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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Lucas»
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Mensaje 35

EL SALVADOR-HOMBRE LLEVA A CABO SU MINISTERIO EN SUS VIRTUDES HUMANAS CON SUS ATRIBUTOS DIVINOS DE GALILEA A JERUSALEN

(13)

  Lectura bíblica: Lc. 15:1-32

  Ya vimos que como respuesta a los fariseos y a los escribas, quienes eran justos en su propia opinión y quienes condenaban al Salvador por comer con los pecadores (15:1-2), el Señor les refirió tres parábolas, que revelan cómo la Trinidad divina devuelve los pecadores al Padre, por medio del Hijo y por el Espíritu. En 15:4-7 el Hijo como Pastor va al desierto en busca de la oveja perdida. En 15:8-10 tenemos al Espíritu como la mujer que enciende una lámpara, barre la casa y busca cuidadosamente la moneda de plata perdida. La palabra casa mencionada en en versículo 8 se refiere a nuestro ser. El Espíritu entra en nosotros, la casa, para iluminarnos. Finalmente en 15:11-32, el Padre recibe al hijo pródigo que regresa.

LA CASA DEL PADRE

  En la parábola del padre amoroso, el padre debió de haber estado fuera cuando vio a su hijo que se acercaba (v. 20). El padre vio a su hijo “cuando aún estaba lejos”. Esto no habría sido posible si él hubiera estado dentro de la casa. Por lo tanto, debió de haber estado fuera esperando a su hijo. Finalmente, el padre y el hijo regresaron juntos a la casa del padre.

  Lucas 15:25 menciona la casa del padre. ¿Qué representa la casa del padre? Los cristianos quizás entiendan que la casa del padre representa una mansión celestial. Según esta interpretación, si un pecador se arrepiente y regresa a Dios, puede esperar que algún día El le recibirá en la mansión celestial. Este entendimiento de la casa del padre no es lógico. No tiene sentido decir que regresamos al Padre, que El nos recibió, pero que todavía no estamos en Su casa. Entonces, ¿dónde estamos? Lucas indica en esta parábola que el hijo pródigo fue recibido en la casa inmediatamente después de regresar y que en la casa había un lugar donde se preparaba la comida y un lugar donde se comía.

  Ciertamente, la casa del padre mencionada en la parábola no se refiere al cielo. Si representara el cielo, ¿dónde estamos nosotros los que fuimos salvos y a quienes el Padre recibió, puesto que todavía no estamos en el cielo? En realidad, la casa del Padre debe representar la iglesia. En el capítulo diez la iglesia está representada por el mesón. Ahora en el capítulo quince es la casa del padre. Este entendimiento es lógico y tiene base bíblica.

  En la parábola del padre amoroso no existe un intervalo de tiempo entre el hijo pródigo que regresa y la acogida que el padre le hace en su casa. El regreso del hijo es seguido inmediatamente por el acogimiento que el padre le hace en su casa. Por lo tanto, en estas tres parábolas el Hijo fue al desierto, el Espíritu entró en nuestro ser y el Padre nos recibe en Su casa.

EL PASTOR VINO A BUSCARNOS

  ¿Qué representa el desierto al cual el Hijo como Pastor fue en busca de la oveja perdida? El desierto es el mundo. A los ojos de Dios el mundo es un desierto, un lugar inhóspito y desolado donde es fácil perderse. El Hijo fue al desierto a buscarnos a nosotros las ovejas perdidas.

  Ahora debemos preguntarnos en qué manera vino el Hijo como Pastor a buscarnos. En contraste con el Espíritu, representado por la mujer que llevaba una lámpara, el Hijo no nos busca iluminándonos, sino muriendo en la cruz. En Juan 10:11 el Señor Jesús dijo que El era el buen Pastor que da Su vida por las ovejas: “Yo soy el buen Pastor, el buen Pastor pone Su vida por las ovejas”. La obra del Pastor consiste en morir por nosotros. Si El no hubiera muerto por nosotros, no habría podido buscarnos. El nos busca muriendo por nosotros.

