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Mensajes del libro «Watchman Nee — Un siervo que recibió la revelación divina en esta era»
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CAPITULO TRES

EDIFICADO Y PERFECCIONADO

INSTRUIDO POR DORA YU

  Después de ser salvo, Watchman Nee tuvo un vivo deseo de servir al Señor. Aunque todavía estaba en la escuela secundaria, deseaba ser adiestrado por Dora Yu en Shanghai. Su madre consintió, y Dora Yu lo recibió en su instituto bíblico. En una ocasión lo envió con la correspondencia a la oficina postal del centro de Shanghai. Debido a la larga distancia y la mala condición del camino, él se demoró más de lo que ella había calculado; así que, ella pensó que él se había distraído entreteniéndose con algo, lo cual en realidad no había sucedido. Además, ya que él tenía ciertos hábitos que ella censuraba, como por ejemplo levantarse tarde, decidió expulsarlo de su instituto. El volvió a casa y más adelante cursó los dos años de universidad que le faltaban.

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Su testimonio personal, dado en Kulagnsu, Fukién el 18 de octubre de 1936

  Después de haber sido salvo, continué mis estudios aunque ya no me interesaban mucho los libros. Mientras otros leían novelas en la clase, yo estudiaba diligentemente la Biblia. Posteriormente, deseando avanzar en los asuntos espirituales, dejé el colegio e ingresé al Instituto Bíblico de la hermana Dora Yu, ubicado en Shanghai. Sin embargo, poco tiempo después ella me despidió muy cortésmente, dando como razón que era mejor que no permaneciera allí más tiempo; así que regresé a casa. Comprendí que mi carne aún no había sido quebrantada, pues todavía me gustaba la buena comida, la ropa fina y dormir hasta las ocho de la mañana. Dora Yu pensaba que yo podía ser útil al Señor y que tenía un futuro prometedor, pero cuando descubrió cuán perezoso era, me envió de regreso a casa.

  Me desanimé mucho pensando que ya no tenía futuro y hasta puse en duda mi salvación. Pero ¡ciertamente ya era salvo! Además, me consideraba bueno y pensaba que había sido transformado en muchos aspectos, sin darme cuenta de que todavía tenía mucho que aprender y necesitaba mucha disciplina. Confiado en que el Señor me había salvado y llamado, no podía desalentarme. Si bien reconocía que aún no era lo suficientemente bueno, pensaba que mejoraría con el transcurso del tiempo.

  Debido a que no era el momento oportuno para proseguir mi búsqueda espiritual, decidí reanudar mis estudios. Cuando mis compañeros de clase me vieron, reconocieron que había cambiado, aunque no del todo pues en ocasiones me enojaba y hacía cosas que no debía. A veces parecía ser una persona salva, pero otras veces no.

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ADIESTRADO POR MARGARITA BARBER

  Durante los días de estudio de Watchman Nee, su búsqueda del Señor lo condujo a tener contacto frecuente con Margarita E. Barber, una misionera anglicana que había sido enviada a Fukién, China, a fines del siglo pasado [diecinueve]. Algunos compañeros de misión que le tenían envidia inventaron una acusación seria contra ella, la cual hizo que fuera retirada del campo misionero. La señorita Barber había llegado a conocer al Señor de una manera viva y personal. Había experimentado profundamente la cruz y practicaba continuamente las lecciones de la cruz. Por esta razón, decidió no defenderse. Permaneció en su hogar en Gran Bretaña por varios años. En cierta ocasión el presidente del comité directivo de la misión se enteró de que el caso en contra de ella había sido algo que se había tramado, y le pidió que le dijera la verdad. El dijo que entendía que ella estaba aplicando la cruz y que por propia iniciativa no diría nada para defenderse, pero que le ordenaba como uno que tenía autoridad sobre ella que le dijera la verdad. La señorita Barber, entonces, le refirió toda la historia. Fue plenamente absuelta ante el comité directivo de la misión, y se tomó la decisión de enviarla de nuevo a China. Sin embargo, renunció a la misión, juzgando que era el momento de hacerlo, aunque todavía tenía la carga de volver a China por causa del Señor.

  Anteriormente la señorita Barber había conocido a D. M. Panton, un diligente estudioso de la Biblia que se había percatado de los males del denominacionalismo. Por sus conversaciones con él, la señorita Barber también tuvo una visión clara acerca de las denominaciones.

  Después de pasar mucho tiempo en oración, llegó a la conclusión de que el Señor mismo la estaba enviando de nuevo a China. Así que volvió, pero esta vez sin conexión alguna con ninguna misión. Desde el punto de vista humano, volvió a China a sus propias expensas a comienzos de este siglo [veinte]. Se instaló en un suburbio de Fuchow, la ciudad natal de Watchman Nee y vivió allí sin viajar mucho ni hacerse publicidad. Permanecía en casa orando continuamente por el mover del Señor en China y ayudando a quienes le pedían consejo en su búsqueda del Señor. Sin lugar a dudas, ella fue una semilla que el Señor sembró en ese país para Su recobro. Escribió varios poemas, algunos de los cuales fueron adaptados e incluidos en nuestro himnario (Himnos, publicado por Living Stream Ministry). Todos ellos expresan una profunda experiencia de Cristo.

