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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Hebreos»
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Mensaje 40

LAS EXPERIENCIAS DE CRISTO SEGÚN SE REVELAN EN LOS ARREGLOS DE LOS MUEBLES DEL TABERNÁCULO

  En este mensaje veremos que los arreglos de los muebles del tabernáculo nos presenta un cuadro de las distintas experiencias que tenemos de Cristo. Muchos cristianos piensan que solamente podemos experimentar a Cristo como nuestro Salvador y nuestro Protector. De acuerdo con los que han tenido experiencias pentecostales, Cristo es un Sanador y uno que hace milagros. Para ellos, experimentar a Cristo simplemente significa presenciar milagros. Sin embargo, Cristo es muy misterioso, y las experiencias que podemos tener de Él son igualmente misteriosas y muy difíciles de definir. Damos gracias a Dios porque en Su santa Palabra encontramos un cuadro de estas experiencias en la manera en que estaban dispuestos los muebles del tabernáculo, Su morada. En el tabernáculo había tres secciones, el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, y en cada una de ellas había distintos muebles. Muchos maestros de la Biblia concuerdan en que el tabernáculo, incluyendo todos sus muebles y utensilios, nos presenta un cuadro detallado de Cristo. Cuando en mi juventud estudié la tipología del tabernáculo, se me dijo que éste era un cuadro de Cristo, pero nunca se me dijo que también era un cuadro de las experiencias que tenemos de Él. Fue poco a poco, con el paso de los años, que vine a comprender por experiencia que los arreglos de los muebles en el tabernáculo describía detalladamente las distintas experiencias que tenemos de Cristo. Nuestro objetivo en este mensaje no es enseñar tipología, la cual recalcaron tanto los maestros de la Asamblea de los Hermanos hace más de un siglo. Lo que el Señor desea recobrar hoy en día no son las enseñanzas sobre tipología, sino las experiencias de Cristo según el cuadro que nos presentan los diferentes tipos. Nuestra necesidad, por tanto, es experimentar a Cristo según nos lo muestra el arreglo de los muebles en la morada de Dios.

I. EN EL ATRIO: LAS EXPERIENCIAS DE FORMA EXTERNA

  En el atrio encontramos el altar de bronce y el lavacro de bronce. Ambos muebles representan las experiencias externas que tenemos de Cristo

A. El altar de bronce

  En el altar de bronce, que representa la cruz (Éx. 40:29), participamos de Cristo como las ofrendas, principalmente como la ofrenda por el pecado (He. 13:10, 12; 10:12). En principio, las ofrendas resuelven los problemas que tenemos con Dios y nos reconcilian plenamente con Él, de modo que seamos justos delante de Él y estemos en paz con Él. Por medio de la cruz de Cristo, podemos estar bien con Dios y con los demás. Cristo como nuestra ofrenda por el pecado resolvió el problema del pecado, y como nuestra ofrenda de paz, Él hizo la paz entre nosotros y Dios, y entre unos y otros. Así que, por medio de las ofrendas que Cristo presentó en la cruz, nuestra condición ahora es una de justicia y paz. Ésta es la primera experiencia que disfrutamos en Cristo externamente.

B. El lavacro de bronce

  Más allá del altar se encontraba el lavacro, que representa el lavamiento del Espíritu. Tanto el altar como el lavacro eran de bronce. En tipología, el bronce representa el justo juicio de Dios. Así que, el lavamiento del Espíritu se basa en el juicio que padeció Cristo por nosotros. En el lavacro de bronce (Éx. 40:30-32) participamos del lavamiento del Espíritu, el cual se basa en la redención de Cristo (Tit. 3:5). Aunque hayamos experimentado a Cristo como las ofrendas, aún necesitamos del lavamiento y la limpieza del Espíritu antes de poder entrar en la presencia de Dios. Esta experiencia es también en cierto modo externa a nosotros.

II. EN EL LUGAR SANTO: LAS EXPERIENCIAS DE FORMA INTERNA

  Después de tener estas dos clases de experiencias en el atrio, estamos capacitados para entrar al tabernáculo. Primero entramos en el Lugar Santo, donde nuestras experiencias de Cristo dejan de ser externas a nosotros y vienen a ser experiencias internas. En el Lugar Santo es donde experimentamos a Cristo de una manera interna.

