
Un año después de ser salvo, Watchman Nee empezó a seguir las Escrituras y a abandonar las tradiciones en lo relacionado con el bautismo y el partimiento del pan; también salió de su denominación. A continuación encontramos el extracto de un informe que él presentó en Shanghai el 4 de diciembre de 1932, y que publicó en el número treinta y tres de “Notas sobre mensajes bíblicos” de 1933.
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Fui salvo en el otoño de 1920. Durante ese primer año, no entendía claramente lo que era la iglesia; lo único que sabía era lo que me había comentado la hermana que me condujo al Señor. Ella me había dich que en la iglesia había muchas personas que eran sólo cristianos nominales. También noté que el carácter de los pastores que conocía no era muy recto, pues sólo los veíamos cuando venían a pedir dinero. Cuando mi familia todavía no había sido vivificada, jugábamos mahjong [N. de T. una especie de juego de dominó] frecuentemente en casa. Cuando el pastor venía para pedir dinero, le dábamos dinero de la mesa de mahjong. Aunque él estaba perfectamente consciente de la procedencia del dinero, lo aceptaba. Aquello dejaba ver que el carácter de los pastores era mezquino, pues mientras ellos recibieran dinero, todo estaba bien.
En marzo de 1921, el Señor me mostró la verdad acerca del bautismo. Vi que el bautismo por aspersión que practicaban las denominaciones no era bíblico. Al estudiar la Biblia en aquellas semanas, me di cuenta de que cuando el Señor Jesús fue bautizado en el río Jordán salió del agua. Pero en las denominaciones usaban una taza de agua para bautizar a una persona. ¿Cómo podía la persona salir del agua? Cuando yo era joven, mi madre hizo los preparativos para que yo fuera bautizado por aspersión, lo cual fue llevado a cabo por un obispo metodista; me roció la cabeza con agua fría usando sus dos manos. Yo me impacienté y lloré, esperando que aquello acabara pronto. Entonces, me entregaron un certificado de bautismo, que llevaba mi nombre y la firma del obispo. Aquel certificado carecía de eficacia, ya que si no hubiera creído en el Señor, aunque tenía ese certificado, me habría atrevido a hacer cualquier cosa. Afortunadamente, fui salvo más tarde, y mi vida cambió. Al año de ser salvo, comprendí que el bautismo que había recibido no era válido, y que las Escrituras enseñan que el bautismo debe efectuarse por inmersión.
El 28 de marzo de 1921, recuerdo que en la mañana mi madre me preguntó: “¿Qué te parece si yo fuera bautizada por inmersión?” Le contesté: “Eso es lo que he estado esperando”. Ella preguntó: “¿Adónde podemos ir para ser bautizados por inmersión?” Respondí: “Indagué hace tiempo. Podemos ir a Mawei (a dos horas de Fuchow en barco a vapor) y preguntarle a la señorita Barber. Cuando Dora Yu vino a Fukién, fue bautizada por inmersión en casa de la señorita Barber”. Decidimos que en lugar de escoger una fecha posterior, era mejor ir ese mismo día. Así que, mi madre y yo decidimos viajar aquel día. Al llegar a casa de la señorita Barber, le comentamos nuestra intención y ella estuvo de acuerdo. Aquel mismo día salimos al campo, a las afueras de Yangchi, y fuimos bautizados por inmersión.
Ese día, experimenté un gran cambio de dirección en mi vida. Lo primero que hice fue comentarlo con mi amigo Leland Wang. Lo conocí en una clase de estudio bíblico en mi casa ese primer año de haber sido salvo. La mayoría de los asistentes eran de edad avanzada, y yo era apenas un muchacho; no había nadie de mi edad con quién conversar. Dos o tres semanas más tarde, vino el Hermano Wang. Por tener casi la misma edad, empecé a relacionarme con él. Así que, al día siguiente de haber sido bautizado por inmersión, le dije: “Fui a Yangchi ayer y fui sumergido en las aguas”. El dijo: “Qué bien. Yo también había sido bautizado por aspersión en Nanking, pero luego en Amoy encontré un hermano que me explicó la verdad en cuanto al bautismo. Debido a esta luz fui bautizado por inmersión en Kulangsu”. Estábamos muy felices por haber visto ambos la misma luz.
