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Mensajes del libro «Vivir en el espíritu»
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CAPÍTULO TRES

EL VIVIR DE DIOS Y EL HOMBRE EN UNIDAD, Y VIVIR EN EL ESPÍRITU

  Lectura bíblica: Jn. 1:14, 18; 6:57; 14:7-9, 16a, 17, 19-20, 23; 15:5; 17:21a, 23a; 20:22; 3:6b; 4:24

  Ahora consideremos el Evangelio de Juan. Aunque este libro nos es familiar, la mayoría de los cristianos, incluyendo a muchos de nosotros, no nos percatamos de cuál es el espíritu, la realidad o la esencia del Evangelio de Juan. Aunque hemos dado muchos mensajes basados en este libro y hemos dedicado mucho esfuerzo para estudiarlo, la mayoría de los que estamos en las iglesias no nos hemos dado cuenta de cuál es la esencia de este evangelio.

  Lo que la mayoría de los cristianos conoce acerca del Evangelio de Juan se limita a los siguientes asuntos: en primer lugar: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (1:29); en segundo lugar: “De tal manera amó Dios al mundo” (3:16); y en tercer lugar: “Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor pone Su vida por las ovejas” (10:11). Algunos también han visto que hemos recibido un mandamiento nuevo, a saber, que nos amemos unos a otros (13:34). Otros han visto que, puesto que nos amamos unos a otros, debemos lavarnos los pies los unos a los otros (v. 14). Otros han visto aún más, y entienden que el Señor es la vid, que nosotros somos los pámpanos, y que permanecemos en Él y Él en nosotros (15:1, 4-5). Sin embargo, la mayoría no entiende cómo podemos permanecer en Él ni cómo Él puede permanecer en nosotros. Tienen algún conocimiento, pero muy poca experiencia. Además, otros han visto la oración que el Señor hizo en Juan 17 con respecto a la unidad. Por lo general, en conjunto, éste es el grado de conocimiento que la mayoría de los cristianos tienen acerca del Evangelio de Juan. Si éste es nuestro caso, entonces no sabemos cuál es la esencia de este evangelio.

  El Evangelio de Juan habla principalmente acerca de Dios. Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. Por tanto, el Evangelio de Juan es un libro que habla acerca de Dios, y no sobre el hombre. Su propósito al hablar acerca de Dios es mostrarnos el deseo del corazón de Dios, el cual es forjarse a Sí mismo en el hombre. La intención de este evangelio no es enseñarnos cómo adorar y servir a Dios, cómo laborar para Dios ni cómo mejorarnos para que seamos personas nobles; no existe tal enseñanza en el Evangelio de Juan. De entre los sesenta y seis libros de la Biblia, el Evangelio de Juan habla exclusivamente de una cosa: Dios desea forjarse en el hombre a fin de ser su vida y suministro de vida. Dios también anhela ser absolutamente uno con el hombre. Puesto que Dios desea entrar en nosotros e introducirnos en Sí mismo, debemos permanecer en Él, y así Él también permanecerá en nosotros. Además, Él y nosotros, nosotros y Él, viviremos juntos. Él entra en nosotros a fin de permanecer con nosotros. Ahora, Él desea que vivamos por Él y con Él.