LA OBRA DEL ESPIRITU: NOS ILUMINA

  La obra del Espíritu consiste en iluminarnos por dentro, como lo indica la parábola de la mujer que busca la moneda. El Espíritu, la mujer que busca, ilumina nuestro ser interno poco a poco de una manera minuciosa y cuidadosa. El Espíritu ilumina nuestra mente, luego nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, y después nuestra conciencia y todo nuestro corazón. De esta manera el Espíritu nos halla.

  Cuando el Espíritu nos halla al iluminarnos, nos despertamos, volvemos en nosotros mismos y nos damos cuenta de que es una insensatez quedarnos donde estamos. Nosotros no nos despertamos a nosotros mismos, sino que lo hace el Espíritu que busca con Su iluminación. El Espíritu no nos busca, alumbra y halla estando en el desierto ni en la cruz, sino en nuestro corazón. Esto produce el arrepentimiento, que es un cambio en nuestra manera de pensar, lo cual, a su vez, produce un cambio en la dirección de nuestra vida.

  El hecho de que el Espíritu nos halle en “la casa” de nuestro ser revela que andábamos perdidos en nosotros mismos. Andábamos perdidos en nuestra mente, nuestra voluntad y nuestra parte emotiva. No solamente andábamos perdidos en el desierto; sino también en nosotros mismos. Cristo murió en la cruz a fin de que saliéramos del desierto, del mundo; sin embargo, aún permanecemos perdidos en nosotros mismos, y allí el Espíritu nos halla. Podemos testificar esto basándonos en nuestra experiencia. Cuando el Espíritu ilumina nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad, nuestra conciencia y nuestro corazón, empezamos a arrepentirnos.

  El arrepentimiento generado por la iluminación del Espíritu es un asunto interno. Ningún ser humano y ningún ángel puede obrar tan íntimamente en nosotros. Esto sólo lo puede llevar a cabo por el Espíritu, ya que El puede penetrar a lo profundo de nuestro ser para iluminarnos. Así nos damos cuenta de que somos unos necios, nos arrepentimos, y decidimos regresar al Padre. Como ya lo indicamos, el Padre estaba esperándonos fuera de la casa. Para encontrarnos con el Padre, no era necesario ir a Su casa.

EL PADRE RECIBE AL HIJO PRODIGO

  Si leemos cuidadosamente la parábola del padre amoroso, veremos que cuando el hijo pródigo aún andaba desperdiciando las riquezas del padre, éste esperaba a que regresara. Cuando el hijo volvió en sí y decidió ir a su padre, preparó lo que le diría: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (15:18-19). ¿Qué le habría dicho usted a su padre si usted hubiera sido el hijo pródigo de esta parábola? Quizás se habría dicho: “Voy a volver a la casa de mi padre. Pero ¿qué debo decir y qué debo hacer cuando llegue allí? ¿Debo llamar a la puerta? ¿Debo gritar: ‘Padre, estoy en casa’? Me siento avergonzado y necio por haber desperdiciado todo lo que mi padre me dio. Estoy harto de la manera en que he estado viviendo. Estoy seguro de que mi padre no estará fuera esperándome. Probablemente estará en casa descansando y disfrutando de la vida. El está bien, pero yo no. O ¿qué debo hacer cuando llegue a casa?”

  Para sorpresa del hijo pródigo “cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a compasión, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó afectuosamente” (v. 20). Quizás el hijo pródigo se habría dicho para sí: “¡Esto es como un sueño! No he gritado ni he llamado a la puerta, sino que mi padre viene corriendo a mí. Y ahora ¡me abraza y me besa!”

EL VESTIDO, EL ANILLO, LAS SANDALIAS Y EL BECERRO GORDO

  Al regresar el hijo pródigo dijo inmediatamente a su padre: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (v. 21). Pero el padre le interrumpió y dijo a sus siervos: “Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y sandalias en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos; porque este mi hijo estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse” (vs. 22-24).