Más adelante, le conté esto al pastor que dirigía nuestro estudio bíblico. En Fuchow, él era muy conocedor de la Biblia. Se lo dije principalmente porque él nos enseñaba que debíamos hacerlo todo conforme a las Escrituras. A pesar de mi entusiasmo, su actitud fue bastante fría. Entonces le pregunté: “¿Es el bautismo por inmersión bíblico o no?” El contestó: “Sí lo es, pero no tienes que ser tan legalista". Aquello me pareció contradictorio, ya que él nos había enseñando la Biblia durante un año y repetía continuamente que debemos seguir todo lo que ella enseña. El bautismo por inmersión es bíblico; ¿por qué, entonces, me dijo que no fuera tan legalista? Comprendí que su enseñanza no era muy firme. Si él afirmaba que no debemos ser legalistas en ese asunto, obviamente no tendría valor para decirnos que debemos obedecer la verdad acerca de la iglesia. Desde aquel momento, empecé a tener dudas en cuanto a las verdades que él enseñaba acerca de la iglesia. También me di cuenta de que debía dejar la autoridad humana a un lado, y decidí que de ahí en adelante, estudiaría la Biblia con mucho detenimiento.
Aquel año (1921) acudí a la Biblia con muchas preguntas. Me preguntaba: “Si la Biblia dice que sólo los salvos están en la iglesia, ¿por qué hay tantos cristianos nominales en la iglesia? Si la Biblia no menciona la iglesia metodista, ni la presbiteriana ni ninguna otra denominación, ¿por qué hay tantas denominaciones hoy? ¿Por qué soy yo miembro de la iglesia metodista, si la Palabra de Dios no especifica semejante cosa?” El obispo metodista era un buen amigo de nuestra familia. Ser el amigo personal del obispo era una cosa, pero otra muy diferente era el hecho de que las denominaciones no son bíblicas. Vi que el sistema de pastores no era bíblico y que las reuniones debían ser practicadas según los principios bíblicos. Al comienzo, la luz que tenía sobre estos asuntos era pequeña. Era como el ciego descrito en Marcos 8; veía a los hombres, pero era como si fueran árboles que caminaban. Yo había visto algo, pero no claramente.
Una tarde, durante el primer semestre del año 1922, estaba desconcertado por el asunto de la fracción del pan. La Biblia me mostraba que los creyentes deben reunirse a menudo para partir el pan en memoria del Señor. Así que, me dije: “¿Por qué en la iglesia de hoy solamente se parte el pan cuatro veces al año?” Además, entre los que se reunían para partir el pan, algunos acostumbraban ir al cine, otros jugaban mahjong, otros dudaban que el Señor Jesús fuera un buen hombre, y era obvio que algunos no eran hijos de Dios. Cuando veía que estas personas recibían la santa comunión, comencé a preguntarme si debía reunirme con ellos. ¡No! No podía. Desde que fui salvo hasta 1922, no había recibido lo que llaman “la comunión”. Por mucho tiempo escudriñé la Biblia tratando de entender lo que era el partimiento del pan. ¿Debía un pastor presidir esa reunión? ¿Es cierto que una persona ordenada es la única autorizada a partirlo, y los demás no? Pasé mucho tiempo estudiando el tema, pero no encontré nada parecido en las Escrituras. No hallé en la Biblia que un pastor presidiera el partimiento del pan. Quedé desconcertado. A pesar de mi deseo y de la enseñanza bíblica según la cual debemos partir el pan con frecuencia en memoria del Señor, no había ningún lugar donde partieran el pan basándose en dichos principios.
Un jueves por la tarde, después del estudio bíblico, busqué a mi amigo Leland Wang, para dar un paseo con él. Le compartí mi sentir de que la Biblia enseña que debemos partir el pan en memoria del Señor con cierta regularidad, pero que no lo había hecho ni una sola vez desde que fui salvo. También le comenté que en las denominaciones algunos no eran hijos de Dios y, por ende, no podía partir el pan con ellos; además había otro problema: decían que sólo el pastor podía partir el pan. Le dije: “Ninguno de nosotros dos es pastor; por consiguiente, aunque reuniéramos a todos los creyentes verdaderos, juzgarían que nosotros no tenemos la autoridad para partir el pan. ¿No es eso desconcertante?” El hermano Wang me tomó las manos y dijo: “Dios me ha conducido exactamente por el mismo camino. Anoche no pude dormir; oré toda la noche e indagué acerca de ese asunto. Me preguntaba si los creyentes deben partir el pan y si es necesario que un pastor presida esa reunión. En mi oración e investigación descubrí que ningún versículo respaldaba que sólo un ministro ordenado puede partir el pan”. Cuando oí eso, le di gracias al Señor por habernos guiado en la misma dirección. Habíamos visto claramente en la Biblia los principios de las reuniones. Entonces le dije: “Este es el mejor día para empezar; empecemos a partir el pan este domingo”.