  El evangelio más elevado no trata simplemente con el perdón de pecados y con el hecho de ser librados del infierno a fin de que recibamos la bendición eterna; más bien, consiste en que seamos salvos hasta el grado en que Dios y nosotros, nosotros y Dios, lleguemos a mezclarnos por completo como una sola entidad, teniendo una sola vida y un mismo vivir. Anteriormente, nosotros éramos pecadores caídos —malignos, degradados y desolados—, sin embargo, ahora podemos llevar una sola vida con Dios y un solo vivir con Él. Dios puede permanecer en nosotros y vivir con nosotros. ¿Creemos esto? Si lo creemos, quizás ésta sea nuestra creencia en teoría, pero no lo que experimentamos en nuestro diario vivir. Tal vez hayamos sido cristianos por décadas; no obstante, quizás nunca hayamos recibido la impresión profunda de que el evangelio de Dios nos salva e introduce en Dios para que vivamos con Él, de modo que Él y nosotros llevemos una sola vida y un mismo vivir. Es posible que hayamos leído la Biblia diariamente y que hayamos leído el Evangelio de Juan varias veces, pero quizás nunca hayamos tenido este concepto. ¿Qué hemos visto en el Evangelio de Juan? Tal vez hayamos visto la dulzura del Señor Jesús expresada en Sus palabras, hechos y conducta. No obstante, sin importar cuán dulce sea Él, Él sigue siendo Él, y nosotros seguimos siendo nosotros. Debemos leer Juan 15:4, que dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Debemos leer también Juan 6:57, que dice: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Estas palabras son mucho más profundas, y nos muestran que el Señor no solamente está cerca de nosotros sino que también se ha mezclado con nosotros.

DIOS ENTRA EN EL HOMBRE A FIN DE LLEVAR UNA SOLA VIDA Y UN SOLO VIVIR CON ÉL

  No debemos tratar este asunto como si fuera una doctrina; más bien, debemos recibir una verdadera impresión de ello. Queremos recibir la visión misteriosa revelada en el Evangelio de Juan. ¿Qué es una visión y qué es una revelación? Si cubriera mi cara con un velo, ustedes no podrían ver mi rostro; así que, no habría revelación. La revelación es semejante a quitarme el velo para mostrarles mi cara. Sin embargo, si existiera tal revelación pero ustedes fueran ciegos o no hubiera luz, aún no podrían ver mi cara. Sabrían que algo había sido revelado, pero no sabrían qué. Sin embargo, si hubiera luz y ustedes también tuvieran la facultad de la vista, entonces al ser quitado el velo, inmediatamente me verían. Mi cara sería una visión para todos ustedes. Una visión es una escena poco común, una escena extraordinaria.

  El Evangelio de Juan es un libro lleno de revelación. Sin embargo, para que recibamos revelación, es necesario que la luz resplandezca y que tengamos la facultad espiritual de la vista. Por consiguiente, necesitamos buscar al Señor. La revelación contenida en el Evangelio de Juan ha sido presentada; no obstante, aún necesitamos el resplandor del Señor y que el Señor nos dé ojos espirituales a fin de que veamos la escena en este libro y recibamos una visión.

  El Evangelio de Juan habla acerca de Dios, quien es el Creador de todas las cosas. El propósito de este libro es mostrarnos cómo este Dios se forja a Sí mismo en el hombre. ¿Cómo logra Dios esto? La mejor manera de ingerir algo es comiéndolo. ¿Es necesario, entonces, que Dios se divida en pequeños pedazos? Inicialmente, no había manera de que pudiéramos comer a Dios, porque en calidad de Creador, Dios es misterioso, incomprensible, grande y glorioso. Si Él se acercara a nosotros en calidad de Creador, nos tendríamos que postrar ante Él llenos de temor y temblor. Por tanto, el Evangelio de Juan revela primero que el Verbo era Dios: “En el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios” (1:1). ¿Para qué sirven las palabras? Para expresar y explicar. En el libro de Juan, el Dios misterioso y oculto se expresó como el Verbo. Cristo, en calidad de Verbo, habla y expresa al Dios misterioso y oculto. Si alguien no conoce a Dios, simplemente debe venir a Cristo, ya que Él es la explicación de Dios. En segundo lugar, Dios se hizo carne, un hombre (v. 14). El Dios grande y glorioso se hizo hombre a fin de que los hombres pudieran acercarse a Él sin temor. En tercer lugar, este Dios encarnado era el Cordero. El hombre es pecaminoso pero Dios es santo, y Dios no puede tener contacto con nada que tenga pecado. Por tanto, el Cordero de Dios llevó nuestros pecados a la cruz y los eliminó. En la cruz, Él efectuó la redención al derramar Su sangre, y después fue sepultado. Luego, algo maravilloso aconteció, algo que nunca había ocurrido en la historia humana. Después de ser sepultado Él resucitó, y en Su resurrección todavía tenía un cuerpo humano, pero además, fue hecho el Espíritu. Posteriormente vino adonde estaban los discípulos, y aunque las puertas estaban cerradas, Él entró, sin llamar a la puerta y sin que nadie le abriera. De hecho, ni siquiera entró en el cuarto; simplemente apareció de pie en medio de ellos (20:19). Su cuerpo misterioso sencillamente va más allá de nuestro entendimiento. Mientras Él estaba de pie en medio de los discípulos, no les predicó ni les dio alguna enseñanza. En vez de eso, sopló en ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (v. 22). De esta manera, Él entró en ellos. Dios entró en los discípulos para ser uno con ellos. Ambos —Dios y el hombre, el hombre y Dios— llegaron a ser uno, teniendo una misma vida y un solo vivir. Por medio del Espíritu, Dios puede vivir en el hombre, y el hombre puede vivir por Dios.

