
Este capítulo contiene los testimonios de cinco personas que conocieron personalmente a Watchman Nee. Lo que escribieron acerca de él expresa el conocimiento personal y las experiencias directas que tuvieron en el transcurso de muchos años.
El primer testimonio fue dado por su cuñado, Samuel I. L. Chang, quien era anciano de la iglesia en Los Angeles.
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La abuela de Watchman Nee y la mía fueron compañeras de clase, y la amistad de ella inició la relación entre ambas familias. Los padres de Watchman Nee y los míos también estudiaron juntos, así como nuestras hermanas y, más adelante, él y yo. Nuestra relación no se limitaba a la amistad que tienen las personas del mundo, ya que llegó a ser una relación entre dos hermanos en Cristo. Nuestra relación perduró muchos años. Después de compartir con Watchman Nee en 1927, pude ver claramente que yo era salvo. En 1934 él se casó con mi hermana, pero nuestra relación siguió basándose en nuestra comunión con Cristo, y no en lazos familiares.
Mi relación con Watchman Nee tomó carácter espiritual cuando tuve la certeza de ser salvo. El me ministró a Cristo en el Espíritu, y me condujo a un deleite vivo y verdadero de la seguridad de la salvación. Me preguntó simplemente: “¿Eres salvo?" Le contesté: “No lo sé”. Me preguntó: “¿Por qué no eres salvo?” Respondí: “No lo sé”. Entonces me preguntó: “¿Crees en Juan 3:16?” Y lo citó: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”. El preguntó: “¿Crees eso?” Le dije: “Sí, lo creo”. Añadió: “¿Crees que todo aquel que cree en El no perecerá, sino que tiene vida eterna?” Dije: “Sí, también creo eso”. Me preguntó de nuevo: “¿Eres salvo?” Le dije: “No sé”. Entonces él dijo: “Si Dios lo dice y tú no lo crees, ¡lo haces mentiroso!” Estas palabras quitaron el velo de mi corazón y despertaron mi espíritu. Inmediatamente sentí la unción dentro de mí y creí verdaderamente que era salvo.
En muchas ocasiones, cuando yo tenía problemas, acudía a Watchman Nee para pedirle ayuda. No me reprendió ni una sola vez; sólo me preguntaba qué había aprendido del Señor. Eso me ayudó a entender que todo sucedía porque Dios lo permitía y que todo ayudaba para mi bien, puesto que me conformaba a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:28-29).
En una ocasión, mi esposa fue internada en el hospital para ser operada. Después de la operación, el enemigo la atacó con acusaciones, por lo que ella pensó que moriría. Watchman Nee se enteró de eso y fue a visitarla con mi hermana. Se dio cuenta de que ella estaba bajo la acusación del enemigo y la ministró basándose en Apocalipsis 12:11 “Y ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y despreciaron la vida de su alma hasta la muerte”. Luego, él me llamó por teléfono y me pidió perdón por no haberme ayudado manteniéndome en la comunión del Señor, lo cual había dado pie al enemigo para atacar a mi esposa. El entendía perfectamente que la guerra espiritual no afectaba solamente a mi esposa, sino que requería mi ayuda y la de la iglesia. Esta es la razón por la cual me pidió perdón. El estaba consciente de que yo necesitaba a la iglesia para combatir contra el enemigo y admitió que había descuidado su unidad conmigo. No obstante, le dije que no era su culpa; la raíz del problema era mi falta de consagración y mi amor al mundo. Esto era lo que había dado pie al enemigo. Inmediatamente me arrepentí delante del Señor, y tan pronto como lo hice, el enemigo abandonó a mi esposa, y el Señor le dio paz. Al día siguiente, la madre de Watchman Nee vino de madrugada para orar con ella, y mi esposa pudo cantar alabanzas al Señor y disfrutar de Su dulce unción. Este caso muestra que Watchman Nee conocía los caminos de Dios. Por su discernimiento espiritual, nuestra familia recibió ayuda, y volvimos a tener una completa unión con Cristo en nuestro diario vivir.
Watchman Nee era una persona llena del Señor y vivía en la presencia de El. Su manera de ser, su carácter y su comportamiento fueron transformados en el transcurso de los años bajo la mano perfeccionadora de la señorita Margarita Barber. El podía escuchar sin interrupción las palabras o sugerencias de otros. Era un hombre cuyo interior había sido tocado por el Señor, y había tenido muchas experiencias de ser quebrantado por el Señor. De no ser así, un hombre de su calibre difícilmente habría mantenido una relación con un joven tan insensato como yo. Más adelante, cuando serví en la obra con él, observé que él podía escuchar a toda clase de personas sin dar la impresión de ser superior. El fue transformado a tal grado que podía ser edificado con cualquier persona y en cualquier condición en que ésta se encontrase, sin ser turbado por las faltas ni las debilidades de ella.
Al observar la manera de laborar de Watchman Nee, noté que nunca intentó imponer su autoridad. El sencillamente daba ejemplo. Madrugaba y tenía un horario fijo. Nunca tomaba nada a la ligera ni era descuidado. Tampoco era perezoso. Nunca se tenía por jefe, ni pedía a otros que hicieran algo que él mismo no hubiera hecho. Trabajaba con sus propias manos, enseñando a los demás a laborar juntos con afecto, amor, paciencia y cooperación.
En la actualidad, algunos cristianos lo critican por lo que él ministraba acerca de la iglesia. No obstante, puedo testificar que su ministerio acerca de la iglesia no era una doctrina ni una teoría ni un plan idealizado. No sólo enseñó lo que Dios le reveló acerca de la iglesia, sino que también puso en práctica esa revelación. Aunque la práctica de la iglesia, tal como Dios se la reveló, no se extendió en gran escala durante su vida, ahora se ha demostrado ampliamente su validez. Hoy millares de creyentes pueden testificar que viven en la realidad de la vida de iglesia.
