
Lectura bíblica: Mt. 4:4; 2 Ti. 3:15-17; Jn. 6:63; Ef. 6:17-18a
La Biblia nos muestra que el deseo básico que Dios tiene con respecto a nosotros consiste en forjarse en nosotros para ser nuestra vida, nuestro suministro de vida e incluso nuestro disfrute a fin de que podamos estar llenos y satisfechos de modo que Él pueda manifestarse en nuestro vivir y ser expresado por medio nuestro.
Sin embargo, a fin de que Dios pueda forjarse en nosotros de este modo para ser nuestra vida y nuestro suministro de vida, se requieren dos medios. Nuestro Dios es grande y santo, y Él también es muy misterioso. Por el lado nuestro, lo contactamos a diario y lo recibimos en nuestro ser como nuestra vida, nuestro suministro de vida y nuestro disfrute, mientras que por el lado de Dios, Él se forja en nosotros. La Biblia nos dice que es por medio de Su Palabra y Su Espíritu que Dios puede forjarse en nuestro interior para ser nuestra vida y nuestro suministro de vida. Dios nos ha dado dos dones extraordinariamente grandes: el primero es la Palabra de Dios, y el segundo es el Espíritu de Dios.
La palabra de Dios es la Santa Biblia. La Biblia, la palabra de Dios, es dada a nosotros por Dios como un don extraordinariamente grande. La palabra de Dios no es abstracta en lo absoluto; ha sido escrita y puesta en nuestras manos de forma sólida, y podemos leerla cada día. No sólo eso, sino que también podemos rumiar, considerar e incluso investigar la palabra de Dios. Sin embargo, no deberíamos imaginar cosas descabelladas acerca de ella con nuestra mente. Más bien, nuestros pensamientos deben centrarse alrededor de las palabras de la Biblia. Deberíamos fijar nuestra mente en las palabras de la Biblia, digerir las palabras de la Biblia y masticar las palabras de la Biblia. De este modo, al menos habremos tocado la revelación de Dios y Su deseo expresado.
Podríamos ilustrar esto de la siguiente forma. Quizás esta mañana usted quiera contactarme, y tal vez yo también quiera contactarlo a usted. Sin embargo, usted podría permanecer sentado en silencio y yo podría estar de pie aquí callado, sin que ninguno de nosotros pronuncie palabra alguna. Si después de una hora y media de silencio nos alejamos el uno del otro, nada habremos recibido. Nada de mí entró en usted, y nada de usted entró en mí. Sabemos que es al hablar que nos contactamos unos a otros y fluimos los unos a los otros. A veces también necesitamos utilizar nuestros ojos para transmitir nuestros sentimientos. Cuando usted me mira y yo lo miro a usted, podemos entendernos el uno al otro. Cuando usted me ve reír, sabe que estoy alegre, y cuando yo veo que usted llora, sé que está triste. Sin embargo, no importa cuánto transmitamos por medio de nuestros ojos, es posible que aún no conozcamos la verdadera situación. Por tanto, todavía necesitamos hablar los unos con los otros. Yo necesito preguntarle: “¿Por qué llora? Hábleme acerca de eso”. Cuando usted me habla, su historia entra en mí y yo recibo su perspectiva. Su aclaración y explicación son una revelación. Después que usted ha hablado conmigo, veo su lado de la historia. Entonces comprendo que usted quizás fue acusado erróneamente por su padre esta mañana. Al mismo tiempo también entiendo por qué usted no derrama lágrimas delante las personas en la calle; más bien, usted derrama sus lágrimas ante mí porque sabe que yo puedo mostrar alguna preocupación y simpatía para con usted. En otras palabras, usted tiene un lugar donde puede derramar sus sentimientos. Esto me hace entender por qué usted derrama lágrimas. No obstante, esto es solamente una revelación; usted aún no puede entrar en mí. Aunque yo podría decir unas palabras para consolarlo de modo que usted también reciba mi punto de vista, yo todavía no tengo la manera para entrar en usted.