  El Evangelio de Juan dice claramente que Dios es Espíritu (4:24). Puesto que Dios es Espíritu, Él puede entrar en el hombre. Mucho antes de que Dios entrara en el hombre, Él preparó un espíritu en el hombre. El hombre tiene un espíritu dentro de él. Este libro dice que es necesario que el espíritu dentro del hombre sea regenerado (3:6). El espíritu humano necesita ser regenerado por Dios, quien es el Espíritu divino. De esta manera, el Espíritu divino puede ser engendrado en el espíritu del hombre. Además, este libro dice que este Dios misterioso no sólo es nuestra vida, sino también nuestro pan de vida (6:35). Por tanto, podemos comerle e ingerirle. Sin embargo, no le comemos de la misma manera en que comemos pan. El Señor dijo: “El Espíritu es el que da vida; ... las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (v. 63). Esto significa que debemos recibir las palabras del Señor con nuestro espíritu. Entonces, lo obtendremos a Él, y Él será la vida dentro de nosotros. Finalmente, Él dijo que los que le comieran vivirían por causa de Él (v. 57). No vivimos por nosotros mismos, sino por el Espíritu que hemos recibido.

  Debemos descubrir qué clase de libro es el Evangelio de Juan. Este libro nos muestra que Dios, después de pasar por el proceso de encarnación, muerte y resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Ahora lo único que tenemos que hacer es ejercitar nuestro espíritu a fin de recibirle. De esta manera, Él entra en nuestro espíritu y se mezcla con nosotros como un solo espíritu. Él llega a ser nuestra vida y suministro de vida, y vivimos por Él. Ambos —Él y nosotros, nosotros y Él— tenemos una sola vida, un mismo vivir y un solo andar.

EL QUE DIOS Y EL HOMBRE VIVAN JUNTOS ESTÁ ESTRECHAMENTE RELACIONADO CON EL ESPÍRITU

  En Juan 15, el Señor dijo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4). ¿Cómo podemos permanecer en Él, y Él en nosotros? Dicha experiencia está estrechamente relacionada con el espíritu. Puesto que Él es el Espíritu, podemos permanecer en Él, y Él también puede permanecer en nosotros. Hoy, todos permanecemos en la esfera del aire, y el aire permanece en nosotros. Según las Escrituras, el aire es un tipo del espíritu. Además, en el Antiguo Testamento los términos aire y espíritu proceden de la misma palabra hebrea, y en el Nuevo Testamento, proceden de la misma palabra griega. El Señor Jesús sopló en Sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (20:22). Sería muy apropiado traducir las palabras del Señor: “Recibid el Aliento Santo”. El Espíritu es el aliento. Nuestro Señor hoy es el aliento santo. Esta es la razón por la que hoy podemos permanecer en el Señor, y el Señor también puede permanecer en nosotros.