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Weigh Kwang-his, quien falleció en 1988, estudió en el mismo curso con Watchman Nee. Adjuntamos el testimonio que él escribió en 1973:
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Durante varios años Watchman Nee y yo estudiamos juntos en el colegio Trinidad, el cual fue fundado por la Iglesia Anglicana en la ciudad de Fuchow. Eramos buenos amigos y a menudo estudiábamos y jugábamos juntos. Durante la primaria y la secundaria ambos éramos cristianos de nombre solamente. Sabíamos algo de la Biblia, y observábamos las normas cristianas del bautismo, la santa comunión, íbamos a la iglesia, leíamos la Biblia y orábamos. Sin embargo, nunca habíamos aceptado en nuestros corazones al Cristo que fue crucificado por nuestros pecados y que resucitó el tercer día, y no lo conocíamos como nuestro Salvador personal. Ambos aábamos el mundo e íbamos en pos de sus vanidades.
Watchman Nee deseaba llegar lejos en el campo de la literatura china. Con frecuencia escribía artículos en los periódicos, y con el dinero que le pagaban por eso compraba billetes de lotería. También le gustaba ir al cine. Yo prefería los deportes y anhelaba la fama y los elogios de los hombres.
Durante nuestro primer año en la universidad, su vida cambió repentinamente. Llegó a ser un cristiano ferviente y dejó de buscar lo mundano. Continuamente daba testimonio a sus compañeros de clase, instándoles a creer en el Señor Jesús. Muchos compañeros de clase creyeron en el Señor y empezaron voluntariamente a orar en la capilla de la universidad, aun en los días de semana. El estudiaba frecuentemente la Biblia en clase, pero esto no afectaba sus estudios, ya que solía obtener las mejores calificaciones en todas las materias. Las vidas de muchos estudiantes fueron cambiadas cuando aceptaron al Señor, y el director del dormitorio reconoció que algunos estudiantes indisciplinados que antes quebrantaban las reglas del plantel, recibieron al Señor y experimentaron un gran cambio en sus vidas. Como resultado, él se dio cuenta de que la disciplina mejoró en la universidad.
Watchman Nee me invitó a asistir a algunas reuniones en las que se predicaba el evangelio, pero no quise ir. Mi corazón anhelaba la fama en el mundo de los deportes. No obstante, un día él vino a mi habitación y me predicó el evangelio a mí solo, instándome a aceptar al Señor Jesús como mi Salvador. Aunque intenté argumentar con él acerca de algunos problemas religiosos, él no discutió conmigo, sino que me hizo varias preguntas: “¿Has pecado? ¿Sabes si tus pecados fueron perdonados? ¿Sabes si eres salvo?” En aquel tiempo no entendía por qué sentía tristeza en mi corazón. Más tarde me di cuenta de que eso era la contrición producida por el Espíritu Santo. Watchman Nee me predicó el evangelio, explicándome que Dios me amaba y que dio a Su hijo unigénito por mí, y que si creía sinceramente en El, no perecería sino que tendría vida eterna. Cuando me preguntó si deseaba creer en Cristo, le dije que sí. Nos arrodillamos y oramos; él oró primero, y luego yo. Le pedí al Señor que perdonara mis pecados y le agradecí por Su amor y por haberme salvado. Cuando me puse de pié, mi corazón estaba lleno de gozo y paz. Experimenté un gran cambio en mi vida y se produjeron en mi vida frutos de arrepentimiento. Mi nombre estaba en su lista de oración, y el Señor contestó su oración. ¡Alabado sea el Señor!
En 1924 me fui a estudiar a la universidad de Nanking y fui afectado por el modernismo, debido a lo cual mi fe tambaleó. En esos días Watchman Nee fue a Nanking y se hospedó en la casa de un hermano para recuperarse de una enfermedad. Yo lo visitaba con cierta frecuencia para compartir con él, y me ayudó a escapar de la influencia del modernismo. Una vez que él se hubo recuperado, hice los preparativos para que predicara el evangelio en la universidad de Nanking. Como resultado de su predicación, dos de mis compañeros fueron salvos.
En 1928, cuando estaba a punto de terminar mi carrera en la universidad, pensaba servir al Señor a tiempo completo. No quería ser un predicador asalariado, pero no sabía vivir por fe; por tanto, acudí a Watchman Nee para hablar con él al respecto. En esos días él estaba bastante aislado y tenía mucha necesidad de colaboradores que fuesen unánimes con él. Cuando toqué este asunto, él no me animó apresuradamente a servir al Señor. El no era afectado por su necesidad de colaboradores ni por la relación personal que existía entre nosotros. Sólo me dijo que no esperara que se abrieran las aguas del río Jordán, sino que me metiera al agua por fe; entonces las aguas se abrirían ante mi. El sabía que yo no tenía esta clase de fe. Yo esperaba que las circunstancias cambiaran para empezar a servir al Señor (hace cincuenta años era difícil encontrar en China alguien que sirviera al Señor por fe como lo hizo Watchman Nee). Por consiguiente, puse a un lado la idea de servir al Señor a tiempo completo y me dediqué a enseñar en la universidad, lo cual hice por ocho años.
En la primavera de 1934, Watchman Nee presentó su tercera conferencia sobre los vencedores en Shanghai. En las mañanas hablaba de la centralidad y universalidad de Cristo, y en las tardes, de los vencedores que Dios busca. Mediante aquellos mensajes, el Señor me dio una revelación que produjo un gran cambio en mi vida espiritual. Como resultado, me puse de pie en la conferencia y por primera vez consagré mi vida al Señor, aunque seguía enseñando en la universidad.
En 1935 en Chifú, el hermano Nee volvió a experimentar el derramamiento del Espíritu Santo. Después, dio una conferencia en Chuanchow, Fukien, y me pidió que asistiera. Allí muchas personas pudieron experimentar el derramamiento del Espíritu Santo, y como resultado, daban testimonio del Señor con poder y denuedo. También predicó acerca del secreto de la vida vencedora, que consiste en dejar que Cristo viva en lugar de nosotros, según lo dicho por Pablo en Gálatas 2:20. Esa conferencia produjo un gran avivamiento.