A. La mesa de los panes de la proposición

  Cuando entramos al Lugar Santo, el primer mueble que encontramos es la mesa de los panes de la proposición (Éx. 40:22-23), la cual representa a Cristo como nuestro suministro de vida (Jn. 6:35, 57). Sobre esta mesa había doce panes. El número doce representa la consumación y perfección eternas. Cristo es nuestro pan eterno. El disfrute que tenemos de Él interiormente como la mesa de los panes de la proposición es un disfrute eterno.

B. El candelero

  Después de la mesa del pan tenemos el candelero (Éx. 40:24-25), donde experimentamos a Cristo como la resplandeciente luz de vida (Jn. 1:4; 8:12). El hecho de que la experiencia del candelero vaya después de la experiencia de la mesa de los panes, indica que la luz es el resultado de disfrutar a Cristo como suministro de vida. Cuando disfrutamos a Cristo como nuestro alimento recibimos luz, porque la vida es la luz de los hombres (Jn. 1:4). Tal luz no proviene del conocimiento sino de la vida que disfrutamos.

  En la mesa de los panes de la proposición había doce panes y el candelero tenía siete lámparas. El número siete también significa consumación, pero no consumación eterna. Siete es el número de compleción en el mover dispensacional de Dios, lo que denota la compleción en el mover de Dios. Por toda la eternidad tendremos la provisión de vida; pero el propósito del candelero es alumbrar al pueblo de Dios para que se mueva y actúe en esta era de tinieblas. Esto está relacionado con el mover de Dios en una dispensación dada. Al llevar a cabo Su economía en cierta dispensación, Dios realiza ciertas acciones que requieren de la iluminación de la luz divina. Esta iluminación es completa. Si la luz no resplandece, no podemos proceder ni hacer nada en lo que a la economía de Dios se refiere. Al disfrutar a Cristo como nuestra vida, la vida se convierte en la luz que nos permite actuar y movernos en la economía de Dios. Este hecho lo podemos comprobar en nuestra experiencia. En primer lugar, disfrutamos a Cristo como nuestra vida y suministro de vida. Luego, esta vida resplandece en nuestro interior y nos muestra cómo proceder y actuar. Ésta es la experiencia interna que tenemos de Cristo como luz.

C. El altar del incienso

  El último mueble que estaba en el Lugar Santo era el altar de oro, que es el altar del incienso. El altar del incienso, el candelero y la mesa del pan de la proposición formaban un triángulo. La mesa del pan de la proposición estaba al norte, el candelero estaba al sur y el altar del incienso se encontraba en medio de estos dos al occidente, muy cerca del velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. En el altar del incienso participamos de Cristo como el incienso fragante hacia Dios, que nos permite ser aceptados por Dios (Ef. 1:6). Dios nos acepta por causa de Cristo, y no por lo que somos. Es por eso que debemos orar a Dios en el nombre de Cristo. Si oramos en nosotros mismos, por medio de nosotros mismos y con nosotros mismos, nuestra oración jamás será aceptada. Cristo, quien es el incienso grato y aceptable delante de Dios, debe añadirse a nuestra oración. Nuestra oración es como un incensario que contiene a Cristo como el incienso fragante. Cuando oramos en Cristo, y con Él, Él como incienso se mezcla con nuestra oración a medida que ésta asciende a Dios. El incienso llega a ser el elemento que hace que tanto nosotros como nuestras oraciones sean aceptables delante de Dios. Esta experiencia es aún más interna, y nos guía a las experiencias del Lugar Santísimo, las cuales son las más profundas.

  Aunque el altar del incienso no está en el Lugar Santísimo, sí nos dirige y nos guía a él. Así que, aunque el altar del incienso se encuentra en el Lugar Santo, la función que cumple está relacionada con el Lugar Santísimo. Es por eso que nos habla de una experiencia más interna que la de la mesa del pan y el candelero.