Si Dios nos hubiera dado meramente Su Palabra, sólo podríamos entender Su intención, y como mucho, podríamos conocer Su revelación, pero Él no podría entrar en nosotros. Por tanto, Él debe dar un segundo paso, es decir, que Él debe llegar a ser el Espíritu. He dicho repetidas veces que el Señor Jesús se encarnó a fin de redimirnos; Él se vistió de un cuerpo de sangre y carne, y luego murió por nosotros en la cruz, sufrió el juicio de parte de Dios y derramó Su sangre preciosa para redimirnos de nuestros pecados. Después de efectuar la obra de redención, Él resucitó de los muertos y fue hecho el Espíritu vivificante. En 1 Corintios 15:45 se nos dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Cuando creemos en Él, confesamos nuestros pecados y le recibimos como nuestro Salvador, Él como Espíritu vivificante entra en nosotros. Esto realmente es un asunto misterioso.
En el griego, la palabra traducida “espíritu” es pnéuma, que también puede traducirse como “aliento”. Después de Su muerte y resurrección, el Señor Jesús llegó a ser el Espíritu, y este Espíritu es aliento. En este punto el idioma chino es muy significativo. Cuando alguien muere, no nos gusta decir que murió, sino que más bien decimos que expiró, es decir, que respiró su último aliento. Expirar significa no tener más aliento, y no tener más aliento equivale a no tener vida. Por consiguiente, Juan 6:63 dice: “El Espíritu es el que da vida”. En este versículo se vincula la vida con el Espíritu. El Espíritu de vida es el aliento de vida. El aliento es espíritu y el espíritu es aliento. Nuestro Salvador Jesús es Dios que llegó a ser hombre para ser nuestro Salvador. Sin embargo, Él no se detuvo allí. Más bien, Él murió y resucitó, y en resurrección Él es el Espíritu de vida, el aliento de vida. Es por esto que Él dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (v. 63b). Aquí, espíritu y vida están en conjunto nuevamente. Lo que es espíritu es vida. Esto significa que el espíritu, el aliento y la vida son una misma cosa. Si no tenemos aliento, no tenemos vida. Nuestro cuerpo físico puede ilustrar esto. A veces cuando estamos enfermos, podríamos sentir que estamos faltos de aliento. En el hospital se provee oxígeno a los pacientes que están faltos de aliento. Otro ejemplo es que cuando la llanta de un carro no tiene suficiente aire, es necesario llevarla a la gasolinera e inflarla. De modo similar, cuando nuestro cuerpo está falto de aliento, necesitamos ir al hospital para ser “inflados”.
Necesitamos ver que Dios, quien es nuestro Señor, no sólo nos habla, sino que también sopla Su aliento en nosotros. El Evangelio de Juan tiene veintiún capítulos. El primer capítulo dice que en el principio era la Palabra y la Palabra era Dios. La Palabra es el Señor mismo. El Señor es la Palabra; Él es la Palabra de Dios. En la superficie, la Biblia contiene relatos, historias, amonestaciones, advertencias, convicciones y enseñanzas. Sin embargo, al leer la Biblia usted no sólo obtiene estas cosas. Lo que usted obtiene es a Cristo. Si usted no gana a Cristo después de leer las Escrituras, entonces ha leído en vano. Leemos la Biblia para recibir más de Cristo en nosotros.
La Biblia es la palabra de Dios, y Cristo es la palabra viva de Dios. El Evangelio de Juan primero nos dice que Cristo es la Palabra. Luego nos dice que este Cristo que es la Palabra se hizo carne, vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, y finalmente fue crucificado. Juan 19 nos dice que de Su costado fluyó sangre y agua mientras Él estaba en la cruz (v. 34) La sangre representa la redención, que soluciona el problema de nuestro pecado. El agua representa al Espíritu como agua viva a fin de que recibamos vida. Por medio de Su muerte, Cristo efectuó la redención, representada por la sangre, y de Él fluyó el Espíritu como agua viva a fin de suministrar vida al hombre.
