
Lectura bíblica: Fil. 2:8; 11:5, Mt. 11:28-29; 12:16, 19-20; 9:36; Lc. 4:18-22; Jn. 11:35; 53-56, Lc. 9:58; Is. 53:3, 7; 1 P. 4:1; 2:21-23; Lc. 23:34a, 42-43; He. 2:18; 4:15; Jn. 5:19, 30; 8:28; 14:10; 6:38; Mt. 26:39, 42; Jn. 7:6, 8; 1 Ti. 3:16a
Hasta ahora hemos visto el vivir del primer Dios-hombre en Su infancia, en Su juventud y en Su silencio desde los doce años hasta los treinta. También vimos Su vivir en el comienzo de Su ministerio y en Sus tentaciones. En este mensaje veremos la vida del primer Dios-hombre en Su ministerio. Debemos considerar nuestra vida con relación a nuestro ministerio. Muchas personas hoy viven en esta tierra sin propósito. Yo vine a los Estados Unidos a fin de llevar una vida dedicada a mi ministerio. Si no fuera por el ministerio, no habría venido a este país. Vivimos con miras al ministerio del Señor.
Cuando El comenzó Su ministerio, antes de actuar vino a Juan para ser bautizado. El bautismo en agua significa que, a los ojos de Dios, un hombre que está en la carne sólo sirve para morir y ser sepultado. Cristo vivió para llevar a cabo Su ministerio sobre la base del significado del bautismo en agua. Necesitamos tener la misma base en nuestra vida.
Cristo, basándose en este significado, se negó a Su yo y a Su hombre natural. No debemos olvidarnos de lo que nuestro bautismo en agua significa para nosotros. Significa que fuimos sepultados. No debemos relacionarnos con nuestro cónyuge del mismo modo que lo hacíamos antes. Basándonos en el hecho de que fuimos sepultados, debemos negarnos a nuestro yo y a nuestro hombre natural. No debemos hacer nada por nuestra vida natural, porque ésta fue sepultada.
El Señor puso Su yo en la cruz y vivió continuamente bajo la cruz. Dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). Nosotros los que seguimos a Cristo siempre debemos aplicar la cruz a nuestro yo. Debemos vivir continuamente a la sombra de la cruz. Durante toda mi vida cristiana he aprendido las lecciones de poner mi yo en la cruz y de vivir a la sombra de la cruz. Desde que empecé a seguir al Señor, se me enseñó a seguirle llevando la cruz. No importa si nuestro hombre natural es bueno o malo. Debemos rechazarlo y negarnos a él, aunque sea bueno. No debemos pensar que debemos vivir por nuestra vida natural porque somos mansos, amables y buenos para con la gente. Debemos recordar que esa vida mansa y amable fue sepultada cuando nosotros fuimos bautizados. Nuestra vida hoy es Cristo como Espíritu, la vida divina.
Cristo también llevó una vida humilde al humillarse (Fil. 2:8). Esto demuestra que no debemos ser orgullosos por nada. No tenemos nada digno. A Pablo se le dio un aguijón en su carne, porque Dios no quería que se jactara por las revelaciones que había visto. Dios dejó un aguijón en él, el cual lo subyugaba para que no se jactara.
El Señor en Su ministerio terrenal también vivía bajo el yugo de Dios, siendo manso y humilde de corazón (Mt. 11:28-29). Por el bien de nuestro ministerio, debemos llevar una vida sometida al yugo. Un animal que está bajo el yugo tiene que labrar la tierra guiado por el dueño. Cuando estamos bajo el yugo de Dios, no tenemos libertad ni alternativa ni preferencia.
Mateo 12:16 dice que el Señor exhortó a las personas que no divulgaran Su presencia. Esto significa que no quería ser conocido. Todos los colaboradores se enfrentan a esta tentación. A algunos les gusta ser famosos, ser conocidos por todos, pero el Señor Jesús era contrario a esto. Ser famoso es una tentación. Cuando queremos ser famosos, estamos acabados. Algunos obreros cristianos no se atreven a censurar a la gente porque quieren ser aceptados. No dicen ciertas cosas por el temor de no ser invitados la siguiente vez. En 1964 fui invitado a hablar a un grupo de creyentes en Dallas. Me recibieron porque les ministraba Cristo. Al final de mi estadía, hablé de que la iglesia es el Cuerpo de Cristo. Me rechazaron por esto. Debemos ser fieles y hablar las verdades de la revelación divina. Un hermano que antes era colaborador no se atrevía a decir que Cristo, el postrer Adán, se hizo Espíritu vivificante, pues decía que esto ofendería a los demás. Esto es contrario al vivir del primer Dios-hombre. El no procuraba ser aceptado ni hacerse un buen nombre.