  Si leyéramos el Evangelio de Juan como alguien que nunca antes haya escuchado el evangelio ni leído la Biblia, veríamos algo maravilloso. Veríamos que después de hacer tantas cosas, Dios llegó a ser un Espíritu maravilloso, y que Él se ha infundido en nosotros mediante Su soplo. También veríamos que tenemos un espíritu para poder recibirlo en nosotros. En nuestro espíritu hemos sido regenerados; en nuestro espíritu podemos tener contacto con Él; en nuestro espíritu podemos vivir por Él; en nuestro espíritu podemos permanecer en Él; y en nuestro espíritu, Él puede permanecer en nosotros.

SOLAMENTE NECESITAMOS VIVIR EN EL ESPÍRITU Y POR EL SEÑOR

  La mayoría de nosotros entendemos este asunto claramente. Lamentablemente, cuando se trata de nuestro vivir diario, la mayor parte del tiempo no tomamos en cuenta el Evangelio de Juan. Por ejemplo, supongamos que me despierte una mañana y recuerde las palabras en Efesios que dicen que los maridos deben amar a sus esposas. Luego, comienzo a orar: “Señor, estoy de acuerdo en que los maridos deben amar a sus esposas; pero, Señor, Tú sabes que soy débil y que no puedo amarla. Ayúdame por favor y, como el Espíritu Santo, impúlsame”. Supongamos que tengo un buen avivamiento matutino aquella mañana, pero como resultado de ello, me retraso y llego diez minutos tarde al desayuno. Tan pronto como me ve mi esposa, me dice: “¿Qué te pasó? ¿Dónde estabas? ¿No sabes qué hora es?”. Entonces, inmediatamente respondo y digo: “Esto es una cruz de parte del Señor. ¡Debo llevar la cruz!”. Al oír estas palabras, mi esposa se enfada tanto que discute conmigo e incluso me tira unos palillos chinos. “¿Qué quieres decir con llevar la cruz?”, me pregunta ella. Entonces me digo para mí mismo: “Oh, tengo que recibir la disciplina del Espíritu Santo. Necesito aceptar este ‘cuchillo’. Tengo muchas cosas afiladas en mi ser. Mis padres no me corrigieron cabalmente, así que ahora necesito que mi esposa lo haga. ¡Oh, debo tomar la cruz! ¡Debo recibir la disciplina del Espíritu Santo!”. Luego, no tomo el desayuno y me voy apresuradamente al trabajo, mientras que en mi corazón sólo pienso en llevar la cruz y en recibir la disciplina del Espíritu Santo. Sin embargo, al mediodía, cuanto más considero la situación, más me enfado y pienso: “¡Ella no debió tirarme esos palillos chinos!”. Pero entonces me digo a mí mismo: “No es correcto pensar así. ¡Debo orar! Debo orar y velar para no caer en tentación”. Por tanto, oro: “¡Oh Señor, líbrame de caer en tentación!”. Cuando vuelvo a casa después del trabajo, mi esposa aún está enojada conmigo. Cuando me ve, las primeras palabras que dice son: “¿Ya has llevado la cruz lo suficiente? ¿Has aprendido la lección de ser disciplinado por el Espíritu Santo?”. A veces el Señor permite que Satanás nos moleste de esta manera.

  Hay diferentes maneras de ver nuestras circunstancias. Quizás pensemos que todas las cosas que nos suceden son lecciones de parte de Dios. Sin embargo, si tuviéramos la luz del Evangelio de Juan, veríamos las cosas desde otro ángulo y nos daríamos cuenta de que no se trata simplemente de “aprender lecciones”. Veríamos que todas las cosas que nos suceden son pruebas para comprobar si vivimos en el espíritu o en nuestro yo. Cuando verdaderamente vivimos en el espíritu, no hay necesidad de llevar la cruz, ser quebrantados ni ser disciplinados por el Espíritu Santo. Incluso si nuestra esposa hiciera un gran alboroto, no nos sentiríamos molestos, sino que simplemente viviríamos en el espíritu. Si su esposa le diera sopa de pollo, usted diría: “Aleluya”. Si ella sólo le diera agua, usted también diría: “Aleluya”. Usted simplemente viviría en el espíritu. Si usted trata de llevar la cruz y recibir la disciplina del Espíritu Santo sin vivir en el espíritu, sólo provocará que su esposa le discipline más. El diablo sabe cómo tratar con nosotros. Cuando procuramos no enojarnos, el diablo nos molesta una y otra vez hasta que nos enfademos. Al estar bajo la irritación constante del diablo, un día le tiraremos los palillos chinos a nuestra esposa. Entonces ella se pondrá feliz y dirá: “¡Así que tú también tiras los palillos! ¡Ahora somos iguales!”. La mejor manera de silenciar a Satanás no es fingir, ni ser pacientes, ni “aprender lecciones” ni ser quebrantados, sino vivir en el espíritu. No debemos saber nada sino vivir en el espíritu. Hoy el Señor vive en nuestro espíritu, y debemos vivir por Él. Cuando nos reprendan debemos vivir por Él; cuando nos abracen y nos besen, debemos vivir por Él; y cuando nos abofeteen, también debemos vivir por Él.