En octubre de 1936, Watchman Nee celebró una conferencia para colaboradores en Kulangsu, Fukien. Me mandó un telegrama y me invitó. Para aquellas fechas ya entendía el llamado del Señor y estaba preparado para renunciar a mi trabajo como docente, a vivir por fe y a servir al Señor. Mientras esperaba que el Señor me guiara, recibí la invitación del hermano Nee. De inmediato comprendí que el Señor deseaba que asistiera a esa conferencia. Le doy gracias al Señor porque en esa conferencia tuve el privilegio especial de oír el testimonio de Watchman Nee, el cual publiqué más adelante en tres artículos. Al final de la conferencia, el hermano Nee y los demás colaboradores me pidieron que empezara la obra en Cantón, y más tarde en Hong Kong. En 1937 Watchman Nee empezó la obra del Señor en el sudoeste de China, en la ciudad de Kunming, provincia de Yunnan. Después de establecer la iglesia allí, me invitó a laborar en esa localidad. Acepté la comisión y me mudé allí con mi familia, y trabajé durante tres años en esa ciudad, hasta que regresé a Hong Kong en 1940.
Después de la segunda guerra mundial, cada vez que Watchman Nee visitaba Cantón o Hong Kong, yo aprovechaba la oportunidad para pasar tiempo con él. Yo solía preparar innumerables preguntas, pero después de conversar con él, se hacía innecesario hacerle preguntas, y yo siempre recibía un abundante suministro de vida.
En 1948 tuve otra oportunidad de asistir a una conferencia en la iglesia en Shanghai. El hermano Nee ministró acerca de entregar todo lo que poseemos al Señor. Sus palabras eran impactantes y estaban llenas del poder del Espíritu Santo, y las reuniones rebosaban de la presencia del Señor. Muchos fueron avivados y entregaron sus posesiones para ser edificados y servir al Señor. En la última reunión de la conferencia, yo estaba a punto de marcharme a Fuchow. El hermano Nee, en presencia de todos los hermanos y hermanas congregados me dirigió las siguientes palabras de despedida:
Hay un solo Cristo, pero debido a los diferentes puntos de vista y el énfasis que cada obrero da, parece que Cristo estuviera dividido y que hubiera muchos Cristos. Si un obrero cristiano no puede expresar a los demás el Cristo que Dios desea presentar, su obra será un fracaso. Actualmente, algunos han tenido un contacto íntimo con el Señor, mientras que otros sólo lo están apretando (Mr. 5:24). Quizás algunos han tocado Su espalda, Su mano o Su manto, pero no tienen una relación vital con El. Entre las numerosas personas que se agolpaban en torno a Jesús, la mujer que tenía el flujo de sangre no era la única enferma, pero sí fue la única que fue sanada (Mt. 9:20-22).
Hoy en día algunos conocen al Cristo de Betesda (Mr. 8:22-26) o al Cristo de Gadara (Mr. 5:1-20) o al Cristo de Emaús (Lc. 24:13-35). En su experiencia, han visto los milagros y los prodigios. Aun pueden hacer los milagros ellos mismos. No obstante, si no han recibido una verdadera revelación interior, estas obras no tendrán ningún valor. Algunos pueden hablar a otros del Cristo de Emaús con un poder conmovedor. Quizás puedan explicar las Escrituras y permitir que otros lleguen a ser fervientes en sus corazones; sin embargo todo eso no sirve para nada. La verdadera obra consiste en impartir un Cristo revelado. No dirijo estas palabras exclusivamente al hermano Weigh, sino también a todos los colaboradores y a los demás santos. Si no podemos impartir un Cristo revelado, nuestra obra fracasará.
Aquí vemos que un obrero del Señor puede adoptar básicamente dos posiciones diferentes: poner énfasis en la obra, la explicación de las Escrituras, los milagros, los prodigios, la respuestas a oraciones... pero la otra es presentar a los hombres un Cristo revelado.
En ese mismo año, 1948, desde el principio de junio hasta fines de septiembre, Watchman Nee llevó a cabo un entrenamiento en el monte de Kuling, Fukien, con el propósito de capacitar a los colaboradores de toda China. Yo estuve en este adiestramiento. Cada día pasábamos unas siete horas escuchando al hermano Nee y recibiendo su ministerio. Recibí mucha ayuda en mi comprensión espiritual y también en cuanto al principio de laborar para el Señor...
A principios de 1950, Watchman Nee estuvo en Hong Kong. Al poco tiempo se le unió Witness Lee. Anteriormente sólo en una ocasión estos dos hermanos visitaron esta iglesia al mismo tiempo. La ministración de ellos ocasionó un gran avivamiento en la iglesia en Hong Kong. Antes había como trescientas personas en las reuniones. Pero después del avivamiento, el número llegaba a unas tres mil personas, y la iglesia en Hong Kong recibió una bendición especial.
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Chang Wu-chen, uno de los hermanos que laboró en la isla de Taiwán, fue uno de los que estuvo en ese adiestramiento que dio Watchman Nee. A continuación incluimos su testimonio acerca de Watchman Nee:
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Conocí a Watchman Nee en Chifú, provincia de Shantung, en el verano de 1935. Yo tenía veintiún años de edad. Crecí en una familia cristiana y estudié en un colegio cristiano. Aunque mi padre había sido pastor metodista libre, el cristianismo me había dejado una impresión bastante pobre y perdí la fe; me volví ateo. No obstante, Dios tuvo misericordia de mí y me permitió conocer a Watchman Nee y a Witness Lee. Recibí la salvación por medio de ellos.
Mi tía, quien estaba bastante preocupada por mi salvación, encontró una oportunidad para presentarme a Watchman Nee en la casa de Witness Lee. El empezó a predicarme el evangelio, y discutimos acerca de la existencia de Dios. Me presentó muchos argumentos que demostraban la existencia de Dios, pero yo afirmaba no creer en Dios por el simple hecho de que no podía verlo. Entonces me preguntó: “¿Puedes verlo todo con los ojos? ¿Te atreverías a negar la existencia de algo simplemente porque no lo puedes ver? Por ejemplo, en este cuarto hay aire y ondas eléctricas. ¿Puedes negar su existencia? Dios no es físico; El es Espíritu. Tú no puedes tener contacto con El usando tus ojos; para ello debes usar tu espíritu. Si buscas a Dios con tu espíritu, lo encontrarás”. Entonces le pregunté: “¿Cómo puede mi espíritu tener contacto con Dios?” Su respuesta fue: “Sólo habla con Dios desde lo profundo de tu corazón, conforme a tu necesidad y a lo que sientes interiormente”.
