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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Pedro»
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Mensaje 12

LA PLENA SALVACIÓN DEL DIOS TRIUNO Y SUS RESULTADOS

(7)

  Lectura bíblica: 1 P. 1:15, 18-19

CÓMO LLEGAMOS A SER SANTOS EN TODA NUESTRA MANERA DE VIVIR

  Antes de proseguir a los versículos 18 y 19, quisiera añadir algo más respecto a cómo es que llegamos a ser santos en toda nuestra manera de vivir (1:15). La frase “manera de vivir” es una traducción literal del griego. Según 1:15, no sólo debiéramos ser santos y llevar una vida santa, sino ser santos en toda nuestra manera de vivir. Los demás debieran observar que nos conducimos de cierta manera en nuestro vivir diario, una manera que es santa. En otras palabras, no debiéramos ser santos ocasionalmente o en ciertas cuestiones; por ejemplo, no es que por la mañana seamos santos respecto a cierto asunto, y luego, más tarde durante el día, dejemos de serlo. No, debemos llevar una vida santa de forma habitual. Esto es lo que constituye una santa manera de vivir. Si deseamos tener una manera de vivir que sea santa, debemos habitualmente ser santos en todo lo que somos. Esto significa que debemos llegar a ser cierta clase de persona, una persona que es santa en su constitución intrínseca.

  A fin de entender mejor lo que significa una santa manera de vivir, usemos como ejemplo los árboles frutales. Un manzano produce manzanas conforme a la “manera de vivir” del manzano. Asimismo, un naranjo produce naranjas según su respectiva “manera de vivir”. Ni el manzano ni el naranjo producen su fruto por casualidad; más bien, lo hacen conforme a la manera de vivir que es propia de cada árbol.

  Es así como nosotros llegamos a ser santos en toda nuestra manera de vivir. Algunos cristianos que recalcan mucho lo que ellos mismos llaman santidad, algunas veces actúan como santos, pero otras veces se comportan de una manera muy mundana y carnal. Esto indica que no tienen una santa manera de vivir. Tener una santa manera de vivir es llevar una vida que expresa a Dios; es llevar una vida que expresa la naturaleza santa de Dios.

  Cuando fuimos regenerados, nos fue impartida la naturaleza santa del Padre. Esta naturaleza santa, que ahora está en nosotros, es el factor básico que nos permite tener una santa manera de vivir. Usemos una vez más los árboles frutales como ejemplo. Si un manzano no tuviera la vida de un manzano, no podría tener “la manera de vivir” del manzano. Supongamos que alguien intentara adherir manzanas a las ramas de otra clase de árbol. Al cabo de poco tiempo, se caerían las manzanas. Pero un manzano que tiene la manera de vivir que corresponde a la de un manzano, expresa la naturaleza que es propia del manzano. El mismo principio se aplica respecto a cómo podemos llegar a ser santos en toda nuestra manera de vivir. El Padre impartió Su naturaleza santa en nosotros, y esto es lo que hace posible que llevemos una vida que expresa al Dios santo.

  En segundo lugar, con respecto a una santa manera de vivir, el Espíritu santo está llevando a cabo una obra de santificación en nosotros. La palabra griega traducida santificar es la forma verbal del adjetivo santo; esto significa que cuando el Espíritu Santo nos santifica, nos está haciendo santos. Así, pues, el Espíritu, con base en la naturaleza santa del Padre, opera dentro nosotros con el objetivo de hacernos santos.

  En tercer lugar, debido a que a menudo somos desobedientes, necesitamos la disciplina de Dios. Es por ello que Hebreos 12:10 nos dice que Dios el Padre nos disciplina para que participemos de Su santidad.

  En resumen, para tener una santa manera de vivir, necesitamos tres cosas: la impartición de la naturaleza santa del Padre en nuestro ser; la obra santificadora del Espíritu Santo, la cual nos hace santos; y la disciplina de Dios, cuyo objetivo es que seamos partícipes de la santidad de nuestro Dios santo. Éstos son los tres factores que nos capacitan para llevar una vida de santidad. De manera que no basta con que tengamos un vivir que es santo hasta cierto grado; no, toda nuestra manera de vivir debe ser santa. Esto significa que debemos tener un vivir que exprese a nuestro Dios santo.