  Con respecto al lugar donde estaba el altar del incienso, aparentemente existe una discrepancia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Éxodo 30:6 dice que el altar del incienso estaba ubicado delante del velo, es decir, fuera del velo. Esto indica claramente que el altar del incienso estaba puesto en el Lugar Santo, delante del velo, y no en el Lugar Santísimo, detrás del velo. Sin embargo, Hebreos 9:4 dice que el Lugar Santísimo tiene el altar del incienso. Por lo tanto, la mayoría de los maestros cristianos y de los lectores de la Biblia han pensado que de alguna manera hubo algún error o problema de construcción. En 1937 estuve conduciendo un estudio sobre el libro de Hebreos y, no pudiendo entender este asunto, también pensé que se trataba de algún error en la estructura gramatical. Consulté en varios libros incluyendo uno que decía que el versículo 4 no se refiere al altar del incienso, sino a un incensario. El autor de este libro afirmaba que en un principio el incensario solía ponerse fuera del velo pero que con el tiempo terminó siendo puesto en el Lugar Santísimo. Esta interpretación se basaba en el hecho de que la palabra griega traducida “altar” en el versículo 4 podía traducirse también incensario. Sin embargo, en este caso debe referirse al altar del incienso, y no a un incensario, ya que el relato del Antiguo Testamento no menciona que hubiera algún incensario en el Lugar Santo o en el Lugar Santísimo. Hace poco, mientras redactaba las notas de Hebreos para la Versión Recobro, el Señor me dio una revelación clara y completa sobre este asunto. En realidad, no hay ningún error o problema de construcción en el versículo 4. La aparente discrepancia tiene un gran significado espiritual, como se muestra en los siguientes puntos:

  La crónica del Antiguo Testamento con respecto a la ubicación del altar del incienso implica una relación muy cercana entre el altar del incienso y el Arca del Testimonio, sobre la cual estaba el propiciatorio, donde Dios se reunía con Su pueblo. Según el idioma hebreo, Éxodo 30:6 dice: “Lo pondrás [el altar del incienso] delante del velo que cubre [heb.] el Arca del Testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo”. Debemos leer este versículo muy cuidadosamente. El altar del incienso fue puesto delante del velo que cubría el Arca del Testimonio. Algunas versiones dicen: “delante del velo que está junto al Arca”, pero la traducción más apropiada es: “delante del velo que cubre el Arca”. Existe una gran diferencia entre estas dos traducciones. Decir “delante del velo que está junto al Arca” implica que el velo separaba el Arca del altar del incienso, mientras que la frase “delante del velo que cubre el Arca” indica que el velo no establecía ninguna separación, sino que simplemente cubría el Arca. Por consiguiente, poner el altar del incienso delante del velo era lo mismo que ponerlo delante del arca. Éxodo 40:5 incluso dice que el altar del incienso estaba puesto delante del Arca del Testimonio, y ni siquiera menciona el velo de separación que había entre ellos. Así pues, el altar del incienso estaba delante del Arca. Según la economía de Dios, el velo que cubría el Arca no perduraría eternamente, sino que después sería quitado. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, el velo fue quitado. Según la economía eterna de Dios, el velo no debía estar más ahí. En cierto sentido, el propósito del velo no era separar, sino cubrir. Así que el velo ni siquiera fue mencionado en este versículo de Éxodo porque estaba destinado a desaparecer. Cuando el velo es quitado, el altar del incienso queda frente al Arca. Cuando el libro de Hebreos fue escrito, el velo ya había sido quitado. A los ojos de Dios, el velo no existía más. Inclusive en Apocalipsis 8:3 vemos que el altar de oro estaba delante del trono de Dios. No había ningún velo de separación. Ésta es la razón por la cual, como vemos en Éxodo 40:3 y 21, a los ojos de Dios el velo solamente cumplía la función de cubrir, no de separar. El velo simplemente cubriría el Arca transitoriamente, mas no eternamente.

  En 1 Reyes 6:22 dice que el “altar [del incienso] [...] pertenecía al oráculo” [heb.]. La palabra hebrea que se traduce “oráculo” incluye el significado de ellugar donde Dios habla. El oráculo denota el Lugar Santísimo, en el cual estaba el Arca del Testimonio con la cubierta propiciatoria, donde Dios hablaba a Su pueblo. Así que, el Antiguo Testamento indicó de antemano que el altar del incienso pertenecía al Lugar Santísimo. (Aunque el altar del incienso estaba en el Lugar Santo, su función tenía que ver con el Arca del Testimonio que estaba en el Lugar Santísimo. En el Día de la Expiación, tanto el altar del incienso como el propiciatorio del Arca del Testimonio eran rociados con la misma sangre de la expiación, Éx. 30:10; Lv. 16:15-16.) Por lo tanto, en Éxodo 26:35, dice que solamente la mesa de los panes de la proposición y el candelero estaban en el Lugar Santo; no se menciona el altar del incienso.

