Lectura bíblica: Ef. 1:9-11; 3:2-11
Efesios 1:9-11 dice: “Dándonos a conocer el misterio de Su voluntad, según Su beneplácito, el cual se había propuesto en Sí mismo, para la economía de la plenitud de los tiempos, de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En Él asimismo fuimos designados como herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de Su voluntad”. Estos versículos contienen seis asuntos cruciales: el misterio, la voluntad, el beneplácito, el propósito, la impartición y el consejo. Es necesario saber cómo colocar éstos seis aspectos en la secuencia correcta. El beneplácito de Dios viene primero, y esto es algo que está en Su corazón. A partir de ése beneplácito, Dios decidió hacer algo, y esa es Su voluntad. Según Su voluntad, Él celebró un concilio en la eternidad pasada a fin de hacer un consejo. Hubo un concilio celebrado por Dios en Su persona divina, la Trinidad, en la eternidad pasada, a fin de tomar una decisión, la cual es la voluntad que Él se había propuesto. Esta voluntad que se propuso es el consejo. Hay dos cosas respecto a “Su voluntad”: el misterio de Su voluntad, y el consejo de Su voluntad. El consejo de Su voluntad no estaba revelado, sino escondido en Dios; así que, era un misterio. El misterio es el consejo, y el consejo es el misterio.
Luego, según este consejo, el Dios Triuno se propuso algo. Este propósito llegó a ser la oikonomía de Dios, la dispensación de Dios. Según nuestro uso gramatical, dispensación es diferente de dispensar. Dispensación se refiere al plan de Dios, y dispensar se refiere a la impartición de Dios en Su pueblo escogido y redimido. Dr. C. I. Scofield, en su Biblia de estudio, dice que hay siete dispensaciones: la dispensación de la inocencia, de la conciencia, del gobierno humano, de la promesa, de la ley, de la gracia y del reino. Eso significa que Dios tiene siete planes, y esos siete planes son siete aspectos diferentes de la relación de Dios con el hombre en diferentes épocas. Entender la palabra dispensación de esta manera es correcto, pero nosotros también hemos visto algo más avanzado y profundo en cuanto al verdadero significado de esta palabra, y esto es, que la dispensación de Dios es Su plan divino de impartirse a Sí mismo con todas Sus riquezas divinas en Su pueblo escogido y redimido. Esta dispensación, oikonomía, que estaba escondida en Dios, es un misterio.
Se puede usar el ejemplo de una persona que planea hacer un viaje, para mostrar lo que significa beneplácito, voluntad, consejo, propósito, dispensación y misterio. Supongamos que un hermano desea asistir a un entrenamiento en Irving. Asistir a ese entrenamiento en Irving es un beneplácito para él. A partir de ese beneplácito, él toma una decisión. Esa es su voluntad. Luego celebra un concilio con su esposa y con sus hijos. Toda la familia está de acuerdo en que él vaya a Irving. Así que, en ese concilio se toma una decisión, la cual es un consejo. Según este consejo, él hace un plan, y este plan es su propósito. Este propósito se convierte en su oikonomía, la cual está escondida para los hermanos en Irving, y por tanto es un misterio para ellos. Pero cuando este hermano llega a Irving, este misterio es revelado a los hermanos en Irving mediante su presencia.
En la eternidad pasada Dios tuvo un beneplácito, y Su beneplácito es impartirse a Sí mismo en Su pueblo escogido para producir un organismo, el cual es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, para que lo expresara plena, perfecta, completa y eternamente. Todos necesitamos tener una visión en cuanto al beneplácito de Dios. Incluso los hombres tienen un beneplácito. Si no tuviéramos un beneplácito no habría razón de vivir. Una persona disfruta su vida porque tiene un beneplácito. El término beneplácito aparece dos veces en Efesios 1. En el versículo 5 dice: “Predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad”. El beneplácito de Dios está relacionado con Su predestinación con respecto a nosotros. En el versículo 9 dice: “Dándonos a conocer el misterio de Su voluntad, según Su beneplácito, el cual se había propuesto en Sí mismo”. El beneplácito de Dios está ligado a Su corazón respecto a nosotros. Cuando Él pensó en nosotros como el objeto de Su impartición, se puso muy contento.