SABER QUE FUIMOS REDIMIDOS

  El versículo 18 dice: “Sabiendo que fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata”. Según la gramática, el versículo 18 está relacionado con la expresión “conducíos en temor durante el tiempo de vuestra peregrinación”, que aparece en el versículo 17. Esto indica que para poder conducirnos en temor durante el tiempo de nuestra peregrinación, es necesario que tengamos una profunda comprensión de lo que es la redención de Cristo. Hoy muchos cristianos viven descuidadamente debido a que su comprensión de la obra redentora de Cristo es muy superficial.

  Cuando era niño, estudié en la escuela primaria de una misión bautista, y allí escuché mucho acerca de la cruz de Cristo y de la redención que Él efectuó. Sin embargo, nada de lo que escuché conmovió mi corazón, debido a que esa enseñanza acerca de la redención de Cristo era muy superficial. No sé por qué ni los misioneros ni los ministros chinos nunca dijeron nada significativo acerca de 1:18 y 19. No recuerdo haber escuchado ni una enseñanza sobre estos versículos durante el tiempo que asistí a esa escuela. Toda la predicación que escuché allí con respecto a la redención de Cristo fue muy superficial.

  La manera en que Pedro habla acerca de la redención en estos versículos no es superficial en absoluto. Estoy seguro de que cualquier persona que leyera detenidamente estos versículos, se sentiría muy conmovida con estas palabras de Pedro: “Sabiendo que fuisteis redimidos ... con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin defecto y sin mancha”.

  Según el versículo 18, la sangre de Cristo nos redimió de nuestra vana manera de vivir. Esta “vana manera de vivir” está en contraste con el “ser santos en toda nuestra manera de vivir”, lo cual se menciona en el versículo 15. Según otros pasajes de las Escrituras, la sangre de Cristo nos redime de nuestros pecados, transgresiones, iniquidades y de todo lo que es pecaminoso (Ef. 1:7; He. 9:15; Tit. 2:14). Sin embargo, aquí encontramos una excepción: la sangre de Cristo nos redimió de nuestra vieja y vana manera de vivir, porque aquí no se da énfasis a lo pecaminoso, sino a la manera de vivir. Todo el capítulo recalca la manera santa en que el pueblo escogido de Dios debe vivir durante su peregrinación. Tanto la santificación del Espíritu como la redención de Cristo tienen este fin: separarnos de la vana manera de vivir que heredamos de nuestros padres. Puesto que sabemos que esto fue obtenido con el más alto precio, la preciosa sangre de Cristo, nos conducimos en temor todos los días de nuestra peregrinación.

  Nuestra vieja manera de vivir, un vivir en concupiscencias (1 P. 1:14), no tenía sentido alguno ni una meta definida; por ende, era vana. Pero ahora tenemos la meta de llevar una vida santa, de llevar una vida que expresa a Dios en Su santidad (vs. 15-16).

  Muchos términos bíblicos de gran valor, términos que son muy importantes en la Palabra, se han vuelto comunes y religiosos. Hasta podríamos decir que se han corrompido. La palabra “redimidos” es un ejemplo de un término bíblico que muchos consideran religioso debido a la forma en que se ha empleado. Ésta es la razón por la cual, cuando leemos esta palabra en la Biblia, no sentimos mucho aprecio por ella. Sin embargo, cuando Pedro escribió 1:18 y 19, él se mostró muy emotivo.

FUIMOS COMPRADOS CON LA SANGRE PRECIOSA DE CRISTO

  Yo preferiría que la palabra griega traducida “redimidos” se tradujera “comprados”. De hecho, éste es el significado de la palabra griega. Nosotros fuimos comprados con la sangre preciosa de Cristo.

  Como seres humanos caídos que éramos, nos encontrábamos en una situación terrible antes de experimentar la redención de Cristo; éramos mercancía que estaba a la venta en un mercado inmundo, el mercado de la vana manera de vivir. Si, en términos espirituales, usted tiene cierta sensibilidad mientras se pasea por un centro comercial, se dará cuenta de que tal lugar es inmundo. Quizás aparentemente se vea muy limpio; pero en el sentido espiritual, está lleno de suciedad. Además, casi todo lo que uno ve en un centro comercial está relacionado con la vana manera de vivir. Así, pues, anteriormente éramos mercancía que estaba a la venta en el centro comercial de Satanás, en su mercado inmundo y mundano. Hoy en día, toda la sociedad humana es un mercado inmundo.