  No piensen que éstas son sólo mis palabras. El propio Señor dijo en el Evangelio de Juan: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (6:57). Debemos vivir por Él, no solamente veinte minutos al día, sino las veinticuatro horas del día. No sólo debemos vivir por Él cuando nuestra esposa nos bese, sino que también debemos soportar y llevar la cruz cuando ella nos reprenda. No se trata de orar y velar para no caer en tentación solamente cuando vamos de compras; más bien, debemos vivir por Él cuando entramos en el salón de reunión así como cuando entramos en un almacén. Ya sea que esté delante de nosotros el capítulo tres de Juan o que estén delante de nosotros otras cosas, de cualquier forma debemos vivir por Él. Nuestra situación quizás cambie exteriormente, pero interiormente siempre debemos estar en una condición en la que vivimos por Él.

VIVIR EN EL ESPÍRITU ES LA ENSEÑANZA MÁS ELEVADA

  La enseñanza más elevada que se halla en las Escrituras es la de vivir en el espíritu. En los últimos siglos, este asunto nunca ha sido presentado de una manera tan clara como ahora. Buscar la santidad, ir en pos de la victoria, llevar la cruz y recibir la disciplina del Espíritu Santo, todos estos son temas que se encuentran en las Escrituras. Sin embargo, todos estos asuntos son simplemente ramas; el tronco, el fundamento, es vivir en el espíritu. La razón por la que buscamos la santidad es que no vivimos en el espíritu; si viviéramos en el espíritu, no sería necesario buscar la santidad. La razón por la que procuramos ser pacientes y victoriosos es que no vivimos en el espíritu; si viviéramos en el espíritu, no sería necesario ir en pos de la paciencia y de la victoria. La razón por la que requerimos ser disciplinados por la cruz es que vivimos en el yo; sin embargo, si viviéramos en el espíritu no habría necesidad de ser disciplinados por la cruz. La disciplina de la cruz tiene como fin llevarnos a vivir en el espíritu. Si nos esforzamos para ser disciplinados por la cruz, pero procuramos obtener esto aparte del espíritu, lo que ocurre simplemente es que estamos cambiando nuestro entendimiento acerca de la situación. Por ejemplo, quizás un hermano nos haya agraviado, haya mentido acerca de nosotros o nos haya ofendido. Al principio, es posible que no podamos olvidar la ofensa, pero más tarde pensamos: “Ahora me doy cuenta de que el Señor me está tratando de esta manera a fin de quebrantarme. Soy un viejo testarudo, y nadie me puede ayudar. Por tanto, Dios me ha dado a tal hermano. Gracias al Señor, mi entendimiento ha cambiado. Ya no culpo a ese hermano. Ahora entiendo que Dios está usando a ese hermano como un hacha para quebrantarme. Por tanto, Padre, te doy gracias; ahora me gustaría besar el hacha”. Podemos tener un cambio de entendimiento, pero aún así no vivir en el espíritu. Podemos esforzarnos por llevar la cruz tres veces al día, pero todavía no vivimos en el espíritu ni siquiera por cinco minutos.