El beneplácito de Dios se convirtió en la voluntad divina. Se habló acerca de esta voluntad en el concilio de la Trinidad Divina, a fin de que llegara a ser el consejo de Su voluntad (1:11), y esa determinación de la voluntad llegó a ser un plan, un propósito, el cual es la oikonomía neotestamentaria, la economía de Dios. Dios mantuvo escondida esta economía dentro de Sí mismo por muchos años, así que era un misterio. Fue un misterio hasta el tiempo de los apóstoles, especialmente del apóstol Pablo. Este misterio les fue revelado en el espíritu de ellos, el espíritu humano regenerado en el cual mora y con el cual se mezcla el Espíritu Santo (3:5). Es en nuestro espíritu que podemos ver la revelación divina en cuanto al beneplácito de Dios, el cual finalmente llegó a ser la economía de Dios, el plan eterno de Dios.
Necesitamos ver la visión en cuanto a la economía de la Trinidad Divina. Hemos visto que esta economía es un plan, un arreglo o una impartición (3:9b; 1:10). Pablo usa la palabra oikonomía en Efesios, 1 Timoteo, Colosenses y 1 Corintios. En 1 Timoteo 1:3-4, Pablo exhortó a Timoteo a quedarse en Efeso, para que mandase a algunos que no enseñaran cosas diferentes de la economía de Dios que se funda en la fe. Esta impartición, o economía, no se funda en la ley, sino en la fe. La ley representa la dispensación del Antiguo Testamento. Todas las cosas que Moisés escribió en los primeros cinco libros de la Biblia, el Pentateuco, se fundan en la ley. Pero lo que Pablo ministraba como la economía de Dios se funda en la fe. Pablo le dijo a Timoteo que mandase a algunos que no enseñaran cosas diferentes. La cosa diferente más sobresaliente que éstos enseñaban era la ley. Sin embargo, Pablo dijo que la economía de Dios que él ministraba no se fundaba en la ley, sino en la fe.
La economía de Dios se funda en la fe. No depende de lo que hagamos, sino de nuestra fe en la gracia de Dios. No depende de lo que hagamos por nosotros mismos, sino de que creamos en Cristo, quien es la corporificación del Dios Triuno. En el ministerio del Señor no le enseñamos a los santos a observar algo, a guardar algo o a hacer algo. Nosotros les ministramos a los santos algo que requiere el ejercicio de su fe. La fe no se origina de nosotros, sino que tiene su origen en lo que vemos. Cuando vemos la economía de Dios, esto genera e inicia un creer dentro de nosotros. La economía de Dios es la voluntad de Dios de impartirse en ustedes y en mí, para producir un organismo, el Cuerpo de Cristo para Su beneplácito. La fe proviene de ver esta visión. Necesitamos una visión; necesitamos ver. Necesitamos ver que en todo el universo el beneplácito de Dios es impartirse, dispensarse dentro de nosotros a fin de que podamos ser parte de Su organismo, el Cuerpo orgánico de Cristo. Un dispensario es un lugar donde se dispensa medicina a los pacientes enfermos. Dios mismo es un dispensario y Él también es una dosis todo-inclusiva que se imparte a Sí mismo en nosotros, Sus pacientes.
Las enseñanzas del apóstol Pablo se originan en el corazón de Dios, y no en la caída del hombre. Sus enseñanzas nos muestran el beneplácito que Dios ha tenido desde la eternidad pasada. El deseo de Dios no consiste simplemente en salvar a pecadores, sino en impartirse, en ministrarse a Sí mismo dentro de nosotros como todo lo que necesitamos. Su impartición no solamente nos sana, sino que hace que nosotros seamos Su organismo, Su Cuerpo viviente. En la eternidad pasada Dios tuvo el deseo de impartirse dentro de Su pueblo escogido para hacer de todos ellos el Cuerpo de Su corporificación, Cristo. Este Cuerpo es el organismo mismo de la Cabeza, Cristo. Nuestro cuerpo físico es un organismo que nos sirve para complementarnos y completarnos a fin de que podamos expresarnos de una manera completa y adecuada. De la misma manera el Cuerpo de Cristo es Su compleción para que Él tenga Su plena expresión.
Necesitamos ir a visitar a las personas con el evangelio a fin de llevar a cabo la economía de Dios. Dios necesita que las personas sean como vasos (Ro. 9:21, 23), como “botellas” para que lo contengan como la medicina todo-inclusiva. Vamos a visitar a las personas con el evangelio para ganar más botellas para Dios, y para llenarlas con Dios mismo. En 1984, cuando observé la situación de todas las iglesias en el recobro del Señor, me di cuenta de que no habían muchas botellas. Debemos ser aquellos que son uno con el corazón de Dios a fin de ganar nuevas botellas, nuevas personas, en quienes Él se pueda impartir.
