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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Pedro»
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Mensaje 29

LA VIDA CRISTIANA Y SUS SUFRIMIENTOS

(11)

  Lectura bíblica: 1 P. 4:17-19

  En el mensaje anterior empezamos a examinar la sección que abarca los versículos del 12 al 19 del capítulo 4 de 1 Pedro. En este mensaje proseguiremos, estudiando los versículos del 17 al 19 de este capítulo.

EL JUICIO COMIENZA POR LA CASA DE DIOS

  En 1 Pedro 4:17 dice: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?”. Hemos visto que esta epístola nos presenta el gobierno de Dios, especialmente en la manera en que Dios juzga a Sus escogidos. Los sufrimientos que ellos padecen al pasar por el fuego de tribulación son el instrumento que Dios usa para juzgarlos a fin de disciplinarlos, purificarlos y separarlos de los incrédulos, y evitar que sufran el mismo destino que éstos. Tal juicio disciplinario comienza por la casa de Dios.

  La palabra griega traducida “casa” en el versículo 17 también significa familia. Esta casa, o familia, es la iglesia compuesta de los creyentes (2:5; He. 3:6; 1 Ti. 3:15; Ef. 2:19). Por esta casa, Su propia casa, Dios comienza Su administración gubernamental mediante el juicio disciplinario que Él ejerce sobre Sus propios hijos, a fin de tener una base firme para juzgar, en Su reino universal, a los que desobedecen Su evangelio y se rebelan contra Su gobierno. Esto tiene la finalidad de establecer Su reino, del cual se habla en la segunda epístola de Pedro (2 P. 1:11).

LOS QUE NO OBEDECEN AL EVANGELIO DE DIOS

  En 4:17 Pedro pregunta cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios, dado que el juicio de Dios comienza primero por nosotros. Esta pregunta nos da a entender que los incrédulos, quienes desobedecen al evangelio de Dios, sufrirán un juicio mucho más severo que el que sufren los creyentes.

  En el versículo 17, las palabras “no obedecen” tienen un significado muy particular y específico. Muchos cristianos, sin embargo, no se percatan de esto. En 4:17, la frase “no obedecen” se usa principalmente con respecto a los judíos incrédulos, y no a los gentiles incrédulos. Los judíos, como el pueblo de Dios, habían recibido la ley mosaica y también las ordenanzas y los ritos del Antiguo Testamento. Pero para el tiempo en que se escribió esta epístola, la dispensación había cambiado. El Antiguo Testamento era la antigua dispensación, y el Nuevo Testamento era la nueva dispensación de Dios. La dispensación comenzó a cambiar con la venida de Juan el Bautista, y, por supuesto, cambió aún más con la venida del Señor Jesús.

  Juan el Bautista era hijo de un sacerdote (Lc. 1:5, 13). Esto significa que él también debía haber sido un sacerdote que servía en el templo, cuyas funciones eran ofrecer sacrificios, encender las lámparas y quemar el incienso sobre el altar del incienso. Ésta era la manera en que los sacerdotes servían a Dios conforme a la antigua dispensación. Sin embargo, este hijo de sacerdote no permaneció en el templo, sino que, en vez de ello, salió al desierto. Además, como sacerdote que era, él debía haber usado las vestiduras sacerdotales, las cuales estaban hechas principalmente de lino fino (Éx. 28:4, 40-41; Lv. 6:10; Ez. 44:17-18). Pero en el desierto, él “tenía un vestido de pelo de camello, y un cinto de cuero alrededor de sus lomos” (Mt. 3:4). Juan también debía haberse alimentado de la comida sacerdotal, la cual consistía principalmente de flor de harina y de la carne de los sacrificios ofrecidos a Dios por Su pueblo (Lv. 2:1-3; 6:16-18, 25-26; 7:31-34). Sin embargo, la comida de Juan era langostas y miel silvestre. El hecho de que un sacerdote se vistiera de pelo de camello era un duro golpe especialmente para la mentalidad religiosa, ya que el camello era considerado un animal inmundo según las ordenanzas levíticas (11:4). Todo esto indica que Juan había abandonado por completo la dispensación del Antiguo Testamento. Juan no ofreció sacrificios, no encendió las lámparas del templo ni quemó el incienso sobre el altar de incienso, sino que, en lugar de ello, salió al desierto y llamó al pueblo de Dios al arrepentimiento. A aquellos que se arrepentían, él los bautizaba en agua. Así que, desde la perspectiva del judaísmo, lo que hizo Juan era herético.