Mateo 12:19 y 20 dice: “No contenderá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles Su voz. La caña cascada no quebrará, y el pábilo humeante no apagará, hasta que saque a victoria el derecho”. En tiempos antiguos los judíos hacían flautas de caña. Cuando una caña se cascaba, la quebraban. También hacían antorchas cuyo pábilo ardía con aceite. Cuando se acababa el aceite, el pábilo humeaba y lo apagaban. Algunos entre el pueblo del Señor son como caña cascada, que no puede dar sonido musical; otros son como pábilo humeante, el cual no produce luz. Pero el Señor no quiebra a los cascados ni apaga a los humeantes. Algunos de los que son como una caña cascada y un pábilo humeante serán usados por Cristo para sacar a victoria el derecho. Si pensamos que sólo nosotros somos útiles, no podremos llevar a cabo la obra del Señor. Cuando escogemos colaboradores, tal vez sólo nos fijemos cómo son exteriormente, pero quizás no sean muy fieles. El Señor escoge algunas cañas cascadas y algunos pábilos humeantes. Luego los perfecciona para que puedan ser útiles en Su mano a fin de sacar a victoria el derecho. Debemos usar lo que el Señor nos da. Si nos da personas buenas, debemos usarlas; si nos da personas malas, debemos usarlas.
Cuando el Señor vio las multitudes, “tuvo compasión de ellas; porque estaban afligidas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mt. 9:36). El hizo milagros para cuidar a los necesitados. Dijo: “Los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (11:5). Esta es la misericordia ejercitada por el Señor como Pastor que los cuidaba. Nosotros como ministros del Señor debemos aprender a preocuparnos por los necesitados. El Señor también predicaba el evangelio a los pobres con las palabras de gracia que procedían de Su boca (Lc. 4:18-22). A veces hablamos palabras de reprensión y de condenación, no palabras de gracia. Debemos aprender a ser uno con el Señor y hablar palabras de gracia. También el Señor se condolió hasta el punto de llorar por los discípulos sufrientes que no lo conocían (Jn. 11:35). Marta y María perdieron a su hermano Lázaro, pero seguían sin reconocer al Señor, y esto hizo que el Señor llorara. La palabra griega traducida llorar significa derramar lágrimas en silencio. El Señor les dijo que Lázaro resucitaría, pero fue estorbado por las opiniones humanas. Marta pospuso la resurrección hasta el día postrero (v. 24). Por tanto, el Señor Jesús lloró. Muchos cristianos hoy están bajo los sufrimientos sin saber ni por qué ni qué deben hacer en ese sufrimiento. El Señor se conduele de esta situación.
El Señor no tenía dónde reclinar la cabeza, mientras que las zorras tenían guaridas, y las aves del cielo nidos (Lc. 9:58). Debemos aprender a sufrir pobreza de este modo.
El Señor corrigió a Sus discípulos a fin de que tuvieran el debido espíritu para con los que los rechazaban. El Señor y Sus discípulos pasaron por un pueblo que no los recibió. Jacobo y Juan, los dos hijos del trueno, dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma?” El Señor dijo: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois” (Lc. 9:53-56). Esto indica que el Señor siempre trataba a las personas con el debido espíritu. Lamento que a veces he tratado a las personas con un espíritu incorrecto. Debemos aprender la lección y corregir nuestro espíritu en cuanto a la manera en que tratamos a la gente. Si respondemos con un espíritu indebido a los que no nos reciben, no seremos aptos para servir a la gente. No podemos ministrar la palabra de Dios si no tenemos el debido espíritu.
