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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Corintios»
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Mensaje 50

LA MESA DEL SEÑOR

(2)

  Lectura bíblica: 1 Co. 10:14-22

  Cuando leemos 1 Corintios es muy importante entender el pensamiento central de Pablo. Pablo se daba cuenta de que los creyentes griegos, aunque eran cristianos auténticos, se habían apartado de Cristo y erraban al blanco con relación a El, pues en lugar de llevar la vida cristiana viviendo a Cristo, se conducían según su cultura griega. Por consiguiente, su intención era rescatarlos y regresarlos a Cristo.

EL CRISTO PROFUNDO Y MISTERIOSO

  Pablo no era una persona superficial, y según consta en sus escritos, tampoco llevó a cabo el rescate de los creyentes corintios en una manera superficial, sino que lo hizo usando verdades profundas. Mientras les escribía con el fin de liberarlos de lo que los distraía de Cristo, Pablo revelaba las profundidades de Dios, las cosas más profundas acerca de Cristo. Si no tuviésemos los tres primeros capítulos de 1 Corintios, no sabríamos que Cristo nos fue hecho de parte de Dios sabiduría; tampoco sabríamos que esta sabiduría incluye a Cristo como justicia, santificación y redención. El pensamiento de Pablo es muy profundo. Los problemas que confronta en esta epístola pueden parecer bastante superficiales, pero la manera en que los resuelve es profunda. Por ejemplo, comer de lo sacrificado a los ídolos es un tema superficial, pero Pablo lo abordó hablando del Cristo todo inclusivo, el cual es profundo y misterioso.

  Las profundidades de Dios están relacionadas con el Cristo misterioso. Lo que enseñamos y experimentamos acerca de Cristo es un misterio; por esto los incrédulos no entienden lo que hablamos. Para ellos, El es simplemente un personaje histórico, pero para nosotros, Cristo es una persona real, viva, presente y preciosa; El es misterioso, profundo y lo es todo. Va más allá de lo que podemos comprender y es más profundo de lo que podemos imaginarnos.

  En las epístolas de Pablo se percibe que le faltaban palabras para describir al Cristo que lo es todo. En Efesios 3:18 él habla de comprender con todos los santos “cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad”. Con ello, Pablo se refiere a las dimensiones de Cristo. ¿Qué es la anchura? y ¿qué son la longitud, la altura y la profundidad? Son las inmensurables dimensiones de Cristo. La anchura, la longitud, la altura y la profundidad son el propio Cristo. Sus dimensiones son más inmensas que las del universo. Este maravilloso Cristo es mucho más de lo que podemos comprender.

DISFRUTAR A CRISTO

  Según lo dicho por Pablo en 1 Corintios, este Cristo maravilloso es nuestro. En 1:2 dice que Cristo es de “ellos y nuestro”, mientras que en 1:9 expresa que hemos sido llamados a Su comunión. Esto significa que Cristo es nuestra porción, la cual podemos disfrutar.

  Para los que fuimos llamados a la comunión de Cristo, no es suficiente sólo creer en El, confiar en El y depender de El, como a menudo se enseña a los cristianos. Por supuesto, debemos confiar en el Señor y depender de El, pero es posible hacer esto y perder de vista lo más importante: disfrutar a Cristo y poseerlo como nuestra porción. En el pasado, se nos enseñó a creer en Cristo, confiar en El, depender de El y orar a El. No obstante, se descuidó algo muy importante: disfrutar a Cristo. Antes de llegar al recobro del Señor, ¿escuchó usted alguna vez un mensaje que le dijera que a Cristo se le disfruta? Entre el pueblo del Señor, ¿dónde se habla de esto? Los cristianos no tienen esta terminología porque no poseen esta cultura espiritual. No hablan de comer a Cristo ni de beberle, pese a que la Biblia lo menciona.

  El objetivo de Pablo al escribir 1 Corintios no era simplemente ayudarnos a confiar en Cristo o a depender de El; su meta era animarnos a que lo disfrutáramos. ¡Aleluya, Cristo es nuestro! La pequeña frase “de ellos y nuestro” de 1:2 hace alusión a este disfrute. El hecho de que Cristo sea nuestro no significa solamente que confiamos en El, sino también que le disfrutamos. ¡Cuán maravilloso es que Cristo sea nuestro y que podamos disfrutarlo!

LA COMUNION DEL HIJO DE DIOS

  Dios nos llamó a la comunión de Su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. ¿Entiende usted adecuadamente lo que es esta comunión? Como dijimos anteriormente, la comunión denota una participación. Ahora quisiera añadir que la comunión incluye disfrute. Es correcto interpretar 1:9 de esta manera: “Por el cual fuisteis llamados al disfrute de Su Hijo”. Entrar en la comunión del Hijo equivale a disfrutarlo.