  En Mateo 3:2 leemos que Juan predicó en el desierto, diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. La predicación de Juan el Bautista marcó el inicio de la economía neotestamentaria de Dios. Juan no predicaba en el templo santo que estaba en la ciudad santa, donde el pueblo religioso y culto adoraba a Dios según las ordenanzas bíblicas, sino en el desierto, sin guardar ninguno de los preceptos de la antigua dispensación. Esto indica que la antigua manera de adorar a Dios según el Antiguo Testamento había sido rechazada, y que estaba a punto de iniciarse una nueva.

  En realidad la predicación del evangelio no comenzó con el Señor Jesús sino con Juan el Bautista. Juan dijo a los que venían a ser bautizados por él: “Yo os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, a quien yo no soy digno de llevarle las sandalias, es más fuerte que yo; Él os bautizará en el Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en Su mano, y limpiará completamente Su era; y recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja con fuego inextinguible” (vs. 11-12). Aquí Juan parecía decir: “El que viene después de mí os bautizará en el Espíritu o en fuego. Él los pondrá en el Espíritu o en el lago de fuego. Solamente Él tiene el poder para hacer esto. Por tanto, ustedes deben arrepentirse de todo corazón”.

  Los fariseos, los saduceos, los escribas, los ancianos y los principales sacerdotes de entre el pueblo judío no obedecieron a la predicación de Juan el Bautista ni tampoco a la predicación del Señor Jesús. Esto se ve claramente en los Evangelios y en el libro de Hechos. En el día de Pentecostés, Pedro y los otros once discípulos predicaron el evangelio al pueblo judío. La mayoría de los que creyeron eran judíos que habían sido esparcidos y que habían venido a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. Pero los judíos de allí, en particular los fariseos, los saduceos y los líderes del pueblo, no quisieron creer. Esto significa que no estuvieron dispuestos a obedecer al evangelio. Además, cuando Pablo fue levantado por el Señor, él salió a predicar el evangelio a las ciudades de los gentiles. Adondequiera que iba, los judíos le perseguían, le causaban problemas y se le oponían. Ésta es la razón por la cual los apóstoles usaron la palabra desobedecer en sus escritos, la cual se refiere a los judíos incrédulos que no obedecieron al evangelio.

  Hemos señalado que el libro de 1 Pedro fue escrito a creyentes judíos. En particular, esta epístola fue dirigida a los “peregrinos de la dispersión” (1:1). La palabra “dispersión” era un término muy conocido por todos los judíos que se hallaban dispersos entre las naciones. De manera que este término indica que esta epístola fue escrita a creyentes judíos. Estos creyentes, quienes habían sido dispersados por todo el mundo gentil, estaban padeciendo persecución. Es muy importante hacer notar que esta persecución no provino principalmente de parte de los gentiles, sino de los judíos opositores, los judíos que no obedecían al evangelio.

  Expresiones tales como “dispersión”, la cual aparece en 1:1, y “no obedecen”, la cual se menciona en 4:17, indican que los escritos de Pedro resaltan este aspecto dispensacional. Pedro indicó claramente que él escribía a los peregrinos de la dispersión. La palabra dispersión era un término judío. En la época en que se escribió esta epístola, muchos judíos se hallaban dispersos en distintos lugares. Mientras que los creyentes gentiles vivían en sus propias ciudades, los creyentes judíos se hallaban dispersos, pues habían sido dispersados o esparcidos entre los gentiles y se encontraban lejos de su patria. Por consiguiente, estos judíos eran peregrinos de la dispersión.

  Las expresiones judaicas usadas en este libro son una clara señal de que este libro fue escrito a creyentes judíos. Una de estas expresiones es “ser rociados con la sangre” (1:2). Según la tipología, la aspersión de la sangre expiatoria introducía en el antiguo pacto a los que eran rociados con ella (Éx. 24:6-8). Del mismo modo, la aspersión de la sangre redentora de Cristo introduce en la bendición del nuevo pacto, es decir, en una plena participación del Dios Triuno, a los creyentes que son rociados (He. 9:13-14). De manera que expresiones tales como “peregrinos de la dispersión” y “rociados con la sangre de Jesucristo” nos muestran que esta epístola fue escrita a creyentes judíos.