  El padre dijo a los siervos que sacaran pronto el mejor vestido y le vistieran. Ellos tenían que hacer esto “pronto” para corresponder a la prisa del padre cuando recibió a su hijo. El artículo definido “el” indica que antes de que el hijo volviera el padre había preparado un vestido especial para él, y los criados sabían que dicho vestido era el mejor. Por lo tanto, el padre dijo a los siervos que sacaran el mejor vestido y se lo pusieron a su hijo.

  Cuando el hijo regresó a casa, estaba hecho un pobre mendigo vestido de harapos. Pero después de ponérsele el mejor vestido, se halló cubierto de un traje espléndido preparado especialmente para él. Con este vestido puesto, estaba capacitado al nivel de su padre.

  El mejor vestido, lo cual lo pusieron en el hijo, es un tipo completo de Cristo quien es nuestra justicia y en quien somos justificados delante de Dios. Por consiguiente, ponerle el mejor vestido al hijo pródigo que regresó representa la justificación en Cristo. Los que tenemos a Cristo como el mejor vestido, somos justificados por Dios.

  El padre también dijo a los siervos que pusieran un anillo en la mano de su hijo. Yo creo que el anillo era de oro. Este anillo representa al Espíritu que sella, y es dado a los pecadores que regresan (Ef. 1:13). Este anillo es una señal que indica que un pecador arrepentido recibe algo divino, a saber: el Espíritu de Dios. El hecho de que este anillo represente al Espíritu que sella indica que el hijo pródigo que regresó pertenece al Padre. También indica que todo lo que el Padre tiene como herencia pertenece al hijo que regresó.

  En 15:22 vemos que también le pusieron las sandalias al hijo que regresó. Las sandalias separan los pies de uno de la suciedad que existe en la tierra y le fortalece para andar. Las sandalias puestas en los pies del hijo indican que la salvación nos separa del mundo y nos aparta para El, a fin de que sigamos Su camino.

  Aquel que regresó fue vestido y adornado completamente con el vestido, el anillo y las sandalias. Esto significa que fue justificado y hecho completamente apto para ser aceptado en la casa del padre. Además, el padre dijo a los siervos que trajeran el becerro gordo y lo mataran para disfrutarlo. Hasta aquí, vemos a Cristo como justicia que justifica a los pecadores externamente, al Espíritu como el sello, y el poder de la salvación del Padre que separa del mundo al pecador arrepentido. Vemos que Cristo también es el becerro gordo que nos llena de la vida divina para que lo disfrutemos. El padre, el hijo que regresó y todos los demás podían disfrutar de este becerro gordo. Y entonces “comenzaron a regocijarse”.

  En esta parábola vemos que la salvación tiene dos aspectos, el aspecto externo y el aspecto interno. El primero consiste en que Cristo como nuestra justicia nos justifica, y el segundo consiste en que Cristo como nuestra vida y suministro de vida nos satisface. El hijo pródigo después de regresar a su padre, disfrutó todas las riquezas provistas por el Padre en Su salvación. El disfrutó a Cristo como su justicia externa, al Espíritu como el sello, lo cual indica que pertenece al Padre, y que el Padre y todas Sus riquezas pertenecen a él. Disfrutó el poder de la salvación, que lo separa del mundo y también disfrutó internamente a Cristo, quien es su vida y suministro de vida. Por lo tanto, él podía llegar a ser una persona muy feliz, al comer y regocijarse con su padre. ¡Qué cuadro tan hermoso!

LOS QUE ESTAN EN LA RELIGION

  En 15:25-32 tenemos un cuadro lúgubre que describe a los que están en la religión. El hijo mayor de esta parábola representa a los fariseos y los escribas. En 15:3 vemos que el Señor dijo estas parábolas a los fariseos y escribas en la presencia de los recaudadores de impuestos y los pecadores. Las personas religiosas posiblemente se entristecieron, pero los recaudadores de impuestos y los típicos pecadores estaban llenos de regocijos. Es posible que dijeran: “¡Alabo al Señor porque ahora soy feliz! Externamente estoy justificado, e internamente estoy satisfecho. Sin embargo, los fariseos y los escribas se quejaron de que lo descrito en estas parábolas no era justo. Damos gracias al Señor porque en Su misericordia, no somos fariseos. Somos pecadores arrepentidos que hemos aprendido a ser felices y a regocijarnos en el Señor por medio de la salvación abundante que Dios nos da.