Fui a casa y oré como él me indicó, y ¡gloria a Dios! Dios contestó mi oración y me cambió desde dentro. El domingo siguiente asistí a la reunión, y Witness Lee predicó el evangelio. Sus palabras fueron tan poderosas que el Señor me conquistó, me liberó y me salvó.
Después de ser salvo, me consagré secretamente al Señor. El era tan especial y precioso para mí que yo estaba dispuesto a dejar el mundo y servirle el resto de mi vida. No volví a ver a Watchman Nee por doce años, pero seguí recibiendo mucha ayuda por medio de sus publicaciones.
Participé en el primer entrenamiento que Watchman Nee llevó a cabo en el monte Kuling, Fuchow, en 1948. Asistí a ese adiestramiento durante casi cuatro meses, y allí recibí mucha ayuda. En una oportunidad, después de dar mi testimonio, él comentó lo siguiente:
Hermano Chang, usted dijo que en asuntos espirituales se ha sentido agotado y seco en reiteradas ocasiones. Espero que de ahora en adelante haga caso omiso de todos esos sentimientos. No les preste atención. Abandónese simplemente en las manos del Señor y crea que El puede cuidarlo, y automáticamente El lo sacará de esa situación. Hay muchos problemas que no podemos vencer solos. Pero cuando contemplamos al Señor y nos acercamos a El, el problema desaparece.
Tomemos el caso de un ciempiés, que cuando iba a moverse, comenzó a examinar sus patas para decidir cuál movería primero. Pensó: ¿Empiezo por la pata delantera izquierda o por la derecha? ¿Qué tal si muevo el octavo par, o mejor el décimo? El ciempiés se quedó estancado sin poder tomar una decisión. El problema de su mente se convirtió en una problema de acción. Cuando salió el sol, el ciempiés corrió para ver el amanecer sin darse cuenta cuál pierna movió primero. Dejó de analizar la forma en que debía andar, y simplemente avanzó. Cuando desapareció el problema de la mente, el problema de la practica se esfumó.
Cuanto más tratamos de hallar solución para nuestra aridez interior, nuestro decaimiento y nuestro desanimo, más imposibilitados nos vemos para vencerlos, ya que al dar demasiada importancia a estas cosas, cobran fuerza. Si las hacemos a un lado, desaparecerán.
Hay problemas que se vencen luchando, y hay otros que se vencen olvidándolos. Se pueden conseguir muchas cosas por el ejercicio de la fuerza, pero en otras ocasiones, el problema se soluciona olvidándolo. Gloriémonos en nuestra debilidad y abandonemos nuestra lucha y nuestros métodos; entonces el poder de Dios se extenderá sobre nosotros.
El secreto al leer la Biblia, al orar, al asistir a las reuniones o al compartir con los hermanos, es pedirle a Dios que nos muestre algo de Sus riquezas y de Su gloria. Espontáneamente nos olvidaremos de todo lo demás. Somos llenos cuando nos olvidamos del obstáculo, y el olvido viene cuando tocamos al Señor, puesto que al mirarlo a El, dejamos de mirarnos a nosotros mismos.
Después de sus comentarios sobre mi testimonio, le pregunté: “Estuve enfermo de tuberculosis durante un año, al grado de sangrar por las vías respiratorias. Un día la palabra de Dios vino, recibí fe, y la enfermedad desapareció. Pero de vez en cuando volvía a vomitar y los síntomas regresaban. ¿A qué se debe esto y cómo lo puedo vencer?"
En cuanto a la sanidad, debemos prestar atención a los tres factores siguientes: 1) no tiente a Dios; 2) no acepte los síntomas, y 3) crea que la gracia es suficiente.
Timoteo padecía de una afección gástrica crónica. Pablo le aconsejó que dejara de beber agua. En aquellos días, los judíos tenían estanques de agua debajo de sus casas para almacenar agua de la lluvia o el agua extraída de algún estanque. Las bacterias proliferaban en el agua y ésta se volvía insalubre. Por eso, Pablo aconsejó a Timoteo que usara un poco de vino (1 Ti. 5:23), el cual estimula la circulación. Pablo tenía el don de sanidad, y sanó a muchos enfermos, pero no sanó a Timoteo, quien también tenía dones, pero no podía sanar sus problemas gástricos. Dios no le dio ninguna palabra. Timoteo no podía decir: “No hay ninguna diferencia entre beber agua y vino". ¡No! Esto sería tentar a Dios. El no debía beber el agua del estanque de barro. Aparentemente no se ve diferencia alguna entre confiar en Dios y tentarle. La diferencia reside en si uno ha recibido una palabra de Dios o no. En apariencia, levantarse y andar con la palabra de Dios es lo mismo que levantarse y andar sin ella. Pero en realidad, levantarse y andar sin haber recibido una palabra de Dios es tentar a Dios. Si caminamos basados en la premisa de que Dios puede sanarnos, estamos tentando a Dios. Pero si Dios me habla, no necesito preocuparme por las normas de salud. Si Dios no me ha dicho nada, me debo limitar a las leyes naturales. Observe el caso del hombre que tenía una mano seca. El Señor le dijo una palabra, y basándose en ella, el hombre no esperó hasta que los síntomas desaparecieran para creer que estaba sano. El podía pasar por alto los síntomas. El Señor le dijo que extendiera la mano, y él lo hizo. Podemos confiar en la palabra del Señor y hacer a un lado el síntoma. El paralítico no esperó hasta sentirse más fuerte para tomar su lecho y caminar. El Señor le dijo que tomara su lecho y caminara; así que, él lo tomó y anduvo. Cuando recibimos una palabra del Señor, no necesitamos tomarnos el pulso ni ver si la fiebre desapareció. Si no tenemos la palabra de Dios, debemos permanecer dentro de la leyes que rigen la salud y la sanidad, pero si Dios nos dice algo específico, nos podemos darnos el lujo de ir a los extremos, sin temerle a nada.