  El altar del incienso está relacionado con la oración (Lc. 1:10-11), y en el libro de Hebreos se nos muestra que orar es entrar en el Lugar Santísimo (10:19) y acercarnos al trono de la gracia, el cual es representado por el propiciatorio que estaba sobre el Arca del Testimonio en el Lugar Santísimo. Muy a menudo nuestra oración comienza en nuestra mente, la cual forma parte de nuestra alma, representada por el Lugar Santo. Sin embargo, nuestra oración siempre nos lleva a nuestro espíritu, representado por el Lugar Santísimo.

  Tomando en cuenta todos los puntos anteriores, el escritor de este libro pudo reconocer que el altar del incienso pertenecía al Lugar Santísimo. El versículo 4 no dice que hubiera un altar de oro en el Lugar Santísimo, tal como el candelero y la mesa estaban en el Lugar Santo (v. 2). Indica que el Lugar Santísimo tenía un altar de oro, debido a que el altar pertenecía al Lugar Santísimo. Este concepto concuerda con el énfasis que se hace en el libro de Hebreos, es decir, que debemos avanzar del alma (representada por el Lugar Santo) al espíritu (representado por el Lugar Santísimo).

  El altar del incienso pertenece al oráculo, el lugar donde Dios habla, es decir, el Lugar Santísimo. El altar del incienso tipifica a Cristo en Su resurrección, como el incienso placentero y fragante en el cual Dios nos extiende con gusto Su aceptación. Oramos con este Cristo a fin de tener contacto con Dios, para que Él sea complacido y nos hable. Hablamos a Dios en nuestra oración juntamente con Cristo, quien es el incienso aromático, y Dios nos habla en el dulce aroma de este incienso. Éste es el diálogo en la agradable comunión entre nosotros y Dios por medio de Cristo como el incienso aromático.

  Ahora podemos entender esta aparente discrepancia. Como hemos visto, no existe discrepancia alguna. Según el Antiguo Testamento, el altar del incienso pertenecía al Lugar Santísimo. Si bien se encontraba en el Lugar Santo, no pertenecía al Lugar Santo, sino al Lugar Santísimo. Es por eso que Hebreos nos dice que el Lugar Santísimo tenía el altar del incienso, y no que éste estaba en el Lugar Santísimo. Cuando experimentamos el altar del incienso por medio de nuestra oración, a menudo empezamos en nuestra mente y gradualmente somos conducidos al espíritu. Ahora nos es fácil entrar en nuestro espíritu porque el velo ya fue quitado.

III. EN EL LUGAR SANTÍSIMO: LAS EXPERIENCIAS DE FORMA MÁS PROFUNDA

A. En el Arca del Testimonio

  Después del Lugar Santo está el Lugar Santísimo. En el Lugar Santísimo experimentamos a Cristo de la manera más profunda. Primero, en el arca del testimonio (Éx. 40:20-21), participamos de Cristo como la corporificación de Dios y el testimonio de Dios (Col. 2:9; He. 1:3a). La palabra testimonio aquí en realidad se refiere a la ley de Dios, es decir, a los diez mandamientos, que estaban dentro del arca. Ya que la ley de Dios era el testimonio de Dios, el Arca, donde estaba este testimonio, se llamaba el Arca del Testimonio. Según nuestro concepto natural, lo único que hace la ley es regularnos e imponernos demandas y requisitos. Sin embargo, en la Biblia el propósito de la ley no es principalmente establecer normas o regulaciones, sino ser un testimonio de lo que Dios es. Dios es puro, Dios es amor, Dios es santidad, Dios es luz, y muchas otras cosas más. Debido a que la ley fue hecha conforme a lo que Dios es y debido a que lo expresa, la ley es Su testimonio. Toda ley expresa a aquel que la crea, es decir, al legislador. El Arca del Testimonio es un tipo de Cristo, el verdadero testimonio de Dios, quien es la corporificación y expresión de todo lo que Dios es. En el Lugar Santísimo, el lugar más profundo de la morada de Dios, podemos experimentar a Cristo como el arca del testimonio de Dios. Es allí donde disfrutamos a Cristo como la corporificación y expresión de todo lo que Dios es; no sólo le disfrutamos como el Redentor, la provisión de vida y la luz de la vida, sino como todo lo que Dios es. Las riquezas y plenitud de la Deidad son nuestro disfrute aquí en Cristo. No existe otra experiencia de Cristo que sea más rica y elevada que ésta. Aquí, en Cristo, participamos del elemento divino, de los atributos divinos, e incluso de la expresión divina de nuestro Dios.