Acordamos la fecha en que empezaríamos; sólo nos faltaba el lugar. Mi casa era más grande, pero yo no le había dicho a mi madre el sentir que tenía sobre este asunto; tal vez ella pensaría que ambos jóvenes éramos unos rebeldes. Leland Wang vivía en una casa prestada en una escuela de niñas e iba a mudarse pronto; así que, pensaba que no era muy conveniente que lo hiciéramos en su casa. Le dije: “No importa; reunámonos en tu casa”. Después de esta decisión, me sentí muy feliz el viernes y el sábado, pues anhelaba que llegara pronto aquel día feliz. Cuando llegó la tarde del domingo, informé a mi madre que iba a casa de Leland Wang. Ella me preguntó: “¿Para qué?" Respondí: “Voy a ocuparme de un asunto muy importante”. Esa noche tres personas (Leland Wang, su esposa y yo) nos reunimos en su pequeña casa para partir el pan y beber la copa juntos. Recordaré esta experiencia mientras viva, y creo que por la eternidad. ¡Nunca estuve tan cerca de los cielos como esa noche! ¡En esa ocasión los cielos se acercaron a la tierra! ¡Lo único que pudimos hacer nosotros tres fue llorar! Aquel día supimos lo que era partir el pan en memoria del Señor. Como muchacho, había tomado la santa comunión después de ser rociado. En ese entonces, mi comentario fue: “El pan es muy amargo y el jugo de uva bastante dulce”. No entendía lo que significaba partir el pan; sólo entendía que el pan era amargo y el jugo dulce. Pero cuando nosotros tres partimos el pan esa noche en la casa de Leland Wang, sabía que aquello era sumamente precioso para el Señor. En aquella primera oportunidad, aprendimos lo que significaba adorar al Señor y recordarle. Sólo podíamos alabarlo y darle gracias.
Después de la primera reunión, nos preguntamos: “¿Qué pasará en la próxima reunión? Algunas denominaciones parten el pan cada tres meses, pero ¿qué haremos nosotros? La Biblia nos enseña que debemos recordar al Señor frecuentemente. Al leer Hechos 2, tuvimos el sentir de que en ese entonces probablemente partían el pan cada día. Hallamos lo siguiente en Hechos 20:7 “El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para partir el pan..." Está claro. Entonces nos basamos en la Palabra para observar el partimiento del pan cada domingo. Desde aquel tiempo, partíamos el pan todos los domingos, excepto cuando estaba enfermo o salía de viaje o cuando algún acontecimiento inesperado lo impedía. Poco tiempo después, mi madre descubrió lo que estábamos haciendo. No tuvo objeciones; sólo dijo que éramos demasiado osados. Varios meses después, ella se nos unió para partir el pan.
Gradualmente, la manera en que el Señor nos estaba llevando empezó a producir sus efectos evidentes. Se comentaba que varios miembros de la familia Nee se habían bautizado por inmersión. El superintendente de la iglesia metodista vino y nos interrogó sobre este asunto. Le dije: “Mi única pregunta es ésta: ¿es bíblico el bautismo por inmersión? Si no lo es, estoy dispuesto a confesar mi error delante de toda la congregación; pero si lo es, entonces debo obedecer la Palabra”. El sólo contestó: “Sí es bíblico, pero tú no deberías ser tan legalista”. Si no debía ser legalista en algún asunto, tampoco debía serlo en nada. Me sorprendió ver que por haberme bautizado por inmersión, los metodistas cambiaron de actitud para con nosotros; antes eran buenos amigos, pero se volvieron fríos e indiferentes. Desde aquel día comprendí lo que significa obedecer al Señor y el costo de hacerlo. También me di cuenta de que ellos no le daban importancia al bautismo, a menos que alguien se bautizara de otra manera.
Durante la segunda parte de 1922, descubrí otro problema en la Biblia. La ausencia de las denominaciones. ¿Afirman las Escrituras que yo debo ser un miembro de la iglesia metodista? En 1 Corintios 1, Pablo exhortó a los creyentes corintios a no ser tendenciosos, pues ellos afirmaban: “Soy de Pablo, y yo de Apolos, y yo de Cefas, y yo de Cristo”. Empecé a pensar: ¿es Wesley más importante que Pablo? Si Pablo reprendió a los creyentes corintios por tomar partidos, ciertamente decir que uno es de la iglesia presbiteriana o de la iglesia metodista o de la iglesia bautista, no es bíblico.
En aquel tiempo, estudiaba en una escuela misionera. En la primavera la escuela me mandó como delegado a un retiro, y cuando llené el formulario, donde se me pedía el nombre de mi denominación escribí: “Soy cristiano y pertenezco directamente a Cristo”. Me dijeron: “De todos modos, sigues siendo miembro de una denominación”. Contesté: “Soy simplemente cristiano. La Biblia no dice que deba ser miembro de una denominación”. Yo estaba decidido a no confesar que pertenecía a la iglesia metodista. Cada vez que me preguntaban, contestaba: “Soy cristiano”.