  Aunque éramos artículos que estaban para la venta en el centro comercial de Satanás, Cristo vino a comprarnos, a redimirnos. Él pagó un precio muy alto para comprarnos: el precio de Su preciosa sangre. Satanás no quería que Cristo nos comprara; su plan era que alguien más nos comprara. Por lo tanto, cuando Satanás se dio cuenta de que Cristo había venido para comprarnos, trató de provocar muchos problemas. Como no quería soltarnos ni dejarnos ir, puso muchos obstáculos y levantó barreras para impedir que Cristo nos comprara. Con todo, Cristo murió en la cruz y derramó Su preciosa sangre para redimirnos. Desde nuestra perspectiva, fuimos comprados; pero desde la perspectiva de Satanás, fuimos redimidos.

  La sangre que nos redimió fue una sangre extraordinaria; era la sangre del Dios-hombre, Jesucristo, el Hombre, quien llevó una vida de la norma más elevada. El Señor Jesús es un Hombre mezclado con Dios. Por consiguiente, cuando este Hombre murió en la cruz, Dios también pasó por la muerte. No hay palabras humanas que puedan explicar esto.

  Solamente la sangre de Cristo podía redimirnos o comprarnos. Satanás, el usurpador, nos había puesto en venta; pero Cristo, nuestro Redentor, pagó el más alto precio para comprarnos. Pedro habla de esto en los versículos 18 y 19.

MÁS PRECIOSA QUE EL ORO Y LA PLATA

  En el versículo 18 Pedro dice que fuimos redimidos “no con cosas corruptibles”. La sangre de Cristo es una sustancia material, pero su eficacia, función, valor, poder y autoridad son eternos e incorruptibles.

  La sangre de Cristo, con la cual somos rociados y por ende separados de entre la gente común, es más preciosa que la plata y el oro. El más alto precio fue pagado por nuestra redención, a fin de que fuésemos redimidos de la vana manera de vivir y viviésemos una vida santa (vs. 18, 15). Por esto debemos tener un temor santo y conducirnos delante de Dios con una precaución seria y saludable, a fin de que, como elegidos de Dios que han sido redimidos a un precio tan alto, no pasemos por alto el propósito de la elevadísima redención de Cristo.

  En los versículos 18 y 19 se nos muestra un contraste entre “oro o plata” y “un cordero”. El oro y la plata son valiosos, pero no poseen vida ni son orgánicos; en cambio, un cordero posee vida y es orgánico. Con este contraste, Pedro nos dio a entender que el precio que Cristo pagó por nosotros estaba relacionado con la vida y que consistía en algo orgánico.

  En el capítulo seis del Evangelio de Juan, el Señor Jesús alimentó a la multitud con cinco panes de cebada y dos peces (Jn. 6:9-12). En tipología, la cebada representa la vida de resurrección. En Palestina, la cebada madura antes que el trigo; por ende, la cebada representa a Cristo en resurrección.

  Después de haber alimentado milagrosamente a la multitud, el Señor Jesús se basó en dicho milagro para dar un mensaje a la gente, en el que les decía que Él era el pan de vida. En Juan 6:35, Él dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás”. Luego, en Juan 6:48, volvió y dijo: “Yo soy el pan de vida”. El pan, como sabemos, es hecho con ingredientes de origen vegetal. ¿Quién haría pan utilizando ingredientes de la vida animal? Sin embargo, después que el Señor Jesús le dijo a la gente que Él era el pan de vida, añadió: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo” (v. 51). Luego, el Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros ... Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida” (vs. 53, 55). Así que, el pan, que inicialmente es de cebada, finalmente llega a ser la carne del Señor. La cebada, por supuesto, pertenece a la vida vegetal, mientras que la carne con su sangre pertenece a la vida animal.