  En los cuatro evangelios, sólo en el capítulo quince de Lucas vemos un cuadro en cuanto a la salvación que la Trinidad divina llevó a cabo. Según este cuadro, primero, el Hijo vino para llevar a cabo la redención en la cruz; segundo, el Espíritu entra en nosotros a fin de iluminarnos y hallarnos, y finalmente, el Padre nos espera, listo para recibirnos, justificarnos, sellarnos, revestirnos de poder y satisfacernos para que felizmente le disfrutemos en Cristo por medio del Espíritu. Esto es un cuadro de la salvación completa.

  Mientras el Señor Jesús iba en camino de Galilea a Jerusalén, se hallaba en un ambiente propicio y tenía una oportunidad excelente para presentar un cuadro de la salvación a fin de que los pecadores sepan qué bienaventurados son y para que los religiosos vean cuán necios son. En Lucas 15 vemos que los pecadores son bendecidos, mientras que los religiosos que disienten permanecen en su necedad.

EL MESON Y LA CASA

  ¡Alabado sea el Señor porque recibimos a Cristo como nuestra justicia, al Espíritu como sello, la salvación como poder que separa y fortalece, y a Cristo como nuestra vida interna y nuestro suministro de vida! Ahora no estamos en el desierto ni en “la casa” de nuestro ser; estamos en la casa del Padre, o sea, en la iglesia.

  En el evangelio de Lucas no se menciona la palabra iglesia. Pero por lo menos en las dos últimas parábolas se hace referencia a ella. En la parábola del buen samaritano que se relata en el capítulo diez, “el mesón” representa la iglesia. En la parábola del padre amoroso relatada en el capítulo quince, la casa del padre representa la iglesia. Mientras estamos en nuestro viaje, la iglesia es un mesón donde podemos alojarnos temporalmente. Pero en otro sentido, la iglesia no es un mesón, sino una casa, que es tanto nuestra como de nuestro Padre.

  La parábola del padre amoroso indica que los pecadores deben ser salvos no estando lejos de la iglesia. Los que son salvos fuera de la iglesia y permanecen fuera, tal vez sean fruto que no permanece. Pero los que son salvos en la iglesia y están en la iglesia son fruto que permanece.

  A veces la parábola del padre y el hijo pródigo que regresó es presentada de tal manera que el hijo aparece arrodillado delante del padre. Esto no es exacto. No hay indicio en este capítulo que muestre que el hijo se haya arrodillado delante del padre. Lucas presenta al padre que abraza al hijo y le besa afectuosamente.

  La parábola del padre amoroso es muy rica en contenido. ¿Se ha dado cuenta usted alguna vez que la iglesia está incluida en dicha parábola? Allí vemos la iglesia, la casa del Padre en la cual podemos entrar y permanecer.

EL DISFRUTE DEL JUBILEO

  En estos mensajes hemos recalcado el hecho de que todo lo mencionado en el evangelio de Lucas, desde el capítulo cuatro en adelante se relaciona directa o indirectamente con el jubileo. Esto es válido en cuanto a las parábolas mencionadas en el capítulo quince. El disfrute que el hijo pródigo experimentó fue en realidad el disfrute del jubileo. El anillo puesto en su mano, que representa el Espíritu que sella, indica la recuperación de la primogenitura, o sea, del derecho de disfrutar al Dios Triuno. Tanto el anillo como las sandalias son señales de un hombre libre. Un hombre libre sale del cautiverio, de la esclavitud y de las ataduras. Por un lado, el hijo pródigo es liberado del cautiverio; por otro, comienza a disfrutar de la herencia del Padre. Cuando juntamos estos asuntos, tenemos un cuadro del verdadero jubileo.

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