Según el Nuevo Testamento, la iglesia tiene una sola base; hay una sola iglesia en cada ciudad. Al practicar esto anulamos la posición de todas las denominaciones. Por eso no nos reciben. ¿Debemos acaso responder como lo hicieron Jacobo y Juan en Lucas 9, con un espíritu incorrecto? Debemos tener el debido espíritu. El Señor es el verdadero ejemplo del vivir de un Dios-hombre
El Señor sufrió aflicciones sin vengarse, dejándonos ejemplo para que siguiéramos Sus pisadas (Is. 53:3, 7; 1 P. 4:1; 2:21-23). El sufrió en silencio, como una oveja ante sus esquiladores. Cuando fue injuriado, no respondió injuriando. Hoy nosotros los colaboradores debemos aprender de este modelo. Si las personas nos injurian, no debemos vengarnos injuriándolas como respuesta.
La palabra griega traducida modelo literalmente significa “una copia escrita, un molde, usado por los estudiantes para calcar letras y aprender a escribirlas”. El Señor puso Su vida sufrida delante de nosotros para que la copiáramos calcando y siguiendo Sus pisadas. Esto no se refiere a imitarlo a El ni Su forma de vivir sino a una réplica Suya que surge de que le disfrutemos a El como gracia en nuestros sufrimientos, para que El mismo, el Espíritu que mora en nosotros, con todas las riquezas de Su vida, se reproduzca en nosotros. Llegamos a ser la réplica del original, no una imitación de El, producida al tomarlo como nuestro modelo.
En Su crucifixión oró por los que lo crucificaban, para que el Padre les perdonara su pecado de ignorancia (Lc. 23:34a).
Incluso en Sus sufrimientos y Su muerte extendió Su salvación a uno de los criminales que fueron crucificados con El (Lc. 23:42-43).
Aunque Cristo fue tentado, no pecó (He. 2:18; 4:15; 1 P. 2:22).
El Señor dijo que no hacía nada por Sí mismo (Jn. 5:19, 30a; 8:28). Esto se debe a que El se consideraba una persona sepultada.
El Señor no habló Sus propias palabras, sino las del Padre (Jn. 14:10a).
No buscó Su propia voluntad, sino la de Dios (Jn. 5:30b; 6:38). En Mateo 26:39 dijo: “Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú”. Luego en el versículo 42 dijo: “Padre Mío, si no puede pasar de Mi esta copa sin que yo la beba, hágase Tu voluntad”.
Filipenses 2:8 dice que el Señor obedeció hasta la muerte, y muerte de cruz.
El Señor no tenía la libertad de vivir como le pareciera. Dijo a Sus hermanos: “Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto” (Jn. 7:6). En el versículo 8 el Señor dijo: “Subid vosotros a la fiesta; Yo no subo a esta fiesta, porque Mi tiempo aún no se ha cumplido”. El Señor vivió en la tierra como hombre y fue limitado incluso en el tiempo. Esto muestra que antes de hacer algo, debemos acudir al Señor. Tal vez oremos: “Señor, tengo la carga de visitar a un hermano. ¿Es éste el mejor momento?” Muchas veces cuando yo oraba de este modo, el Señor me decía que esperara. Tenía la carga de ayudar a un hermano, pero el Señor no me dejaba hacerlo en ese momento. Debemos aprender a reconocer el momento oportuno. Debemos aprender a no actuar conforme a nuestra preferencia.
La primera estrofa del himno #215 (en Himnos) dice en cuanto a Cristo: “El infinito, eterno Dios, finito en tiempo, se humanó”. El era Dios en la eternidad sin límite, pero se hizo hombre en la tierra, limitado por el tiempo y el espacio. Fue limitado al estar en el pueblo de Nazaret durante treinta años de Su vida. ¿Podríamos nosotros ser limitados de este modo? Tal vez tengamos la carga de visitar muchos lugares, pero es posible que el Señor no quiera que lo hagamos. Debemos aprender la lección de ser limitados.
El Señor Jesús lo hizo todo en coordinación con el Padre, quien permaneció y obró en El para cumplir Su economía. En Juan 14:10b el Señor dijo: “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, El hace Sus obras”. Esta fue una coordinación con el Padre, quien vivía y actuaba en El.
El estuvo en la tierra y llevó una vida cuyo único fin era manifestar a Dios para expresar Sus atributos en las virtudes humanas (1 Ti. 3:16a). Cuando las personas veían Sus virtudes, veían los atributos de Dios, y ésta fue una manifestación de Dios. Necesitamos aplicar todos estos puntos a nuestra vida cotidiana en el contacto que tenemos con los demás.