Un día mientras leía la Biblia, examiné este problema: ¿Podía yo sencillamente salir de la denominación? Al poco tiempo, oí que cierta tienda fue a la quiebra. En la conversación afirmaban que cuando varias personas se asocian para establecer una empresa, ninguna de ellas puede escapar a las consecuencias si ésta va a la ruina, aunque ellas no estén involucradas personalmente en los negocios que la empresa lleva a cabo; todas ellas deben compartir la responsabilidad de la ruina. Esta conversación me permitió entender que como miembro de la iglesia metodista me encontraba en una especie de sociedad. Aunque no participaba en el sistema de la iglesia metodista, no podía escapar de las consecuencias. Si deseaba seguir al Señor, no sólo debía dejar de ser miembro de la iglesia metodista en hecho, sino que también mi nombre debía ser borrado de su lista de miembros. Cuando entendí esto, vi que debía discutirlo con mi madre, porque ella me había inscrito allí. Mi madre no aprobó de inmediato mi intención, porque temía que los misioneros occidentales, nuestros buenos amigos, se molestaran. Yo entendía que no debemos temer que la gente se ofenda; más bien debemos temer ofender a Aquel que es más grande que nosotros.
Un día fui por barco a Mawei para ver a la hermana Margarita Barber. Le pregunté qué le parecía el hecho de que mi nombre estaba en “el libro de la vida” (pues así llaman al registro de la iglesia metodista). Ella contestó: “Me temo que entre los nombres de ese libro, muchos están muertos, y no pocos están pereciendo”. Yo dije: “¿Debo dejar mi nombre en un libro de la vida sobre la tierra?” Ella contestó: “Si tu nombre está inscrito en el libro de vida en los cielos, ¿qué necesidad tienes de que conste en un libro terrenal? Y si tu nombre no se halla en el libro celestial de vida, ¿en qué te beneficiaría un libro terrenal?”
Hablé frecuentemente con mi madre durante dos meses acerca de este asunto, pero ella no estaba de acuerdo. Un día toda mi familia se encontraba en el jardín, y aproveché la oportunidad para hablar con mis padres. Les dije: “¿Es bíblico dejar nuestro nombre en las denominaciones? Contestaron: “¡No!" Repetí: “¿No debemos acaso obedecer la Biblia?” “¡Sí!” contestaron. Añadí: “¿Por qué nos detenemos y no obedecemos las Escrituras?” Contestaron: “¡Muy bien! ¡Hazlo!” Inmediatamente hice una carta en borrador, y mi padre la escribió en limpio. La firmamos todos, y yo la mandé por correo certificado. En esencia, la carta decía lo siguiente: “Hemos visto que la existencia de sectas no es bíblico y que las denominaciones son un pecado. Por consiguiente, a partir de hoy, háganos el favor de borrar nuestros nombres de su libro de vida. No estamos pidiendo eso por animadversión personal, sino por nuestro deseo de obedecer lo que enseñan las Escrituras. Nuestra decisión es final, y es innecesario discutir al respecto. Nos seguimos considerando sus amigos. Aparte de nuestro deseo de obedecer la Biblia, no tenemos ningún otro motivo para llevar a cabo esta acción”.
Cuatro días después del envío de la carta, varios misioneros occidentales vinieron a casa. Nos dijeron: “Hemos visto casos en que una iglesia excomulga a alguno de sus miembros, pero no el de un miembro que se excomulgue de una iglesia. ¿Cuál es el motivo de su acción?” Contestamos: “Ya explicamos nuestra razón, y no tenemos nada que agregar”. Al día siguiente, el director de la escuela fue enviado a hablar con nosotros. También a él le contestamos: “No tenemos nada más que decir. Seguimos siendo sus amigos, pero deseamos que nuestros nombres sean borrados de su registro”. Más tarde, nuestro pastor, el superintendente distrital y el obispo vinieron juntos y nos preguntaron si habíamos tomado aquella decisión por causa del bautismo por inmersión. Nos dijeron que si los miembros de la iglesia metodista desean ser bautizados por inmersión, no había problema. Respondimos: “El Señor nos guió a hacer lo que hicimos. Ustedes afirman que no debemos ser legalistas, pero nosotros creemos que debemos obedecer al Señor cueste lo que cueste”.
No vamos a argumentar con los demás acerca del bautismo por inmersión ni acerca de salir de las denominaciones. La única pregunta es si estamos dispuestos a obedecer las Escrituras. Ser bautizados por inmersión o salir de las denominaciones no son pasos muy importantes; no son más que dos asuntos entre los miles que requieren nuestra obediencia. Con respecto a las Escrituras, lo más importante es la obediencia.