Después de lograr estas cosas, Él resucitó en el capítulo 20. En la noche del día de Su resurrección, Él regresó y estuvo de pie en medio de Sus discípulos. Su regreso en este momento fue diferente a las veces anteriores. Anteriormente, antes de Su crucifixión, Él estaba en la carne; ahora, después de la resurrección, Él es un Espíritu. Él vino como Espíritu a los creyentes cuando ellos se congregaron. Ellos habían cerrado bien las puertas y las ventanas por miedo a la persecución de parte de los judíos. El Señor Jesús ni tan siquiera tocó la puerta, y nadie abrió la puerta, pero de repente el Señor estaba de pie en medio de ellos. Por consiguiente, ellos estaban confundidos y pensaron que quizás era un fantasma. No obstante, el Señor vino con Su cuerpo resucitado y sopló en los discípulos, diciendo: “Recibid el Espíritu Santo”. Por lo tanto, el Evangelio de Juan comienza diciéndonos que el Señor es la Palabra que existió desde el principio, y termina diciéndonos que el Señor es el aliento, es decir, el Espíritu. En el capítulo 1 el Señor es la Palabra, mientras que en el capítulo 20 Él es el Espíritu. Primero se ve la Palabra y luego el Espíritu, y en medio del libro encontramos Juan 6:63, que dice: “El Espíritu es el que da vida; [...] las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Al comienzo del Evangelio de Juan está la Palabra, y al final está el Espíritu, y entremedio están la palabra y el espíritu. El Espíritu es el que da vida, el que hace que las personas tengan vida. Las palabras que el Señor nos habló son espíritu y son vida. Si sólo existiera la Palabra, sólo tendríamos la expresión de una intención; si no existiera el Espíritu, el Señor no podría entrar en nosotros. Gracias al Señor, ahora tenemos la Palabra y el Espíritu.
Estos tres —el Señor, la Palabra y el Espíritu— son uno solo. El Señor es la Palabra, y Él también es el Espíritu. La Palabra es el Espíritu y el Espíritu es el Señor. Por consiguiente, estos tres son uno solo. Juan 6:63 dice: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu”. Muchos cristianos reconocen que las palabras habladas por el Señor son el Espíritu, pero se les hace difícil creer que el Espíritu es la palabra. Efesios 6:17 dice: “Y recibid el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios”. La palabra es el Espíritu y el Espíritu es la palabra. Juan 6:63 dice que la palabra es el Espíritu, mientras que Efesios 6:17 dice que el Espíritu es la palabra. Según Juan 1:1: “En el principio era la Palabra [...] y la Palabra era Dios”. Por ende, el Señor es la Palabra. Luego, en 20:22 el Señor vino y sopló en los discípulos, diciendo: “Recibid el Espíritu Santo”. El aliento que el Señor sopló era el Espíritu Santo; esto comprueba que el Señor es el Espíritu. Además, hay otros dos lugares en la Biblia que dicen que el Señor es el Espíritu. En 1 Corintios 15:45 se nos dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”, y 2 Corintios 3:17 dice: “El Señor es el Espíritu”. Por lo tanto, estos tres versículos, Juan 6:63, Efesios 6:17 y 2 Corintios 3:17, nos muestran que el Señor, la Palabra y el Espíritu son uno solo. Esto tiene como fin que el Señor se forje en nosotros.
Según los versículos mencionados anteriormente, sabemos que el Señor es Dios, la Palabra es Dios y el Espíritu es Dios. Por consiguiente, Dios, el Señor, la Palabra y el Espíritu son uno solo. A fin de entrar en nosotros, este Dios quien es el Señor tiene que ser la Palabra y el Espíritu. Efesios 6:18 dice: “Con toda oración y petición”. La oración y petición son las maneras en que podemos ingerir la palabra de Dios. Esto se podría comparar con una comida que su madre ha preparado y puesto en la mesa. Lo único que se necesita es que usted venga y la ingiera. La mejor manera para usted ingerir, es decir, recibir, una comida es comiendo. Usted no viene a mirar el alimento o estudiarlo; usted viene a comer el alimento. Los padres saben muy bien que muchas veces los niños traviesos y desobedientes sencillamente se sientan a la mesa negándose a comer el alimento, de modo que sólo lo miran. Además, existen algunos nutricionistas que se especializan en estudiar alimentos, pero ellos mismos no comen bien. Del mismo modo, aunque hay una sola Biblia, sus lectores la leen de forma diferente. El doctor Hu Shih leyó la Biblia a manera de estudio, así que sólo pudo ver la Biblia como una obra literaria de alta calidad. Muchos cristianos no vienen a comer cuando leen la Biblia, sino sólo a mirar; por consiguiente, ellos no obtienen nada.