  Así, pues, la expresión “aquellos que no obedecen al evangelio de Dios”, hallada en 4:17, se refiere principalmente a los judíos incrédulos. A los ojos de Dios, los judíos incrédulos eran desobedientes. Dios les había dado la ley por medio de Moisés, y ellos la aceptaron. Pero cuando la dispensación de Dios cambió y Él quiso darles el evangelio, los judíos desobedecieron al evangelio y se rebelaron contra el mismo. Si hemos de entender el versículo 17, debemos comprender que la frase “no obedecen al evangelio” se refiere principalmente a la desobediencia de los judíos incrédulos.

  J. N. Darby, en su sinopsis, dice en repetidas ocasiones que 1 Pedro es un libro de carácter dispensacional, escrito a creyentes judíos. Debido a este aspecto dispensacional, hay ciertos versículos de 1 Pedro que no se aplican totalmente a los creyentes gentiles.

EL JUSTO CON DIFICULTAD SE SALVA

  En el versículo 18 Pedro dice: “Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?”. La frase “el justo” se refiere aquí a los creyentes, quienes llegan a ser justos al ser justificados por su fe en Cristo (Ro. 5:1) y por llevar una vida justa en Cristo (Fil. 3:9; 2 Co. 5:21; Ap. 19:8).

  La traducción correcta en el versículo 18 es “con dificultad se salva”. La Versión King James usa la expresión apenas se salva. Esta traducción no es acertada, y de hecho cambia el significado. ¿Que podría significar que alguien apenas se salva? En realidad, a lo que el idioma griego hace referencia en este versículo es el ser salvo con dificultad. La dificultad alude a la persecución, al sufrimiento y, principalmente, a la disciplina de Dios. Dios salvó a Sus peregrinos escogidos valiéndose de dificultades, es decir, por medio de mucha disciplina y muchos juicios, sufrimientos y persecuciones.

  Si los hijos de Dios, que son miembros de Su propia familia, se salvan con dificultad, ¿creen ustedes que los judíos que no creen sino que desobedecen al evangelio de Dios escaparán el juicio de Dios? Ciertamente no escaparán. Si los peregrinos escogidos de Dios son disciplinados por Dios y juzgados por Él, ¿cuánto más lo serán los impíos? El versículo 18 se puede aplicar de forma general a todos los pecadores y personas impías. Pero, conforme al pensamiento de Pedro, este versículo se aplicaba particularmente a los judíos incrédulos. Si los creyentes judíos, a quienes fue escrita esta epístola, se salvaban con dificultad, es decir, a través de la disciplina y el castigo dispensacionales de Dios, ¿cuánto más no sufrirán los judíos incrédulos, que no obedecen al evangelio de Dios? Sin duda alguna Dios juzgará a los impíos mucho más severamente que a los creyentes. ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador cuando Dios los juzgue?

  En el versículo 18, la frase “se salva” no se refiere a ser salvo de la perdición eterna mediante la muerte del Señor, sino a ser salvo de la destrucción venidera (1 Ts. 5:3, 8) mediante el juicio disciplinario de Dios que se manifiesta en forma de persecución. El creyente que ha sido disciplinado por Dios mediante los sufrimientos que conlleva la persecución y que purifican su vida, es salvo —con la dificultad de la persecución— de la destrucción que efectuará la ira de Dios contra el mundo, especialmente contra los judíos incrédulos, y de la destrucción que vendrá sobre Jerusalén.

  Entre los primeros apóstoles era muy común la creencia de que el Señor Jesús retornaría pronto para juzgar a los pecadores incrédulos, quienes son impíos y desobedecen a Su evangelio (2 Ts. 1:6-9). Las palabras de Pedro aquí deben de referirse a esto. Conforme al gobierno de Dios, si el justo, quien ha obedecido al evangelio de Dios y lleva una vida justa delante de Él, se salva con dificultad al sufrir persecución —que es el instrumento que Dios usa para imponer Su castigo disciplinario a fin de purificar la vida del creyente—, ¿dónde aparecerá el impío, que desobedece al evangelio de Dios y lleva una vida pecaminosa en contra de Su gobierno, cuando le sobrevenga la destrucción provocada por la ira de Dios?