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A continuación Watchman Nee dio testimonio de la manera en que fue sanado:
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Yo estuve enfermo, pero un día Dios mandó Su palabra para sanarme. Sólo supe que debía recibir la palabra de Dios y no prestar atención a mis síntomas. Si Dios dice que estoy sano, es porque Su palabra erradicó la enfermedad. Si fijo mis ojos en la enfermedad, la palabra de Dios pierde su eficacia. No me entusiasmaba si la fiebre bajaba ni me preocupaba si subía. Mi atención no se centraba en la temperatura de mi cuerpo, sino en la palabra de Dios. Ni la temperatura, alta o baja, ni la composición de la sangre, normal o deficiente, eran el Señor. Sólo El es el Señor. Aprendamos a reírnos de la fiebre y a confiar en la palabra de Dios y no en los síntomas. Sólo la palabra de Dios es verdadera; los síntomas son falsos. Cuando Dios dice que desaparecieron, en verdad desaparecieron. Si uno vomita sangre, Dios probablemente está probando la fe de uno. Si confiamos en la palabra de Dios y no en los síntomas, éstos desaparecerán. Al principio yo no podía creer que estuviese sano, porque no había oído nada de parte de Dios. Pero un día la palabra de Dios vino, aunque mis síntomas seguían siendo muy graves. Me levanté y dije: “Señor, reprende los síntomas si son falsos”. Una o dos horas más tarde la enfermedad desapareció.
Tenía un problema pulmonar, una afección renal, y complicaciones en el hígado y el corazón. En 1923 tuve una peritonitis. Quedé postrado en cama más de un mes. Inclusive al respirar sentía dolor; tenía mucha fiebre y mucho dolor. El hermano Miao les pidió a algunos santos que vinieran a orar por mí, pero después de la oración que hicieron, yo no sentí nada. Mas cuando la señorita Barber oró con las palabras: “Señor, nadie que esté en la tumba puede alabarte”, mi corazón descansó, aunque mi fiebre persistía y los dolores se agudizaban. Cuando rayó el alba, me levanté y caminé hasta la pagoda Lo-hsing para publicar otro número de la revista El cristiano. Si uno no ha recibido una palabra de parte de Dios, debe cuidarse como se lo indiquen, pero si tiene la palabra de Dios, debe hacer caso omiso de los síntomas. Considere los síntomas como tentaciones y mentiras. No se aferre a los síntomas; aléjese de ellos.
Algunas enfermedades son sanadas inmediatamente, otras no. Una vez, cuando estaba enfermo, le pedí al Señor que me sanara. El Señor dijo: “La sanidad no llegará pronto, pero Mi gracia te baste". Entonces El me mostró un barco que navegaba por un río y se encontró frente a una roca grande y no podía sortear ese escollo. El me preguntó: “¿He de quitar la roca para que puedas salir de esta situación, o elevo el nivel del agua para que puedas pasar por encima?" Entonces entendí la voluntad del Señor, y dije: “Señor, no te pido que soluciones el problema, sino que aumentes Tu gracia".
El creyente está por encima de cualquier enfermedad que exista en el mundo. Si el Señor le habla a uno específicamente, no se preocupe por los síntomas. Crea que Dios es fiel y fortalézcase al tomar la palabra de Dios, y no procure que los síntomas desaparezcan. Tampoco tema que los síntomas constituyan un obstáculo. La roca posiblemente no se mueva, pero el nivel del agua subirá mucho. Este es el camino que seguimos.
En síntesis, debemos destacar estos tres factores: 1) si actuamos sin haber oído nada de parte de Dios, lo tentamos a El; 2) si recibimos la palabra de Dios, no miremos los síntomas; 3) si la palabra de Dios no nos sana inmediatamente, entonces Su gracia nos bastará. El no desea que estemos enfermos sin suficiente gracia. Pablo tenía una enfermedad, pero trabajaba más que cualquiera. La enfermedad nunca detiene la obra. Aprenda a consagrarse al Señor, quien es verdadero y fiel.
Un mes antes de asistir al entrenamiento en Kuling, vomité sangre y me internaron en el hospital de Shanghai. Cuando me sentí mejor, fui a Kuling. Esa fue la razón por la cual pregunté acerca de los síntomas que se manifiestan después de que uno ha sido sanado. Después de recibir la ayuda y la dirección del hermano Nee, el Señor me mostró que en el universo sólo hay dos cosas verdaderas: Dios y Su palabra; todo lo demás es falso. Yo estaba sano porque Dios así lo había dicho, y no debía preocuparme por los síntomas. Todos síntomas eran mentira porque la palabra de Dios ya me había declarado sano. Le doy gracias al Señor porque desde junio de 1948 hasta el presente, 1991, es decir, durante cuarenta y tres años, nunca volví a vomitar sangre. Los síntomas desaparecieron por completo. ¡Alabado sea el Señor!
Cada vez que le hacían una pregunta a Watchman Nee, su respuesta era práctica, iba al grano y estaba llena de claridad, unción y luz. El era completamente normal, afable y muy accesible. El era muy talentoso y tenía un gran corazón. En asuntos espirituales, él subía a las alturas y tenía una gran capacidad de penetración en los temas más profundos; tenía una comprensión y experiencia ricas en cuanto a los principios de Dios y Su propósito. En muchas ocasiones se interpretaba mal lo que compartía, y debido a eso hablaban mal de él, pero él nunca intentó dar explicaciones ni justificarse. Una vez le preguntaron por qué no daba explicaciones para evitar que lo interpretaran mal. El contestó: “Hermanos, si la gente confía en nosotros, no necesitamos dar explicaciones; y si desconfían de nosotros, nada ganamos con dar explicaciones”. No daba explicaciones de lo que hacía o decía, ni se justificaba a sí mismo cuando lo injuriaban; tampoco argumentaba cuando lo reprendían públicamente.
El menospreciaba las riquezas. Por sus manos pasaba mucho dinero. Le confiaban sumas considerables, las cuales distribuía en la obra del Señor, y además ganó mucho dinero en la empresa que creó. No obstante, lo que recibía, lo distribuía de inmediato. En una ocasión, él dijo: “Creo que entre los que laboramos en China, soy el que con más frecuencia ha gastado el último dólar que le quedaba”. Eso era muy cierto. Quienes lo conocían más de cerca sabían que a menudo se encontraba sin un centavo, ya que no guardaba nada para sí. Aun así, lo daba todo para la obra del Señor y para las necesidades de la iglesia.