Espero que todos nos demos cuenta de que la Biblia no tiene como meta que nosotros meramente la estudiemos, al igual que una comida no tiene por objetivo el que la estudiemos, sino que la comamos. Cuando usted come el alimento, recibe el alimento, y como resultado de ello, usted gana el alimento. Es por esto que en Efesios 6 Pablo se refiere al Espíritu y la palabra de Dios. Él dijo que usted debe recibir la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios. Aquí él habló del Espíritu y la palabra como una sola entidad. La mayoría de los lectores de la Biblia entienden que la espada del Espíritu es la palabra de Dios. Cuando yo era joven, también se me enseñó de esta manera, y según ello pensaba que la palabra de Dios es la espada. No obstante, aquí no dice que la palabra de Dios es la espada; dice que el Espíritu es la palabra de Dios. De hecho, si la palabra de Dios no fuera el Espíritu, no podría ser la espada, sino meras palabras, doctrinas, o letras negras en papel blanco. La palabra de Dios tiene que ser el Espíritu, y tiene que ser viviente; entonces puede ser la espada.
Pablo ingirió, recibió, la palabra de Dios con toda oración y petición. Él no sólo oró de modo general, sino que él también hizo peticiones de forma particular. La oración es general, mientras que la petición es particular. No sólo esto, sino que Pablo oró con “toda oración y petición”. Toda incluye una gran cantidad de formas. Usted podría orar audiblemente, o usted puede orar suavemente. Usted puede orar rápidamente, o puede orar lentamente. Usted puede orar-leer no sólo de una forma, sino de muchas maneras: por su propia cuenta, con su cónyuge, con un grupo y en las reuniones. Pablo dijo que debíamos recibir la espada del Espíritu, la palabra de Dios, con toda oración y petición. Esto nos dice que oramos toda clase de oración y petición a fin de ingerir, recibir, la palabra de Dios. No acudimos a la palabra de Dios para mirarla o estudiarla, sino para ingerirla y recibirla en nuestro interior.
Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. Si usted sencillamente mira o lee este versículo, es posible que usted no reciba nada incluso si lo lee diez veces. Recientemente mis dos nietos vinieron a visitarme. Su madre les enseñó a recitar Juan 3:16 tanto en inglés como en chino. Ellos lo recitaron muy deprisa: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. Sin embargo, después de oírlos pensé: “Ustedes son dos niños necios; no han recibido nada”. Ellos no sólo lo leyeron, sino que también lo memorizaron, pero no lo recibieron. Por lo tanto, Juan 3:16 todavía no tiene nada que ver con ellos. Por otra parte, yo he ingerido este versículo por casi sesenta años. Fue este versículo, Juan 3:16, el que fortaleció mi fe de modo que pude saber que era salvo. En aquel entonces, yo no sólo leí y estudié este versículo; de hecho, lo oré-leí, aunque no sabía lo que era orar-leer y ni siquiera había escuchado tal expresión.
Aún recuerdo ese día. Todavía no estaba claro acerca de mi salvación, y sentía que debía leer Juan 3:16. Al principio, sólo lo leía, y luego, gradualmente, me volví de leer a recibir. Leí que “de tal manera amó Dios al mundo”, así que oré: “Oh Dios, te doy gracias porque de tal manera amaste al mundo”. Luego, oré de nuevo: “Oh Dios, gracias que Tú me amaste porque yo soy uno que forma parte del mundo. Oh Dios, gracias. De tal manera Tú me amaste que me has dado a Tu Hijo unigénito”. Al principio, leí el versículo utilizando su redacción original, pero con el tiempo comencé a recibirlo. En cuanto comencé a recibirlo, el tono de mi oración cambió y los pronombres cambiaron. Oré: “Te doy gracias, oh Dios, porque de tal manera me amaste y me diste a Tu Hijo unigénito, para que al creer en Él yo no perezca, mas tenga vida eterna”.