  Margarita Barber vivía por fe; no recibía ningún salario. Según la costumbre china, todas las cuentas y facturas deben pagarse en su totalidad al final del año. Al final de cierto año, descubrió que le faltaban ciento veinte unidades monetarias chinas para cancelar sus cuentas. Sólo quedaban dos días para el año nuevo de los chinos; así que le pidió al Señor con urgencia por su necesidad. El último día del año, recibió un giro del señor D. M. Panton desde Londres por intermedio del banco británico de Fuchow. La cantidad que se le remitió fue exactamente ciento veinte unidades monetarias chinas.

  Watchman Nee recibió mucha edificación y perfeccionamiento por su relación con la señorita Barber. Cuando tenía un problema o necesitaba instrucción o fortaleza espiritual, iba a verla. Ella lo trataba como un joven aprendiz y con frecuencia lo reprendía con severidad.

  En aquel entonces, más de sesenta hermanos y hermanas recibían ayuda espiritual de la señorita Barber. Ya que ella tenía una profunda relación con el Señor y era sumamente estricta, con frecuencia reprendía a los jóvenes en muchas cosas. Después de un corto período, la mayoría de aquellos jóvenes dejó de acudir a ella. El único que siguió yendo fue Watchman Nee. Cuando la visitaba, ella lo reprendía y lo regañaba. Con frecuencia le hacía notar que como joven que era, él no podía servir al Señor de la manera que pensaba. Sin embargo, cuanto más lo reprendía, más la visitaba. Al exponerse voluntariamente a las reprensiones de ella, él recibió una enorme ayuda.

  El 7 de febrero de 1950, al compartir con la iglesia en Hong Kong, él dijo: “Había sesenta y seis jóvenes bajo el adiestramiento de la hermana Barber. En la primera carta que recibí del hermano D. M. Panton, él dijo que sería muy bueno si después de diez años, al menos seis de aquellos jóvenes seguían perseverando. Después de un largo período, sólo quedamos cuatro”.

  Margarita Barber vivía profundamente en la presencia del Señor. En una ocasión en que Watchman Nee fue a verla, y mientras esperaba en la sala para ser recibido, aunque ella no estaba allí, él tuvo una profunda sensación de la presencia del Señor.

  La señorita Barber esperaba con anhelo todos los días el regreso del Señor. El último día de cierto año, mientras ella y el hermano Nee caminaban y estaban a punto de llegar a una esquina, ella dijo: “Quizás al dar la vuelta en la esquina nos reunamos con el Señor”. Ella vivía y laboraba con la esperanza viva de la venida del Señor.

  Después de visitar Europa en 1933, Watchman Nee dijo que en todos sus viajes rara vez encontró en el mundo occidental a alguien que pudiera compararse con Margarita Barber. Por medio de esta hermana él recibió el cimiento de la vida espiritual. Con frecuencia les decía a otros que había sido salvo por medio de una hermana y que también por medio de una hermana había sido edificado.

  La hermana Margarita Barber pasó a estar con el Señor en 1930. En su testamento dejó todos sus bienes a Watchman Nee, que eran unas cuantas cosas y su Biblia, la cual la había acompañado por muchos años, con todas sus preciosas anotaciones. Aunque Watchman Nee deseaba escribir la biografía de ella, el tiempo no se lo permitió.

  En la carta abierta que publicó en el ejemplar de La verdad actual correspondiente a marzo de 1930, Watchman Nee hizo los siguientes comentarios acerca de la partida de la señorita Barber: “Nos sentimos profundamente afligidos por el fallecimiento de la señorita Barber en Lo-shing Pagoda, Fukién. Ella tenía mucha profundidad en el Señor y, en mi opinión, la comunión que tenía con el Señor y la fidelidad que expresaba al Señor son difíciles de hallar en esta tierra”.

  La señorita Barber siempre ponía a Watchman Nee bajo Leland Wang (Wang Tsai), uno de sus colaboradores, quien era cinco años mayor que él y quien continuamente estaba en desacuerdo con él. Esto le causó a Watchman mucho sufrimiento. Cuando apelaban a la señorita Barber para que sus problemas fueran solucionados, ésta continuamente lo ponía en su lugar, alegando que Leland era mayor que él. En cierta ocasión se tenía planeado un bautismo. Surgió entre ellos la pregunta de quién lo efectuaría. Watchman refirió el problema a la señorita Barber. La respuesta de ella fue que Leland debía hacerlo. Cuando Watchman preguntó por qué, ella respondió: “Porque él es mayor que tú”. Dan-wu, otro hermano que estaba con ellos, era mayor que Leland Wang. Watchman pensó que podría prevalecer sobre Leland Wang si traía a Dan-wu, y le sugirió a la señorita Barber: “Puesto que el hermano Wu es mayor que el hermano Leland, él debe efectuar el bautismo”. Aún así, ella respondió que Leland debía hacerlo. Ella no cedió a fin de que el hermano Nee aprendiera la lección de la cruz, y aprendiera a no argüir y a someterse.