  Pablo se refiere nuevamente a la comunión en 10:16: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” La comunión de 1:9 es la comunión de una persona, mientras que en 10:16 es la comunión de Su sangre y Su cuerpo. Cuando el Señor Jesús comió con Sus discípulos y estableció la mesa, El “tomó ... pan y bendijo, y lo partió, y dio a los discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es Mi cuerpo” (Mt. 26:26). Luego, tomando la copa y habiendo dado gracias, “les dio, diciendo: Bebed de ella todos” (v. 27). Hoy el Señor nos invita a Su mesa, y en cuanto al pan y a la copa, dice: “Esto es Mi cuerpo: Tomad y comed ... Esto es Mi sangre: Bebed de ella todos”. No obstante, es posible que pasemos por alto todo esto y no nos demos cuenta de que al hablar así de Su cuerpo y de Su sangre, el Señor se nos presenta para que lo disfrutemos. El se nos ofrece a Sí mismo en calidad de provisión alimenticia para que le disfrutemos. ¡Oh, que el Señor abra nuestros ojos! El es una persona que lo es todo, y como tal nos dio a comer Su cuerpo y a beber Su sangre. Se nos dio a Sí mismo para que participemos de El y lo disfrutemos al comer y beber de El.

  El Cristo que lo es todo y que se nos brinda para que le disfrutemos es la corporificación del Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. El es el Dios encarnado, quien vivió en la tierra como hombre durante treinta y tres años y medio, murió en la cruz para eliminar la vieja creación, resucitó corporal y espiritualmente, y quien mediante la resurrección se hizo el Espíritu vivificante. Hoy el Cristo que nos ofrece Su cuerpo y Su sangre es el Espíritu vivificante. Este Cristo maravilloso lo es todo para que lo disfrutemos. Podemos participar y disfrutar de todo lo que El es.

LA MESA Y LA BUENA TIERRA

  Cada vez que venimos a la mesa del Señor para disfrutar al Cristo que lo es todo, estamos en la buena tierra de manera práctica, donde disfrutamos sus riquezas. Esto significa que la buena tierra ha llegado a ser una mesa, un banquete, para nuestro deleite, en la cual nosotros y Dios somos saciados. Si vemos esto, comprenderemos que entrar en la buena tierra equivale a venir a la mesa del Señor. Esto es sumamente alentador. ¡Alabado sea el Señor que al venir a la mesa, entramos en la buena tierra!

  La influencia de nuestro antecedente religioso y de nuestros conceptos naturales han limitado nuestro entendimiento de la mesa del Señor. Debido a esta influencia, es posible que pensemos que venir a la mesa del Señor equivale a asistir a una reunión alrededor de una mesa con un pan y una copa sobre ella. Tal vez no estemos conscientes en nuestro espíritu de que al venir a la mesa y disfrutar de ella, disfrutamos a Cristo, la tierra que contiene todas las riquezas.

  ¿Sabe usted cómo los hijos de Israel establecieron el reino de Dios sobre la tierra y cómo construyeron el templo de Dios? Disfrutando las riquezas de la buena tierra. Por medio de dicho disfrute pudieron vencer a sus enemigos. Las riquezas de la tierra no sólo les proveyeron el alimento para su subsistencia, sino que también les equiparon para que lucharan y establecieran el reino de Dios. Además, les abastecieron de lo necesario para que edificaran el templo de Dios. Por consiguiente, el reino de Dios y el templo se produjeron mediante el disfrute de las riquezas de la buena tierra. Estas fueron el origen de la subsistencia de los hijos de Israel, y la provisión por la cual vencieron a los enemigos, establecieron el reino de Dios y edificaron Su templo. Un día, la gloria de Dios descendió y llenó el templo, lo cual fue el resultado final del disfrute que los hijos de Israel tuvieron de las riquezas de la buena tierra.

  Lo que los hijos de Israel experimentaron en la buena tierra tipifica el disfrute que actualmente tenemos de Cristo. Cristo es nuestra buena tierra, y los diversos aspectos de Sus riquezas son tipificados por el producto de la tierra. Si disfrutamos la rica provisión que Cristo nos ofrece, podremos vivirle a El y obtener el poder para vencer a los enemigos. Nuestro disfrute de Cristo siempre los vence. Además, al disfrutar las riquezas de Cristo, se establece en la iglesia el reino de Dios y se edifica el templo para que Dios obtenga Su morada. Todos estos asuntos: llevar la vida cristiana, vencer a los enemigos, establecer el reino de Dios y edificar la casa de Dios, son el fruto del disfrute que tenemos de las riquezas de Cristo.

  Ahora debemos ver que estas riquezas se exhiben sobre la mesa del Señor. Por consiguiente, dicha mesa es un banquete para que lo disfrutemos. Muchos de nosotros llevábamos años asistiendo a la mesa del Señor, pero nunca habíamos tenido este concepto de ella. Es crucial que entendamos que venir a la mesa equivale a disfrutar al Cristo que es la buena tierra.