Aunque han pasado casi sesenta años, todavía recuerdo esa escena muy claramente. No sólo estaba contento interiormente, sino que también estaba lleno de confianza para declarar a los cielos, la tierra y todas las cosas, incluyendo a Satanás: “Yo tengo vida eterna porque Juan 3:16 lo dice”. En esto consiste recibir y aplicar la palabra de Dios. En ese momento nadie me enseñó, y no sabía lo que era orar-leer, pero espontáneamente oré-leí sin saberlo. No solamente oré-leí por mi propia cuenta, sino que incluso les enseñaba a otros cómo orar-leer cada vez que predicaba el evangelio. Le decía a la gente: “¿Podemos leer Juan 3:16? Lo leeré juntamente con usted”. Mientras leíamos, les ayudaba a orar-leer. De esta forma algunos de ellos fueron ganados. En esto consiste ingerir la palabra de Dios y el Espíritu de Dios al orar-leer.
La palabra de Dios ha sido puesta ante nosotros, y su sustancia es el Espíritu. Por lo tanto, 2 Timoteo 3:16 dice: “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios”. Con respecto a Dios, la Escritura es Su exhalación; con respecto a nosotros, tiene como fin que nosotros la inhalemos. Dios ya ha exhalado. La Biblia es la exhalación de Dios, y hasta el día de hoy, todavía es la exhalación de Dios. Por consiguiente, siempre que usted viene a leer la Biblia, si usted sencillamente lee las letras muertas y no inhala lo que Dios ha exhalado, entonces para usted la Biblia será letras muertas. La Escritura es la exhalación de Dios, mientras que nuestra oración equivale a nuestra inhalación. Es por medio de esta exhalación e inhalación que respiramos a Dios recibiéndolo en nuestro interior. Éste es el significado de las Escrituras. Sin embargo, no importa cuánto Dios exhale, si nosotros no inhalamos, no podemos recibir a Dios como nuestro disfrute y suministro. Es por esto que muchas personas acuden a la Biblia pero no reciben la vida contenida en ella.
Las palabras de la Biblia son la exhalación de Dios, pero cuando usted las convierte en oración, ellas llegan a ser su inhalación. Cada palabra de toda la Escritura es la exhalación de Dios. ¿Cómo puede usted recibir lo que Dios ha exhalado? Es al orar las palabras de las Escrituras. En cuanto usted convierta las palabras de la Biblia en oración, la exhalación de Dios llega a ser la inhalación de usted. Lo que usted inhala es espíritu y vida. Por consiguiente, el Señor dijo que las palabras que Él nos ha hablado son espíritu y son vida. Cuando las palabras del Señor son espíritu para nosotros, también son vida.
Gracias al Señor, muchos de nuestros hermanos y hermanas mayores aman la Biblia, la cual yo también amo. En los cincuenta y ocho años de experiencia que tengo leyendo la Biblia he aprendido un secreto; esto es, que la manera más provechosa de leer la Biblia es orar-leer. Si usted simplemente lee de forma ordinaria: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, esto quizás sea de provecho, pero es meramente una revelación que le permite saber que los cielos y la tierra fueron creados por Dios, es decir, que le permite conocer su origen. Sin embargo, esto es únicamente conocimiento; usted no ha obtenido suministro ni nutrimento alguno de esto. En Mateo 4 el Señor Jesús dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (v. 4). Toda palabra que sale de la boca de Dios es las Escrituras. En Mateo 4 el Señor Jesús hizo frente a tres tentaciones de parte del diablo al citar las palabras de las Escrituras. El Señor dijo: “Toda palabra que sale de la boca de Dios” refiriéndose a las santas Escrituras. Desde el primer versículo hasta el último versículo de los sesenta y seis libros de la Biblia, cada palabra es una palabra que sale de la boca de Dios. Esto corresponde con 2 Timoteo 3:16, el cual dice que “toda la Escritura es dada por el aliento de Dios”. Las palabras que salen de la boca de Dios son la exhalación de Dios. No es suficiente que nosotros meramente leamos y entendamos lo que Dios exhaló, pues entonces eso sería mero conocimiento, revelación y doctrina. Aunque estas cosas son provechosas en el sentido que nos salvan de ser ignorantes, todavía no podemos obtener el nutrimento. ¿Cómo podemos obtener el nutrimento de las palabras de las Escrituras? Es al convertir esas palabras en oración. En esto consiste orar-leer, que es diferente de meramente leer.