  Podemos considerar el derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés y la venida del Señor como dos altas cumbres que vieron los apóstoles. En el día de Pentecostés, cuando Dios derramó Su Espíritu para salvación, el Señor abrió la puerta para que todos los pecadores fueran salvos. Primeramente, la puerta se abrió para los judíos, y luego, para los gentiles. Puesto que los apóstoles pensaban que el Señor Jesús regresaría pronto, no se percataron de que había una gran distancia entre la “cumbre” del Pentecostés y la “cumbre” de la venida del Señor. Si leemos los escritos de Pablo, veremos que él también pensaba que el Señor Jesús regresaría pronto. El tiempo que había entre el Pentecostés y la venida del Señor no les fue dado a conocer a los primeros apóstoles. Cuando le preguntaron al Señor Jesús acerca del tiempo de Su venida, Él les dijo que esto era algo que sólo el Padre sabía (Hch. 1:6-7). El Padre mantuvo este asunto en secreto dentro de Sí mismo. Por lo tanto, ni siquiera el Señor Jesús tenía la libertad de revelar esto a los discípulos. Como hemos señalado, los apóstoles sólo pudieron ver estas dos cumbres.

  Tal vez usted haya tenido la oportunidad de ver desde lo lejos las dos cumbres de dos montes diferentes. A simple vista, uno no se percata de que entre las dos cumbres hay un gran espacio que las separa. La impresión que uno tiene es que ambas cumbres están cerca la una de la otra, y quizás después uno descubra que ni siquiera éstas pertenecen a la misma cordillera. Uso esto como ejemplo para mostrarles el espacio de tiempo que hay entre el día de Pentecostés y el día de la venida del Señor.

  El Señor Jesús, antes de morir, predijo la destrucción de Jerusalén. Cuando los discípulos le hablaron acerca de los edificios del templo, Él contestó: “¿Veis todo esto, verdad? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt. 24:2). Además, en Lucas 21:20 dijo: “Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción está cerca”. El Señor estaba diciendo que Jerusalén sería destruida y esta profecía se cumplió en el año 70 d. de C., cuando Tito, príncipe del Imperio Romano, estuvo al mando del ejército que destruyó la ciudad de Jerusalén. Yo creo que mientras Pedro escribía este libro, él tenía presente la profecía del Señor en cuanto a la destrucción de Jerusalén. Por lo tanto, Pedro parecía decir: “Todos los judíos deben tener cuidado, pues Dios está ejerciendo Su juicio, Su administración gubernamental. Sabemos que dentro de no mucho tiempo, la ciudad de Jerusalén será destruida, y Dios juzgará a los incrédulos”. Puesto que éste era el pensamiento de Pedro, él pudo decir a los creyentes judíos, quienes sufrían persecución como parte del castigo disciplinario de Dios, que serían salvos de la destrucción venidera. Después de esto, les preguntó dónde aparecerían los judíos desobedientes una vez que viniera esa destrucción.

ENCOMENDAR NUESTRAS ALMAS AL FIEL CREADOR

  En el versículo 19 Pedro concluye, diciendo: “De modo que también los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien”. Aquí se nos muestra que Dios, según Su voluntad, desea que suframos por causa de Cristo, y que para esto Él nos ha puesto (3:17; 2:15; 1 Ts. 3:3).

  Literalmente, la palabra encomienden significa “encargar como depósito”; tal como en Lucas 12:48, Hechos 20:32, 1 Timoteo 1:18 y 2 Timoteo 2:2. Cuando los creyentes sufran una persecución física, y en especial tengan que sufrir el martirio, deben encomendar sus almas como depósito a Dios, al fiel Creador, tal como el Señor encomendó Su espíritu al Padre (Lc. 23:46). La persecución sólo puede causar daño al cuerpo de los creyentes que sufren, pero no a sus almas (Mt. 10:28). Sus almas son guardadas por el Señor, el fiel Creador. Así que ellos deben cooperar con el Señor encomendándose a Él en la fe.

  Según el versículo 19, los creyentes deben encomendar sus almas al fiel Creador, haciendo el bien. Las palabras “haciendo el bien” indican haciendo acciones rectas, buenas y nobles.

  El Creador mencionado en el versículo 19 no se refiere a Dios como el Creador de la nueva creación, la cual es resultado del nuevo nacimiento, sino como el Creador de la antigua creación. La persecución es un sufrimiento que ocurre en la esfera de la antigua creación. Por consiguiente, Dios, nuestro Creador, puede preservar nuestra alma, la cual Él creó para nosotros. Incluso, Él tiene contados nuestros cabellos (Mt. 10:30). Él es amoroso y fiel. Su cuidado amoroso y fiel (1 P. 5:7) acompaña a Su justicia en Su administración gubernamental. Mientras Dios en Su gobierno nos juzga a nosotros, quienes somos Su casa, Él, en Su amor, nos cuida fielmente. Mientras suframos en nuestro cuerpo Su justo juicio disciplinario, debemos encomendar nuestras almas a Su cuidado fiel.

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