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Mensajes del libro «Watchman Nee — Un siervo que recibió la revelación divina en esta era»
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CAPITULO DOS

SALVO Y LLAMADO

POR MEDIO DE LA PREDICACION DE DORA YU

  Entre los evangelistas que el Señor levantó en China, hubo una hermana joven cuyo nombre inglés era Dora Yu y cuyo nombre chino era Yu Tzu-tu. Ella había sido salva desde muy joven, y su familia la envió a Inglaterra a estudiar medicina. Al dirigirse a Inglaterra, el barco en el que viajaba atracó en Marsella, al sur de Francia. En esa ocasión ella recibió una carga muy grande y le dijo al capitán que no podía continuar el viaje y que necesitaba regresar a China para predicar el evangelio de Cristo. El capitán se sorprendió, pero no podía hacer otra cosa que enviarla a casa. Sus padres estaban muy decepcionados por su regreso y aunque intentaron disuadirla de predicar el evangelio, sus esfuerzos fueron vanos. Finalmente desistieron. Ella dejó su casa, y empezó a predicar al Señor Jesús en las calles. Nadie la contrató; ella simplemente confiaba en el Señor. Por medio de lo que el Señor le proveía, ella alquiló parte de una bodega en las afueras de Shanghai para predicar el evangelio. Desde entonces, las denominaciones la empezaron a invitar a predicar el evangelio en sus locales. Viajó por muchas provincias predicando el evangelio, y llegó a ser un testigo muy útil para el Señor. Continuó predicando por el resto de su vida, llevando centenares de personas al Señor.

  En febrero de 1920 Dora Yu fue invitada a Fuchow, capital de Fukien, donde predicó el evangelio en el auditorio de la Iglesia Metodista. Su predicación era tan convincente y estaba tan llena de poder, que después de cada reunión quedaban en el piso las lágrimas vertidas por el llanto de los que habían estado allí. Muchos fueron salvos. Entre los convertidos hubo una señora china muy culta, la madre de Watchman Nee. Ella y su esposo eran metodistas, pero no tenían la experiencia de la salvación. Después de ser salva, ella regresó a casa y allí hizo una detallada confesión de sus faltas a su esposo y a sus hijos. Su hijo mayor, Shu-tsu, estaba muy sorprendido e inspirado por la confesión de ella. Decidió que él tenía que ir personalmente a la reunión de Dora Yu y ver lo que había producido un cambio tan radical en su madre. Al día siguiente fue allí, y el Señor lo cautivó. Más tarde esa misma noche, él tuvo una visión del Señor Jesús colgado en la cruz. Por medio de esta experiencia el Señor lo llamó para que fuera Su siervo.

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EL TESTIMONIO PERSONAL DE WATCHMAN NEE, DADO EN KULANGSU, PROVINCIA DE FUKIEN, EL 18 DE OCTUBRE DE 1936

  Nací en el seno de una familia cristiana, precedido por dos hermanas. Debido a que una tía mía había dado a luz a seis hijas seguidas, una tía paterna se disgustó al ver que mi madre había dado a luz dos hijas. En la cultura china, es preferible tener hijos que hijas. Cuando mi madre dio a luz dos niñas, la gente decía que probablemente sería como la tía que había tenido seis niñas antes de engendrar un varón. A pesar de que en ese entonces mi madre no había sido claramente salva, ella sabía cómo orar; así que habló con el Señor, diciéndole: “Si tengo un hijo, te lo entregaré a Ti”. El Señor escuchó su oración, y nací yo. Mi padre me dijo: “Antes de que nacieras, tu madre prometió entregarte al Señor”.

  Fui salvo en 1920 a la edad de diecisiete años. Antes de ser salvo tenía un conflicto en mi mente con relación a aceptar o no al Señor Jesús como mi Salvador y si debía o no ser un siervo Suyo. Para la mayoría de las personas, el problema que enfrentan al momento de su salvación es cómo ser libres del pecado. Pero para mí, ser salvo del pecado y de la carrera que deseaba, estaban estrechamente ligados. Si yo aceptaba al Señor Jesús como mi Salvador, al mismo tiempo lo aceptaría como mi Señor. El no sólo me libraría del pecado sino también del mundo. En aquel tiempo sentía temor de ser salvo pues sabía que, una vez salvo, debía servir al Señor. Así que, mi salvación habría de ser una salvación doble. Me era imposible rechazar el llamamiento del Señor y quedarme únicamente con la salvación. Debía elegir entre creer en el Señor y obtener una salvación doble, o abandonar ambas. Para mí, aceptar al Señor significaba que ambos eventos ocurrirían simultáneamente.