La Santa Biblia es la palabra de Dios, y nosotros vivimos de toda palabra que sale de la boca de Dios. Por consiguiente, la Biblia también nos dice que la palabra de Dios es nuestro alimento. Juan 6 nos dice claramente que las palabras que el Señor nos ha hablado son vida (v. 63). En el versículo 35 el Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre”. Él también dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (v. 57). Debido a que en ese momento a Él le preocupaba que los discípulos que le oían no entendieran el significado de Sus palabras, Él añadió las palabras en el versículo 63: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Por lo tanto, podemos ver que las palabras del Señor son el alimento de vida para nosotros.
Sin embargo, no sólo se necesita que el alimento se prepare en la cocina y se coloque en la mesa; también es necesario que usted venga y lo coma. Si usted no come, no obtendrá el nutrimento. Por consiguiente, todos nosotros debemos aprender a hacer una sola cosa. Todo cristiano bueno, viviente y fuerte debe aprender a hacer esta única cosa, es decir, comer la palabra de vida. Todo el mundo actualmente le presta mucha atención a comer de forma nutritiva; por consiguiente, la duración de la vida humana ha aumentado. Hay un viejo proverbio chino que dice que es raro vivir hasta la edad de los setenta años. Alabo al Señor y le doy gracias que ahora tengo casi ochenta años. Mi secreto consiste en comer; yo como apropiadamente cada día. El resultado de esto es que no tengo menos fuerza que aquellos que son más jóvenes.
Por consiguiente, nuestra conclusión es que a fin de ser un cristiano bueno y viviente, uno debe comer todos los días. Si usted desea ser fuerte y saludable, no tiene otra alternativa que comer. No obstante, no coma de modo descuidado; usted debe comer apropiadamente, y también debe comer en el momento apropiado. Hablo esta palabra en especial para los jóvenes. Sé que sin excepción alguna todos ustedes están ocupados. De hecho, todos estamos ocupados; nadie está sentado ociosamente. Satanás no permitirá que nadie esté sentado ociosamente. Evidentemente usted asiste a la escuela o realiza algún trabajo; incluso si usted no hace esto durante todo el día, de todos modos estará ocupado. Sin embargo, no permita que el hecho de que usted está atareado sea su pretexto. Más bien, usted debe eliminar la palabra ocupado de su vida humana. Jóvenes, les recomiendo que ahorren el tiempo que gastan haciendo llamadas telefónicas para chismear. Eso les dará suficiente tiempo para leer la Palabra y comer al Señor. De hecho, esto no requiere mucho tiempo; media hora al día es muy bueno.
Al comer nuestros alimentos, deberíamos comer apropiadamente, no de forma irregular. Por ejemplo, yo fijé un horario para comer tres veces al día —desayuno, almuerzo y cena— y me adhiero a este horario firmemente. Del mismo modo, cuando usted venga a comer la palabra del Señor, debe tener un horario definido. No debería ser el caso que usted come cuando está alegre y no come cuando no está alegre. Más bien, usted come cuando está alegre y también come incluso cuando no está alegre. Además, no sea selectivo en lo que come. Usted necesita leer toda la Biblia. Lo mejor que podemos hacer es tener una lectura diaria de algunas porciones del Antiguo Testamento y algunas del Nuevo Testamento en secuencia. Comience desde el primer capítulo de Génesis en el Antiguo Testamento y con el primer capítulo de Mateo en el Nuevo Testamento. Los hijos obedientes comen todo lo que su madre les sirve y ellos crecen hasta ser saludables. Pero aquellos que son quisquillosos al comer generalmente no son saludables. Espero que ustedes reciban mi pequeña palabra de exhortación.