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A continuación incluimos el testimonio de una persona que conoció de cerca a Watchman Nee, el doctor Chang Yu-lan, un hermano que estaba en el liderazgo en la iglesia en Taipei, Taiwán:
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Watchman Nee llegó en Chungking el 6 de marzo de 1945, y tres días más tarde asistió a un banquete de amor al cual lo invitó la iglesia en Chungking. Se hospedó en mi casa durante diez días, y seguimos viéndonos durante más de un año. Más tarde, él se mudó a un lugar cercano, llamado la Pequeña Lung-kan. Algunos solíamos ir a su casa una vez o dos veces por semana para conversar con él. Lo hicimos durante más de seis meses. Yo siempre llevaba una serie de preguntas, las cuales le formulaba en ráfaga. Sus respuestas fueron la solución de muchos problemas. El siempre dejaba una impresión agradable, pero no perdíamos el sentido de respecto ni de solemnidad. El era amable y manso, y sus palabras estaban llenas de unción. Al conversar con él, no había ninguna sensación de distancia, sino de ser reconfortados y abastecidos. A menudo siete u ocho hermanos y hermanas lo rodeaban, hablando con él y haciéndole preguntas por varias horas, pero él no se cansaba. La impresión que dejaban sus palabras era inolvidable.
El nos dijo que cuando estaba estudiando iba cada semana a casa de la señorita Margarita Barber, donde era exhortado constantemente. Cuando no había motivo de reprensión, ella le hacía preguntas hasta encontrar alguna falta; y entonces lo reprendía. El comentó que aquello fue un excelente adiestramiento espiritual.
En una ocasión, Watchman Nee fue reprendido por un empleado. Este lo señalaba con el dedo y agitaba su puño mientras lo regañaba, lo cual se prolongó casi cuatro horas. En cierto momento un vecino trató de intervenir, porque vio que el empleado estaba siendo injusto. Pero Watchman Nee se sentó tranquilamente en su silla a leer un periódico, e imperturbable, como si nada hubiera sucedido. A veces asentía con la cabeza mientras lo reprendían, lo cual yo no podía entender. Ahora sé que él lo recibía como una reprensión de parte de Dios, y se sometía a aquello Dios había permitido.
Frecuentemente Watchman Nee levantaba los ojos al cielo y decía: “¡El es Dios!” Dando a entender que toda circunstancia fue dispuesta providencialmente por Dios, y que estaba dispuesto a recibirla y a someterse
Cuando le lastimaban, él no reaccionaba como los demás. En una ocasión, él dijo: “Los hermanos que caen en algún pecado son como pequeños niños que han caído en el lodo. Su ropa y su pelo quedan sucios, pero si uno les da un baño, quedan limpios de nuevo. En el futuro, todos los hermanos y las hermanas serán piedras preciosas y transparentes en la Nueva Jerusalén”.
En Chungking los hermanos lo invitaron a la reunión de la mesa del Señor. Pero él, aunque asistió, no tomó el pan ni bebió la copa; sólo se sentó y oró en silencio. La razón que dio fue ésta: “El problema que tenemos en la iglesia en Shanghai no se ha solucionado; por tanto, no puedo partir el pan aquí”. Le pregunté cuándo reanudaría su ministerio, y él contestó: “No hay posibilidad alguna de que eso pase”.
En cuanto a la dirección del Señor en la obra, Watchman Nee tenía un discernimiento muy agudo y tomaba decisiones sin titubear. Afirmaba: “Si estoy equivocado, el Señor usará la pared y el asna para detenerme, como lo hizo con Balaam”. Esta actitud indica que Watchman Nee siempre obedecía a la disciplina del Espíritu Santo.
En una ocasión, Watchman Nee nos dijo algunos de nosotros: “Los creyentes deben salir del sistema del cristianismo. Uno debe salir de ese sistema a fin de consagrarse. Es inútil consagrarse estando dentro del sistema”. Cuando le preguntaron si uno podía jugar a las cartas sin apostar dinero, él contestó: “Para el creyente no existe nada que sea correcto ni incorrecto. Lo que es lícito para uno puede ser ilícito para otro. Lo que el creyente hace o deja de hacer depende del nivel de vida que tenga, y éste se refleja en la cantidad de cosas que no puede hacer”.
Watchman Nee oraba despacio; profería una o dos frases. Cuando estuve en Chungking, inconscientemente empecé a imitar su manera de orar. Al hacerlo, sentí la presencia del Señor en mí. Las palabras estaban dirigidas al Señor y brotaban de mi interior. Más adelante, un hermano que estaba en el liderazgo me reprendió por esto y me dijo que no debía copiar la manera de orar de otros; así que, dejé de orar así. Pero hasta la fecha, en mis oraciones personales, sigo orando de esa manera, derramando sobre Dios una o dos frases y haciendo una pausa. Al orar así, resulta más fácil tocar la unción.
En cuanto a la manera de mantener la comunión con el Señor, Watchman Nee usó el ejemplo siguiente: “Supongamos que un tren viaja de Szechuan a Kunming. Debe pasar por muchos túneles. A veces viaja en la oscuridad, a veces en la luz. Así es la comunión que uno experimenta con el Señor. Si uno está en tinieblas, primero debe confesar sus pecados. Si percibe algún pecado, debe utilizar su voluntad para seguir en comunión con el Señor”.