  La noche del 29 de abril de 1920 estaba yo solo en mi cuarto y no tenía paz. Ni sentado ni acostado encontraba descanso, porque en mí se libraba el conflicto de si debía creer o no en el Señor. Mi primera tendencia era no creer en el Señor Jesús ni hacerme cristiano. Sin embargo, esto me producía una intranquilidad interior, una verdadera lucha que me hizo arrodillar a orar. Al principio no tenía palabras, pero después me vinieron a la mente muchos pecados y me di cuenta de que era pecador. Nunca en mi vida había tenido tal experiencia. Me vi a mí mismo como un pecador y vi al Salvador. Vi la inmundicia del pecado y también la eficacia de la sangre preciosa del Señor, que me lavaba y me hacía blanco como la nieve. Vi las manos del Señor clavadas en la cruz y al mismo tiempo lo vi a El extendiendo Sus brazos para recibirme diciendo: “Estoy aquí esperando recibirte”. Conmovido entrañablemente por tal amor, me fue imposible rechazarlo y decidí aceptarlo como mi Salvador. Anteriormente, me burlaba de los que habían creído en el Señor, pero aquella noche no pude hacerlo; al contrario, lloré y confesé mis pecados, buscando el perdón del Señor. Después de haber confesado mis faltas, el peso de mis pecados fue descargado, y me sentía flotando, lleno de paz y gozo internos. Esta fue la primera vez en mi vida que supe que era pecador. Oré por primera vez y también por primera vez experimenté gozo y paz. Quizás haya tenido algo de gozo y de paz anteriormente, pero lo que experimenté después de mi salvación fue muy real. Aquella noche, estando solo en mi cuarto, vi la luz y perdí la noción de lo que me rodeaba. Le dije al Señor: “Señor, verdaderamente me has concedido Tu gracia”.

  En nuestro medio hay al menos tres de mis excompañeros de estudio; entre ellos está el hermano Weigh Kwang-hsi, quien puede dar testimonio de cuán indisciplinado y a la vez cuán buen estudiante era yo. Por un lado, frecuentemente violaba los reglamentos de la escuela; por otro, siempre obtenía las mejores calificaciones debido a que Dios me había concedido inteligencia. A menudo mis ensayos eran exhibidos en la cartelera de la escuela. En aquel tiempo era un joven lleno de aspiraciones y planes; además, pensaba que mis criterios estaban bien formados. Puedo decir con modestia que, de haber trabajado diligentemente en el mundo, es muy probable que hubiese tenido bastante éxito. Mis compañeros de escuela también pueden corroborarlo. Pero después de haber sido salvo, me sucedieron muchas cosas. Todos mis planes se derrumbaron y fueron reducidos a nada. Renuncié a mi carrera. Para algunos, tomar esta decisión pudo haber sido fácil; pero para mí, quien abrigaba tantos ideales, sueños y planes, fue una decisión extremadamente difícil. Desde la noche en que fui salvo, comencé una nueva vida, pues la vida del Dios eterno había entrado en mí.

  Mi salvación y mi llamamiento para servir al Señor ocurrieron simultáneamente. Desde esa noche, nunca he tenido dudas en cuanto a haber sido llamado. En aquella hora decidí mi profesión futura de una vez por todas. Entendí que el Señor me había salvado para mi propio beneficio y, al mismo tiempo, para beneficio Suyo. El quería que yo obtuviese Su vida eterna, y también que le sirviera y fuera Su colaborador. Cuando era niño, no entendía la esencia de la predicación. Luego, al crecer, la consideraba la ocupación más vil e insignificante de todas. En aquellos días, casi todos los predicadores eran empleados de misioneros europeos o estadounidenses. Eran sus súbditos serviles y apenas ganaban unos ocho o nueve dólares al mes. Yo no tenía ninguna intención de convertirme en predicador ni de llegar a ser cristiano. Nunca me hubiera imaginado que escogería la profesión de predicador, una carrera que menospreciaba y consideraba insignificante e inferior.

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