  Dios no requiere que busquemos la santidad, la victoria, la cruz o el quebrantamiento; al contrario, Dios desea ser nuestra vida a fin de que vivamos por Él. Espero que una gran luz resplandezca sobre nosotros y derribe cualquier otra enseñanza. No necesitamos aprender esta o aquella lección; antes bien, necesitamos el espíritu y tenemos que vivir en el espíritu. En cierto sentido, Dios no necesita que una persona sea quebrantada o pulida, sino que viva por Él. Dios no necesita personas que vivan por Él sólo por cinco minutos y luego dejen de hacerlo. Él necesita personas que, día y noche, las veinticuatro horas del día, vivan en el espíritu, vivan por Él, y vivan con Él tomándolo como su vida.

  ¿Por qué entonces la Biblia contiene tantas otras enseñanzas? Las otras enseñanzas son pruebas que determinan si vivimos en el espíritu o no. No debemos confundirnos y pensar que tales enseñanzas están en la Biblia para que las practiquemos. Más bien, están allí para comprobar si vivimos en el espíritu o no. El Evangelio de Juan no nos enseña que seamos humildes o pacientes, que llevemos la cruz ni que aprendamos esta o aquella lección. El énfasis principal del Evangelio de Juan se halla en tres versículos: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (6:57); “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (15:4); y “El que me ama, ... vendremos a él y haremos morada con él” (14:23). ¿Cómo podemos vivir en Él, y cómo puede Él vivir en nosotros? La única manera de cumplir esto fue que Él llegara a ser el Espíritu. Juan 15 necesita Romanos 8 como su continuación. Sin Romanos 8, no sabríamos claramente cómo permanecer en el Señor. Permanecer en el Señor es permanecer en el espíritu, poner nuestra mente en el espíritu y andar siguiéndole de cerca, es decir, andar conforme al espíritu. Cuando andamos conforme al espíritu al poner nuestra mente en el espíritu, permanecemos en el espíritu y también permitimos que el Señor permanezca en nosotros. No debemos esperar hasta que lleguen las pruebas para comenzar a orar, pidiéndole al Señor que nos dé resistencia y fuerzas a fin de poder experimentar el quebrantamiento. En ese momento ya es demasiado tarde para pedir auxilio, y la oración no nos será de ayuda. El hecho de que nos volvamos al Señor solamente cuando enfrentemos pruebas, nos muestra que no vivimos en el espíritu. Si viviéramos en el espíritu, no importaría si experimentamos pruebas o tentaciones, o si somos objeto del favor y compasión de Dios, ni tampoco importaría ninguna otra cosa. Todo eso no importaría, porque simplemente viviríamos en el espíritu. No importa hacia dónde sople el viento —ya sea que nuestra esposa se enfade con nosotros o que un hermano discuta con nosotros— nada de ello nos afectará. Simplemente viviremos por nuestro Señor y viviremos en el espíritu.

NECESITAMOS EJERCITARNOS Y PONER EN PRÁCTICA VIVIR CON EL SEÑOR

  Este camino es sumamente simple. El Señor se hizo carne y efectuó la redención por nuestros pecados; luego, resucitó y llegó a ser el Espíritu vivificante a fin de que lo recibiéramos. Cuando usamos nuestro espíritu para recibirle, inmediatamente Él entra en nuestro espíritu y nos regenera. Además, en nuestro espíritu Él llega a ser nuestra vida, nuestro suministro de vida e incluso nuestra persona. Él y nosotros tenemos una sola vida, un mismo vivir, un solo mover y un solo actuar. Simplemente vivimos por Él. Nosotros no sabemos lo que significa amar al mundo o no amarlo; tampoco sabemos qué es aborrecer a otros o amarlos; ni siquiera sabemos qué es ser orgullosos o humildes. Simplemente vivimos por Él. Esto es lo que Dios se ha propuesto recobrar en esta era. Por muchos siglos esto es lo que Él ha buscado, pero no lo ha podido obtener. Si les hablamos a las personas sobre la redención, la victoria, la santidad, la cruz y el quebrantamiento, ellas entienden. Sin embargo, si les hablamos acerca de vivir en el espíritu, acerca de llevar una sola vida y un solo vivir con el Señor las veinticuatro horas del día, tal pareciera que entienden pero no muestran interés en ello. Después de entender este asunto, nadie se ejercita para ponerlo en práctica. Incluso después de leer este mensaje, ¿cuántos de nosotros nos ejercitaremos para poner en práctica este asunto? Mañana por la mañana, cuando se presente una situación, quizás nos olvidaremos de este mensaje y de nuevo procuraremos resistir pacientemente, intentaremos amar a nuestra esposa o trataremos de someternos a nuestro marido. Debido a que no tenemos la realidad de este asunto en nuestro ser, no se produce ningún efecto en nosotros ni ninguna respuesta.