Les relato mis experiencias a lo largo de decenas de años. No les hablo según la teología o la enseñanza de maestros bíblicos. Más bien, les hablo según la Palabra de Dios y con base en mi experiencia. Todos ustedes deben saber que la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios son dos grandes medios. Dios se da a Sí mismo a nosotros por medio de Su Espíritu y Su exhalación. Él exhala y nosotros tenemos que inhalar. Inhalamos al orar. La mejor oración —y la más segura— consiste en usar las palabras del Señor como nuestra oración. No necesita estudiar exhaustivamente para saber cómo orar; toda la Biblia es su libro de oración. Usted puede leer una frase o un versículo, y entonces puede orar estas palabras. Ésta es la mejor oración.
Cuando oremos, no seamos demasiado rígidos ni fluctuemos constantemente. Primero, debemos usar nuestro espíritu. Contactemos al Señor con nuestro espíritu y pidámosle que nos limpie con Su sangre preciosa. Siempre que contactemos al Señor con nuestro espíritu, sentiremos la necesidad de que Su sangre nos limpie. Quizás no sintamos que hemos pecado, pero de todos modos estamos contaminados porque aún estamos en la vieja creación, en la carne y en el yo. Aunque no hemos pecado, y aunque no hemos hecho ni pensado nada malo, aún estamos en la carne. Puesto que estamos en la carne, necesitamos el lavamiento de la sangre. Por ser aquellos que pertenecemos a la vieja creación, somos inmundos. Por consiguiente, cada vez que vengamos a contactar al Señor al leer Su palabra, primero debemos orar: “Oh Señor, límpiame con Tu sangre preciosa”. Los tipos mencionados en el Antiguo Testamento nos muestran que siempre que alguien acudía para estar delante de Dios, tenía que ofrecer la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Por lo tanto, cuando acudamos al Señor, necesitamos tomarlo a Él como nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones, pidiéndole que nos limpie con Su sangre. Una vez estemos limpio, seremos vivificados en nuestro espíritu por el Espíritu del Señor.
Cuando nuestro espíritu sea vivificado, debemos aprender a no hablar en conformidad con nuestro propio pensamiento y nuestra propia mente, sino según nuestro espíritu. Esto no significa que ya no usamos nuestra mente. Por el contrario, cuanto más usamos nuestro espíritu, más aguda será nuestra mente y más claros y sabios llegarán a ser nuestros pensamientos. Por consiguiente, comencemos a partir de nuestro espíritu; es decir, toquemos al Señor desde la parte más profunda de nuestro ser. Leamos y oremos por medio de Sus palabras. Sencillamente leamos y oremos, oremos y leamos, sin esforzarse demasiado por ser diferente u original o llamativo. Cuando estemos verdaderamente inspirados, podemos decir: “¡Amén, oh Señor, qué bueno es esto! ¡Cuánto te alabo!”. Orar-leer de esta forma causará que la palabra de Dios quede impresa en todo nuestro ser como nuestro suministro.
Pablo dijo: “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:16). Cuando oramos-leemos de este modo y recibimos las palabras del Señor en nuestro interior, algunas de las palabras llegan a redargüirnos, algunas llegan a ser una enseñanza, algunas nos corrigen y algunas nos instruyen en justicia. Como resultado de esto, nosotros, que somos hombres de Dios, somos hechos cabales y somos enteramente equipados para toda buena obra. Esto es diferente de leer libros de Confucio y Mencio y aceptar sus enseñanzas acerca de la ética y la moralidad. Más bien, oramos por medio de la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios a fin de ingerir a Dios mismo, quien se halla en Sus palabras y en Su Espíritu. De este modo, Sus palabras en nosotros no sólo llegan a ser un suministro, sino que también nos redarguyen y nos enseñan desde lo profundo de nuestro interior. Ésta es la manera apropiada de leer la Palabra del Señor. Que el Señor nos conceda la gracia y nos guíe a practicar esto cada día.