B. Dentro del Arca del Testimonio

1. Disfrutamos a Cristo como el maná escondido

  En el Arca del Testimonio disfrutamos a Cristo en tres aspectos. Primeramente, lo disfrutamos como el maná escondido (Éx. 16:33-34). El maná escondido que estaba en la urna de oro representa la experiencia que tenemos de Cristo como nuestro suministro de vida de la manera más profunda, una experiencia mucho más profunda que la representada por la mesa de los panes de la proposición, la cual estaba en el Lugar Santo. Mientras los hijos de Israel vagaban en el desierto, ellos comieron del maná que caía del cielo, pero ahora nosotros comemos del maná escondido en el Lugar Santísimo, el maná escondido en la urna de oro que está en el Arca. Éste es el maná prometido en Apocalipsis 2:17 para los vencedores. El maná que descendía del cielo era la comida del pueblo, que estaba fuera de la morada de Dios, es decir, de todos aquellos que vagaban por el desierto; mientras que el maná escondido es sólo para el que permanece en la parte más profunda de la morada de Dios, es decir, para aquel que no vaga más en su alma, sino que mora en la presencia de Dios, en el espíritu. Para disfrutar a Cristo como este suministro tan secreto tenemos que vencer toda clase de obstáculos y todas las barreras mundanales, carnales y anímicas, a fin de entrar en el Lugar Santísimo de Dios.

2. Disfrutamos a Cristo como la vara de Aarón que reverdeció

  En el Arca del Testimonio también se encontraba la vara de Aarón que reverdeció, que representa la experiencia que tenemos de Cristo en Su resurrección, el ser aceptados por Dios a fin de tener autoridad en el ministerio que recibimos de Él (Nm. 17:3, 5, 8, 10). Esta experiencia es más profunda que experimentar a Cristo como el incienso para ser aceptados por Dios. La vara de Aarón que reverdeció simboliza la vida en resurrección. Dondequiera que está la vida de resurrección, allí también está la autoridad. Así que, la vara que reverdeció representa la autoridad que se halla en la vida de resurrección, con la cual podemos ejercer el ministerio que Dios nos ha encomendado. Hubo un momento en que los israelitas disputaron sobre quién tenía la autoridad para representar a Dios. Cuando Dios hizo que la vara de Aarón reverdeciera, con esto indicó que, en resurrección, Aarón estaba autorizado para representarle, es decir, para ejercer Su autoridad como representante Suyo. Sucede lo mismo hoy en día. Los ancianos y los ministros de la Palabra divina deben tener la autoridad que proviene de la vida en resurrección. El altar del incienso solamente indica que en Cristo somos aceptos delante de Dios, mientras que la vara que reverdeció, además de significar que Dios nos acepta en Cristo, significa también que Cristo es la autoridad que Dios nos confiere en Su vida de resurrección. Dentro del arca que está en el Lugar Santísimo, es decir, dentro del Cristo que es la corporificación y expresión de Dios, podemos disfrutar a Cristo como la autoridad que Dios nos confiere mediante Su vida de resurrección. En el Arca no hay nada natural ni nada que provenga de nosotros mismos, sino que todo está en resurrección, en el Cristo escondido. Es aquí que el Cristo resucitado y escondido llega a ser la autoridad que Dios nos confiere en Su vida de resurrección, la cual reverdece sin ningún elemento de muerte, aun en el frío de la noche oscura. Por causa de la vida de iglesia hoy necesitamos la experiencia de esta vara reverdecida, que es el Cristo resucitado y escondido.