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En cuanto a madurar en la vida espiritual, Watchman Nee dijo lo siguiente:
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Se requiere tiempo para madurar. Aunque los jóvenes pueden acumular mucha información, en realidad no pueden alcanzar la madurez, ya que ésta depende del ensanchamiento de su capacidad. Debemos permitir que Dios nos dé tiempo para padecer más allá de lo que podemos soportar, puesto que entonces nuestra capacidad se ensanchará. Algunos pueden soportar la pérdida de cinco dólares, pero no resistirían la de cinco mil. Algunos pueden perdonar dos o tres veces, pero a la quinta vez sus manos temblarán. Uno descubre lo maduro o lo inmaduro de una fruta comiéndola. La fruta inmadura tiene un sabor agrio o amargo, y es dura. Sólo las frutas maduras tienen un sabor dulce y un olor agradable. La señora Guyón tenía el sabor de la madurez. Ella enseñaba a los de edad avanzada y era amiga de los niños. La vida cristiana crece de manera normal. No se trata de desarrollar cierta madurez artificial, como hacen con los plátanos utilizando calor y humedad. El Hijo del Hombre vino comiendo y bebiendo. El comer y el beber de algunas personas ponen en evidencia su verdadera condición. La vida no es el resultado de perfeccionarnos espiritualmente. Si uno tiene el Espíritu, no necesita tratar de ser espiritual, y si no lo tiene, es imposible perfeccionarse espiritualmente. Los lirios florecen, y las plumas de los pájaros crecen de manera espontánea. Ellos no necesitan tratar de perfeccionar esos rasgos. El esfuerzo por perfeccionarse sólo puede producir “un santo” según el concepto del mundo; no puede producir un creyente verdadero. Por un lado, basta con tener el sello de la cruz; no tenemos que esforzarnos por llevar fruto, ya que los esfuerzos sólo demoran el crecimiento de la vida y no pueden acelerarlo. Es importante someterse a lo que Dios dispone en nuestras circunstancias, pues esto es la disciplina del Espíritu Santo. Escaparnos una sola vez de lo dispuesto por Dios es perder una oportunidad de ensanchar nuestra capacidad, lo cual prolongará el tiempo necesario para que la vida madure en nosotros y nos obligará a volver a tomar esa lección para llegar a la madurez. Un creyente no puede ser el mismo después de pasar por los sufrimientos. En dado caso, su capacidad será ensanchada o él se endurecerá. Por esta razón, cuando los creyentes padecen, deben estar atentos y conscientes de que la madurez en la vida espiritual es la suma la disciplina que reciben del Espíritu Santo. Se puede ver si una persona ha madurado en la vida espiritual, pero no se ve la disciplina del Espíritu Santo que esa persona ha recibido secretamente día tras día en el transcurso de los años.
En cierta ocasión Watchman Nee dijo: “Cuanto más cerca al piso pongamos un objeto, más seguro está. Una taza puesta en el piso está en el lugar más seguro”. Con esto se refería a que cuanto más se humillen los obreros del Señor, más seguros estarán. En otra ocasión, dijo: “Cuando la experiencia que tenemos de la cruz no es hermética, explota”. Esto significa que cuando uno lleva la cruz no debe divulgarlo, pues si lo hace, la cruz pierde su significado.
He aquí otro de sus adagios: “Algunos caen al andar sobre el techo, pero otros están de pie, aunque siguen parados en la planta baja. Estos no deben reírse de aquéllos".
En cuanto a amonestar a alguien, el hermano Nee dijo que eso puede producir dos resultados: 1) la persona amonestada es restaurada, o 2) puede endurecerse. Es fácil determinar si la amonestación estuvo bien o no. Basta con observar a la persona a quien amonestamos. Si después de rechazar nuestra amonestación, la persona termina en tinieblas, nuestra amonestación era válida. Pero si después de rechazar nuestra exhortación, ella sigue en comunión con el Señor, nuestra amonestación estaba equivocada.
Una vez él me dijo: “Si encuentras un mendigo durmiendo bajo el alero de una casa y lo despiertas, dale algo de comer y predícale el evangelio, pues si lo haces podrás tocar la unción que mora en tu interior”. Después de mudarme a Taiwán, conocí a Soo-fu, el sobrino de Watchman Nee. El me dijo que cuando era joven él vio que su tío se acercó a un grupo de obreros muy pobres que estaban jugando a las cartas. Watchman Nee se sentó a su lado, hablando y riéndose con ellos. El se amoldaba a todas las personas para ganar a algunas.
Al observar el modo de vivir de Watchman Nee, me parece que él había aprendido el secreto de estar bien en la abundancia y en la escasez, y en toda circunstancia. Cuando vino a Chungking por primera vez, él vivía en un apartamento pequeño con sólo una cama y una mesa. Cuando alguien lo visitaba, las escaleras de madera crujían y se tambaleaban. Después, cuando se mudó a los aposentos de su empresa, su actitud siguió siendo la misma. A veces comía solamente pan y agua, y otras veces disfrutaba un gran banquete. El parecía ser indiferente a todos estos asuntos.
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Elizabeth P. Rademacher fue misionera en Shanghai durante la segunda guerra mundial y ahora sirve al Señor en la iglesia en Huntington Beach, California. He aquí su testimonio acerca de Watchman Nee:
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Han pasado cuarenta y ocho años desde la última vez que vi a Watchman Nee. Fue en el mes de febrero de 1943. En ese entonces, Estados Unidos estaban en guerra contra Japón. La mayoría de los extranjeros que vivíamos en la zona internacional de Shanghai, en China, estábamos bajo la jurisdicción de los japoneses. La noche anterior a que nos encerraran a mí y a muchos otros estadounidenses (y mis compañeras, que eran británicas), Watchman Nee nos visitó. Llegó sin anunciarse, como solía cuando nos visitaba a las cuatro occidentales que morábamos allí. Después de compartir algunos refrescos y disfrutar una agradable conversación, él me dio un frasco sin etiqueta, que contenía vitaminas altamente concentradas producidas en los laboratorios CBC con las instrucciones siguientes: “Tomar media cada día”. ¡Qué previsión y preocupación por una pequeña hermana que estaba a punto de ser confinada por un tiempo indefinido!
Cuando oí por primera vez el nombre de Watchman Nee en 1934, no sabía nada de él. ¡Me imaginaba un hombre ya maduro, de barba blanca y larga! No sabía que él era pocos años mayor que yo; yo tenía unos treinta años de edad. Varios años más tarde lo vi por primera vez en Hardoon Road, donde yo asistía a veces a la mesa del Señor y a reuniones especiales en compañía de una misionera mayor que yo.
A principios de 1938, Watchman Nee dirigió un estudio bíblico con la iglesia en Shanghai sobre el Espíritu Santo. Por mi historial pentecostal, me sentí algo confusa y desilusionada. Deseaba oír lo que él pensaba y esperaba recibir ayuda sobre varios asuntos que eran importantes para mí. Por ejemplo, ¿por qué había tantas contradicciones en la vida de muchos que profesaban haber recibido el derramamiento del Espíritu con manifestaciones? ¿Dónde estaba la vida piadosa? ¿Por qué solamente experimentaba la derrota?
