para entrar, y una vez adentro, esperaba que le ofrecieran asiento antes de sentarse. Luego, después de utilizar una taza, la regresaba a su lugar designado. Él lo hacía todo de forma amable y ordenada. Por otro lado, cuando el otro hermano entraba a un hogar, él tomaba asiento por su propia cuenta, no donde se sientan los invitados, sino al escritorio del dueño. Luego diría: “Tengo sed”. Mientras bebía el té, derramaba un poco en el piso, y cuando terminaba, dejaba la taza de forma descuidada. Con el tiempo, estos dos hermanos discutían entre sí respecto al asunto de la manera de ser. Un hermano sentía que la manera de ser del otro era un impedimento al Señor, y cada uno justificaba su manera de ser.

  Esto demuestra que todos actúan según su propia manera de ser con cierta cantidad de auto justificación. En mi servicio al Señor y al tratar con muchos cristianos en muchos lugares, descubrí que nadie está dispuesto a condenar su propia manera de ser. Es por esto que es insensato tratar de corregir a las personas. Es posible que a un hermano le guste acostarse a dormir temprano y levantarse temprano, pero el hermano con quien vive quizás no se levante sino hasta una hora después. Si estos dos intentan corregirse el uno al otro, no tendrán éxito. Más bien, cada uno estará enteramente ofendido y deseará mudarse de allí. Es insensato intentar corregir a otros de esta manera. Si a nuestro compañero de cuarto le gusta acostarse tarde, deberíamos permitírselo y no molestarlo. Nunca tendremos éxito en corregirlo. Sólo podemos ofender a la gente, y con el tiempo nosotros también nos sentiremos ofendidos.

La transformación requiere que Cristo tome plena posesión de nuestra alma y absorba nuestra manera de ser

  Nuestra manera de ser es muy problemática. La única forma que podemos tratar con ella es que Cristo la derrote. Si lo amamos a Él según una visión celestial y le damos la gloria, Él tomará plena posesión de nosotros y absorberá nuestra manera de ser. En esto consiste la transformación del alma. Cuando nuestra alma sea transformada y nuestra carne sea conquistada, nos relacionaremos verdaderamente.

  No les estoy dando una mera doctrina acerca de la edificación de la iglesia; más bien, esto se basa en la experiencia práctica necesaria para la edificación. La edificación de la iglesia es posible sólo por medio del crecimiento en vida con la transformación del alma. Necesitamos ser transformados al ser conquistados por Cristo. Cuanto más estemos dispuestos a ser conquistados por Él, más Él se apoderará de nosotros y nos transformará en nuestra alma. Luego, espontáneamente, tendremos unidad entre nosotros. Tendremos la verdadera edificación de la iglesia. Esto es lo que el enemigo aborrece porque precisamente esto es lo que lo pone en vergüenza.

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