3. Disfrutamos a Cristo como las tablas del pacto

  Dentro del Arca del Testimonio también experimentamos a Cristo como las tablas del pacto o las tablas del testimonio, los Diez Mandamientos, esto es, como la ley interna de vida, la cual da testimonio, nos ilumina y nos regula conforme a la naturaleza divina (He. 8:10). Hemos visto que la ley de los Diez Mandamientos era el testimonio de Dios, aunque sólo era una figura o sombra, y no la realidad de todo lo que Dios es. En cambio, la ley interna de vida, la cual es Cristo mismo como el testimonio de Dios, es el verdadero testimonio de Dios. Cuando esta ley interna de vida da testimonio, y nos ilumina y regula conforme a la naturaleza de Dios, nos infunde dicha naturaleza en nuestro ser junto con sus atributos divinos, a fin de hacernos conformes a la imagen de Dios para que nosotros podamos expresarle y representarle. El último aspecto de nuestra experiencia de Cristo es aquella en la que la naturaleza divina de Dios se imparte en nuestro ser hasta hacernos iguales a Dios en naturaleza y expresión. La función que cumple la ley interna de vida es la de impregnarnos y saturarnos al infundir en nosotros los elementos del Hijo primogénito de Dios, quien es el prototipo, hasta hacernos una réplica de dicho prototipo, a fin de que Dios pueda obtener una expresión corporativa de Sí mismo y cumplir Su propósito eterno. Ésta es la consumación máxima de todas las experiencias que tenemos de Cristo. No debemos quedarnos en el altar, ya que éste es simplemente el punto de partida de nuestras experiencias en Cristo. Más bien debemos avanzar hasta llegar a la experiencia más sublime, la ley interna de vida, la cual es la meta de todas las experiencias que tenemos de Cristo en la economía de Dios.

  En un sentido negativo, la ley interna de vida, que es la manera automática en que la vida divina opera, mata el elemento adámico en nuestro ser, y en un sentido positivo, esta ley nos suministra todos los elementos de Cristo. A medida que la ley interna de vida opera en nosotros, el elemento adámico es reducido y eliminado gradualmente, y el elemento de Cristo, esto es, el elemento divino, se añade también gradualmente a nuestro ser. La acción en la cual el viejo elemento es desechado y el nuevo elemento es añadido es la transformación metabólica. Finalmente, todos llegaremos a ser exactamente iguales a Cristo. Cristo pasó por un proceso a fin de entrar en Su perfección y glorificación. Ahora Él está repitiendo este proceso en nosotros y nos está llevando a Su misma perfección y glorificación. Éste es el proceso que corresponde a la vida cristiana, y debe formar parte de nuestra experiencia cotidiana. Cuando abrimos nuestro ser al Señor y le decimos: “Señor Jesús, te amo y anhelo que me llenes, me poseas y me hagas uno contigo”, la vida divina, la cual fue sembrada en nuestro ser en el momento de la resurrección de Cristo, operará automáticamente en nosotros. El resultado de esta operación será una transformación completa, y nosotros seremos transformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios. De este modo, seremos completamente “hijificados” e introducidos en la perfección y glorificación de Cristo. A medida que este proceso ocurre dentro de nosotros y la ley interna de vida forja a Cristo en cada parte de nuestro ser, Cristo va siendo formado en nosotros (Gá. 4:19). Éste es el misterio más secreto de todo el universo. Finalmente, Dios se forjará en el hombre y el hombre se mezclará completamente con Dios. De este modo, Dios y el hombre y el hombre y Dios, vendrán a ser una sola entidad. Hoy en día esta entidad es la iglesia y mañana será la Nueva Jerusalén. En esto consiste la economía divina. ¡Cuán bendecidos somos al poder ver esto! Verdaderamente somos un pueblo especial.

  En este cuadro del tabernáculo el número tres se repite muchas veces. En primer lugar, el tabernáculo consta de tres secciones: el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. En segundo lugar, hay tres muebles en el Lugar Santo: la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso. Luego, al llegar al Lugar Santísimo encontramos dentro del Arca del Testimonio otros tres elementos: el maná escondido, la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del testimonio. En cada uno de estos grupos de tres, el tercer elemento es el más importante. Entre el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, el Lugar Santísimo es el más importante; asimismo, entre la mesa de los panes, el candelero y el altar del incienso, el altar del incienso es el más importante. Finalmente, entre el maná escondido, la vara que reverdeció y las tablas del testimonio, las tablas del testimonio que representan la ley interna de vida es lo más importante.