  Les doy como referencia Juan 6 para mostrarles que no podemos entender ni explicar totalmente las cosas de Cristo relacionadas con el cumplimiento de la redención de Dios. Tampoco podemos explicar de manera sistematizada las verdades bíblicas. ¿Cómo sistematizaría usted el pan de cebada y la carne, mencionadas en Juan 6? Según este capítulo, la cebada y la carne se mezclan y compenetran como una sola. Por una parte, la vida de Cristo está representada por la vida vegetal; por otra, Su vida está representada por la vida animal. Esto es semejante a decir que Cristo es divino y humano. La naturaleza divina de Cristo se halla mezclada, compenetrada, con Su naturaleza humana. Cuando Él murió en la cruz, Él murió como hombre. No obstante, Dios también pasó por esa muerte. No tenemos palabras para explicar esto.

  Ya que Cristo es tanto Dios como hombre, lo cual está representado por la vida animal y la vida vegetal, Su persona es única, y Su sangre también es única. Ninguna otra sangre puede redimirnos. Solamente la sangre de Cristo puede hacerlo. Su sangre es única debido a que Su persona es única. Puesto que Él es precioso, Su sangre es preciosa. La Biblia incluso nos dice que hoy la sangre de Cristo sigue hablando a nuestro favor en los cielos (He. 12:24).

SIN DEFECTO Y SIN MANCHA

  El versículo 19 dice: “Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin defecto y sin mancha”. Es importante entender lo que Pedro quiere decir con las palabras “defecto” y “mancha”, y conocer la diferencia que hay entre ellas. La palabra “defecto” es un término que a menudo se usaba para referirse a las impurezas que se hallan en las piedras preciosas y en las gemas. Suponga que usted tiene en su mano una piedra preciosa. Si la piedra es pura, eso significa que no tiene ninguna impureza, es decir, ninguna partícula extraña en ella. Sin embargo, a veces las piedras preciosas o las gemas contienen partículas extrañas. Tal partícula extraña, tal elemento, constituye un defecto.

  La palabra mancha aquí se refiere a una marca, a una cicatriz producida por una herida. Si usted tiene una herida en su mano, con el tiempo esa herida se convertirá en una cicatriz. Esa cicatriz entonces será una marca, una mancha, en su cuerpo.

  Dios nos creó puros, pero la caída introdujo en nosotros muchas partículas extrañas, que vinieron a ser defectos. Todos estos elementos extraños pertenecen al diablo, a Satanás. Además de esto, fuimos heridos en nuestra vida natural.

  En la tipología del Antiguo Testamento vemos que los sacrificios de animales debían ofrecerse sin defecto y sin mancha. Por ejemplo, supongamos que una oveja fuera presentada como una ofrenda por el pecado. Esa oveja tenía que ser sin defecto, es decir, sin ninguna impureza, y también tenía que ser sin mancha, es decir, no podía tener ninguna herida. La oveja que fuera presentada como ofrenda por el pecado debía ser pura y perfecta.

  De entre todos los seres humanos que han vivido sobre la tierra, solamente ha habido un Hombre, el Señor Jesucristo, en quien no se ha encontrado contaminación ni mancha alguna. Además, Él es el único Hombre que no ha sufrido ninguna herida de orden moral o ético. Considere su situación, aunque usted todavía sea una persona joven, ¿no ha recibido muchas heridas de orden ético y moral? Usted tendría que admitir que no ha sido guardado perfecto. Hay algunos que ya tienen el hábito de participar en los juegos de azar. Si una persona es adicta a los juegos de azar eso indica que su carácter ha sufrido una herida muy seria. Además, nos herimos a nosotros mismos cada vez que mentimos. No creo que haya uno de entre nosotros que jamás haya dicho una mentira. Cada mentira es una herida. Si la esposa le miente al marido o viceversa, esa mentira ocasionará una herida a su vida matrimonial. La mayoría de nosotros también hemos sido heridos por el hurto. Son muy pocas las personas que jamás han robado a nadie. A veces los niños hurtan cosas de sus padres, o las esposas hurtan de sus esposos. El hurto siempre nos hiere.