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Su testimonio personal, dado en Kulangsu, Fukién, el 18 de octubre de 1936

  En 1923 éramos siete los que laborábamos conjuntamente como colaboradores. Dos de nosotros tomábamos el liderazgo, a saber, un colaborador que era cinco años mayor que yo y mi persona. Los viernes teníamos reunión de colaboradores y en ésta a menudo los otros cinco colaboradores se veían obligados a escuchar las discusiones entre nosotros dos. En ese entonces todos éramos jóvenes, y cada uno tenía su punto de vista. Con frecuencia yo acusaba al otro colaborador de estar errado, y él a mí. Dado que mi temperamento no había sido quebrantado, me enojaba con facilidad. Hoy, en 1936, a veces me río, pero en ese entonces rara vez me reía. Reconozco que en nuestras discusiones a veces yo estaba equivocado, pero otras veces era él quien se equivocaba. Me era fácil pasar por alto mis propias culpas, pero no me era fácil perdonar a otros. Después de tener una disputa un viernes, al día siguiente yo fui a visitar a la señorita Barber para acusar al otro colaborador y le presenté el asunto: “Le dije al colaborador que debía comportarse de cierta manera, pero no me hace caso. Usted debería hablarle”. Ella respondió: “El es cinco años mayor que tú; eres tú quien debe obedecer”. Le dije: “¿Debo someterme a él aunque esté equivocado?” Ella me contestó: “Sí. Las Escrituras dicen que el menor debe obedecer al mayor”. Yo le respondí: “No puedo hacer eso. Un cristiano no debe actuar en forma irracional”. Ella me contestaba: “No te debe preocupar si es razonable o no. Las Escrituras dicen que el menor debe obedecer al mayor”. Me molestaba profundamente que la Biblia dijera tal cosa. Quería dar rienda suelta a mi indignación, pero no podía.

  Cada vez que surgía una controversia el viernes, yo acudía a la hermana Barber para presentarle mis quejas, pero ella nuevamente me citaba las Escrituras mostrándome que yo debía obedecer al mayor. A veces lloraba la noche del viernes después de la disputa; al siguiente día iba a ver a la hermana Barber para quejarme, con la esperanza de que ella me diera la razón. Pero al regresar a casa el sábado por la noche, me encontraba llorando nuevamente. Deseaba haber nacido unos años antes. En una controversia recuerdo particularmente que yo tenía argumentos muy convincentes a mi favor; me pareció que si se los hacía notar a la hermana Barber, ella entendería que mi colaborador estaba errado y, entonces, me apoyaría. Pero ella me dijo: “No importa si el hermano está errado o no. Cuando acusas a tu hermano delante de mí, ¿estás tomando la cruz? ¿Estás siendo como un cordero?” Cuando ella me hizo esas preguntas, me sentí muy avergonzado, y todavía lo recuerdo. Mis palabras y mi actitud de aquel día revelaban que verdaderamente yo no había tomado la cruz, ni era como un cordero.

  En tales circunstancias aprendí a obedecer a un colaborador mayor que yo. En aquel año y medio aprendí las lecciones más preciosas de mi vida. Yo estaba lleno de ideas, pero Dios quería introducirme en la realidad espiritual. En ese año y medio descubrí lo que era llevar la cruz. Ahora, en 1936, tenemos unos cincuenta colaboradores; de no haber aprendido la lección de obediencia que aprendí en aquel año y medio, me temo que no podría trabajar con nadie. Dios me puso en aquellas circunstancias para que aprendiera a estar bajo la restricción del Espíritu Santo. En aquellos dieciocho meses no tuve ninguna oportunidad de presentar mis propuestas; sólo podía llorar y sufrir dolorosamente. Pero de no haber sido así, nunca me habría dado cuenta de lo difícil que es ser quebrantado. Dios quería pulirme y quitarme todos los argumentos. Esto no ha sido fácil de conseguir. ¡Cuánto agradezco y alabo a Dios, porque Su gracia me sostuvo en todas esas experiencias!

  Ahora me dirijo a los colaboradores más jóvenes. Si ustedes no pueden aceptar las pruebas de la cruz, no serán instrumentos útiles. Dios sólo se deleita en el espíritu de un cordero: su docilidad, su humildad y su paz. Las ambiciones, las grandes metas y la destreza que ustedes tienen, son inútiles ante Dios. He transitado por este camino y son muchas las ocasiones en que he confesado mis deficiencias. Todo lo que me compete, está en las manos de Dios. No es cuestión de estar en lo correcto o errado, sino de si uno toma la cruz. En la iglesia no tienen lugar el bien y el mal; lo único que cuenta es tomar la cruz y dejar que nos quebrante. Esto hará que la vida de Dios fluya abundantemente y que se cumpla Su voluntad.

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