Dios nos ama porque somos los vasos, las botellas que fueron hechas por Él a fin de contenerle. Dios no desea únicamente salvarnos porque somos caídos; Él quiere que seamos Sus vasos en los cuales pueda impartirse. Él necesita un Cuerpo y una esposa que sea igual que Él. Hay un romance divino en el universo. El cuadro con el que concluye toda la Biblia es una pareja: un esposo y una esposa (Ap. 21:2; 22:17a). De hecho, la Nueva Jerusalén es una pareja divina compuesta por el Dios Triuno procesado que se ha casado con el hombre tripartito transformado. Esta pareja divina es el resultado de la impartición divina en la economía de Dios. Desde que he visto esto, mi concepto respecto a Dios, Cristo, la iglesia y los creyentes en Cristo ha cambiado radicalmente. Necesitamos tal visión de la economía de Dios, la cual se funda completamente en la fe.
La economía de la Trinidad Divina, la cual es Su plan, Su arreglo o impartición, la hizo Dios [el Padre y el Espíritu] según el propósito de Dios de los siglos [eterno] en Cristo Jesús nuestro Señor [el Hijo] (Ef. 3:11). La economía de Dios consiste en hacer de nosotros una herencia, predestinados según el consejo de Su voluntad (1:11). Nosotros somos vasos de Dios, botellas de Dios, así que somos Su herencia, Su posesión. Él nos ha poseído como Su herencia con el propósito de que lo contengamos. Él desea impartirse en nosotros todo el tiempo. Esta impartición no ocurre una sola vez por todas; sino que está impartiéndose continuamente todo el tiempo y seguirá impartiéndose por la eternidad. Dios nos ha hecho Su herencia para disfrutarnos. Nosotros somos la herencia de Dios por ser Sus vasos. Sus recipientes son Su herencia. Él necesita más vasos en los cuales pueda impartirse a Sí mismo con todas Sus riquezas.
Dios nos dio a conocer el misterio de Su voluntad según Su beneplácito, el cual se había propuesto en Sí mismo (Ef. 1:9b). La economía de Dios fue un misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas (3:9c; 5a), pero ahora es revelado a Sus santos apóstoles y profetas en el espíritu [mezclado con el Espíritu] y sacado a luz para todos los hombres (3:5b; 9a). Tal espíritu mezclado es el medio por el cual la revelación del Nuevo Testamento, en cuanto a la economía de Dios, es revelada a los apóstoles y profetas. Es necesario estar en éste espíritu para ver tal revelación.
El apóstol Pablo tuvo una visión clara en cuanto a la economía de Dios, pero temo que Su economía todavía sea un misterio escondido para muchos cristianos. Pablo dijo en Efesios que él había sido comisionado para revelar, para dar a conocer, para alumbrar el misterio de la economía de Dios. Revelar es dar a conocer, y dar a conocer es alumbrar. Hay muchos cristianos que nunca han sido alumbrados en cuanto a la economía de Dios. Tal misterio no se les ha dado a conocer. Debemos orar para que la economía de Dios ya no sea un misterio para nosotros y que podamos ser alumbrados con la verdad y la visión de Su economía.
Necesitamos tener la revelación del misterio de Cristo (Ef. 3:4), el cual es la iglesia producida por las inescrutables riquezas de Cristo. Pablo predicaba las inescrutables riquezas de Cristo como evangelio a todas las naciones [gentiles], haciendo de las naciones coherederos, miembros del mismo Cuerpo, y copartícipes de la promesa (v. 6b). Por medio de la iglesia la multiforme sabiduría de Dios es dada a conocer, especialmente a los principados y potestades del reino tenebroso de Satanás en los lugares celestiales (v. 10). La economía que Dios se propuso en Sí mismo es hacer que en la plenitud de los tiempos, en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas (1:10). Cuando venga la Nueva Jerusalén en los cielos nuevos y la tierra nueva, todas las cosas serán reunidas bajo una cabeza por medio de la iglesia.