  Existe un libro en la Biblia, el Evangelio de Juan, que específicamente nos muestra este asunto. Dios se hizo carne a fin de ser el Cordero de Dios, quien efectuó la redención. Además, después de Su muerte y resurrección, Él llegó a ser el aliento de vida y se infundió en nosotros por medio de Su soplo. Cuando Él entra en el hombre, el Padre también entra. Cuando Él entra en el hombre, el Hijo también entra. Él está dentro del hombre como vida, pan, agua de vida, aire espiritual y como una persona. El hombre lleva una sola vida y un mismo vivir con Él, de tal modo que puede expresarlo en su vivir. Esta es la historia de la relación de Dios con el hombre. Se ha hablado acerca de este asunto cientos de veces, incluso miles de veces; sin embargo, en nuestro vivir diario, la mayoría de nosotros no lo pone en práctica. Hemos oído muchas enseñanzas en el pasado, y hemos estado dispuestos a ejercitarnos y ponerlas en práctica; la única excepción es la visión que se encuentra en el Evangelio de Juan. Se ha hablado de este asunto, y lo hemos oído, pero no ha producido ningún efecto en nosotros.

  Todos los que estamos en la iglesia necesitamos recibir una visión. Tenemos que ver que no se trata de ser santos o victoriosos, ni de esto ni lo otro. Actualmente todo recae en el hecho de que el Dios Triuno como Espíritu todo-inclusivo está en nuestro espíritu para ser nuestra vida y nuestro todo. Vivimos por Él, y Él y nosotros somos uno: somos uno en vida y en nuestro vivir. Él es nosotros, y nosotros somos Él. La vid no es sólo Él, sino también nosotros, ya que nosotros somos los pámpanos de la vid. Si pudiéramos preguntarle a un pámpano: “¿Qué haces?”, nos respondería: “No sé nada. Lo único que sé es vivir y permanecer en la vid; produzco hojas cuando es el tiempo de hacerlo, florezco cuando es el tiempo de hacerlo, y llevo fruto cuando es el tiempo de hacerlo. Todo depende de la ley natural de vida. Como pámpano que soy, simplemente permanezco en la vid. Esto es así de simple”.

  Sin embargo, nosotros hemos estado confundidos debido a que hemos acumulado muchas cosas interiormente, tales como la cultura humana, los conceptos religiosos, los pensamientos éticos y las doctrinas cristianas. Algunos proponen una cosa, mientras que otros proponen otra. Algunos desean predicar el evangelio extensamente; otros desean tener más tiempo para orar; y aun otros desean hablar en lenguas. Necesitamos leer nuevamente el Nuevo Testamento. Si lo leyéramos de manera imparcial, inclinaríamos la cabeza y diríamos: “El pensamiento fundamental, el punto central y el énfasis de la Biblia, es que Dios se hizo el Espíritu vivificante, el Espíritu todo-inclusivo”. Él lo ha realizado todo. Ahora Él está esperando que lo recibamos en nosotros. Todos tenemos un espíritu para recibirle, y podemos vivir por Él. Esto no es una doctrina, una exhortación ni un reglamento religioso; más bien, es el Espíritu viviente, una Persona viviente, quien mora en nosotros, y ahora nosotros vivimos por Él. Todo está aquí. Si tenemos esto, lo tenemos todo.