Lo que el Señor me dijo por medio de Watchman Nee tuvo tal impacto en mi vida que produjo una revolución. Recibí la luz durante la noche en que le oí decir que Jesús fue hecho el Espíritu para morar en nosotros. Antes, yo pensaba que el Señor estaba muy lejos; pero en ese momento El era palpable en mí. Esto solucionó mi problema fundamental. Ahora podía hallar al Señor en mi ser. Además vi que la obra del Espíritu santo era doble. Por fuera, se ven los dones y las manifestaciones, pero lo más importante es el aspecto interior, que es ser llenos de El a tal grado que transforme nuestra vida.
El usó un ejemplo práctico que dejó una huella indeleble: si un vehículo que lleva una carga pesada transita sin suficiente aire en las llantas, muy posiblemente tendrá un accidente. Es una buena metáfora de una persona que experimenta el derramamiento del Espíritu sin estar proporcionalmente llena de El. Le di gracias a Dios por no haberme dejado naufragar. Entonces entendí la razón por la cual tantas personas que yo había conocido antes había sido heridas trayendo ignominia al nombre del Señor.
En otra ocasión él dio su testimonio acerca de la muchacha a quien él amaba y a quien dejó en manos del Señor. El citó Salmos 73:25 “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra”. Testificó que esto se había convertido en su realidad. Este testimonio me sorprendió, ya que nunca había oído ni conocido a alguien que pudiera hacer esa declaración con sinceridad.
El estudio bíblico concluyó, pero no lo que el Señor estaba haciendo en mí. El domingo por la noche, antes de que Watchman Nee se fuera para Hong Kong y luego para Inglaterra, seis hermanas nos reunimos junto a la chimenea en casa de una pareja de misioneros. Ya antes nos habíamos reunido muy informalmente. Por lo general, asistíamos muchos occidentales, comíamos y compartíamos, y escuchábamos con atención al hermano Nee mientras hablaba en un inglés impecable acerca del reino o mientras contestaba preguntas relacionadas con los mensajes que había dado acerca del Espíritu Santo. En una ocasión vez, brotó en mi el profundo sentir de que Dios estaba allí y era El quien hablaba.
Esa ocasión le dio la última oportunidad de compartir su carga antes de irse al extranjero. El empezó así: “Quisiera añadir algo acerca del reino”. Durante su conversación, él declaró: “El Señor necesita heraldos para el reino”. En aquel momento algo me sucedió, y Watchman Nee, habiéndose percatado de ello, me dijo: “No tenga miedo, señorita Peck”. Por el poder de la palabra del Señor fui transformada en otra persona. Alabado sea el Señor por Su siervo tan fiel, humilde y accesible.
Recuerdo otras experiencias sobre la expresión práctica de la consideración y el amor con que nos trataba. Un día Watchman Nee y su esposa nos trajeron edredones de seda para cada uno de los misioneros que estábamos allí; varias veces nos invitó a cenar en su casa, donde comimos manjares deliciosos de Fuchow; me reconfortó una conversación que tuve con él después de que me equivoqué seriamente al tomar cierta decisión. Su consejo me consoló; dijo: “A veces hasta nuestras equivocaciones son correctas”.
Entre 1940 y principios de 1943, se produjeron cambios en la vida de iglesia. Empezamos a reunirnos en grupos más pequeños en diferentes áreas de la ciudad para participar en la mesa del Señor y en las reuniones de oración. Watchman Nee ministraba los domingos por la mañana, los miércoles por la noche, y a veces compartía con los creyentes nuevos los viernes por la noche, y en reuniones especiales. Recuerdo que a menudo él se refería a Margarita E. Barber, por medio de la cual recibió mucha ayuda en los primeros años de su vida cristiana. Al ministrar la Palabra impartía vida, y dejó impresiones profundas e imborrables. Una de ellas fue su comentario sobre Romanos 12:1-2: “Dios no revela Su voluntad a quienes no se han consagrado. Debemos examinarnos y ver qué clase de personas somos. ¿Soy apto para conocer la voluntad de Dios? Lo bueno no es necesariamente la voluntad de Dios, aunque la voluntad de Dios siempre es buena”. También recuerdo estas palabras dirigidas a los creyentes nuevos: “La salvación sin consagración es como un ferrocarril con un solo riel; necesitamos dos rieles para avanzar en el camino espiritual”. También dijo acerca de Juan 14:6: “¿Cuantas verdades nos han hecho libres? La verdad es Cristo; por lo tanto, si para nosotros la verdad es solamente ‘una verdad’, es ineficaz”.
Me asombró muchísimo un mensaje que dio sobre la voluntad de Dios. Describía la voluntad de Dios desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. En esencia afirmaba: “En el principio existía una sola voluntad: la voluntad de Dios, sin nada que la desafiara. Luego Satanás cayó, y en el universo surgió una segunda voluntad: la voluntad rebelde. Más adelante, Dios creó al hombre con libre albedrío, capaz de escoger si se unía con Dios o con Satanás. En la eternidad futura, después de que Satanás sea echado en el lago de fuego, habrá nuevamente una sola voluntad en el universo, pero una voluntad distinta de la que existía en el principio, pues la voluntad de Dios y la voluntad del hombre se mezclarán perfectamente en una sola”.
En 1942 el ministerio de Watchman Nee se detuvo. Al principio eso no nos pareció extraño porque no estábamos enterados de sus actividades ni de sus compromisos en otros lugares. En el transcurso de las siguientes semanas, aunque yo no sabía que le habían pedido que dejara de ministrar en Hardoon Road, empecé a percibir algo extraño. También llegó el día en que nos pidieron a los occidentales que dejásemos de asistir a las reuniones que él presidía. No sabíamos si esa orden se debía a la ocupación japonesa o al temor de ser acusados de espionaje. Nos encantaban las visitas inesperadas del hermano Nee en aquellos días. En esos días él había establecido los laboratorios CBC, y nos dio un recorrido personalmente por su empresa. No sé cómo reaccionaron los demás a ese período en que él trabajó en un negocio secular, pero nosotros sencillamente sentimos confianza en su liderazgo. ¿Cómo podríamos atrevernos a juzgarlo? Por su fidelidad en seguir al Señor y en proclamar la Palabra varios de nosotros fuimos conducidos a la gloriosa vida de iglesia.