LAS DOS MESAS

  Si nos damos cuenta de lo que representa la mesa del Señor, entenderemos 1 Corintios 10. El concepto de Pablo en este capítulo es que siempre que una persona come de lo sacrificado a los ídolos, disfruta algo relacionado con ellos. Además, lo que la persona ingiere, entra en ella y hace que ella se convierta en la expresión de aquello que disfrutó. Esto se basa en el principio de que comer es tener comunión, participar. La palabra comunión, según el uso que Pablo le da, significa participación. Según esta perspectiva, comer de lo sacrificado a los ídolos equivale a entrar en comunión con ellos, relacionarse con ellos y finalmente hacerse uno con ellos. Esto corresponde al hecho de que somos lo que comemos; lo que comemos se convierte en nosotros mismos. Los demonios están detrás de los ídolos; por esta razón, ser uno con los ídolos significa ser uno con los demonios que están detrás de ellos. Esto explica el concepto que Pablo presenta en el capítulo diez con respecto a comer de lo sacrificado a los ídolos. Lo que resulta de comer de esta manera es que la persona se vuelve uno con los demonios y aun se llena de ellos.

  Bajo el mismo principio, comer el cuerpo de Cristo es entrar en comunión con Cristo, es decir, participar de Cristo y llegar a ser uno con El. Esto no es una mera doctrina ni un simple principio, sino una realidad.

  Ahora Cristo es el Espíritu vivificante, quien es rico y lo incluye todo. Los demonios también son espíritus, pero estos espíritus demoníacos son malignos e impuros. Una persona puede ser impregnada y ocupada por un demonio, un espíritu maligno, o por Cristo como el Espíritu vivificante. Nosotros vivimos conforme a lo que entra a nosotros y nos llena. Si comemos a Cristo y somos llenos de El como Espíritu vivificante, viviremos a Cristo. Del mismo modo, si comemos de lo sacrificado a los demonios y nos impregnamos de ellos, expresaremos a los demonios. En conclusión, hay sólo dos mesas en todo el universo: la mesa de los demonios, la cual une a la gente con los demonios, y la mesa del Señor, la cual une a los creyentes con el Señor. En ambos casos, somos lo que comemos.

  Lo que llaman comunión en el cristianismo actual no es algo puro. Detrás de ella yacen algunas cosas relacionadas con los ídolos, y detrás de éstos hay demonios. Los que participan de la mesa de los demonios se ponen en contacto con ellos, lo cual realmente significa que tocan la realidad de los demonios que se hallan detrás de dicha mesa.

  El principio es el mismo con los queridos santos que vienen a la mesa del Señor en el espíritu: ellos tocan la realidad del Señor al participar de la mesa. A menudo podemos percibir algo del Señor en las palabras de estos creyentes. Se puede oír la palabra del Señor en las palabras que profiere cierto hermano o hermana. Estos santos pueden expresarse de esa manera porque han sido impregnados del Señor.

  Si existen problemas entre los santos que vienen a la mesa del Señor, la vida de iglesia se verá perjudicada. Una situación así frustrará la edificación de la iglesia. Pero si los santos de una iglesia local no tienen ningún problema cuando vienen a la mesa del Señor, y si cada uno tiene comunión con el Señor y con los demás en el espíritu, ésta será una iglesia, un templo, que verdaderamente habrá sido edificada. Además, al haber el templo de Dios, también estará presente el reino de Dios. Los que por el disfrute que tienen de Cristo han llegado a ser el templo y el reino, ciertamente son personas que viven a Cristo.

  Si leemos 1 Corintios 10 a la luz de esto, lo entenderemos correctamente. Nos daremos cuenta de que la idolatría incluye disfrutar algo que no corresponde al propio Señor. En la actualidad, la gente practica la idolatría por doquier, pues disfrutan muchas cosas que no son el Señor mismo. La vida que llevan las personas del mundo es una vida de idolatría; se sientan a comer y a beber, y se levantan a jugar. Los que se entregan a las diversiones mundanas y compran artículos mundanos de las tiendas, practican la idolatría.

  La idolatría consiste en disfrutar algo que reemplaza al Señor, pero la mesa del Señor es el verdadero disfrute que El mismo nos ofrece. No se trata solamente de reunirnos el día del Señor; la mesa debería ser nuestro disfrute todos los días. Día tras día, el Señor es nuestra buena tierra, nuestro banquete, nuestra mesa.

  Si vamos a la mesa del Señor con este entendimiento, iremos con un espíritu y una comprensión diferentes. La copa de bendición que bendecimos ciertamente será la comunión de la sangre de Cristo, y el pan que partimos, la comunión del cuerpo de Cristo. Somos los que se reúnen en torno al altar y que disfrutan de todo lo que se ofrece ahí para la satisfacción de Dios. Mientras disfrutamos de la fiesta, satisfacemos al Señor, a quien adoramos. Así debemos conducirnos con relación al asunto de la comida.

  La manera correcta de comer es tomar al Señor como nuestra fiesta. No coma nada ni disfrute nada que no sea el Señor. No debemos deleitarnos en nada que no sea Cristo. El es nuestra mesa, nuestro banquete, nuestra tierra. Cristo, nuestra buena tierra, es un rico banquete que podemos disfrutar. Cuando nos deleitamos en El, le vivimos. Entonces somos aptos para vencer a los enemigos, establecer el reino de Dios y edificar Su templo. Esta es la meta de Dios y el cumplimiento de Su propósito eterno.

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