VIVIR EN EL ESPÍRITU ES EL CAMINO MÁS SIMPLE, CONVENIENTE Y EXCELENTE

  Algunos santos me han dicho: “Hermano Lee, hace más de veinte años, cuando nos entrenaba aquí en Taipei, usted habló de algo diferente”. Les respondí: “¡Tienen razón; eso fue en 1953, y hoy estamos en 1975!”. Reconozco que he cambiado. En 1953 había aprendido algo, pero hoy he aprendido más. La primera vez que fui a los Estados Unidos, volé en el avión más rápido de aquel tiempo. Volé a no más de trescientas millas por hora; me tomó veintiséis o veintisiete horas llegar a los Estados Unidos, y pensé que eso era muy rápido. Sin embargo, hoy los jets pueden volar a más de quinientas millas por hora, y solamente tarda unas diez horas volar desde los Estados Unidos hasta aquí. Cuando estaba a bordo de un jumbo 747, me sentía como en casa. El vuelo fue muy cómodo, calmado y tranquilo. ¿Preferirían ustedes tomar el 747, o un avión construido en 1946? Si prefieren el avión anticuado, serían insensatos. Esto no significa que esa clase de avión no sirva para nada; todavía tiene cierta utilidad, pero no es tan útil como el 747. En el pasado hablé acerca de buscar la santidad e ir en pos de la victoria. Por ejemplo, un tiempo atrás compartí diecinueve mensajes sobre la experiencia de vida, y cada uno de esos mensajes siguen siendo útiles hoy. Sin embargo, si hablara otra vez sobre el tema, no necesitaría dar diecinueve mensajes; sólo tendría que hablar cuatro palabras: “Vivir en el espíritu”. Vivir en el espíritu es suficiente. Si vivimos en el espíritu, jamás satisfaremos los deseos de la carne. Si vivimos en el espíritu, espontáneamente desecharemos el mundo.

  El camino más simple, conveniente y excelente es vivir en el espíritu. El Evangelio de Juan no hace énfasis en ninguna otra cosa. Dicho evangelio presenta versículos tales como: “Vivirá por causa de Mí”, “Permaneced en Mí”, “Porque Yo vivo, vosotros también viviréis”, y “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (6:57; 15:4; 14:19, 20). Luego, en Romanos 8 dice: “Andamos ... conforme al espíritu” (v. 4). Es suficiente vivir y andar conforme al espíritu. Debemos ejercitar el espíritu. El mejor camino a seguir es vivir en el espíritu las veinticuatro horas del día. Entonces, cuando asistamos a una reunión, podremos expresar algo en el espíritu. Habremos ejercitado nuestro espíritu hasta el grado en que éste sea viviente y fresco, y tendrá un rico depósito que nos permitirá ejercer nuestra función en la reunión del modo que deseemos. Si deseamos alabar, habrá alabanza; si deseamos orar, habrá oración; si deseamos ministrar la palabra, tendremos palabras; si deseamos testificar, habrá testimonios. No seremos como somos hoy, a saber, la mayor parte del tiempo no vivimos en el espíritu y sólo vivimos en el espíritu cuando empezamos a prepararnos para ir a la reunión. Por eso difícilmente podemos hablar algo en las reuniones.

  Si hemos recibido la visión, veremos que lo que el Señor quiere hacer hoy es forjarse a Sí mismo en nosotros para que podamos vivir por Él. No se trata de vivir por Él en la mente, sino de vivir por Él en el espíritu. Si diariamente viviéramos por Él de esta manera, nuestro espíritu fluiría y sería viviente y eficiente; además, seríamos ricos en experiencias y podríamos expresar tales riquezas cabalmente. De este modo, las reuniones de la iglesia serían liberadas de las ordenanzas. Esto es lo que debemos ver hoy. Este es el camino del Señor, el camino apropiado, que debemos tomar a fin de preparar Su novia para que Él pueda regresar.

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