La economía de la Trinidad Divina llegó a ser la mayordomía que tenían los apóstoles de la gracia de Dios. Efesios 3:2 dice: “Si es que habéis oído de la mayordomía de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros”. La palabra mayordomía en este versículo, y economía en 1:10 es oikonomía. Oikonomía fue primero la impartición de Dios, el plan de Dios, la economía de Dios. Luego, esta economía de Dios llegó a ser la mayordomía que Dios le dio al apóstol Pablo. La economía y la mayordomía son una sola cosa, lo cual indica que lo que los apóstoles estaban haciendo era lo que Dios estaba haciendo en Su economía. Lo que nosotros hacemos debe ser exactamente lo que Dios está haciendo hoy. Nosotros debemos ser los que llevan a cabo la economía de Dios. Llevar a cabo la economía de Dios es la mayordomía de la gracia de Dios. Tal mayordomía tiene como fin la impartición de Dios mismo como gracia a todos Sus escogidos. De esta mayordomía procede el ministerio de los apóstoles, y este ministerio corresponde con la economía de Dios. El ministerio que tenemos debe corresponder con la impartición de Dios en Sus escogidos para producir el Cuerpo de Cristo. Éste es el ministerio de Dios dado a nosotros como nuestra mayordomía. El ministerio que se revela en el Nuevo Testamento es único. Dios no tiene dos economías o dos mayordomías; Dios sólo tiene una economía divina y una mayordomía divina. De esta mayordomía sale el único, un solo ministerio de los apóstoles, el cual imparte a Cristo como gracia de Dios en Sus escogidos para la edificación de la iglesia como el Cuerpo de Cristo, a fin de ser el organismo del Dios Triuno procesado para Su completa y eterna expresión.
Ya hemos señalado que la economía de Dios no se funda en la ley sino en la fe. Gálatas 3 es un capítulo que describe el contraste que hay entre el Espíritu por fe, y la carne por la ley. Muchos creyentes en la provincia de Galacia habían sido descarriados por los judaizantes de la fe neotestamentaria a la ley antiguotestamentaria. Los judaizantes eran aquellos que le decían a la gente que además de creer en Jesús, tenían que guardar la ley. Esto forzó al apóstol Pablo a escribir su carta a los gálatas. Gálatas 3:1-2 dice: “¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?”. El Espíritu es la única bendición del evangelio del Nuevo Testamento, esto es, el Dios Triuno consumado impartido en nuestro ser. Los gálatas recibieron el Espíritu por el oír con fe, no por las obras de la ley. La nota 3 en Gálatas 3:2 de la Versión Recobro dice:
La ley era el requisito básico para la relación entre el hombre y Dios en Su economía antiguotestamentaria (3:23); la fe es el único requisito que el hombre necesita para contactar a Dios según Su economía neotestamentaria (He. 11:6). La ley está relacionada con la carne (Ro. 7:5) y depende de los esfuerzos de la carne, la misma carne que es la expresión del “yo”. La fe está relacionada con el Espíritu y confía en la operación del Espíritu, el mismo Espíritu que es Cristo hecho real para nosotros. En el Antiguo Testamento el “yo” y la carne desempeñaban un papel importante en la observancia de la ley. En el Nuevo Testamento Cristo y el Espíritu asumen la posición anteriormente ocupada por el yo y la carne, y la fe reemplaza la ley a fin de que vivamos a Cristo por el Espíritu. El hombre tiende por naturaleza a guardar la ley por su carne, lo cual se halla en las tinieblas del concepto humano y produce muerte y miseria (vs. 10-11, 24). Pero lo que Dios revela es que se reciba el Espíritu por fe, lo cual tiene lugar en la luz de Su revelación y produce vida y gloria (8:2, 6, 10-11, 30). Por lo tanto, debemos valorar la fe, y no las obras de la ley. Es por el oír con fe que hemos recibido el Espíritu para así participar de la bendición prometida por Dios y vivir a Cristo.
En 1 Timoteo 1:3-4 Pablo le dijo a Timoteo que mandase a algunos a no enseñar ninguna otra cosa que no sea la economía de Dios. Esta economía se funda en la fe y no en la ley. No pertenece a la dispensación antiguotestamentaria de la ley, sino a la neotestamentaria de la fe, la cual es el contenido de todo el Nuevo Testamento. La economía divina que se funda en la fe, debe explicarse claramente a los santos en la administración y pastoreo de una iglesia local.
Ver la economía divina es un asunto de niveles. Hace treinta años vi algo tocante a Su economía, al deseo de Su corazón, pero no lo vi con la profundidad que la veo hoy. Yo creo que después de que pase algún tiempo, el Señor me mostrará aún más. En cuanto a la profundidad de lo que vemos, lo más difícil está en nuestro entendimiento. Por esta razón el apóstol Pablo oró para que nosotros, los creyentes, recibiéramos un espíritu de sabiduría y de revelación (Ef. 1:17). Necesitamos que el espíritu vea y que la sabiduría lo entienda. Todo lo que hagamos debe tener como base la visión de la economía de Dios.