  Nuestra persona y nuestro carácter han sido heridos de muchas maneras. Como seres caídos, tenemos muchos defectos y heridas. Todo el que haya pasado por un divorcio ha experimentado una herida muy seria. La mujer samaritana de Juan 4 había sufrido esta herida. Ella había cambiado de marido seis veces, y había sido herida de muchas maneras. Ella tenía muchas cicatrices, muchas manchas.

  Jesucristo es la única persona que no tiene defecto ni mancha alguna. Él no tiene ningún defecto ni ninguna herida.

  Las palabras “sin defecto y sin mancha” son, de hecho, términos del Antiguo Testamento que se usaban en relación con los sacrificios ofrecidos a Dios. Cualquier judío que leyera la Primera Epístola de Pedro entendería esto. Puesto que Pedro se estaba dirigiendo a creyentes judíos, él usó términos que ellos conocían bien. Así que, en este versículo les estaba mostrando que Jesucristo era el sacrificio verdadero, el sacrificio que sería ofrecido como nuestra ofrenda por el pecado y por nuestras transgresiones. Cristo es el verdadero Cordero pascual.

  El cordero que era sacrificado durante la Pascua tenía que ser sin defecto y sin mancha. Además, dicho cordero debía ser sometido a un examen riguroso que duraba cuatro días. Antes de que el cordero pudiera ser sacrificado, primero tenía que ser examinado para que quedara comprobado que no tenía defecto ni mancha alguna. Esto fue lo que el Señor Jesús experimentó en Jerusalén en los días antes de ser crucificado. Por varios días fue examinado por los fariseos, los saduceos, los escribas, los ancianos y los sacerdotes. Ellos hicieron todo lo posible por encontrar alguna falta en Él. Sin embargo, según su ley, no pudieron encontrar ninguna. Así que entregaron al Señor Jesús a los gobernantes romanos, a Pilato y a Herodes. Pero tampoco estos gobernantes romanos pudieron hallar falta en Él según la ley romana. Fue por ello que Pilato declaró: “Yo no hallo en Él ningún delito” (Jn. 18:38). Así, pues, el Cordero de Dios fue examinado según la ley divina y según la ley secular, y no se halló en Él contaminación ni mancha alguna. Ésta es la única persona sin defecto y sin mancha.

  Por una parte, Pedro hace referencia a la tipología del Antiguo Testamento; por otra, él indica al mismo tiempo que Cristo es el verdadero Cordero pascual. Él es nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones, Aquel que fue ofrecido para la expiación de los pecados del pueblo de Dios. Como el Cordero sin defecto y sin mancha, Él derramó Su preciosa sangre para redimirnos. Es necesario que todos sepamos que fuimos redimidos de nuestra vana manera de vivir con la sangre preciosa de Cristo.

  Les animo a que pasen una hora a solas con el Señor y reflexionen sobre la sangre preciosa de Cristo, la cual fue derramada por ustedes en la cruz. Esto despertará en ustedes el deseo de llevar una santa manera de vivir en temor. Ustedes desearán ser santos en toda su manera de vivir y conducirse en temor durante el tiempo que les resta de su peregrinación. Si hemos de vivir de esta manera, es preciso que comprendamos que fuimos redimidos, comprados, con el alto precio de la sangre preciosa de Cristo. Esta comprensión nos motivará a vivir de una manera santa, pues nos ayudará a ver que la sangre preciosa de Cristo nos redimió de la vana manera de vivir. Como resultado, ya no querremos vivir de una manera vana.

  Una vana manera de vivir no necesariamente es pecaminosa. De hecho, es posible que en ciertos aspectos sea una vida muy moral. Con todo, sigue siendo vana, pues no tiene meta, objetivo ni propósito alguno. Todo lo que no tenga meta ni propósito es vanidad. No debemos llevar hoy una vida vana; todo lo que hagamos o digamos debe tener como objetivo la meta de Dios. Una vida así es una vida digna y de mucho contenido. Es una vida cuyo propósito, meta y objetivo están definidos. Espero que todos dediquemos algún tiempo para considerar lo que Pedro escribe acerca de la sangre preciosa de Cristo para que, de manera práctica, podamos llegar a ser santos en toda nuestra manera de vivir y conducirnos en temor durante el tiempo de nuestra peregrinación.

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