  Así pues, la experiencia final y máxima de Cristo, según la manera en que estaban dispuestos los muebles del tabernáculo, es la ley interna de vida. Romanos 8:2 nos dice que ésta es la ley del Espíritu de vida. Nuestras experiencias de Cristo empiezan en la cruz y culminan en el Espíritu. Incluso la consumación del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— es el Espíritu. El Padre está muy lejos de nosotros, el Hijo está cerca a nosotros y el Espíritu es el que entra en nosotros. Aunque el Hijo y el Padre puedan estar presentes no podríamos experimentarlos aparte del Espíritu. Todas las experiencias que tenemos del Dios Triuno dependen de la consumación del Espíritu. La ley interna de vida no es otra cosa que la operación del Espíritu, quien es el Espíritu de vida. Dios es Espíritu (Jn. 4:24), y Cristo como el postrer Adán fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45); por tanto, Él ahora es el Espíritu (2 Co. 3:17). El tercero del Dios Triuno es el Espíritu. Todas nuestras experiencias del Dios Triuno deben consumarse con el Espíritu. Además, el atrio corresponde a nuestro cuerpo, el Lugar Santo corresponde a nuestra alma, y el Lugar Santísimo corresponde a nuestro espíritu. Entre estas tres, la parte más importante es el espíritu. Finalmente, el punto culminante de nuestra experiencia de Cristo es el Espíritu del Dios Triuno dentro del espíritu humano del hombre tripartito. La ley interna de vida, representada por las tablas del testimonio que estaban dentro del Arca del Testimonio en el Lugar Santísimo, se refiere simplemente al Espíritu del Dios Triuno que opera en el espíritu humano del hombre tripartito. Esto es semejante al testimonio que da el Espíritu con nuestro espíritu (Ro. 8:16).

  Todos los verdaderos cristianos han tenido la experiencia del altar, es decir, han experimentado la cruz de Cristo. Agradecemos a Dios por esto. Sin embargo, muchos cristianos insisten en quedarse en el altar, es decir, desean permanecer en la cruz por la eternidad. Si usted les dijera que hoy en día Cristo es el Espíritu, ellos lo tacharían de hereje. Por haber dicho que debemos volvernos a nuestro espíritu y permanecer allí, hemos sido acusados de practicar el misticismo. ¡Cuán terrible es esta acusación! Muchos cristianos dicen: “¿No está satisfecho con la cruz? ¿No le parece preciosa la sangre del Señor?”. Ciertamente apreciamos la cruz y la sangre tanto como los demás cristianos, y quizás aún más que ellos. Pero esto todavía está en un nivel muy básico. Es solamente el abecedario. Si examinamos el cuadro que nos presentan los muebles del tabernáculo, veremos nuestra necesidad de avanzar. Debemos decirles a todos los cristianos que tienen que avanzar. Que no deben quedarse en el lavacro, recibiendo el lavamiento del Espíritu, sino que deben avanzar a la experiencia de la mesa del pan de la proposición, donde pueden disfrutar de una rica provisión, y a la experiencia del candelero que nos ilumina. Aparte de esto, hay mucho más por experimentar. Debemos avanzar hacia el altar del incienso que nos conduce al Lugar Santísimo. El altar del incienso hoy para nosotros es las oraciones que ofrecemos con Cristo. Muchas veces empezamos a orar en nuestra mente, y luego nuestra oración nos conduce al espíritu, al Lugar Santísimo.

  En el Lugar Santísimo está el Arca, y lo primero que encontramos dentro del arca es el maná escondido. Con respecto al maná escondido vemos tres cosas que están una dentro de la otra: el maná escondido está dentro de la urna de oro, la urna de oro está dentro del Arca, y el Arca está dentro del tabernáculo. En la urna de oro podemos disfrutar a Cristo de la manera más escondida, pues no lo disfrutamos meramente en el Lugar Santísimo ni en el Arca, sino en la urna de oro. ¿Qué representa la urna de oro? Representa la naturaleza divina del Dios Triuno, la cual contiene a Cristo, el modelo o prototipo, como nuestro suministro de vida. ¡Cuán profundo es este pensamiento! Cuando disfrutemos a Cristo como nuestra provisión de vida de una manera tan misteriosa y escondida, experimentaremos la vara que reverdeció, que nos habla de la autoridad que se halla en la vida de resurrección. Si hemos de ser verdaderos ministros de la Palabra o verdaderos ancianos en la iglesia, necesitamos tener esta clase de autoridad en la vida de resurrección de Cristo. La vara que reverdeció nos conduce al asunto máximo de la economía de Dios: la ley interna de vida (representada por las tablas del testimonio), que no es otra cosa que la operación del Espíritu del Dios Triuno dentro de nosotros. La ley interna de vida está operando en nosotros, infundiéndonos el elemento divino en nuestro ser y haciendo de nosotros una reproducción corporativa de este prototipo. De esta manera, Dios puede cumplir Su propósito eterno. Esto es lo que Dios desea hoy.

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